Apuntes teóricos sobre Salustio PDF

Title Apuntes teóricos sobre Salustio
Author NIKLAUS MOLINA PANADERO
Course Textos Latinos Iii
Institution Universidad Complutense de Madrid
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Apuntes teóricos sobre Salustio...


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Notas sobre Salustio Summa vitae et operum Gaius Sallustius Crispus (86-35a.C.), originario de localidad sabina de Amiterno, ha desarrollado una activa carrera política en Roma. Milita en las filas de los populares, lo que le lleva a unirse a la facción de César en la guerra civil. Nombrado gobernador del Africa Nova (Numidia) el 46a.C., es acusado de concusión a su regreso a Roma. A pesar de salir absuelto, el proceso supone el final de su carrera política. Retirado de la vida pública, se dedica a la creación literaria. Salustio es autor de un tratado Bellum Catilinae (habitualmente conocido como Conjura de Catilina), en el que se narran los hechos acaecidos en torno a la famosa conspiración y su principal instigador, Catilina, entre los años 64 y 62a.C.; de una Bellum Iugurthinum que describe las guerras libradas por Roma contra el rey númida Jugurta entre los años 118 y 150a.C. y, contemporáneas a éstas, las algaradas políticas sufridas por la ciudad; y de unas Historias, un inconcluso relato de corte analístico de los años que discurren entre el 78 y el 67a.C. Bellum Catilinae y Bellum Iugurthinum son monografías históricas, las primeras de las que se tiene noticia en la tradición historiográfica latina. El hilo temático que las recorre (y que comparten con las Historias) es la crítica de la decadencia moral de la clase política romana, en especial de la aristocracia optimate. La perspectiva de Salustio es esencialmente pesimista: la corrupción de las autoridades y de las instituciones romanas es un fenómeno en auge, se extiende progresivamente entre la población y se antoja, a priori, imparable. En todo caso, queda un resquicio para la esperanza: el retorno a los viejos valores, que el propio Salustio recuerda repetidamente en su obra.

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esde mediados del Ia.C., la historiografía latina, aun después de los cambios intentados por autores como Celio Antípatro o Sisena, parecía anquilosada y carente de interés: su estilo parecía obsoleto,

en particular tras la profunda renovación de la retórica a manos de Cicerón1. Ha sido este autor, de hecho, quien ha planteado la necesidad de una nueva literatura historiográfica (De or.2.55), para la que propone como modelo estilístico el de la 1 Las consideraciones que siguen proceden, en gran medida, de las páginas dedicadas a Salustio en A. La Penna, La cultura letteraria a Roma, Roma - Bari 1986.

historiografía isocrática (Or.66). En De legibus (1.5ss.), Ático exhorta a Cicerón a que responda a las expectativas del público componiendo obras de historia que estén a la altura de las expectativas formuladas, reto que el orador no atendió. A esa necesidad de una nueva literatura historiográfica responde Salustio, pero por un camino muy distinto al ideado por Cicerón. En lugar de modernizar el género y adaptarlo a las preferencias del momento, depurándolo para ello de los elementos arcaizantes que tanto molestaban a los intelectuales empeñados en este debate, Salustio emprende una dirección diametralmente opuesta, eligiendo como modelo y referencia de su propuesta estilística al viejo Catón. Una preferencia que probablemente ha coincidido con una cierta convergencia ideológica: evocar al Censor implica recuperar su concepción moral de la política para explicar la crisis de la sociedad y del Estado en la búsqueda de una vía de salvación para Roma, renovar y insuflar vida en a la vieja tradición sabina e itálica frente a la corrupción de la capital. Cicerón había propuesto para la nueva historiografía un estilo lento, plano, fluido. Salustio, en cambio, opta por una sintaxis poco articulada, áspera, impregnada de inconcinnitas, trufada de antítesis; por un léxico y una expresión arcaizante que, lejos de caer en la pesadez de obras precedentes, moderniza de forma sorprendente el discurso y le imprime agilidad, energía y, sin contradicción alguna, un elevado tono moral, la gravitas que requerían los importantes asuntos que se propone abordar. Así, partiendo de Catón y de Tucídides, Salustio ha elaborado un tipo de prosa muy original, el más influente a lo largo de la Antigüedad latina en el campo de la historiografía. Salustio es un escritor adscrito, es cierto, al orden senatorial, pero no deja de ser un homo novus que ha desarrollado una carrera no demasiado exitosa. Unos y otros factores tienen un peso específico en su obra. De acuerdo con la tradición senatorial, tiene muy presente el principio de que hacer la historia es tarea más importante que escribirla. Pero, al mismo tiempo, reivindica la importancia del historiador en su condición de servidor del bien público, en términos tales que, sin llegar a la declaración expresa, se permite sugerir que el suyo es un servicio superior al que pueda prestar el hombre de acción. La conciencia de la crisis, ya presente en Catón, se ha agravado hasta el

extremo un siglo después y Salustio es el historiador que mejor la refleja en sus diversos aspectos. Originario de la Sabina y, por tanto, buen conocedor de las más acendradas tradiciones itálicas, sigue las huellas de la oposición anti-senatorial y señala a la nobilitas como la mayor responsable de la crisis: su superbia le hace defender privilegios injustos e impedir que los hombres de talento accedan a los ámbitos de poder; su avidez de riquezas y de lujo hace surgir en su seno hombres corruptos y sin escrúpulos, dispuestos a cualquier aventura política, incluso a la subversión. Para estas aventuras no faltan masas prestas a ser utilizadas: son las clases miserables, marginadas por la crisis económica y social de Italia y de Roma, una crisis que remonta mucho tiempo atrás. Pero Salustio no justifica cualquier oposición anti-senatorial: lo que hace, más bien, es dar cuenta de lo heterogéneo de sus fuerzas, de las contradicciones que anidan en ellas. De hecho, no cree que sea preciso coquetear con la revuelta contra el Senado, tal y como ha hecho Catilina. Salustio arremete contra el lujo, pero no apoya las reivindicaciones que amenazan a los propietarios. Tras la experiencia de los Gracos en la segunda mitad del IIa.C., la más reciente de César, no aprueba el uso de la violencia para solucionar la crisis: en lugar de curarlo, el remedio agrava el mal. Por el contrario, apuesta por la reforma moral. Pero en los años en que escribe, los del segundo triunvirato (entre el 43 y el 35a.C.), en un clima político cargado de violencia y engaño, con instituciones y costumbres reducidas a formas vacías, Salustio, retirado de la vida pública, lejos de presentar programa de renovación alguno, desespera del futuro de la res publica: en su última obra, las Historiae (que dejó incompletas), la interpretación de la historia de Roma es aún más sombría que en las monografías precedentes. Es cierto que antaño tuvo un programa, el de la factio de César: como otros muchos de sus partidarios, veía en aquél un restaurador del Estado, en cuyo centro se encontraría un Senado ampliado con las aportaciones llegadas de las poblaciones de Italia, liberado por fin de las camarillas nobiliarias. En el momento de escribir sus obras, sin embargo, ya no confía en ningún salvador. Su pesimismo marcará con fuerza la historiografía posterior. La inspiración que Salustio encuentra en Tucídides va mucho más allá del estilo. Aunque su visión esencialmente moralizante induce la elección de

determinados episodios históricos para articular su relato, ello no implica en modo alguno una reducción de la perspectiva, antes bien, aquellos quedan situados y enmarcados en procesos de larga duración, en contextos históricos amplios. La conjura de Catilina y la guerra contra Jugurta son, al cabo, casos especialmente significativos y útiles para entender la crisis de la sociedad y del Estado. Una crisis que constituye el horizonte histórico permanente. Hay, en fin, un último componente narrativo a considerar. En su obra, Salustio ha reducido considerablemente la presencia de la historiografía trágica, pero no llega a eliminarla: los protagonistas de sus dos monografías, Catilina y Jugurta, son personajes trágicos. Ambas historias han sido elegidas, también, por el dramatismo que encierran, por la notable variedad de sucesos que aglutinan. Es cierto que el elemento teatral y la apelación a las sensaciones parecen sometidas, casi anuladas, por un estilo que sobre todo denota sobriedad y aspereza, pero no llegan a desaparecer. De hecho, en buena medida la historiografía latina posterior resulta de una síntesis dinámica de ambos tipos de historiografía, la pragmática y la trágica. Concepción del quehacer historiográfico En los prefacios a sus dos monografías, Salustio insiste en la utilidad del quehacer histórico2. Así en Iug.4: "...no dejará de haber alguno que, por haber hecho por haber yo decidido vivir apartado de la política, a esta ocupación mía, tan importante y tan provechosa, la tache de mero pasatiempo; por cierto, los que así piensan son aquellos a quienes la mejor ocupación les parece ser andar entre la plebe repartiendo saludos y ganando simpatías a base de convites. Pero si ellos se hubieran parado a ver en qué momentos alcancé yo los cargos públicos y qué altos personajes no lograron lo mismo, y en los años posteriores qué clase de hombres han llegado al Senado, sin duda habrían comprendido que cambié de modo de pensar por buenas razones y no por desaliento, y que la República va

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Las consideraciones que siguen proceden, sustancialmente, del capítulo dedicado a Salustio en C.S. Kraus - A.J. Woodman, Latin historians, Cambridge 1997.

a obtener más provecho de este retiro que del ajetreo político de otros" (trad. Carrera de la Red).

Más aún, el historiador considera que escribir obras de historia es una acción política honorable, incluso que es el único curso de acción posible para una persona con sentido de la moral. La mirada sobre ese pasado que se relata, no sólo sirve para enseñar, incluso inspira. Así en Iug.4, continuando el hilo anterior: "... he oído contar muchas veces que Quinto Máximo, Publio Escipión y otros ilustres conciudadanos nuestros solían decir que, al contemplar las imágenes de los antepasados, su espíritu se sentía arder en vivísimos deseos de ejecutar nobles acciones. Por supuesto, no es que esas figuras de cera o efigies tuvieran en sí mismas tan gran poder, sino que, al recordar aquellos hechos heroicos, sentían encenderse en su pecho una llama que no se apagaba hasta que su valor llegara a igualar la gloria y la fama de tales antepasados" (trad. Carrera de la Red).

Salustio, como ya se ha señalado, es deudor de una tradición senatorial a la que no se puede sustraer, pero, lejos de someterse a su dictado, ha buscado un camino propio, formulando una alternativa que desborda esa imagen previa e invierte el equilibrio, proporcionando a la tarea del historiador un prestigio cívico y una talla moral que lo sitúan por encima de la gloria habitualmente reconocida al hombre de acción. Virtus El asunto central que vertebra y transita toda la obra de Salustio es virtus. Se trata de un concepto medular en el pensamiento aristocrático, que el historiador, sin embargo, no vincula al nacimiento o a la clase social, sino a la persona y al compromiso de ésta con sus capacidades y con las responsabilidades que tales capacidades conllevan. Esta virtus es esencialmente dinámica, por cuanto se manifiesta a través de hechos concretos: como algún estudioso moderno ha señalado, virtus engloba el funcionamiento del ingenium –una mezcla de talento natural y

capacidades intelectuales– para realizar acciones sobresalientes, egregia facinora, que a su vez reportan un reconocimiento público, gloria, pero sólo si se actúa siguiendo una vía moralmente aceptable, en la que concurren diversas bonae artes, tales como la energía, o industria, el trabajo, o labor, la integridad moral o fides, la modestia, o pudor, y la contención, o continentia. Para Salustio, virtus, del mismo modo que no es un concepto estático, tampoco se encuentra definida en blanco y negro: en un mismo personaje, como Catilina, conviven virtus y la negación de esta misma virtus, y en personajes contrapuestos, como César y Catón en el conocido debate del Senado acerca de la suerte de los catilinarios, se observan facetas contradictorias, pero igualmente legítimas y aceptables, de dicha virtus. Aspectos formales Salustio sigue como modelo principal para conformar su estilo a Tucídides, un autor que a mediados del Ia.C., poco antes de que aquél iniciase su obra, parece haber gozado de notable popularidad en los círculos ilustrados de Roma3. Cabe la posibilidad de que dicho predicamento resultase de la consideración de la Guerra del Peloponeso –un relato, al fin y al cabo, de la caída de Atenas– como una obra susceptible de proporcionar claves que permitiesen entender la grave crisis iniciada por César con el paso del Rubicón y el estallido de la guerra civil. Pronto se ha pasado del debate de las ideas al específico de las formas: el historiador ateniense se convierte en un referente estilístico ajustado a los postulados de un grupo de oradores que, opuestos al ampuloso estilo impuesto por la figura más notable del momento, Cicerón, se reclaman herederos de los oradores áticos y, por ello, reciben el calificativo de “aticistas”. El discurso tucidideo, plano, exento de adornos y artificios retóricos, se aviene a la perfección a sus preferencias estilísticas. En su respuesta a los “aticististas”, Cicerón hace mención expresa de Tucídides y de las posibilidades de su empleo como modelo para la elaboración de discursos (Brut.287ss., Or.30ss.): a su 3

Las consideraciones que siguen proceden de la introducción de J.T. Ramsey a su comentario del Bellum Catilinae (Oxford 2007) y del capítulo dedicado a Salustio en C.S. Kraus - A.J. Woodman, Latin historians, Cambridge 1997.

juicio, su estilo abrupto y un tanto oscuro no conviene a la práctica oratoria, pero sí, en cambio, para el relato de las res gestae. Un juicio compartido por Salustio. De hecho, Salustio y Tucídides comparten una serie de peripecias vitales que han podido facilitar esa visión común de los hechos y de la forma de contarlos: ambos han tenido responsabilidades militares, han sido forzados a renunciar a sus carreras políticas, han sido testigos de crisis que conmovido los cimientos de sus respectivas ciudades. Ambos autores, pues, abordan sus relatos desde una perspectiva muy parecida, lo que ofrece una explicacion plausible para las notorias coincidencias que se observan en ambas narraciones: éstas son, ante todo, realistas; lejos de ofrecer una descripción exhaustivo de todo lo sucedido, proceden de forma selectiva, escogiendo aquellos elementos que a su juicio permiten apreciar y comprender mejor el curso de los acontecimientos; de ahí su interés por los protagonistas de los hechos, por su personalidad y talla moral, antes que por el contexto social, económico o cultural que los envuelve; esa misma preferencia explica la importancia acordada a los discursos, donde queda retratada no sólo la personalidad de quien habla, sino también el ambiente general que la rodea. Los rasgos más sobresalientes del estilo tucidideo –velocidad, brusquedad, inconcinnitas, usos gramaticales alternativos, cierto gusto por el léxico poético– forman parte igualmente del repertorio expresivo de Salustio. Junto con Tucídides, el otro gran referente estilístico de Salustio es Marco Porcio Catón, el Censor (234-149a.C.). Tal es su influencia sobre el autor del Bellum Catilinae que algunos de sus críticos llegaron a acusarle de haber “expoliado” la obra del Censor. Lo cierto es que, también en este caso, Salustio contaba con la guía de Cicerón, quien en la misma polémica ya citada había recomendado a los “aticistas” utilizar como modelo latino los discursos y la obra histórica, Origines, de Catón, donde podrían encontrar excelentes muestras del estilo llano y sencillo que postulaban (Brut. 65ss.): su brevedad y el vigor de su expresión se ajustaban perfectamente a esta forma de expresión; si su vocabulario, el orden de las palabras o el ritmo del discurso podían parecer un tanto obsoletos, siempre cabía el ajuste a los usos modernos. Catón

podía ser para esos oradores, según el Arpinate, una suerte de Lisias latino. Para Salustio, Catón ha debido constituir una vía excelente para adaptar el estilo de Tucídides a las peculiaridades de la lengua latina. Había, además, otros factores, ya mencionados, que han podido reforzar su identificación: ambos son hombres nuevos en política, ajenos a las familias tradicionales –que no habrán dejado de considerarlos como unos intrusos– y, por ello, a menudo enfrentados a éstas, a las que acusan de corrupción y de prácticas claramente dañosas para los intereses públicos. Además del modelo que Salustio ha podido encontrar en la historiografía precedente, hay que considerar igualmente la presencia en su obra de otros elementos definidores de su estilo. Cicerón había definido la historia como opus oratorium maxime (Leg.1.5): Salustio parece hacer honor a su definición. De hecho, la importancia de la retórica en su obra va más allá de la mera exigencia estilística: si, como algún especialista ha señalado, la retórica resulta ser una forma de pensar la política, en el caso de Salustio deviene un instrumento especialmente valioso por cuanto le permite aproximarse con suficiente distancia a los hechos que narra, observar con desapasionamiento, incluso desconfianza, las posiciones y argumentos de las partes en conflicto. En esencia, el estilo de Salustio se caracteriza por su brevedad, el recurso a un vocabulario que escapa a los usos habituales, una sintaxis muy peculiar, igualmente ajena a las pautas conocidas, y, finalmente, la famosa inconcinnitas. Brevitas y velocitas son dos de los términos que se reiteran en las descripciones del estilo de Salustio en la Antigüedad. Caracterizan, en efecto, el estilo de sus modelos, Tucídides y Catón, y denotan igualmente la andadura, rápida, casi vertiginosa, de su propia prosa. Para imprimir esa velocidad a su relato, el historiador recurre a un variado repertorio de recursos expresivos: elipsis, asíndenton, infinitivo histórico, oposiciones extremas para abarcar un rango completo de opciones, preferencia por la parataxis sobre la complejidad de la subordinación, tan habitual en los largos períodos ciceronianos.

El léxico que maneja Salustio contiene un llamativo porcentaje de términos arcaicos: no son pocos los casos en los que el historiador ha recuperado los significados que originalmente tenían en el uso ordinario (así venenum en Cat.11.3 o dolus en Cat.26.2), incluidos algunos en los que la palabra había asumido una connotacion peyorativa (patrare en Cat.18.8). No son infrecuentes, asimismo, términos poco habituales en el registro de la prosa, variantes utilizadas en las composiciones poéticas, en particular de la gran épica. El de morfología es uno de los ámbitos en los que se se muestra con más claridad la singularidad del lenguaje utilizado por Salustio (adverbios en -tim, adjetivos en-osus, nombres abstractos en -tudo) y, de nuevo, su vena arcaizante (superlativos en -umus, en lugar de -imus, gerundios y gerundivos en -undus, en lugar de -endus, desinencias en -o- para determinados casos de la segunda declinación, como vivos o vivom por vivus o vivum). En el manejo de la sintaxis Salustio se desenvuelve con notable audacia y libertad. Ciertos usos son novedosos, y de su exclusiva invención: quippe qui aparece construido con indicativo en lugar del esperable subjuntivo (Cat.48.2), quo sustituye a ut en oraciones finales que no contienen, contra lo habitual, un término en grado comparativo (Cat.11.5 ... L. Sulla exercitum quem in Asiam ductaverat, quo sibi fidum faceret), adverbios y frases preposicionales con función adjetival (Cat.6.1, 20.2), construcciones en las que el sentido se impone al estricto orden sintáctico (la figura llamada sýnesis: el colectivo nobilitas concordado con un verbo en singular y otro en plural en Cat.23.6, ex illis referido a iuventus en Cat.16.1), el infinitivo histórico empleado con modalidades hasta entonces desconocidas (compartiendo sujeto con formas personales del verbo en Cat.24.2, con verbos modales del tipo esse, fieri o posse, en Cat.20.7, 25.5, 38.1), formas del gerundio en geniti...


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