Apuntes - Doce escritores contemporáneos (2017-18) PDF

Title Apuntes - Doce escritores contemporáneos (2017-18)
Author Rose Brun
Course Textos Literarios Contemporáneos
Institution UNED
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TEMA 1. EL MODERNISMO Y RUBÉN DARÍO

El Modernismo es un movimiento espiritual y artístico que nace como revulsivo contra el estancamiento de la estética romántica. Viene determinado por los cambios operador en el modo de pensar, como consecuencia de las transformaciones sociales y económicas de la sociedad occidental del sigo XIX: la industrialización, la politización creciente de la vida, el marxismo incipiente, el militarismo, la lucha de clases, la ciencia experimental, el auge del capitalismo y de la burguesía... Todo ésto provoca en las gentes, y especialmente en los artistas, una reacción compleja. En Hispanoamérica, además, su incorporación al orden neocolonial, produce un crecimiento económico y urbano, y un anhelado europeísmo, que se mezcla con las formas autóctonas como consecuencia de su asimilación acelerada. En este ambiente de secularización de la vida, el poeta pierde su papel social tradicional, de modo que se convierte en un ser marginal, libre, sin sujeción a las normas estéticas. Despreciarán la sociedad burguesa en la que viven y se convertirán en guardianes del “ideal” y de la “belleza”. Pero al mismo tiempo, se siente necesitados de incorporarse a la nueva estructura socioeconómica y, ante la inexistencia de editoriales relevantes, hallan en el periodismo su mejor medio de subsistencia. Se enfrentan, por ejemplo, a una de las mayores consecuencias de la secularización, la desaparición de contenidos religiosos en las artes, la literatura y la filosofía, transformando los símbolos religiosos en medios que expresan contenidos profanos; enajenan lo sacro y sacralizan lo profano. Adoptando una concepción cuasi religiosa del arte. En este sentido, el culto al arte y la concepción del poeta como sacerdote del ideal estético son ideas clave que recorren todo este proceso. Los escritores modernistas deciden hacer de la literatura una manifestación de la belleza y de la libertad; pretenden recuperar la antigua armonía perdida y condenan la vulgaridad contemporánea. El Modernismo literario se configura como la contestación estética a un mundo en estado de cambio hacia su homogeneización y universalización, que rompe con su presente y busca un nuevo mundo. Los rasgos definidores del Modernismo serán la libertad y la originalidad. De ahí, el rechazo de los integrantes del movimiento a la institución de una escuela, pues no tiene cánones fijos. De ahí también el eclecticismo de sus fuentes: admiran la grandeza épico-cívica de Walt Whitman, el halo de misterio de Allan Poe, la serena objetividad del Parnasianismo, la interpretación simbolista del mundo como un misterio, el ataque a la ética burguesa, la evasión de la realidad, la musicalidad de las formas poéticas y la indagación en el inconsciente. También son difíciles de precisar sus límites cronológicos. Algunos, como Raúl Silva Castro, lo circunscribe a los años 1888 (fecha de la publicación de Azul) y 1916 (muerte de Rubén Darío). Otros, con más afinado criterio, hablan de medio siglo y observan que en la prosa hispana de la primera mitad del siglo XX, se dan la evocación poética de temas y ambientes típicamente modernistas y sus factores estilísticos e ideológicos. Esta misma disyuntiva se amplia al penetrar en España y pretender distinguir entre Modernismo y Generación del 98. Lo que no cabe duda, es que el periodo 1888-1916 marca su máximo esplendor.

LA ESTÉTICA MODERNISTA

Las dispares creaciones artísticas de este movimiento se resisten a cualquier tipo de clasificación, pues lo que mejor lo define es su cualidad individual, su rebeldía frente a las formas expresivas académicas, y, consecuentemente, su sincretismo. La estética modernista mantiene como constantes la búsqueda de formas literarias renovadas y superadora de las formas académicas, cuyo fin es preservar la belleza frente al contexto materialista en el que se desenvuelven los escritores. Por eso la indagación de paraísos artificiales imaginarios, la avidez de mundos nuevos, y la recreación en la figura del poeta maldito y decadente. Rasgos todos que encierran una honda preocupación metafísica de carácter agónico, como respuesta a la confusión ideológica y a la soledad espiritual de la época. Rasgos típicos del Modernismo literario: –

El esmero en la elaboración de la forma. Para los artistas, el escritor ha de ser un artífice consciente de su arte, que debe obtener de las palabras, no sólo su precisión y claridad, sino también su valor melódico, su capacidad de sugerir y evocar. Para ello se valen de múltiples recursos, entre los que la sinestesia de primer grado (asociación de dos sentidos diferentes, frecuentemente entre un sustantivo concreto y su adjetivo: “amarillo chillón”) o de segundo grado (entre un sustantivo abstracto y su adjetivo: “nostalgias amargas”, “verde esperanza”), ocupan un lugar privilegiado. Pero siempre teniendo en cuenta que la melodía ha de encontrarse en la propia ideal del autor (“Pitagorismo”).



La búsqueda de nuevos metros o la renovación de otros antiguos poco usuales (versos de diez, once, doce, quince, diecisiete y más sílabas). A estas novedades añaden otras que representaban una amplificación y simbiosis de lo tradicional, remozan las formas clásicas españolas, como el verso blanco, el endecasílabo dactílico o el alejandrino, hasta llegar al verso libre e inician la poesía conversacional. Superan el tradicional ritmo cuantitativo y descubren que la distribución regular y simétrica de los acentos en cláusulas sucesivas son suficientes para la existencia de poesía, permitiendo mayor libertad creativa y generando el uso de sinestesias.



Amor a la elegancia y guerra al prosaísmo del léxico y de intención. Los modernistas se deleitan en realizar una riquísima exhibición de primores, en elogiar el oro, las piedras preciosas, los lugares elegantes, la naturaleza domesticada por el hombre (por ejemplo, los jardines), los cuadros famosos, la exquisitez del mobiliario, la orquestación musical, los ambientes cortesanos, el espíritu aristocrático, la selección de cultismo y de étimos, el cuidado exquisito de la forma... El cisne heráldico se convierte en tema frecuente de muchas composiciones, adquiriendo complejos matices significativos.



Exotismo en el paisaje. Esto se presta a una atmósfera plena de simbolismo, al desarrollo libre de la fantasía y a la evasión de la prosaica realidad circundante. Evasión que puede adquirir un carácter temporal o espacial, responde en parte a la influencia de la época (moda orientalizante y japonesismo cultural) y al influjo de las drogas; pero también hemos de entenderlo como el anhelo de lograr un paraíso en la tierra, un intento de recuperar tiempos heroicos, en una operación imaginativa de soñarse perteneciente a un grupo social selecto y de difícil acceso, y, simultáneamente, otra vertiente de protesta ante el mundo que les ha tocado vivir. En Hispanoamérica tuvo una contrapartida con la revitalización del indigenismo. En este sentido, exotismo e indigenismo responde al mismo impulso, y constituyen las dos caras de un fenómeno de rebeldía originado por el contacto con la realidad mezquina. Se manifiesta, entre otras formas, en la inclinación a buscar en el interior de cada países sus raíces con la intención de mostrar un vigor y una nobleza, que la actualidad no ofrece. El azteca, el araucano, el árabe e incluso el conquistador español irradian, mitificados, un prestigio evidente.



Recuperación de los mitos clásicos. Los modernistas vuelven a usar los mitos clásicos, porque en ellos encuentran “verdades entrañables de validez universal”. Dioses y héroes de la mitología grecorromana se convierten de nuevo en expresión de visiones colectivas, de sentimientos oscuros y de presentimientos. Venus, Júpiter, Apolo, Eros, Leda o Helena elevan la pasión erótica, los ideales de belleza estética, la fuerza colosal de instinto hasta extremos inaccesibles, y, corporeizados, simbolizan y comparten las cualidades humanas, sus defectos y sus pasiones. Con este procedimiento, los escritores modernistas trasladan imaginativamente la trivial actualidad del hombre, con sus limitaciones, a la eternidad de los dioses. En el caso de Rubén Darío sobresalen tres símbolos de la mitología griega por encima de los demás : Venus, el centauro y el cisne. Venus, representa el ideal de belleza absoluta inalcanzable, la plenitud del mundo, que le posibilitará el enaltecimiento poético de su erotismo. En el centauro, Darío simboliza la energía vital elevada a su máxima expresión, en la que la fuerza ciega del instinto impera, y al mismo tiempo, el depositario de los conocimientos prístinos, de los arcano. Por eso representa al hombre-bestia, a la sabiduría y al deseo erótico mitologizado. El cisne no tiene una significación fija en su lírica. Puede representar el ideal de pureza, de belleza y de elegancia, pero también una aventura erótica. Imagen esta última obsesiva en Darío, unida siempre al episodio amoroso de Júpiter y Leda, una unión monstruosa que eleva el deseo posesivo a la categoría de divina. Fue tal el impacto que produjo este símbolo en su sensibilidad, que sus versos ya derivan hacia el ditirambo sensual, a la languidez melancólica, a la angustia existencial o la preocupación por el porvenir de los pueblos hispanoamericanos.

RUBÉN DARÍO

Hemos de subrayar unas cuantas líneas que emergen como invariables de su existencia. En primer lugar, destaca el contraste entre su seguridad creadora y su inseguridad existencial, sometida esta última a dos formas de embriaguez: la sensual y la alcohólica. Dentro de su creación, la poesía fue la primera de sus constantes. No extraña por tanto, que antes de los trece años ya hubiera escrito y publicado muchos versos de amor y que poetizará sin pausa hasta su muerte. Darío creyó en la dignidad del poeta, en la altísima función de la poesía y fue consciente de su misión histórica en la lírica española. Como mentor lo reconocieron sus contemporáneos españoles: Jacinto Benavente, los hermanos Machado, Juan Ramón Jiménez o Eduardo Marquina. Siempre se guió por un intenso amor a lo absoluto de la “Belleza” y se mostró seguro de las cualidades por las que debe apostar continuamente el creador en el cumplimiento de su naturaleza poética: el entusiasmo, la constancia y la voluntad de crear, fundidas todas ellas por una gran sinceridad. El periodismo, su otra vocación, pudo venir impuesta por la necesidad. Ya a los catorce años escribía en La Verdad , un periódico de León; pero será durante su estancia en Chile (1886-89) cuando se convierta para el resto de su vida en colaborador de La Nación , de Buenos Aires, que constituirá desde entonces la base de su sustento económico. Esta necesidad de escribir al dictado de la actualidad, imprime su carácter en su vida y en su obra. Abunda el poema en que se comenta algún suceso casual. De ahí, posiblemente, la heterogénea procedencia de sus poemas. Por el contrario, su inseguridad existencial, tensionada por la embriaguez sensual y la embriaguez alcohólica, está marcada por la inestabilidad afectiva (y política, provocada por los frecuentes golpes de estados de las naciones centroamericanas en las que vive: Nicaragua, el Salvador y Guatemala). La temprana muerte de su primera mujer, en extraña condiciones, le llevaron a huir casi definitivamente de Nicaragua; y los numerosos episodios amorosos ocasionales de su vida bohemia le ocasionaron numerosos contratiempos, de los que se redimirá con su relación Francisca Sánchez, que le reportó, lo más noble y desinteresado del amor.

Hombre de varias patrias, producto de su nomadismo impuesto en parte por las necesidades de su vida y en parte por su anhelo de exotismo, marcha de Nicaragua para huir de un ambiente cultural y político estrecho, y pasea su nomadismo por casi todo el continente americano: El Salvador, Chile, Guatemala, Costa Rica, y, sobre todo, Argentina. Visita EEUU, lo que confiere a su pensamiento una dimensión continental. Cruza varias veces el océano, y se radica en Europa, desde el año 1898, a caballo entre España y Francia. En este marco, Francia se trueca en la meta de la procesión, la patria de la libertad y del refinamiento sensual, de la inteligencia y de los sumos placeres estéticos. España, “la patria madre”, supone su vinculación filial cultural. Aquí establece amistades estrechísimas que ben pudieron influir en su hispanismo raigal. Darío nunca identifica los conceptos de patria y nación, ni acepta sin más todas las patrias del mundo; sino que superpone a los elementos originales nativos, otros adquiridos en sus experiencias intelectuales y humanas. Tenemos que tener presente que sus ideas sobre la patria, o sobre las diversas patrias, están mediatizadas por su apoliticismo político, por su fuerte evasión en el tiempo y en el espacio, y por su cosmopolitismo selectivo.

Azul (1888) presenta dos partes claramente diferenciadas: Cuentos, en prosa; y El Año lírico, en verso, con otros poemas añadidos. La crítica ha subrayado su valor como prosista, la riqueza de sus ideas, el intento de crear una literatura cosmopolita, su carácter renovador, el afrancesamiento de las formas, su innegable buen gusto para describir los siglos galantes franceses con sus escenas de parques versallescos, y sus evocaciones de gnomos y hadas entre un deslumbramiento admirable de los elementos irreales y fantásticos, y cierta preferencia por temas orientales. En el Año Lírico, por ejemplo, nos presenta cuadro visiones líricas diferentes, correspondientes a las cuatro estaciones del año, definidas todas por el estado amoroso. Son, en esencia, cuatro grados de amor, que se abren con la simple expresión biológica. Inicia así el tema amoroso, en su vertiente erótica, que será hegemónico en Prosas profanas. Pero no acaba con ello la originalidad de Azul. Con este libro híbrido, Darío inicia también su renovación métrica y su profusa polimetría que intensificará en libros posteriores suyos, como muestran la variación de sus sonetos “Caupolicán”, “De invierno”, “Catulle Mendes”, escritos en alejandrinos, junto a su soneto “Venus”, escrito en heptadecasílabos y fundamentalmente en el desarrollo de su poesía de lo erótico, y los sonetos en dodecasílabos “Walt Whitman” o “Salvador Díaz Mirón”. En 1896 tiene lugar la publicación de dos libros cardinales en la obra literaria de Darío: Los Raros y Prosas profanas. El primero, tiene el valor de ser una declaración poética de principios. No habla en él, ni de su vida ni de su obra, pero cada semblanza de los escritores analizados define sus aficiones, denuncia sus propósitos y acusa lo que no podía soportar en la obra de los demás. El criterio de selección que prima en el libro es la rareza de los escritores, por encima de su verdadera valía, pero también lo es que todos ellos persiguen “la misma religión de la belleza”, que su “rareza” estriba en haberse quedado al margen de los valores imperantes de la sociedad burguesa, y que proponen una “moral estética”, que rechaza esos mismos valores. Así, lo raro resulta de una “tensión dialéctica” que se convierte en el eje fundamental y cohesionador del libro, en cuanto que su tesis afirmativa del amor a la belleza se opone a la tendencia utilitarista de la ideología dominante. A través de múltiples estrategias discursivas, Darío consigue incluir en esta “cartografía de la religión del arte” al lector, a quien se interpela con cordialidad, con cercanía y con la pericia de quien lleva muchos años trabajando como periodista, con el fin de abrirle las puertas de su mapa personal artístico sin adoctrinamiento ni respuestas cerradas, para que cada uno busque su propio camino escondido. El segundo, Prosas profanas , es el testimonio de la precoz madurez lírica del autor. Este volumen anuncia la soberanía indiscutible de Darío por espacio de viente años sobre la poesía española e hispanoamericana. En su primera edición, cuando con 33 poemas, número que por su sentido cabalístico y resonancias evangélicas está cargado de simbolismo. Máxime si observamos que en su segunda edición amplía su número a 54, cuyas cifras suman nueve, número que en la tradición esotérica simboliza al alma en su realización y renacimiento, tema presente en muchos de sus poemas. Es un libro sin unidad temática ni retórica, pero en él consigue un modelo estético de poesía que será ampliamente imitado. Son notables aquí sus aportaciones a la cadencia interna del versículo, las múltiples sinestesias musicales, la gran variedad de metros usados, la profusa y sugerente adjetivación, que muestran la actitud esteticista de Darío.

En suma, el libro deslumbra por sus descripciones decorativas, por la gama colorista de los recursos expresivos y por los alardes técnicos empleados. Pero junto a estos aspectos, se oculta un Darío que interioriza sus angustias en diversos poemas que preludian el camino de introspección que le llevará a preguntarse por la existencia. En el choque entre Eros y Cronos se anuncia la derrota del primero, porque el placer erótico no sirve como razón suficiente de vida, ya que, llamado a morir también, deja en el hombre un sentimiento de angustia y un vacío por su carácter pasajero. Son conocidas sus dos estancias en España. La primera en 1892, con motivo del 4º Centenario del Descubrimiento de América. En Madrid conoce a la Pardo Bazán, a Castelar, a Ramón de Campoamor, A Núñez de Arce, y sobre todo, a Valera, a Méndez Pelayo y a Zorilla. Establece amistad con Salvador Rueda, que se presenta entonces como el rival español de Rubén. Pero curiosamente, no se relaciona con la incipiente juventud intelectual española posiblemente porque busca su consagración por los escritores “mayores”, o porque regresa a Nicaragua nada más concluir su breve misión oficial. Su segunda estancia, mucho más larga y fructífera (1898-1900), como redactor de La Nación . En sus crónicas de España contemporánea (1901) deja constancia de la triste impresión que le produce la “patria madre”, así como la degradación de sus hombres de letras. Decide viajar por España para comunicarse con el “alma nacional”. Pronto descubre la regeneración vital del país en sus gentes (el libro Tierras solares , de 1904, recoge estas ideas) y observa que, al igual que en la América Hispana, hay indicios de una notable renovación cultural. Comienza a relacionarse con Azorín, Benavente, Baroja y un núcleo de jóvenes, entre los que se encontraban los hermanos Machado, Juan Ramón Jiménez y Eduardo Marquina (a los que habría que sumar Valle-Inclán y Unamuno). En medio de este ambiente, publica en Madrid su libro Cantos de vida y esperanza (1905), que señala su perfección como poeta y la más alta sinceridad del hombre, consciente de su autoridad en España y América. Su variada temática engloba los siguientes aspectos: –

Interrogantes sobre el futuro de la América Hispana (“Los cisnes”) o sobre la existencia del hombre (“Lo Fatal”).



Una inquietud continental anti-yanki ante el creciente poderío estadounidesne, que se expresa en su oda “A Roosvelt”. A veces esa inquietud presenta ciertas notas de esperanza como los poemas “Saturación del optimista”, “Canto de esperanza” o “Marcha triunfal”.



Una marcada melancolía otoñal de la que son buena muestra “Canción de otoño en primavera” o su poema inicial, que empieza: “Yo soy aquel que ayer no más decía/ el verso azul y la canción profana”.



Sus misteriosos y trágicos planteamientos sobre la naturaleza humana y el destino del hombre (sus dos “Nocturnos”); el dolor y el sufrimiento que espera al niño, ignorante también de su destino (“A Phocás, el campesino”).

Lo cierto es que el libro fue publicado cuando se conmemoraba el tercer centenario de la aparición de la primera parte del Quijote y que Darío participaba de la exaltación hispana del momento con su poema “Letanías de nuestro señor Don Quijote”, pero también se percibe en él una visión “más universal de la vida española”, con temas y motivos literarios netamente españoles.

Cantos de vida y esperanza supone la cumbre poética de Rubén Darío, donde mira hacia atrás para dejar en sus páginas una considerable nostalgia por su vida pasada. Esta es su nota sentimental má...


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