Svampa El dilema argentino: civilizacion o barbarie PDF

Title Svampa El dilema argentino: civilizacion o barbarie
Author Silvina Nerenberg
Course Teoría Social Latinoamericana
Institution Universidad de Buenos Aires
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Capitulo 1 y capitulo 22 del libro de Maristella Svampa El dilema argentino: civilizacion o barbarie....


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CAPÍTULO 1: LAS FUNCIONES DE CIVILIZACIÓN Y BARBARIE EN EUROPA 1. EL BINOMIO "CIVILIZACIÓN-PROGRESO De manera general, puede afirmarse que la imagen "Civilización o Barbarie" constituye una metáfora más o menos recurrente del lenguaje político. Esta función primera nos remite empero al lugar que el binomio "Civilización-Progreso" ocupa en la historia de las ideas en la época moderna, y su vinculación al mito de la barbaric, a partir de fines del siglo XVIII. La palabra "civilización", empleada por primera vez en 1757 por el marqués de Mirabeau, tuvo un lugar eminente entre las ideas-imágenes que han atravesado la época moderna. Prontamente, el vocablo designará algo más que un proceso creciente de refinamiento de las costumbres, para integrar dos acepciones. Por un lado, el concepto indicará el movimiento o proceso por el cual la humanidad había salido de la barbarie original, dirigiéndose por la vía del perfeccionamiento colectivo e ininterrumpido. Por otro lado, la noción apuntará a definir un "estado" de civilización, un "hecho actual", que era dable observar en ciertas sociedades europeas. Sentido diacrónico el primero, visión sincrónica la segunda; confundidas, entremezcladas, pero disímiles en sus consecuencias, ambas confirmaban el nacimiento de una nueva concepción de la historia, la idea de un dinamismo universal, de un progreso que unía al género humano, más allá de las fronteras geográficas. Dicho concepto tuvo mayor fortuna asociado a otras ideas, como las de "perfectibilidad" y de "progreso", con lo cual no sólo ampliará el universo de sus significaciones, sino que "se cargará también de una aureola sagrada, que lo hará apto tanto para reforzar los valores religiosos tradicionales, como, en una perspectiva inversa, para suplantarlos"? Dos vertientes divergentes parecen así configurarse prontamente: la que apostará al binomio civilización-progreso como ideal sobre el cual podrá fundarse una empresa revolucionaria que enfatizará el rol del agente de ese proceso (como es el caso en la Revolución Francesa, las revoluciones hispanoamericanas o la revolución, sin más), y aquella otra que identificará la noción con un estado actual de cosas, con la defensa de la "civilización" establecida, encarnada por una sociedad determinada La idea de progreso, por otro lado, implicará, desde sus comienzos, el pasaje de la trascendencia a la inmanencia, de la verticalidad a la horizontalidad", o, en otros términos, la emancipa ción del devenir humano de todo imperativo trascendente, la disociación del "orden de la cultura en relación al orden nanu. ral". Si en los siglos xv y XVIII se asistirá al debate en torno a la noción de Progreso, en el siglo xix la creencia integrará ya sin discusiones el universo mental de los hombres. Producto de un largo y no menos difícil proceso, la idea no sólo hallará sus fuentes en el desarrollo de la ciencia moderna sino también en el surgimiento del racionalismo y la lucha por la libertad política y religiosa. Generalizada y monopolizada por las Luces, la noción fundará también una filosofía de la historia, dentro de la cual el hombre era definido menos en términos de animal racional (sentido aristotélico) y más como animal perfectible. En ello coincidirán pensado res de inspiración tan lejana como Jean-Jacques Rousseau y Auguste Comte". El progreso condensará así la creencia en la perfectibilidad humana (y con ello la confianza en que le leyes y las institucio nes podían moldear el carácter de los hombres), y en la unidad del género humano, expresada en la idea de la cooperación entre los hombres (cuya traducción será la solidaridad económica y, aún Inás, el dogma de la división internacional del trabajo). Quizá como ningún otro fue François Guizot, "el Gramsci de la burguesía", el apóstol y defensor más enérgico de la asociación "Civilización-Progreso": La Civilización deci..es el hecho más importante en lo que se refiere al hombre, el hecho par excellence, el hecho general y definido en que todos los demás se funden. Civilización significa progreso y desarrollo. La palabra despierta, al ser pronunciada, la idea de un pueblo en movimiento, no para cambiar de lugar sino de estado, un pueblo cuya condición consiste en extenderse y mejorar. La idea de progreso, de desarrollo, me parece que es la idea fundamental que se contiene en la palabra civilización

Sin embargo, a la descripción de las vías y etapas que conducían a la perfectibilidad del hombre, al progreso técnico y económico, al refinamiento de las costumbres, le sucede la constatación de la existencia de varias, si a muchas civilizaciones. Ya en 1813, Mme. de Staël empleará el término en sentido pluralista, estableciendo la distinción entre la civilización italiana, la francesa y la española. Ello no significará, sin embargo, que dicha multiplicidad no pueda conciliarse en una supuesta unidad del género humano. La civilización, como "hecho universal", permitirá hablar, para citar una vez más a Guizot, de un destino general de la humanidad, una transmisión del depósito de la humanidad y, por lo tanto, una historia universal de la civilización por escribir")2 Por otro lado, hablar de la existencia de diferentes civilizaciones --francesa, inglesa- o de aquellas anteriores -la griega, la romana--no impedía afirmar que todas estaban reunidas y sintetizadas en su expresión actual, la civilización europea. Así, la civilización que evocaba un valor --el Progreso también ofrecía su encarnación sin más: ella era evidentemente europea. 2. CIVILIZACIÓN CONTRA BARBARIE El empleo de la noción de civilización suponía una asociación con otras ideas afines, pero también entrañaba el descubrimiento de su reverso, el lado opuesto de la civilización, aquel estado del cual ella provenía y al que había superado: la barbarie. En efecto, las dos acepciones del término civilización (comprendida como movimiento de la humanidad hacia un ideal o como estado de sociedad) implicaban automáticamente la existencia de una barbarie original. Como es conocido, "bárbaro" fue un término acuñado por los griegos para designar al extranjero, aquel que no pertenecía a la polis definición que tuvo primeramente alcances políticos y más tarde culturales. "Bárbaros" fueron también, durante la Antigüedad tardía, las tribus invasoras que devastaron el Imperio Romano. Hacia el siglo XVIII, el contra-concepto fue utilizado tanto para indicar la existencia de un estado anterior, en el cual permanecían otras culturas, contrapuestas al estado actual de las sociedades europeas, como para designar la alteridad. Bárbaro es así un vocablo a través del cual no se define sino que se califica al Ouro, estigmatizado por aquel que se sitúa desde una civilización comprendida como valor legitimante. En todo caso, en sus inicios, el antónimo marcaba el reconocimiento de que la barbarie se hallaba "fuera" de Europa, aun cuando esta última no hubiera alcanzado todavía un estado máximo de perfectibilidad (la civilización como ideal). Cargada de un poder movilizador, y prontamente fuente de legitimación de toda suerte de poder, resultaba normal que las distintas escuelas o tendencias ideológicas se disputaran su monopolio, pues la civilización se transformó en criterio por excelencia de todo juicio. Al respecto, Jean Starobinski escribe: Un término cargado de sacralidad demoniza su antónimo: La palabra civilización, si ya no designa más un hecho sometido a un juicio, sino más bien un valor incontestable, entra en el arsenal verbal de la alabanza o de la acusación. Ya no se trata de evaluar los defectos o los méritos de la civilización. Ella deviene. un criterio por excelencia: se juzgará en nombre de la civilización. Se debe tomar su partido, adoptar su causa. Ella se transforma así en motivo de exaltación para todos aquellos que responden a su llamado. O inversamente, ella funda la condena: todo lo que no es civilización, todo lo que se le resiste, todo lo que la amenaza, toma la figura de monstruo y de mal absoluto. En el calor de la elocuencia es posible reclamar el sacrificio supremo en nombre de la civilización. Lo que quiere decir que el servicio o la defensa de la civilización podrán, en el caso de un fracaso, legitimar el recurso a la violencia. El anti civilizado, el bárbaro, debe ser neutralizado en su nocividad, si no puede ser educado o convertido! En efecto, la civilización se legitimará por la estigmatización de su contrario. Portadora de un "valor incontestable", la filosofía del progreso y de la civilización dará sustento a una ideología de la colonización. A fines del siglo XIX, el etnocentrismo sentará nuevas bases a la política colonial, desde la cual diferentes países europeos, en nombre de la unidad del género humano, se autoinvestirán de una "misión civilizadora" sobre los pueblos juzgados menos evolucionados. La

ideología de la colonización abrirá, así las puertas del mundo bárbaro: Francia cumplirá su "misión civilizadora" en África; Inglaterra hará lo propio en la India y en China, entre otros países. La oposición entre Civilización y Barbarie es ejemplificada también por el contraste entre la vida rural y la vida citadina, sencillo que se inscribe en la raíz etimológica del vocablo civilización. En efecto, civilización remite inmediatamente al término "urbanización", hecho que toma proporciones crecientes en Europa a partir del siglo xvi y en América en el siglo XIX. Urbanización que cobra, por último, sentido prioritario en la América española ante la amenaza de democracia inorgánica que representan las fuerzas "bárbaras" de la sociedad. Ahora bien, el rápido deslizamiento al plano político y social de la imagen de la barbarie, contrapuesta a los valores del binomio "Progreso-Civilización", fue configurando las funciones básicas de la oposición en el seno mismo de las sociedades europeas, que hacen referencia a dos hitos mayores de la modernidad: la Revolución Francesa y la Revolución Industrial. :. Es sabido que la Revolución Francesa se presentaba a sí misma como la heredera de las Luces y de la Razón. La burguesía que se apoderó del Estado, con apoyo de las clases populares, llevaba a cabo su acción en nombre de ciertos valores que hacían a su visión del mundo y de la historia. En ello, la Revolución Francesa, aún si se presentaba como ruptura, como comienzo absolutamente nuevo de la historia, no dejaba tampoco de invocar la continuidad de un proceso, de un movimiento de ideas que había caracterizado al siglo XVII. Así, para los revolucionarios de 1789 la barbarie era un dicterio que designaba tanto la tiranía como la ignorancia, la arbitrariedad y el no-saber, características del Antiguo Régimen. Sin embargo, será contra la revolución francesa que se evocará el recuerdo de la invasión de los bárbaros: Pero, esta vez.-escribirá Mallet du Pan--los Hunos y los Hérulos, los Vándalos y los Godes no vendrán del Norte, ni del Mar Negro. Ellos están en el medio de nosotros Se descubre así, tras la lucha entre revolucionarios y contrarevolucionarios, un nuevo objetivo, la defensa de la civilización: De pronto, el combate contra la Resolución no es más un asunto interior francés; no es tan poco una guerra. Mallet du Pan lanza un llamado a una nueva cruzada en nombre de la civilización". Toda la "vieja Europa" se encuentra en peligro de muerte frente a ese "sistema de invasión'' que no se parece a los otros, puesto que esta invasión no viene esta vez del exterior sino del interior. Es el último combate de la civilización en el cual cada europeo tiene que tornar partidos 16. El punto se encuentra presente en Karl Marx, desde otra perspectiva: "La oposición entre la ciudad y la campaña hizo su aparición con el tránsito de la barbarie a la civilización, de la organización tribal al Estado, de provincialismo a la nación, y ella persiste en toda la historia de la civilización hasta nuestros días".

En efecto, para aquellos que criticaban la naciente revolución, el enemigo era detenido sin equívocos: se trataba de la inversión del orden, la violencia del populacho, el Terror de Robespierre, los atentados en contra de la propiedad, la religión y la Cultura. Pero el punto de inflexión es más importante, pues no se trata solamente del hecho de que la Revolución Francesa, desde la mirada de la vieja Europa, introduce la idea de que la barbarie se halla también en el interior del continente. Los avatares internos de la propia revolución tornan más complicado dicho proceso, en el cual cobra importancia la delicada operación de delimitación de roles y de valores invocados por los revolucionarios. Ciertamente, no había ninguna duda de que ellos eran los nuevos portadores de la Civilización, y es por ello que en esta misma línea y durante la época del Terror se introduce la noción de enemigo interno. Más claro, se construye la imagen del "complot vándalo," designando a los bárbaros que desde el interior mismo y como fuerzas espurias de la revolución intentan desnaturalizar sus objetivos. La utilización del "complot vándalo" registra una evolución importante al ser retomado en la época de Thermidor y utilizado en contra de sus propios creadores, esto es, como discurso antiterrorista. Ahora bien, si durante la revolución thermidoriana no se alcanza a borrar la frontera entre los llamados "vándalos" y el "pueblo", el

proceso culmina con la división de la República en un "poder civilizador" y un "pueblo a civilizar". Así, será función primordial de la burguesía que se consolida en el poder autorrepresentarse como la única detentadora del Progreso; en tanto que "cada vez más, el pueblo es reducido a una sola función: legitimar la república y por lo tanto, su poder 21 El siglo xix confirma así la puesta en escena de un nuevo mecanismo de legitimación por parte de la burguesía, tanto dentro de las mismas sociedades donde ella ha alcanzado el poder como sobre aquellas otras hacia las cuales vuelve su vista con una voluntad colonizadora. En efecto, a diferencia de la nobleza del Antiguo Régimen o la aristocracia feudal, que no requería para legitimar su poder sino hacer gala de su linaje o estirpe, o de una pretendida voluntad divina, la burguesía ascendente hablará de acuerdo con la acción que despliega en las sociedades modernas: en nombre del progreso y de ciertos valores de civilización, En Francia, donde la Revolución había hecho estallar la estructura del viejo régimen, la puesta en escena de este nuevo mecanismo de legitimación presentará básicamente dos aspectos. La fuente del poder legítimo será la voluntad popular, pero ello no impedirá establecer claramente las jerarquías y salvar con ello las diferencias, en un doble movimiento a través del cual la burguesía se autoproclama representante del pueblo y heredera de las Luces, y se impone frente al pueblo una acción educativa a desarrollar. Por otro lado, la experiencia de la Revolución Francesa incorporaría la perspectiva de la caída, hecho que no escapó tampoco a las plumas críticas de los apóstoles del progreso. La mirada histórica, en su vuelta al pasado, encontraría la confirmación de que en toda civilización ---por lo general, en lo más alto de su expresión podía desencadenarse un proceso de corrupción que, desde su mismo interior, provocará una decadencia inevitable Es el dogma del perfeccionamiento ininterrumpido del hombre el que es puesto en cuestión a través de la idea de la existencia de etapas de regresión, de retroceso. No obstante, a pesar de los ciclos de florecimiento y caída de las civilizaciones, parecía quedar siempre un "surplus", un progreso. Lo cierto es que la civilización dejó entonces de ser una idea simple o un doyma cargado de ingenuidad: el progreso devino así en un complicado mecanismo atravesado de continuidades e interrupciones, de aumentos graduales y recaídas fuertes Ahora bien, si la revolución francesa babia confirmado para la Europa contrarrevolucionaria la existencia de un bárbaro "interior", nacido en el seno de una de las sociedades más avanzadas del continente, los efectos de la revolución industrial van a otorgar un nuevo impulso a este fantasma, manifiesto en el incipiente proletariado urbano. Enemigo que yace en las profundidades mismas de las sociedades civilizadas, puede, por ello, irrumpir abrupta y destructivamente. He aquí un testimonio de 1831: Los bárbaros que amenazan a la sociedad no están ni en el Cáucaso ni en las estepas de Tartaria; están en los suburbios de nuestras ciudades industriales... La clase media debe reconocer francamente la naturaleza de la situación; debe saber en donde estas Lo que es indiscutible luego de la revolución y, en especial, durante la convulsionada primera mitad del siglo XIX, es que la barbarie se halla "dentro", expresada en el naciente proletariado industrial, miserable y hambriento, como una amenaza difícil de erradicar. El fantasma de la revolución, apenas controlado en 1830 y en 1848, parece imposible de exorcizar. Es claro que: Los obreros se hallan libres de deberes hacia sus patrones como éstos con respecto a aquellos; ellos los consideran como hombres de una clase diferente; opuesta y aud enemiga. Aislados de la nación, fuera de la comunidad social y política, solos con sus necesidades y su miseria, se agitan para salir de esa horrible soledad, y como los bárbaros a los cuales se los compara, planean, quizá, una invasión? A lo largo del siglo xix dicho sentimiento de la burguesía hacia las clases populares se generaliza, y frente a esta amenaza se impone la tarea de defender la nueva sociedad contra el pueblo excluido. Como nos lo recuerda Louis Chevalier, en un libro ya clásico, clases laboriosas y clases peligrosas ofrecen fronteras difusas, sobre todo cuando se observa que ambas dependen de circunstancias económicas, políticas o biológicas que las mezclan y las hacen pasar de una categoría a otra. Para

Honoré de Balzac --- un ejemplo que toma el aulor las distinciones pierden consistencia y se mezclan en una confusa identidad, en la cual la criminalidad es el rasgo cotidiano que las expresa, y las revoluciones y motines, su manifestación excepcional26. La prensa burguesa les añade nuevos epítetos: serán también "nómades" y "salvajes"; se habla, por otra parte, del “populacho", ligado tanto a los grupos criminales como a los estallidos populares. Sin embargo, en el esfuerzo por monopolizar ciertos valores representativos de la modernidad, la burguesía expresa algo más que la sola voluntad de descalificar a un posible adversario: Es indudable que aquí el dicterio de "bárbaro" cumple una función reductora, al expresar un rechazo por el reconocimiento de una conductividad social. Pero la imagen fantasmática del bárbaro se devela también como representación social, que se vincula en ello a la experiencia de la modernidad. La aceleración creciente de la vida moderna, la construcción y destrucción incesante de valores, "no sólo harán revivir nostálgicamente el rito de la comunidad dentro de la sociedad, sino que evidenciarán la precariedad de los lazos sociales, el miedo de recaer en un estado de desorden absoluto. ... El peligro de la descomposición social parece amenazar por todas partes con invertir el signo de las nuevas conquistas. Como lo afirma Claude Lefort: Me parece interesante que los discursos que pueden imputarse a la burguesía se refieren en un primer tiempo a una democracia bajo la amenaza de una descomposición de la sociedad como tal. Las instituciones, los valores proclamados: la Propiedad, la Familia, el Estado, la Autoridad, la Patria, la Cultura, son presentados como muralla en contra de la barbarie, contra las fuerzas desconocidas de un afuera que pueden destruir la Sociedad, la Civilización Época en que el temor al "número" constituye el centro de las preocupaciones: Es el número el que inquieta escribe Pierre Rosanvallon- En este miedo al número, descansan todas las evocaciones de la descomposición social. Imagen de una sociedad inasible, puro magma humano, completamente serializado. Visión de las multitudes revolucionarias incontrolables, masa indistinta e imprevisible, monstruo sin rostro congénitamente irrepresentable en tanto grado cero de la organicidad. El número, fuerza bárbara e inmoral que no puede más que destruir). La "recurrencia bárbara" constituye la traducción de un sentimiento de fragilidad de lo social; ella se muestra en la ambigüedad del hecho democrático, en la conciencia de que el mismo entraña una indeterminación q...


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