Reconocimiento del otro y acción solidaria - Gustavo Schujman PDF

Title Reconocimiento del otro y acción solidaria - Gustavo Schujman
Course Investigación y TIC
Institution Universidad La Gran Colombia
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Investigación, sociología, conflicto ...


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Reconocimiento del otro y acción solidaria1 Gustavo Schujman No puede decirse que en las escuelas no se aborde el problema de la discriminación. Difícilmente, encontraremos una institución educativa en la que este problema no se trabaje en cada grupo y a través de diversas estrategias. Tampoco puede afirmarse que en las escuelas no se intente transmitir el valor de la solidaridad. Incluso puede advertirse que la solidaridad es uno de los valores más nombrados en los proyectos institucionales y no son pocas las acciones solidarias que se realizan desde las escuelas. No es, la ausencia de estos temas sino la superficialidad de su tratamiento lo que resulta preocupante. Con respecto a la discriminación nos limitamos, en general, a esbozar un discurso correcto pero no profundizamos sobre el problema, analizando sus causas. Y sobre todo, no nos permitimos, docentes y alumnos, un sinceramiento de nuestros sentimientos. Todos aceptamos la existencia del fenómeno pero ninguno de nosotros se considera parte del mismo. A lo sumo, podemos aceptar ser víctimas de la discriminación, nunca causantes o agentes o responsables de actos discriminatorios. Y la realidad es bien distinta. Todos tenemos por momentos, hacia determinadas personas, en ciertos contextos, una mirada discriminatoria y humillante. Y sólo se puede lograr algo en la escuela si se comienza por aceptar esta realidad y la ardua tarea que tenemos que realizar para revertirla. Con respecto a la solidaridad, todos suponemos que la acción solidaria es una acción moralmente positiva, pero no nos preguntamos acerca de cuál es nuestra mirada hacia aquellas personas o grupos a quienes va dirigida esa acción. Si reflexionáramos sobre este punto, reconoceríamos que en ocasiones una acción solidaria puede estar guiada por una mirada estigmatizadora y que su valor moral puede ser sensiblemente menor al valor que pretendemos darle. Hemos elegido comenzar este capítulo contando una historia. Una historia real, una trágica y verídica historia de vida. Nuestro interés, al contarla, no es histórico sino primordialmente ético. Es un interés por el presente más que por el pasado. Es un interés por la mirada y por la acción humana, para comprenderlas y para reflexionar sobre nuestra propia mirada y sobre nuestra propia acción. Como dice Todorov, al elegir contar la historia del descubrimiento de América: «A la pregunta de cómo comportarse frente al otro, no encuentro más forma de responder que contando una historia ejemplar (ése será el género elegido], una historia que es, pues, tan verdadera como sea posible, pero respecto a la cual trataré de no perder de vista lo que los exégetas de la Biblia llamaban el sentido tropológico, o moral» (La conquista de América. El descubrimiento del otro. págs. 13-14). La siguiente propuesta fue presentada durante el Seminario de Fortalecimiento Profesional de Capacitadores de Formación Ética y Ciudadana. Pudimos comprobar una vez más que las historias de vida son una rica fuente de contenidos y posibilitan el despliegue de variadas estrategias didácticas. La historia de Gerónima La historia de vida que vamos a relatar es la historia real de Gerónima y sus hijos. Esta historia fue dada a conocer por el doctor Jorge Pellegrini, el psiquiatra que atendió a Gerónima durante su 1 Disponible en Formación ética y ciudadana: un cambio de mirada / coord. por Gustavo Schujman, 2004, ISBN 84-8063-699-8, págs. 17-36

internación. Su libro, Gerónimo, fue la base del film que lleva el mismo nombre, dirigido por Raúl Tosso en 1985 y protagonizado por la actriz mapuche Luisa Calcumil. Estos sucesos tuvieron lugar en la Argentina en el año 1976. En Trapalco vivía una indígena mapuche llamada Gerónima con sus cuatro hijos: Paulino, Floriano, Eliseo y Emiliana. Trapalco está en la provincia de Río Negro, sin vías de comunicación ni poblaciones. Lo más cercano es un caserío reducido al que llaman el Cuy. Es la zona más despoblada de Río Negro: 0,2 habitantes por kilómetro cuadrado. Gerónima y sus hijos vivían en una casa muy pobre, con suelo, por donde entraban el agua y la nieve. Dormían en el suelo, tenían poco abrigo, comían lo que podían (algún animalito que lograban cazar) y no recibían nunca atención médica. Un día, más concretamente el 12 de agosto de 1976, llegó una patrulla policial y se llevó a Gerónima y a sus hijos a un hospital de General Roca. Así fue como entró al hospital sin estar enferma; simplemente por ser Gerónima, vivir en Trapalco en una especie de cueva, calentarse en invierno con fuego y piedras calientes, hablar la lengua y «portar en su presente ese pasado sólo registrado en el olvido». La intención de quienes los llevaron era buena: así no podían seguir viviendo, necesitaban ayuda, necesitaban buena alimentación y cuidados médicos. Pero nadie le preguntó a Gerónima ni a sus hijos si querían irse de su casa. Al entrar al hospital venía llena de tierra. Lo primero fue bañarla. Sus historiales clínicos (de Gerónima y de sus hijos) señalan el desconocimiento de las edades de cada uno. Se consigna como motivo de internación la pésima condición social. «Niño encontrado en una cueva. Pésimo estado. Impresiona levemente enfermo.» En el hospital, Gerónima es separada de sus hijos pues los chicos debían ser atendidos en otro pabellón. Todo está preparado para que Gerónima coma regularmente cuatro veces por día una dieta equilibrada, duerma en una cama, tenga calefacción central y techos impermeables. La noche deja de ser la oscuridad y cualquiera puede encender la luz. No hace falta pedir: una mano invisible todo lo alcanza en el hospital. No se sabe dónde hay alguien que se encarga de conocer todas las necesidades de Gerónima y de sus hijos. Sin embargo, Gerónima no se adapta: duerme en el suelo, no usa los baños (sale, sin que la vean, fuera del hospital a hacer sus necesidades), y se empieza a desesperar por no poder estar con sus hijos. En la historia clínica de todos ellos comienza a aparecer la palabra «hospitalismo». Gerónima llora mucho, sufre una crisis depresiva y se niega a ingerir alimentos. Ve cómo vacunan a sus hijos y cómo éstos van y vienen custodiados siempre por un señor vestido de blanco. Su hija Emiliana también comienza a rechazar la alimentación y pierde peso. Tiene tos emetizante. Después de trece días de internación, Gerónima tiene patología respiratoria. Rechaza a sus hijos, llora, no colabora, habla de irse sola. Entonces, los médicos solicitan interconsulta psiquiátrica. La sección de psiquiatría informa del brote psicótico de Gerónima como reacción a la hostilidad del medio en que se encuentra. El 12 de septiembre se hace una reunión conjunta de médicos clínicos, pediatras y psiquiatra: se concluye que las causas médicas de la internación han cesado y están controladas, y dado que todo el grupo familiar manifiesta su deseo de reintegrarse a su medio habitual, debe respetarse esa voluntad. La institución de la salud les da el alta. Una frase de Gerónima, dicha en el hospital, sintetiza el drama: «No quiero que me den una mano, quiero que me saquen las manos de encima». El 15 de noviembre de 1976 reingresaron al hospital Gerónima y sus cuatro hijos. Los chicos estaban

gravemente enfermos: Paulino, Emiliana y Floriano murieron por haber contraído coqueluche durante la internación anterior. Elíseo también ingresó con coqueluche pero lograron salvarlo. Gerónima enloqueció. Las sesiones de Gerónima con el psiquiatra fueron grabadas. Por eso, es posible tener un registro de lo dicho por la «paciente».

¿Cómo es su casa? Y... casa de pared, pa' todos los lados tiene pared... y chapa, con techo. Chapa y tirantes, todo tiene. ¿Es una casa que está parada en el medio del campo? No, está afuera del campo. ¿Cómo es su casita adentro? ¿Qué tiene adentro? Y... no tiene nada. Así nomás. ¿Cuántas frazadas tienen? Frazadas no tenemos nada, señor. Tenemos una sola, nomás. Nos tapamos con la frazada. Sabemos dormir todos juntos. (...)' ¿Hace mucho frío en Trapalco? Poco frío. ¿Y cuando nieva? Cuando nieva hace frío. ¿Cuándo llueve entra agua? No señor, no gotea porque es de chapa de cinc. ¿Calienta la casa con algo? Con fuego. Tenemos un fierro para cocinar, y ponemos la olla arriba. Adentro de la casa. En Trapalco sabe haber leña. Leña de alpataco, uña de gato, molle. Árboles no tenemos nada, nosotros. Los vecinos sí tienen. Hay pocos árboles. ¿Comen todos los días? Algunas veces comemos, otras no comemos. /.../ Comemos dos veces por día cuando tenemos hambre; cuando estamos llenos, una vez por día. Un día comemos, otro día no comemos. Así sabemos pasar nosotros. Marco Teórico Nuestro encuentro con aquellos que no forman parte del grupo social al que pertenecemos puede dar lugar a diferentes formas de comportamiento. Algunos de estos comportamientos han sido analizados por distintos autores. Aquí nos ocuparemos del etnocentrismo, el exotismo y el relativismo. 3.1 Etnocentrismo: La persona que asume la postura etnocentrista eleva a la categoría de universales los valores de la sociedad a la que él pertenece. Generaliza algo particular que le es familiar, que se encuentra en su cultura. Cree que sus valores son los únicos valores. Quien adopta una postura etnocentrista considera que lo que es un bien para él es necesariamente un bien para el otro. En algunos casos, puede incluso sentirse con derecho a imponer ese bien a los demás. Y eso es porque interpreta la diferencia en términos de deficiencia con respecto a su propio ideal. Puede afirmarse que los médicos que atendieron a Gerónima lo hicieron desde una postura etnocéntrica: consideraron que el modo de vida de esa familia no era bueno y que ellos sabían qué era lo que Gerónima y los suyos necesitaban para «vivir bien».

3.2 Exotismo: La persona que adopta una actitud exotista prefiere siempre al otro y se desvaloriza a sí mismo. Más que valorar al otro, el exotista se critica a sí mismo y a la cultura a la que pertenece y pone a otra cultura como ideal. En algunos casos, trata de asimilarse a ella. 3.3 Relativismo: Quien asume una posición relativista sostiene que todas las costumbres son igualmente válidas. Por ello, no se cree con derecho a juzgar a los otros. Para el relativista todo valor es relativo a la cultura a la que se pertenece. Así, lo que es bueno en una cultura puede ser malo en otra. Y todas las posturas valen por igual. No hay culturas superiores ni verdades absolutas. Quien adopta esta posición suele ser tolerante con respecto a las conductas y a las ideas de los otros. Sin embargo, actualmente esta posición está siendo fuertemente cuestionada por quienes defienden la necesidad de reconocer derechos humanos universales. Defender los derechos humanos universales supone admitir que reconocemos que tenemos derechos iguales a pesar de las diferencias entre los grupos a los que pertenecemos. Por eso, si bien es necesario respetar las costumbres de los diferentes pueblos, también es preciso establecer criterios universales para poder juzgar las violaciones a los derechos de las personas. Gerónima vivía en condiciones miserables. Esas condiciones de vida nada tienen que ver con la «diversidad cultural». Y sería una falacia afirmar que, por respetar sus costumbres, había que dejar que Gerónima y su familia siguieran viviendo así. La posición relativista es, en muchos casos, una forma elegante de expresar indiferencia y de permitir la continuidad de un estado de cosas. Eso no quiere decir que quienes intentaron ayudar a Gerónima lo hayan hecho bien. Está claro que cometieron un grave daño a su persona. Y lo cometieron porque no la consideraron un «sujeto de derechos». Si la hubieran considerado un sujeto pleno de derechos no hubieran intentado proteger algunos de sus derechos (el de tener acceso a la salud y a una «vivienda digna») violando otros (el derecho a ser escuchada, el derecho a la libertad). No sería descabellado pensar que el modo en que fue tratada Gerónima es la expresión del legado histórico que nos ha dejado el colonialismo. Gerónima es tratada en cierto modo como un animal. Por eso su palabra no vale. Más que ser reconocida como persona de otra cultura, es vista como una persona desprovista de toda cultura. En este sentido, la visión de los médicos es similar a la visión que algunos colonizadores tenían de los indígenas. El texto de Todorov ya citado analiza esta visión a partir de los relatos de viaje escritos por Cristóbal Colón. Dice Todorov: «Los indios, físicamente desnudos, también son, para los ojos de Colón, seres despojados de toda propiedad cultural: se caracterizan, en cierta forma, por la ausencia de costumbres, ritos, religión (lo que tiene cierta lógica, puesto que, para un hombre como Colón, los seres humanos se visten después de SH expulsión del paraíso, que a su vez es el origen de su identidad cultural}.» (pág. 44) Los indios, a los ojos de Colón, están desprovistos de lengua y carecen de ley y religión. La actitud de Colón hacia los indios descansa en la manera que tiene de percibirlos. Para Todorov, se podrían distinguir en esa percepción dos componentes que se vuelven a encontrar hasta nuestros días en la relación de todo colonizador con el colonizado. O bien piensa que los indios son seres humanos completos, con los mismos derechos que él, pero entonces no sólo los ve iguales, sino también idénticos, y esta conducta desemboca en el asimilacionismo, en la proyección de los propios valores en los demás. O bien parte de la diferencia, pero ésta se traduce en términos de superioridad e inferioridad (se niega la existencia de una sustancia humana realmente otra, que pueda no ser un

simple estado imperfecto, inferior, de uno mismo). Ambas miradas se basan en el desconocimiento de los americanos, en la negación a admitirlos como sujetos diferentes pero con los mismos derechos que los españoles. Ambas miradas son etnocentristas. Colón quiere que los indios sean como él y como los españoles. Es asimilacionista en forma inconsciente e ingenua. Para Colón, es cosa evidente por sí misma que los indios deban adoptar las mismas costumbres que los españoles. ¿No es acaso la misma mirada la que se dirige hacia Gerónima? Ella debe adoptar las costumbres de los «blancos», debe reconocer que los valores sostenidos por la institución de la salud son «los» valores. Los médicos la desconocen y sólo atienden a su palabra cuando advierten que el caso «está perdido». 3.4 Modos humillantes de tratar al otro: Las personas sólo podemos ser humilladas por las conductas de otras personas. Pero no sólo la conducta es responsable de la humillación de las personas; también las condiciones de vida pueden proporcionar buenas razones para sentirse humillado. Sin embargo, estas condiciones sólo son humillantes si son el resultado de acciones u omisiones realizadas por seres humanos. Como afirmamos más arriba, las condiciones de vida de Gerónima eran miserables. Y también eran humillantes porque no se debían a fenómenos naturales. Eran el resultado de la marginación y la estigmatización a las que la habían sometido otras personas (por ser mapuche y, tal vez, por ser mujer). El intento de ayudarla agravó el daño y profundizó la humillación porque la mirada que guió ese intento siguió siendo esencialmente humillante. El filósofo Avishai Margalit en su libro La sociedad decente señala que existen diferentes maneras de tratar a los humanos1 como si fuesen no humanos o menos que humanos: tratarlos como máquinas, como objetos, como animales, como infrahumanos (lo que incluye tratar a los adultos como niños). Pero, ¿qué significa ver al otro como humano? ¿Qué significa percibir el aspecto humano en un ser humano? Margalit afirma, inspirándose en Wittgenstein, que ver a un ser humano como humano «es ver un cuerpo que expresa un alma». Esto significa ver sus expresiones en términos humanos. Así, cuando vemos un rostro humano no nos fijamos al principio en sus detalles físicos (curvatura de los labios, fruncimiento del ceño) sino que vemos directamente e involuntariamente lo que este rostro expresa (preocupación, tristeza, felicidad). Vemos la tristeza en el mismo momento en que vemos la curvatura de los labios. Esta visión no es el resultado de una deducción a partir de ciertos datos físicos. Por eso, esa visión es directa. Y ver la tristeza o la preocupación, es decir, el aspecto humano de un ser humano, no es un acto voluntario, no es un acto de elección o decisión. Entonces, ¿qué significa percibir a los humanos como no humanos? O mejor dicho, ¿qué significa no ver el aspecto humano del otro? La ceguera al aspecto humano del otro equivale a ver sólo aquello que puede describirse en términos de color y forma. Lo que ve alguien ciego a lo humano es una descripción física: el otro es negro, es gordo, se viste con una túnica, etcétera. Según Margalit, ser ciego a lo humano tampoco es fruto de ninguna elección. No es algo excepcional que veamos a otras personas como a seres inferiores a nosotros. Ver a las otras personas como inferiores o como menos que humanas implica estigmatizarlas. Esto es, ver en ellas anomalías físicas

como un síntoma o un defecto de su humanidad. Esta anomalía puede estar en su cuerpo o en algunas prendas de vestir. También el olor del sudor o el olor de las comidas pueden servir como signos estigmatizadores. «Los estigmas, escribe Margalit, actúan como signos de Caín sobre la misma humanidad de las personas. Quienes soportan un estigma aparecen en su entorno como portadores de una etiqueta que les hace parecer menos humanos. Aunque otros los sigan viendo como humanos, son humanos estigmatizados. /.../ Los estigmatizados son vistos como seres humanos, si bien gravemente imperfectos. Es decir, infrahumanos. El estigma denota una grave desviación del estereotipo de la «apariencia normal» de un ser humano.» (pág. 91) Podría afirmarse que Gerónima es vista como un ser inferior. Quienes la «tratan» en el hospital ven en ella estigmas. Tal vez su color de pelo, o su tez, o su ropa. Señales como esas desempeñan, a su vez, un papel muy importante en la identidad de las personas y en su identificación con los grupos. Por eso, no es raro que a menudo la humillación se centre en el ataque a características corporales y a la indumentaria, puesto que ello implica atacar importantes componentes de la identidad de la propia personalidad. Lo primero que se hace con Gerónima es bañarla, higienizarla, sacarle la tierra que lleva en su cuerpo. Luego, se le quita su ropa y se la viste con un camisón blanco. Gerónima es humillada por quienes quieren hacerle un bien. Y es que ver a una persona como a un ser inferior no es algo voluntario. Hay en esa visión una historia. Lo que vemos está condicionado por aquello que esperamos ver. Y esa expectativa se va conformando desde nuestra niñez. Hay personas que no ven estigmas y otras que los ven. En principio, ninguna de ellas controla su percepción. Son personas que han recibido distintas influencias de la sociedad, de sus padres, de las escuelas. El hábito de ver determinados aspectos de los otros está conformado por la cultura y por la historia. Por eso, muchas acciones que se realizan en las escuelas para intentar revertir esta mirada son claramente insuficientes. Pronunciar discursos contra la discriminación y hacer que los alumnos escriban carteles o murales expresando su rechazo a toda forma de discriminación, son acciones adecuadas pero que necesitan ser complementadas con un examen crítico y profundo sobre nuestra mirada hacia los demás. Cuando vemos que un palo sumergido en el agua parece quebrado no damos crédito a lo que vemos porque sabemos que es una ilusión óptica o un espejismo visual. Y por más que sepamos que el palo no está quebrado, igualmente lo seguiremos viendo como si lo estuviera. En este caso, no hay forma de modificar nuestra visión. Ver a los humanos como si fueran infrahumanos no es un engaño perceptivo como el de ver el palo quebrado en el agua. Aquí podemos cambiar nuestra percepción aunque de manera indirecta. Para eso, es necesario reconocer nuestra mirada estigmatizadora y desocultar sus orígenes. Racionalmente, sabemos que lo que vemos es también una ilusión. En este caso, es una ilusión perceptiva construida por nuestra historia, por nuestra educación. Pero es una ilusión que se puede revertir, no dando crédito a lo que vemos e intentando no ver al otro como infrahumano. Que la visión estigmatizadora s...


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