Alma por Voltaire - De prueba PDF

Title Alma por Voltaire - De prueba
Author Francisco Jiménez Amor
Course Psicología
Institution Universidad de Murcia
Pages 14
File Size 290.3 KB
File Type PDF
Total Downloads 42
Total Views 136

Summary

De prueba...


Description

ALMA I En el sentido propio y literal del latín y de las lenguas que se derivan de él, significa lo que «anima». Por eso se dice: «el alma de los hombres, de los animales y de las plantas», para significar su principio de vegetación y de vida. Al pronunciar esta palabra sólo nos da una idea confusa, como cuando se dice en el Génesis: «Dios sopló en el rostro del hombre un soplo de vida y se convirtió en alma viviente; el alma de los animales está en la sangre; no matéis pues, su alma.» De modo que el alma -en sentido general- se toma por el origen y la causa de la vida, por la vida misma . Por esto las naciones antiguas creyeron durante muchísimo tiempo que todo moría al morir el cuerpo. Es probable que los egipcios fuesen los primeros que distinguieron la inteligencia y el alma, y los griegos aprendieron de ellos a distinguirla. Los latinos, siguiendo el ejemplo de los griegos, distinguieron animus y anima, y nosotros distinguimos también alma e inteligencia. Pero lo que constituye el principio de nuestra vida ¿constituye el principio de nuestros pensamientos? ¿Son dos cosas diferentes, o forman un mismo principio? Lo que nos hace digerir, lo que nos produce sensaciones y nos da memoria, ¿se parece a lo que es causa en los animales de la digestión, de las sensaciones y de la memoria? Dicho en otras palabras: ¿Lo que nos hace vivir es lo mismo que lo que nos hace pensar? ¿Sabe alguno cómo los miembros obedecen a su voluntad? ¿Ha descubierto el medio por el cual las ideas se forman en su cerebro y salen de él cuando lo desea? No sabemos cómo recibimos la vida, ni cómo la damos, ni cómo crecemos, ni cómo digerimos, ni cómo dormimos, ni cómo pensamos, ni cómo sentimos. Es una incomprensible dificultad conocer cómo cualquiera de los seres concibe sus pensamientos.

Los griegos distinguían tres clases de alma: «el alma sensitiva» o «el alma de los sentidos»; el soplo que da vida y movimiento a toda máquina, y que nosotros traducimos por «espíritu», y la tercera clase de alma, que, como nosotros, llamaron «inteligencia». Poseemos, pues, tres almas, sin tener la más ligera noción de ninguna de ellas. Santo Tomás de Aquino admite estas tres almas, como buen peripatético, y distingue cada unía de ellas en tres partes: una está en el pecho, otra en todo el cuerpo y la tercera en la cabeza. En nuestras escuelas no se conoció otra filosofía hasta el siglo XVIII... ¡Y desgraciado el hombre que hubiera tomado una de esas tres almas por la otra! Hay, sin embargo, motivo para este caos de ideas. Los hombres conocieron que, cuando les excitaban las pasiones del amor, de la cólera o del miedo, sentían ciertos movimientos en

las entrañas. El hígado y el corazón fueron asignados como asiento de las pasiones. Cuando se medita profundamente, sentimos cierta opresión en los órganos de la cabeza: luego el alma intelectual está en el cerebro. Sin respirar no es posible la vegetación y la vida: luego el alma vegetativa está en el pecho, que recibe el soplo del aire.

Para Homero Cuando los hombres vieron en sueños a sus padres o a sus amigos muertos, se dedicaron a estudiar qué es lo que se les había aparecido. No era el cuerpo, porque lo había consumido una hoguera, se lo había tragado el mar y había servido de pasto a los peces. Esto no obstante, sostenían que algo se les había aparecido, puesto que lo habían visto; el muerto les había hablado, y el que estaba soñando le dirigía preguntas. ¿Con quién habían conversado durmiendo? Se imaginaron que era un fantasma, una figura aérea, una sombra, los manes, una pequeña alma de aire y fuego extremadamente delicada, que vagaba por no sé dónde. Andando el tiempo, cuando quisieron profundizar este estudio, convinieron en que dicha alma era corporal, y esta fue la idea que de ella tuvo la antigüedad. Llegó después Platón, que sutilizó esa alma de tal manera, que se llegó a sospechar que la separó casi completamente de la materia; pero ese problema no se resolvió hasta que la fe vino a iluminarnos.

La Iglesia ha decidido por unanimidad que el alma es inmaterial. Los indicados santos incurrieron en un error que era entonces universal; eran hombres. Pero no se equivocaron respecto a la inmortalidad, porque los Evangelios evidentemente lo anuncian.

En vano los materialistas alegan que algunos Padres de la Iglesia no se expresaron con exactitud, San Ireneo dice que el alma es el soplo de la vida , que sólo es incorporal si se compara con el cuerpo de los mortales, pero que conserva la figura de hombre con el objeto de que se la reconozca. En vano Tertuliano se expresa de este modo: «La corporalidad del alma resalta en el Evangelio; porque si el alma no tuviera cuerpo, la imagen del alma no tendría imagen corpórea.» En vano alegan que San Hilario dijo en tiempos posteriores: «No hay nada de lo creado que no sea corporal, ni en el cielo ni en la tierra, ni en lo visible ni en lo invisible; todo está formado de elementos, y las almas, ya habiten en un cuerpo, ya salgan de él, tienen siempre una sustancia corporal.» En vano San Ambrosio, en el siglo VI, dijo: «No conocemos nada que no sea material, si exceptuamos la venerable Trinidad.» La Iglesia ha decidido por unanimidad que el alma es inmaterial. Los indicados santos incurrieron en un error que era entonces universal; eran hombres. Pero no se equivocaron respecto a la inmortalidad, porque los Evangelios evidentemente lo anuncian.

II - DE LAS DUDAS DE LOCKE SOBRE EL ALMA Locke como hombre profundo y

religioso dijo: «Quizás no seremos nunca capaces de

conocer si un ser material piensa o no, por la razón de que nos es imposible descubrir por medio de la contemplación de nuestras propias ideas si Dios ha concedido a cualquier montón de materia, preparada a propósito, el poder de conocerse y de pensar, o si unió a la materia de ese modo preparada una sustancia inmaterial que piensa. Con relación a nuestras nociones, no nos es difícil concebir que Dios puede, si así le place, añadir a la idea que tenemos de la materia la facultad de pensar; ni nos es difícil comprender que pueda añadirle otra sustancia que posea dicha facultad; porque ignoramos en qué consiste el pensamiento, y no sabemos tampoco la clase de sustancia a la que el Ser todopoderoso pueda conceder ese poder, y que puede crear en virtud de la voluntad omnímoda de Creador. No encuentro contradicción en que Dios, ser pensante, eterno y todopoderoso, dote si quiere de algunos grados de sentimiento, de perfección y de pensamiento a ciertos montones de materia creada insensible, y que los una a ella cuando lo crea conveniente.» Enciclopedia. Conocidos son los disgustos que le proporcionó el manifestar esta opinión, que en su época pareció atrevida, pero que sólo era la consecuencia de la convicción que abrigaba de la omnipotencia de Dios y de la debilidad del hombre. No aseguró que la materia piensa, pero dijo que no sabemos bastante para demostrar que es imposible que Dios añada el don del pensamiento al ser desconocido que llamamos materia, después de haberle concedido nosotros el don de la gravitación y el don del movimiento, que no son igualmente incomprensibles. Locke no fue el único que inició esta opinión; indudablemente ya la tuvo la antigüedad, puesto que consideraba el alma como una materia muy delicada, y por consecuencia, aseguraba que la materia podía sentir y pensar. ( Conviene poner a Locke con Atomistas) Esta fue también la opinión de Gassendi, como puede verse en las objeciones que hizo a Descartes. «Es verdad -dice Gassendi- que conocéis, que pensáis, pero no sabéis qué especie de sustancia sois. Por lo tanto, aunque os sea conocida la operación del pensamiento, desconocéis lo principal de vuestra esencia, ignorando cuál es la naturaleza de esa sustancia de la que el acto de pensar es una de las operaciones. En esto os parecéis al ciego que, al sentir el calor de los rayos solares y sabiendo que lo causa el sol, creyera que tenía la idea clara y distinta de lo que es ese astro, porque si le preguntaban qué es el sol, podía responder: «Es una cosa que calienta.» El mismo Gassendi, en su libro titulado Filosofía de Epicuro, repite algunas veces que no hay evidencia matemática de la pura espiritualidad del alma. Descartes, en una de las cartas que dirigió a la princesa palatina Elisabeth, le dijo: «Confieso que por medio de la razón natural podemos hacer muchas conjeturas respecto al alma y acariciar halagüeñas esperanzas, pero no podemos tener ninguna seguridad.» En este caso, Descartes ataca en sus cartas lo que afirma en sus libros. Acabamos de ver que los Padres de la Iglesia de los primeros siglos, creyendo al alma inmortal, la creían material al mismo tiempo, suponiendo que a Dios le era tan fácil conservar como crear. Por eso decían: «Dios la hizo pensante, y pensante la conservará.»

Malebranche probó bastante bien que nosotros no adquirimos ninguna idea por nosotros mismos, y que los objetos son incapaces de dárnoslas. De esto dedujo que provienen de Dios. Esto equivale a decir que Dios es el autor de todas nuestras ideas.

III - DEL ALMA DE LAS BESTIAS Antes de admitir el extraño sistema que supone que los animales son unas máquinas incapaces

de

sensación,

los

hombres

no

creyeron

nunca

que

las

bestias

tuvieran alma inmaterial, y nadie fue tan temerario que se atreviera a decir que la ostra estaba dotada de alma espiritual. Estaban acordes las opiniones y convenían en que las bestias habían recibido de Dios sentimiento, memoria, ideas, pero no espíritu. Nadie había abusado del don de raciocinar hasta el extremo de decir que la Naturaleza concedió a las bestias todos los órganos del sentimiento para que no tuvieran sentimiento. Nadie había dicho que gritan cuando se las hiere, que huyen cuando se las persigue, sin sentir dolor ni miedo. No se negaba entonces la omnipotencia de Dios, reconociendo que pudo comunicar a la materia orgánica de los animales el placer, el dolor, el recuerdo, la combinación de algunas ideas; pudo dotar a varios de ellos, como al mono, al elefante, al perro de caza, del talento para perfeccionarse en las artes que se les enseñan; pudo dar a los animales carnívoros medios para hacer la guerra. No sólo pudo, sino que así lo hizo; pero Pereyra y Descartes sostuvieron que el mundo se equivocaba; que Dios había jugado con él a los cubiletes, dotando con todos los instrumentos de la vida y de la sensación a los animales, con el propósito deliberado de que carecieran de sensación y de vida propiamente dicha, y otros que tenían pretensiones de filósofos, con la idea de contradecir la idea de Descartes, concibieron la quimera opuesta, diciendo que estaban dotados de espíritu los animales y que tenían alma los sapos y los insectos. Entre estas dos locuras, la primera que niega el sentimiento a los órganos que lo producen, y la segunda que hace alojar un espíritu puro en el cuerpo de una pulga, hubo autores que se decidieron por un término medio, que llamaron instinto. ¿Y qué es el instinto? Es una forma sustancial, una forma plástica, es «un no sé qué». Seré de vuestra opinión cuando llaméis a la mayoría de las cosas «yo no sé qué», cuando vuestra filosofía empiece y acabe por «yo no sé nada». Si trato de probar que el alma es un ser real, me contestan diciendo que es una facultad; si afirmo que es una facultad y que posee la de pensar, me responden que me equivoco, que Dios, dueño absoluto de la naturaleza, lo hace todo en mí y dirige todos mis actos y pensamientos; que si yo produjera mis pensamientos, sabría los que produzco cada minuto, y no lo sé; que sólo soy un autómata con sensaciones y con ideas, que dependo exclusivamente del Ser Supremo, y estoy tan sometido a El como la arcilla a las manos del alfarero.

V - DE LA NECESIDAD DE LA REVELACIÓN

El imperio romano estaba dividido en dos grandes sectas: la de Epicuro, que sostenía que la Divinidad era inútil en el mundo y que el alma perecía con el cuerpo, y la de los estoicos, que sostenía que el alma era una porción de la Divinidad, la cual después de la muerte del cuerpo volvía a su origen; esto es, al gran todo de donde había dimanado. Unas sectas creían que el alma era mortal y otras que era inmortal, pero todas ellas estaban conformes en burlarse de las penas y las recompensas futuras. Nos restan todavía bastantes pruebas de que los romanos tuvieron tal creencia, y esta opinión, profundamente grabada en los corazones de los héroes y de los ciudadanos romanos, les inducía a matarse sin el menor escrúpulo, sin esperar que el tirano los entregara al verdugo.

VI - LAS ALMAS DE LOS TONTOS Y DE LOS MONSTRUOS Nace un niño mal conformado y absolutamente imbécil; no concibe ideas y vive sin ellas. ¿Cómo hemos de definir esta clase de animal? Unos doctores dicen que es algo entre el hombre y la bestia; otros, que posee un alma sensitiva, pero no un alma intelectual. Come, bebe y duerme, tiene sensaciones, pero no piensa. ¿Existe para él la otra vida, o no existe? Se ha propuesto este caso, pero hasta hoy no ha obtenido completa resolución. Algún filósofo ha dicho que la referida criatura debía tener alma, porque su padre y su madre la tenían; pero guiándonos por este razonamiento, si hubiera nacido sin nariz, debíamos suponer que la tenía, porque su padre y su madre la tuvieron. Una mujer da a luz un niño que carece de barba, que tiene la frente aplastada y negra, la nariz afilada y puntiaguda y los ojos redondos; pero sin embargo de esto, el resto del cuerpo tiene la misma estructura que los demás mortales. Los padres deciden que reciba el bautismo, y todo el mundo cree que posee alma inmortal; pero si esa misma ridícula criatura tiene las uñas en forma de punta y la boca en forma de pico, le declaran monstruo, dicen que carece de alma y no la bautizan. Sabido es que en Londres, en 1726, hubo una mujer que paría cada ocho días un gazapillo. Sin ninguna dificultad, bautizaban a dicho niño. El cirujano que asistía a la referida mujer durante el parto juraba que ese fenómeno era verdadero, y le creían. ¿Pero qué motivo tenían los crédulos para negar que tuviesen alma los hijos de dicha mujer? Ella la tenía, sus hijos debían también tenerla. ¿El Ser Supremo no puede conceder el don del pensamiento y el de la sensación al ser desfigurado que nazca de una mujer en forma de conejo, lo mismo que al que nazca en figura de hombre? El alma que se predisponía a alojarse en el feto de esa madre, ¿sería capaz de volverse al vacío? Locke observa respecto a los monstruos que no debe atribuirse la inmortalidad al exterior del cuerpo, que la configuración nada importa en este caso. La inmortalidad no está más ligada a la forma del rostro o del pecho que a la configuración de la barba o a la hechura del traje, y pregunta: «¿Cuál es la justa medida de deformidad a la que hay que sujetarse para conocer si un niño tiene alma o no la tiene? ¿Desde qué grado debe ser declarado monstruo?» ¿Qué hemos de pensar en esta materia de un niño que tenga dos cabezas y que, a pesar de esto, su cuerpo está bien modelado? Unos dicen que tiene dos almas, porque está provisto de

dos glándulas pineales, y otros contestan a esto diciendo que no puede tener dos almas quien no tiene mas que un pecho y un ombligo.

VII No vacilo en colocar en la categoría de maestro de errores a Descartes y a Malebranche. Descartes nos asegura que el alma del hombre es una sustancia, cuya esencia es pensar que piensa siempre, y que se ocupa desde el vientre de la madre de ideas metafísicas y de acciones generales que olvida en seguida. Malebranche está convencido de que todo lo vemos en Dios. Si encontró partidarios, es porque las fábulas más atrevidas son las que mejor recibe la débil imaginación del hombre. En una palabra, voy a insertar un extracto de Locke, a quien yo censuraría si fuese teólogo, pero a quien patrocino como una hipótesis, como conjetura filosófica, humanamente hablando. Se trata de saber lo que es el alma. 1.º La palabra alma es una de esas palabras que pronunciamos sin entenderlas; sólo entendemos las cosas cuando tenemos idea de ellas; no tenemos idea del alma: luego no la comprendemos. 2.º Se nos ha ocurrido llamar alma a la facultad de sentir y de pensar, así como llamamos vida a la facultad de vivir y voluntad a la facultad de querer. Algunos razonadores dijeron en seguida a esto: «El hombre es un compuesto de materia y de espíritu; la materia es extensa y divisible; el espíritu ni es una cosa ni otra: luego es de naturaleza distinta. Es una reunión de dos seres que no han sido creados el uno para el otro y que Dios unió a pesar de su naturaleza. Apenas vemos el cuerpo, y absolutamente no vemos el alma. Esta no tiene partes: luego es eterna; tiene ideas puras y espirituales: luego no las recibe de la materia; tampoco las recibe de sí misma: luego Dios se las da, luego ella aporta al nacer la idea de Dios y del infinito, y todas las ideas generales.» Humanamente hablando, contesto a dichos razonadores diciéndoles que son muy sabios. Empiezan por concedernos que existe el alma, y luego nos explican lo que debe ser; pronuncian la palabra materia, y deciden de plano lo que la materia es. Pero yo les replico: No conocéis ni el espíritu ni la materia. En cuanto al espíritu, sólo le concedéis la facultad de pensar, y en cuanto a la materia, comprendéis que ésta no es más que una reunión de cualidades, de colores, de extensiones y de solideces; a esa reunión llamáis materia, y marcáis los límites de ésta y los del alma antes de estar seguros de la existencia de una y de otra. Enseñáis gravemente que las propiedades de la materia son la extensión y la solidez; y yo os repito modestamente que la materia tiene otras mil propiedades, que ni vosotros ni yo conocemos. Aseguráis que el alma es indivisible y eterna, dando por seguro lo que es cuestionable. Poner lo siguiente como texto para comparar al niño con los animales...


Similar Free PDFs