Juan Montalvo y su defensa " semibárbara " de Cervantes PDF

Title Juan Montalvo y su defensa " semibárbara " de Cervantes
Author Michael Handelsman
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Juan Montalvo y su defensa “semibárbara” de Cervantes Michael Handelsman University of Tennessee, Knoxville Abstract: El siguiente análisis recupera la aproximación crítica que Montalvo le hizo a Cervantes como una propuesta americanista que él planteó en plena época de construcción continental, la ...


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Juan Montalvo y su defensa “semibárbara” de Cervantes Michael Handelsman University of Tennessee, Knoxville Abstract: El siguiente análisis recupera la aproximación crítica que Montalvo le hizo a Cervantes como una propuesta americanista que él planteó en plena época de construcción continental, la misma que siempre ha padecido de malentendidos e innumerables simplificaciones. De acuerdo a esa finalidad, nos concentramos en el prólogo de su novela póstuma, Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, titulado “El buscapié” que originalmente se publicó en 1882 en otra obra seminal de Montalvo, Siete tratados. Además de una celebración de las virtudes de Cervantes, sus disquisiciones constituyen una afirmación ferviente de su propia capacidad intelectual y, por extensión, de la de una emergente intelectualidad latinoamericana llena de juventud frente a una España decimonónica ya gastada que se había desviado de sus grandezas de antaño, estas últimas ejemplificadas magistralmente por Cervantes.

--El que no tiene algo de Don Quijote no merece el aprecio ni el cariño de sus semejantes.1

Un volumen de ensayos sobre Cervantes y América Latina ha de incluir casi por obligación al ecuatoriano, Juan Montalvo (1832-89). Se recordará que a fines del siglo XVI Cervantes le había solicitado al Rey de España un puesto en las Indias. De las cuatro vacantes que él había señalado para la consideración del Rey, tres se encontraban en la Región Andina (La Paz, el Nuevo Reino de Granada y Cartagena); la cuarta se ubicaba en Guatemala. Ya se sabe que las gestiones de Cervantes se frustraron y nunca conoció personalmente a América. Sin embargo, fue el crítico ecuatoriano Diego Araujo Sánchez quien proclamó, tal vez con algo de ironía, que fue gracias a Montalvo que Cervantes finalmente llegó a América del Sur.2

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Juan Montalvo. “El buscapié” en Capítulos que se le olvidaron a Cervantes. Madrid, Ediciones Cátedra, 2004, pp. 89-194. 2 Diego Araujo Sánchez. Miguel de Cervantes. Selección y comentario de textos de “El Quijote”. Quito, Editorial Indoamérica, 1990, p. 15.

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Aunque mucho se ha escrito sobre Juan Montalvo y su novela póstuma Capítulos que se le olvidaron a Cervantes (1895), el análisis que sigue a continuación pretende recuperar la aproximación crítica que Montalvo le hizo a Cervantes como una propuesta americanista que él planteó en plena época de construcción continental, la misma que “se les ha olvidado” a muchos lectores de hoy y que siempre ha padecido de malentendidos e innumerables simplificaciones. De acuerdo a esa finalidad, nos concentraremos en el prólogo de Capítulos que se le olvidaron a Cervantes titulado “El buscapié” que originalmente se publicó en 1882 en otra obra seminal de Montalvo, Siete tratados. Más que una celebración de las virtudes de Cervantes, sus disquisiciones constituyen una afirmación ferviente de su propia capacidad intelectual y, por extensión, de la de una emergente intelectualidad latinoamericana llena de juventud frente a una España ya gastada que se había desviado de sus grandezas de antaño. Si bien es cierto que esa valoración crítica de Montalvo evocará una retórica atrapada dentro de demasiados esencialismos más imaginados que reales, también apunta a una historiografía sociocultural que pone de relieve las ineludibles tensiones y contradicciones inherentes a los múltiples procesos de descolonización que siguen marcando a una América Latina escindida entre lo que Pedro Henríquez Ureña había categorizado como “el descontento y la promesa”.3 En efecto, el pensamiento crítico de Juan Montalvo tan patente en su recuperación de Cervantes ejemplifica este mismo dilema existencial que nunca pudo superar. Sin duda alguna, Juan Montalvo se había establecido en el siglo XIX como una de las voces más destacadas del continente gracias, en no poca medida, a su novela Capítulos que se le olvidaron a Cervantes. Es así que, además de haberse ganado el calificativo de “Cervantes de

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“El descontento y la promesa” en Carlos Ripoll (comp.). Conciencia intelectual de América. Antología del ensayo hispanoamericano (1836-1959). New York, Las Americas Publishing Co., 1970, pp. 376-390. Este ensayo se publicó originalmente en La Nación de Buenos Aires, el 29 de agosto de 1926.

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América”4, fue Henríquez Ureña quien lo canonizó entre los grandes al declarar: “La historia literaria de la América española debe escribirse alrededor de unos cuantos nombres centrales: Bello, Sarmiento, Montalvo, Martí, Darío, Rodó.”5 A pesar de ese reconocimiento, sin embargo, para algunos de sus contemporáneos, Capítulos que se le olvidaron a Cervantes representaba un atrevimiento quijotesco cuando no una lamentable imitación del Gran Maestro y, de hecho, el mismo Montalvo contribuyó a tales pronunciamientos al poner como subtítulo de su novela, “Ensayo de imitación de un libro inimitable”. Se recordará que Montalvo era un maestro de la palabra que acostumbraba emplear la sátira, la paradoja y la ironía como una suerte de modus operandi textual tan presente en Capítulos que se le olvidaron a Cervantes y “El buscapié”. Imitar lo que no se podía imitar y referirse a supuestos capítulos olvidados, por ejemplo, constituían una provocación que todavía invita a los lectores a mirar más allá de aquellos molinos de viento que un tal señor Quijano logró transformar y, así, transformarse y llegar a ser el más grande caballero andante de la historia. De manera que, la defensa “semibárbara” que Montalvo hace de Cervantes apunta a una complejización de múltiples significados y lecturas simultáneamente literarios, históricos, políticos y culturales. Mientras que Antonio Sacoto puntualizaba que “Montalvo es el primero en señalar al Quijote como obra puramente de arte y no de casual inspiración”, Darío Guevara Mayorga ha constatado: En sesenta capítulos Montalvo aumenta las andanzas y aventuras del famoso caballero andante y su leal escudero Sancho Panza. Leyéndolos cuidadosamente se tiene la impresión de ver la Mancha y la América al mismo tiempo, cual si el escenario del Quijote estuviera sobre los Andes

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Antonio Sacoto. Juan Montalvo: el escritor y el estilista. Tomo 1. Cuenca, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1987, p. 69. Darío Guevara Mayorga también ha señalado: “Por decreto de la crítica literaria de España y América, Juan Montalvo es el Cervantes de América. Tan honroso título lo alcanzó por la maestría con que maneja la lengua de Castilla y, sobre todo, por sus magistrales Capítulos que se le olvidaron a Cervantes [. . .]” (véase la nota 6). 5 Carlos Ripoll. op.cit., p. 392.

4 manchegos al modo de un engendro mestizo de dos zonas geográficas con sus correspondientes actores.6

Por su parte, Julio Pazos ha señalado que Montalvo encontró en el Quijote “un curso de moral” que se dedicó a emular al mismo tiempo que recurría a Cervantes para hacerle tributo a la lengua castellana.7 Y el mismo Montalvo proclamó: Si él llegare a caer por aventura en manos de algún culto español, queda advertido este europeo que hemos escrito un Quijote para la América española, y de ningún modo para España; ni somos hombre de suposición que nos juzguemos con autoridad de hacerle tal presente, a ella dueña del suyo, ese tan grande y soberbio que se anda coronado por el mundo.8

Esta afirmación de Montalvo de haber escrito un Quijote para América ha de ponderarse detenidamente ya que Ángel Esteban ha notado en su introducción crítica a la edición de Capítulos que “Su pensamiento y su meta están puestos en Europa [. . . ].”9 Además de haber recibido una educación clásica arraigada en las tradiciones europeas, su estadía en Europa como miembro de una legación gubernamental entre 1857 y 1859 fue clave en su formación intelectual. Viajes y visitas a tales países como Italia, Suiza, Francia, y España dejaron profundas huellas en su manera de ponderar el lugar que él y su país, Ecuador, ocupaban dentro de un universo modélico de “civilización”. Pero, curiosamente, en vísperas de su regreso al Ecuador, al pasar por España, mucho de lo que Montalvo había asimilado durante sus años en Europa parece haberse cristalizado, asentándose en “la antigua metrópoli [que] fue sin duda el desencadenante de nuevas sensaciones.”10 Concretamente, Todo lo aprendido y asimilado de la historia de España, su cultura, su literatura, despierta y se hace carne, espacio y tiempo concretos. Y la lengua, que es visión, ordenamiento y concepción del universo, se presenta ante sus oídos como un material que da coherencia y justifica su misma vida.11 6

Darío Guevara Mayorga. “La sabiduría de Sancho en la novela ecuatoriana” en Julio Pazos Barrera (ed.). El Quijote en América. Centro Virtual Cervantes, Instituto Cervantes, 1997-2015, p. 2. 7 Julio Pazos Barrera. “Introducción” en Julio Pazos Barrera (ed.). op.cit., p. 2. 8 Juan Montalvo. “El buscapié” en Ángel Esteban (ed.). Capítulos que se le olvidaron a Cervantes. Madrid, Ediciones Cátedra, 2004, p. 169. 9 Ángel Esteban (ed.). op.cit., p. 19. 10 Ibídem. p. 22. 11 Ibídem.

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Esta identificación con España, sin embargo, no se libraría de contradicciones y tensiones, las mismas que hemos de atribuir, primero a la admiración que Montalvo sentía por el resto de Europa y, luego, por la gran frustración que sufrió en 1883 al no ser admitido a la Real Academia Española. En efecto, hay todo un contexto sociocultural e histórico que problematiza la aproximación de Montalvo a Cervantes, convirtiéndola en algo profundamente enigmático, especialmente si se toma en cuenta el análisis de Carlos Burgos que sostiene que “Montalvo se opone tajantemente a la re-españolización del país [i.e., Ecuador y, por extensión, el resto de América Hispana], a sus estructuras cerradas, a las políticas autoritarias, al Estado moralizante”.12 ¿Cómo entender a ese Cervantes de América, pues, si tanta resistencia contra el orden colonial lo habría caracterizado? Una nueva invocación En 1823, Andrés Bello publicó su tantas veces antologado poema, “Alocución a la poesía” en la cual se dirigió a la Poesía, implorándola que abandonara a Europa por una América que sí sabía valorarla plenamente: “tiempo es que dejes ya la culta Europa,/que tu nativa rustiquez desama,/y dirijas el vuelo adonde te abre/el mundo de Colón su grande escena”. Casi sesenta años más tarde en “El buscapié”, Montalvo retomaría este mismo tropo para resignificarlo en la persona de Cervantes, encarnación máxima de lo sublime de la poesía que ya merecía liberarse de un público español que carecía de la necesaria sensibilidad estética capaz de comprender y aprehender las múltiples expresiones de excelencia generadas por aquel autor de Alcalá de Henares. Según lamentó Montalvo:

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Carlos Burgos Jara. entensión. Olmedo, Riofrío, Montalvo: Cultura, literatura y política en el XIX ecuatoriano. Guayaquil, Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, 2008, p. 98.

6 [. . .] los españoles no han conocido el mérito, o más bien todo el mérito de su gran compatriota, sino cuando éste, dando golpes en su tumba desde adentro, ha llamado la atención del mundo con un ruido sordo y persistente. Y aun así, no son los españoles los primeros que le han oído, sino ciertos insulares cosmopolitas para quienes son patria propia las naciones donde descuellan grandemente la inteligencia y el saber humano.13

Para remediar esa sordera de España y hacerle justicia a Cervantes, Montalvo invoca y evoca a una América Hispana espiritualmente pujante cuya “naturaleza prodiga al semibárbaro ciertos bienes que al hombre en extremo civilizado no da sino con mano escasa. La sensibilidad es suma en nuestros pueblos jóvenes, los cuales, por lo que es imaginación, superan a los envejecidos en la ciencia y la cultura”.14 En efecto, el emblemático Cervantes emerge en el pensamiento crítico montalvino como un arma estratégica propia de un ambicioso proyecto de recuperación de importantes valores olvidados y de la redención de un joven continente listo a responsabilizarse por el futuro del mundo hispano. Es decir, al apropiarse de la figura de Cervantes, Montalvo pretende legitimar la capacidad del Ecuador (y de toda Hispanoamérica) de ejemplificar “lo civilizado”, pero no como meros imitadores de los españoles. Así que mientras “Se quejan los españoles de que los suramericanos estamos corrompiendo y desfigurando la lengua castellana, y no están en lo justo”,15 Montalvo recurre a la majestuosa naturaleza hispanoamericana como prueba y fuente de las cualidades naturales (e.g., “el espectáculo de las montañas”, “los nevados estupendos”, “el firmamento en cuyo centro resplandece el sol desembozado”, “las estrellas encendidas”, “los páramos altísimos”) que “infunden en el corazón

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Juan Montalvo. op.cit., pp. 154-55. Ibídem. p. 115. 15 Ibídem. p. 175. 14

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del hijo de la naturaleza ese amor compuesto de mil sensaciones rústicas, fuente donde hierve la poesía que endiosa a las razas que nacen para lo grande.”16 Con la ironía y sátira tan características de Montalvo, al referirse como un “semibárbaro”, él alude al archiconocido concepto de “civilización y barbarie” acuñado por Domingo F. Sarmiento en 1845 y, así, con falsa modestia lo desarticula para posicionarse como un crítico y defensor de un hispanismo harto complejo ya que oscila entre un proceso descolonial y un ferviente deseo de continuidad cultural. Cervantes, claro está, es asumido por Montalvo como un símbolo que trasciende y afirma a la vez sus orígenes hispánicos. Es así que John O’Kuinghttons Rodríguez ha puntualizado que en la medida en que Cervantes ejemplifica el Siglo de Oro de España, Montalvo lo celebra “no como un período de la historia literaria de España sino como un modelo al que debe aspirar y emular toda la cultura de lengua española.”17 Por su parte, Ángel Esteban ha constatado: [. . .] su leitmotiv se apoyaba únicamente en la adoración por la lengua española y la historia de su crecimiento. Para Montalvo, España era en el XIX un cuerpo enfermo, pero sagrado, oscurecido pero santo. A pesar de estar empobrecida políticamente y sometida al yugo del galicismo idiomático y cultural, para el ambateño estaba claro que todo lo puro que hay en América proviene de la metrópoli: el pensar a lo grande, el sentir a lo animoso, el obrar a lo justo. Es la lengua en la que Carlos V daba órdenes al mundo, la que traducían Corneille y Moliere, la que desde siempre se ha puesto como camino seguro para hablar con Dios: , se pregunta Montalvo.18

Esta pasión por la lengua se remonta a la misma preocupación que marcó a Andrés Bello durante las primeras décadas del siglo XIX, culminando con su Gramática de la lengua 16

Ibídem. p. 116. John O’Kuinghttons Rodríguez. “El Quijote de Juan Montalvo: sus propósitos literarios”. Intersecciones. Revista de APEESP. Núm. 2, 2014, p. 81. 18 Ángel Esteban. op.cit., pp. 71-72. 17

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castellana destinada al uso de los americanos (1847) en la cual defendió el castellano como una fuerza aglutinadora imperativa ante los mil y un peligros de disgregación continental. Inmerso en un contexto socio-histórico posterior, pero parecido al de Bello en muchos sentidos, Montalvo exhortó a sus contemporáneos: Por dicha, bien así en España como en América, los que van a la guerra debajo del pendón del siglo de oro no son pocos. Ignorancia y ridiculez están en el bando opuesto, el cual es más numeroso que los ejércitos que sitiaban a Albraca. Traductores ignorantes, novelistas afrancesados, viajeros fatuos son nuestros enemigos: nosotros nos afrontamos con ellos, y si no podemos llevárnoslos de calles, defendemos el campo palmo a palmo; ni hay impío de ellos a quien le sea concedido penetrar en el santa santórum de nuestro angélico idioma.19

De manera que, al sentirse inspirado por Cervantes como modelo y brújula cultural, estética y moral, pero asfixiado por una decadencia epocal que hemos de comprender como una condición ya citada en páginas anteriores que Henríquez Ureña plantearía años después al definir a América en términos de “el descontento y la promesa”, Montalvo reaccionó una vez más como defensor de Cervantes y de todo el armazón cultural que este representaba tanto en España como en Hispanoamérica al lamentar: “[. . .] que haya en España hombres de entendimiento harto confuso y de intención harto menguada para desdeñar la obra inmortal de Cervantes por el polvo y ceniza de Avellaneda, esto es lo que no nos cabe en el juicio”.20 En efecto, Montalvo comprendía que el desvalorar a Cervantes apuntaba a una crisis mayor que la Generación del 98 confrontaría pocos años después de su voz de alerta: Maestros originales, inventores muchos y muy grandes ha tenido España en todo tiempo; y para artífices delicados de la lengua y pulidores de todas sus partes, ningún pueblo como ella. ¿Pero en dónde [. . .] ahora los Granadas, los Marianas, los Leones? Las Teresas de Jesús, ¿qué se 19 20

Juan Montalvo. op.cit., p. 190. Juan Montalvo. op.cit., p. 138.

9 hicieron? [. . .] Grandes autores castellanos, ya no abundan; grandes traductores, ya no nacen; y esto debe causar la constelación del mundo ser tan envejecida, que perdida la mayor parte de la virtud, ya no puede llevar el fruto que debía.21

Interpretar el posicionamiento de Montalvo ante Cervantes y la España clásica del Siglo de Oro no constituye un ejercicio fácil y sin contradicciones, especialmente en vista de su liberalismo político anclado en un siglo independentista y elusivamente descolonial. Según ha señalado Ángel Esteban, Montalvo se perfilaba como “un hombre de toda América. No habla sólo para el Ecuador, le interesa el destino continental del hispanohablante, el legado de Bolívar, también defendido por hombres como Bello, Lastarria [. . .].”22 Para Carlos Burgos, este espíritu americanista de Montalvo emerge con toda fuerza al tomar en cuenta su actitud cosmopolita en contraposición de los rastros del orden colonial: El modelo que Montalvo considera viable para las naciones hispanoamericanas va a plantearse en oposición al modelo tradicional que históricamente éstas han intentado emular: España. La antigua metrópoli es, para el escritor ecuatoriano, todo lo que se debe dejar atrás: autoritarismo, inestabilidad institucional, hermetismo. España representa lo cerrado, lo que se retrae y se enquista en sí mismo.23

Esta aparente tensión entre su admiración por Cervantes y su menosprecio por una España en plena decadencia, la misma tan patente en los que desconocían la singularidad de Cervantes, nos obliga a distanciar a Montalvo de la extrema hispanofilia que caracterizaba al intelectual ecuatoriano, Gonzalo Zaldumbide, por ejemplo, que escribió en 1933 El significado de España en América en que declaró que todo lo civilizable y civilizado de la Región Andina se

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Ibídem. pp. 172-73. Ángel Esteban. op.cit., p. 42. 23 Carlos Burgos. op.cit., p. 87. Es de recordar que la situación que comenta Burgos coincide con la transformación cultural que el modernismo hispanoamericano impulsó durante las últimas décadas del siglo XIX. Su propuesta insistió en lo nuevo, lo cosmopolita, lo moderno—todo lo que España había abandonado. 22

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debía a España.24 Sin duda alguna, la historia personal que Montalvo tenía con España, y que tuvo con la Real Academia Española, había complicado sus percepciones críticas del país al mismo tiempo que fortalecía su identificación con Cervantes. Su doble condición de intelectual culto por un lado, e “indiano” por otro, lo mantuvo siempre en un estado identitario conflictivo sintomático de toda la historia colonial de Hispanoamérica. Recordemos con Antonio Sacoto que la relación entre los intelectuales hispanoamericanos y los de España siempre se caracterizó por una jerarquización y dominación colonial que no pocos habían internalizado. Según puntualizó Sacoto, Los escritores del siglo XVI, XVII, XVIII casi nunca escribieron para América española, sino para la Península. [. . .] El mestizo, vedado de reconocimiento artístico y literario por el desdén y menosprecio metropolitano no so...


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