Resumen del Segundo libro de la Eneida. PDF

Title Resumen del Segundo libro de la Eneida.
Course Historia del Arte Mundial
Institution Universidad Autónoma de Aguascalientes
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Resumen breve del Segundo libro de la Eneida....


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RESUMEN DE TEXTOS Virgilio, Eneida, Madrid, España, Editorial Gredos, 2000, (Libro II: pp. 35-69) ENEIDA Resumen personal: En lo poco que se pudo leer en la parte preliminar, nos damos cuenta que el libro dos, hablará sobre el relato, que apenas Dido (reina de Cartago) le pidió a Eneas que contara, al final de lo que fue el libro primero; el dicho relato sería la caída de Troya y el exilio de los troyanos. Así pues, Eneas se da a la tarea de contarnos lo que él vivió, desde la introducción del caballo de madera, la treta de los griegos, hasta que se abren paso por el monte Ida, luego de que la ciudad fue tomada y lograron algunos pocos huir. LIBRO II PRELIMINAR. En este libro se habla sobre cómo Eneas, por su propia boca, habla sobre la caída de su ciudad y la huida de los troyanos en su destierro. En los tres actos que rodean este momento, se puede notar el triple movimiento de traslación del héroe: de la playa a su casa paterna en el arrabal de la ciudad, de ésta al centro y a la azote del palacio de Príamo, y de ahí al arrabal; se finaliza con el epílogo de la desaparición de Creúsa, y ahí se narra la búsqueda de héroe en la ciudad (a la que regresa), el mensaje de ésta y su aparición sobrenatural y finalmente el camino al destierro de Eneas y el resto de los troyanos. En este libro, el poeta regresa con esta mezcla de lo sobrenatural y lo humano, y esto se ve claro por medio de apariciones y prodigios, que se hacen presentes en “sueños y sombras” (ejemplo son: la aparición de Héctor, de Venus, y de Creúsa. Finalmente “La divinidad se rinde ante la fe de Eneas y doblega a maravilla la terquedad de su padre a abandonar el hogar de siempre (…) presto el héroe con los suyos al destierro, enciende a su vista el lucero de Venus sobre las crestas del monte Ida, el que va prendiendo su madre divina por el haz del cielo hasta que arriban al Lacio.” (p. 36) Con este pasaje acaba el libro. LA CAÍDA DE TROYA. Eneas comienza el relato de la caída de Troya. En este apartado tiene la voz Eneas, quien dice que a pesar de que es una desgracia, de que la Ciudad de Troya cayó en desgracia luego del ataque griego, y que es probablemente la desgracia más grande que el héroe haya contemplado; pero pese a todo el dolor que causa, y la pesadez que les da al recordar los fatídicos hechos, debido a que las ansías por saber de la reina Dido son tan grandes, Eneas empieza el relato. Construcción del caballo. Aquí, Eneas relata cómo, por “arte divino de Palas”, los griegos construyen un caballo del tamaño de un monte, con entrelazadas planchas de abeto a los costados del

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monumento, donde llenan hasta el fondo de él con soldados; difundiendo el rumor de que ya habían emprendido la retirada y que el caballo era una ofrenda por este hecho, los griegos aprovechando la playa desierta de la isla de Ténedos y se ocultaron en ella, Reacción de los troyanos. Cuando el rumor llega a los oídos de los troyanos, respiran de alivio, y más al comprobar que la playa donde estaban los ejércitos griegos estaba vacía; se quedan boquiabiertos al ver el caballo, que creen que es sin duda atribución de la diosa Minerva (Atenea, Palas), y es entonces el primero que habla Timetes, diciendo que el caballo sea acogido por el pueblo troyano dentro de las murallas de la ciudad; por el contrario, otros más “avispados”, como Capis, optan porque mejor sea arrojado al mar el monumento de madera, luego de ser prendido por fuego, y así es como se dividen las opiniones sobre cuál de las dos opciones seguir. Consejo de Laoconte. Laoconte dijo que no debían dudar de la audacia de los griegos, que era muy probable que estuvieran los griegos aún escondidos (ya sea dentro del monumento) o que el caballo era algún tipo de arma estratégica para un futuro ataque; en resumen, que no debían fiarse de la “buena fe” e intenciones con la dicha ofrenda. Dirige su lanza al costado del caballo, y si no hubiera sido por la interrupción de “designio divino” y por la obcecada mente de los troyanos, hubieran encontrado el truco de los troyanos, con el astuto acto de Laoconte. El engaño de Sinón. En cuanto la lanza de Laoconte alcanzó el costado del caballo, un grupo de pastores troyanos traían hacia el rey un prisionero, atado con las manos en la espalda; este hombre era Sinón, un soldado griego, que cuenta su historia: Lo que narra Sinón va desde que era amigo de un supuesto “traidor”, condenado por Ulises, y que con afanes de no seguir en duelo por su amigo injustamente traicionado, se lanzó a la guerra. Pero la desventura lo persiguió, puesto que, al verse los griegos imposibilitados a abandonar Troya, por los malos vientos y mares, Calcante (un adivino), presagio que sólo el sacrificio de alguien podría apaciguar la ira de Apolo y dejar que cruzaran el mar; el adivino eligió a Sinón para esta tarea. Luego de que fuera aprisionado para morir por el rito al Dios, Sinón logró escapar, y esa era la razón por la que merodeaba por el lugar, es entonces que los troyanos se apiadan de él, creen en sus lágrimas, y por ende, en su artimaña. Cuando llegó con respecto al caballo, Sinón primero mencionó que ya no se consideraría más un griego, sino que ahora se sentiría agradecido por el gesto de los troyanos; les comenta que, en primer lugar, los dánaos (griegos) basaban todo su triunfo en la bendición de Palas, pero luego de que los griegos habían profanado y hurtado la estatua de la doncella en el templo a la Diosa Atenea, esas esperanzas empezaron a decaer.

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“Y les volvió la espada en favor de la Diosa” (p. 45), es decir, la ira de la diosa se hizo presente. Esto es por lo que, decidieron emprender la retirada, para tratar de buscar una solución. Sinón asegura que los griegos regresarán cuando menos se les tenga previsto, y que además, ese coloso (el caballo) había sigo erigido ahí para tratar de expiar la ofensa que habían cometido contra el Paladio (templo a Atenea), les advirtió que según el presagio de Calcante, si ellos mancillaban a esa estatua, les caería un mal a el reino de Príamo y a los frigios, pero si por el contrario, llevaran hasta los muros de la ciudad la estatua, la bendición de Minerva seguramente les iba a llegar. Y fue así, como creyendo en él, decidieron no destruir el coloso. Muerte de Laoconte. Laoconte, como sacerdote de Neptuno, se encontraba haciendo en la mesa de sacrificio, una ofrenda con la muerte de un toro, pero por desgracia, mientras realizaba el rito, dos gigantescas serpientes roscas, quienes se dirigían donde el hombre, atacaron a uno de sus hijos, y éste, mientras iba al auxilio del joven, se dirigieron a él y se enroscaron a su cuerpo, para darle muerte. Después, las fieras reptan hasta llegar al templo del Alcázar, a ocultarse bajo los pies de la Diosa (Atenea), en el escudo de ésta. El pánico y el horror se desencadena en todos tras este suceso, y todos consideran que no hay otra explicación más que la de la injuria que había cometido Laoconte al dirigir su lanza al coloso de madera, y ahora, debido a tal acto, el dicho destino le había llegado de tal dolorosa y tortuosa manera. Y esto los convence en que hay que llevar tal imagen al templo e implorar plegarias para pedir el amparo de la doncella divina. Entrada del caballo a la ciudad. Entonces, poniendo rodillos corredizos en el los pies del caballo, y tirando de él por los amarres que le habían puesto en el cuello, lo pasaron a través de las murallas; tal procesión acompañada de cánticos sacros de niños. Tan festivos y llenos de emoción estaban los troyanos, que incluso pasaban por alto que con el movimiento del coloso, se escuchaba en su interior el sonido de las armas. Así pues, llevaron el animal de madera al templo de Atenea, sin contemplar el peligro, y de hecho, Casandra (hija de Príamo, quien fue bendecida por Apolo –quien le amaba– con el don de la predicción, pero condenada, por la misma divinidad –por no corresponderle–, a nunca ser escuchada) ya había augurado las repercusiones de eso, pero todos hicieron caso omiso a sus advertencias. Sinón consuma su artería. Los soldados afuera de la muralla, salen y se reúnen en las proximidades, esperando el momento al ataque, y a su vez, dentro de la ciudad, Sinón libera a los soldados dentro del caballo, quienes aprovechando la vulnerabilidad de los guardias (sumidos en sueño y vino),

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se deshacen de ellos y permiten la entrada a sus compañeros al otro lado del muro. Y una vez todos dentro (de Troya), se agrupan. Héctor se aparece a Eneas. En sueños, se le aparece Héctor a Eneas, todavía con las heridas y las muestras de su muerte, y cuando fue arrastrado por los caballos; en primera instancia, Eneas llora su pérdida, y le agradece que se presente una vez más ante él. Héctor, le advierte que se levante, que se prevenga del fuego y que emprenda el viaje y lleve a sus hermanos al recinto que fundaría después de cruzar el mar. Cuando Eneas se levantó, luego del sueño, subió al techo del edificio y contempló las llamas que invadían la ciudad. Lleno de furia, le invadió la necesidad de ir a luchar con soldados, al alcázar. Encuentro con Panto. Panto, sacerdote de Febo del alcázar, huyendo del ataque de los aqueos, con los objetos sagrados y con su nieto. Se encontró con Eneas, y cuando vio al héroe, le dijo que éste era el final de los días, que el fin de los troyanos ya había llegado; que Júpiter en su furia había decidido que los argos se quedaran con la victoria. Cuenta que los soldados griegos salen del caballo al centro de la ciudad, y que Sinón fue el que esparció las llamas, además de que detrás de la muralla hay más soldados aqueos. Hay otros griegos asediando la salida. Todo este cuento de Panto, enfurece más a Eneas, y el designio divino lo guía donde se concentran las llamas y las armas. La lucha. Eneas se encontró en la lucha a Ripeo, Hípanis, Dimante, el hijo de Migdón y Corebo, prometido de Casandra, la hija de Príamo, y por estar emparentado con el rey, prestaba su ayuda. Eneas les habla con voz incentivadora y los invita a luchar a su lado, y tales palabras tan alentadores, “enciende en furor sus pechos mozos” (p.53) Es entonces, a sabiendas del peligro que les espera, se aventurar al centro de la ciudad. Ahí encuentran el perfecto escenario de una ciudad ya en decadencia; con muerte en todos los lugares, tanto de troyanos como de griegos. Encuentran a Andrógeo, con una tropa de griegos, quienes confunden a Eneas y sus compañeros con soldados de su bando, y con palabras amigas le dice que han llegado ya tarde a la lucha, pero al no ver en ellos una respuesta favorecedora, cae en cuenta que no son amigos con quienes habló y despavorido huye de la tropa troyana; no lo logra y es atrapado. Ante este primer éxito, Corebo exclama por la victoria, y vuelve a invitarlos a seguir con la lucha; vestidos con insignias griegas, para poder mezclarse entre los soldados aqueos. Así, acaban con gran número de enemigos; haciendo que muchos otros huyan nuevamente a las naves o dentro del caballo.

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A lo lejos, ven a Casandra, siendo arrastrada por unos soldados griegos desde el templo de Minerva, entonces es que Corebo, lleno de furia se lanza sobre ellos, buscando una muerte segura. Todos lo siguen poco después. Es entonces como desde el templo, los mismos troyanos atacan a Eneas y los demás, engañados con el ropaje griego que llevaban de camuflaje; los griegos, al ver cómo les era arrebatada la doncella, también se lanzan a la batalla. Así fue como cayeron uno a uno la tropa de Eneas: primero Corebo, luego Rifeo, le siguen Hípanis y Dimante, y sólo lograron salir de tal ataque, y atribuye esta suerte Eneas por la voluntad de su hado, sólo el héroe. Ífito y Pelias. En el palacio de Príamo. Desde lejos escuchan los gritos provenir del palacio de Príamo, y naturalmente, intuyendo que allá la lucha es más intensa. Al ver, cómo se asedia el lugar, cómo los griegos intentan entrar, cómo escalan los muros para poder llegar a donde los soldados defienden, y cómo arriesgan su vida para no permitir el paso a los aqueos, se deciden a luchar a lado de ellos. Recordando un pasaje secreto, que era usado por Andrómaca (viuda de Héctor) y su hijo Astianacte, para poder llevar (sin escolta, pero con seguridad) al niño con su abuelo, se aprovechan de ello, y logran llegar a la parte más alta del terrado, donde los teucros (troyanos) se defendían lanzando sus tiros; atacan a la torre que estaba apoyada desde el borde saliente, y empujando la mole hacia delante, hacen que se derrumbe para caer en las filas de los dánaos (griegos). Ante el vestíbulo, al linde de la puerta está Pirro (o Neoptólemo) el hijo de Aquiles, y exhortando a sus compañeros (Perifante, Automedote, los jóvenes de Esciros, etc.) Empiezan a cargar contra el palacio y lanzan llamas al tejado. Con un hacha, Pirro arremete contra la puerta, y los gritos de las mujeres dentro, así como el pánico, empiezan a aparecer en el lugar. Con los golpes continuos del ariete, logran entrar al palacio, al lugar donde las llamas aún no han alcanzado; los griegos matan a los primeros guardias del palacio, y llenan el lugar de soldados. “Vi a los Atridas, vi a Hécuba y sus cien nueras y a Príamo a lo largo del altar mancillar con su sangre el fuego que él había consagrado.” (p.58) El fin de Príamo. Príamo, al ver su ciudad en llamas, y la entrada de los griegos al palacio, se ajusta su armadura, y se ciñe la espada; su esposa Hécuba, le convence de que, con su edad, lo mejor sería que se uniera con ella y sus hijas a refugiarse entre las estatuas, donde el altar, para ahí rogar por protección, y Príamo se deja guiar; pero uno de sus hijos (Polites), que va por los largos pórticos huyendo y cruza herido los pasillos. En fura, Pirro, lo persigue y le da muerte frente a sus padres; Príamo rompe en cólera y llega donde Pirro, a condenarlo por sus acciones, y diciendo que, Aquiles, había

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tenido más nobleza con su hijo Héctor, que él (de hecho, este “insulto” duele más, al considerar que Pirro es hijo de Aquiles.) Se lanza ante él, pero su ataque es ineficaz, Pirro le dedica estas palabras: “Pues dale cuenta de esto –replica Pirro–, ve con el mensaje a mi padre, el hijo de Peleo. No dejes de contarle mis nefandas acciones y que es indigno de él su Neoptólemo.” (p.59) y como dice, le da muerte. Ante la muerte del rey, Eneas termina horrorizado, además, empieza a temer del destino de su padre, de su esposa Creúsa y de su hijo Julo; al mirar hacia atrás, se encuentra con que muchos compañeros, igual de horrorizados, deciden rendirse, y se lanzan desde lo alto, a la llamas. Eneas encuentra a Helena. Cuando Eneas ya quedaba solo, miró a lo lejos a Helena, la hija de Tíndaro, vigilando la entrada en el templo de Vesta, ahí oculta, amparándose en el recinto. Ella, temiendo la furia de los troyanos y también la venganza de los griegos y de la furia de su esposo, permanecía oculta ahí en cuclillas al altar. Aquí es cuando Eneas, enfurecido, decide matar y “sacia” su sed de venganza, al acabar con “aquel ser monstruoso”, puesto que ella simplemente regresaría a su hogar, con su marido y con sus hijo, sin ningún tipo de repercusión, sin embargo, por su causa, ya había caído el rey Príamo y Troya ardía en llamas. Decidido, se dirige a acabar con ella. Aparición de Venus. Venus se aparece ante su hijo, y en primer lugar le calma de la furia que tenía, le dice que antes de hacer cualquier cosa, debería ir y buscar a su padre, a su esposa y a su hijo, para protegerlos de cualquier ataque de los griegos. Luego le confiesa que lejos de las acciones de Helena o de París, la caída de Troya es más que sólo eso, sino algo que los mismos dioses habían previsto. Le dice (y le muestra) que: “Neptuno está cuarteando los muros y cimientos (…) y descuaja de su asiento a Troya entera. Allí Juno, la más enfurecida, ha ocupado la entrada de las Puertas Esceas y ceñida de hierro está llamando de las naves a las tropas enemigas. Ahora Palas Tritonia (…) se ha plantado en lo alto del alcázar y fulge con su nimbo de luz y su horrible Górgona. Júpiter en persona da ánimos a los dánaos y fuerzas y favor.” (p.62) Y lo incita a seguir su consejo, de irse, y le promete velar por él. Visión de la Ciudad. En su camino, guiado y protegido por la diosa (es decir, los dardos enemigos no le dañaban, y las llamas se abrían paso ante él) Ve cómo Troya está al borde del colapso, y hace una comparación a un fuerte fresno, que a pesar de haber soportado mucho tiempo los golpes, sin caer, después de tanta herida, vencido, sucumbe ante los leñadores; lo mismo pasa con Troya. Eneas vuelve a casa de su padre.

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Cuando llega a la casa de su padre, lo primero que Eneas tiene que enfrentar, es la negativa de su padre por irse, quien dice que a su edad no podría soportar el destierro; los invita a irse a ellos, diciendo que él prefería aguardar la muerte ahí, que bien podría quitarse él mismo la vida, y aún si no recibiera una digna sepultura esto sería llevadero, que de hecho ya había aplazado su muerte desde que desafío la furia de Júpiter y con su rayo perdió la vista. Anquises (padre de Eneas), sigue firme en su decisión, aún si su nuera y su nieto le suplican, es entonces que Enea, ya cansado, decide que puesto que no puede abandonar a su padre ahí, sólo le quedaba la salida luchar y al menos morir con un poco de venganza al reanudar la lucha contra los. Creúsa, su esposa, le ruega que no lo haga, o que al menos la lleve con él a tan fatídico fin. Es entonces como una lengua de fuego “milagroso” se acerca a ellos, y pasa sobre la cabeza del pequeño Julo. Todos asombrados y atemorizados, sacudían el cabello del pequeño y apagaban el fuego milagroso. Es entonces que Anquises, pensando que eso era un presagio, le exclama a Júpiter una señal, y éste se las da, al alumbrarles el camino al bosque del monte Ida. Así es como Anquises se decide a seguirlos. La huida. Eneas le dice a su padre que se suba a sus hombros, y que él cargara con él; le dice a su hijo que camine a su lado, y a su esposa que los siga detrás. A sus criados les da la instrucción de que cada quien por su lado siga el camino y se encuentren en un punto de reunión (un santuario a Ceres, y a lado un viejo ciprés); le dice a su padre que él tome los objetos sagrados y los penates patrios, puesto que sus manos están sucias de guerra y no podía tocarlos hasta que se lavara con agua viva. Ya llegando al final del camino, su padre advierte que pasos enemigos se acercan y le aconseja a su hijo que corra, puesto que además había visto escudos y armaduras relucir. Desaparición de Creúsa. Mientras cambiando el camino conocido, para poder escapar de quienes creían les seguían, y porque su sentido ante tal acción seguía confuso, Eneas no notó en qué momento Creúsa se alejó de ellos ni qué fue de ella: Si erró el camino, si sucumbió ante la fatiga, si se detuvo. Sólo supo que cuando llegó al punto de encuentro y se reunió con sus compañeros, ella era la única que faltaba. Y dejando a su hijo y a su padre bajo la protección de los demás, ocultos en “el valle sinuoso”, fue a buscarla. Eneas vuelve en su busca. Aún a pesar del riesgo que corría, Eneas regresa a Troya, a buscar a su esposa, cruza la muralla, y el mismo silencio lo pone aterrado. Pasa por su casa, por si su esposa regresó ahí; pasa por el palacio de Príamo, y el alcázar, en el santuario de Juno encuentra a Fénix y a Ulises, ahí, vigilando el botín, es decir, el tesoro de Troya robado de los templos incendiados (jarros de oro macizo y armaduras sagradas). Ahí también puede ver a niños y

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madres temblando despavoridas. Corre entonces Eneas por las calles. Gritando “Creúsa”, sin obtener respuesta. Aparición de Creúsa. Buscándola desesperadamente entre las calles, se le aparece la figura de su esposa. Un poco más crecida de lo que era (y según la tradición romana, esto parecía indicar que había dejado ya el mundo de los vivos). Le dice que, es voluntad de los dioses que no pudiera llevársela, que así se decidió. Le dice textualmente: “Largo exilio te espera. Un dilatado mar has de surcar. Arribarás a Hesperia. (…) Allí te aguardan días de ventura, un reino y una regia consorte dispuestos para ti. Desecha ya tus lágrimas por tu amada Creúsa.” (p.68) Le dice además, que permanecería siendo troyana, que no la tomarían por esclava los griegos. “Aquí en esta r...


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