Recensión - recesión sobre Cachorros de Nadie, resumen PDF

Title Recensión - recesión sobre Cachorros de Nadie, resumen
Author leyre puchades canos
Course Familia y Menor
Institution Universitat de València
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recesión sobre Cachorros de Nadie, resumen...


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RECENSIÓN I.

FICHA BIBLIOGRÀFICA:



Título: Cachorros de Nadie, Descripción psicológica de la infancia explotada.



Autor: Enrique Martínez Reguera



Editorial: Editorial Popular



Lugar y fecha de la edición: 2007

II.

RESUMEN: Cachorros de nadie, como indica con el añadido a su título “descripción psicológica de la infancia explotada” Enrique Martínez Reguera describe una amplia revisión de casos con menores que se le han presentado y que la sociedad ha tachado de inadaptados, psicópatas, tarados, viciosos, marginados, delincuentes… Utilizando todas estas etiquetas con las que la sociedad encasilla a un grupo de menores con una procedencia nada favorable para un desarrollo adecuado y una procedencia casi siempre precaria en términos económicos y culturales, Martinez Reguera busca, no tanto defender a los que nunca las instituciones han defendido (que por supuesto también lo hace) si no comprender y hacernos a los demás comprender y valorar lo que nos ha llevado a nosotros a etiquetar a menores con calificativos tan negativos y lo que les ha llevado a ellos a adoptar ciertas conductas y actitudes. Habiendo leído otro libro de este autor, veo que lo que describe la mayoría de las veces es como la acción social que se ha ido desarrollando mediante las instituciones cada vez mejor organizadas y financiadas, no dan paso a resultados cualitativamente mejores en la materia educativa con los menores que necesitan ayuda (los inadaptados o delincuentes). Martínez Reguera fue de las primeras personas en nuestro país que dedicó su vida a la educación de menores que acogía en su casa por varias razones: porque las familias no sabían ya que hacer con ellos, 1

porque los encontraba descuidados y les ofrecía un hogar, etc. Además, también de haber trabajado mucho en la acción socio-comunitaria de barrios marginales o pobres en colaboración con parroquias o escuelas. La visión que nos muestra este autor debido a los tiempos que le ha tocado vivir, es una visión de la acción social muy simplificada que nos lleva a mirar a los menores directamente a la cara y a su persona, sin etiquetas institucionalizadas que convierten las relaciones humanas en burocráticas. Por tanto, en este libro se hace una revisión específica y con casos ejemplificados de procesos que el autor ha considerado comunes en menores desatendidos como la destructividad, el desorden, la suplantación de unos problemas por otros, la inseguridad, etc., comprendiendo y desenmascarando los precedentes a todas las actitudes y comportamientos que los han llevado a ser vistos como delincuentes y culpables, pero no como victimas.

III.

ANALISIS CRÍTICO: En esta parte de la recensión llevaré a cabo una descripción y análisis de las partes que mas interesantes me han parecido del libro. La primera de las ideas que voy a destacar es lo que Martínez Reguera describe como muchacho explotado: candidato óptimo a la función social de “delincuente juvenil” es aquel que por las condiciones de explotación a las que está sujeta su vida, resulta vulnerado en su persona, particularmente en su sociabilidad. Y, enmarcado en un contexto de comportamientos socialmente no aceptables, es finalmente formalizado como “delincuente juvenil”, para a continuación ser rentabilizado. (E. Martínez Reguera, 2007). A donde el autor nos quiere dirigir en esta parte es a observar como el ciclo no comienza con un joven que delinque y es castigado, sino que previamente es explotado y por ello delinque. Esta visión es básica a la hora de trabajar con menores para entender mínimamente sus comportamientos y las razones que los sustentan, su visión de la vida. No podemos culpar al joven que se mete en peleas de adolescentes, si las conductas predominantes que le han rodeado desde que nació han sido basadas en la violencia.

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A lo que nos dirigen las instituciones es a obviar esta explotación clasificando a los menores mediante unas etiquetas simplistas que representan poco de la realidad de estos menores, crean prejuicios en los técnicos y se forma una creencia sobre determinado niño o niña descontextualizada y despersonalizada. Si trabajando en el ámbito de los menores nos llega a las manos un caso en el que la descripción del niño de niña es “violento/a e irracional” nosotros al leerlo, adjudicaremos estos dos calificativos al niño como si de cualidades naturales se trataran y las percibiremos como una amenaza. En todo este asunto, el autor nos hace plantearnos por completo que como estamos tratando a los y las menores que llegan a nosotros, ¿como juguetes defectuosos? ¿O como víctimas de un entorno que les obliga a comportarse como lo hacen como medio para sobrevivir? Para ser más aclarador a continuación el autor nos muestra casos concretos en los que se hace visible la explotación como por ejemplo el caso Pilar, que es una joven, fruto de una violación, abandonada por su madre y acogida por sus tías, su abuela y algunas vecinas durante sus 10 primeros años de vida. Continuas palizas de su tío, que se intensifican cuando es violada porque la familia cree que ella se ha entregado, es atada a la pata de la cama para que no salga a la calle hasta que se marcha de la casa. Empieza a pasar los días en el parque donde comienza a hacer trastadas y su adición al pegamento, busca restos de dinero en el metro y en una ocasión los policías la llevan a comisaría y posteriormente a un centro de menores donde se fuga porque es castigada al ser pillada inhalando pegamento. A sus 16 años ha sido puesta a disposición judicial 49 veces y ha estado presa unas 10 veces en la cárcel de Yeserías. En su expediente se puede leer adjetivos como: peligrosa, desobediente, y agresiva. Con este ejemplo vemos claramente como la dirección en la que se toman las decisiones sobre los y las menores, es en base a prejuicios adjudicados a niños y niñas que constituyen una amenaza para el orden social, que han de ser reprimidos o modificados. Cuando en realidad en nuestra mirada educadora ha de ir siempre antes la comprensión, la empatía y la aceptación y respeto de la visión y percepción que tienen los niños y niñas del mundo y su forma de relacionarse en el. En el caso mencionado (la siguiente opinión la doy desde el desconocimiento del caso completo, ya que en libro aparece una breve descripción) estoy segura de 3

que castigar a Pilar encerrándola en un cuarto por inhalar pegamento hubiera sido lo más antiproducente, primero porque las adicciones no se tratan con castigos y prohibiciones, y segundo porque detrás de esa adicción encontramos todas las situaciones dificilísimas por las que tiene que pasar con tan solo 16 años y que a su corta edad le han conducido a esa adicción, con lo que castigar a Pilar por inhalar sería como pintar el pedazo de techo donde periódicamente aparece una gotera en vez de hacer la obra correspondiente que elimine la gotera. Otro de los fenómenos que nos describe el autor y que a mi me ha llamado especialmente la atención es la suplantación de unos problemas por otros. Martínez Reguera describe la siguiente situación: le avisan de que debía recoger a un niño que tenía acogido a la comisaria porque le habían atrapado rompiendo farolas a pedradas, más tarde en la privacidad de la casa el niño desarrolla el orden de los hechos y le cuenta que en su ausencia le había pegado a un compañero más pequeño (primer problema), temía las consecuencias cuando el regresara y el compañero le informara de lo sucedido así que escapó de casa (segundo problema), al estar toda la tarde fuera tuvo el tiempo sobrante para no aburrirse haciendo otras trastadas (otros problemas), cuando se empezó a hacer de noche como no tenía costumbre de pasar la noche fuera de casa, sin razón aparente se puso a apedrear las farolas (último y nuevo problema que resolvió su situación en cuanto la policía y posteriormente Enrique lo recogieron cómo si así lo hubiera previsto). Esta anécdota (además de divertida) me pareció muy ilustrativa de como esto es una práctica muy habitual en los niños tanto procedentes de situaciones difíciles como niños acomodados o adultos. Obviamente es difícil que me cogieran a mi reventando farolas o a un adulto, pero esta situación en la que nos vemos muchas veces inmersos, en la que no sabemos como deshacer un error y solo conseguimos crear nuevos, pienso que es fruto en parte de la precaria educación emocional que hemos recibido y la poca gestión de las emociones con la que llegamos a la edad adulta. Lo más probable es que este chico en cuestión, durante sus pocos años de vida no haya tenido la libertad de equivocarse y rectificar, puede ser que cualquier motivo fuera motivo de golpes en la casa de su infancia, o que ni siquiera nunca se hayan preocupado lo más mínimo por el, de tal manera que nunca aprendió a resolver un conflicto. Por lo tanto, este niño optó por continuar las trastadas hasta 4

que surgiera alguna cosa que lo frenara, siendo en este caso la policía. En relación con el tema de las etiquetas que hemos hablado antes, pienso que, si tacháramos a este niño de “violento” o “destructivo” porque la policía lo ha pillado rompiendo farolas, significaría que de la situación no hemos entendido casi nada, potenciaríamos en su caso esa etiqueta de destructivo a un niño de unos 12 años porque lo más violento que ha hecho ha sido pegarle un niño más pequeño (cosa que casi cualquier niño ha hecho) y reventar unas farolas a pedradas (trastada que los niños pijos de mi pueblo que gozaban de todo lo que puede gozar un menor, hacían en otro modo reventado los aspersores del parque a patadas, sin que nunca se les abriera un expediente en los servicios sociales como niños peligrosos). La ultima de las partes que voy a incluir en el análisis, debido a que se relaciona de forma bastante directa con las anteriores es la que el autor denomina Sobre la relación. En esta parte lo que se explica es como las relaciones tienen el poder de destruir tanto como de construir. Un ejemplo que nos describe es el de Aurorita, una niña de seis años que tenía una peculiar forma de jugar a las mamás, gritándoles a sus muñecos “¡niiiiiiiiño, desgraciaaaaao, que te calles te digo!” tal y como su madre le gritaba a su hermano de pocos meses. No es ningún misterio que la identidad propia se construye en relación con los demás, y que no hay niños que nacen increíblemente buenos y prometedores, y otros que nacen maleducados o peligrosos. Y aunque leyendo el caso de Aurorita nos riamos, porque la situación que se describe es un tanto cómica, como educadores hemos de ser muy conscientes de que el niño que responde pegando a otros niños al primer indicio de malentendido es porque por culpa de sus relaciones previas ha aprendido a el mecanismo de la violencia como respuesta normalizada. El verdadero desafío en este caso es como construir con ellos una relación constructiva que vaya atenuando estos aspectos de la identidad que no se acercan a la conducta prosocial para potenciar otro tipo de conducta que en un final adopten los menores con los que trabajamos. Martínez Reguera describe a la perfección en el siguiente texto a donde no debe conducir la relación: En un centro determinado de niños difíciles, para que los niños no se escapen, sus guardadores ponen puertas y cristales blindados, elevan las murallas y las coronan con rejas; para defenderse de tan poco convincentes “ayudas” los niños se 5

organizan para evadirse; para que no se organicen los educadores los encierran; para que no los encierren, los niños se arman y amenazan a los educadores; para que no los amenacen, los educadores los aíslan en celdas; para que no los aíslen, los niños se cortan las venas, se rocían en alcohol o se golpean la cabeza hasta destrozarse; para que no se golpeen los educadores comprenden la necesidad de tener celdas acolchadas e insonorizadas;(…) los niños se deterioran psíquicamente; para que no se deterioren psíquicamente, los educadores los ponen en manos de los psiquiatras… (E. Martínez Reguera, 2007) IV.

CONCLUSIÓN: Este fascinante libro, en el que se detalla con pasión las magnificas prácticas que durante su ejercicio de educador Enrique Martínez Reguera llevaba a cabo con muchísimos niños a los que acogió en su hogar, es un libro básico para todo aquel que vaya a trabajar con menores explotados (o para quien esté mínimamente interesado por la realidad educativa y la realidad vital de otras personas no tan afortunadas). Con lo que más me quedo sin lugar a duda es con la pasión que este autor me remueve por dentro para buscar más y más siempre. Para buscar más razones, más explicaciones, que no encontraré en un caso o expediente redactado por un técnico. Intentar siempre comprender más, cosa que no será fácil ya que mi condición de persona ya me hace tener una visión concreta sobre el mundo, sumándole la diferencia de edad, procedencia y cultura. Mi reto profesional es poder mirar de igual al menor al que en un futuro acompañe, y no tanto llevar a cabo una reeducación en el, si no ayudarle a sanar y a construir sobre si mismo, como Martínez Reguera hace con sus niños. Un concepto que a mi me ayuda a entender este libro, y sobre todo a reflexionar sobre la práctica educativa es la resiliencia. Para mi es imprescindible trabajar en base a que ningún niño es un juguete roto que vamos a arreglar como se pueda, si no que nosotros como profesionales (y otras muchas personas que les rodeen en su vida) seremos factores protectores, que causen un efecto positivo y sanador en situaciones realmente desfavorables con muchos niños y niñas. 6

En conclusión, recomendaría este libro no solo a futuros educadores sociales, si no a actuales profesionales que por alguna razón han cedido a las instituciones y se han convertido en funcionarios que trabajan con casos de los servicios sociales y no con personas a las que acompañan en su reconstrucción.

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