T7. Auge y caída del Imperio Carolingio PDF

Title T7. Auge y caída del Imperio Carolingio
Author Juan Carlos Alonso
Course Historia medieval I
Institution UNED
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Historia Medieval I

Tema 7

Carlos Basté López

Auge y caída del Imperio Carolingio 1. El fin del reino merovingio: los últimos mayordomos de palacio y el cambio de dinastía 1.1 Los últimos merovingios Desde mediados del siglo VII hasta mediados del siglo VIII, el gran reino germánico de los francos merovingios, fundado por el rey Meroveo (448 – 457) y reforzado por su 1 nieto, Clodoveo I (481 – 511), atravesó una profunda crisis . El concepto patrimonial que tenían los monarcas merovingios de su reino provocó que lo repartiesen entre su descendencia, lo que condujo a una debilidad congénita de la dinastía y a final desaparición. Los merovingios no fueron capaces de organizar un Estado firme sobre sus amplias conquistas territoriales, de modo que durante los dos siglos tras la muerte de Clodoveo I, el reino fue disgregándose a manos de sus sucesores, que se combatieron ferozmente. Salvo escasos momentos de unidad, el reino se articuló en cuatro grandes entidades: Austrasia (al este, entre el Mosa y el Rin, territorio curtido en sus luchas con sus vecinos sajones, turingios, bávaros, etc.), Neustria (al oeste, entre el Escalda y el Loira, territorio franco por excelencia y donde la nobleza tenía grandes latifundios), Aquitania (entre el Loira y los Pirineos) y Borgoña (en la zona central y con una abundante población galorromana). Al morir Clodoveo I (511), sus hijos se repartieron el reino, lo que acabó desembocando en una lucha fratricida que terminó cuando el hijo menor, Clotario I (511 – 561), consiguió reunificarlo de nuevo. A pesar de ello, Clotario I volvió a dividir el reino entre sus hijos, reproduciéndose la lucha entre hermanos hasta que Clotario II (613 – 629) y su hijo Dagoberto (629 - 639), pudieron reunificarlo de nuevo. El último rey merovingio que consiguió la unidad de los territorios fue Childerico II pero, tras ser asesinado en 675, el reino volvió a dividirse definitivamente.

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Paralelamente, el reino de los visigodos, el otro gran reino germánico del momento, sufrió también una época crítica que le empujó a su desaparición.

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La debilidad del reino merovingio provocó intentos de independencia de turingios, alamanes y bávaros, facilitó el asedio de lombardos, ávaros, bretones y frisones e impidió el desalojo de los visigodos de la Septimania, la región costera del Golfo de León. 1.2 Los “mayordomos de palacio” En este ambiente de descomposición, en cada una de las entidades que formaban el reino de los francos, apareció la figura del mayordomo de palacio, administrador de las posesiones reales y jefe del rudimentario aparato administrativo que, con el paso del tiempo, adquirió un patrimonio agrícola considerable. Los mayordomos se convirtieron en los auténticos detentadores del poder y en intermediarios entre la nobleza y el monarca. Atendían el tesoro real, encabezaban el ejército, presidían los tribunales reales y eran sus principales consejeros. Ante las pretensiones hegemónicas de Neustria, el mayordomo de Austrasia, Pipino II de Heristal, se enfrentó a sus enemigos y los venció en la batalla de Tertry (687), quedando como mayordomo de ambos territorios y autoproclamándose “príncipe de los francos”. A falta de descendientes legítimos, le sucedió su hijo ilegítimo, Carlos, conocido como Martel por las victorias que acumuló sobre frisones, alamanes, borgoñones y provenzales y que le permitieron convertirse en señor de los francos. Cuando penetraron en Aquitania, Carlos Martel detuvo el avance de los musulmanes en la batalla de Poitiers (732) y, aunque no consiguió expulsarlos totalmente, la victoria le permitió ganar gran prestigio como defensor de la Cristiandad. Carlos Martel sufragó una parte de esta campaña cediendo tierra de la Iglesia en régimen de beneficio a la nobleza que lo apoyó. En 741, le sucedió su hijo Pipino “el Breve”, que también venció a sajones y bávaros. 2. Los carolingios 2.1 Los carolingios y el Papado Los primeros carolingios buscaron su legitimación en la Iglesia. La Iglesia franca, a falta de un solo poder que la protegiera de los diversos grupos poderosos, había optado por participar en su juego político y establecer los mismos lazos de dependencia. Los carolingios iniciaron su ascenso social, por un lado, gracias a la legitimidad que les proporcionó la Iglesia por su firme política de evangelización de los pueblos conquistados y por su empeño en la reforma del clero y, por el otro, a los apoyos que encontraron entre una nobleza a la que cedieron parte de sus dominios y tierras confiscadas a la propia Iglesia. Pipino de Heristal encargó al monje Wilidrobo la evangelización de los frisones, labor que continuó Carlos Martel al apoyar las misiones en Frisia, Turingia, Hesse y Baviera. De este modo, los carolingios, en unión con Roma, iniciaron una empresa oficial en la que conquista y evangelización iban juntas. Pipino el Breve apoyó la celebración de concilios nacionales para reglamentar la disciplina eclesiástica y para reformar la liturgia. En 744, para sortear el problema de las confiscaciones a la Iglesia creado por Carlos Martel, Pipino el Breve acudió a la fórmula de la precaria verbo regis, según la cual, la Iglesia mantenía la propiedad de la tierra a cambio de determinadas compensaciones. En 751, al ver contestada su posición por parte de algunos nobles favorables a los merovingios, Pipino el Breve solicitó al Papa Zacarías una opinión sobre su legitimidad. Zacarías apoyó la causa de Pipino por 2

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lo que el último representante de los merovingios, el débil Childerico III, acabó encerrado en un monasterio. En septiembre de 751, Pipino fue consagrado en Soissons con los santos óleos, por los obispos galos y por el legado papal, San Bonifacio. De este modo, los Papas encontraron un aliado eficaz contra la amenaza lombarda en Italia – desligándose así de la tutela bizantina – y los carolingios una legitimidad procedente del mismo Dios, a través del Papa. Desde ese momento, el Papa se sintió investido con el derecho de conferir o retirar coronas, las coronaciones reales fueron unidas a su consagración por la Iglesia y los reyes fueron escogidos “por la gracia de Dios”. 2.2 La creación del “patrimonio de San Pedro” Poco después de la muerte de Justiniano, en 568, los lombardos invadieron Italia, asentándose en el norte de la península y a lo largo de los Apeninos. Ante la debilidad bizantina, producto de la extenuante lucha contra los ostrogodos, los lombardos fundaron una serie de ducados como el de Benevento o el de Spoleto. Durante los primeros años de conquista, no existió un auténtico poder unitario que diera cohesión a los recién llegados y los bizantinos pudieron mantener posiciones en torno a Ravena, en Calabria, los Abruzzos, Sicilia y el Lacio. Italia se dividió así entre una zona lombarda y otra bizantina. En 584, los duques lombardos decidieron restaurar la monarquía para evitar la atomización de su poder y, poco después, abrazaron el catolicismo, lo que permitió que el papa tuviera un cierto ascendiente sobre los ocupantes. A principios del siglo VIII, subió al trono Liutprando, monarca que reemprendió la conquista del norte de Italia. Sus sucesores continuaron con esta labor y consiguieron expulsar a los bizantinos del norte de Italia, excepto de Venecia. En 751, los lombardos se apoderaron del Exarcado de Rávena por lo que el papa Esteban II (752 – 757) vio peligrar la independencia de Roma y su Ducado. Escribió así a Pipino proponiéndole ser nombrado patricius Romanorum – en virtud del principatus potestas que tenía el Papa - y solicitándole una entrevista con el fin de que interviniera militarmente en Italia para recuperar el Exarcado y lo restituyera a San Pedro, su verdadero propietario. Esta petición se basaba en un documento conocido como Donación de Constantino, una hábil falsificación realizada por los eruditos de la corte pontificia. Según este edicto, el emperador Constantino había conferido al Papa del momento y a sus sucesores, la principatus potestas (potestad imperial) y los honores imperiales, elevando la Sede de San Pedro sobre cualquier otro trono terrenal. Por este motivo, la corona imperial pertenecía al Papa quien, decidido a no ceñirla, la había devuelto a Constantino. En agradecimiento, Constantino le habría cedido la potestad sobre Roma, Italia y el resto de Occidente, reservándose para él la parte oriental del Imperio. Respaldado por la Donación de Constantino, el Papa se entrevistó con Pipino en Ponthión en 753 y, mediante el tratado de Quierzy, el rey se comprometió a recuperar Rávena, Romaña y la Pentápolis y a cedérselas a San Pedro, cosa que consiguió tras dos campañas militares que terminaron en 756. Nació así el Patrimonio de San Pedro, que partía Italia en dos mitades. En agradecimiento, el Papa consagró de nuevo a Pipino y a sus hijos Carlos y Carlomán en la iglesia de Saint-Denis.

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A pesar de todo, Pipino dedicó lo mejor de sus energías a recuperar Aquitania (760 – 768) y Septimania (752 – 759). Aquitania, gobernada por un duque autóctono de estirpe franca, no había visto nunca con simpatía a los carolingios, especialmente en la zona pirenaica donde habitaban los vascones, sin embargo, no pudo resistirse al empuje de Pipino y acabó aceptando su autoridad. Lo mismo ocurrió en la Septimania, donde los naturales apoyaron a Pipino en su campaña contra los visigodos, a cambio de respetar su lengua y su derecho.

2.3 Carlomagno y la expansión territorial A su muerte (768), Pipino dejó el reino a sus hijos Carlos y Carlomán pero la muerte del segundo (771) facilitó la reunificación del reino. Carlos, el futuro Carlomagno (768 – 814), siguió las directrices marcadas por su padre y sus empresas militares se dirigieron contra todos sus vecinos. 2.3.1 Italia Para sellar la paz con los lombardos, Carlomagno se casó en 770 con una hija del rey Desiderio a la que, empujado por el Papa, repudió un año después. Este hecho provocó la invasión lombarda del territorio pontificio y el consiguiente contraataque de Carlomagno, que en 773 tomó Pavía. Un año después, el rey Desiderio se retiró a un monasterio, acabando así el reino lombardo de modo que Carlomagno pasó a ser rex Francorum et Longobardorum atque patricius Romanorum. Carlomagno confirmó las donaciones hechas por Pipino al Papa y añadió, además, la Sabina. Los ducados lombardos de Spoleto y Benevento reconocieron la autoridad de Carlomagno. De esta manera, Carlomagno se convirtió en árbitro del norte de Italia, mientras que Nápoles, Calabria y Sicilia se mantenían en manos bizantinas.

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2.3.2 Baviera Aunque los duques de Baviera eran vasallos de los francos, mantenían una total independencia. Su duque, Tasilón III, estaba casado con una hija de Desiderio y, durante la guerra en Italia, mantuvo una actitud ambigua por lo que Carlomagno acabó por invadir el ducado (788) y retirar a Tasilón. 2.3.3 Sajones y frisones Los sajones eran un pueblo pagano de la Europa Central, resistente a la cristianización, cuyo modo de vida era parecido al de la época de las invasiones. Tras una invasión sajona en tierras francas en 772, Carlomagno invadió sus tierras y, desde 775, fue avanzando lentamente y fortificando sus recintos. Numerosos jefes sajones se bautizaron, se estableció una organización eclesiástica en Sajonia y se trazó un plan de evangelización pero, en 778, estalló un levantamiento general que fue duramente reprimido por Carlomagno. La revuelta acabó cuando su líder se entregó (785) y fue bautizado. Carlomagno adaptó el derecho sajón (Lex Saxonum) a las nuevas circunstancias y dictó unas duras normas relacionadas con delitos religiosos que provocaron la conversión en masa de los sajones. La sumisión de los frisones comenzó con la fundación del obispado de Utrech en 695, aunque los levantamientos no se detuvieron hasta 714. A finales del siglo VIII, toda la región estaba pacificada por lo que fue dividida en condados. Las leyes frisonas fueron respetadas, aunque se actualizaron en el año 803 (Lex Frisionum). 2.3.4 Ávaros La sumisión de Baviera puso en contacto directo a los francos con los ávaros. En 791, Carlomagno invadió su territorio pero hasta 795 no consiguió someter su anillo fortificado, situado entre el Danubio y el lago Balatón, donde se guardaba además el enorme tesoro del kan ávaro que permitió sanear las cuentas francas. Los ávaros fueron entonces cristianizados y, a raíz de las conquistas, desaparecieron como nación. Las tierras ávaras fueron conquistadas al norte por los francos y al sur por los búlgaros.

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2.3.5 España Tras la derrota visigoda de 711, los musulmanes se extendieron por la Península y rebasaron los Pirineos hasta ser detenidos por los francos en 732. La nobleza visigoda superviviente se refugió en las montañas asturianas y allí consiguió su primer éxito contra los musulmanes en Covadonga (722). Hacia 750, después de unos años de hambruna y sequías, los beréberes instalados en el valle del Duero y Galicia se retiraron por lo que el rey Alfonso I intentó ocupar su lugar con escaso éxito. En la parte oriental de la Península, aparecieron poderosas dinastías, algunas de ellas de ascendencia hispana, como los Banu Qasi en el valle del Ebro, que rivalizaban con Córdoba e intentaban lograr su independencia del Emirato (756). En su afán independentista, los señores musulmanes pidieron ayuda a los francos con la promesa de entregarles Barcelona y Zaragoza, sin embargo, cuando Carlomagno apareció en Zaragoza, el gobernador se negó a entregar la ciudad. Las tropas francas, reclamadas en Sajonia, cruzaron de nuevo los Pirineos en Roncesvalles (778), donde los vascones destruyeron su retaguardia. Esta derrota llevó a Carlomagno a crear el reino de Aquitania (781), al frente del cual colocó a su hijo Luis para que prosiguiese la expansión transpirenaica. Por su parte, en 785, los habitantes de Gerona, Cerdaña y Urgel se entregaron al rey franco lo que provocó la invasión musulmana de Narbona y Carcasona. En respuesta, Luis lanzó un ataque desde Aquitania que logró conquistar Barcelona (801). En 810, el emir de Córdoba solicitó la paz, fijándose la frontera en las costas del Garraf y las montañas de Montserrat y Montsec. A lo largo de treinta años, Carlomagno expandió la frontera de su reino, que incluía toda la Galia - en el sur hasta Barcelona -, por el oeste hasta el Elba y, en Italia, todo el reino lombardo. Su poderío militar y político era incontestable por lo que el Imperio Carolingio se convirtió en la única gran potencia europea. 2.4 La coronación imperial de Carlomagno El prestigio de Carlomagno se basaba en la fidelidad de sus vasallos, en sus conquistas militares y en el apoyo de la Iglesia. En la corte de Aquisgrán, un grupo de intelectuales – entre los que destacaron Pablo Diácono y Alcuino de York - elaboró una serie de ideas políticas sobre el papel que un rey cristiano debía jugar en la cristiandad europea. De acuerdo con esta teoría, el Papa debía rezar para que el rey cristiano venciese a sus enemigos mientras que al rey le correspondía defender a la Iglesia y extender la fe católica. En 799, en Bizancio reinaba la emperatriz Irene, anomalía que hizo considerar a muchos que el trono imperial estaba vacante. Por su parte, acusado de adulterio y perjurio, el Papa León III era cuestionado por la nobleza romana e incluso había sufrido un asalto, aunque pudo huir y refugiarse en Páderborn, donde solicitó la ayuda del rey. En consecuencia, el Papa regresó a Roma con una escolta y fue repuesto en su sede. En noviembre del año 800, Carlomagno se trasladó a Roma para celebrar la Navidad. El día 23, León III proclamó públicamente su inocencia, mediante un juramento de purificación, y el día de Navidad, mientras Carlomagno rezaba en San Pedro de rodillas, León III lo coronó, recibiendo de los asistentes una triple aclamación. A Carlomagno le contrarió el hecho de haber sido coronado antes de su aclamación, como se hacía en 6

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Constantinopla, pues el gesto podía ser interpretado como que era el Papa quien le concedía el Imperio. Inicialmente, Bizancio se negó a reconocer la coronación pero cuando, en 812, Carlomagno renunció a sus aspiraciones sobre Venecia y se la devolvió a los bizantinos, el emperador Miguel I le reconoció el título. De este modo, Carlomagno se intituló “Imperator et Augustus”, aunque él se consideró siempre un rey franco. En 813, hizo que la nobleza aclamara como emperador a su hijo Luis y sólo unos meses después, el 28 de enero de 814, fue enterrado en la capilla palatina de Aquisgrán. Triunfó así la nueva concepción de un Imperio ajeno a Roma y en el que los romanos eran sustituidos por los francos. El nuevo Imperio se identificó, así, con Europa e incluso, más allá, con la Cristiandad. 2.5 Los inicios de la crisis A pesar de todo, el Imperio Carolingio tenía unos rudimentarios fundamentos económicos y sociales, le faltaba unidad política y lingüística, tenía diversos códigos legislativos y, además, carecía de un único ejército y de una eficaz organización financiera. Por otro lado, el concepto patrimonial que del Imperio tenían sus monarcas, la pervivencia de algunos elementos “nacionales” en su seno y el interés de la nobleza en controlar al rey, sin duda crearon las condiciones necesarias para una crisis acelerada. A la muerte de Carlomagno, la Iglesia quiso preservar la unidad mientras que la nobleza presionaba a favor de fragmentar el Imperio. Aunque Carlomagno quiso dejar el Imperio a sus tres hijos, la muerte de dos de ellos lo dejó unificado en manos de Luis o Ludovico Pío (814 – 840). Italia quedó en manos de Bernardo, hijo ilegítimo del tercer hijo de Carlomagno, como rey subordinado a su tío Ludovico. El nuevo emperador se reveló como un hombre débil e influenciable. La facción eclesiástica unitaria influyó para que Luis abandonara sus títulos tradicionales y se intitulara “por la gracia de Dios, emperador augusto”. Su reinado se inició con la evangelización de los daneses y los suecos, reunió varios concilios nacionales en Aquisgrán para reordenar la vida eclesiástica e imponer la regla de San Benito en los monasterios. Las propiedades de la Iglesia se multiplicaron y, en 816, Luis reconoció ante el Papa Esteban IV la total independencia del Patrimonio de San Pedro lo que dio inicio a un proceso por el que los territorios pontificios acabaron por convertirse en una potencia rival de Imperio. Esteban IV volvió así a coronar a Luis como emperador pues sólo él podía hacerlo. Por su parte, la nobleza pugnaba por la división del Imperio de modo que, en 817, llegó a un acuerdo con la facción unionista para dividir el Imperio de acuerdo con la Ordinatio Imperii, según la cual, Ludovico regulaba su sucesión dividiendo el Imperio en tres reinos: Italia para su sobrino Bernardo, Baviera para su hijo menor, Luis, y Aquitania para su otro hijo, Pipino. El hijo mayor, Lotario, por el momento coronado como co-emperador, debería recibir el resto, ostentaría el título imperial y tendría autoridad sobre los otros reinos. 7

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Bernardo no aceptó quedar subordinado a Lotario y comenzó a conspirar contra él por lo que Ludovico acabó ejecutándolo. Debido a ello, el emperador fue reprobado por el clero y tuvo que hacer penitencia pública en Attigny (822) – en la imagen. En 823 nació Carlos, hijo del segundo matrimonio de Ludovico, por lo que se produjo un segundo reparto en el que, a costa del patrimonio de Lotario, se le otorgaron los territorios de Retia, Alsacia, Alemania y Borgoña. Esto provocó un enfrentamiento entre todas las partes que acabó con Ludovico Pío encerrado en un monasterio. Pudo recobrar la libertad, pero las disputas continuaron hasta su muerte en 840, mientras luchaba contra su hijo Luis de Bavi...


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