09. Arte. Genealogía del Cristianismo PDF

Title 09. Arte. Genealogía del Cristianismo
Author salvador castillejo carmona
Course Historia de los Estilos e Iconografía
Institution Universidad de Granada
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GENEALOGÍA DEL CRISTIANISMO COMO RELIGIÓN ROMANA (Notas para los alumnos de Historia del Arte. Profesor José Fernández Ubiña) Visto en conjunto, la expansión y desarrollo inicial del Cristianismo conoció, al menos, tres fases: A) En sus principios palestinenses, fue en esencia una secta o grupo judío que reclamaba para sí la tradición y las Escrituras hebreas, pero acabó conformando una religión antijudía, responsable principal del antisemitismo teológico. De este modo nos encontramos con la paradoja histórica de que, al menos desde hace 18 siglos, los cristianos se han sentido extraños, si no enemigos, de la religión de la que nacieron y de la que se declararon inicialmente sus fieles más auténticos. B) En sus primeros contactos con el mundo griego, sobre todo en el siglo II, un amplio sector de las élites cristianas gustaba presentarse como una escuela o corriente filosófica que reclamaba para sí la posesión de la Verdad y del más elevado ideario ético (cf. infra, punto 25). Quizá por eso el cristianismo acabó degradando la filosofía a auxiliar y esclava de la teología. En ese tiempo, algunos movimientos cristianos compartían algunas creencias y formas de vida de su entorno pagano, y otros estaban fuertemente empapados de la traición judía. De ahí que una de las tareas más urgentes fuese definir su propia identidad religiosa y moral frente a judíos y paganos. C) En el mundo romano occidental, en fin, el cristianismo se difundió como una nueva religión, con la peculiaridad de pretender ser la única verdadera y con capacidad para defender la sociedad y el Imperio (cf. infra, punto 26). Consecuentemente, su triunfo le llevó a la demonización y persecución de las restantes religiones clásicas. Al menos desde el siglo III, su preocupación principal no es la identificación ante terceros, sino articular la extraordinaria diversidad de quienes se proclaman cristianos. En estas páginas se abordará, sobre todo, la fase A), cuyo presupuesto básico es la extraordinaria vitalidad del Judaísmo en los siglos I a.C. y d.C., con percepciones y movimientos internos sumamente variados, contradictorios a veces e incluso abiertamente enfrentados.

1. Jesús, un judío “laico”, sin autoridad institucional de ningún tipo, probable seguidor de Juan Bautista, formó un grupo religioso independiente, no muy distanciado ideológicamente de su maestro. Su mensaje era “sencillo y sublime ” (Harnack), de carácter apocalíptico (Mc 9,1; 13, 30), y su actitud “desacralizadora” de importantes tradiciones y rituales judíos (impurezas, alimentos, sábado, Templo…). Su muerte inesperada (quizá el 7 de abril del 30. El 23 de marzo del 29, según Lactancio, De mort. 2) atemorizó y desconcertó a la mayoría de sus seguidores, algunos de los cuales regresaron decepcionados a sus ocupaciones previas en Galilea (Jn 21, 23). 2. Diversas apariciones de Jesús resucitado (¿a mujeres histéricas, como aseguraba el pagano Celso? ¿A fieles incrédulos, como aseguran los Evangelios?) relanzaron la fe en sus doctrinas apocalípticas, engrandecieron su figura como profeta y mesías, la enriquecieron con atributos y títulos de tonos sobrenaturales (inicio de la Cristología) y llevaron a un replanteamiento de la tradición judía (la Resurrección de Jesús inauguraba el Reino de Dios).

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3. Movidos por estas convicciones, sus más fieles seguidores (los Doce, los Apóstoles) se instalaron en Jerusalén, donde esperaban la llegada del Reino y de la Parusía. Muchos vivían en comunidad, con propiedades compartidas, y todos se mantuvieron fieles a la liturgia judía en torno al Templo. No obstante, en sus frecuentes reuniones en casas particulares fueron esbozando una liturgia propia, siempre en consonancia con la mentalidad y la religiosidad del Judaísmo. Su predicación en Jerusalén, donde acudían anualmente millares de peregrinos, extendió su ideario y amplió sus adeptos entre judíos procedentes de ciudades y regiones distantes. Pero se mantuvo la idea de una sola comunidad o Iglesia con sede en esta ciudad santa, capital del Reino celestial esperado. Ninguno de ellos era “cristiano” en el sentido moderno de la palabra, y sus creencias en absoluto implicaban la fundación de una religión nueva. Su primera denominación quizá fuese “nazarenos” (Mt 2, 23; Hch 24, 5) y su principal tarea convencer a sus hermanos judíos. 4. Pronto surgieron divisiones graves en el seno de esta Iglesia-madre jerosolimitana. Un sector, conocido como “helenistas”, se sintió marginado social y religiosamente y se dio una organización propia (en la que luego se vería el inicio del “diaconado”). Sus ideas hostiles al Templo y a los sacerdotes provocaron su persecución por parte de éstos y el linchamiento de uno de los helenistas, Esteban (protomártir cristiano). Los demás helenistas huyeron de Jerusalén, donde permanecieron, tranquilamente, los restantes seguidores de Jesús, es decir, los “hebreos”, liderados por Pedro.

5. En su diáspora por zonas no controladas por el Sanedrín (Gaza, Samaría, Sidón, Tiro, Cesarea, Chipre... y sobre todo Antioquia, que entonces, con unos 150.000 habitantes, podría ser la cuarta ciudad del Imperio, tras Roma, Alejandría y Éfeso), estos helenistas lograron numerosos conversos entre judíos y gentiles (paganos próximos al Judaísmo). Los dirigentes de Jerusalén supervisaban de cerca y rigurosamente esta misión helenista, en la que jugó un papel relevante Felipe “el evangelista”. Al parecer, el bautismo impartido por los helenistas era imperfecto, pues no transmitían el Espíritu Santo, cosa que sí hacían los emisarios de Jerusalén mediante la imposición de manos. Los helenistas no sólo descubrieron (sin quererlo) la eficacia de la misión, sino que se sintieron identificados con la actividad misionera de Jesús (incluso en territorio gentil: Mc 7, 24-29) y con sus sufrimientos, y quizá ello les inspiró nuevas ideas cristológicas (Jesús como el siervo inmolado y Redentor del que habla Isaías 53) y la redacción, hacia el año 50, del evangelio más antiguo, que posteriormente sería modificado y atribuido a Marcos. Esto podría explicar que en este evangelio ni los apóstoles ni los familiares de Jesús sean discípulos brillantes (Mc 4, 40-41; 6, 4. 52; 7, 18; 8, 1718. 33; 9, 32; 10, 26; 14, 30-41. 50. 70-72; 16,8), por lo que los evangelistas Mateo y Lucas procurarán rehabilitarlos.

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6. En los años 41-44, en una nueva persecución contra la Iglesia de Jerusalén, desencadenada por el rey Herodes Agripa I (h. 37-44) con el beneplácito del sumo sacerdote y parte del pueblo, fue decapitado uno de los Doce, el apóstol Santiago “el Mayor”, hermano de Juan, ambos hijos de Zebedeo. Algunas leyendas medievales consideran a este Santiago el evangelizador de Hispania y sitúan su tumba en Santiago de Compostela, que le debe el nombre. Este fue el primer apóstol que sufrió martirio. En esta misma persecución fue encarcelado Pedro (Hch 12), pero logró huir de Jerusalén y se incorporó a la misión iniciada por los helenistas. Otro Santiago (conocido como “el Menor”, “el Justo” y “el hermano del Señor”) será desde ahora el dirigente principal de la Iglesia-madre jerosolimitana y someterá a estricta supervisión a las comunidades que se iban formando dentro y fuera de Judea. Por su ascetismo e integridad religiosa, Santiago gozará de gran prestigio, incluso entre los fariseos, y ningún cristiano cuestionará su autoridad “universal” de tintes cuasi papales. La calma quedó pronto restablecida, a lo que pudo contribuir la muerte súbita del rey Agripa el año 44. Bajo la dilatada hegemonía de Santiago, a la comunidad jerosolimitana se incorporaron millares de judíos respetuosos con la Ley, sin que ello generara conflicto alguno (Hch, 21, 20).

7. Un enemigo fanático de los helenistas, el fariseo Pablo de Tarso, sufrió hacia el año 32 una profunda crisis espiritual y se adhirió a ellos (no sin antes ganarse su confianza gracias a la intermediación de su amigo Bernabé, un levita chipriota). Durante doce o quince años llevó a cabo una misión evangelizadora por la Arabia romana, Siria y Cilicia. Son años oscuros en los que Pablo parece bien avenido con las autoridades cristianas de Jerusalén, pero sufrió los primeros hostigamientos por parte de gentiles y judíos y una nueva experiencia visionaria (2 Cor 11-12). En estas fechas, a la comunidad de Antioquia (capital de Siria y lugar de encuentro de pueblos y culturas diversas) se estaban incorporando numerosas personas procedentes de la gentilidad (paganos), lo que provocó recelos de las autoridades jerosolimitanas (no demasiado convencidas de que el mensaje de Jesús interesara también a los gentiles y que éstos pudieran compartirlo en plena igualdad con los judíos). Piénsese que la entrada masiva de gentiles (no de unos pocos) en la “secta” cristiana planteaba problemas de gran trascendencia para la mentalidad judía tradicional. Para tener mejor información y actuar en consecuencia, sobre el año 42 la

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Iglesia de Jerusalén encargó a Bernabé que supervisara el recto proceder de la comunidad antioquena. Bernabé no sólo dio su aprobación a esta comunidad mixta, sino que en torno al 45 fue en busca de Pablo y le pidió colaborar en la organización y dirección de esa bulliciosa y creciente iglesia, donde por primera vez se llamó “cristianos” a los seguidores de Cristo (Hch 11, 26), término éste que para un pagano era simplemente un nombre propio, no un título (mesías). De ahí que sólo lo utilizaran los no cristianos, como se observa en las otras dos veces que aparece esta denominación (“cristianos”) en el NT (Hch 26, 28 y 1Pedro, 4, 16). La antigüedad y dinamismo de esta comunidad (como las de Damasco, Éfeso, Roma, Cartago y tantas otras) prueban que el cristianismo se fue difundiendo mediante un número incalculable de pioneros anónimos (en este caso, seguramente de vinculación “helenista”), de los que nunca sabremos nada. Su decisiva labor no debe quedar eclipsada por la de otros personajes mejor conocidos, como Pablo, Pedro o Santiago, si bien es cierto que, pues dependemos en casi todo de Hechos de los apóstoles, también estos personajes llevaron a término otras muchas empresas que Lucas no menciona y nunca conoceremos.

8. Tras uno o dos años de labor pastoral en Antioquia, cuya comunidad prosperaba bajo la dirección de “profetas y maestros”, Bernabé y Pablo (h. 47/48) realizaron un largo viaje misionero por Chipre (donde ya había cristianos y convirtieron al procónsul Sergio Paulo), Panfilia y la provincia romana de Galatia (Asia Menor). El lugar donde solían predicar eran las sinagogas. Aunque a veces despertaron una feroz hostilidad entre judíos y/o gentiles (en Listra Pablo fue apedreado y dejado por muerto), en casi todas partes consiguieron bastantes adeptos y fundaron iglesias de carácter mixto (judíos y gentiles). En las ciudades con escasa presencia de judíos, y carentes por ello de sinagogas, es probable (no tenemos certeza al respecto) que improvisaran una organización propia encabezada por presbíteros (a imagen de Jerusalén) o por obispos y diáconos, cargos todos de rango y funciones similares. Lucas, el autor de Hechos, deja claro el giro cada vez más acentuado de la predicación hacia el entorno gentil, en general mejor predispuesto que el judío. Desde el principio de esta misión Pablo es sistemáticamente llamado tal, y no Saulo (nombre hebreo), lo que quizá refleje esta orientación prioritaria hacia los gentiles. Al igual que en Antioquia, también aquí la conversión multitudinaria de personas no-

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judías (paganos o “temerosos de Dios”) despertó reticencias graves y problemas nuevos que exigieron una pronta solución. NB. Cabe la posibilidad de que este “primer viaje misionero” se realizara después del encuentro en Jerusalén que se menciona a continuación, o que Pablo hiciera dos visitas a Jerusalén (una el año 48 y otra el 50 aproximadamente), como sugiere Hch 11, 29-30 y 15, 1-4.

9. Para aunar criterios, hacia el 48/50 Pablo, Bernabé y Tito (cristiano de origen pagano, leal colaborador de Pablo) visitaron Jerusalén y se entrevistaron con las “columnas” de la Iglesia: Santiago (ahora autoridad máxima), Pedro y Juan. Esta entrevista, a veces denominada “concilio de Jerusalén”, fue muy tensa y acabó en un acuerdo impreciso (Hch 15; Gal 2, 9-10), según el cual Pablo y los suyos evangelizarían a los gentiles (incircuncisos) y Pedro y los suyos a los judíos (circuncisos). Con toda probabilidad, este acuerdo sólo tendría vigencia en Judea y regiones de tradición judía, pero no en la diáspora, donde se documenta la presencia de misioneros cristianos de todas las tendencias. En el encuentro de Jerusalén también se aceptó que Tito no se circuncidara (aunque fieles de mentalidad farisea exigían la circuncisión de los conversos) y los dirigentes cristianos de la ciudad se limitaron a pedirles que se “acordaran de los pobres”, o sea, que siguiesen mandando ayuda económica a la humilde Iglesia madre. Silas (o Silvano, que era ciudadano romano) y Judas, en representación de las autoridades jerosolimitanas, los acompañaron de regreso a Antioquia como garantes del acuerdo. NB. Cabe la posibilidad de que en este encuentro también se aprobara el “decreto apostólico” propuesto por Santiago y del que se hace mención en el punto siguiente.

10. La comunidad mixta de Antioquía, con participación de Pedro, Pablo y Bernabé, celebraba su liturgia en común, en particular las comidas y rituales eucarísticos (fracción del pan). Esto escandalizó a las autoridades de Jerusalén, partidarias de la separación (cristianos de estirpe judía por un lado, cristianos de origen gentil por otro). La llegada de partidarios de Santiago (opuestos a esta comunión religiosa), atemorizó a muchos, incluyendo a Pedro y Bernabé, que abandonaron las celebraciones conjuntas. Esto provocó la indignación de Pablo, que criticó duramente a los timoratos (Gal 2, 13), rompió prácticamente con Jerusalén y escribió a los Gálatas (donde también algunos fieles estaban dando marcha atrás y cuestionaban la autoridad “apostólica” de Pablo) para reafirmarlos en “su evangelio” frente a la Iglesia-madre (quizá demasiado prudente y apegada al Judaísmo tradicional), ratificar su condición de apóstol y proclamar de manera tajante que, entre los bautizados en Cristo, no podía haber diferencia alguna –en el orden religioso- por ser “judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer” (Gal 3, 28). Todos, como Abraham, estaban justificados por la fe, y no necesitaban la Ley ni la circuncisión para pertenecer al “pueblo elegido”. Así pues, lo que en realidad se debatía era esto: ¿Hasta qué punto un gentil debía judaizar o convertirse al Judaísmo para ser admitido en el grupo de los cristianos? Fueron días decisivos. Pablo parecía pensar –con razón- que, si se cedía en el tema de la “comensalidad”, pronto habría que ceder también en la circuncisión, y el cristianismo (el “nuevo camino” decía él) perdería toda la originalidad y trascendencia que Pablo le atribuía (y que no muchos compartían entonces). Quizá fuese ahora cuando Jerusalén, a propuesta de Santiago, decidió que los conversos de la gentilidad debían respetar al menos estos principios: rechazo de la idolatría, pureza sexual y abstención de sangre y de animales estrangulados. Este es el llamado “decreto apostólico”, que se basa en las prescripciones contempladas en el Levítico 17-18 para los extraños que vivían con los judíos. Aunque fue una decisión conciliadora, las discrepancias sobre la comensalidad perduraron largo tiempo y posiblemente, como apuntó Slee, dejaron su impronta en la Didajé 110 (donde se dan instrucciones para que los gentiles participen de las comidas eucarísticas) y en

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el evangelio de Mateo (dirigido a los herederos de los judaizantes que se oponían a Pablo, pero que, tras las guerras judías, deseaban acercarse a los gentiles sin abandonar su ideario judío). ·En otros puntos de la Ley mosaica, en particular la circuncisión de los gentiles, nunca se llegó a un acuerdo y las desavenencias se mantendrían durante siglos. El “nuevo camino” de los cristianos era, pues, un fenómeno judío al cien por cien. No obstante, visto en perspectiva histórica, el “concilio” de Jerusalén supuso una revalorización de su identidad y un paso inicial hacia su conformación, muchos años después, como religión independiente y diferenciada del Judaísmo.

11. Durante los años 5058 Pablo, acompañado de un puñado de fieles (Silas, Timoteo, Tito, Lucas... pero no Bernabé), realizó diversos viajes por Asia Menor, Macedonia (a donde se dirigieron impulsados por una visión nocturna de Pablo) y Grecia, consolidando o fundando una docena de comunidades a las que denominaba “iglesias” (Filipos, Tesalónica, Berea, Corinto, Éfeso...). A pesar del compromiso alcanzado en el “concilio de Jerusalén”, a pesar de seguir predicando preferentemente en las sinagogas y a pesar, en fin, de aceptar la circuncisión de Timoteo (hijo de madre judía y padre gentil), en la mayoría de las ciudades Pablo despertó entre los judíos una violenta animadversión y fueron pocos los que se convirtieron (Hch 13, 50ss). Su mensaje, si bien fue ridiculizado en Atenas (hogar y símbolo del helenismo), caló algo más entre los gentiles, a los que no exigía ni la circuncisión ni el respeto a la Ley (que por lo demás era algo desconocido para los griegos). La fe en Cristo resucitado era justificación suficiente, si bien implicaba un alto comportamiento ético inspirado en Jesús y basado en el amor (Gal 5). En la crapulosa Corinto permaneció Pablo año y medio y con la colaboración de excelentes discípulos (Priscila y Aquila, Timoteo y Silas) formó una pujante y variopinta comunidad, a la que se sumaron gentiles y judíos (entre otros el arquisinagogo) de muy diversa condición social. Por una acusación de oponentes judíos, el año 51 o 52 Pablo debió comparecer ante el procónsul Galión (hermano de Séneca), que desestimó las acusaciones por tratarse de temas internos al Judaísmo (Hch 18, 12-17). Posteriormente estuvo dos años y medio en Éfeso, lo que le permitió consolidar esta comunidad y fundar otras en poblaciones próximas, pero

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también debió afrontar la hostilidad de los artesanos y devotos de Artemisa, cuyo templo -una de las maravillas del mundo- atraía numerosos visitantes y proporcionaba pingües beneficios a la ciudad.

12. Estas nuevas comunidades conocieron problemas y desavenencias de carácter litúrgico, religioso y moral (enfrentamientos con judíos tradicionales, espera impaciente de la Parusía, bautismo de difuntos, vuelta a la idolatría, desafueros sexuales, discriminaciones sociales en la eucaristía, facciones religiosas…), que en ocasiones resultaban escandalosas y desprestigiaron a Pablo. Es probable que esto le hiciera dudar, pero a la postre no desistió de su empeño, sino que las visitaba con frecuencia (a veces sin éxito) o les enviaba cartas con algún discípulo y les daba instrucciones de todo tipo. Al menos siete de esas cartas se han conservado, con más o menos interpolaciones y modificaciones. Nadie tenía todavía conciencia de estar alejándose del Judaísmo. Más bien al contrario, todos creían estar llevándolo a su perfección espiritual. De hecho, el propio Pablo no tiene empacho en proclamarse “fariseo” (Hch 23, 6) y en recordar que practica la circuncisión (Gal 5, 11), y los cristianos a su vez eran vistos como una secta judía (Hch 24,5. 14; 28,22), lo que no evitaba su persecución (1 Tes 2, 14-16). En todo caso, las iglesias paulinas fueron durante decenios minoritarias y se vieron acosadas no sólo por los judíos, sino también por muchos judeocristianos que veían peligrosas o heréticas algunas de sus doctrinas y formas de vida. 13. Quizá para librarse de la opresiva supervisión de Jerusalén, Pablo proyectó (Rom 15, 24) evangelizar la remota España (Spania), proyecto que probablemente nunca realizó. Pero l a orientación occidental de la misión paulina arrastró en la misma dirección a otros (incluidos sus enemigos) y fue un factor decisivo en la conversión del cristianismo en religión “greco-romana” (lo que a menudo ha hecho olvidar su trascendental implantación en pueblos y regiones limítrofes del Imperio y con culturas muy diferentes). En su epístola a los romanos, escrita hacia el 57, expone Pablo lo esencial de su doctrina...


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