Unidad II - El self dialógico en psicoanálsis - Muller PDF

Title Unidad II - El self dialógico en psicoanálsis - Muller
Course Producciones Culturales Y Subjetividad
Institution Universidad de Belgrano
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El self dialógico en psicoanálisis - Muller Introducción Charles Taylor hace una distinción entre dos tipos de actos según la cantidad de agentes involucrados en ellos. Aquellos en los que interviene un sólo agente son llamados monológicos. Estos actos pueden involucrar otros agentes con los cuales se coordina la acción, por ejemplo un equipo de fútbol coordinando una jugada: el delantero corre mientras el mediocampista le patea la pelota. Los actos dialógicos necesariamente implican la presencia de más de un agente. En ellos también hay coordinación pero esta se da a partir de un “ritmo común” → dos personas bailando o discutiendo apasionadamente. La experiencia de interacción entre agentes es distinta entre uno y otro acto. La distinción se corresponde con dos concepciones del self, una monológica y otra dialógica: - La concepción monológica enfatiza el desarrollo de representaciones del mundo, que luego se proyectan en un espacio interno, “mental”, para operar finalmente en el mundo. Son propias de una concepción monológica del self aquellas descripciones de las personas, que proponen una clara separación entre el adentro y afuera, y entre una persona y los objetos. - La concepción dialógica destaca la inserción en prácticas en las que tiene lugar un “saber como” no formulado. En esta concepción, las representaciones operarían en un segundo lugar. El lugar de las representaciones es una diferencia fundamental entre las dos concepciones. Cuando hablamos de una concepción dialógica del self, incluimos todas aquellas posturas que consideran los límites entre las personas, y entre el interior y el exterior de la persona, como algo permeable y no tan delimitable. Del self monológico al self dialógico En la concepción monológica del self, que toma como punto de partida a Descartes y Locke, se distinguen 4 características: 1. Las representaciones tienen un papel primario: el self tiene representaciones del mundo y de los otros, así como de sus fines, deseos y temores. Por medio de ellas actuamos y nos relacionamos con los demás y con nosotros mismos. El conjunto de representaciones permite armar un mapa de situación y luego ejecutar un plan de acción. Este mapa se proyecta en un espacio interno que se considera independiente de la influencia de los demás. 2. Se entiende lo mental como algo escondido dentro de la “cabeza”, de las personas, y que contiene nuestras facultades. La mente es así un órgano neutro que media entre nosotros y el mundo, y opera de acuerdo con ciertos principios independientes del contexto en que se desarrollan. Nacemos con una mente que luego desarrollamos y, en este proceso, va generando conocimientos, esto es, representaciones. Lo que se destaca aquí es el desarrollo de imágenes mentales en forma de teorías: recordar, percibir y atribuir significados son acciones individuales que ocurren siempre dentro del espacio mental. 3. Se establece un corte entre lo mental, lo social y el cuerpo; el sujeto cartesiano, que mediante la duda puede desarrollar representaciones sobre el mundo y el cuerpo, constituye el punto de partida. Este procedimiento implica la posibilidad de desarrollar representaciones propias, con independencia de toda influencia contextual; desarrollo representaciones de los demás y así “objetivizo” al otro en mi conciencia. En la concepción cartesiana del sujeto, las otras personas son esencialmente objetos de conciencia y no otras conciencias. El tipo de relación que resulta de estos desarrollos es la de sujetoobjeto. El cuerpo también está excluido de lo mental; Descartes lo excluye explícitamente: el sujeto se

relaciona con su cuerpo de la misma manera que con los objetos del mundo exterior. La visión del self que sobreviene es la de un individuo autocontenido, que no necesita de otros ni de un cuerpo para desarrollar representaciones certeras. 4. El lenguaje tiene, principalmente, la función de enmarcar representaciones. Se trata de un sistema referencial, un código compartido en el cual palabras y cosas están ligadas. El lenguaje da cuenta de las cosas y ocupa el lugar de ellas. El significado de una palabra está dado por su correlación con aquello que representa. Es a este nivel donde se puede evaluar un enunciado como verdadero o falso → las teorías son conjuntos de proposiciones que explican los acontecimientos o eventos observados, y el conocimiento no puede ser otra cosa que una correspondencia entre estas proposiciones y el mundo externo. La concepción dialógica del self, tiene como referentes a Bakhtin, Heidegger, Merleau-Ponty y Wittgenstein. Esta también tiene 4 características: 1. El self dialógico es un self envuelto en prácticas en y sobre el mundo. Aquí, mente, mundo externo y cuerpo parecen fundirse. Hay un “saber como” y un “saber desde dentro” que tienen un lugar en nuestra vida cotidiana y que operan en aquellos momentos en que nos percibimos más insertos en el mundo que nunca. Este saber está incorporado y no es independiente de su contexto social y cultural. 2. La relación con otros ocupa un lugar central. Ésta presenta, a su vez, distintos aspectos, uno de los cuales tiene que ver con la inclusión del otro en uno. Muller nombra dos maneras en que esto ha sido desarrollado↴ A. La articulación del sentido de sí → la posición de mi cuerpo frente a otros, así como mi forma de caminar, de ubicarme en el espacio público, da cuenta de esto. La articulación de este sentido de sí incluye al otro: advierto el respeto que tengo por alguien cuando artículo mi manera de dirigirme a ese alguien conjuntamente con la posición de mi cuerpo. Esto, llamado deferencia, es posible de entender cuando pensamos la presencia de lo mental en el cuerpo, es el cuerpo que aloja un saber. De este modo queda puesto en duda el corte entre lo social, lo mental y lo corporal que establece la concepción monológica del self. B. La concepción del pensamiento u otros procesos cognitivos como la internalización de procesos sociales. Propuesta vygotskiana: primero son interpsicológicos y después intrapsicológicos→ en el pensamiento hay otro presente. Cada uno de los enunciados de nuestros pensamientos es una respuesta a una voz que no se oye. Así, el pensamiento no sería otra cosa que un diálogo entre dos partes, una de ellas callada y abreviada. Lo importante de esto es que presenta las mismas características que las transacciones entre las personas afuera, en el mundo. Por ello, no es posible señalar un “adentro” como el lugar en que ocurre el pensamiento, ya que esta permeabilizado por el afuera, entre adentro y afuera, entre un sujeto y otro. Esta concepción destaca el nosotros. Taylor entiende que la mayor parte de la acción humana tiene lugar en la medida en que el agente se constituye y se entiende a sí mismo como parte integral de un nosotros. La identidad no puede ser definida como un conjunto de propiedades individuales, sino dentro de un espacio visible y en función del lugar que ocupamos en las acciones dialógicas. Primero somos parte integrante de un nosotros, después hay un yo. 3. La responsividad del self. No hay entendimiento neutro, sino que siempre es responsivo: en el momento de entender un enunciado de una persona, ya tengo una actitud hacia el. Esta actitud es adoptada desde el comienzo mismo del enunciado, en donde uno acuerda o desacuerda, cuestiona, etc. Bakhtin considera esta actitud responsiva como la etapa preparatoria de la respuesta, y el

entendimiento pasivo del signifcado como un aspecto abstracto de todo el proceso. Esto difiere del modelo más clásico y monológico donde el emisor envía un mensaje para que el emisor lo reciba, lo procese, formule respuestas probables y luego ejecute la más adecuada. El entendimiento responsivo se entiende como algo propio de una relación particular con otro, donde cierta cualidad del contacto entre conciencias es primaria en la interacción. El otro no es objeto de mi conciencia, sino otra conciencia. En ese contacto desarrollamos el elemento paradigmático de la ritmicidad. Podemos imaginar una conversación entre personas que acaban de conocerse: puede comenzar con la presentación personal, descripción de sus actividades, donde viven etc. El diálogo ahí tiene la característica de enunciado enviado, recibido, procesado y respondido: el otro está en nuestra conciencia como un objeto. A medida que la relación avanza, estas personas ingresan a otra dimensión del diálogo, donde la secuencia mencionada no parece tener lugar. Hay un cierto ritmo que comienza a regir el diálogo, algo así como un enganche entre conciencias. En esos momentos estamos del todo ahí: la experiencia es de mayor inserción y menor autoconciencia. 4. Énfasis en la función constitutiva del lenguaje. En lugar de designar y representar objetos, el lenguaje aquí es el medio por el cual el mundo se hace manifiesto para nosotros. A través de el hacemos cosas. El lenguaje permite formular cosas, llevarlas de un estado difuso de existencia a uno de claridad, generar espacios públicos y crear estándares de evaluación para nuestras acciones. Este no puede pensarse por fuera de las prácticas en las que tiene lugar; es en ellas donde las cosas son o adquieren significancia. En este contexto, las teorías no son ya proposiciones que se corresponden con una realidad independiente, sino una herramienta que permite cierto ordenamiento de la experiencia, y que da lugar a cierta realidad: no encontramos o descubrimos la realidad directamente, sino que la vamos construyendo a medida que la formulamos → los constructivistas (alineados con la visión dialógica del self) enfatizan las prácticas en las que uno interactúa con los demás, y entienden que es en estas prácticas donde aquello de lo que se habla recibe su significado. En los modos de relacionarnos con los otros damos, construimos, sentido a nuestras experiencias y entorno. Aquello a lo que atendemos, aquello de lo que hablamos y pensamos como “objetos” está dado en las prácticas en las que vivimos. Self monológico, self dialógico y psicoanálisis Freud desarrolla su teoría en un contexto en el que prima una concepción atomista y monológica del self. La concepción monológica del self, establece claramente el corte entre mente, cuerpo y mundo externo. Aquí, Freud establece una nueva relación entre el cuerpo y la mente, ya que entiende que no es posible pensar lo mental por fuera de la pulsión. La pulsión tiene sus bases en el cuerpo; las distintas operaciones psíquicas proceden de diferentes pulsiones. A diferencia de la concepción dialógica, donde lo mental está in-corporado (en el cuerpo), la pulsión es aquí “como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como un medida de la exigencia de trabajo que es impuesta en lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal”. La pulsión, se constituye como el motor de lo mental. Uno de los postulados centrales de la teoría freudiana es el principio de constancia: el aparato psíquico tiende a mantener sus niveles de excitación lo más cercanos a 0 posibles. La pulsión aumenta los niveles de excitación, de allí que, para disminuirlos, se deba operar sobre un objeto que facilite la descarga de tensión. Dicho objeto se encuentra en el mundo externo, y el primero de ellos es el pecho materno. Si bien la relación entre mente y cuerpo que establece Freud modifica la idea del corte entre lo mental y lo corporal, la definición misma de pulsión como un concepto fronterizo entre lo somático y lo anímico implica que mantiene la idea de dos elementos separados. Como lo somático y lo anímico, también el

sujeto y el mundo exterior están separados. Por otro lado, son precisamente las características de la pulsión las que permiten al bebé establecer la primer distinción entre adentro y afuera. El bebé puede, mediante una acción motora, huir de ciertos estímulos del mundo exterior, pero las pulsiones, se erigen como indicadoras de un mundo interior. A su vez, las nociones de identificación y proyección presuponen una clara delimitación entre “adentro” y “afuera”. También para Freud hay primero un desarrollo individual y posteriormente un vuelco hacia el afuera. Para poder relacionarse con los objetos del mundo hay que atravesar distintas fases en el desarrollo de la libido: autoerótica, narcisista y objetal → esto es monológico, el corte entre el sujeto y el mundo externo hace que sea necesario establecer un sistema motivacional que explique el vuelco hacia los otros. En el caso de freud esta motivación viene de las pulsiones, de las cuales no se puede escapar. Las distintas actividades mentales comienzan a desarrollarse en un segundo momento, como resultado de la adaptación del aparato psíquico al principio de realidad. Inicialmente este se rige por el principio de placer y posteriormente se ve obligado a desarrollar representaciones del mundo exterior para poder procurarse la alteración real del mismo, ya que la vía alucinatoria no es suficiente. Así como en la concepción monológica del self, el otro es “objeto de conciencia”, en Freud es básicamente “objeto de la pulsión”. Sujeto/objeto, placer/displacer y activo/pasivo son las 3 polaridades que gobiernan la vida anímica en general. Esto es claro a partir de la introducción de la pulsión. Primero el otro es incluido como parte de la vivencia de satisfacción, ejecutando la acción específica que se ocupa de la eliminación de las presiones endógenas. Luego, con la propuesta de pulsión, la otra persona comienza a ser objeto de pulsión Debido a que las pulsiones sexuales se apuntalan en otras funciones, los primeros objetos son aquellas personas encargadas de la nutrición y protección del niño. Pero es al proponer el modelo estructural, donde el otro adquiere un lugar novedoso en relación con el sujeto. Freud explica la conformación del superyó como resultante de una identificación con los objetos parentales durante el complejo de edipo. Describe una proceso de sedimentación en el yo, que lo transforma, y en el cual la identificación con el padre y la madre se unifican conformando el superyó. Así, freud otorga a los otros un lugar central en la conformación del psiquismo. Pero este proceso es el resultante de la resignación de las demandas pulsionales sobre los objetos parentales. Freud revoluciona la concepción vigente del sujeto y va más allá de la consideración del otro como objeto de conciencia. El otro, mediante la introyección, es contenido estructural del psiquismo a condición de haber sido primeramente “objeto” de la pulsión. De la misma manera en que la concepción monológica enfatiza la conciencia y hace del otro objeto de esa conciencia, Freud, al proponer la pulsión como elemento central del psiquismo, hace del otro objeto de la pulsión. Freud señala que bajo el mundo de representaciones que guían nuestro operar consciente subyace otro, inconsciente, poblado de representaciones inconciliables reprimidas, que tiene como piedra angular las pulsiones. De esta manera, al conjunto de representaciones que destaca la concepción monológica, Freud le agrega otro, de representaciones inconscientes y demandas pulsionales que hacen uso de las representaciones conscientes y preconscientes para lograr la satisfacción. Las representaciones tienen un lugar central en la teoría freudiana. La separación entre monto de afecto y representación se postula ya en las primeras publicaciones psicoanalíticas. La represión consiste en quitarle el monto de afecto a una representación inconciliable. Posteriormente este monto de afecto se transpone al cuerpo, a un objeto externo o a otra representación no inconciliable. En el primer caso hay una histeria de conversión, en el segundo una fobia y en el tercero ideas obsesivas. No sería posible conocer la existencia de la pulsión por fuera de su relación con la representación. Por eso, cuando se habla de represión, hay que considerar que se ha hecho con la representación, y por

otro lado que se ha hecho con el monto de afecto. La labor psicoanalítica consistirá en restablecer la conexión de representaciones y montos de afectos que han sido desligados por la represión. El momento en que se produce la ligazón se conoce como insight. En sus primeros escritos, Freud manifiesta su objetivo de desarrollar una teoría de la mente de acuerdo con el modelo de las ciencias naturales → en ese entonces (1895) se creía posible establecer una clara separación entre sujeto y objeto → en ese contexto, la teoría es entendida como una guía para el psicoanalista, en su intento por descubrir y encontrar las verdaderas causas de lo que está sucediendo en el objeto abordado. Es, además, la función descriptivo-referencial del lenguaje la que prima: lo que se transmite se corresponde con lo observado. Freud habla de que las construcciones deben recuperar la verdad histórica del paciente, aquello que aconteció y se encuentra reprimido, esta construcción, acarrea la verdad de lo vivido por el paciente. Al desarrollar sus ideas sobre el inconsciente, Freud revoluciona la concepción vigente del self, pero mantiene algunos de sus atributos centrales: énfasis en el corte entre adentro y afuera, y entre lo somático y lo psíquico; el otro como objeto, el lugar central de las representaciones, y un entendimiento del lenguaje como descriptivo-referencial. De todas maneras, Freud parece haber tenido una noción no formulada de algunos de los atributos del self dialógico: en su teoría sobre la técnica y el establecimiento del encuadre analítico consideró, incluso, que éstos podrían ser un problema para el trabajo psicoterapéutico. La formulación de las reglas mediante el establecimiento del encuadre es un intento por establecer un punto de partida en el proceso analítico, que produce un corte con todo aquello a lo que el paciente viene respondiendo dialógicamente. El consultorio, el diván y la particular interacción con el analista viene a favorecer el apartamiento de las prácticas en las que uno está inserto y participando; la descomposición de enunciados por el requerimiento de la asociación libre contribuye a evitar el entendimiento responsivo del analista. Por el lado del analista, la atención flotante volcada sobre lo producido por la asociación libre del paciente también parece evitar este entendimiento responsivo, así como el contacto entre conciencias propio de lo dialógico. De esta manera se evita el desarrollo de la ritmicidad; el proceso psicoanalítico queda basado en un necesario retiro del mundo, donde el analista se convierte en un objeto sobre el cual transferir y el paciente en un objeto sobre el cual intervenir. La presencia de lo dialógico debe articularse entonces, a partir de 4 movimientos que han tenido lugar y que tienden naturalmente a una convergencia→ del adentro/afuera hacia los espacios entre, de la relación sujeto-objeto a la relación sujeto-sujeto, del insight a la acción y la priorización de la función constitutiva del lenguaje por sobre su función descriptiva....


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