TEMA 6 - Resumen sobre las cruzadas PDF

Title TEMA 6 - Resumen sobre las cruzadas
Author pipero marvelita
Course Historia Universal de la Edad Media II (1000-1500)
Institution Universidad de Sevilla
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Resumen sobre las cruzadas...


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TEMA 6. Las cruzadas y el mundo oriental. Síntesis del tema: Las Cruzadas. Las Cruzadas, en cuanto proceso de ampliación del espacio europeo en el Mediterráneo oriental, no obedecieron a un impulso único y unitario. El movimiento cruzado nació a finales de 1095 como una de las manifestaciones del intento de la Iglesia de la «reforma gregoriana» por encabezar los destinos de la Cristiandad latina. En primera instancia fue estimulado por las predicaciones del papa Urbano II, quien reclamaba la marcha de los guerreros, sobre todo francos, a recuperar el sepulcro de Cristo que estaba en Jerusalén en manos de los musulmanes. En seguida se combinaron un entusiasmo religioso popular no exento de histerismo y un conjunto de motivos variados: presión demográfica, eliminación de los segundones en las expectativas de herencia, búsqueda de fortuna, deseo de escapar del control señorial, interés eclesiástico o real por dar salida a las tensiones en el seno de la aristocracia... El primer resultado del impulso cruzado fue la toma de Jerusalén en 1099 por guerreros mayoritariamente francos y la constitución de un reino latino con centro en esa ciudad y unos cuantos principados en manos de distintos nobles en núcleos urbanos de la península de Anatolia y de Siria. Tanto en uno como en otros, los europeos rara vez pasaron de ser una pequeña guarnición presa de las propias murallas que los defendían de los musulmanes del territorio. Ése fue el papel desempeñado por las poderosas fortalezas construidas por los latinos, alguna tan notable como el enorme «krak de los caballeros». Esta ampliación europea del espacio en Siria tuvo, por tanto, un carácter casi exclusivamente urbano y militar. Su objetivo fue la simple subsistencia que, desde 1187, con la toma de Jerusalén por Saladino, aún se hizo más difícil. Su herencia estrictamente rural no pasó de una cierta especialización en cultivos de productos agrícolas comercializables: el viñedo, el olivo y, como novedad, la caña de azúcar. Pese a algunas proclamas por recuperar el control de Jerusalén, que dieron lugar a nuevas expediciones, la pérdida del verdadero espíritu cruzado y las rencillas entre los reyes que debían llevar a cabo la iniciativa impidió reeditar el éxito de la primera cruzada. En 1291, los musulmanes expulsaron a los francos de sus últimas posiciones en los puertos. Ello puso fin a los intentos de dilatar el espacio de la Cristiandad latina en el extremo oriental del Mediterráneo. Como se ve, si fueron importantes desde el punto de vista comercial, y, sobre todo, ideológico, las cruzadas resultaron de muy escasa trascendencia desde la perspectiva de una colonización.

❖ Situación europea hacia el año 1000. ❖ Motivaciones de las cruzadas. ❖ 1º Cruzada (siglo XI). ➢ Jerusalén. En la mañana del siete de junio del año 1099, desde Mintjoie de los peregrinos, una colina a la que asciende la calzada de la costa, la avanzadilla del ejército de los cruzados pudo contemplar, por fin, Jerusalén. La meta del largo y penoso viaje, el objetivo último de las muchas batallas de su guerra estaba allí, ante los ojos. En ese momento de la aventura, los expedicionarios de la Primera Cruzada habían dado ya pruebas abundantes de que no todos eran sensibles poetas y de que no siempre se comportaban como cristianos fervorosos. Continuarían ofreciéndolas en el futuro inmediato. A pesar de todo, no es difícil imaginar, en muchos de ellos, la emoción. La ciudad, santa entre las santas, ocupaba un lugar central de la mentalidad colectiva de los cristianos latinos, enriquecido durante siglos por la relación permanente con los textos bíblicos- directa para unos pocos, mediante la catequesis y la predicación para los más-, por los relatos de los peregrinos y los comerciantes, por la reflexión de los pensadores. Esta Jerusalén terrestre, prefiguración de la Jerusalén celeste, lugar sacralizado en el pasado por la vida y la pasión de Cristo y proyectado hacia el futuro como escenario escatológico, era, para quienes estaban contemplando sus muros el punto nodal de los espacios y los tiempos. Se explica así que el encuentro físico con los Santos Lugares y, sobre todo, con Jerusalén se hubiera convertido, como señalan Alphandéry y Dupront, en el objetivo más antiguo y más constante de la peregrinación. Podemos, pues, imaginar las emociones. Seguramente sintieron también, aunque en sentido contrario, los qué desde las sólidas fortificaciones de la ciudad, veían acercarse a los recién llegados. Para las tropas al mando del gobernador fatimí que controlaba la ciudad, el panorama no era tranquilizador. Lo que quedaba de la Primera Cruzada era aún capaz de impresionar: según los datos de Raimundo de Aguilers, el capellán de Raimundo de Tolosa, puede calcularse que acamparon ante Jerusalén entre diez y doce mil hombres de armas, de los que mil o mil trescientos eran caballeros; a ellos habría que añadir un número desconocido, pero que cabría suponer equivalente a la cuarta parte de los efectivos del ejército, de peregrinos no combatientes, fundamentalmente ancianos, mujeres y niños. Entre las emociones de Iftikhar-ad- Dawla y sus hombres no estaba, sin embargo, la sorpresa; esperaban a los cruzados y se habían preparado para recibirlos: expulsaron de la ciudad a la población cristiana, cegaron los pozos de los alrededores, hicieron desaparecer los rebaños y se aprovisionaron bien de agua y víveres, dispuestos a soportar el asedio hasta la venida de los anunciados refuerzos desde Egipto. Por su parte, los cruzados carecían de fuerzas suficientes para establecer el cerco completo de la ciudad, de modo que los situados pudieron llevar a cabo incursiones para su abastecimiento o para el hostigamiento de los sitiadores. Éstos, dirigidos por sus jefes, tomaron posiciones ante los sectores más accesibles de la muralla. Allí estaban Roberto de Flandes y

Roberto de Normandía, Godofredo de Bouillon, Tancredo y Raimundo de Tolosa; pero había también ausencias muy notables: algunos caballeros, como Hugo de Vermandois y Esteban de Blois, estaban ya de regreso a su patria; otros, Bohemundo de Tarento y Balduino de Boloña, habían encontrado acomodo en el camino y, en vez de tomar posiciones ante Jerusalén, consolidaban las suyas al frente de Antioquía y Edesa. Pero la ausencia más importante era la del legado del Papa Urbano II, Ademaro de Monteil, obispo de Puy, un hombre equilibrado y flexible que, por sus cualidades y su posición, había ejercido como jefe moral de la Primera Cruzada; su muerte, el verano anterior, en Antioquía, había sido una pérdida sensible, sin la que, tal vez, los acontecimientos que se desarrollaron a continuación no se hubieran producido de la misma manera. ▪ Establecido el cerco, los cruzados se enfrentaron, una vez más, con las dificultades de su empresa. La actividad preventiva de los musulmanes producía sus efectos: el más difícil de soportar fue la escasez de agua, en un verano como el de Judea, donde las temperaturas superan normalmente los 40 grados; la sed obligaba a largas y peligrosas incursiones por territorio no controlado del valle del Jordán. De otro lado, el fracaso de un primer y precipitado asalto, estimulado por la predicación de un anciano ermitaño, puso de manifiesto las insuficiencias del ejército cristiano, particularmente la carencia de adecuadas máquinas de asalto. Al mismo tiempo, las disensiones entre los dirigentes se producían ahora a propósito del futuro del gobierno de la ciudad. Las corrientes contradictorias del movimiento cruzado- la religiosidad exaltada, las ambiciones de los jefes laicos, los intentos de control de los eclesiásticos- seguían entrechocando al pie de Jerusalén. ▪ A pesar de todo, la ciudad fue conquistada. Y la explicación ha de encontrarse en la confluencia de estímulos mentales y materiales. Los primeros partieron de las manifestaciones del visionario Pedro Desiderio; no era la primera vez que este sacerdote daba a conocer las apariciones del difunto legado pontificio, Ademaro de Puy; la visión ahora relatada presentaba al obispo recriminando el egoísmo de los cruzados, exigiéndoles el arrepentimiento y la afirmación de la fe, que habrían de expresarse en una procesión en torno a Jerusalén, y prometiendo finalmente la ansiada conquista de la ciudad. La del viernes 8 de julio fue una procesión solemne, encabezada, según el testimonio de Pedro Tudebode, por obispos y Sacerdotes, descalzos y revestidos por ornamentos sagrados, llevando cruces en sus manos; les seguían los caballeros y sus ejércitos. Todos cantaban salmos y pedían a Dios la liberación de la ciudad la liberación de la ciudad. Su recorrido, desde el monte Sión hasta la iglesia de San Esteban Protomártir, el monte de los Olivos y el monasterio de Santa María en el valle de Josafat, fue acompañado, desde lo alto de las murallas, por una

procesión burlesca organizada por los musulmanes, que no parece haber estorbado, más bien al contrario, el fervor de los cristianos. Los capellanes más elocuentes y, si creemos a Alberto de Aix, también Pedro el Ermitaño, tomaron la palabra en el monte de los olivos y consiguieron elevar los ánimos de todos. Todo esto ocurría en el momento en que la situación de los sitiadores se hacía algo más ventajosa. La llegada desde Jaffa, de un grupo de genoveses, con los pertrechos y la técnica necesarios para la construcción de torres de asedio y el regreso, bien provistos de troncos de madera, de Tancredo y Roberto de Flandes de su incursión a los bosques de Samaria, hacían pensar en un asalto con posibilidades reales de éxito. ▪ El ataque se inició en la noche del 13 al 14 de Julio; en la tarde del día 15, Iftikhar, refugiado en la torre de David, salvaba su vida y las de los integrantes de su guardia personal con la rendición y la entrega de sus tesoros. Fueron los únicos sitiados que pudieron abandonar con vida la ciudad; porque dentro de Jerusalén había estallado la violencia. Los cruzados, como enloquecidos, entraban en casas mezquitas matando a hombres, mujeres y niños; la sinagoga fue incendiada y en ella murieron quemados la mayor parte de los judíos; después vino el saqueo, el pillaje sistemático. El relato detallado de los horrores no ha sido transmitido por los cronistas de la cruzada, que no ven otro modo de justificarlo que remitirse al “justo juicio de Dios”. No todos los cristianos pensaron así; los musulmanes no lo creyeron en modo alguno y la matanza de Jerusalén, esa demostración de fanatismo, fue durante mucho tiempo un obstáculo para el entendimiento. Tal vez Ademaro, el flexible, el prudente, lo hubiera evitado. No podemos conocer la opinión de Urbano II; el papa impulsor de la Primera Cruzada murió pocos días después de la conquista de la ciudad santa, sin que le hubieran llegado las noticias. ▪ Tomemos esta imagen de una Jerusalén humeante, saqueada, ensagrentada, y convirtámosla en el quicio sobre el chat hacer girar nuestras preguntas acerca del porqué y del para qué de las Cruzadas. ➢ Clermont. Los acontecimientos que configuran el hecho de la Primera Cruzada y sus consecuencias son de tal diversidad y magnitud que excluyen, por sí mismos, cualquier intento de explicación lineal, unidireccional. No basta el sermón de un papa para poner en marcha la muchedumbre- estimada, según los últimos cálculos- en pos de un objetivo verdaderamente difícil. El eco formidable de las palabras pronunciadas el 27 de noviembre de 1095 por Urbano II en Clermont resulta más asombroso, si nos vemos obligados a renunciar a su explicación por las razones inmediatas que tradicionalmente se han venido sosteniendo. La primera de ellas, a la que se concedía más importancia, era la presencia de los turcos selyuquíes en el Próximo Oriente y en Asia Menor como serio obstáculo para la peregrinación de

los cristianos latinos a los santos lugares. Pero, a finales del siglo XI, esas dificultades no eran tan graves como pueden hacer pensar los relatos exagerados de algunos peregrinos. Es cierto que la inestabilidad en Asia Menor no favorecía la seguridad. Por esa razón, el viaje por tierra era poco frecuente; los peregrinos preferían embarcar en Venecia o en Constantinopla, Jerusalén y Palestina habían sido ya recuperadas por los fatimíes y los peregrinos podían cumplir sus objetivos como en otras épocas. La segunda razón esgrimida tradicionalmente, la petición de ayuda por parte de Bizancio, tampoco parece consistente. Lo peor de la amenaza de los turcos había pasado ya y el Imperio de Oriente daba pruebas, una vez más, de su capacidad de adaptación. Es cierto que, en el concilio de Piacenza, celebrado a comienzos del mismo año 1095, estuvieron presentes los enviados de Alejo Comneno procurando el envío de mercenarios dispuestos a integrarse en el ejército imperial, necesitado de hombres. Pero nada tiene que ver eso con la solicitud de intervención de cuerpos de ejércitos latinos, que difícilmente podía partir Alejo I después de la negativa experiencia vivida en los comienzos de su reinado con los normandos de Roberto Guiscardo. Por su parte, las ciudades italianas, que habían venido intensificando, a lo largo del siglo XI, su presencia en el Mediterráneo oriental, tampoco veía con buenos ojos- lo pusieron de manifiesto los venecianos con su oposición a Roberto Guiscardo- la presencia de tropas capaces de desestabilizar el clima de buenas relaciones que favorecía sus negocios. Nada hay, pues, que, de manera inmediata, justifique las cruzadas. ▪ No hay manifestaciones externas que expliquen el fenómeno de las cruzadas, por tanto, han de buscarse hacia dentro. Se impone la compresión de las Cruzadas como una manifestación más – con claros paralelismos en la reconquista ibérica o en la progresión hacia el este y el norte- de las transformaciones que sacuden la Europa latina de los siglos centrales de la Edad Media. Como siempre, el análisis de detalle es más complejo; de todas formas, no es difícil advertir en Clermont la presencia de vectores, de líneas de fuerza convergentes en la gestación de las cruzadas, que tienen que ver con lo que decimos. ▪ El concilio de Clermont es uno más de los concilios reformistas. Los clérigos reunidos en el vuelven sobre los mecanismos de fortalecimiento eclesiástico en su doble vertiente de autocontrolla investidura laica, la simonía, el matrimonio de los clérigos- y de control de la sociedad entera- el impulso de la tregua y de la paz de Dios, la excomunión por adulterio del rey de Francia-. Urbano II, este cluniacense que acababa de visitar su antiguo monasterio poco tiempo antes de presidir la reunión conciliar, es un gregoriano convencido. Su mensaje debe entenderse, en primer lugar, como el deseo de poner en práctica el convencimiento teórico de su jefatura sobre la cristiandad. En este sentido, la cruzada, predicada y dirigida por el pontífice, aparece como una prolongación de las instituciones de paz, capaz de canalizar hacia



el exterior la energía liberada por la pacificación interna. Algunos años más tarde, San Bernardo, en sus alabanzas de la nueva milicia, la de los caballeros del Templo, lo explica con precesión: “En su patria pierden con gran satisfacción a sus más crueles devastadores; en Jerusalén acogen con gozo a sus fieles defensores.” El llamamiento de Clermont para acudir en auxilio de los cristianos de Oriente y para rescatar los Santos Lugares se inserta, pues, en una corriente de ascenso de la Iglesia y el pontificado. Pero Urbano II no podía prever el efecto de sus palabras, multiplicado también por causas que venían de atrás. El entusiasmo experimentado ante los muros de Clermont“¡Deus le voult!”- se multiplicó con rapidez, impulsado, más que por la predicación de los obispos, que el papa había aconsejado, por los eremitas iluminados, como Roberto de Arbrissel o Pedro el Ermitaño y sus discípulos. Se produce entonces una primera y brusca respuesta, que escapa a todos los controles. La llamada Cruzada Popular es un movimiento espontáneo, conducido por los propios predicadores, en el que participan gentes de muy diversa procedencia y condición, desde segundones de la nobleza hasta bandoleros, pasando por campesinos y habitantes de las ciudades. Una primera oleada, encabezada por Pedro el Ermitaño y Gualterio Sans Avoir, se reunió en Colonia en la Pascua del año 1096. Desde allí y con algunos días de diferencia, partieron en dos grupos- Gualterio, por delante, Pedro, al frente de los que salieron más tarde- para remontar el Rin y el Neckar y seguir luego el curso del Danubio. No era tarea fácil controlar aquellas multitudes heterogéneas y mal organizadas, sobre todo cuando surgían dificultades de abastecimiento. El recurso al saqueo era siempre una posibilidad, que el grupo de Gualterio comenzó a poner en práctica en los alrededores de Belgrado, una vez cruzada la frontera entre Hungría y el Imperio Bizantino. Como consecuencia de ello, surgieron las primeras tensiones y los primeros entrentamientos con las autoridades locales. Poco después, en el mismo lugar, pero a ambos lados de la frontera, los conflictos ocasionados por la llegada de Pedro el Ermitaño fueron más graves. Del lado de Hungría, los cruzados asaltaron y tomaron Semlin, provocando la primera matanza de las cruzadas. Del lado bizantino, saquearon e inceniaron Belgrado, aunque esta vez sus habitantes habían tenido la precaución de abandonar la ciudad. En Nish, las cosas no fueron tan fáciles; el nuevo intento de asalto fue duramente reprimido por la guarnición bizantina; los efectivos de Pedro que siguieron hacia Constantinopla se habían reducido en una cuarta parte. Con estos antecedentes y el espectáculo de los expedicionarios, se explica bien la sorpresa y la inquietud de Alejo Comneno. No era aquella la ayuda que había pedido; así que facilitó el rápido traslado de los cruzados al otro lado del Bósforo y su instalación en el campamento de Civetot, en

el golfo de Nicomedia. Allí se estrelló definitivamente esta primera ola de cruzadas. Desoyendo los consejos del emperador, los latinos provocaron, sin los medios ni la organización necesarios, el enfrentamiento con los turcos. El desastre fue total. La flota de socorro enviada por Alejo sólo pudo rescatar y trasladar a la capital a unos tres mil supervivientes. ▪ La segunda ola de movimiento popular rompió antes. Se formó en Alemania, tras la marcha de Pedro y los suyos, como consecuencia de la labor de Gottschalk, discípulo del Ermitaño, y de otros predicadores. Tres grupos se pusieron en marcha, encabezados por Volkmar, el propio Gottschalk y Emich de Lesingen. La intensidad con que la predicación de la cruzada evocaba en las mentes de todos los escenarios de la vida y la pasión de Cristo, situó la actuación del pueblo judío en un inevitable primer plano; junto a ello, el papel de las comunidades judías en la sociedad cristiana, como grupos cerrados dedicados a actividades, no exclusiva pero sí significativamente, relacionadas con el negocio del dinero y particularmente con su préstamo, no suscitaba precisamente las simpatías. Esta segunda ola de la Cruzada Popular comenzó por liberar sus energías sembrando el pánico entre las comunidades judías de Alemania y Centroeuropea. Espira, Worms, Maguncia, Colonia, Tréveris, Metz, Praga, Ratisbona conocieron la violencia de los cruzados, llevada adelante en contra de la prohibición expresa de los obispos, que en todas partes trataron de proteger a los judíos. En Hungría, intentaron repetir sus actuaciones y las de las expediciones anteriores. Pero la respuesta del rey Colomán fue ahora contundente. Volkmar en Nitra, Gottschalk en Stuhliwissenburg y Emich en Wiesselburg fueron casi totalmente aniquilados. Los escasos supervivientes se dispersaron y algunos regresaron a sus casas. ▪ Mejor que ninguna otra cosa, la Cruzada Popular, este movimiento explosivo y descontrolado, permite comprender que su fundamento explicativo se asienta en la anterior historia social de Europa. El crecimiento demográfico, desde luego, pero también la fijación de los nuevos marcos señoriales o la organización linajística de la aristocracia, generan grupos de hombres en los cuales las presiones psicológicas- desde la exaltación religiosa hasta la atracción del viaje lejano- son capaces de producir respuestas radicales. La Cruzada Popular y lo que siguió después constituyen una manifestación del dinamismo social de la cristiandad latina. ➢ Constantinopla. Ant...


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