LA Mujer Total PDF

Title LA Mujer Total
Author Cristhina Romero
Course Literatura Española
Institution Universidad Rafael Landívar
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Summary

libro donde se podrá tener la mejor perspectiva del rol de la mujer en el matrimonio ...


Description

LA MUJER TOTAL Marabel Morgan

TESTIMONIO DE GRATITUD Mi agradecimiento a mi querida amiga Anita Bryant, por su estímulo y entusiasmo en la realización de este libro; a Donna Robinson, mi Ӑmano  derechaӑ, amiga, aliada y catalizadora; al doctor Clyde Narramore, cuyas ideas y enseñanzas contenidas en Psychology for Living, para la educación de los niños, cambiaron mi forma de vida; a Martha Kettler, mi inspiración en la tarea de pulir el manuscrito; y a todas las instructoras y alumnas de los cursos de ӐLa mujer totalӑ, de las que estoy orgullosa , y a sus maridos, que han podido comprobar el buen resultado de estas normas.

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A Charlie, mi marido, que me entiende mejor que nadie y que todavía me quiere.

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PRIMERA PARTE LA MUJER ORGANIZADA 1. INTRODUCCIÓN

Yo acostumbro a pensar en superlativo, de manera que esperaba que mi matrimonio con Charlie Morgan fuera el mejor del mundo. Cada uno de nosotros estaba decidido a dar al otro lo mejor de sí mismo; pero no tenía la menor idea de lo que esto acarreaba. Creía en la historia de Cenicienta a la americana y que el matrimonio se componía de cortinitas con volantes en la ventana de la cocina, fresas para el desayuno y amor a todas horas. Charlie y yo nos entendíamos de maravilla; por lo que el futuro parecía prometedor. Yo sabía interpretar sus vibraciones, los dos estábamos en la misma Ӑ  longitud de ondaӑ. Durante los meses de noviazgo, él estudiaba sus libros de Leyes en mi apartamento y, entre caso y caso, compartía conmigo sus sueños e inquietudes. Me hablaba de sus ilusiones y me decía lo que iba a hacer. Al contarme los casos que había estado estudiando durante el día, utilizaba términos tales como: agravios, contratos y jurisdicciones. Yo no entendía la mayor parte de las que me decía, pero como lo amaba sorbía hasta la última palabra. ¡Qué suerte haber encontrado a un hombre tan comunicativo! Decían que hay maridos que nunca hablan con sus esposas. Charlie me parecía a mí de una locuacidad incansable. La noche en que se me declaró, antes de llegar a lo importante, estuvo hablando por los codos. Era mi cumpleaños, y lo celebramos con una estupenda cena en Miami Beach. Charlie hablaba, y yo comía. Después fuimos en el coche hasta la playa, para ver el océano. Era una noche espléndida. Una enorme Luna llena se reflejaba en las olas. Las estrellas fugaces resplandecían en una atmósfera de ensueño, y a mi me parecía que, si alargaba la mano, podría cogerlas. Nos quedamos sentados en el coche, mirando el panorama,

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en el que el tiempo parecía haberse detenido. mientras las olas rompían pausadamente en la arena. Charlie me hizo un montón de regalos. todos eran muy bonitos, y estuvo muy cariñoso; pero romántico, nada. Seguía hablando y hablando, lo cual era bastante raro en aquel marco. Yo le escuchaba, acurrucada entre sus brazos, muy agusto. Y, con el estómago repleto y la hipnótica cadencia de las olas en los oídos, me quedé dormida. No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que, bruscamente, las palabras de Charlie me hicieron despertar sobresaltada: ⎯ … y eso es lo que yo deseo encontrar en mi esposa ⎯ decía. Mi adorado, hombre de cerebro analítico, había enumerado las cualidades que había de reunir la que fuera su esposa . ¡Y yo me lo había perdido! ¿Qué le pediría él a su esposa? ¿Era aquello una declaración? Cuando me estrechó entre sus brazos y me preguntó si quería ser yo esa mujer, no se lo hice repetir. Se me había disipado la modorra y estaba completamente despierta. Se volvió otra vez hacia el asiento trasero y, de un estuche de terciopelo, sacó un soberbio anillo de brillantes, que me puso en la palma de la mano. Estaba pidiéndome que fuera suya para siempre. ¡Oh, la dicha de aquel momento …! Solo una cosa empeñaba mi alegría y me impidió dormir aquella noche. ¿Qué sería lo que deseaba hallar en su esposa? No podía confesar que me había quedado dormida. Debí permanecer despierta. Me habría ahorrado y le habría ahorrado a él varios años de infortunio.

¡EH! ¿TE ACUERDAS DE MI? Nos casamos durante las vacaciones y pasamos una sublime luna de miel en Florida, con días de sol y noches de estrellas. Verdaderamente, la vida de casados consistía en fresas para el desayuno y amor a todas horas. Con el sol de Florida en la piel y la alegría en el corazón, nos instalamos en un apartamento de tres habitaciones. Nuestros escasos bienes terrenales y limitadas responsabilidades me dejaban mucho tiempo libre. Me dedicaba a planchar las camisas de Charlie y pasaba horas preparándole ricos manjares.

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Sin embargo, a medida que pasaba los meses, nuestras vidas empezaron a complicarse, y nosotros empezamos a cambiar. Advertía con asombro que Charlie había dejado de hablar. Permanecía reservado y taciturno. En lugar de hablarnos con el corazón en la mano, apenas nos dirigimos la palabra. En respuesta a mis preguntas sobre su trabajo y los asuntos del día, solía recibir un gruñido indescifrable. Un día lo cogí por la barbilla y le dije: ⎯ ¡Eh! ¿Te acuerdas de mí? Mírame a los ojos. ¡Estoy hablando contigo! Una noche, tras un monólogo (mío), saqué la conclusión de que Charlie siempre fue un hombre callado, y que antes de la boda se había esforzado en hablar para conquistarme. Y decidí que las conversaciones interesantes tendría que sostenerlas con mis amigas. Entretanto, Charlie y yo nos tratábamos cortésmente y nos decíamos cosas como: Ӑ¿Haces el favor de pasarme la sal?ӑ Íbamos viviendo como si todo fuera viento en popa. Pero no era así. Siempre me creí capaz de charlar de modo agradable con cualquiera, pero mi marido destruía esta confianza. ¿Alguna vez te has encontrado sentada frente a tu marido en un concurrido restaurante y has pensado: Ӑ¿Qué diantre puedo decirle a este hombre con el que estoy viviendo y con el que tengo intimidad?ӑ Era desesperante. Una noche, durante la cena, mientras todo el mundo charlaba animadamente, mi cerebro era incapaz de producir un solo comentario inteligente que hacerle al hombre que quería. Todas las noches cuando Charle volvía del trabajo, entraba con él por la puerta una nube de malestar. Era algo casi tangible. Su llegada al hogar debía ser mi momento culminante. Durante todo el día había estado esperando la hora de mostrarme cariñosa y solícita, pero aquella nube enrarecía el ambiente de toda la casa. Algo desconocido nos enfrentaba. Había una barrera entre nosotros. A medida que transcurrían los años, las cosas iban de mal en peor. Las barreras eran infranqueables. No sabía qué las levantaba ni cómo derribarlas. A veces duraban días, semanas y hasta meses. Me sentía inerme y desgraciada. No quería que nada se interpusiera entre nosotros, y

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mucho menos aquel enemigo indefinible e intangible al que no podía combatir. ӐTengo

que aprender a adaptarme ⎯me decía⎯. Miles de personas lo

han hecho.ӑ Y me adapté. Pasaron varios años. Nació Laura, nuestra hija, y dediqué a ella mis horas y mis desvelos. Todavía cavilaba acerca de mi falta de comunicación con Charlie, y comprendía que la ternura y el romanticismo habían ido esfumándose de nuestras relaciones. Teníamos nuestros momentos, sí, pero eran pocos y yo me sentía ávida de romanticismo. A veces pensaba en nuestra época de novios. ¡Qué romántico era Charlie entonces! Besaba fabulosamente; pero ahora escaseaban sus besos. ¿Qué había sido de mi ferviente enamorado? A los pocos años de casada, a veces me sorprendía a mí misma suspirando sentada delante del televisor. Cuando el protagonista tomaba en sus brazos a la chica, yo deseaba que Charlie me abrazara a mí, que me ahogase a besos, que me alborotara otra vez el corazón con sus caricias. Todos los artículos que había leído sobre el matrimonio decían que, con el tiempo, varían las relaciones entre el hombre y la mujer y que, del apasionamiento del noviazgo, se pasa a un amor más sosegado. Y, al mirar a mi marido, recostado en su butaca noche tras noche, pensaba: ӐEso debe de ser; nuestro amor se ha sosegado.ӑ Y aquello no me gustaba ni pizca.

TENSA Y QUISQUILLOSA A los cuatro años, Laura empezó a ir al parvulario. Todas las tardes volvía a casa cantando una cancioncilla que decía: ӐPor dentro y por fuera, vivo a todas horas feliz y dichosa.ӑ Una noche, después de oír el estribillo nueve veces por lo menos, Charlie me miró de un modo extraño, mientras ahogaba la risa. ⎯Oye ⎯me dijo⎯, acabo de dar con la canción para ti. ӐPor dentro y por fuera, vivo a todas horas tensa y quisquillosa.ӑ

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Se echó a reír, con las manos en los costados; pero a mí me hizo polvo. Ӑ¿Será broma, o seré realmente quisquillosa?ӑ A pesar de mis esporádicos estallidos, me consideraba una mujer serena y equilibrada. Me veía como a una amante esposa y madre que sabía salvar magistralmente los peores escollos sin levantar nunca la voz. Desde luego, no era un retrato muy fiel; pero tampoco estaba preparada para oír aquello. Al día siguiente hice limpieza a fondo de toda la casa, pues esperábamos la visita de unos amigos del Norte. Entre otros trabajos extraordinarios, me dediqué a dar brillo a la mesa del comedor, hasta dejarla resplandeciente. Poco antes de que se presentarán los invitados, Charlie llegó a casa y vació la cartera de mano ⎯libros, llaves, dinero suelto y demás⎯, ¿adivinas dónde? En mi flamante mesa del comedor. He de reconocer que mi reacción fue un tanto exagerada. Cuando se disipó la nube en forma de hongo, Charlie me miró fríamente y observó con displicencia: ⎯¿No te parece que te sales del tiesto con mucha facilidad? Yo quedé dolida y anonadada. Ӑ¿Acaso no tengo derecho a reaccionar con viveza? ¿Realmente me salgo del tiesto con facilidad? ⎯me preguntaba⎯. ¿Por qué soy tan quisquillosa? ¿Qué me pasa? ¿Qué nos pasa?ӑ Sí; muchas veces estaba irritable; más aún tiraba a cardo. En aquellos momentos, la vida no era muy grata. Ni yo misma me aguantaba. ¿Cómo iba a aguantarme mi familia? Me esforzaría en corregirme. Preparé un menú especial para la cena del día siguiente y me propuse ser una esposa modelo. Pero el suelo se me hundió bajo los pies. Mientras comíamos el puré de patatas, Charlie anunció, con la mayor naturalidad, que a la noche siguiente saldríamos con unos clientes. Sin poder contenerme, exclamé: ⎯¡Oh, no! ¡No podemos! ⎯Y me puse a contarle los planes que había hecho. En su cara apareció una expresión terrible y dura. Yo sostuve su mirada. en tono mesurado, me preguntó: ⎯¿Por qué discutes todas y cada una de mis decisiones? ⎯¿Que yo discuto? ⎯repetí⎯. Nunca las he discutido.

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⎯Me paso el día peleando con la gente y no tengo intención de pelearme también contigo por la noche. ⎯¿Pelear? Si no peleamos … ⎯En lo sucesivo, cuando tengamos que ir a algún sitio, te lo diré con veinte minutos de anticipación. Así tendrás tiempo de arreglarte y nos ahorraremos las discusiones. Bueno, mi estupenda cena se había ido al agua. Corrí escaleras arriba y me eché a llorar. Me parecía que mi pequeño mundo se desmoronaba. Lo que más me preocupaba en aquel momento era pensar que siempre iba a tener

solo

veinte

minutos

para

prepararme

antes

de

cualquier

acontecimiento. Mi propia vida sería un misterio para mí. El tono tajante de Charlie me había asustado. Sabía que hablaba en serio. En vista de que él no subía a consolarme, tuve que dejar de llorar. Empecé a pensar en nuestro matrimonio y en lo que estaba ocurriendo exactamente. Nos queríamos. Tal vez, nuestras relaciones eran mejores que las de la mayoría de las parejas que conocía. Pero, aunque estábamos unidos como marido y mujer, no teníamos comunión de espíritu. Yo sabía que aquellos disgustos no significaban que el divorcio fuera inminente, pero también sabía que no vivíamos en un éxtasis de felicidad. Aquella noche, después de hacer balance de la situación, hube de reconocer que las cosas no marchaban muy bien. No adelantábamos nada. Había que hacer algo radical. Lo de Ӑno dejes para mañana lo que puedas hacer hoyӑ era una posibilidad que se nos ofrecía con claridad. Al paso que llevábamos, al cabo de diez años nos odiaríamos. La mediocridad nunca me sedujo en ningún sector de la vida, y mucho menos en el matrimonio. No quería un matrimonio de apariencias; quería lo mejor. Aquella noche tomé la decisión de variar el rumbo para evitar la colisión.

CHARLIE, FOROFO El cambio empezó con mi búsqueda de conocimientos. Compré todos los libros que pude encontrar sobre el matrimonio. Leía hasta quedar bizca

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por las noches. Hice cursillos de perfeccionamiento. Estudié libros de psicología. Estudié la Biblia. Una y otra vez, surgían ciertos principios, que empecé a aplicar a mi matrimonio, con resultados asombrosos. A medida que iba aprendiendo a vivir de acuerdo con estos principios, mis actitudes cambiaban de día en día. Casi inmediatamente, Charlie empezó a cambiar a su vez. Volvía a hablar conmigo como antes. A veces le faltaba tiempo para decir todo lo que se le ocurría. Yo me sentía como si volviéramos a ser novios. El matrimonio era una delicia. Habían desaparecido las barreras. Una noche nos quedamos sentados en la cama, hablando acerca de nuestros sentimientos más íntimos durante horas. Volvía a compartir conmigo sus ilusiones y sus anhelos. Casi no me atrevía a creer que se hubiese restablecido aquella íntima comunicación. Me di cuenta de que nos sonreíamos de nuevo. Este descubrimiento me hizo sentir dolor. ¡Cuán lejos habíamos estado el uno del otro! Cierta vez en que bromeábamos en familia acerca de un pequeño incidente, pensé, con brusca congoja: Ӑ¡Uf! ¡Cuánto tiempo hacía que no se reía a gusto en esta casa!ӑ Charlie ya no pasaba las veladas en su butaca, delante del televisor, sino a mi lado, en el sofá, abrazándome. Cuando nos cruzábamos por la casa, me daba una palmadita. Empezamos a comportarnos como chiquillos enamorados y no como un matrimonio cansado, programado y aburrido. Fue formidable, os lo aseguro. Restablecida la comunicación, no tardó en llegar el romanticismo. Al fin comprendí que mi reservado marido lo había echado de menos tanto como yo. Una noche, cuando llevábamos varias horas durmiendo, me despertó para decirme cariñosamente: ⎯Amor mío, quería decirte que te quiero mucho. Luego dio media vuelta y volvió a dormirse. Bueno, a ti quizá tu marido suela despertarte por la noche para decirte que te quiere, pero el mío nunca lo había hecho en seis años de matrimonio. Me quedé un buen rato despierta, saboreando el momento. Y pensé: Ӑ¿Es que la aplicación de estos principios puede ser la causa del

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maravilloso cambio que se ha producido en la actitud de mi marido hacia mí?ӑ A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, Charlie dijo a nuestras dos hijas: ⎯¡El que quiera a mamá, que aplauda! Y todos batieron palmas entusiásticamente. Esta demostración, viniendo de mi serio y circunspecto marido, me abrumó. ¿Mi formalísimo abogado, un forofo? ¡Era el colmo! Aquella misma semana asistimos a la final de un campeonato de tenis. Entre volea y volea, mi marido me atraía hacia sí. Él siempre fue muy reservado en público, y ni siquiera le gustaba cogerme la mano. Su actitud era tan cariñosa, que uno de nuestros amigos comentó: ⎯Pero, ¿qué os pasa? ¿Estáis enamorados o qué? A mí me entraron ganas de ponerme a saltar y gritar: Ӑ¡Sí, señor, y deja que te cuente como ha sido!ӑ Mi cambio de vida empezó a afectar también de modo ostensible la forma de vida de Charlie. Empezó a traerme regalos cuando volvía a casa por la noche. Nunca lo había hecho. A mí no me importaba. Era, sencillamente, un hombre parco, y los dos lo admitíamos así. Incluso sus amigos le gastaban bromas acerca del cuestionario al que supeditaba todas las compras: Ӑ¿Nos hace falta? ¿Podemos permitírnoslo? ¿Podemos pasar sin ello?ӑ Antes de llegar a la pregunta número tres, casi todo había sido rechazado. Un día me llamó por teléfono para preguntarme si estaría en casa a las tres. No sospechaba de qué se trataba, y me quedé atónita al ver llegar una camioneta con un nuevo congelador. Llevaba años suspirando por el congelador, y él llevaba años negándose a comprarlo. Todas las casas en las que habíamos vivido tenían congelador, pero yo quería uno que no tuviera los gérmenes de los inquilinos anteriores. Mi marido decía: ⎯¡Eso es ridículo! ¿Para qué comprar otro, si éste funciona? Y ahora, sin que yo se lo pidiera, él me lo regalaba. En mis tiempos Ӑde cardoӑ le había pedido con insistencia que me dejase cambiar la decoración del cuarto de estar. Estuve porfiando durante

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tres años. Aquel cuarto se convirtió en una obsesión para mí. Me repelía. Solo el tener que cruzarlo me daba grima. Insistí tanto que Charlie, exasperado, me replicó: ⎯Mira, el cuarto me gusta tal como está. No pienso cambiarlo y no se hable más. Me llevé un gran disgusto. Lo había puesto en disparadero, y la cosa no tenía ya remedio. Pocos meses después de mi decisión de cambiar de conducta, Charlie me dijo una mañana, durante el desayuno. ⎯Cariño, he pensado que puedes hacer lo que te parezca con el cuarto de estar. Y, de paso, podrías arreglar también la sala y el comedor. Bueno…, dejé de estrujar las naranjas y me puse a estrujarle a él. Este nuevo amor nuestro nos ha traído una vida nueva. Los resultados de aplicar ciertas normas a mi matrimonio han sido tan sensacionales, que he creído necesario exponerlos a otras personas a través de los cursos de cuatro lecciones de ӐLa mujer totalӑ y por medio de este libro. En realidad, muchos de los ejemplos que cito aquí están tomados de casos reales, comentados en las clases de ӐLa  mujer totalӑ. Por ejemplo, una amiga mía acudió a las clases como último recurso. Ella y su marido estaban pensando en el divorcio y llevaban meses sin decirse una palabra amable. Una mañana, en la cocina, su hija de cinco años los oyó gritar. Al fin, dijo: ⎯Cuando sea mayor, no me casaré. No quiero ser como tú y papá. La madre reaccionó inmediatamente, al darse cuenta del triste cuadro que estaba pintándole a su hija. Al final de la primera sesión, la madre se preguntaba cómo podría poner en práctica las normas, pero estaba decidida a probar. Cuando volvió a clase, a la semana siguiente, estaba radiante. ⎯¡Lo que yo he visto esta semana es increíble! ⎯exclamó⎯. Al principio, mi marido ni siquiera me dirigía la palabra; pero yo he cumplido todas las recomendaciones. ¡Antes, nunca me había traído un regalo, y esta semana se ha presentado con dos comisiones, dos rosales y un abrelatas!

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Algunas amigas me han preguntado por qué quiero contar todo esto. Habrá quienes digan que muchas cosas parecen sacadas de una revista del corazón y, en cierto modo, no les falta razón. Pero si deseo compartirlo, es porque mi vida ha mejorado. Y si otras mujeres pueden aprender de mis errores y beneficiarse de mi experiencia, ¿por qué no divulgarlos? Por supuesto que este libro no pretende ser la suprema autoridad en cuestiones matrimoniales. Ni mucho menos. No creo poseer el remedio infalible y fulminante para todos los problemas del matrimonio. Sin embargo, sí creo posible que casi cualquier mujer consiga que su marido la adore en el plazo de unas semanas. Ella puede resucitar el romanticismo, restablecer la comunicación, derribar las barreras y devolver la sal a su matrimonio. En realidad, de ella depende. Posee la facultad para conseguirlo. Si, mediante la lectura y aplicación de estos principios, te conviertes en la Ӑmujer totalӑ y logras ver a tu marido más enamorado de ti que nunca, quedarán recompensados mis esfuerzos en escribir este libro.

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2. GANAR TIEMPO La típica ama de casa norteamericana empieza el día llena de buenas intenciones. En cuanto se marchan su marido y sus hijos, ella se encara noblemente con las Ӑzonas de desastreӑ. Cada una de ellas grita: Ӑ¡Límpiame!ӑ

¿Por dónde empezar? ¿Los cacharros? ¿Las camas? ¿La

plancha? ¿La compra? ¿Los recados? En plena congoja, suena el teléfono. Esta mañana es una amiga que ha tenido un disgusto con su marido. De...


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