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Title El amor
Author Bruno Bonoris
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EL AMOR I. No hay teoría del amor, esta es la primera y la más importante verdad. El amor está determinado por un precepto que prohíbe convertirlo en una idea pura. No deja decirse del todo, no quiere ser una mera abstracción. Su aspiración es su propio límite. Hay soliloquios, monólogos y recitacio...


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EL AMOR

I. No hay teoría del amor, esta es la primera y la más importante verdad. El amor está determinado por un precepto que prohíbe convertirlo en una idea pura. No deja decirse del todo, no quiere ser una mera abstracción. Su aspiración es su propio límite. Hay soliloquios, monólogos y recitaciones. Hay fragmentos de un discurso que se atraganta con lo no dicho. Hay sentimientos agudos, impresiones brillantes y ensordecedoras como rayos que te parten los huesos y te dejan estaqueado en la mitad del patio. No se puede ser un teórico del amor porque todos sabemos demasiado sobre él. ¿Quién me va a venir a hablar a mí sobre el amor? Yo sé lo que cualquiera sabe: el amor agujerea el saber y anda a los besos con la verdad. Ser un gurú del amor es ser un zombi, un oxímoron con dos patas. Detesto a los gurúes del amor. El amor es, por sobre otras pasiones, una experiencia en primera persona: “(yo) te amo”. Hablar sobre EL amor es un acto de espantosa vanidad. Está bien, entonces, que nos sonrojemos.

II. Pienso en el amor y caigo en la cuenta de que no sé que son los problemas puramente mentales. ¡Cómo nos mintieron todos estos años! El amor es la muestra irrefutable de que la separación mente-cuerpo es la farsa más grande en la historia de humanidad. Quien padece el amor sabe inmediatamente que una idea no es meramente “una idea”. Una idea es también cuerpo, y el cuerpo es una idea nómada.

III. Todo habla del amor, y para aquel que quiere hacer su excursus amoroso esto resulta insoportable. El amor es el eternal trending topic, de la música, el teatro, el cine, y la literatura. Las canciones, las películas, las series, las novelas, y los ensayos. Mis amigas y mis amigos, mis padres, mi hermana. Yo también. Cada vez que veo una persona tengo la certeza de que está tomada por el amor, para bien o para mal, y aunque no lo sepa. Es la peste para la academia. ¿Cómo elegir en este sinfín de posibilidades verdaderas? ¿Cómo jerarquizar lo dicho sobre el amor en esta biblioteca borgeana? Lo mejor tal vez sea hacer de nuestro método una puesta en acto. En este sentido, los partenaires sexuales son como los libros. Al igual que en el amor, creemos que elegimos entre las variopintas e incontables posibilidades que nos ofrece el mundo; sin embargo, se trata simplemente de algunos encuentros afortunados conjugados con una tendencia indescifrable. Por eso, mi criterio fue la afectación, ese saber sensitivo que hace de cada cuerpo una caja de resonancia (y que las palabras modulen, es decir, que cambien de tonalidad).

IV. Mientras Marie Bonaparte se dejaba llevar por sus ensueños de princesa malhumorada, Freud no podía dejar de pensar que el príncipe azul no existe y que las fantasías no son las imágenes de nuestros deseos. “¡Una princesa insatisfecha! Eso sí que ofendería a toda dama soñadora” pensó. Freud tenía su costadito machista. Luego, con cierta vacilación no calculada, le dijo: “La gran pregunta que nunca recibe respuesta y que yo no estoy capacitado para responder, después de mis treinta años de estudios sobre el alma femenina, es: ¿qué quiere una mujer?” Pregunta tendenciosa si las hay. En efecto, excluye paradójicamente a las mujeres de la cuestión misma. “Sobre el problema de la feminidad –dijo Freud alguna vez -han meditado los hombres en todos los tiempos. Tampoco vosotros, los que me oís, os habréis excluido de tales cavilaciones. Los hombres, pues las mujeres sois vosotros mismas tal enigma”. No caben dudas de que el discurso del amor es un discurso enunciado por hombres. Entonces, ¿cómo ama una mujer?, ¿existe un modo masculino y un modo femenino de amar? No lo sé, pero no me parece un buen punto de partida sostener que una mujer sea esencialmente un enigma. Finalmente, esta fue la sentencia que recayó siempre sobre ellas. ¿Cómo ama una mujer? Tenemos algunos indicios en la literatura contemporánea. Sin embargo, hay que seguir preguntando.

V. -¿Te puedo hacer una pregunta? -Ya me la hiciste, pero podés hacerme otra.– respondió con aire de superada. -¿Cómo te das cuenta de que me amas? -¿Esa es la pregunta? -Sí, esa. -Bueno. Porque cuando voy al trabajo me dan ganas de cantar.- le dijo y empezó a reír. -¿Eso? -Sí. Eso y la pavada de las mariposas. Ella siguió riendo. Él también, y se

sintió

un boludo contento.

VI. Hay preguntas que no tienen respuesta, no por el carácter inefable e irrepresentable del objeto en cuestión sino porque están mal formuladas. Uno debería detenerse seguido en este problema. Preguntarse cómo ama una mujer no es lo mismo que preguntarse cómo sabe que o qué ama. Para una mujer, quizá, los problemas del amor no recaigan sobre la indeterminación del saber. Para un hombre, en cambio, esto casi siempre es así. “No sé si estoy enamorado”.

VII. -¿Me amás?- le preguntó ella como si fuera la última vez. Él llevó sus manos a los ojos e imploró para que la verdad finalmente se rindiera. Pero eso nunca pasó…. porque eso nunca pasa. A la verdad no hay forma de poseerla, tal vez se atraviese una luz y podamos ver su sombra. Pensó unos segundos más, y entonces dijo: - Me parece que sí. -Sos un pelotudo-dijo ella. Y fue la última vez.

VIII. La irremediable pasión que tenemos los humanos por los orígenes se manifiesta habitualmente a través de los mitos, y el amor, en este punto, no es la excepción. Lacan dijo alguna vez que este mito se gestó una noche de borrachera en una asamblea de maricas. Es indudable que el Banquete de Platón impuso en los dos milenios siguientes el punto de partida para las infinitas discusiones sobre el amor. Lo curioso de todo esto es que el elogio más exitoso, el que tuvo más repercusión, no fue el del gran orador Sócrates y su maestra la sacerdotisa (¡una mujer!), sino el de un cómico: Aristófanes. ¡Vaya humorada la que nos hizo! Intoxicó a la humanidad al introducir una nostalgia incurable!. Recordémoslo. En el origen la humanidad se dividía en tres géneros: el masculino, el femenino y el andrógino. Los seres que pertenecían a esta última clase eran redondos, con cuatro brazos, cuatro piernas, dos caras en la cabeza y dos órganos sexuales. Eran seres tan terribles por su vigor y su fuerza que se sintieron capaces de atentar contra los dioses. Frente a terrible osadía, Zeus –que no podía destruir a la raza humana debido a que los dioses se nutrían de sus honores y sacrificios – decidió castigarlos cortándolos a la mitad. Una vez seccionada en dos la forma original, añorando cada uno su propia mitad se juntaba con la otra y rodeándose con las manos y entrelazándose, morían de hambre y de absoluta inacción, por no querer hacer nada separados unos de otros. Compadeciéndose entonces Zeus, trasladó sus órganos genitales hacia la parte delantera y consiguió que mediante estos tuviera lugar la generación en ellos mismos, a través de lo masculino en lo femenino, para que si en el abrazo se encontraba hombre con mujer, engendraran y siguiera existiendo la especie humana, pero, si se encontraba varón con varón, hubiera, al menos, satisfacción de su contacto. De este modo, el amor se transformó en el anhelo de llegar a ser uno de dos, juntándose y fundiéndose el amante y el amado. El amor es, en consecuencia, el nombre para el deseo y persecución de esta integridad. En otras palabras, el amor es la reintegración de una pérdida originaria.

IX. Todo el mundo dice que el sueño de la unión total es imposible, nadie cree en semejante camelo. Sin embargo insistimos, no renunciamos a encontrar nuestra alma gemela. Pero una vez que la descubramos, ¿qué haremos con su cuerpo?

X. Cuando era más joven era también más escéptico, y creía que el amor era una ilusión, un manto de espejismos que velan la cruda realidad del instinto sexual. Era un enamorado desconfiado, aunque debo decir que no era el único. Algunos, como Schopenhauer, llevaron esta posición muy lejos. Según su parecer, el enamoramiento sería un calculo instantáneo de miles de posibilidades de futuros nacimientos, y el reconocimiento inmediato de la mejor elección que se puede hacer para la perpetuación de la raza humana. “La plenitud de los senos femeninos –dice- ejerce una extraordinaria atracción sobre el sexo masculino, porque al tener una relación directa con la función de reproducción de la mujer, le promete al recién nacido un alimento copioso”. Es notable la generosidad del enamorado que busca unas tetas grandes pensando únicamente en su descendencia. Aunque parezca ridícula, no deberíamos desechar de inmediato esta opinión. Recuerdo a una amiga médica que me decía que el enamoramiento era real pero que el amor era sencillamente una construcción cultural, es decir, una mentira. ¿Qué significa aquí amor real? ¿Acaso no se dio cuenta de que detrás de una máscara hay otra máscara?. Los desengañados se engañan, por eso hay que llevar a las ficciones hasta sus últimas consecuencias. Para tocar lo real hay que caer en la trampa.

XI. - ¿Me amás? - Mi cerebro libera dopamina y serotonina, por eso me siento excitado, - Te pregunté si me amabas, no lo que te pasa en el cerebro. - Sí, te amo. Pero en algún momento mi cerebro se habituará, los receptores neuronales se acostumbrarán a ese exceso de flujo químico y no seguiré sintiendo lo mismo. - No te pido que sientas lo mismo, te pido que me ames. Tal vez, tu cerebro se acostumbre.

XII. Estar enamorado no es lo mismo que amar. Por eso podemos pedir que nos amen, pero nunca que se enamoren de nosotros. El enamoramiento es un estado, el amor es un acto. Se sufre un estado, pero se decide un acto. El amor, irremediablemente, nos interpela en nuestra absoluta libertad. La única prueba de que te amo es que te elijo.

XIII. El enamoramiento es el negativo de la paranoia. Tanto el enamorado como el paranoico son fanáticos de la interpretación, incesantes lectores entre líneas. Sin embargo, mientras el paranoico se enferma por el encuentro permanente con los signos, el enamorado padece por la infinita búsqueda de un mensaje sin ambigüedades. El paranoico lo encuentra siempre, el enamorado no lo encuentra nunca. A diferencia de la paranoia que no cesa de tropezar con signos inequívocos, el enamorado habita en la fuga del sentido, vive atravesado por la pregunta ¿qué me quieres decir cuando me dices lo que me dices?

XIV. No niego que uno pueda enamorarse de una imagen. Tengo un amigo enamorado que me relata una y mil veces las aventuras con su amada y sus singulares características. Debo admitir que me parece tragicómico. El amor visto desde afuera es grotesco. Este es el motivo por el cual detestamos la cursilería: casi nunca llega en el momento correcto. Mi amigo dice que es distinta, que es especial, y que no sabe como abordarla ya que ella le resulta imprescindible, que bajo ningún punto de vista puede perderla. Curioso, es probable que la pierda porque teme perderla. Yo no veo en esta chica nada especial. De hecho, creo que sus conductas hacia él son reprochables, y por eso me cae bastante mal. Como un imbécil mayúsculo intento convencerlo de que está chica es tan diferente como todas las otras, que no tiene ninguna cualidad real que la haga tan deseable, que está siendo victima de sus propias quimeras oníricas. En definitiva, le digo que ama a una imagen. Mi amigo, ni lerdo ni perezoso, como buen ilustrado me dice: “Todo es ilusión en el amor, lo admito. Pero son reales los sentimientos que nos inspira por lo verdaderamente bello con que el amor nos anima y nos hace amar”. El objeto de amor es imaginario, pero sus efectos son reales. Sin embargo, ¿cuál es el futuro de una ilusión una vez que sabemos que es una ilusión?

XV. André Bretón dijo que todos sabemos que el amor se basa en la idea de que nos corresponde un único individuo. Si esto es cierto, debemos hacer un esfuerzo y poner las cosas patas para arriba. Tal vez no se trate de que en el amor nos corresponda un único individuo sino un individuo único. Vos sos única para mí, yo soy único para vos. De este modo, el amor nos convierte en un fin en sí mismo, en un valor absoluto, en una singularidad excepcional. En vez de sentirnos, como antes de ser amados, inquietos por nuestra injustificada existencia, ahora sentimos que esa existencia es recuperada y querida en sus detalles por una libertad absoluta. Ese es el fundamento de la alegría del amor: sentirnos justificados por existir. Amar

es arrancar a otra persona del mundo, quitarla de escena. Si soy amado, ya no soy un elemento que se destaca sobre el fondo del mundo: soy aquel a través del cual otra persona ve el mundo. Si soy amado, me convierto en el mundo mismo.

XVI. El otro día discutí con un amigo trosko sobre la relación entre el amor y el capitalismo. Le dije que la monogamia no responde a la lógica de la propiedad privada. El amor es un modo de apropiación mucho más complejo que el simple afán de poseer y disponer de alguien. En el amor quiero apoderarme de la libertad del otro. Quiero ser amado por su libertad, quiero que abandone su libertad libremente y que la convierta en amor.

XVII. Te amo. No quiero tu compromiso voluntario, quiero tu derrota consentida

XIX.

El amor es un acontecimiento, una pequeña anomalía, un desajuste en el saber que reclama convertirse en verdad. Para que esto suceda, debido a que un acontecimiento no es demostrable por los propios recursos de la situación, se requiere de un nombre de más que le administre existencia, es decir, una declaración de amor: “Te amo”. El amor requiere de un sujeto fiel al acontecimiento que convierta al azar en necesidad.

XX.

Si aquel verano Tomás no hubiera tenido vacaciones no habría ido de viaje con sus amigos a Córdoba. Si no hubiera ido a Córdoba no habría ido al bar “El popular”. Si no hubiera ido al bar “El popular” no habría conocido a Miguel, quien le apostó unas cervezas en unos partidos de metegol. Si no hubiera jugado al metegol con Miguel no habría ido a la fiesta de cumpleaños de Ana, la hermana de Miguel. Si no hubiera ido al cumpleaños de Ana, no habría conocido a Laura, una amiga de una amiga de la prima de Miguel, o algo así. Si no hubiera conocido a Laura, Tomás no habría sido quien es. Tomás no habría sido quien es sino hubiera tomado esas miles de millones de microdecisiones que nunca supo por qué tomó. El amor es la confianza radical de que en el azar habita una verdad.

XXI.

Según cuentan algunos filósofos amarillistas, Sartre –agotado de esconder sus aventuras eróticas- le habría dicho a Simone de Beauvoir las siguientes palabras: “Nuestro amor es necesario, conviene que vivamos algunos amores contingentes”. Tremendo chamullo existencialista.

XXII.

No puedo creer que nuestro amor sea necesario. La idea del destino me resulta intolerable, extingue mi deseo, lo mata por acción. Tampoco puedo creer que nuestro amor sea pura contingencia, que pudo haber sido cualquier otro y que todo el tiempo podría serlo. Me inquieta saberme abierto a las posibilidades infinitas del mundo, me da nauseas, mata al deseo por omisión. ¿Es posible tener un pie en cada orilla? No podemos matar a Dios del todo, lo necesitamos inconsciente.

XXIII.

- No sé como amarte. Tengo miedo de que mi libertad te asfixie, o te olvide. - Es simple. No interfieras en nuestro amor. No combatas ni te abandones; acompáñalo, sigue las huellas de tu propio extravío.

XXIV.

El amor no es una fusión de dos posiciones ni la experiencia radical de la extranjería del Otro. El amor es la experiencia concreta del mundo vivido a partir del Dos, del mundo vivido a partir de la diferencia. Por este motivo no basta con el encuentro. El amor como acontecimiento requiere de la fidelidad hacia esa verdad, necesita de la perseverancia infinita para construir esa “escena de lo Dos”.

XXV.

No existe ninguna instancia tercera que nos trascienda llamada “amor”. En el amor somos dos: tú y yo. Pero no somos cualquier yo ni cualquier tú. No hay un tú tuyo ni un yo mío. Nuestros yoes están inmiscuidos. Y jamás podré desprender tu yo del mío. Tal vez en un sueño…o en un análisis.

XXVI.

-¿Ya le dijiste te amo? -No, recién le estoy mandando cara con besito del Whatsapp. -¿Y para cuando el “te amo”? -No sé, vamos de a poco. Esta semana le mando cara con ojos de corazón. -Jugado. -Sí, jugado. ….y en otro lugar del mundo. -¿Ya te dijo te amo? -No, con suerte me manda una carita con beso. -Y vos, ¿por qué no le decís? -No, todavía no. Mejor que no se note todavía.

XXVII.

La declaración de amor es el pasaje de la contingencia del encuentro hacia la construcción de una verdad; es el pasaje del azar al destino. Decir “yo te amo” es afirmar una obstinación, un compromiso, una fidelidad al acontecimiento. Si todo

sale bien, luego vendrán cientos de “te amos”, y por su repetición incesante la frase empezará a perder sentido, ya no requerirá de explicaciones. Será siempre una palabra verdadera, no tendrá otro referente que su propio enunciado, no habrá en ella otra información que su decir inmediato. Por suerte, nadie se pregunta “¿qué me quieres decir cuando dices que me amas?” La cuestión, a menudo, no reside en la calidad sino en la cantidad: “¿Cuánto? ¿Mucho? Yo más”.

XXVIII.

El quid de la cuestión amorosa no reside en el encuentro sino en la duración. En efecto, parece mucho más fácil responder por qué comienza una relación que responder por qué continúa o por qué termina. ¿Qué queda luego de la fascinación amorosa? Tal vez lo que nos una no sea el amor, sino el espanto. En el conflicto, la fascinación puede convertirse en pacto, y el amor narcisista puede tomar la forma del autoerotismo. Tú eres la voz que me tranquiliza, la mirada que me cautiva. Eso es lo que amo en ti mas que tú.

XXIX.

Es común escuchar que el amor muere por la habituación, por el paso del tiempo. “No sé si es amor o es costumbre” –dicen algunos amantes hastiados. No obstante, debemos vislumbrar aquí el axioma oculto en la idea: el tiempo es repetición de lo mismo. ¿Pero no es exactamente al revés? ¿No se mata al tiempo cuando se sustrae la permanencia, lo inmóvil, el hábito, del devenir? Si invertimos la fórmula, si sostenemos que el tiempo no es permanencia sino devenir, entonces amaremos siempre a otra persona, el amado será necesariamente otro en relación a sí mismo. ¿Tendremos miedo al cambio? ¿Será que el aburrimiento es una defensa frente a lo indescifrable de la novedad, a lo insondable del tiempo? El tiempo es un nombre de la castración.

XXX.

Conocí a un joven que estaba profundamente enamorado. En otras circunstancias cualquiera hubiera dicho que estaba loco, pues su lenguaje monótono recordaba a los discursos de los delirantes. Todo tenía que ver con ella. Yo, porque mi profesión así lo requiere, lo escuché con atención durante largas horas. Lo curioso es que la amada no sabía nada de todo esto, él no podía compartir sus sentimientos con ella ya que no encontraba las palabras justas para transmitirlos. Cualquier manifestación iba a ser una banalidad en contraste con la potencia de sus afectos. Un día llegó mucho más agitado que de costumbre, ya que acababa de declararle su amor a la muchacha y había comprobado que ella también lo amaba. Sin embargo, su felicidad duro poco. “Por motivos en principio incomprensibles, no estaba dispuesto a vivir su amor, sino solamente a recordarlo. El problema no es que

sintiera esa típica seducción por su amada, sino que no tuviera, además, otras disposiciones como recursos defensivos. Porque ese recordar potenciador es como la expresión eterna del amor en sus comienzos y señal evidente del amor verdadero. Pero también es necesaria una cierta elasticidad irónica para manipular debidamente el recuerdo. Cada uno debe de hacer verdad en sí mismo el principio de que su vida ya es algo caducado desde el primer momento en que empieza a vivirla, pero en este caso es necesario que tenga también la suficiente fuerza vital para matar esa muerte propia y convertirla en una vida auténtica. Su error consistía en creer que ya había alcanzado el fin sin haber co...


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