MODERNISTAS, PARNASIANOS Y SIMBOLISTAS PDF

Title MODERNISTAS, PARNASIANOS Y SIMBOLISTAS
Course La Literatura en las Artes VIsuales y Escénicas
Institution Universidad Complutense de Madrid
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TEMA 13. MODERNISTAS, PARNASIANOS Y SIMBOLISTAS. De la literatura a la pintura y viceversa. La recuperación del universo estético medieval es también producto del espíritu romántico que, en novelas y cuentos, en poesía y teatro, gusta de evocar una Edad Media idealizada aunque tampoco olvida los aspectos más tenebristas de ese periodo, marcado por el románico y el gótico: entre ruinas medievales se podían rememorar diversas leyendas cristianas o moras de trágico final; también en antiguos edificios habitaban ánimas y fantasmas, y, en ocasiones, se dejaba sentir la huella del Diablo, o la de Dios; finalmente gracias a los vestigios de la Edad Media, el artista romántico podía sentir el triunfo del tiempo y la naturaleza sobre el hombre y su deseo de dominar el mundo a través de la razón. En España, como en Europa, la historia medieval servía además para determinar algunas de las particularidades nacionales. Lo cierto es que la pintura europea de la primera mitad del siglo XIX no abunda tanto en motivos medievales como la que se produce en la segunda mitad del mismo, esta afirmación es cierta tanto para los pintores más academistas como para la pintura maldita, claramente representada por el Prerrafaelismo inglés. La pintura que podemos denominar “oficial” es por regla general de tema histórico; su conexión con la Edad Media hemos de buscarla casi siempre en los manuales de Historia de España. La pintura de los prerrafaelistas tiene dos basamentos fundamentales de su búsqueda de lo medieval: en primer lugar, los modelos italianos anteriores a Rafael, que les dan nombre; y en segundo lugar, la Literatura. Buena parte de los cuadros con supuestas raíces medievales pintados por los prerrafaelistas tienen origen en alguna de las tragedias de Shakespeare, como ocurre con Millais en Ofelia. Sin embargo, el pintor postromántico inglés que presenta mayores huellas literarias es sin duda Dante Gabriel Rossetti, pintor y poeta que tomó el primero de sus nombres del gran vate italiano al que tanto admiraba. El impacto de la figura de Dante y sobre todo, de su Divina Comedia, fue enorme en el Romanticismo tardío; la cara positiva de la «vulgarización» de la obra del poeta florentino podemos verla en la edición de la Commedia preparada por Gustave Doré; el lado negativo de esta influencia radica en la gran cantidad de tópicos sobre la Divina Comedia incubados en ese periodo, que llevaron a una visión errónea de la obra que la crítica aún no ha logrado erradicar. Las relaciones entre poetas y pintores son también comunes en el periodo modernista, en que no faltaron poetas-pintores como Santiago Rusiñol, a quien Pérez de Ayala dedicó su poema “Jardines”. La pintura es una de las grandes pasiones de otros autores, como Rubén Darío quien, en Azul, se queja de no haber visto aún el Louvre y que, en otros momentos, nos recuerda su admiración por el idílico Watteau; o Manuel Machado, autor de numerosos poemas inspirados en el Museo del Prado. Además de su presencia en Rossetti, el mundo artúrico aparece a menudo en la obra de otros miembros de esta escuela como lo ponen de manifiesto Frederick Sandis o Burne-Jones. Tampoco faltarían Arturo y otros caballeros medievales en el Modernismo, como nos lo recuerdan los nombres de algunos personajes de Voces de gesta de Valle-Inclán. Morris es tal vez el artista que alcanzó mayor fama en Europa entre los de su grupo por haberse constituido en un auténtico apóstol del decorativismo; así queda de manifiesto en sus cuidadas ediciones de textos medievales, embellecidas con finos grabados, bellas letras capitales, ricos frisos y orlas florentinas y una tipografía que se sirve de diferentes letras góticas y humanísticas. Los muebles y objetos de adorno diseñados por Morris y otros artistas tenían su

LITERATURA EN LAS ARTES VISUALES Y ESCÉNICAS

ANA M.ª AGUILAR GÓMEZ

correspondencia en la nueva arquitectura que, también a menudo, se inclinaba hacia distintas formas de revival: el neogótico, el neomudéjar español o el modernismo imaginativo de Gaudí, en el que no faltan numerosos detalles de raíz medieval. La escultura fue sin duda, la modalidad artística que menor espacio dejó a la Edad Media desde el periodo romántico hasta el Modernismo: entre los escasos acercamientos al Medievo hay que considerar algunas de las obras de Jerónimo Suñol. En este marco, lo extraño habría sido que el Modernismo que, en determinados aspectos, se muestra como un resumen de buena parte de las tendencias estéticas del siglo XIX hubiese olvidado uno de los aspectos comunes a todas esas corrientes: el gusto por lo medieval. No hay ningún vacío poético en lo que se refiere a la presencia del Medievo en las letras del siglo pasado, pues ni siquiera la irrupción del Realismo o el Naturalismo supuso su eliminación: la estética medieval, ajena a la prosa realista, encontraba un buen caldo de cultivo en la poesía y en las distintas artes plásticas, donde el Romanticismo tendería sus tentáculos hasta comienzos del siglo XX. La huella de la Edad Media es evidente ya en los primeros atisbos del Modernismo, como en el poeta parnasiano Manuel Reina, que dedica un poema a Jorge Manrique. La copla de pie quebrado aparece en otras composiciones de Reina, cuya propensión hacia lo medieval puso de manifiesto el gran Rubén Darío en un poema panegírico de 1884 dedicado al poeta andaluz. La torpeza con que Rubén Darío actúa en su intento de reconstruir la lengua del Medievo lleva las más de las veces a fórmulas cercanas a la fabla burlesca. Así, Rubén Darío plantea como un mero y divertido juego la composición de su Epístola a Ricardo Jaimes Freyre, obra en fabla dedicada a un “amigo bonaerense”. Los juegos morfológicos y la “poética” anáfora tienen unos magníficos compañeros de viaje en el conjunto del texto, que se sirve de series o tiradas de rima asonante. Sin embargo, el uso de la serie épica puede alcanzar también elevado tono poético, como se puede comprobar en dos poemas de Manuel Machado, Castilla y Alvar Fáñez, en que la tipografía gótica de su primera edición acompaña al característico verso alejandrino compartido por la Edad Media y el Modernismo. La laisse épica es un caso extremo de presencia de metros medievales en la poesía de Rubén Darío, que tampoco prescinde de otras formas tan lejanas en el tiempo como las series de pareados, endecasílabos en El canto errante, y alejandrinos en otro poema jocoso, La Tora. Las series de pareados las usa igualmente Francisco Villaespesa en Medieval o, con distinto propósito, Valle-Inclán en La tienda del herbolario, de La pipa de Kif, o en Voces de gesta. El romance, olvidado por gran parte de los modernistas y recuperado inmediatamente por varios de los miembros de la Generación del 27, atrajo a Unamuno, que lo usó en el tardío modernismo de Teresa, a Pérez de Ayala en El sendero andante y a Manuel Machado en El rescate. Frente a Rubén Darío, Machado es sólo algo más certero al usar la morfología medieval o al echar mano de términos arcaicos desaparecidos en época posterior. Sin embargo, su labor no resiste una mínima revisión filológica, entre otras cosas porque Manuel Machado se sirve de voces que no son berceanas y que sólo harían acto de presencia en la lengua española en los siglos posteriores. El desconocimiento del español medieval por parte de ambos poetas impide, al mismo tiempo, que saboreemos su pretendido ingenio, el único aspecto que habría resultado aceptable para el lector de hoy en caso de acierto. Sin embargo, este requisito no se exige en las composiciones en fabla de tono lúdico o en aquellas cuya intención es únicamente cómica. 1

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Frente a las composiciones de juventud de Manuel Machado y Rubén Darío destaca, por su habilidad, el medievalismo perfectamente sopesado de Valle-Inclán en Voces de gesta; aquí el gran creador gallego se sirve del romancero tradicional junto a alguna antigua fórmula épica, sin que falten claras reminiscencias de la lírica popular. Más intensa es la presencia de lo medieval en la segunda jornada, en que Valle- Inclán se sirve de series de pareados, como buena parte de la temprana poesía narrativa romántica; por otro lado, el romancero y la lírica popular dejan profundas huellas en algunos pasajes. Esta y no otra será la ruta seguida por algunos de los componentes de la Generación del 27 especialmente interesados por las formas de la poesía tradicional. Estos autores se remontan a menudo a la Edad Media, en la que creen encontrar desarrollados los rasgos determinantes de la Volskgeist castellana, al igual que sucede en la poesía de Antonio Machado. Antonio, como Manuel, sintió una fuerte atracción por el Medievo que justifica la presencia en sus poemas del Cid, de Berceo o de Jorge Manrique; la novedad de la obra de Antonio Machado radica en que sus referencias al pasado medieval casi siempre van más allá del puro deleite estético. La escasa formación filológica del poeta nicaragüense queda manifiesta en sus primeras composiciones. Sin embargo, en 1901, Rubén Darío escribe sus Dezires, layes y canciones, en que utiliza el término lay, ajeno por completo a la lírica del cancionero fuera de un único testimonio. Darío indica que el poema está escrito a la manera de “Johán de Torres”, con lo que queda claro el origen del término, que no ha tomado de la literatura francesa medieval, en la que resulta común, sino de la española. Las relaciones más o menos intensas entre Rubén Darío y algunos estudiosos de gran renombre constituyen un claro indicio del influjo que la filología llegó a tener sobre las obras de creación. El peso ejercido por los estudios filológicos es más evidente en el ensayo en el que, en ocasiones, se hermana la crítica y la creación literaria. El más claro ejemplo de este fenómeno lo constituye Ramiro de Maeztu en Don Quijote, Don Juan y La Celestina, con el que, a pesar de algún error de interpretación, las conclusiones de Maeztu han dejado una profunda huella en la crítica posterior. La estética medieval no nació con el Modernismo; tampoco murió con él. El artista, en distintos momentos históricos, ha sentido una inevitable atracción por el pasado que le ha llevado a volver la vista atrás. En esa eterna tendencia al revival, la Edad Media ha sido el periodo más privilegiado, desde comienzos del siglo XIX hasta nuestros días. Para comprobar la pervivencia del Medievo en la literatura contemporánea basta con el ejemplo de la poesía neotrovadoresca de Galicia y la novela histórica con el modelo de Umberto Eco, que ha despertado el interés del lector medio y ha alentado la publicación de numerosos textos medievales. Así hemos asistido a un verdadero resurgimiento de la novela de caballerías que ha llevado a la traducción del extenso corpus de romans artúricos, desde Chrétien de Troyes a la Vulgata. En definitiva, a esta moda se debe también el auge de los estudios de literatura medieval en nuestras facultades y la abundante oferta de cursos y seminarios que tienen como objeto el estudio de la Edad Media en la Península o en el conjunto de la Romania.

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