JOEL DOR, EL Padre Y SUS Funciones EN Psicoanálisis. LA Metáfora Paterna Y SUS Variaciones . capitulo IV PDF

Title JOEL DOR, EL Padre Y SUS Funciones EN Psicoanálisis. LA Metáfora Paterna Y SUS Variaciones . capitulo IV
Course Psicopatología II
Institution Universidad Católica de Santiago del Estero
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resumen del capitulo 5 "La función paterna y sus avatares" del libro de Joel dor El padre y su función en psicoanálisis...


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JOEL DOR, EL PADRE Y SUS FUNCIONES EN PSICOANÁLISIS. LA METÁFORA PATERNA Y SUS VARIACIONES CAPITULO IV: LA FUNCIÓN PATERNA Y SUS AVATARES La función principal cumplida por la metáfora del nombre del padre en la estructuración psíquica del niño permite comprender retrospectivamente el carácter secundario del estatuto del Padre real, en la medida que el niño no logra investirlo en un momento dado como Padre simbólico. Puesto que el Padre simbólico tiene por todo estatuto una existencia significante, este significante Nombre del Padre siempre puede resultar potencialmente presentificado como instancia mediadora en ausencia del Padre real. Basta que lo sea en el discurso de la madre en forma tal que el niño pueda oír que el propio deseo de la madre está referido a él; o en última instancia, que lo estuvo al menos durante cierto tiempo. La institución de la función paterna es directamente tributaria de la circulación del falo en la dialéctica edípica. Sin embargo, esta circulación supone a su vez que diferentes protagonistas sean llevados a ocupar lugares específicos en este espacio de configuración edípico. Aunque se trate de lugares, ello no implica que los protagonistas sean elementos indiferentemente sustituibles entre sí. Esto no se contradice con el hecho de que una madre pueda siempre identificarse con un padre y recíprocamente. Se habla de posiciones, en el caso de la madre se dice que se halla en una posición paterna con su hija, y en el caso del padre en una posición materna. Se trata solo de problemáticas identificatorias, es decir, de dispositivos imaginarios. Ello hace que estas posiciones identificatorias no tengan el alcance simbólico que se les adjudica respectivamente; a lo sumo, constituyen parámetros perturbadores e invalidantes en cuanto a la localización del falo por el niño en su trayectoria edípica. El papel materno es inexpugnable, en el sentido de que aquello que lo instituye y sostiene es la cuestión de la diferencia de los sexos con respecto al niño. Por su parte, la función paterna no es simbólicamente operativa sino por proceder directamente de esa diferencia. En otros términos, lo determinante es la ley del falo. Es verdad que basta con que el significante Nombre del Padre sea convocado en el discurso materno para que la función mediadora del Padre Simbólico resulte estructurante. Pero además es preciso que este significante Nombre del Padre sea referido explícitamente y sin ambigüedades a la existencia de un tercero señalado en su diferencia sexual con respecto al protagonista que se representa como madre (tener en cuenta en el caso de parejas homosexuales). Sólo con este carácter, en su ausencia de Padre real, el significante Nombre del Padre puede exhibir todo su alcance simbólico. Por esta razón está claro que no podría existir función materna en el sentido de una equivalencia simétrica sustituible a la función paterna. El significante fálico tiene una única función: la de simbolizar la diferencia de los sexos. Y precisamente esta función de referencia impone a todos los sujetos la labor de negociar su propia identidad sexual frente a este significante fálico. Por esto, no es casual que Lacan insista en designar esa incidencia del significante fálico como significante de la falta en el otro: S (A).

Lacan inscribe la primacía de este significante proponiendo algoritmos lógicos radicalmente diferentes para simbolizar la sexuación de las mujeres. Esta diferencia de inscripción no tiene más significado que el de indicar que, para las mujeres, no existe otro referente a la castración que no sea el que opera para los hombres: el Nombre del Padre; es decir, este “al menos un” Padre Simbólico, no castrado y poseedor del falo. Todos los avatares de la función paterna permanecen dependientes del destino que se reserve al significante de la falta en el otro S (A). Este significante especifica ante todo la prevalencia de la castración. Es en este lugar donde el deseo del niño se cruzará con la ley del deseo del otro, la del padre. En la circunstancia, la madre se revelará como una ocurrencia barrada en cuanto objeto de goce. Ello no podría producirse como proceso de simbolización estructurante para el niño sino en la medida en que el padre se le aparezca como teniendo supuestamente el falo. Otra manera de decir que la función paterna sólo es operativa a condición de que se la invista con el estatuto de instancia simbólica mediadora. La suerte de esta atribución fálica escande así la dialéctica edípica, abriendo el camino a potencialidades de “cristalizaciones” significativas de las que dependerá directamente la organización de las principales estructuras psíquicas: la estructura perversa, la estructura obsesiva, la estructura histérica y hasta, por defecto, las estructuras psicóticas. FUNCION PATERNA Y ESTRUCTURA PERVERSA La intrusión de la figura del padre imaginario, fantasmatizado por el niño como competidor fálico cerca de la madre, anuncia el paso de la dialéctica del ser a la del tener. Sin embargo, una condición lógica para que se efectúe este pasaje es que en determinado momento el padre se le aparezca al niño como aquel que supuestamente posee el objeto que la madre desea. Resulta de esto que la madre debe saber significarse al niño como madre faltante a quien este hijo no colmaría en nada, identificado como está él a su vez con su falo. En este sentido, si bien el niño debe confrontarse con un inevitable estancamiento de lo real de la diferencia de los sexos -¿Ser o no ser el falo del Otro?-, de todos modos es solicitado hacia un reconocimiento de lo real de la diferencia de los sexos, sostenida desde ahora por la falta de deseo que prefigura, para él, la asunción de la castración. El discurso de la madre, al dejar en suspenso el cuestionamiento del hijo sobre el objeto de deseo materno, lo incita a conducir su interrogación más allá del lugar donde su identificación fálica conoce un punto de detención, es decir, hacia la instancia paterna de la que la madre señala ahora dependiente. Esta licitación abierta al beneficio de una investidura simbólica del padre puede no obstante dar lugar a un avatar de la apuesta fálica por el que ésta se enquista en lo que Lacan designa como “punto de anclaje de las perversiones”. De hecho, por poco que esta promoción psíquica en la investidura de la figura del padre encuentre algún sustrato favorable para alimentar el equívoco a través de los significantes maternos y paternos, no hará falta más que semejante punto de anclaje para que perpetúe, según el modo de una fijación particular, la identificación fálica primordial del niño. Así “capturado” en la dialéctica del ser y el tener, el niño se encierra en la representación de una falta no simbolizable que traduce la retracción permanente que mantendrá en lo sucesivo respecto de la castración de la madre. Como el padre no puede ser

desapoderado de su investidura de rival fálico, ajeno a la intercesión del significante de la falta en el Otro, el paso del registro del ser al del tener no se efectuará en estas circunstancias sino en un espacio psíquico marginal. De este modo, la atribución fálica del padre, que le confiere la autoridad de Padre Simbólico (representante de la Ley), jamás será reconocida para otra cosa que para impugnarla mejor e incansablemente. De ahí el ejercicio indomable de dos estereotipos estructurales regularmente presentes en las perversiones: el desafío y la transgresión. FUNCION PATERNA Y ESTRUCTURA HISTÉRICA Un avatar de la función paterna se presiente ineluctablemente tras las lamentaciones pasivas que el obsesivo despliega una y otra vez respecto de la invasión del amor de la madre. Gimiendo sobre su estatuto de objeto privilegiado del dese materno, el obsesivo da cuenta de la investidura fálica preponderante que se opera sobre él. El obsesivo se caracteriza por ser un nostálgico del ser, que conmemora incansablemente los vestigios del particular modo de relación que su madre ha mantenido con él. Se encierra así de buen grado en una creencia psíquica que lo consigna en un lugar de objeto ante el cual la madre sería susceptible de hallar aquello que se supone espera del padre. Identificamos aquí, puesta en tela de juicio, la articulación decisiva del paso del ser al tener donde la madre debe significarse dependiente del padre como aquel que le “hace a la ley” desde el punto de vista de su deseo. Modo de consecuencia, todo ambigüedad del discurso materno puede favorecer la instalación imaginaria del niño en un dispositivo de suplencia a la satisfacción del deseo de la madre.

El niño solo es llamado imaginariamente a suplir la satisfacción del deseo materno en la medida en que esta satisfacción le es significada como desfalleciente por la madre, quien sin saberlo liquida de este modo su adhesión equívoca a la función paterna. Aunque el niño perciba la dependencia deseante de la madre respecto al padre, de todos modos retiene el mensaje de una insatisfacción materna, en cuanto a lo que se supone que ella espera de él. Se trata de una vacancia parcial de la satisfacción del deseo materno, que reclaman el niño la necesidad de suplirlo. La satisfacción desfalleciente de este deseo materno constituye una licitación regresiva al sostenimiento de la identificación fálica del niño. De ahí la “nostalgia” de un retorno al ser, vivamente codiciado pero jamás plenamente cumplido. Mediante esta inscripción singular respecto a la función paterna negocia el niño su transacción psíquica entre el ser y el tener. Resulta de ella una problemática específica del obsesivo frente a su acceso al universo del deseo y de la Ley, cuyos vestigios más notables no cesan de ejercerse según el modo de goce pasivo y en la rebeldía competitiva respecto a cualquier figura de autoridad que reactive la imago paterna. El futuro obsesivo es cautivo de la satisfacción en su relación de suplencia frente a la envestidura deciente materna, el deseo en vez de chocar con la falta y deslizarse hacia la espera de la demanda queda cortocircuitado por la madre insatisfecha quien encuentra aquí un objeto de suplencia.

Tal asunción prematura permite comprender el carácter particular del deseo obsesivo, siempre portador de la estampilla exigente e imperativa de la necesidad . Resulta de esto una deficiencia por lado de la demanda que lo inscribe en esa pasividad masoquista que le impone tener que hacer adivinar y articular por el otro lo que el mismo no logra demandar. De manera más general, esta deficiencia estructural se traduce en la servidumbre voluntaria del obsesivo que lo obliga a tener que asumir todas las consecuencias de su actitud pasiva. La culpabilidad pasa a ser entonces la expresión más directa del ser objeto privilegiado del goce del otro, privilegio casi incestuoso del niño respecto de la castración. Fijado eróticamente a la madre, el obsesivo permanece continuamente presa del temor a la castración, que el negociara sintomáticamente en el terreno de la pérdida. Así como el obsesivo presenta una inclinación favorable a constituirse como todo para el otro, del mismo modo debe despóticamente controlar y dominar todo para que el otro no se le escape de ninguna forma. Una ambivalencia similar alimentada respecto del estatuto fálico y de la pérdida inherente a la castración induce en el obsesivo una problemática específica con relación al padre y, más allá, ante cualquier figura que remita metonímicamente a la autoridad paterna. El obsesivo no cesa de desplegar una actividad continua dirigida a sustituir al padre – y a sus representantes- y a ocupar su lugar junto a la madre. Los anhelos de muerte inconscientes más arcaicos resurgen de modo constante contra cualquier figura paterna cuyo lugar conviene tomar. Este afán de “tener el lugar” del otro abre el camino a todas las luchas de prestigio, a todos los combates grandiosos y dolorosos en los cuales, paradójicamente, el obsesivo no pierde ocasión de confrontarse con la castración. Todas las estrategias de rivalidad y competencia destinadas a desafiarlo no advienen nunca sino para asegurarse mejor de que el lugar es inalcanzable. De hecho, precisamente porque el padre está en su lugar, su puesta a prueba reiterada responde al objetivo de reasegurarse de la existencia salvadora de la castración, atemperando así la erotización incestuosa con la madre y en la que el obsesivo se encierra inconscientemente. Esta lucha con la Ley del Padre se desplaza hacia múltiples objetos de investidura, contribuyendo a definir el perfil especifico de la personalidad obsesiva que Freud bautizó con la denominación de “carácter anal”.

FUNCION PATERNA Y ESTRUCTURA HISTÉRICA Es alrededor del modo de asunción psíquica del paso del ser al tener como se localizarán los puntos de cristalización determinantes de la organización histérica respecto de toda la función paterna. La lógica del deseo histérico se inicia en la investidura psíquica de la atribución fálica del padre, va a interrogar e impugnar sin tregua la atribución fálica, en una indeterminación que se juega entre dos opciones: Por un lado, el padre tiene el falo de derecho, lo que explica que la

madre pueda desearlo junto a él; Por el otro, el padre no tiene el falo más que en la medida en que ha privado de él a la madre. El histérico va a sostener en la segunda vertiente la puesta a prueba de la atribución fálica. Aceptar que el padre aparezca como el único depositario legal del falo es orientar el propio deseo a su respecto según el modo de no tenerlo. En cambio, impugnar el falo paterno en cuanto a que jamás lo tiene si no por haber desposeído de él a la madre, es promover una reivindicación permanente acerca del hecho de que la madre podría tenerlo también de derecho. En este sentido, toda ambivalencia sostenida por la madre y el padre en cuanto a la inscripción exacta de la atribución fálica, puede concurrir favorablemente en este momento a la organización a una estructura histérica. Los más notables rasgos estructurales de la histeria echan raíces en este terreno de la reivindicación del tener. El rasgo inaugural que satura toda la economía psíquica de esta estructura es la alienación subjetiva en el deseo del otro. El proceso identificatorio histérico puede llamarse identificación militante o incluso identificación de solidaridad, proceso que atestigua la ceguera sintomática que consiste en ocultar que uno no puede desear el falo si no con la única condición de haber aceptado previamente no tenerlo. En todos los casos los procesos identificatorios dan fe de la alineación subjetiva del histérico en su relación con el deseo del otro. El fervor del histéricos en practicar la mascarada de lo puesto a la vista, el resaltamiento del otro identificado con un objeto al que hacer relucir y hasta las cruzadas masoquistas que santifican la abnegación sacrificial constituida al deseo del Otro, perpetúan su punto de anclaje estructuralmente sintomático en relación con la función paterna. -----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Estas diversas presentaciones decisivas en la organización psíquica de los sujetos permanecen dependientes de la suerte dada a la atribución fálica del Padre simbólico, eso nunca implicó que este tenga realmente el falo y que en consecuencia un padre debe esforzarse por demostrar al hijo que en verdad lo posee. Por el contrario, toda maniobra paterna ejercida en este sentido será motivo de alarma, ya que conducirá al hijo a no acertar en el punto de referencia esencial alrededor del cual interviene el falo para él. De hecho, este punto de referencia le permite ante todo centrar de otra manera el lugar exacto del deseo de la madre. Hace falta, que el propio niño le suponga este falo al padre, a partir de lo que él presiente del deseo del Otro (la madre). Toda demostración del padre de suministrar al niño la prueba de que tiene el falo está condenada al fracaso porque semejante prueba será siempre imaginaria y porque ella invalidará las virtudes estructurantes de la localización del deseo de la madre para el niño, contribuye inevitablemente a mantener al niño en la idea de que no hay falta. Sin saberlo, el padre asigna entonces al niño a un lugar en el que, ulteriormente, él no podrá sino ser sometido a lo imaginario de la omnipotencia fálica....


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