Análisis de Un médico rural - Kafka PDF

Title Análisis de Un médico rural - Kafka
Course Literatura Contemporánea
Institution Universitat Pompeu Fabra
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Análisis de Un médico rural

Para leerlo quizás convenga tener en cuanta algunas de las observaciones que hace el propio Kafka en sus cartas. Dice que sus cuentos no pueden leerse como una narración sino como un poema, (esto lo dijo concretamente de la condena pero es aplicable a los demas) tienen que estar rodeados de vacío. Algunos de sus cuentos deben leerse no como narraciones lógicas sino como aproximaciones a un espacio imaginario de esos mundos posibles que rompen nuestros esquemas. No podemos intentar dar sentido a todo lo que sucede en sus narraciones. No hay que interpretarlo todo como han intentado algunos especialistas. Es muy difícil someter a una interpretación de ecuación a un cuento de Kafka. Kafka no se somete a este tipo de interpretación. Toda la obra de Kafka podemos interpretarla como una parábola o como apólogos. La diferencia de los cuentos de Kafka en relación a estos es que uno piensa que “aquí hay gato encerrado”. Las parábolas o apólogos son géneros arcaicos que contienen una enseñanza, generalmente moral. La diferencia en el tratamiento de este material es que Kafka impugna totalmente la enseñanza, la elimina, como un cirujano que corta y nos quedamos solo con el texto, por lo que no sabemos que nos quiere enseñar. Produce un bloqueo de la enseñanza, bloquea el contenido didáctico. Ese bloqueo produce la apertura semántica de la que hablábamos el otro día. Kafka parece estar elaborando ese tipo de narración que revela o enseña algo, pero lo hace de tal manera que excluye la dimensión didáctica que hay detrás. Sabemos que nos quiere decir algo pero no sabemos qué. Uno se pregunta qué es lo que quiere decir, a dónde pretende conducirme el autor. Scholem defiende una lectura teológica de toda la obra de Kafka como si de verdad fueran parábolas judas. En cambio Benjamín, siempre mucho más receloso ante las grandes verdades, piensa que esa es una lectura simplificadora. No se puede hacer una lectura simple desde la calve del judaísmo. Kafka no es un autor teológico. Su lectura es ateológica. Admite que si uno quiere puede hacer una lectura en ese sentido, pero es una interpretación demasiado sencilla.

El cuento del que nos ocupamos hoy no es nada fácil ni admite ninguna interpretación fácil. Vamos a comentarlo casi superficialmente.

Un apunte

inicial sobre el título:. muchos de los estímulos iniciales de Kafka proceden su experiencia de todos los días, posiblemente en este caso, a la hora de hablar de un médico de campo o de pueblo, la idea deviene de un tío suyo que era efectivamente médico rural. Esto no nos lleva mucho más allá. Igual sabemos que algunos de los personajes de sus narraciones están inspirados por conocidos de la vida real. El punto de partida es solo saber que el oficio de médico en el campo es muy sacrificado porque estas expuesto a que te llamen a cualquier hora del día o de la noche, y ahí tenemos el punto de partida de la narración. Empieza con una llamada a deshora para hacer un servicio. El narrador es el propio médico y eso le crea un problema técnico a Kafka. Cuando un escritor crea un relato con un narrador en primera persona tiene que tener en cuenta que ese narrador al final del relato tiene que estar vivo y en disposición de contar lo que le ha pasado sino no se puede explicar de dónde procede su voz. Kafka no es un escritor que se plantee problemas técnicos.

Estaba muy preocupado; debía emprender un viaje urgente; un enfermo de gravedad me estaba esperando en un pueblo a diez millas de distancia; una violenta tempestad de nieve azotaba el vasto espacio que nos separaba; yo tenía un coche, un cochecito ligero, de grandes ruedas, exactamente apropiado para correr por nuestros caminos; envuelto en el abrigo de pieles, con mi maletín en la mano, esperaba en el patio, listo para marchar; pero faltaba el caballo… El mío se había muerto la noche anterior, agotado por las fatigas de ese invierno helado;

Este es el punto de partida. Como vemos, nos encontramos ante una situación absurda. El tío está en su casa, recibe la llamada y aun sabiendo que no tiene caballo se prepara para salir. Además el sabia que se había muerto la noche anterior. Nuestra lógica no funciona en esta situación. mientras tanto, mi criada corría por el pueblo, en busca de un caballo prestado; pero estaba condenada al fracaso, yo lo sabía, y a pesar de eso continuaba allí inútilmente, cada vez más envarado, bajo la nieve que me cubría con su pesado manto.

Una vez más es absurdo que aguarde preparado en el patio, y más si él mismo declara de que hay pocas esperanzas de que su criada encuentre un caballo. Lo lógico sería que se esparese en casa hasta que la criada regrese. Si uno se entrega sin más al texto no repara en estas pequeñas absurdiades. En la puerta apareció la muchacha, sola, y agitó la lámpara; naturalmente, ¿quién habría prestado su caballo para semejante viaje? Atravesé el patio, no hallaba ninguna solución; distraído y desesperado a la vez, golpeé con el pie la ruinosa puerta de la pocilga, deshabitada desde hacía años. La puerta se abrió, y siguió oscilando sobre sus bisagras. De la pocilga salió una vaharada como de establo, un olor a caballos. Una polvorienta linterna colgaba de una cuerda.

Justo lo que necesitaba, su deseo más intenso e4n ese momento era tener un caballo y ahí aparece, como si ese fuiera el horno de los deseos. Un individuo, acurrucado en el tabique bajo, mostró su rostro claro, de ojitos azules. -¿Los engancho al coche? -preguntó, acercándose a cuatro patas.

El muchacho sale a gatas porque, recordemos, se trata de un pequeño cobertizo. Aquñi uno se da cuenta de que esto no es un cuento realista. Uno se da cuenta de que debe ser una especie de parábola para transmitir algún tipo de enseñanza. Es un texto que remite a un nivel de significación distinto. No supe qué decirle, y me agaché para ver qué había dentro de la pocilga. La criada estaba a mi lado.

Va alternando lo ilógico y lo lógico constantemente. -Uno nunca sabe lo que puede encontrar en su propia casa -dijo ésta. Y ambos nos echamos a reír.

El elemento de comicidad está presente. Pero en un nivel de lectura psicoanalista podemos interpretar que nunca sabe uno lo que tiene dentro de sí. -¡Hola, hermano, hola, hermana! -gritó el palafrenero, y dos caballos, dos magníficas bestias de vigorosos flancos, con las piernas dobladas y apretadas contra el cuerpo, las perfectas cabezas agachadas, como las de los camellos, se abrieron paso una tras otra por el hueco de la puerta, que llenaban por completo. Pero una vez afuera se irguieron sobre sus largas patas, despidiendo un espeso vapor.

De ese pequeño agujero salen dos enormes caballos. Esto evidentemente, tiene que tener valor simbólico. Está rompiendo cualquier principio de representación realista de las cosas. Una interpretación que se ha dado, de vertiente psicoanalista, sería traducirlo en un parto, es la imagen del principio, del origen de la vida. Estas significaciones aisladas vale la pena tenerlas en cuenta para tratar de casarlas a forma de puzle al final del cuento. Estos caballos por lo tanto representan la vida, la fuerza vital. También la fuerza muscular. -Ayúdalo -dije a la criada, y ella, dócil, alargó los arreos al caballerizo..

Esta situación absurda conduce a un desarrollo lógico. Ante una situación tan disparatada los personajes no se extrañan, actúan con total normalidad. Ahora que ya tenemos caballos vamos a atarlos al coche, qué más da de dónde hayan salido. Pero apenas llegó a su lado, el hombre la abrazó y acercó su rostro al rostro de la joven. Esta gritó, y huyó hacia mí; sobre sus mejillas se veían, rojas, las marcas de dos hileras de dientes -¡Salvaje! -dije al caballerizo-. ¿Quieres que te azote? Pero luego pensé que se trataba de un desconocido, que yo ignoraba de dónde venía y que me ofrecía ayuda cuando todos me habían fallado. Como si hubiera adivinado mis pensamientos, no se mostró ofendido por mi amenaza y, siempre atareado con los caballos, sólo se volvió una vez hacia mí. -Suba -me dijo, y, en efecto, todo estaba preparado. Advierto entonces que nunca viajé con tan hermoso tronco de caballos, y subo alegremente.

Su criada acaba de sufrir una agresión por parte del mozo, él forma parte de esa animalidad que ha salido del cobertizo. Los caballos y el mozo salen del mismo lugar, representa la fuerza impulsiva sexual. Pero él, el medico, está alegre. Kafka imita la falta de extrañeza que nosotros mismo podemos experimentar en los sueños. Situaciones ilógicas pueden ser aparentemente normales. Pero más adelante vemos que si surge esa preocupación por la criada, hay como una parte de culpa. -Yo conduciré, pues tú no conoces el camino -dije. -Naturalmente -replica-, yo no voy con usted: me quedo con Rosa. -¡No! -grita Rosa, y huye hacia la casa, presintiendo su inevitable destino; aún oigo el ruido de la cadena de la puerta al correr en el cerrojo; oigo girar la llave en la cerradura; veo además que Rosa apaga todas las luces del vestíbulo y, siempre huyendo, las de las habitaciones restantes, para que no puedan encontrarla. -Tú vendrás conmigo -digo al mozo-; si no es así, desisto del viaje, por urgente que sea. No tengo intención de dejarte a la muchacha como pago del viaje. -¡Arre! -grita él, y da una palmada; el coche parte, arrastrado como un leño en el torrente; oigo crujir la puerta de mi casa, que cae hecha pedazos bajo los golpes del mozo; luego mis ojos y mis oídos se hunden en el remolino de la tormenta que confunde todos mis sentidos. Pero esto dura sólo un instante; se diría que frente a mi puerta se encontraba la puerta de la casa de mi paciente; ya estoy allí;

De nuevo una situación ilógica que solo cobra sentido si interpretamos en clave onírica. Kafka suele puntuar con signos de puntuación menores para indicar que todo sucede muy rápido. los caballos se detienen; la nieve ha dejado de caer; claro de luna en torno; los padres de mi paciente salen ansiosos de la casa, seguidos de la hermana; casi me arrancan del coche; no entiendo nada de su confuso parloteo; en el cuarto del

enfermo el aire es casi irrespirable, la estufa humea, abandonada; quiero abrir la ventana, pero antes voy a ver al enfermo. Delgado, sin fiebre, ni caliente ni frío, con ojos inexpresivos, sin camisa, el joven se yergue bajo el edredón de plumas, se abraza a mi cuello y me susurra al oído: -Doctor, déjeme morir.

Hasta aquí parece una situación real. Ha sido llamado por los padres, no por el pripio paciente. Miro en torno; nadie lo ha oído; los padres callan, inclinados hacia adelante, esperando mi sentencia;

Lo padres confían en la ciencia. la hermana me ha acercado una silla para que coloque mi maletín de mano. Lo abro, y busco entre mis instrumentos; el joven sigue alargándome las manos, para recordarme su súplica; tomo un par de pinzas, las examino a la luz de la bujía y las deposito nuevamente. Sí pienso indignado, en estos casos los dioses nos ayudan, nos mandan el caballo que necesitamos y, dada nuestra prisa, nos agregan otro. Además, nos envían un caballerizo… En aquel preciso instante me acuerdo de Rosa. ¿Qué hacer? ¿Cómo salvarla? ¿Cómo rescatar su cuerpo del peso de aquel hombre, a diez millas de distancia, con un par de caballos imposibles de manejar? Esos caballos que no sé cómo se han desatado de las riendas, que se abren paso ignoro cómo;

Lo que irrumpe, podemos interpretar que es la vida, la vida convertida en energía, en musculo e impulso vital. Es la imagen de la vida recién llegada y la imagen de la muerte deseada. que asoman la cabeza por la ventana y contemplan al enfermo, sin dejarse impresionar por las voces de la familia. -Regresaré en seguida -me digo como si los caballos me invitaran al viaje. Sin embargo, permito que la hermana, que me cree aturdido por el calor, me quite el abrigo de pieles. Me sirven una copa de ron; el anciano me palmea amistosamente el hombro, porque el ofrecimiento de su tesoro justifica ya esta familiaridad. Meneo la cabeza; estallaré dentro del estrecho círculo de mis pensamientos; por eso me niego a beber. La madre permanece junto al lecho y me invita a acercarme; la obedezco, y mientras un caballo relincha estridentemente hacia el techo,

Esto es casi un cuadro expresionista. apoyo la cabeza sobre el pecho del joven, que se estremece bajo mi barba mojada.

Aquí se puede interpretar la moral del siervo, aquel que vive sometido a una fuerza superior que es el amo. Pero no tiene por qué ser una persona, puede ser el estado, puede ser la ley, pero el algo que le somete. En casa un padre

autoritario impone miedo, en el trabajo ocurre lo mismo con un jefe autoritario. Este sentimiento de miedo muchas veces va acompañado del sentimiento de estar en falta. De haber hecho algo malo sin saber el qué del temor de haberse equivocado. Del sentimiento de ser culpable de algo. Pensar que a uno le va a caer encima la acusación o la bronca. Esto es la ética del siervo que forma parte en muchos personajes de Kafka. En esa ética el que está cumpliendo un servicio, lo principal por encima de cualquier otra consideración humana es el deber, el cumplimiento del deber. Si tú eres médico, tu obligación es curar. Es la ética del servicio ciego. Se confirma lo que ya sabía: el joven está sano, quizá un poco anémico, quizá saturado de café, que su solícita madre le sirve, pero está sano; lo mejor sería sacarlo de un tirón de la cama. No soy ningún reformador del mundo, y lo dejo donde está. Soy un vulgar médico del distrito que cumple con su deber hasta donde puede, hasta un punto que ya es una exageración. Mal pagado, soy, sin embargo, generoso con los pobres. Es necesario que me ocupe de Rosa; al fin y al cabo es posible que el joven tenga razón, y yo también pido que me dejen morir.

Un giro inesperado ¿Qué hago aquí, en este interminable invierno? Mi caballo se ha muerto y no hay nadie en el pueblo que me preste el suyo. Me veré obligado a arrojar mi carruaje en la pocilga; si por casualidad no hubiese encontrado esos caballos, habría tenido que recurrir a los cerdos. Esta es mi situación. Saludo a la familia con un movimiento de cabeza. Ellos no saben nada de todo esto, y si lo supieran, no lo creerían. Es fácil escribir recetas, pero en cambio es un trabajo difícil entenderse con la gente. Ahora bien, acudí junto al enfermo; una vez más me han molestado inútilmente; estoy acostumbrado a ello; con esa campanilla nocturna todo el distrito me molesta, pero que además tenga que sacrificar a Rosa, esa hermosa muchacha que durante años vivió en mi casa sin que yo me diera cuenta cabal de su presencia… Este sacrificio es excesivo, y tengo que encontrarle alguna solución, cualquier cosa, para no dejarme arrastrar por esta familia que, a pesar de su buena voluntad, no podrían devolverme a Rosa. Pero he aquí que mientras cierro el maletín de mano y hago una señal para que me traigan mi abrigo, la familia se agrupa, el padre olfatea la copa de ron que tiene en la mano, la madre, evidentemente decepcionada conmigo -¿qué espera, pues, la gente?- se muerde, llorosa, los labios, y la hermana agita un pañuelo lleno de sangre; me siento dispuesto a creer, bajo ciertas condiciones, que el joven quizá está enfermo.

Esto es absurdo… o el joven está enfermo o no lo está. No cabe lugar a un quizás. Me acerco a él, que me sonríe como si le trajera un cordial… ¡Ah! Ahora los dos caballos relinchan a la vez; ese estrépito ha sido seguramente dispuesto para facilitar mi auscultación; y esta vez descubro que el joven está enfermo. El costado derecho, cerca de la cadera, tiene una herida grande como un platillo, rosada, con muchos matices, oscura en el fondo, más clara en los bordes, suave al tacto, con coágulos irregulares de sangre, abierta como una mina al aire libre.

Es un horror lo que está describiendo. Como un cuadro naturalista busca producir repugnancia. Así es como se ve a cierta distancia. De cerca, aparece peor. ¿Quién puede contemplar una cosa así sin que se le escape un silbido? Los gusanos, largos y gordos como mi dedo meñique, rosados y manchados de sangre, se mueven en el fondo de la herida, la puntean con sus cabecitas blancas y sus numerosas patitas. Pobre muchacho, nada se puede hacer por ti. He descubierto tu gran herida; esa flor abierta en tu costado te mata. La familia está contenta, me ve trabajar; la hermana se lo dice a la madre, ésta al padre, el padre a algunas visitas que entran por la puerta abierta, de puntillas, a través del claro de luna.

Se rompen todas las relaciones lógicas. Esto es como un teatro, un espectáculo. Todo es absurdo. -¿Me salvarás? -murmura entre sollozos el joven, deslumbrado por la vista de su herida. Así es la gente de mi comarca. Siempre esperan que el médico haga lo imposible. Han perdido la antigua fe;

Perdida de la fe, de que Dios nos garantiza la vida. La nueva fe es la ciencia. el cura se queda en su casa y desgarra sus ornamentos sacerdotales uno tras otro; en cambio, el médico tiene que hacerlo todo, suponen ellos, con sus pobres dedos de cirujano. ¡Como quieran! Yo no les pedí que me llamaran; si pretenden servirse de mí para un designio sagrado, no me negaré a ello. ¿Qué cosa mejor puedo pedir yo, un pobre médico rural, despojado de su criada?

Rompe de nuevo los esquemas, un medico puede salvar la vida, pero esto no es algo sagrado, Si él entiende que la familia le exige una acción sagrada es que la familia espera que le salve el alma al joven. La ciencia no puede salvar el alma. La ciencia puede proporcionar bienestar pero no puede cubrir y satisfacer las necesidades espirituales de los seres humanos. Y he aquí que empiezan a llegar los parientes y todos los ancianos del pueblo, y me desvisten; un coro de escolares, con el maestro a la cabeza, canta junto a la casa una tonada infantil con estas palabras: Desvístanlo, para que cure, y si no cura, mátenlo. Solo es un médico, solo es un médico… Mírenme: ya estoy desvestido, y, mesándome la barba y cabizbajo, miro al pueblo tranquilamente. Tengo un gran dominio sobre mí mismo; me siento superior a todos y aguanto, aunque no me sirve de nada, porque ahora me toman por la cabeza y los pies y me llevan a la cama del enfermo. Me colocan junto a la pared, al lado de la herida. Luego salen todos del aposento; cierran la puerta, el canto cesa; las nubes cubren la luna; las mantas me calientan, las sombras de las cabezas de los caballos oscilan en el vano de las ventanas.

-¿Sabes -me dice una voz al oído- que no tengo mucha confianza en ti? No importa cómo hayas llegado hasta aquí; no te han llevado tus pies. En vez de ayudarme, me escatimas mi lecho de muerte. No sabes cómo me gustaría arrancarte los ojos. -En verdad -dije yo-, es una vergüenza. Pero soy médico. ¿Qué quieres que haga? Te aseguro que mi papel nada tiene de fácil. -¿He de darme por satisfecho con esa excusa? Supongo que sí. Siempre debo conformarme. Vine al mundo con una hermosa herida. Es lo único que poseo.

Hasta ahora vamos viendo algunos elementos que componen un absurdo escénico y otros tienen un claro valor simbólico. La imagen que contiene más potencia simbólica es la herida. Cuando nació ya tenía esta herida. Por lo tanto es evidente que significa otra cosa. Esta herida va a acabar con la vida del muchacho. Es la imagen físicamente descriptible, es la metáfora de la mortalidad del ser humano. Cuando un bebé nace, su única dote es la muerte. Cuando uno nace lo único que va a tener seguro es la muerte. Esta comedia ha querido representar esa herida consustancial a la condición de ser humano: la mortalidad. -Joven amigo -digo-, tu error estriba en tu falta de empuje. Yo, que conozco todos los cuartos de los enfermos del distrito, te aseguro: tu herida no es muy terrible. Fue hecha con dos golpes de hacha, en ángulo agudo. Son muchos los que ofrecen sus flancos, y ni siquiera oyen el ruido del hacha en el bosque. Pero menos aún sienten que el hacha se les acerca. -¿Es de veras así, o te aprovechas de mi fiebre para engañarme? -Es cierto, palabra de honor de un médico juramentado. Puedes llevártela al otro mundo. Aceptó mi palabra, y guardó silencio. Pero...


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