Animus y Anima, dos ensayos PDF

Title Animus y Anima, dos ensayos
Author Yamandú Sabini Celio
Course Psicologia
Institution Universidad Católica del Uruguay Dámaso Antonio Larrañaga
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Traducción de dos ensayos de Emma Jung, Animus y Anima....


Description

Emma Jung Ánimus y Ánima Dos ensayos

Traducción y notas de Yamandú Sabini 1

Título original: Animus and Anima. Two Essays. “On the Nature of the Animus”, translated by Cary F. Baynes. “The Anima as an Elementeal Being”, translated by Hildegard Nagel. Copyright © 1957, 1985 por Spring Publications, Inc. New Printing 2004. ISBN 0-88214-301-8

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Índice

Acerca de la autora …......................................................................... p. 5 Nota Preliminar …............................................................................. p. 7 Sobre la Naturaleza del Ánimus …...................................................... p. 9 El Ánima como un Ser Elemental …................................................... p. 33

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Emma Jung (1882 - 1955)

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Acerca de la Autora Su nombre era Emma Rauschenbach, y nació en Suiza en el año 1882. En 1903, siendo ya psicóloga, contrajo matrimonio con Carl Gustav Jung. Fue analista, docente y escritora, y desarrolló un notable interés por las leyendas artúricas. En 1960 se publicó en alemán -en forma póstuma para ella-, su obra La Leyenda del Grial desde una Perspectiva Psicológica (Barcelona: Kairós, 1999), escrita junto a Marie-Louise von Franz. “Sobre la Naturaleza del Ánimus” fue leído en el Club Psicológico de Zürich en noviembre de 1931 y se editó por primera vez, en forma un poco más amplia, en Wirklichkeit Der Seele (Zürich, Rascher Verlag, 1934). La versión leída para el Club fue la que tradujo al inglés Mrs. Baynes, y posteriormente apareció en la publicación Spring 1941. “El Ánima como un Ser Elemental ” en alemán fue titulado “Die Anima Als Naturwesen” y apareció en Studien Zur Analytischen Psychologie C.G. Jungs (Zürich: Rascher Verlag, 1955), vol. 2. Ambos ensayos fueron traducidos al inglés en 1955. Emma Jung murió en Zürich, precisamente ese mismo año.

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Nota Preliminar del Traductor

Tal como se aclara en otra nota, los presentes ensayos vieron la luz por primera vez entre los años 1930 y 1955. No es casualidad que los mismos -y sus respectivas traducciones- sigan editándose hoy, más de cincuenta años después. Sucede que además de explicar con meridiana claridad determinadas aristas de esos dos aspectos de la personalidad a veces tan difíciles de discernir (el ánimus en la mujer, el ánima en el hombre), ambos trabajos se constituyen en riquísimos puntos de partida hacia otras obras. Muchas de éstas -cuentos y leyendas tradicionales-, resultan más que familiares para la cultura occidental, y en su relectura -también en su rememoración-, aparecerán nuevas interpretaciones a los ojos del lector, interpretaciones que sin duda ayudarán a comprender un poco mejor los complejos fenómenos del ánimus y el ánima, y con ello a facilitar su identificación. Las notas al pie o notas finales sin corchete, remiten a las notas que figuran en las traducciones al inglés de Cary F. Baynes (“Sobre la Naturaleza del Ánimus”) y Hildegard Nagel (“El Ánima como un Ser Elemental”), citando las obras de referencia en español en caso de existir las mismas. En los casos contrarios, figuran las obras que aparecían citadas en ambas traducciones. Las notas entre corchetes son notas del traductor. Una última consideración: con respecto al concepto de Selbst, muchas veces traducido como “Sí mismo” o self, he preferido mantener en este trabajo la voz alemana original, puesto que de ese modo se evita cualquier posibilidad de confundir conceptos. Al hablar de Selbst en un contexto junguiano, todos sabremos de qué estamos hablando.

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SOBRE LA NATURALEZA DEL ÁNIMUS

El ánima y el ánimus son dos figuras arquetípicas de muy especial importancia. Por un lado forman parte de la conciencia individual, y por otro, están arraigadas en lo inconsciente colectivo, formando así un vínculo o puente entre lo personal y lo impersonal, entre lo consciente y lo inconsciente. Dado que en su género una figura es femenina y la otra masculina, C. G. Jung las ha llamado respectivamente “ánima” y “ánimus”.1 Jung entiende estas figuras como complejos de función que se comportan en forma compensatoria hacia la personalidad externa, esto es, actuando como si fueran personalidades internas que exhiben las características de las que carece la personalidad exterior, la personalidad manifiesta y consciente. En un hombre, se trata de características femeninas; en una mujer, son masculinas. Aunque normalmente ambas siempre están presentes, sólo lo están en cierta medida, pues, no logran adecuarse al funcionamiento de la persona orientado hacia el exterior, porque perturban su adaptación al entorno, distorsionan la imagen ideal establecida que la persona tiene de sí misma. Sin embargo, el carácter de estas figuras no sólo está determinado por las características sexuales latentes que representan, sino que existen tres factores fundamentales que lo condicionan; primero, el carácter de la figura está condicionado por la experiencia que cada persona ha tenido a lo largo de su vida con personas del sexo opuesto; segundo, por la imagen colectiva de la mujer en la psique del hombre individual; y tercero y último, por la imagen colectiva del hombre en la psique 1. C. G. Jung. Tipos Psicológicos. Barcelona: Edhasa, 2008. Cap. XI, secc. 8, 9, y también "Las Relaciones entre el Yo y lo Inconsciente" incluido en Dos escritos sobre Psicología Analítica, Obra Completa, Vol. VII. Madrid: Trotta, 2000.

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individual de la mujer. Estos tres factores se mezclan inextricablemente entre sí para formar algo que no es ni una imagen única, ni tampoco una experiencia específica y determinada, sino una entidad que, en su actividad, no tiene coordinación orgánica con las demás funciones psíquicas. Esta entidad se rige como por una ley propia, interfiriendo en la vida del individuo como si fuera un elemento extraño a él; algunas veces la interferencia es útil y benéfica; otras veces es perturbadora, cuando no destructiva. Tenemos, por consiguiente, motivos suficientes para preocuparnos por estas entidades psíquicas, e intentar alcanzar a comprender de qué forma influyen en nosotros. Si en las líneas siguientes presento al ánimus y sus manifestaciones como realidades, el lector debe recordar que hablo de realidades psíquicas,2 que si bien no pueden compararse con las realidades concretas, tampoco por ello son menos verdaderas. Trataré de presentar aquí algunos aspectos del ánimus en sus manifestaciones externas, sin la pretensión, no obstante, de que llegaré una total y completa comprensión de un fenómeno tan extraordinariamente complicado como éste. Pues al abordar el tema del ánimus debemos recordar que no estamos tratando sólo con una entidad absoluta e inmutable, sino también con un proceso espiritual. Es mi intención limitarme aquí a las formas en las que el ánimus aparece en su relación con lo individual y con la conciencia. De las Manifestaciones Conscientes y Externas del Ánimus La premisa desde la que parto es que cuando tratamos con el ánimus, estamos tratando con un principio masculino. Pero, ¿cómo puede caracterizarse a ese principio masculino? Goethe hace que Fausto se pregunte -mientras está ocupado en la traducción del Evangelio según San Juan-, si el pasaje que dice “En un principio existía el Verbo”,3 no se leería mejor si dijera “En un principio existía la Fuerza”, o también, el “En un principio existía el Sentido”.4 Finalmente, Goethe hace que su personaje escriba: “En un principio existía la Acción”. Con estas cuatro expresiones (verbo, poder, espíritu, acción) -que quieren reproducir al logos griego-, en verdad parece expresarse la quintaesencia del principio masculino. Al mismo tiempo, en el conjunto de estos cuatro vocablos encontramos una secuencia progresiva, siendo cada etapa -cada palabrarepresentada en la vida así como también en el desarrollo del ánimus. El poder corresponde muy bien a la primera etapa. Después viene la acción, luego la palabra, y finalmente, como última etapa, el espíritu. En lugar de poder, mejor podría decirse “poder dirigido”; hablaríamos entonces de “voluntad”, porque el mero poder no es ni humano, ni tampoco espiritual. Esta tétrada vinculada al principio del logos presupone, como vemos, un elemento de la conciencia, porque sin conciencia no pueden concebirse ni la voluntad, ni la palabra, ni la acción, ni tampoco el espíritu. Así como hay hombres que se destacan por su fuerza física, hombres de acción, hombres de palabra y hombres de sabiduría, también la imagen del ánimus será de uno u otro modo según la etapa particular de desarrollo personal en que la mujer se encuentre, o según los dones naturales que ella misma pueda tener. Esta imagen puede ser transferida a un hombre de carne y hueso que, según lo que él despierte en la mujer, se corresponda con su ánimus. Alternativamente, esta imagen puede aparecer en sueños o en fantasías; pero desde que representa una realidad 2. En relación al concepto de “realidad psíquica”, véase la obra de CG Jung, sobre todo Tipos Psicológicos, op. cit., cap. I. 3. [Según la versión en castellano consultada (J. W. Von Goethe. Fausto. Madrid: Ediciones Cátedra, 1987, 2007, pp. 141 y 142), la nota al pie Nº 13, dice: “La palabra inicial del Evangelio de San Juan v erbum, en griego logos, la traduce Goethe, siguiendo el Génesis, como Acción, lo que constituirá el Decálogo de su futura vida.”] 4. [En su traducción al inglés, Cary F. Baynes empleó la palabra Meaning. En castellano la acepción del vocablo varía según la interpretación que hace el traductor del Fausto; es así que en algunas traducciones puede leerse “espíritu” como acepción de meaning. En la traducción del Fausto consultada para este trabajo, figura la palabra sentido, que es la que se ha tomado para la traducción de estos ensayos, pues además la palabra “espíritu” es a la vez empleada varias veces en el citado pasaje de la obra de Goethe, como el motor que lleva a tomar la decisión al protagonista.]

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psíquica viva, la imagen se torna algo sumamente intenso y vivo en el interior de la mujer, influyendo definitivamente en todo lo que ella hace. Para la mujer primitiva, o la mujer joven, o para lo primitivo en cada mujer, un hombre que se destaca por sus proezas físicas se convierte en una imagen del ánimus. Los héroes de leyendas, o las celebridades casuales de hoy, los vaqueros, los toreros, los aviadores, los hombres que practican deportes de riesgo, Etc., constituyen ejemplos típicos de esta proyección. Para mujeres algo más exigentes, la figura del ánimus será la de un hombre que lleve a cabo acciones, en el sentido en que él dirige su poder hacia algo de gran trascendencia. Los límites y transiciones entre estas etapas no son siempre bien definidos, porque el poder y la acción están mutuamente condicionados. Por otra parte, un hombre que predomine sobre la “palabra” o sobre el “espíritu”, representará una tendencia esencialmente intelectual, porque la palabra y el espíritu corresponden por excelencia a las aptitudes mentales. Un hombre así representará el ánimus en el sentido más estricto, siendo percibido como guía espiritual y encarnará a la vez los dones intelectuales de la mujer. En la mayoría de los casos, esta es la etapa en la que el ánimus se vuelve bastante problemático, por lo que hablaremos sobre ella más profundamente. La imagen del ánimus representando las etapas de poder y de acción se proyecta en la figura de un héroe. Hay mujeres en las que este aspecto de su masculinidad se coordina armoniosamente con el principio femenino, y esta concordancia les brinda una ayuda realmente efectiva. Éstas son mujeres activas, llenas de energía, valientes y fuertes. Pero también están aquellas en quienes la integración ha fallado, mujeres que han sido invadidas por un comportamiento masculino que les acaba suprimiendo el principio femenino. Estas mujeres son recias, groseras, brutas, marimachos; las “Jantipa”5 que se destacan más por su agresividad que por ser meramente activas. En muchas mujeres, esta masculinidad primitiva también halla expresión en su vida erótica, y entonces su acercamiento al amor tiene un carácter agresivo típicamente masculino, y no es -como normalmente se da en las mujeres-, involucrado con un sentimiento determinado, sino que ese erotismo aparece como una función autónoma, una función ajena al resto de la personalidad, tal como ocurre predominantemente en los hombres. Mirándolo todo, sin embargo, puede suponerse que las formas más primitivas de la masculinidad ya han sido asimiladas por las mujeres. Hablando en general, hace mucho tiempo que ellas encontraron su aplicación en una forma de vida femenina, y también desde hace mucho han habido mujeres cuya fuerza de voluntad, resolución, actividad y energía, les han servido como fuerzas positivas para llevar a cabo sus muy femeninas vidas. El problema de la mujer actual parece más bien recaer sobre su actitud hacia el ánimus-logos, hacia el elemento intelectual masculino en el sentido más estricto; porque la ampliación de la conciencia en general, la adquisición de mayor conciencia en todos los campos, parece ser una exigencia inexorable -así como un don-, de nuestro tiempo. Una expresión de ésto es el hecho de que junto a los descubrimientos e invenciones de los últimos cincuenta años, también hemos asistido al comienzo del llamado movimiento feminista, la lucha de las mujeres por la igualdad de derechos con los hombres. Felizmente, hemos sobrevivido al peor producto de esta lucha, “las bluestocking”.6 La mujer ha aprendido que ella no puede convertirse en hombre porque primero, y antes que nada, ella es una mujer y debe ser una unidad. Sin embargo, el hecho es que una determinada cantidad de espíritu masculino ha madurado en la conciencia de la mujer, y debe encontrar su lugar y utilidad en la personalidad de ésta. Aprender a conocer estos factores, y coordinarlos a fin de que puedan desempeñar su papel en una forma significativa, es una parte importante del problema del ánimus. 5. [Jantipa: Esposa de Sócrates, famosa por su carácter agresivo y quejoso.] 6. [The Bluestocking Society fue un movimiento intelectual femenino del siglo XIX, inspirado en una agrupación francesa del mismo nombre. El término inglés -actualmente en desuso- correspondería al castellano sabelotodo. En su idioma original tenía más bien connotaciones despectivas, y estaba dirigido a cierto tipo de mujeres con pretensiones intelectuales.]

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A veces oímos decir que la mujer no tiene necesidad de ocuparse de cuestiones espirituales o intelectuales, que hacer esto sería tan sólo una estúpida imitación de las actitudes del varón, tal como la megalomanía de conducir autos deportivos. No obstante esto puede ser cierto en muchos casos, especialmente en algunos fenómenos que tuvieron lugar a principios del movimiento feminista, la imitación por sí sola no explica ni justifica suficientemente la cuestión. Ni la arrogancia ni la presunción nos conduce a la audacia de querer ser como Dios; esto es, en este caso, como el hombre. Nosotras no somos como Eva, cautivadas por la belleza del fruto del árbol de la sabiduría, ni hay una serpiente que nos anime a comer el fruto prohibido. No, allí ha venido a nosotras algo así como una orden; somos enfrentadas a la necesidad de morder esa manzana, ya sea pensando en que comerla esté bien o no, somos enfrentadas al hecho de que ese paraíso de naturalidad e inconsciencia, en el que muchas de nosotras permaneceríamos muy gustosamente, se ha ido para siempre. Así, entonces, es cómo están básicamente las cosas, aun si algunas veces en la superficie la realidad parece ser distinta. Y precisamente porque esto concierne a un momento decisivo en el desarrollo individual de la mujer es que es tan significativo, y no debemos desanimarnos ni asombrarnos si, en este proceso, nuestros esfuerzos no tienen éxito o si caemos en alguna exageración. Si el problema no es enfrentado, si la mujer no satisface adecuadamente las demandas de su conciencia o de su actividad intelectual, el ánimus se vuelve autónomo y negativo, trabajando destructivamente en la propia individualidad de la mujer y en sus relaciones con las demás personas. Podemos explicar este hecho así: si la posibilidad de funcionamiento espiritual no es aceptada por la mente consciente, entonces esa energía psíquica cae en lo inconsciente, y allí activa el arquetipo del ánimus. Cargado con la energía que produce el fluir de vuelta a lo inconsciente, la figura del ánimus se vuelve en efecto tan autónoma y poderosa, que puede llegar a abrumar el ego consciente, y así finalmente es capaz de dominar por completo a la personalidad. Debo agregar aquí que parto de la visión de que en el ser humano existe una cierta idea básica a cumplir, así como, por ejemplo, en un huevo o en una semilla de trigo ya está contenida la idea de lo que la vida espera de ellos. Por eso hablo de una cantidad de energía psíquica disponible que está destinada a las funciones espirituales, y que entonces debe ser empleada en ellas. Expresado figuradamente en términos económicos, la situación es como en cualquier presupuesto doméstico o en cualquier tipo de empresa, donde distintas sumas de dinero son destinadas a distintos fines. Además, de vez en cuando, sumas que en algún momento fueron utilizadas con otros destinos volverán a estar disponibles, o bien porque ya no son necesarias para esos propósitos, o simplemente porque no pueden ser invertidas en otros asuntos. En muchos aspectos, este es el caso de la mujer actual. En primer lugar, la mujer de hoy rara vez encuentra satisfacción en la religión, especialmente si ella es protestante. La iglesia que una vez cubrió en gran medida las necesidades espirituales e intelectuales de la mujer, hoy no le ofrece ninguna alternativa satisfactoria. Antiguamente, el ánimus, conjuntamente con los problemas que acarrea, podía ser transferido hacia el más allá (para muchas mujeres, el Dios Padre de la Biblia era un aspecto metafísico, suprahumano de la imagen del ánimus), y mientras la espiritualidad pudiera ser convincentemente expresada en formas religiosas generalmente válidas, no había conflicto. Sólo ahora, cuando ésto no puede conseguirse, es que surge nuestro problema. Una razón más para creer que existe un problema respecto a la disponibilidad de energía psíquica, es que a través de la posibilidad de controlar la natalidad, una considerable cantidad de esta energía haya sido liberada. Asimismo, es difícil que la mujer por sí misma pueda estimar correctamente qué tan grande es esta cantidad de energía liberada, energía anteriormente necesaria para mantener una constante disposición a cumplir su cometido biológico. Una tercera causa yace en los avances tecnológicos que ofrecen nuevas formas y soluciones a tantas tareas en las que la mujer antes aplicaba su inventiva y su espíritu creativo. Donde antiguamente ella azuzaba el fuego de un hogar, remedando y cumpliendo así con el acto 12

prometéico, hoy ella abre una llave eléctrica o de gas, y en un santiamén enciende la cocina, sin tener la menor idea de los sacrificios del mito de Prometeo, 7 ni de las repercusiones que conllevan el olvido y la pérdida de este mito. Pues todo lo que no sea hecho a la usanza tradicional se hará en una nueva forma, y esto no es tan sencillo como parece. Hay muchas mujeres que, cuando llegan al punto en que deben enfrentar sus exigencias intelectuales, dicen: “mejor tendría otro niño”, con el fin de escapar de -o al menos postergar- la incómoda y perturbadora exigencia de su psique. Pero tarde o temprano una mujer debe buscar y encontrar la propia forma de satisfacer sus requerimientos inlelectuales, pues como es natural, las exigencias biológicas decrecen progresivamente después de la primera mitad de la vida; entonces un cambio de actitud se hace casi inevitable, si es que no se quiere caer víctima de una neurosis o de alguna otra forma de enfermedad. Además, no es sólo la energía psíquica liberada lo que enfrenta a la mujer con una nueva tarea: la conocida ley del momento justo, el kayros, a la que todos estamos sujetos y de la que no podemos escapar, aunque ocultando sus condiciones, entra también en escena. De hecho, nuestro tiempo parece necesi...


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