Boff, L. Ética y moral. La búsqueda de los fundamentos PDF

Title Boff, L. Ética y moral. La búsqueda de los fundamentos
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Course Ética
Institution Universidad Santo Tomás Colombia
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Boff, L. (2003). Ética y moral. La búsqueda de los fundamentos (5ª ed.). Bilbao: Editorial Sal Terrae....


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LEONARDO BOFF, ETICA MORAL LA BÚSQUEDA DE LOS FUNDAMENTOS Traducción: Ramón Alfonso Díez Aragón Título del original en portugués: Etica e moral. A busca dos fundamentos © 2003 by Animus / Anima Produçóes Petrópolis, RJ www.animus/anima.com Para la edición española: E-mail: [email protected] http://www.salterrae.es

© 2004 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-1 39600 Maliaño (Cantabria) Fax: 942 369 201 Con las debidas licencias Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 84-293-1546-2 Depósito Legal: BI-67304 Fotocomposición: Sal Terrae — Santander Impresión y encuadernación: Grafo, S.A. — Bilbao

Trascripción en proceso de autorización para uso exclusivo de la materia de Taller de Ética. Enero 2011.

Contenido Introducción 1. Ética: la enfermedad y sus remedios 1. Nuestro pecado de origen 1.1. La elección es nuestra: cuidar o desaparecer . 1.2. ¿Por qué no se han cumplido los sueños? 1.3. Un nuevo reencantamiento 2. Paradigma-conquista 3. Paradigma-cuidado 4. La religación, base de la civilización planetaria ... 2. Genealogías de la ética 1. Cómo nace la ética 1.1. Religión y razón: fuentes de la ética .... 1.2. El afecto: fuente originaria de la ética .. 1.3. Tensión entre afecto y razón 1.4. Irradiación de la ética: la ternura y el vigor . 2. El fundamento: daimon y ethos, el ángel y la morada 3. Ética y moral: distinciones y definiciones ... . 3.1. Definición de «ética» y de «moral» 3.2. Experiencia fundamental: la morada humana. 3.3. Hábitos familiares, formadores de la ética y de la moral 4. El ethos que busca 5. El ethos que ama . 6. El ethos que cuida 7. El ethos que se responsabiliza 8. El ethos que se solidariza 9. El ethos que se compadece 10. El ethos que integra 3. Virtudes cardinales de una ¿ética planetaria 1. Bien común para toda la comunidad de la vida 2. Autolimitación: virtud ecológica 3. La justa medida: fórmula secreta del universo y de la felicidad 4. Guerra y paz 1. Amenaza contra la paz: el imperialismo globalizado 2. Terrorismo: la guerra de los ofendidos 3. La globalización del riesgo 4. La guerra: una cuestión metafisica 5. Guerra y ética 6. La paz posible 7. La paz y el «efecto mariposa» Conclusión Bibliografla La Carta de la Tierra

INTRODUCCIÓN CUANTO MAYOR ES EL RIESGO, TANTO MAYOR ES LA SALVACIÓN Nadie está hoy en condiciones de decirnos hacia dónde camina la humanidad: si hacia un abismo que nos tragará a todos o hacia una culminación que nos englobará a todos. Lo cierto es que estamos entrando en un nuevo rellano de conciencia, la conciencia planetaria; que sentimos la urgencia de una alianza entre los pueblos que descubren que están juntos dentro de la única Casa Común, una alianza necesaria para poder convivir de una forma mínimamente pacífica, y que se hace necesario un cuidado especial de la Tierra y de sus ecosistemas, si no queremos perder las bases de nuestra subsistencia. Hay señales para todos los escenarios. Pero ninguna de ellas es inequívoca. Estamos condenados a hacer camino caminando, no pocas veces en medio de una noche oscura, sin ver claramente la dirección y sin poder identificar los obstáculos. Y tenemos que creer y esperar que el camino nos lleve a algún lugar que sea bueno para morar y detenerse en él. Pero hay una constatación indiscutible: la aterradora crisis ética y moral que se extiende por todas partes ha alcanzado ya el corazón de la humanidad. ¿Quién tiene suficiente autoridad para decirnos lo que todavía es bueno y malo, lo que todavía vale? Nos sentimos perplejos, confundidos y perdidos. Percibimos, por otro lado, la urgencia de puntos comunes que orienten algunas prácticas salvadoras. Si no los encontramos, podemos encaminarnos hacia lo peor y —,quién sabe?— quizás nos aguarde el mismo destino que a los dinosaurios. Nuestra generación

ha caído en la cuenta de que tiene condiciones y medios para poner fin a la especie humana y herir de muerte a la biosfera. ¿Qué ética y qué moral pondrán freno a ese poder avasallador? Prescindiendo de esta amenaza extraordinaria, ¿qué revolución ética y moral hay que hacer para curar la mayor haga que avergüenza a la humanidad, y concretamente a nuestro país: los millones y miles de millones de seres humanos que gritan desesperadamente al cielo pidiendo un poco de compasión y misericordia en forma de pan, de agua potable, de salud, de vivienda, de reconocimiento y de inclusión en la familia humana? Cuando nos encontramos en crisis que afectan a las razones de la convivencia humana y al sentido último de la vida, ha llegado el momento de detenernos un momento y reflexionar sobre los fundamentos. Es la oportunidad de revisar la experiencia seminal y originaria que hizo nacer en otros tiempos y hace brotar todavía hoy lo que llamamos «ética» y «moral». Como veremos, la experiencia protoprimaria reside en la morada humana, en morar en este mundo junto con otros, cuidándonos mutuamente y cuidando lo que es común. Morar es una experiencia irreducible, cargada de significaciones que el pensamiento tiene que desentrañar. Tal vez bebiendo de esta fuente recibamos el regalo de alguna inspiración prometedora que nos muestre cómo debemos ser y comportarnos actualmente. Meditando a partir de los desafios propios de la nueva fase de la historia de la humanidad y de la misma Tierra, la fase planetaria, obtendremos alguna luz. Y toda luz es creadora y liberadora. Muestra caminos y señala la dirección. Y, sobre todo, mantiene viva la esperanza. El sentido de las reflexiones que hemos hecho en los últimos tiempos, unas habladas y otras publicadas en órganos de la prensa

escrita, reside en el propósito de hacer pensar, de invitar a los lectores y a las lectoras a inquietarse y, con la inquietud, a movilizarse en busca de un paradigma ético y moral que esté a la altura de los desafíos que experimentamos. Si el riesgo es grande, decía un poeta-pensador alemán, grande y mayor aún es la posibilidad de salvación. Esta es la irrefrenable esperanza que inunda estas páginas. Petrópolis, en la fiesta de San Juan de 2003

1 ÉTICA: LA ENFERMEDAD Y SUS REMEDIOS

1. NUESTRO PECADO DE ORIGEN Analistas procedentes de la biología, de las ciencias de la Tierra y de la nueva cosmología nos advierten que el tiempo actual se asemeja mucho a las épocas de ruptura en el proceso de evolución, épocas de extinciones en masa. No porque pese sobre nosotros alguna amenaza cósmica, sino por causa de la actividad humana, que es altamente depredadora de todos los ecosistemas. Hemos llegado a un punto en que la biosfera está a merced de nuestra decisión. Si queremos seguir viviendo, tenemos que quererlo de verdad y garantizar las condiciones adecuadas. 1.1. La elección es nuestra: cuidar o desaparecer Cálculos optimistas establecen el año 2030 como fecha-límite para esta decisión. A partir de ese momento la sostenibilidad del sistema Tierra no estará ya garantizada, y entraremos en una crisis cuyo resultado es imponderable. La Carta de la Tierra, documento producido por la nueva conciencia ecológica y de ética mundial, y asumido por la UNESCO, advierte en su introducción: «Los fundamentos de la seguridad global están siendo amenazados. Estas tendencias son peligrosas, pero no inevitables. La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidar unos de otros, o arriesgamos a la destrucción de nosotros mismos y de la diversidad de la vida».

1.2. ¿Por qué no se han cumplido los sueños? ¿Por qué hemos llegado a este punto crucial? La respuesta más inmediata se fija en las revoluciones iniciadas en el neolítico, hace diez mil años: la revolución agrícola, seguida de la industrial y completada por la del conocimiento y la comunicación de los tiempos actuales. Estas revoluciones modificaron la faz de la Tierra para bien y para mal. Por un lado, aportaron inmensas comodidades y prolongaron considerablemente la expectativa de vida. Por otro, depredaron el sistema Tierra por el monocultivo tecnológico y material y por la deshumanización de las relaciones entre las personas y los pueblos. La segunda respuesta, más elaborada, trata de saber qué sueño perseguía el ser humano con esas revoluciones, especialmente con el inmenso progreso técnico-científico y cultural. Era el sueño de la prosperidad material que había que conseguir por el poderdominación sobre la naturaleza y sus recursos, sobre la mujer, sobre los pueblos y sus riquezas, y sobre la explotación de la fuerza de trabajo de las personas. Esta prosperidad, hay que reconocerlo, ha traído incontables beneficios en todos los campos del bienestar material. Pero como ha sido predominantemente material y no ha estado acompañada por un desarrollo ético y espiritual, ha acarreado un espantoso vacío existencial, ha provocado una devastadora destrucción del sentido cordial de las cosas y ha ocasionado una inmensa devastación de la naturaleza. Ese sueño de prosperidad ilimitada ocupa el imaginario colectivo de la humanidad y da forma a la agenda central de cualquier gobierno. ¡Ay de la política económica y técnico-científica que no presente anualmente índices positivos de crecimiento! Pero ese sueño se está

transformando en una pesadilla, pues está llevando a los países, a la humanidad y a la Tierra a un impasse fatal: los recursos son limitados, las ganancias no pueden ser generalizadas para todos, porque entonces tendríamos que disponer de otras tres Tierras con los recursos de la nuestra, y la capacidad de aguante y regeneración del Planeta se encuentra en estado crítico. Tenemos que cambiar de rumbo o nos enfrentaremos a lo imponderable. Pero esas respuestas, aun siendo objetivas, no van suficientemente a la raíz de la cuestión. Hay una causa última: la quiebra de la religación del ser humano consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con el sentido trascendente de la vida. ¿Acaso no es el ser humano, esencialmente, un nudo de relaciones en todas las direcciones? ¿Por qué se rompió la red de relaciones? Para dar una respuesta que tenga sentido tenemos que entender previamente dos fuerzas fundamentales que actúan siempre juntas y que construyen concretamente al ser humano y a cualquier otro ser del universo: la fuerza de autoafirmación y la fuerza de integración. Por la fuerza de auto-afirmación, cada uno consigue hacer valer y garantizar su supervivencia y su posibilidad de seguir coevolucionando. Por la fuerza de integración se refuerzan las relaciones inclusivas, se garantiza la cooperación de todos con todos y, de este modo, se asegura mejor el futuro. Ninguna de esas dos fuerzas es suficiente sin la otra. Las dos tienen que actuar sinergéticamente, reforzándose y completándose mutuamente. Cualquier ruptura del equilibrio es fatal. Si el ser humano se auto-afirma sin integrarse, se aísla y se enemista con los demás, y entonces vive amenazado o tiene que usar cada vez más fuerza para defender- se. Si se integra en el todo sin auto-afirmarse, pierde la identidad y acaba desapareciendo, asimilado en el todo. La

sabia lógica de la naturaleza hace que las dos fuerzas de autoafirmación y de integración funcionen siempre en un sutil equilibrio y en una medida justa para que los seres no destruyan la armonía del todo y, al mismo tiempo, conserven su singularidad. Pero el ser humano rompió esta justa medida: exacerbó la autoafirmación en detrimento de la integración; descubrió la fuerza de su inteligencia y su creatividad; y usó esta fuerza para ponerse por encima de los demás. En lugar de estar junto a los demás seres, se puso sobre ellos y contra ellos. En ese momento comenzó el auto-exilio del ser humano, y después se fue alejando lentamente de la Casa Común, de la Tierra, y de los demás compañeros y compañeras en la aventura terrenal. Rompió los lazos de coexistencia con ellos. Perdió la memoria sagrada de la unicidad de la vida en su inmensa diversidad. Despreció el tejido de las interdependencias, de la comunión con los vivos y con la Fuente originaria de todo ser. Se colocó en un pedestal solitario desde el cual pretende dominar la tierra y los cielos. Este es nuestro pecado de origen que subyace en la crisis ética de nuestra civilización: nuestra auto-concentración, nuestra ruptura fatal. Esta postura de arrogancia produjo la mayor tragedia de la historia de la vida. Sus consecuencias llegan hasta nuestros días, y de una forma peligrosa, pues engendró el principio de autodestrucción de la especie y de su hábitat natural. Los griegos pensaban que esa actitud arrogante (que ellos llamaban hybris) provocaba la fulminación de los dioses, pues veían en ella la mayor perversión de la naturaleza. 1.3. Un nuevo reencantamiento

Urge rehacer el camino de vuelta, rumbo a la casa materna común y hermanándonos con todos los seres. Tenemos que dejar el exilio, cultivar nostalgias, como en la parábola del hijo pródigo, reavivar sueños antiguos de comunión, de paz sin amenaza, de benevolencia generalizada, sueños escondidos en el corazón de todos los humanos y testimoniados en sus mitos, ritos e historias. Principalmente necesitamos la paz, que es la plenitud resultante de las relaciones adecuadas con todas las cosas, con todas las formas de vida, con todas las culturas, con nosotros mismos y con Dios. Para ello el ser humano tiene que reencantarse con la naturaleza y con el universo. Ese reencantamiento no irrumpe por sí mismo, sino que emerge a partir de una nueva experiencia espiritual y un nuevo sentido de ser. Esa nueva experiencia y ese nuevo sentido tampoco brotan espontáneamente, sino que surgen a partir de la activación consciente e intencionada del principio de lo femenino, de la dimensión del anima (que se completa con el animus) presente en los hombres y en las mujeres. Lo femenino en nosotros es aquella energía estructuradota que nos hace sensibles a todo lo que tiene que ver con la vida y la cooperación, que capta el valor de los hechos, que lee el mensaje secreto emitido por todos los seres, que identifica el hilo conductor que liga y re-liga las partes en el todo, y el todo a la Fuente originaria de la que todo procede. Lo femenino nos enseña a cuidar de todo con celo entrañable. El cuidado constituye la esencia del anima y la precondición necesaria para que continúe la vida. De lo femenino y del cuidado surge un nuevo paradigma ético que coloca la vida en el centro: vida compartida con otros, vida abierta

hacia arriba y hacia delante, abierta a las virtualidades que se esconden dentro de ella y que quieren ver la luz y hacer historia. Aquí reside la curación de nuestro pecado de origen. 2. PARADIGMA-CONQUISTA En el conjunto de los seres de la naturaleza, el ser humano ocupa un lugar singular. Por un lado, es parte de la naturaleza por su enraizamiento cósmico y biológico. Es fruto de la evolución que produjo la vida, de la que él es expresión consciente e inteligente. Por otro lado, se eleva sobre la naturaleza e interviene en ella, creando cultura y cosas que la evolución nunca crearía sin él, como una ciudad, un avión o un cuadro de Portinari. Por su naturaleza, es un ser biológicamente carente, pues, a diferencia de los animales, no posee ningún órgano especializado que le garantice la subsistencia. Por ello se ve obligado a conquistar su sustento, modificando el medio, creando así su hábitat.

Esto explica que en el proceso de hominización surgiera muy pronto el paradigma de la conquista. Salió de Africa, donde irrumpió como Homo erectus hace siete millones de años, y se puso a conquistar el espacio, empezando por Eurasia, pasando por Asia y América y terminando por Oceanía. Con el crecimiento de su cráneo, evolucionó y se convirtió en Horno habilis, inventando, hace 2,4 millones de años, el instrumento que le permitió aumentar aún más su capacidad de conquista. Por comparecer como un ser entero, pero inacabado (no es defecto, sino marca), y porque tiene que conquistar su vida, el paradigma de la conquista pertenece a la autocomprensión del ser humano y de su

historia. Prácticamente todo está bajo el signo de la conquista. Conquistar la Tierra entera, los océanos, las montañas más inaccesibles y los rincones más inhóspitos. Conquistar pueblos y «dilatar la fe y el imperio»: éste era el sueño de los colonizadores. Conquistar los espacios extraterrestres y llegar a las estrellas: ésta es la utopía de los modernos. Conquistar el secreto de la vida y manipular los genes. Conquistar mercados y altas tasas de crecimiento, conquistar cada vez más clientes y consumidores. Conquistar el poder del Estado y otros poderes como el religioso, el profético y el político. Conquistar y controlar a los ángeles y los demonios que habitan en nosotros. Conquistar el corazón de la persona amada, conquistar las bendiciones de Dios y conquistar la salvación eterna. Todo es objeto de conquista. ¿Qué nos queda aún por conquistar? La voluntad de conquista del ser humano es insaciable. Por eso el paradigma-conquista tiene corno arquetipos referenciales a Alejandro Magno, Hernán Cortés y Napoleón Bonaparte, los conquistadores que no conocían ni aceptaban límites. Después de varios milenios de existencia, el paradigma de la conquista ha entrado en una grave crisis en nuestros días. ¡Basta de conquistas! De lo contrario, lo destruiremos todo. Ya hemos conquistado el 83% de la Tierra, y en este afán la hemos devastado de tal forma que ha sobrepasado en un 20% su capacidad de sostenimiento y regeneración. Se han abierto heridas que tal vez no se cerrarán nunca. Necesitamos conquistar aquello que nunca antes habíamos conquistado porque pensábamos que era contradictorio: conquistar la autolimitación, la austeridad compartida, el consumo solidario, la compasión y la solicitud para con todas las cosas, a fin de que sigan existiendo. La supervivencia depende de estas anticonquistas.

Al arquetipo de la conquista —Alejandro Magno, Hernán Cortés y Napoleón Bonaparte— hay que contraponer el arquetipo del cuidado esencial —Francisco de Asís, Gandhi, Madre Teresa de Calcuta y Hermana Dulce—. No hay tiempo que perder. Tenemos que empezar por nosotros mismos, con las revoluciones moleculares. Sin ellas no garantizaremos las nuevas virtudes que salvarán la vida y la Tierra.

3. PARADIGMA-CUIDADO Después de haber conquistado toda la Tierra, a costa del grave estrés de la biosfera, es urgente y urgentísimo que cuidemos lo que ha quedado y regeneremos lo vulnerado. Esta vez, o cuidamos o morimos. Por eso es tan urgente que pasemos del paradigmaconquista al paradigma-cuidado. Si nos fijamos bien, descubrimos que el cuidado es tan ancestral como el universo. Si después del big-bang no hubiese habido cuidado por parte de las fuerzas directivas, mediante las cuales el universo se autocrea y autorregula —a saber, la fuerza de la gravedad, la electromagnética, la nuclear débil y la nuclear fuerte—, todo se habría expandido demasiado, impidiendo que la materia se adensase y formase el universo tal corno lo conocemos, o bien todo se habría retraído hasta tal punto que el universo habría colapsado sobre sí mismo en interminables explosiones. Pero no. Todo se realizó con un cuidado tan sutil, en fracciones de milmillonésimas de segundo, que ello hizo posible que estemos aquí para hablar de estas cosas. Ese cuidado se potenció cuando surgió la vida hace 3.800 millones de años. La bacteria originaria, con cuidado singularísimo, dialogó

químicamente con el medio para garantizar su supervivencia y evolución. El cuidado se hizo más complejo aún cuando surgieron los mamíferos —de los que también venimos nosotros— hace 125 millones de años, y con ellos el cerebro límbico, el órgano del afecto, del cuidado y de la ternura. El cuidado se hizo aún más central con la emergencia del ser humano hace siete millones de años. Según una tradición filosófica que procede del esclavo Higinio, el bibliotecario de César Augusto que nos legó la famosa fábula del cuidado —a la que el filósofo Martin Heidegger dedicó páginas tan geniales—, la esencia humana reside exactamente en el cuidado. El cuidado es la condición previa que permite la eclosión de la inteligencia y el afecto; es el orientador anticipado de todo comportamiento para que sea libre y responsable y, en definitiva, típicamente humano. El cuidado es el gesto amoroso con la realidad, el gesto que protege y da serenidad y paz. Sin cui...


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