Misterio de la encarnacion PDF

Title Misterio de la encarnacion
Author Sofi X3
Course Teologia
Institution Educación Secundaria (Argentina)
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Texto sobre el misterio de la encarnación del colegio FASTA...


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II PARTE LOS MISTERIOS DE LA VIDA DE JESUCRISTO I) EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN A) JESUCRISTO FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO El Hijo de Dios se encarnó en el seno de la Virgen María, es decir que, por obra del Espíritu Santo, asumió junto a su eterna naturaleza divina una naturaleza humana concebida en el tiempo, ambas indisolublemente unidas en la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. ¿Por qué hizo algo tan extraordinario, “abajándose” tanto, a la altura de una de sus criaturas? Por amor a nosotros los hombres y por encargo de su Padre. ¿Para qué? Para nuestra eterna salvación, para reconciliarnos a nosotros pecadores con Dios, para darnos a conocer su amor infinito, para ser nuestro modelo de santidad y para hacernos “partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe. 1,4), es decir, para darnos el regalo sobrenatural de la Gracia santificante que nos hace hijos adoptivos de su Padre. El apóstol San Pablo nos trae un antiquísimo himno compuesto para alabar a nuestro Señor, que reúne bellamente todo lo dicho: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre” (Fil. 2,6-11).

Madre del Verbo Encarnado

Precisemos un poco más sobre lo hasta aquí dicho (¡estamos hablando del Misterio que dejó asombrados a los ángeles del cielo!). La concepción virginal de Jesús significa que fue concebido en el seno de la Virgen sólo por el poder del Espíritu Santo y la aceptación libre de María, sin participación alguna de varón (San José es el padre “adoptivo” o “legal” de Jesús, pero no por eso menos meritorio, como

veremos luego). Jesucristo es Hijo del Padre celestial según la naturaleza divina desde toda la eternidad, e Hijo de María según la naturaleza humana desde su milagrosa concepción. Pero es propiamente Hijo de Dios al encontrarse en Él una sola Persona, la divina del Dios Hijo, el “Verbo”, el “Logos”, la “Palabra” (Sabiduría) de Dios. Un destacado autor nos advierte: “todo aquel que no quiera hablar del Cristo que obra milagros, ni de su figura divina, no tiene otro recurso que suprimirlo por entero”. Ambas naturalezas, la divina y la humana se encuentran perfecta e indisolublemente unidas en la Persona divina del Verbo, y por eso a esta unión se la llama Unión Hipostática. Por tanto, no hay que descuidar este gran misterio —la fe en la Encarnación es signo distintivo de la fe cristiana—: que Jesús, siendo Dios por su naturaleza divina, es también Hombre como nosotros por la naturaleza humana que recibió de María; pero no es una persona humana como nosotros sino una Persona divina, el Verbo de Dios. Conviene remarcar esto, porque no faltaron negaciones de su divinidad a lo largo de la historia de la Iglesia, es decir, que hubo quienes predicaron que era sólo un hombre extraordinario, pero no Dios (volveremos prontamente sobre esto). La Iglesia expresa el misterio de la Encarnación afirmando que Jesucristo es verdadero Dios por su naturaleza divina y verdadero Hombre por su naturaleza humana. Y que ambas naturalezas no se encuentran confundidas, ni mezcladas, ni una absorbida por la otra, sino unidas en la Persona del Verbo, unión que nunca cesará. Todo Dios y Dios entero. Todo Hombre y Hombre entero. O se lo toma todo, o se lo deja todo. Meditemos con San Agustín sobre la grandeza del Verbo Encarnado, aunque tal vez nunca sea suficiente lo que digamos de este Misterio que maravilló a los cielos y a la tierra: “Cristo debía venir en nuestra carne; era Él, no otro, ni un ángel ni un mensajero, era Cristo mismo que tenía que venir para salvarnos (Is. 35,4) (...) Había de nacer en una carne mortal: un niño pequeño, recostado en un pesebre, envuelto en pañales, amamantado; un niño que crecía con los años y al final murió muerte cruel. Todo esto nos es testimonio de su profunda humildad. ¿Quién nos da estos ejemplos de humildad? El Dios altísimo. ¿Cuál es su grandeza? No la busques en la tierra, sube más allá de los astros. Cuando llegues a las regiones celestiales, oirás decir: sube más arriba. Cuando hayas llegado hasta los tronos y dominaciones, principados y potestades (Col. 1,16) aún oirás: sube más arriba, nosotros somos meras criaturas. «Todo fue hecho por ella» (Jn. 1,3.) Levántate, pues, por encima de toda criatura, de todo lo que ha sido formado, de todo lo que ha recibido su existencia, de todos los seres cambiantes, corporales o espirituales. En una palabra, por encima de todo. Tu vista no llega alcanzar la meta. Es por la fe que te tienes que elevar, ya que ella te conduce hasta el Creador (...) Entonces contemplarás «la Palabra que estaba en el principio (...) La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir. En ella estaba la vida» (Jn. 1, 14.) Esta Palabra ha bajado hasta nosotros. ¿Qué éramos nosotros? ¿Merecíamos que llegara hasta nosotros? No, éramos indignos de su compasión, pero la Palabra se compadeció de nosotros”. B) LA NATURALEZA HUMANA DEL VERBO ENCARNADO

En cuanto Persona divina y Dios mismo que es, Jesús posee todos los atributos propios de la su naturaleza: perfectísimo, único, eterno, inmenso, omnisciente, bondadoso, omnipotente, y un infinito etc.34. Por tanto, al ser verdaderamente Dios, Jesús puede perdonar pecados, hacer milagros, juzgar, etc., todo lo cual lo hace a través de su naturaleza humana. Y por lo mismo, todo en la humanidad de Jesús —hechos, dichos, sufrimientos y la misma muerte— debe ser atribuido a su Persona divina. En cuanto hombre, San Pablo señala que es semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado (cfr. Hebr. 4,14-15). Veamos un poco más esto. a) JESÚS, HOMBRE PERFECTO: El Hijo de Dios asumió un cuerpo humano dotado de un alma racional humana. Es decir, una naturaleza humana completa. Esto conviene explicarlo, porque fueron muchos los errores (herejías) que fueron apareciendo a lo largo de la historia de la Iglesia acerca de su humanidad. Las principales son:   

que su cuerpo humano era sólo apariencia, algo fantasmal, porque Dios no puede ser de ninguna manera corpóreo; que era sólo un cuerpo humano sin alma (una especie de cáscara para hacer visible su divinidad); que no era humano (más bien una “supercriatura”, incluso superior a los ángeles, o algo así).

Y fue tanta la insistencia que se puso en negar que fuera Hombre verdadero (por querer afirmar su divinidad), que se terminó negando que fuera Dios verdadero (de tanto querer resaltar su humanidad). Respecto a esto último, encontramos principalmente en nuestros días los que afirman que uno era el “Jesús histórico” (el auténtico, que vivió en Galilea hijo de María, hombre religioso y amante de la paz), y otro distinto era el “Cristo de la Fe” (una idealización de los seguidores de Jesús, quienes tras su cruel muerte lo “elevaron” a la altura de una divinidad y que, por tanto, nunca existió como tal). Descartados todos estos embrollos, describamos ahora —de acuerdo a la Fe revelada y al Magisterio de la Iglesia— su perfecta humanidad que hace visible su divinidad. Con su inteligencia humana asumida en la Encarnación, Jesús aprendió muchas cosas de orden material o sensible mediante la experiencia (a esto se lo llama “conocimiento experiencial”). Asimismo, también en cuanto Hombre, el Hijo de Dios tenía un conocimiento íntimo e inmediato de Dios su Padre (esto es la “visión beatífica”). Penetraba además los pensamientos secretos de los hombres y conocía plenamente los designios eternos que Él había venido a revelar, sumado a un perfecto conocimiento de todo lo pasado, lo presente y lo futuro (a lo cual se denomina “ciencia infusa”). Toda esta ciencia (o conocimiento) la tenía Jesús en su inteligencia humana por hallarse unida — desde la misma Encarnación—a su inteligencia divina que posee desde toda la eternidad en cuanto Persona divina que es. Jesús, verdadero hombre, era y es dueño integral de toda ciencia humana natural y sobrenatural, sin ignorancia de ningún tipo. Jesús tiene también, junto a su voluntad divina, una voluntad humana. En su vida terrena, el Hijo de Dios ha querido humanamente lo que Él ha decidido divinamente junto con el Padre y el Espíritu Santo para nuestra salvación. En cuanto a su voluntad humana (como ya hemos señalado) es igual a nosotros en todo excepto en el pecado (es inmaculado e impecable; cfr.

Jn. 8,46). Ya su voluntad humana en su vida terrena (o sea, antes de su gloriosa Resurrección) estaba exento de todos los desórdenes de las pasiones y de la tendencia al mal (llamada “concupiscencia”, que es una consecuencia del pecado original de Adán). Por eso sigue libremente a su voluntad divina. Pero no por ello dejaba de tener sentimientos bien humanos (se reía, se alegraba, se enojaba, lloraba por tristeza, etc.), aunque siempre perfectamente ordenados (y los tiene aún, no los dejó atrás con su Resurrección). Sus sentimientos no le brotaban súbitamente sin el consentimiento de su voluntad y la claridad de su inteligencia36. En síntesis, la voluntad humana de Cristo sigue a su voluntad divina, sin oposición o resistencia, y está subordinada a ella, subordinación completamente libre, no condicionada. Jesús fue siempre un hombre enteramente libre, en especial por su obediencia al Padre (cosa que el hombre no termina de aceptar: para ser auténticamente libres ¡hay que obedecer a Dios!). Cristo asumió un verdadero cuerpo humano, mediante el cual Dios invisible se hizo visible. Por esta razón, Cristo puede ser representado y venerado en las sagradas imágenes. Su cuerpo mortal no estaba exento de las debilidades humanas siempre y cuando éstas no repugnaran su santidad (por eso, antes de su resurrección gloriosa, se cansa, tiene hambre y sed, y padece la muerte). Finalmente, respecto a su Sagrado Corazón, debemos considerar cuidadosamente que Cristo nos ha conocido y amado (y lo hará eternamente) con un corazón humano. Su Corazón traspasado por nuestra salvación es el símbolo del amor infinito que Él tiene al Padre y a cada uno de los hombres: “Sagrado Corazón de Jesús ¡en vos confío!”. Cristo es verdadero hombre como nosotros porque tiene la misma naturaleza que nosotros, pero no la tiene en las mismas condiciones de existencia que nosotros, que aún habiendo sido bautizados seguimos en lucha contra la concupiscencia que llevamos desde el pecado original.

b) JESÚS, EJEMPLO PERFECTO: Dijo Jesús a sus discípulos: “os he dado ejemplo” (Jn. 13,15). Quiso ser pobre con los pobres, despreciado con los despreciados, tentado con los tentados, crucificado con los que sufren y mueren… Esa extraordinaria ejemplaridad de Cristo como verdadero Hombre nos invita a ser semejante a Él en todo lo que podamos, sabiendo que Dios y su Gracia harán el resto. Porque es inevitable que el ser humano tome algún modelo de vida para imitarle en todo o en parte, si bien cada uno luego le pone su individualidad. No existe nadie que arranque de cero y no mire a ningún lado a la hora de ir formando su personalidad. El punto crucial es a quién (o quiénes) toma el hombre como paradigma (en un mundo donde abundan los malos ejemplos, con exposición permanente, esto es un problema37). De cara a esto, no cabe duda que Jesús es el Modelo perfecto de caridad y de todas las virtudes humanas. Él no consiguió una perfección como resultado de una labor educadora recibida. Es perfecto desde la eternidad, en cuanto Dios, y desde la misma Encarnación, en cuanto Hombre. Esto llevado al plano práctico consiste, básicamente, en tener siempre presente este pensamiento, sobre todo a la hora de tomar decisiones importantes: “¿Qué haría Jesús en mi

lugar?”. Y no sirven acá las excusas del tipo “Él puede porque es Dios”, precisamente porque debemos imitarle en cuanto Hombre, y no en cuanto Dios. No es raro que sus contemporáneos, por su obrar cotidiano, exclamaran con asombro: “Todo lo ha hecho bien” (Mt. 7,37). Y por eso mismo tantos se sentían movidos a seguirle. Lo mismo entendieron los santos y santas de todas las épocas y lugares, que por eso llegaron a ser seguidores perfectos de Jesús. No nacieron santos, quisieron serlo siguiendo el ejemplo de su Maestro. Y ellos mismos se convierten, para nosotros, en modelos a seguir. Es parte de la “comunión de los santos” que rezamos en el Credo. Si el pecado original fue desobediencia por soberbia, entonces el punto de partida para imitar en todo a Jesús deben ser las virtudes de la obediencia y la humildad. No hay recetas mágicas ni sorteo de postulantes. Sólo cuando somos obedientes a los divinos mandatos, y cuando asumimos humildemente nuestra condición de pecadores, es que estamos listos para seguirle. Luego, como siempre, la gracia hará el resto....


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