El Seminario 6. El deseo y su interpretación [Jacques Lacan] PDF

Title El Seminario 6. El deseo y su interpretación [Jacques Lacan]
Author Leslie Córdoba
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EDITOR ASOCIADO JUAN GRANICA EL SEMINARIO TRADUCCIÓN DE GERARDO ARENAS DE JACQUES LACAN ÚNICA EDICIÓN AUTORIZADA LA REVISIÓN DE LA TRADUCCIÓN LIBRO 6 ES DE GRACIELA BRODSKY CON EL ACUERDO DE JACQUES-ALAIN MILLER EL DESEO Y SU INTERPRETACIÓN 1958-1959 TEXTO ESTABLECIDO POR JACQUES-ALAIN MILLER EDICI...


Description

EDITOR ASOCIADO JUAN GRANICA TRADUCCIÓN DE GERARDO ARENAS ÚNICA EDICIÓN AUTORIZADA LA REVISIÓN DE LA TRADUCCIÓN ES DE GRACIELA BRODSKY CON EL ACUERDO DE JACQUES-ALAIN MILLER

EL SEMINARIO DE JACQUES LACAN LIBRO 6 EL DESEO Y SU INTERPRETACIÓN 1958-1959

TEXTO ESTABLECIDO POR JACQUES-ALAIN MILLER

Diseño de la Colección Carlos Rolando - The Design Workshop

EDICIONES PAIDÓS BUENOS AIRES - BARCELONA MÉXICO

Título original: Le Séminaire de fa cques Lacan. Livre Vl: Le désir et son interprétation

ÍNDICE

Publicado en francés por Éditions de La Martin iere et Le Champ Freudien Éditeur Traducción: Gerardo Arenas Revisión de traducción: Graciela Brodsky Cubierta: Gustavo Mácri Imagen de cubierta: A legoría del triunfo de Venus, de Agnolo Bronzino

Lacan, Jacques Sem ina rio 6: el deseo y su interpretación -1' ed. 2;• re imp.Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Pa idós, 2015. 586 pp.; 22x l 5 cms Traducido por: Gerardo Arenas ISBN 978-950-12-0165-9

INTRODUCCIÓN

l. Construcción del grafo

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II. Suplementó de explicación

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1. Psicoaná lisis. l. Arenas, Gerardo, trad. CDD 150.195

DEL DESEO EN EL SUEÑO 1ª edición, octubre de 2014 2" reimpresión, 2015 Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida 1 sin la autorización

esc rita de los titu lares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprend idos la reprografía y e l tratam iento informático.

Imágenes interior:

Ophelia, Sir John Everett Millais, Londres, Tate Britain. © Getty Im ages Melancholia, Albrecht Dürer, Londres, The British Museum. © Getty lmages © 2013, Éditions de La Martiniere et Le Champ Freudien Éditeur © 2014, Gerardo Arenas (por la traducción) © 2014, de todas las ediciones en castellano: Editorial Paidós SAICF Publicado bajo su sello PAIDÓS® Independencia 1682/1686, Buenos Aires - Argentina E-mail: [email protected] www.paidosargentina.com.ar

Queda hecho el depósito que previene la ley 11. 723 Impreso en Argentina. Printed in Argentina Impreso en Primera Clase Impresores, California 1231, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en julio de 2015 Tirada: 1.000 ejemplares

III. El sueño del padre muerto: "Él no sabía que estaba muerto" IV. El sueño de la pequeña Anna V. El sueño del padre muerto: "Según su anhelo" VI. Introducción al objeto del deseo VII. La mediación fálica del deseo

55 73 93 111

129

SOBRE UN SUEÑO ANALJZADO POR ELLA SHARPE

VIII. IX. X. XI. XII.

El mensaje de la tosecilla El fantasma del perro que ladra La imagen del guante dado vuelta El sacrificio de la dama tabú La risa de los dioses inmortales

ISBN 978-950-12-0165-9

7

151 171 191 213 235

SIETE CLASES SOBRE HAMLET

XIII. XIV. XV. XVI. XVII. XVIII. XIX.

259

El acto imposible Atrapadeseos El deseo de la madre No hay Otro del Otro El objeto Ofelia Duelo y deseo Falofanías

277

299 323 339 357 375

LA DIALÉCTICA DEL DESEO

XX. XXI. XXII. XXIII.

El fantasma fundamental La forma del corte Corte y fantasma La función de la hendidura subjetiva en el fastasma perverso XXIV. La dialéctica del deseo en el neurótico XXV. El o bien ... o bien .. . del objeto XXVI. La función del splitting en la perversión

395 415 435 453

469 485

503

CONCLUSIÓN Y OBERTURA

521

XXVII. Hacia la sublimación

ANEXOS

Marginalia del seminario sobre el deseo, por Jacques-Alain Miller 541 Índice de nombres propios de personas 577

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INTRODUCCIÓN

I

CONSTRUCCIÓN DEL GRAFO

Reintroducir el término deseo Poetas y filósofos Los tres esquemas La defensa contra el desamparo Darwin y el escalofrío del Diablo

Este año hablaremos del deseo y de su interpretación. Se dice que un análisis es una terapéutica. Digamos que es un tratamiento, un tratamiento psíquico. Este tratamiento actúa en diversos niveles del psiquismo, y ante todo sobre lo que denominaremos los fenómenos marginales o residuales, el sueño, el lapsus, la ocurrencia chistosa, que fueron los primeros objetos científicos de la experiencia psicoanalítica, sobre los cuales insistí el año pasado. Este tratamiento, si nos introducimos más en su aspecto curativo, actúa sobre síntomas en sentido amplio, en la medida en que éstos se manifiestan en el sujeto por medio de inhibiciones que se constituyen en síntomas y que son sostenidas por esos síntomas. Por último, es un tratamiento que modifica estructuras, en particular esas estructuras que se denominan neurosis o neuropsicosis y que Freud de entrada estructuró y calificó como neuropsicosis de defensa. Por otra parte, ¿a título de qué interviene el psicoanálisis para tratar en diversos niveles con esas diversas realidades fenoménicas? Interviene en la medida en que éstas ponen en juego el deseo. Así, los fenómenos que denominé residuales, marginales, desde el comienzo fueron aprehendidos por Freud especialmente bajo la rúbrica del deseo, como significativos del deseo, en los síntomas que vemos descriptos de un extremo al otro de su pensamiento. 11

INTRODUCCIÓN

CONSTRUCCIÓN DEL GRAFO

Asimismo la angustia, si bien hacemos de ella el punto clave de la determinación de los síntomas, sólo interviene en la medida en que tal o cual actividad que va a entrar en el juego de los síntomas esté erotizada, es decir, digamos mejor, esté tomada en el mecanismo del deseo. Finalmente, ¿qué significa el propio término defensa cuando lo empleamos a propósito de las neuropsicosis? ¿Contra qué hay defensa sino contra algo que no es otra cosa que el deseo? Para concluir esta introducción, nos bastará con indicar que la libido, cuya noción hallamos en el centro de la teoría analítica, no es más que la energía psíquica del deseo. Ya señalé una vez al pasar - recuerden la metáfora de la usina- que incluso para que subsista la noción de energía son necesarias ciertas conjunciones entre lo simbólico y lo real, pero no quiero insistir ahora sobre este punto. La teoría analítica se apoya entonces por entero en la noción de libido, en la energía del deseo.

No obstante, he aquí que desde hace algún tiempo vemos esta teoría cada vez más orientada en una dirección que ha cambiado. Los mismos que sostienen la nueva orientación la articulan muy concienzudamente, al menos los más conscientes entre ellos. Como lo escribe en numerosas ocasiones -pues no cesa de escribir- el represen-' tante más típico de esa tendencia, el señor Fairbairn, y en particular en la recopilación intitulada Psychoanalytic Studies of the Personality, la teoría moderna del análisis cambió algo en el eje que al comienzo le había dado Freud, a saber, que para nosotros la libido ya no es pleasureseeking, sino object-seeking. Cien veces hemos hecho alusión a lo que significa esta tendencia que orienta la función de la libido en función de un objeto que de algún modo le estaría predestinado. Bajo mil formas les mostré sus incidencias en la técnica y en la teoría analítica. En muchas ocasiones creí poder designarles las desviaciones prácticas que ella entraña, algunas de las cuales no carecen de peligro.

Para permitirles abordar el problema que este año está en juego, quiero señalarles la importancia que se adjudica al solo hecho de reintroducir el término deseo, cuya ocultación es manifiesta en toda la manipulación actual de la experiencia analítica. Al hacerlo damos la impresión, no diré de renovar, sino de desconcertar. Quiero decir que, si en lugar de hablar de libido o de objeto genital hablamos de deseo genital, tal vez se nos torne de inmediato mucho más difícil considerar como algo obvio que la maduración de ese deseo implique por sí sola esa posibilidad de apertura al amor, o de plenitud de realización del amor, que parece haberse convertido en doctrinaria dentro de cierta perspectiva de la maduración de la libido. Esa tendencia, esa realización, esa implicación relativa a la maduración de la libido, parece tanto más sorprendente cuanto que se produce en el seno de una doctrina que fue precisamente la primera no sólo en poner de relieve sino incluso en dar cuenta de lo que Freud clasificó bajo el título de degradación de la vida amorosa. Es decir que si el deseo parece en efecto llevar consigo cierto quantum de amor, muy a menudo se trata de un amor que se presenta en la personalidad como algo conflictivo, un amor que no se confiesa, un amor que incluso se niega a confesarse. Además, por el solo hecho de reintroducir la palabra deseo donde expresiones como afectividad, como sentimiento positivo o negativo, se emplean corrientemente en un abordaje vergonzoso, si cabe decirlo, de las fuerzas eficaces en la relación analítica, y en especial de la transferencia, se abrirá una brecha que a mi entender tendrá por sí sola algo de esclarecedor. En efecto, si en vez de considerar que la transferencia está constituida por una afectividad, sentimientos positivos o negativos, con lo que estos términos tienen de vago y de velado, nombramos lo que aquí concebimos mediante un único término, deseo; si hablamos de deseo sexual y de deseo agresivo para con el analista, se nos revelará enseguida, en el primer vistazo, que estos deseos no son todo en la transferencia, y que ésta necesita ser definida por algo que no sea referencias más o menos confusas a la noción de afectividad, positiva o negativa. En fin, si pronunciamos la palabra deseo, el beneficio último de ese uso pleno es que nos preguntaremos: ¿qué es el deseo? No será una pregunta que podamos responder simplemente. Si no me comprometiera aquí lo que podría denominar la cita urgente que tengo con mis menesteres prácticos experienciales, me permitiría una

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1

INTRODUCCIÓN

interrogación sobre el sentido de este término deseo en quienes han estado más calificados para valorizar su uso, a saber: los poetas y los filósofos. No lo haré. Lo que ocurre en la poesía con el uso del término deseo, con la transmisión del término y con su función, lo reencontraremos a posteriori si llevamos nuestra investigación suficientemente lejos. Si es cierto, como este año todo mi desarrollo lo mostrará, que la situación del deseo está profundamente marcada, unida, enlazada a cierta función del lenguaje, a cierta relación del sujeto con el significante, la experiencia analítica nos llevará lo bastante lejos en esta exploración -al menos lo espero- como para que hallemos todo el tiempo necesario para valernos de la evocación propiamente poética que pueda hacerse de ello, lo cual nos permitirá comprender con mayor profundidad la naturaleza de la creación poética en sus relaciones con el deseo. Sólo haré notar que las dificultades características del juego de ocultación que verán en el fondo de lo que nos descubrirá nuestra experiencia aparecen ya, por ejemplo, en que bien se ve cuán mal se adapta a la pintura de su objeto la relación poética con el deseo. En este aspecto, la poesía figurativa, la que pinta, casi diría, las rosas y los lirios de la belleza, jamás expresa el deseo fuera del registro de una singular frialdad, mientras que, curiosamente, todo lo contrario ocurre en la poesía que denominan metafisica. Esto se debe a la ley, en sentido estricto, que rige la evocación del deseo. Para quienes leen inglés, sólo tomaré aquí la referencia más eminente de los poetas metafísicos de la literatura inglesa, John Donne, invitándolos por ejemplo a que se remitan a un poema célebre como The Ecstasy, a fin de constatar en qué medida evoca el problema de la estructura de las relaciones del deseo. Ese título indica bastante los inicios de la dirección en que se elabora, al menos en el plano lírico, el abordaje poético del deseo cuando se apunta a éste en sí mismo. Sin duda, cuando el juego del poeta se arma con la acción dramática, llega mucho más lejos en la presentificación del deseo. Por ahora, dejo de lado esta dimensión, pero la anuncio desde ya porque nos habíamos aproximado a ella el año pasado -es la dimensión de la comedia. Sepan que habremos de retomarla. Dejemos allí a los poetas. No los nombré aquí más que a título de indicación liminar y para decirles que los reencontraremos más adelante, de manera más o menos difusa. Quiero en cambio detenerme un instante en la que ha sido a este respecto la posición de los filósofos, pues creo que fue muy ilustrativa del punto en que se sitúa para nosotros el problema. 14

CONSTRUCCIÓN DEL GRAFO

Me tomé el cuidado de escribirles en el pizarrón esas dos expresiones: pleasure-seeking, object-seeking. Búsqueda del placer o búsqueda del objeto: así es como desde siempre se planteó la cuestión a la reflexión y a la moral. Me refiero a la moral teórica, la que se enuncia por medio de preceptos y de reglas, de operaciones de filósofos, y muy especialmente de éticos. Ya les indiqué lo que constituye la base de toda moral que cabría denominarfisicalista, en el sentido de que dentro de la filosofía medieval se habla de una teoría física del amor como algo opuesto a la teoría extática del mismo. Puede decirse, hasta cierto punto, que toda moral expresada hasta el presente dentro de la tradición filosófica tiene en suma por base lo que podría denominarse la tradición hedonista. Ésta consiste en establecer una suerte de equivalencia entre esos dos términos, placer y objeto, en el sentido de que el objeto es el objeto natural de la libido, en el sentido de que es un beneficio. A fin de cuentas, se trata de admitir el placer en el rango de los bienes buscados por el sujeto, en el rango del supremo bien, incluso por negarse a éste, pero con el mismo criterio. Cuando nos comprometemos en el diálogo de la escolástica, la tradición hedonista de la moral cesa de sorprender, dejamos de percatarnos de sus paradojas. Sin embargo, a fin de cuentas, ¿qué se opone más a lo que llamaremos la experiencia de la razón práctica que esa pretendida convergencia entre el placer y el bien? Si lo miramos de cerca, si miramos por ejemplo cómo se vinculan esas cosas en Aristóteles, ¿qué vemos elaborarse? En Aristóteles es muy claro, las cosas son muy puras: la identificación del placer con el bien sólo llega a realizarse en el interior de lo que denominaré una ética de amo. Ese ideal loable se engalana con el término temperancia -opuesto a intemperancia-, como algo que depende del dominio que el sujeto ejerce sobre sus propios hábitos. Ahora bien, la inconsecuencia de esa teorización es absolutamente impactante. Si releen los célebres pasajes que conciernen al uso de los placeres, verán en ellos que nada entra en esa óptica moralizante a menos que pertenezca al registro del dominio, a una moral de amo, a lo que el amo puede disciplinar. Puede disciplinar muchas cosas, principalmente su comportamiento relativo a sus hábitos, es decir, al manejo y al uso de su yo. Pero en lo que toca al deseo, la cosa es muy diferente. El propio Aristóteles, muy lúcido, muy consciente de lo que resulta de esta teorización moral, práctica y teórica, reconoce que los deseos, 15

INTRODUCCIÓN

CONSTRUCCIÓN DEL GRAFO

las epithymíai, van más allá de cierto límite que es precisamente el del dominio y el del yo, y que muy pronto se presentan en el ámbito de lo que él llama bestialidad. Los deseos son exiliados del campo propio del hombre, si es que el hombre se identifica con la realidad del amo. Llegado el caso, la bestialidad es algo así como las perversiones. Aristóteles tiene además una concepción singularmente moderna a este respecto, que podría traducirse diciendo que el amo no podría ser juzgado por ello, lo cual vendría casi a significar, en nuestro vocabulario, que no podría ser reconocido como responsable. Vale la pena recordar estos textos, y remitirse a ellos los esclarecerá. En las antípodas de esa tradición filosófica hay .alguien a quien no obstante querría nombrar aquí. A mi modo de ver, es el precursor de algo que me parece nuevo, que debemos considerar como nuevo en el progreso, digamos, en el sentido de esa relación del hombre consigo mismo que es la del análisis tal como Freud lo constituyó. Es Spinoza. A fin de cuentas, en él podemos leer, en todo caso con un acento bastante excepcional, una fórmula como ésta: El deseo es la esencia misma del hombre. Para no aislar el comienzo de la fórmula de su continuación, agregaremos: en la medida en que ésta es concebida, a partir de alguna de sus afecciones, como determinada y obligada, por cualquiera de sus afecciones, a hacer algo. Mucho podría hacerse a partir de aquí para articular lo que en esta fórmula queda, si me permiten, sin revelar. Digo sin revelar porque, por supuesto, no puede traducirse Spinoza a partir de Freud. Pero les doy esto como un testimonio muy singular. Sin duda tengo personalmente más propensión a hacerlo que otros, pues en tiempos muy remotos frecuenté mucho a Spinoza. No creo sin embargo que ésa sea la razón por la cual, al releerlo a partir de mi experiencia, me parece ,que alguien que participa de la experiencia freudiana puede también sentirse a gusto en los textos de quien escribió De servitude humana y para quien toda la realidad humana se estructura, se organiza, en función de los atributos de la sustancia divina. Pero dejemos también de lado este esbozo por el momento, reservándonos el derecho de volver a él. Quiero darles un ejemplo mucho más accesible, con el cual cerraré la referencia filosófica concerniente a nuestro problema. Lo tomé en el nivel más accesible, incluso el más vulgar de los accesos que ustedes puedan tener. Abran el diccionario del encantador difunto Lalande, su Vocabulaire philosophique. Toda especie de ejercicio de esta naturaleza, el de hacer un vocabulario, siempre es una de las

cosas más peligrosas y al mismo tiempo más fructíferas, a tal punto el lenguaje es dominante en todo lo que atañe a los problemas. Estamos seguros de que al organizar un vocabulario haremos siempre algo sugestivo. Aquí encontramos esto: Deseo: Begehren, Begehrung. No es inútil recordar lo que articula el deseo en el plano filosófico alemán.

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Tendencia espontánea y consciente hacia un fin conocido o imaginado. El deseo reposa entonces sobre la tendencia, de la cual es un caso particular y más complejo. Se opone por otra parte a la voluntad (o a la volición) por cuanto ésta supone además: 1° la coordinación, al menos momentánea, de las tendencias; 2° la oposición entre el sujeto y el objeto; 3° la conciencia de su propia eficacia; 4° el pensamiento de los medios por los cuales se realizará el fin anhelado.

Estos recordatorios son muy útiles, sin perjuicio de señalar que, en un artículo que quiere definir el deseo, hay dos líneas para situarlo en relación con la tendencia, y que todo el desarrollo se relaciona con la voluntad. He aquí a qué se reduce el discurso sobre el deseo en este Vocabulaire, salvo que se le añade: "Por último, según ciertos filósofos, hay además en la voluntad unfiat de naturaleza especial, irreductible a las tendencias, y que constituye la libertad". Hay no sé qué aire de ironía en esta última línea, impacta verla surgir en este autor filosófico. En nota: "El deseo es la tendencia a procurarse una emoción ya experimentada o imaginada, es la voluntad natural de un placer". Siguen citas de Rauh y Revault d' Allonnes en las que la expresión voluntad natural tiene todo su interés de referencia. A lo cual Lalande personalmente agrega: Esta definición resulta demasiado estrecha por no tener suficientemente en cuenta la anterioridad de ciertas tendencias con respecto a las emociones correspondie_ntes. El deseo parece ser en esencia el deseo de un acto o de un estado, sin que sea necesaria en todos los casos la representación del carácter afectivo de ese fin.

Pienso que eso significa del placer, o de algo diferente. Sea como fuere, esto no deja por c...


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