Historia Social General de la carrera De lomas de zamora PDF

Title Historia Social General de la carrera De lomas de zamora
Author Micaela Morales
Course Historia Social General
Institution Universidad de Buenos Aires
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Description

Introducción General. Civilización y Progreso. Leemos en Maristella Svampa, que fue Emile Benveniste quien acuñó el término civilización en su obra Problèmes de Linguistique Généra. Claramente el término se refirió tanto a una particular organización social de la Europa Occidental devenida como producto del inicio de un bienestar y progreso económico que se desarrolló desde finales del Siglo XVIII hasta el inicio en el Siglo XX de la Gran Guerra europea. En esta “consolidación del viejo continente”, el término se fue transformando en vocablo político y cultural que se utilizó para explicar y justificar la conquista y colonización universal capitalista. Pronto el binomio civilización-progreso fue un tándem ideal que encabezó la empresa racional, moderna y revolucionaria que abrevó en el Iluminismo francés, la Revolución del año 1789 y en la Revolución Industrial inglesa que abarcó dos etapas, a saber: 1780-1848, donde predominó la industria textil y la que se extendió hasta el año 1875, impulsada por la máquina a vapor (industrias a vapor, ferrocarriles, barcos) y su etapa superior, la Imperialista, dominada por la industria química, eléctrica y la del acero. El “take-off” (despegue sostenido) de su primera etapa también formó parte de este ideal de libertad económica que cimentó la División Internacional del trabajo “uniendo” al género humano tras esta bandera. El fin de siglo sumó a la potencia que hasta entonces dominó el mercado mundial a otros actores que compitieron “lealmente” hasta el estallido de la conflagración del año 1914: EE.UU., el Imperio Alemán, Francia, Italia, Bélgica, e inclusive el Imperio de los Zares de Rusia y del Japón. Tras esta idea, en materia económica, la conquista de nuevos mercados necesitó imponer el binomio que estamos analizando, con el objetivo de someter a la barbarie original, al Otro diferente; así, la Alteridad fue estigmatizada y cobró una carga demoníaca ya que se opuso, aún sin saberlo, a la presencia “del hombre blanco”; desde su cosmogonía intentó resistir, lo hizo con suerte diversa, y aún hoy trasciende las fronteras y los muros que le impusieron y le imponen desde “centro capitalista”. Y es precisamente cuando la maquinaria de guerra colonialista se puso en marcha que los pueblos invadidos presentaron resistencia y ahí sí definitivamente se transformaron ante los ojos occidentales en la encarnación del mal. El no-civilizado, el bárbaro por antonomasia que debió ser conquistado…o, en su defecto, exterminado; nació así la colonización capitalista de mediados del Siglo XIX. A civilizar tocaron las campanas: India, Argel, China, el Paraguay, México, Egipto, son solo algunos de los territorios que fueron cayeron bajo la férula de los nuevos y viejos Imperios, ya fuese mediante acciones directas o con la complicidad de sectores nativos de esas mismas sociedades que abrieron las puertas al “nuevo mundo” de la técnica y la manufactura, y por supuesto de los capitales. Lo anticipó la Revolución Francesa, pero orientando su mirada hacia el atraso y la ignorancia feudal; ahora estas mismas palabras eran dirigidas a los pueblos conquistados. Esta idea la vemos reflejada en el historiador Eric Hobsbawn quien cita en su obra Las Revoluciones burguesas: “Los bárbaros que amenazan a la sociedad no están ni en el Cáucaso ni en las estepas de Tartaria; están en los suburbios de nuestras ciudades industriales…La clase media debe reconocer francamente la naturaleza de la situación; deben saber en donde están.” La sociedad burguesa fue creando así, una especie de muralla contra la barbarie sustentada en los nuevos valores construidos por su Estado como lo

eran la propiedad, la familia, la autoridad y la consiguiente apropiación de la Patria, la Cultura y la Historia. Al tiempo que esta barbarie sinónimo de masas para la elite intelectual europea, y su representación en nuestra Historia, por parte de la Generación del ’37, apareció reflejada por el número, concepto que aterrorizaba de solo pensar que aquellas impusieran la cantidad ante la calidad ejercida por los patricios: “El número, fuerza bárbara e inmoral que no puede mas que destruir”, afirmaron las clases dominantes. Por otra parte no debemos dejar de mencionar el rol que cumplieron las ciencias sociales que tomaron a su vez en sus orígenes la línea filosófica del Positivismo aplicando estas ideas a los conflictos sociales, entendiendo al progreso y a la civilización como producto de un evolucionismo lógico en el que sobrevivieron los mas fuertes. Augusto Comte, Herbert Spencer, Emile Durkheim, Max Weber y Karl Marx. El concepto entonces, apareció como legitimador de una clase social que se erigió en dueña de la Historia Universal, que construyó los Estado –Nación, y se sintió depositaria de los valores que respaldasen su modelo político y económico. Domingo Faustino Sarmiento, puente entre dos Generaciones. Hablar de Domingo F. Sarmiento, es hablar de su época, y por supuesto del contexto histórico y social en el cual sus ideas se desarrollaron y se aplicaron. Porque a pesar de no estudiar y vivir en Buenos Aires, a la distancia coincidió con los integrantes de la Generación del ’37, la cual precedió a la denominada Generación del ’80. La primer Generación mencionada o la Generación Romántica de la post independencia (1837), tuvo precisamente entre sus figuras mas representativas a Juan B. Alberdi y Domingo F. Sarmiento, quienes coincidieron en aspectos esenciales, aunque discreparon en los tiempos, métodos, órdenes y valoraciones personales de sus propuestas histórico-culturales. Ambos creyeron en la necesidad de una organización política institucional, y en abrir fronteras a la inmigración que construyera nuevas ciudades y enseñaran las artes para el aprovechamiento del ganado y el cultivo de la tierra. La esencia de las posturas sarmientina y alberdiana, fue fundada sobre la antinomia Civilización o Barbarie. La Civilización en nuestro país, estuvo construida sobre cuatro parámetros: filosofía francesa racionalista ilustrada, doctrinas políticas y económicas inglesas, romanticismo, francés y alemán, y humanismo renacentista de origen italiano. El triángulo cultural y político, compuesto por Juan B. Alberdi- Domingo F. Sarmiento y Bartolomé Mitre buscó sin desmayo, (no sin diferencias): la organización nacional argentina orientada a desarrollar el modelo civilizatorio europeo anglo-francés portador del espíritu del progreso. Sin embargo fue Esteban Echeverría quien impuso las ideas románticas de su Generación. En efecto, a mediados del año 1838, luego de la clausura del Salón Literario y de la revista La Moda, (publicación en la cual escribieron los jóvenes intelectuales opositores al rosismo), por el gobierno de Juan M. de Rosas, Esteban Echeverría presidió y fue a su vez, el encargado de redactar el Credo o Código de la Asociación de la Jóven Argentina o Asociación de Mayo en la que continuó expresándose el Salón Literario. La declaración de principios trató temas como la libertad de prensa, problemas económicos inmanentes al capitalismo, fuentes de las rentas del Estado, su sistema administrativo, organización de la campaña, milicia nacional, inmigración, poblar el país. Todos estos, fueron conceptos coincidentes con las ideas expresadas por Juan B. Alberdi al inaugurar el Salón Literario; pero será Esteban Echeverría quien

junto a Juan M. Gutiérrez, Carlos Tejedor, Frías, Jacinto Peña, Bernardo de Irigoyen y Vicente López, discutieron las ideas que luego él transformó en el Dogma Socialista. Esta Generación, fue la que logró sintetizar a través de estos referentes algunos de los aportes ideológicos de la Revolución de Mayo, bajo conceptos tales como por ejemplo: Progreso y Democracia.Y será del dogma de Esteban Echeverría donde se encuentren las formas culturales fundamentales de las Bases de Alberdi escritas finalmente en el año 1852, sumado a ello la influencia decisiva de la Constitución norteamericana. Fue en esta manera de pensar, y en esta militancia que se enfrentaron con el jefe de la Confederación Argentina, Don Juan M. de Rosas y debieron exiliarse. El voto calificado, la Constitución, los capitales extranjeros, los ferrocarriles y los inmigrantes fueron moldeando este Proyecto para un “desierto” que los abrumaba. Y esta contradicción con quien gobernara a gran parte del territorio nacional hasta el 3 de febrero del año 1852, cuando se produjo su derrocamiento, formaba parte de un proceso histórico iniciado en el año 1820, y que se prolongó hasta el año 1880. Sesenta años de guerra civil, entre las facciones unitarias y federal arrasaron toda posibilidad de entendimiento hasta que una de ellas, ya sintetizada en la clase dirigente nacional, la oligarquía terrateniente, tras derrotar a los sectores populares inauguró la etapa de la República Posible, parafraseando precisamente a Juan B. Alberdi. La clase letrada, se sintió poseedora de la soberanía política y de la tierra (sinónimo de Patria) para su visión economicista-liberal. La unificación del territorio nacional, la fijación de sus fronteras, la ocupación de vastas planicies por parte del ejército nacional comandado por el general Julio Argentino Roca, con la consiguiente expulsión, muerte o reducción a la esclavitud de decenas de miles de sus pobladores originarios; el establecimiento de la Capital Federal, de cara al puerto de Buenos Aires como símbolo del poder político y económico de la República Argentina, fueron el final soñado de aquella zaga escrita y relatada ya desde sus inicios por aquella Generación del ’37. Un Estado Nacional, el cual durante las denominadas Presidencias Fundadoras, entre los años 1862 y 1880, se organizó sentando las bases institucionales de dominación y unificación tanto políticas, como económicas, culturales y educativas. La “Guerra de Policía” contra el delincuente social “vago y mal entretenido” que era el gaucho, justificó con estos calificativos el grillete y el “pase a lanza” de miles de prisioneros de los ejércitos montoneros de la campaña federal. Amén de una Guerra impulsada por el “nexo” fundamental con el sistema Capitalista internacional, el Reino Unido de la Gran Bretaña, contra el hermano pueblo del Paraguay entre los años 1865 y 1870. Iniciada por Bartolomé Mitre entonces presidente de la Nación y terminada por su sucesor, precisamente, Domingo F. Sarmiento; enfrentamiento largo y costoso que fue recordado por lo infamante de sus causas formales y el despojo y genocidio sufrido por la República del Paraguay, buscando imponer el liberalismo económico. “Estamos por dudar que exista el Paraguay. Descendientes de razas guaraníes indios salvajes y esclavos, que obran por instintos a falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial. Son unos perros ignorantes de los cuales ya han muerto ciento cincuenta mil. Su avance capitaneado por descendientes degenerados de españoles, traería al detención de todo progreso y un retroceso a la barbarie. Al frenético, bruto, y feroz borracho Solano López lo acompañan miles de animales que le obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo el pueblo

guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana: raza perdida de cuyo contagio hay que librarse.” Domingo F. Sarmiento: carta a Mitre del año 1872 Las ideas de la élite ilustrada. Domingo Faustino Sarmiento, al exiliarse partió hacia Chile dejando un escrito en idioma francés sobre una piedra al cruzar la frontera, que pasó a la historia como “Bárbaros, las ideas no se matan”; si bien textualmente estas no fueron sus palabras sí la idea que quiso transmitir. Su trabajo como periodista opositor al gobierno federal en un diario chileno, le trajo a este gobierno reclamos por parte de la Confederación que le valió a Domingo F. Sarmiento un viaje pago por el Estado chileno, por gran parte de Europa, Africa y de los Estados Unidos de Norteamérica. En su recorrido por el país del norte quedó impactado por la lectura de dos novelas que retrataron la vida en el “salvaje oeste”; “El último de los mohicanos” y “La pradera”, ambas escritas por el autor estadounidense Fenimore Cooper en los años 1826 y 1827. Si bien el dilema que aparece aquí es entre Naturaleza y Sociedad e intentando rescatar al “buen salvaje”, el autor argentino tomó la esencia que para él fue el dilema de Civilización y Barbarie. Contradicción que también rescató Juan B. Alberdi en su enfrentamiento con Juan M. de Rosas a quien le endilgaba una “tiranía” sustentada por los gauchos. Enfrentamiento que ambos, y sus contemporáneos de la Generación del ’37, sobre todo Esteban Echeverría, explicaron y atribuyeron a la herencia española y al sincretismo cultural con los pueblos originarios; y aquí surgió otro pilar de la nueva sociedad planificada, el reemplazo de la población nativa por inmigrantes europeos del norte anglosajón. (1) Dos problemas se solucionarían con este reemplazo, el de las mayorías que votaron sucesivamente a Manuel Dorrego y a Juan M. de Rosas junto a la inoperancia cultural y por ende el atraso congénito de estas mismas masas. Subyace aquí otra dicotomía: la clase ilustrada versus las clases populares amenazantes. Al tiempo que bárbaro, al definir al nativo como extranjero, consolidó la idea en las clases dirigentes opositoras y en sus seguidores, de estar ante la presencia de verdaderos extraños, provenientes de un afuera, aunque siglos de historia los respaldaran como originarios habitantes de estas tierras, para esta visión masas inorgánicas y amorfas que amenazantes impedían la llegada por ejemplo del ferrocarril, los capitales británicos y los inmigrantes en perfecta tríada que poblara este “desierto”. La “solución” inmigratoria precisamente no fue anglosajona sino todo lo contrario: el 80% del caudal inmigratorio que nutrió a nuestro país, estimado en poco mas de cinco millones y media de almas (de los cuales la mitad se quedó a vivir para siempre en nuestras tierras), provino entre los años 1857 y 1914 de la Europa del sur, esto es, campesinos analfabetos, sin tierras, pero con ideologías anarquistas, socialistas y sindicalistas revolucionarias, en lo referente a sus culturas laborales.(2) Del combate instrumentado mediante la “Guerra de Policía”, por Bartolomé Mitre (presidente entre los años 1862 y 1868) y su sucesor Domingo F. Sarmiento contra las montoneras y las tolderías de pueblos originarios, se pasó a la guerra contra las “tolderías rojas sindicales” de finales del Siglo XIX en adelante. La práctica de exclusión política y ecoómica fue sistemática, antes y durante el proceso que organizó nuestro país, e incluyó a la oleada inmigratoria ya que además se resistió desde su experiencia de clase recién constituida en estas tierras contra el embate del capitalismo británico y el vernáculo. En tanto,

en lo referente al sistema educativo implementado por la Generación del ’80, entre otras variables, reprodujo una historia oficial tendiente a unificar antes que a educar en el sentido pleno del concepto a las masas inmigratorias; y a recordarles a los criollos que los héroes de la República los observaban desde sus estatuas para que no olvidaran quienes fueron los hacedores de la Nación. El liberalismo había triunfado y esta era la esencia de la “pedagogía” de esta Generación, dirigida a los “bárbaros” propios y extraños. La educación popular sarmientina había dejado su impronta cultural e ideológica estableciendo fronteras claras hacia un Otro ajeno. Leyendo al Facundo. En el año 1845, en los meses de mayo y junio comenzó a publicarse por entregas en el diario El Progreso de Chile; cuyo título original es: Civilización y Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga y aspecto físico, costumbres y hábitos de la República Argentina. Aquella frase en francés es la que acuñó Domingo Faustino Sarmiento, y él mismo la tradujo según su parecer como: A los hombres se degûella; a las ideas no. Y la síntesis final que trascendió su época fue finalmente: “Las ideas no se matan”; Ricardo Piglia en su trabajo sobre este texto, comentó que “la literatura argentina comienza con una frase en francés”, aunque la advertencia original perteneció a Denis Diderot: “No se fusilan las ideas”. Fusilamiento, degûello, muerte en síntesis, mas de las personas que de las ideas. El self made man literario que es Domingo F. Sarmiento, (2) en su huida a Chile, mediante el relato del Facundo pretendió demostrar que la barbarie alojada en la Naturaleza hostil de la Pampa, ese desierto imposible de llenar con sus nativos, estaba hecha carne en el caudillo. En esta coyuntura política es Juan M. de Rosas, como antes lo fue Facundo Quiroga, como siempre lo serán los caudillos federales, a quienes combatirá con su guerra muchas veces hasta personal, llegando al exterminio. Interpretó, tradujo, transmitió el espíritu de la Europa próspera y civilizada y de los EE.UU.; ejemplo que deberemos tomar, nos aseguró, si queremos insertarnos en el mundo moderno, y será precisamente en este último caso, cuando al viajar por aquellas geografías encomendado por el gobierno chileno entre los años 1845 y 1848, el que impactó en su visión comparativa entre la Argentina y aquél país del norte, el cual estaba ya lanzado a la carrera de la conquista y colonización de su propio espacio geográfico y de sus vecinos: México y Centroamérica. Entretanto, la figura del caudillo Facundo Quiroga, para él fue además de ese grande hombre, al cual identificó con la manifestación de la vida argentina, pero sin moral; lo transformó en una figura propia de la corriente Romántica de su época: un gigante, con sus mitos y leyendas que crecieron a medida que se desarrolló la narración de la vida del caudillo riojano. La espada sarmientina apareció así una y otra vez a través del Facundo para herir a Juan M. de Rosas, su verdadero enemigo, podemos afirmar el único, porque en aquél año 1845, ya hace diez que el Tigre de los llanos fue asesinado. Desde otra óptica, podemos afirmar que este texto es uno de los fundadores no solo de la literatura nacional, sino también y especialmente de aquellas imágenes dicotómicas que nos mostraron aquellos dos mundos incompatibles entre sí: la ciudad versus la campaña, no es cualquier ciudad: es la ciudad – puerto, el país unificado, indivisible tras el proyecto de la oligarquía terrateniente, desde la centralista Buenos Aires que elimina el espacio vacío… y nos proporcionó una imagen de plenitud que reemplazó a aquél “mar en la tierra” que era la pampa.

El bárbaro (3) entonces, es el gaucho, el indio, el negro, el mestizo, el mulato, el zambo. Todo aquél que no acreditara sangre europea pura, blanco; es el otro, que representa por ende, la alteridad, extraño y diferente: irreconciliable con el sueño europeizante de la Generación del ’37 a la cual adhiere a la distancia el jóven Domingo F. Sarmiento. “Se nos habla de gauchos… la lucha ha dado cuenta de ellos, de toda esa chusma de haraganes. No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único que tiene de seres humanos. Tengo odio a la barbarie popular…la chusma y el pueblo gaucho nos es hostil. Mientras haya un chiripá no habrá ciudadanos, ¿son acaso las masas la única fuente de poder y legitimidad? El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje y forman una división entre la ciudad culta y el pueblo, haciendo que los cristianos se degraden. Usted tendrá la gloria de establecer en toda la República el poder de la clase culta aniquilando el levantamiento de las masas.” Cartas de Domingo Faustino Sarmiento a Bartolomé Mitre; 20 y 24/09/1861. A este problema, su población, se le agregó el que ya vislumbramos en este trabajo; y quienes están proyectando y construyendo una nueva nación, la pampa símil al desierto debe ser recuperada, esto es: ocupada. El mal que aqueja a la República Argentina es “la extensión: el desierto la rodea por todas partes i se le insinúa en las entrañas; la soledad, el despoblado, sin una habitación humana, son, por lo general, los límites incuestionables entre unas y otras provincias.” El Facundo. Sarmiento y la Educación Popular. Y en su afán de aconsejar a los Estados Sudamericanos, se pregunta cuál es el gasto en una educación pública que “discipline” con el objetivo de producir en “orden” a las “masas ineptas”. Instrucción tenaz, permanente, casi...


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