Resumen Las primeras universitarias en España, 1872-1910 PDF

Title Resumen Las primeras universitarias en España, 1872-1910
Course Desarrollo Educativo y Profesional de las Mujeres
Institution Universidad de Sevilla
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Las primeras universitarias en España

LA CUESTIÓN FEMENINA EN ESPAÑA En la segunda mitad del siglo XIX existía un clima social en el que se negaba a las mujeres cualquier oportunidad que les permitiese el desarrollo de las capacidades necesarias para moverse fuera de “su mundo”: el mundo familiar y doméstico. Las mujeres de esa época solo tenían capacidad de poder y acción a través de los hombres de su familia (hermanos, padre, marido, hijos). Se les asignaron roles naturalizados que las privaba de que fueran dueñas de sus propias vidas y destino, eran roles postulados como excluyentes, a los que se había dado un estatuto que implicaba relaciones sociales de desigualdad. Aunque durante el segundo tercio del siglo XIX la sociedad experimentó una serie de cambios pues desde comienzos de ese siglo se habían iniciado una serie de acciones con el objetivo principal de favorecer un mejor nivel de instrucción de la mujer, y en pocas décadas se pusieron en marcha numerosas iniciativas; tantas, que llegó a denominarse como el “siglo feminista”. El 21 de febrero de 1869 Fernando de Castro inauguró las Conferencias Dominicales sobre La Educación de la Mujer en la que afirmó que el tema elegido formaba parte de “una de las cuestiones capitales que el progreso de la civilización ha traído al debate de las sociedades modernas”.

Pero en la etapa política del Sexenio Revolucionario, las ideas que tenían que ver con la educación femenina no cambiaron, puesto que no se podía prescindir del trabajo doméstico que ellas realizaban gratuitamente, por lo que convenía que la educación de estas no se desviase de “sus tareas”. Sin embargo, la preocupación por este tema fue creciendo en España a partir de la Revolución de 1868 en diferentes grupos de mujeres, y también en algunos hombres, pues denunciaron y exigieron formalmente cambios en el statu quo de la condición femenina de la época. Uno de los cambios por los que más se luchó fue por la incorporación de las mujeres a los estudios secundarios y universitarios, y porque a las que deseaban adquirir esos conocimientos no se las calificara de “varoniles” como afirmó Antonio Pérez de la Mata en el Congreso Pedagógico de 1892. Se seguía reclamando en ellas todo lo necesario para el mejor desempeño de los roles domésticos o alguna preparación para los diferentes y escasos empleos a los que se empezaba a permitir su acceso (maestras, matronas, etc.) Durante las últimas décadas del siglo XIX las mujeres fueron la parte más numerosa de la sociedad apenas beneficiada de los progresos producidos, ya que el referente sociocultural femenino estaba delimitado por una serie de impedimentos que mantenían la discriminación legal, la desigualdad política y educacional y la segregación en el acceso al trabajo; lo cual no quita que las dinámicas de cambio fuesen más fuertes que la mentalidad de los que se resistían a incorporar un nuevo orden en el que las mujeres, al igual que los hombres, pudiesen participar. Faustina Sáez de Melgar, mujer que había fundado el primer Liceo Femenino pedía una mayor instrucción para las mujeres desde la Revista de la que entonces era directora. Poco a poco se fue reconociendo que las mujeres tenían derecho a ser instruidas y que no carecían de aptitudes para ello, pero el subrayado seguía poniéndose en discusiones sobre el carácter y las finalidades que debía tener esa educación, pues no debía desviarse de las funciones tenían asignadas: ser buenas esposas, madres y permanecer en el hogar. Se estaba de acuerdo en elevar su nivel cultural, pero con la finalidad de que educasen mejor a sus hijos varones, los cuales tendrían que asumir en un futuro responsabilidades de la vida pública; se afirmaba que una mujer bien instruida serviría mejor al hombre ya fuese su padre, marido o hijo. Se crearon instituciones públicas como las Escuelas Normales de Maestras a partir de 1847 y algunas de carácter privado como la Escuela de Institutrices en 1869, la Asociación para la Enseñanza de la mujer en 1971 o la Escuela de Correos y Telégrafos en 1883.

EL DEBATE SOBRE LA EDUCACIÓN SUPERIOR DE LAS MUJERES En la segunda mitad del XIX se desarrollaron una serie de debates donde se defendía la educación para la mujer si bien con argumentos endebles o con una pobre convicción sobre lo que había de hacerse.

Severo Catalina aconsejaba a las mujeres tener paciencia y discreción mientras no cambiaran las miradas de una sociedad que les imponía una forma de vida a la que conformarse sin pedirles opinión alguna. Fernando de Castro, profesor universitario y Rector de la Universidad Central, decía a las mujeres en la inauguración de las Conferencias Dominicales que la finalidad de estar adquiriendo la ciencia era para aplicarla en la familia. Del mismo modo, el abogado Francisco Pi y Margall compartía la opinión de Fernando de Castro de que la mujer no saliera del hogar, pero sí estaba de acuerdo con una buena instrucción pues reconocía la capacidad intelectual femenina. Otro profesor, esta vez de Pedagogía en la Escuela de Institutrices de Madrid, Pedro de Alcántara García, escribió en 1885 que las mujeres no necesitaban una educación que las hiciera sabias, doctoras y literatas, porque según él, a ellas no les interesaba el estudio que las exigía pensar. Sin embargo, existían también posturas sobre que las mujeres tuvieran estudios medios y superiores para ampliar sus horizontes personales y para un estilo de vida donde fuera significativa su presencia en el ámbito público. El abrir centros superiores para mujeres se estaba desarrollando en países anglosajones pero en España nunca llegó a hacerse realidad, por lo que se tomaron medidas para que pudieran asistir a clase, protegiéndolas de las miradas de sus compañeros. En 1882 se celebró un Congreso Nacional Pedagógico donde se trataron los temas de la igualdad en ambos sexos para acceder a los tres niveles de enseñanza. Y en 1892 el Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano en el que la escritora Emilia Pardo Bazán defendió el derecho de las mujeres a recibir la misma educación que los hombres, aceptándolas como personas modernas; pero eran las estructuras sociales, económicas e ideológicas de España y más países, las que se resistían al cambio. No obstante, en esta segunda mitad del siglo XIX había afirmaciones diciendo que la inteligencia no tenía sexo y que las diferencias entre los cuerpos no podíanproducir ninguna desigualdad. En la revista Instrucción para la Mujer se decía que el descompensado nivel cultural que existía entre ambos sexos se debía a la poca instrucción que recibían las niñas, por lo que si desde sus primeros años se atendiera a su educación al igual que a los niños, éstas brillarían. También existían opiniones que tenían a la masculinidad como superior a la feminidad, y que no debía existir una igualdad perfecta entre el hombre y la mujer, ya que la inteligencia y el ejercicio e la misma se reducirían. Encontramos en esta época complicidad femenina, transmitiendo unas a otras la seguridad de que no iban a estar solas si elegían campos no habituales, ya que muchas mujeres estaban colaborando y

ayudando con sus opiniones e iniciativas. Muchas mujeres se pronunciaron a favor en sus discursos, por lo que no era fácil silenciarlas; poco a poco se iban multiplicando esas voces. Treinta años después, en 1908, se reconocía que el derecho de las mujeres a la instrucción se había conseguido gracias al tesón, la lucha e iniciativa de ellas mismas contra tantos obstáculos que se les había impuesto.

DEL PATIO ESCOLAR AL CLAUSTRO UNIVERSITARIO En los últimos años del Sexenio Revolucionario y primeros de la Restauración, se comenzó a ver la presencia de mujeres en las aulas universitarias; como por ejemplo María Elena Maseras, primera mujer que se matriculó en la Universidad, en la Facultad de Medicina de Barcelona en 1872. Las mujeres tuvieron que pasar por muchas humillaciones y lucharon mucho para poder acceder a estudios universitarios (aunque no en igualdad de condiciones) y no sólo a los estudios de nivel primario, que era a lo que estaban predestinadas. En las tres últimas décadas del siglo XIX ya existía un buen grupo de mujeres, tanto de España como de otros países, que se propusieron adquirir una educación superior para desempeñar alguna profesión retribuida fuera del ámbito doméstico. Los principales responsables de que a la mujer no se le concediera el derecho a ser instruida y a poner en marcha reformas educativas, eran los hombres; quizás por miedo, envida, desconfianza... de que las mujeres pudieran desarrollar sus capacidades intelectuales y pudieran ser una competencia para ellos. Se puede comprobar el complicado camino que tuvieron que recorrer las primeras jóvenes que, a partir de 1870, pretendieron cursar la segunda enseñanza y, a continuación, la enseñanza universitaria. La rebelión militar que derrocó a Isabel II en 1868 desencadenó una época en la que había más libertades y hubo reformas en las enseñanzas secundaria y universitaria, pero no aparecía que las mujeres tenían derecho a realizar dichos estudios. Tampoco incluía limitación explícita para las chicas, ya que estaba muy lejos la posibilidad de que una mujer deseara acceder a ciertos niveles de enseñanza. Esta revolución hizo posible una libertad de expresión, y el movimiento feminista empezó a tener más iniciativa en el último tercio del siglo XIX, aunque no hubo sindicalismo feminista hasta la segunda década del siglo XX. Cuando una mujer intentaba matricularse en la universidad, tenía que acudir al Ministerio de Fomento para que decidiese si ésta podía hacerlo o no. Esto se convirtió en un requisito que todas las mujeres tenían que cumplir para poder acceder a los estudios universitarios, que estuvo vigente de 1888 a 1910.

La primera Orden de la Dirección General de Instrucción Pública fue el 25 de mayo de 1871 y se le concedía el permiso de realizar exámenes de bachillerato en el Instituto de Huelva a Antonia Arrobas, y después de ésta hubo nuevas órdenes en las cuáles se les permitía a las mujeres acceder a estos exámenes. Cuando varias mujeres consiguieron sus títulos de bachillerato decidieron matricularse en la universidad, cosa con la que no contaba el legislador, pero en marzo de 1882 se publicó una Real Orden que permitió a algunas mujeres obterner el Titulo de licenciatura una vez finalizados los estudios. La discusión en el Consejo de Instrucción Publica era sobre los siguientes puntos: qué tipo de estudios debían realizar las mujeres, si el título que estas mujeres obtuvieran podría servir para incorporarse al mundo laboral y, por último, si sólo se permitía que estudiarán las mujeres que lo solicitases o si se dejaba abierta esta posibilidad a todas las que lo quisieran. Dos meses mas tarde, en marzo de 1882, se publicó una Real Orden que no sólo recogía lo señalado por el Consejo de Instrucción Publica sino que prohibió que nuevas alumnas pudieran iniciar estudios secundarios y superiores. Ante esto, las mujeres tuvieron que volver a pedir solicitudes para cursar esta segunda enseñanza, por lo que en 1883 se volvió a autorizar la matrícula de segunda enseñanza a las mujeres, pero se siguió prohibiendo los estudios universitarios. La voluntad política de aquellos años se empeñaba en establecer un plan de estudios específico para las mujeres; ellas no podían optar por los mismos estudios, o con las mismas oportunidades, que los hombres. Fue otra Real Orden de junio de 1888 la que reconoció el derecho de las mujeres a estudiar en las universidades, pero con un permiso especial si querían asistir a las clases y los profesores se comprometían a “garantizar el orden” en las aulas a las que asistieran. Hubo que esperar hasta 1910, para que cambiara la legislación y se alentara una mentalidad social más receptiva, para ampliar las oportunidades de las mujeres en todos los niveles de enseñanza.

ALUMNAS EN LAS UNIVERSIDADES ESPAÑOLAS A partir de 1873 la Universidad de Barcelona primero, y las de Valencia, Valladolid y la Central en Madrid después, empezaron a conocer la presencia de alumnas entre sus estudiantes. De este primer grupo de mujeres universitarias, una mayoría, llego a obtener el título de licenciatura. Esos logros fueron posibles, gracias a un clima que luchaba por incorporar aires de renovación. Fue el curso 1872-73, cuando la Universidad de Barcelona recibió la primera alumna, María Elena Maseras Ribera que se matriculó en cuatro asignaturas de la carrera de Medicina. Dos años después se matriculaba en la misma Universidad Dolores Aleu Riera, también en varias asignaturas de

medicina. A pesar de estar matriculadas en régimen de enseñanza oficial, no asistían a las clases para no coincidir con los alumnos. En 1877 tres nuevas alumnas se matriculaban en la Universidad Catalana: Martina Castells Ballespí e Isabel de Andrés Hernández, en la Facultad de Medicina, y María Ana Ramona Vives en la de Derecho. En junio de 1878 María Elena Maseras finalizó la carrera, y en el mes de septiembre una nueva alumna, Elia Pérez Alonso, se matriculaba en la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid. El que una mujer hubiera cursado todas las asignaturas de la carrera de Medicina y varias otras lo estuvieran haciendo, causó tanta sorpresa en Madrid que terminó provocando que no se les quisiese emitir el título. Sólo a fuerza de trámites y de mucha constancia conseguirían obtenerlo varios años después. Pero María Elena Maseras, todavía en 1881 y 1882 tuvo que seguir repitiendo unos injustos trámites para la obtención de dicho título, y además se le impidió la realización del Doctorado. Por otro lado, la Junta Consultiva de Instrucción Pública tuvo que elaborar una propuesta en octubre 1887 para responder a las instancias que Rafaela Rodríguez Placer y Matilde Padrós habían presentado al Director General de Instrucción Pública, solicitando autorización para matricularse en la Universidad, pues estaba vigente la Real orden de 1882 que lo prohibía. De nuevo consultas al Consejo de Instrucción Pública que manifestó su preocupación por las “dificultades que tal concesión pueda ofrecer, si no se limita de algún modo las consecuencias que lleva consigo un título superior en todas las facultades”, y la propuesta de que sólo “se conceda la matrícula para la enseñanza de las Artes, Facultad de Filosofía y Letras y Matronas”. En 1882, quienes formaban parte de este Consejo no consideraban capacitadas a las mujeres para los estudios de Filosofía y Letras, y sí para los de Medicina; cuando varias médicas ejercían ya esa profesión con reconocido éxito. Se terminó resolviendo positivamente el asunto sin excluir ninguna carrera, pero “con el voto en contra de los Señores Palou y Calvo” a los que se uniría en la sesión siguiente el Marqués de Pidal. Pero según la Real Orden de abril de 1888 sólo podrían estudiar en régimen de enseñanza privada; por lo que Matilde Padrós, que había asistido regularmente a las clases, decidió seguir insistiendo, hasta que lo consiguió. La Real Orden de junio de 1888 ratificó, el derecho de las mujeres a estudiar en la Universidad, una normativa temerosa de que muchas mujeres se acogieran a ella, por lo que establecía que: “cuando alguna solicite matrícula oficial, se consulte a la Superioridad para que resuelva según el caso y las circunstancias de la interesada”.

HACIA EL MÁXIMO GRADO ACADÉMICO Varias de estas universitarias, decididas a alcanzar el mayor nivel de formación académica, se desplazaron a Madrid para cursar las asignaturas del Doctorado y realizar la Tesis. De las treinta y seis

mujeres que concluyeron la licenciatura antes de 1910, dieciséis se matricularon en el Doctorado, aunque sólo ocho defendieron la Tesis. En 1882 fueron María Dolores Aleu Riera y Martina Castells; María Elena Maseras no defendió la Tesis cansada de esperar unos trámites que no se agilizaban. Debido a la experiencia vivida, a los largos trámites y a las largas esperas a las que tuvieron que soportar para llegar a esta etapa de su vida, no es de extrañar que al defender sus Tesis optaran por temas relacionados con estos hechos. Por un lado “De la necesidad de encaminar por nueva senda la educación higiénico-moral de la mujer”, y por otro, “Educación física, moral e intelectual que debe darse a la mujer para que ésta contribuya en grado máximo a la perfección y la de la humanidad”. Ambos discursos partían de una postura de compromiso con un cambio social, la educación de la mujer. Aunque sus mensajes fueran poco innovadores, estas acciones junto a otras estuvieron centradas en la reducción de las desventajas educativas, pero con el objetivo de mejorar las tareas domésticas. El periódico El Liberal informó de los Actos de Investidura de Dolores Aleu, el jueves 12 de octubre de 1882, y de Martina Castells, el sábado 28 de octubre del mismo año. En tan sólo unas semanas pasó a denominarse a la segunda como doctora, mientras a la primera se la mencionó como doctor. Hasta 1892 no se volvió a leer una tesis, momento en el que Ángela Carrafa de Nava se convirtió en la primera Doctora en Filosofía y Letras, con su discurso “Fernando Núñez de Guzmán (El Pinciano). Su vida y sus obras”. Unos meses más tarde fue Matilde Padrós Rubio, con su tesis sobre “El Testamento de Jacob”. Antes de finalizar el siglo fue el turno de la oftalmóloga Trinidad Arroyo Villaverde, como Doctora en Medicina, con su tesis sobre “Los músculos internos del ojo en su estado normal y patológico”. Y una vez entrados en el nuevo siglo, María Milagro Andreu en 1904 con “Sintomatología y Diagnóstico de los Quistes Ováricos”; y Manuela Solís en 1905 “El cordón umbilical”; ambas se convirtieron en Doctoras en Medicina. Y María Amalia Goyri en Filosofía y Letras en 1910 con “La difunta pleiteada. Estudio de Literatura comparativa”. Hay que reconocer que eran mujeres que aprendieron lentamente, pero que su vida estaba a punto de cambiar, pues los pasos dados no tenían vuelta atrás. Una paradoja fue el hecho de romper con el silencio femenino en un lugar “naturalmente” masculino, ayudando a resquebrajar la supuesta teoría de la debilidad y necesaria dependencia femenina. La mayor parte de ellas ejercieron una profesión, sobre todo las médicas y farmacéuticas; fue más difícil para las licenciadas en Filosofía y Letras, al no ser fácil para ellas el ejercicio libre de la profesión. Hasta 1910 no pudieron aspirar a las plazas que convocaba el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, y hasta 1918 para las del resto de Ministerios....


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