LA VIDA Cotidiana Egipto resumen libro Ramsés PDF

Title LA VIDA Cotidiana Egipto resumen libro Ramsés
Author legatus trajano
Course Historia del Egipto Antiguo
Institution Universidad de Sevilla
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Resumen de capítulos del libro...


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LA VIDA COTIDIANA EN

EGIPTO EN TIEMPOS DE LOS

RAMSÉS (SIGLOS XIII-XII a. C) Versión reducida de los capítulos III,V,VI,VII,X,XI,XII.

CAPITULO III LA FAMILIA

I.-EL CASAMIENTO

Para los antiguos egipcios el matrimonio no precisaba formalizarse mediante una ceremonia, aunque las había, sino que era simplemente la concreción del deseo de vivir juntos y fundar una familia. Los novios tenían muchas oportunidades de llegar a conocerse antes del compromiso. Hay estatuas e imágenes que muestran a esposo y esposa enlazados por la cintura, tomados de la mano u ofreciéndose flores o alimentos, y la abundancia de poesía amorosa parece implicar que muchas parejas se enamoraban y se elegían el uno al otro. Fundar una casa y tomar mujer eran expresiones sinónimas. El sabio aconseja a sus discípulos que hagan lo uno y lo otro a su debido tiempo en numerosos casos los padres o los superiores decidieron los casamientos. No obstante, los cantos de amor que han conservado unos papiros de Londres y de Turín establecen que la gente joven goza de gran libertad. Las mujeres jugaban un papel muy importante a la hora de concertar un matrimonio: normalmente se elegía a una mujer para que hiciera una primera aproximación a la madre de la novia, no al padre, aunque después fuera este quien cerraba el contrato. Mi cuerpo no se conoce a sí mismo. Si los grandes médicos vinieran a mi casa, sus remedios no me aliviarían. Los sacerdotes no conseguirán nada. Mi enfermedad no ha sido descubierta Mi curación es su visita. Si la veo me siento bien. Abre los ojos, mi carne se rejuvenece. Habla, y soy fuerte. El abrazo, expulsa el mal de mí. Pero hace siete días que no aparece para mí. Invoca a la diosa "Or", señora de la alegría, de la música, de los cantos, de los festines, del amor: "Adoro a Núbit, exalto a Su Majestad. Los padres consienten. Parecen aprobar la elección de sus hijos. Si resisten, sólo es por fórmula.

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En los cantos de amor el joven llama a su bien amada "mi hermana" y la joven dice "mi hermano" al hablar de su galán. Sin embargo, ha podido observarse que los enamorados no viven bajo el mismo techo y que los padres del joven no son los padres de la joven. Después del casamiento el hombre seguirá llamando a su mujer sonit y no himit. Muchos historiadores modernos han sostenido que los casamientos entre hermanos y hermanas eran regulares en el Antiguo Egipto. Algunos faraones se casaron con su hermana y aun con su hija Ninguna ley lo permitía, pero una ley permitía al rey que hiciera lo que quisiera. Esto no solía darse en otras capas sociales. Hasta el presente no se ha podido citar a un egipcio, noble, burgués o villano, que haya desposado a su hermana de padre y madre. El casamiento del tío con la sobrina parece haber sido permitido, pues en la tumba de un Amenemhat, la hija de su hermana, Baket-Amón, está sentada al lado de su tío, como si fuera su esposa. Faraón ordenó que me llevaran una gran dote de oro y plata y toda la gente de la casa real me la presentaron." El traslado de la joven con su dote de la casa paterna a la del novio constituía, pues, lo esencial de la ceremonia. Los egipcios eran muy aficionados al papeleo, de modo que es muy probable que los casados se presentaran ante un funcionario que les tomaba los nombres y registraba la constitución de un haber conyugal. Cuando una mujer casada debe ir al tribunal, se la llama por su nombre seguido del nombre de su marido: Muy a menudo los esposos van juntos al templo Cuando los escribas y los sacerdotes se habían desempeñado en su oficio y los casados habían tomado posesión de su domicilio, los invitados no tenían más que retirarse. Antes de abandonar a los esposos a sí mismos celebraban un día de fiesta, bebían, comían, tanto como la fortuna de las familias, o su vanidad, lo permitía.

II.-LA MUJER Los pintores y los escultores nos dan de la familia egipcia una idea simpática. El padre y la madre tienen la mano enlazada o se abrazan por la cintura. Los niños, pequeñitos, sea cual sea su edad, se apiñan cerca de los padres. En el reinado de Akhenatón estuvo de moda representar las expansiones de la pareja real. La reina está sentada en las rodillas del rey. El rey y la reina devoran a sus hijos a besos. Los hijos responden acariciando con la manecilla la barba del padre o de la madre. El arte egipcio vuelve a encontrar su austeridad, pero en las pinturas tumbales el marido y la mujer están siempre representados uno al lado del otro, unidos para la eternidad como gusta imaginarse que lo estuvieron durante la vida. La literatura no es tierna para la mujer egipcia. Frívola, coqueta y caprichosa, incapaz de guardar un secreto, mentirosa y vindicativa, infiel naturalmente, los narradores y los moralistas ven en ella el germen de todos los pecados, el saco de todas las malicias. .

La mujer de un maestro de ceremonias engañaba a su marido con un joven al que colmaba de regalos. La mujer de un sacerdote de Ra también engañaba al suyo y poblaba la casa con tres hijos adulterinos . Exige a su amante, primero, que desherede a sus hijos y luego que los mate. De modo que en los cuentos egipcios la mujer no vale gran cosa. Es el hombre quien es fiel, afectuoso, apegado, razonable. Pero los mismos cuentos presentan también al Faraón como un ser limitado y fantástico, obligado a acudir a cada rato a sus escribas y magos. La mujer de Uba-iner, que lo engañaba y lo explotaba, fue quemada y echaron sus cenizas en el Nilo. Si llega a hacerte caer en sus redes, es un crimen que acarrea la pena de muerte en cuanto se sabe, aun cuando ella no lo hubiera consumado hasta el fin. El adulterio del marido no era objeto de ninguna sanción, por lo menos que sepamos. El hombre tenía el derecho de introducir concubinas en su casa.

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III. - LOS HIJOS El escriba Any aconseja a sus lectores que se casen pronto y tengan muchos hijos. El consejo era superfluo. Los egipcios amaban a los niños. La mirada caiga sobre las estelas de Abidos o sobre grupos esculpidos, en todas partes se verán niños. La familia se agrupa alrededor de su jefe. Los niños sujetan en las manos el bastón del padre. Los muchachos se ejercitan en tirar el búmeran y el arpón y lo hacen muy bien. Trepan a las rodillas del rey o de la reina, y no temen acariciarles la barbilla. Las mayores toman parte en la entrega de condecoraciones. Sedientos de ternura, los dichosos padres estrechan a los pequeñuelos en sus brazos y se los comen a besos. Estrabón nota asombrado que una costumbre especial de los egipcios, a la que tienen mucho apego, consiste en criar a todos los hijos que les nacen. Esa fecundidad de las familias, en contradicción con las costumbres griegas, se debe a la fertilidad del país y a la benignidad del clima. Aun cuando todos los hijos eran bien recibidos, el deseo de tener un varón era universal. El papel de un hijo es hacer vivir el nombre del padre. Su deber, que recuerdan cien inscripciones, es inhumarlo, vigilar el cuidado de su tumba. Los egipcios han encontrado a qué divinidad pertenecen cada mes y cada día, y, según el día del nacimiento, lo que la suerte le reserva, cómo morirá y lo que debe ser. Los padres se apresuraban a dar un nombre a la criatura. No podían dejar de hacerlo, pues los egipcios no tenían apellido. Los nombres de los egipcios son a veces muy cortos, Ti, Abi, Tui, To. A veces forman toda una frase: "Dyed-Ptah-iufankh: Cuando los padres han adoptado un nombre para su hijo, no tienen más que hacerlo registrar por la autoridad competente. El niño de corta edad quedaba con la madre, que generalmente lo llevaba contra el pecho en una mochila colgada del cuello, que le dejaba las manos libres. El escriba Any rinde homenaje a la abnegación de las madres egipcias: "Devuelve a tu madre todo lo que ha hecho por ti. Llegaba el día en que el muchacho ya no podía conformarse con un simple collar por ropa. Al varón se le daba un taparrabo y un cinturón, y a la niña un vestido. La entrega de esos atributos era un acontecimiento en la vida del niño. Entre los campesinos, entre los artistas, el niño seguía en casa, aprendía a cuidar los rebaños, a manejar las herramientas, para ejercer a su vez el oficio en que había nacido.

IV. - LOS SIRVIENTES Y LOS ESCLAVOS No siempre es fácil distinguir entre los hombres que gravitan alrededor de un gran personaje los que le asisten en sus funciones de los que están a su servicio o al de su familia. Podemos, pues, admitir que los servidores eran retribuidos, mantenidos por el que los empleaba, con sus propios medios. Varias palabras egipcias corresponden poco más o menos a nuestro vocablo criado o sirviente: los escuchas, los que escuchan el llamado, los escanciadores, El chemsu acompañaba al señor en sus salidas, y cuando se detenía, desplegaba la estera, la extendía en el suelo, le entregaba el gran bastón, y de cuando en cuando pasaba la escobilla. El señor podía entonces recibir a sus intendentes, escuchar un informe. Otro chemsu le llevaba las sandalias durante la marcha. En la parada, le limpiaba los pies y lo calzaba. Los que acabamos de nombrar eran, si no nos equivocamos, servidores libres. Podían retirarse del servicio del señor, tomar oficio, adquirir una propiedad y gozar, si tenían los medios, de la dicha de que a su vez los sirvieran. Por el contrario, las gentes que se llaman hemu o beku pueden ser consideradas, al menos en el Nuevo Imperio, como verdaderos esclavos. No sólo se los trata duramente, sino que si se escapan, corren a buscarlos. La mayor parte de las veces, si no es siempre, esos esclavos son de origen extranjero. Capturados durante una campaña victoriosa en Nubia, en Libia, en el desierto oriental o en Siria, han sido atribuidos por el Faraón o su heraldo al que los había tomado, si se trataba de un acto

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individual, o repartidos entre los guerreros, si se ha tomado de golpe una masa de enemigos. El señor podía alquilar o vender a su esclavo. El señor castigaba a su esclavo, pero también se apaleaba a pastores, empleados y contribuyentes recalcitrantes. Los esclavos que saben darse maña llegaban, pues, a dejar la condición servil y a fundirse en la masa de la población.

V. - LOS ANIMALES FAMILIARES

El perro, que es el compañero y el auxiliar del hombre en la caza, tiene entrada en la casa. Se instala muy tranquilamente bajo la silla del amo para dormir, al modo de los perros, con un ojo abierto. El perro del pastor tampoco deja al amo, que le recomienda con la voz y la mímica que reúna el rebaño y abra la marcha. Los egipcios no han negado a los perros las honras fúnebres o divinas, pero debe hacerse observar que sus artistas no han representado jamás al hombre acariciando al animal o jugando con él. Se guardaban las distancias. Los perros tenían nombres. En la primera dinastía un perro se llamaba Neb, "señor". Ha sido enterrado cerca de su amo y se ha encontrado la estela donde se grabaron su nombre y su imagen. El mono ha ido quizá más allá en el camino del corazón del hombre. En el Antiguo Imperio ya tiene entrada en la casa. Divertía a todo el mundo con sus muecas y sus brincos y también por sus bromas, para las cuales encontraba compinches, los enanos y los jorobados, que entonces formaban parte del personal de una casa importante. Los monos tienen afición a la silla del amo. A falta de enanos y jorobados, los niños de la casa y unos negritos son sus compañeros habituales y a veces sus víctimas. Cuando las frutas están maduras se ven monos trepando a los árboles. Sin duda comen más dátiles e higos de cuantos recogen El gato, hasta el Imperio Medio, no parece haber conseguido introducirse en las casas. Sin enajenar la independencia de su carácter ni olvidar sus instintos de cazador, se ha convertido en huésped de la casa. Consiente en quedar sentado bajo la silla de sus dueños, pero más atrevido que el perro, les salta gustoso a las rodillas y se afila las zarpas en los hermosos vestidos de lino. Acepta que le pongan un collar en el cuello. No le desagrada el adorno. Los egipcios no ignoran que el gato es el terror de los ratones. Para que se apegue a la casa mejor que con atadura, el dueño le regala un hermoso pescado al que devora debajo de la silla. Entre las aves de corral, los egipcios distinguieron muy pronto el ganso del Nilo. Este comparte con el gato el lugar privilegiado protegido por la silla del dueño. De carácter muy independiente, no abusa de ese privilegio y volvía a recrearse a las orillas del Nilo. Sus fechorías eran numerosas. Puede que llegado el caso se mostrara tan buen guardián, tan incorruptible como el perro. Y si era necesario que lo corrigieran, el mono se encargaba gustoso, al precio de unos picotazos.

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CAPÍTULOV LA VIDA EN EL CAMPO

I - LOS CAMPESINOS

PARA EL ESCRIBA todos los oficios manuales son despreciables, pero el de agricultor es el peor de todos. La gente se usa en él tan pronto como el material. Apaleado y explotado por sus señores y los agentes del fisco, robado por sus vecinos, por los merodeadores, decepcionado por los elementos, arruinado por las langostas, los roedores y todos los enemigos del hombre, tal es el hombre de campo. Su mujer, encarcelada, sus hijos tomados en rehén. Cuando los campos están sembrados —dice Heródoto—, el campesino no tiene más que esperar tranquilamente el tiempo de la cosecha. Diodoro, en puja con su antecesor, escribe: "En general, en los demás pueblos, la agricultura exige grandes gastos y muchos cuidados. Sólo entre los egipcios se la ejerce con pocos medios y trabajo." Entre los egipcios que iban a las escuelas había partidarios de la vuelta a la tierra. Eran los locos para los cuales el escriba compuso su cuadro siniestro.

II.-El RIEGO DE LOS JARDINES Anotamos el gusto de los egipcios por los jardines. Tanto en la ciudad como en el campo, cada propietario quería tener el suyo y hacerle producir legumbres y frutas. El trabajo del riego era el más absorbente. Es el único, entre los trabajos de jardinería sobre el que estemos algo informados. La huerta estaba dividida en cuadraditos por regueras que se cortaban en ángulo recto. El rendimiento de esas máquinas primitivas era satisfactorio. Lo que lo prueba es que todavía se emplean. Sin embargo, parece que los egipcios del Nuevo Imperio reservaron su empleo para el riego de los jardines. No se los ha observado nunca en los cuadros que representan los trabajos del campo. En cuanto a la noria, cuyo chirrido parece ahora inseparable de la campaña egipcia, jamás figura en los documentos faraónicos. Se ignora en qué momento la introdujeron en el valle del Nilo.

III.-LA VENDIMIA Todo jardín tenía cuando menos unas cepas colocadas contra la pared o bordeando a los lados la avenida central. Los sarmientos, prendidos de postes y viguetas, formaban una bóveda de la que, en lo más fuerte del verano, colgaban los hermosos racimos de uvas azules que los ciudadanos saboreaban.

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En la Delta, el cultivo de la vid estaba más desarrollado, menos en vista de la uva de mesa que para el vino. De todo tiempo se conocían los vinos del pantano (meh) de Imit al norte de Faqus, de la Pescadería (ham), de Sin en la región de Pelusa, el vino de Abech que se guardaba en jarras de tipo especial protegidas por un almohadón de cestería, mencionados en la pancarta. Era transportado en jarras selladas hasta la residencia de los faraones tinitas. Grandes bebedores de vino .Los vendimiadores se esparcen bajo las parras. Cortan con los dedos, sin cuchillo, los hermosos racimos de uvas azules. Llenan unas espuertas sin aplastarlas, pues la espuerta no es impermeable, y se marchan cantando, la espuerta en la cabeza, para echar las uvas en la cuba. Y vuelven a la viña. En ninguna parte, por lo menos que yo sepa, se utilizan animales para el transporte de la uva. Las cubas eran redondas y bajas. No sabemos de qué material estaban hechas. Cuando han traído suficiente cantidad de uvas, los vendimiadores suben a la cuba y sujetándose a las cuerdas, probablemente porque el fondo no era llano, pisaban la vendimia con entusiasmo. Los que pisaban la uva podían cantar al mismo tiempo que bailaban en la cuba. El zumo cae por una, dos o tres aberturas en un estanque. Recogido en cubos de ancha boca, se trasegaba el vino a ánforas de fondo plano, donde sufría la fermentación. Terminada ésta lo trasegaban a ánforas hechas para el viaje, largas, puntiagudas, con dos asas y un cuello estrecho, que se tapaba con yeso. El inevitable escriba asistía a todos esos trabajos. Había contado los canastos a medida que los traían los vendimiadores, y ahora inscribía en el ánfora las indicaciones, año, cosecha, nombre del viñador, que luego trasladaba a sus registros. Los egipcios no eran ingratos, pero eran previsores y aprovechaban las buenas disposiciones en que su piedad colocaba a la divinidad para pedirle nuevos favores. Su fiesta principal se celebraba al principio de la estación de chemu, que era también el principio de la cosecha. Los viñadores la festejaban a su vez cuando había terminado la pisa de la uva.

IV. - LABORES Y SIEMBRA El cultivo de cereales es, en tiempo de los Ramsés, el cultivo esencial. Los campos de cebada y de trigo se sucedían desde los pantanos de la Delta hasta la catarata. Los campesinos egipcios eran principalmente labradores. Mientras Egipto permanecía bajo el agua, durante los cuatro meses de la estación ajit poco tenían que hacer, pero en cuanto el Nilo volvía a su lecho había que aprovechar los días que la tierra, aún blanda por la inundación, se dejaba trabajar fácilmente. El sembrador ha llenado de granos un canasto de dos asas, de un codo de altura y casi tan largo. Para venir del pueblo lo lleva a cuestas y cuando llega se lo cuelga del cuello con una cuerda bastante larga, para que su mano pueda fácilmente sacar los granos que desparrama por el suelo. El arado sigue siendo, en tiempos de Ramsés, el instrumento rudimentario que habían puesto en su punto los primeros labradores. Para labrar la tierra se emplean siempre vacas, nunca bueyes. Es sabido que las vacas que trabajan dan poca leche. Los bueyes, los reservaban para los entierros. Ellos son los que tiran del sarcófago. Los conductores son, generalmente, dos. El trabajo más cansador es el del hombre que va en las manceras. Su compañero no tiene más que guiar la yunta, pero en lugar de precederla caminando a reculones, está a un costado y camina en el mismo sentido. Ese compañero es a veces un niño desnudo, con un rizo que le tapa la mejilla derecha, y lleva un canastito. No lo han creído capaz de manejar un látigo o un palo. Para hacerse obedecer no tiene más que sus gritos. A veces la mujer del labrador es la que esparce la semilla. Esas largas jornadas de trabajo no siempre transcurren sin incidente. Los árboles proporcionaban la madera para el material agrícola. Su sombra era la amiga del labrador. Llegada la noche, se desuncen los animales y los reconfortan con buenas palabras y comida. En las tierras que habían estado mucho tiempo inmergidas podían ahorrarse todo ese trabajo largando, después de sembrar los granos, un rebaño. Los bueyes y los asnos eran demasiado pesados. En los

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tiempos antiguos se valían de un rebaño de ovejas. El soterrar los granos sugería a los egipcios ideas serias, o para decirlo mejor, ideas fúnebres. Los griegos habían observado que en esa época celebraban ceremonias análogas a las que se hacen en los funerales y en los días de duelo. Heródoto cree ingenuamente que después de arar y sembrar el campesino no tenía más que cruzarse de brazos hasta la siega. Si lo hubiese hecho, su cosecha se hubiera comprometido mucho. El riego era, pues, un deber imperioso. Los ingenieros que regulaban las esclusas del lago Moeris las abrían cuando los agricultores necesitaban agua. Los canales se llenaban. Por medio del cigoñal o, con más trabajo, con cacharros, se distribuía el agua en regueras. Las abrían, las tapaban sucesivamente, hacían otras nuevas, edificaban diques, todo eso con los pies, pues en una pintura tebana vemos que pisaban el limo utilizado para la fabricación de alfarería.

V. - LA SIEGA Cuando las espigas empezaban a ponerse amarillas, el campesino veía con aprensión los campo...


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