ARTE Bizantino PDF

Title ARTE Bizantino
Author Lore Novis
Course 3 Historia Medieval
Institution Universidad de la República
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Arte bizantino...


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ARTE BIZANTINO. Historia de los Estilos Artísticos I. Ursula Hatje. El Imperio bizantino nace bajo Constantino, al fijarse la nueva capital en Bizancio, una colonia griega, de vieja historia, que fue llamada desde entonces Constantinopla en honor del monarca. Se transformó en la capital del mundo griego, ya definitivamente separado del latino, y se convirtió así no solo en la capital del Imperio bizantino sino en la ciudad más importante de toda la época de la Edad Media. El Imperio bizantino es el que da continuidad, en los países del Mediterráneo oriental, al Imperio romano; su arte y su cultura descansan sobre dos pilares fundamentales: la cultura griega clásica y la nueva religión cristiana, que en el año 313 alcanzó los mismos derechos que las otras religiones del Imperio, aun cuando es preciso señalar que no fue declarada entonces como religión oficial, sino que co-existió durante algún tiempo con el paganismo y las diversas religiones de orígenes orientales. Constantinopla es la capital de los emperadores autocráticos y del gobierno centralista, así como el centro de la economía y el comercio, de la enseñanza, el arte y la civilización; el patriarca de Constantinopla se erige en cabeza de la religión cristiana ortodoxa. Bajo Justiniano se logra de nuevo la restauración del Imperio romano universal, pero poco después se inicia, con las conquistas de los lombardos en Italia, los persas de Oriente y la toma de los Balcanes por los avaros y los eslavos, el repliegue del Imperio sobre los países orientales. Tanto la defensa como las eventuales expansiones, en guerras casi ininterrumpidas, dominan toda la historia del Imperio bizantino. A los avaros y personas, vencidos definitivamente bajo Heraclio, suceden como enemigos seculares los búlgaros y los árabes islámicos, que ponen varias veces en peligro a Constantinopla. La lucha de los iconoclastas significa una grave crisis religiosa y de política interna: como reacción frente a los abusos de la iconodulía (culto a las imágenes) y el aumento del poder de los monasterios, y también bajo el influjo del Islam, enemigo de las imágenes, todas las obras figurativas religiosas se prohíben o se destruyen. Las vivas controversias teológicas y políticas acaban con el triunfo de la ortodoxia y dan lugar a una nueva clarificación y consolidación de los dos poderes jerárquicos centrales: la Iglesia y el Estado de signo imperial. Bajo la dinastía macedónica (desde el 867) se inicia una nueva expansión del Imperio, que alcanza a finales del siglo X su máxima extensión medieval en el este hasta el Cáucaso

y el Éufrates, y en el oeste, tras la aniquilación del primer reino búlgaro, hasta el Danubio y el Adriático. Como logro de la cristianización de los eslavos en el siglo IX se consiguió la dependencia eclesiástica y cultural de estos pueblos respecto de Bizancio. Durante el transcurrir del siglo XI progresa rápidamente la desmembración del Imperio, ocasionada no solo por enemigos exteriores, como los turcos seléucidas en el este, sino sobre todo por la decadencia de la rígida organización militar y gubernativa implantada por Heraclio. Y si bien es cierto que los emperadores de la dinastía de los Comnenos desde 1081 logran reafirmar, aunque por corto tiempo, la hegemonía bizantina en oriente, el Imperio sufre nuevas amenazas y debilitamientos que provienen del Occidente por las Cruzadas, el reino de los normandos en Sicilia y las ciudades italianas en surgimiento, especialmente Venecia. Aparecen entonces múltiples antagonismos políticos y culturales y, muy especialmente, los religiosos –que dieron lugar en el año 1054 al cisma y, con ello, a la Iglesia Ortodoxa, separada desde entonces de la Iglesia Católica-, que alcanzan su punto culminante en 1182, en la llamada “masacre de los latinos”, a consecuencia de la cual los venecianos dirigieron contra Constantinopla la cuarta Cruzada; la ciudad fue conquistada y se instauró así, en el Bósforo, la etapa que en la historia del Imperio bizantino se llama el Imperio latino. Los distintos períodos del arte bizantino se ajustan a las grandes fases de su historia política. Desde comienzos del siglo V se va creando un lenguaje formal artístico, propio y peculiar del Imperio romano de Oriente; pero solo en la época del emperador Justiniano (527-565) se inicia la primera etapa específicamente bizantina: el arte bizantino temprano, que abarca los siglos VI y VII. Después del período, pobre en monumentos, de la lucha de los iconoclastas, comienza hacia el 850 el arte bizantino medio, que perdura hasta el 1200 aproximadamente. Esta época, que caracteriza en esencia, forma y espíritu al arte bizantino, tiene dos fases: la de la dinastía macedónica (aproximadamente del 850 al 1050) y la de los Comnenos (aproximadamente del 1050 al 1204). El arte bizantino tardío se prepara durante el Imperio latino (1204 a 1261) y perdura a través de la dinastía de los Paleólogos. El arte bizantino florece después en los países eslavos y se transmite a través del Monte Athos. La Hagia Sofia en Constantinopla, la iglesia de la “divina sabiduría”, es la creación más madura de la arquitectura justiniana. Durante casi un siglo fue el centro espiritual del Imperio bizantino, catedral de los patriarcas, escenario de los actos estatales importantes y marco de un esplendoroso ceremonial en el que se manifestaban el poder y la dignidad del imperio teocrático. Justiniano es el fundador de la “gran iglesia”, y dos arquitectos y matemáticos, Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto, sus constructores. La iglesia se eleva sobre la ciudad con su enorme volumen constituido por grandes cubos y por una

amplia cúpula. El interior presenta un aspecto totalmente contrapuesto a su exterior: amplio, despejado, ligero, parece haber sido eximido de toda ley material. Un recinto cupular gigantesco, cuadrado, forma el centro del edificio; sobre cuatro anchas arcadas de pilares flota la cúpula lisa, inmersa en una luz sobrenatural gracias a las cuarenta ventanas que se abren en su arranque. Al este y al oeste, su enorme empuje se distribuye sobre medias cúpulas de diámetros iguales, sustentadas por pilares dispuestos octogonalmente y contrarrestados a su vez por tres nichos que se abren en arcadas entre ellas. En el norte y en el sur, los grandes arcos de la cúpula abrazan, cada uno, dos filas de columnas y de ventanas. Una serie de dependencias laterales rodea este enorme espacio a modo de capa óptico-espacial (excepto el nicho del recinto de altar): naves laterales con galerías altas, que forman una fuga de salas independientes, y en el oeste un nártex con una galería encima. Estas complicadas formas de recintos y bóvedas ofrecen perspectivas extraordinariamente ricas; contrastan con la amplitud, la abundancia de luz y la armonía del recinto principal, en el que las tremendas tensiones de los bovedajes, de las verticales (pilares) y horizontales (arcadas y cornisas circundantes por todas partes) están plenamente equilibradas. La estructura arquitectónica está cubierta especialmente por el revestimiento de las paredes con placas e incrustaciones polícromas de mármol, y el de las bóvedas con mosaico (gran cantidad de oro), y también por la dilución del ornamento arquitectónico incorpóreo, claroscuro. La iglesia de Santa Sofía constituye la cumbre absoluta de un arte clásico en el que han alcanzado su punto culminante dos corrientes o tradiciones artísticas distintas: de un lado, las tradiciones arquitectónicas y decorativas del arte clástico (helenístico y romano), y de otro, el estilo de los edificios abovedados del arte paleocristiano y del Asia Menos; al mismo tiempo, en el sistema de la distribución de espacio y paredes se establecen las bases de la arquitectura medieval. De las muchas iglesias destruidas que difundían antes el sistema y el estilo de la arquitectura de la capital por todo el Imperio, citaremos solo el tipo de la iglesia de los Apóstoles de Constantinopla y la de San Juan en Efeso: cinco (o bien seis) células espaciales amplias y luminosas –cúpulas sobre arcadas de pilares- se disponen en forma de cruz; sus muros exteriores están articulados en forma de basílica, y se les acompañan naves laterales y galerías altas formando espacios más oscuros. Este tipo arquitectónico es el que se adopta en el siglo XI en San Marcos de Venecia y en el siglo XII en Francia. Después de esta breve fase clásica se produce una reacción contra el ilusionismo espacial justinianeo, con retrocesos hacia las tradiciones arquitectónicas más antiguas. Con la transformación general de la estética y la mayor adaptación, en la construcción de iglesias, a la concepción teológica, se realiza un cambio decisivo de tipos y de estilos. Las iglesias de finales del siglo VI hasta el siglo VIII tienen un aspecto macizo y cúbico, con una apariencia fragmentaria y ambigua en las relaciones de las partes del recinto y las paredes; el contenido simbólico de las formas se desprende de su carácter racional y claro. Su núcleo lo constituye un recinto central cupulado sobre cuatro pilares, cuyo macizo espesor se plasma claramente en las cuatro bóvedas de cañón que les unen. Informa a este espacio

central una dirección longitudinal, resultante de grupos de arcadas que articulan las paredes laterales de relleno, las naves laterales y el profundo tramo ante el ábside. Éste forma con los ábsides laterales un espacio unitario transversal; al oeste se forma un segundo transepto con el nártex. Una innovación muy importante la constituye la perforación de los pesados pilares cupulares, que se logra de dos modos: primero mediante estrechos corredores y, más tarde, por pequeños espacios en forma de bóveda de arista, donde el volumen de dichos pilares queda absorbido, y la presión de la bóveda se distribuye bien sobre la pared, bien sobre los delgados y esbeltos pilares que sustentan el centro del recinto. A estas dependencias angulares se añaden, en el este, ábsides propios. Pronto se eliminan por completo las naves laterales exteriores. De este modo, tras una evolución consecuente y lógica, se crea, en la segunda mitad del siglo IX, el tipo ya maduro y clásico de la iglesia de cúpula de crucero. El recinto principal, cuadrado y central, está dominado por el bovedaje de crucería, con la cúpula en el centro. A esta unidad espacial primaria se subordinan los pequeños recintos con bóveda de arista que se encuentran entre los brazos de la cruz, y que más tarde también están cupulados, e igualmente el nártex al oeste (dos frecuentemente) y los tres ábsides al este, de los cuales el central aumenta el sentido espacial con su mayor altura y anchura. Este tipo de edificio es el que se convierte en normativo y sigue vigente en la arquitectura posterior del Imperio bizantino. Ciertamente, hay variación de un edificio a otro en planta y en alzado, en medidas, estilos y formas particulares, pero siempre domina la cúpula sobre la cruz, que no aparece como carga sustentada, sino que desciende, como una esfera celeste que descansa en sí misma, sobre la prolijidad terrenal, casi caótica, de los miembros de los espacios inferiores. De este modo, la distribución y articulación jerárquicas de la iglesia –símbolo del orden cósmico- están en perfecta correspondencia con el pensamiento bizantino en todos los ámbitos y aspectos de la vida. Las primeras iglesias de cúpula de crucero son bajas, anchas y sólidas, pero el revestimiento de las bóvedas con mosaico y de las paredes con mármol de colores, que procede del arte justinianeo, produce una desmaterialización óptica del volumen arquitectónico. Desde el siglo X domina en todas las iglesias una tendencia vertical y una claridad cristalina en la estructuración espacial. Los recintos son altos, sobre una planta estrecha y los cuatro pilares bajo la cúpula sumamente estilizados. A estos se les sustituye desde el siglo XI o XII por columnas, y como en esa época se cuida más el equilibrio de las proporciones, estas iglesias ofrecen una apariencia particularmente armónica por su ligereza y claridad: las zonas abovedadas parecen flotar y el espacio interior produce una impresión de holgura. Además, la apariencia externa de las iglesias bizantinas –que constituían, al principio, una masa sólida y poco articulada- comienza a estructurarse con cubos plásticos, a partir del desarrollo de la cúpula de crucero. Dentro de un cuerpo arquitectónico cerrado, en el que se establece una gradación entre basamento, nártex, ábsides, cúpulas laterales, bóveda de crucería y cúpula sobre tambos

alto, se marca el mismo orden jerárquica que en el interior; ni fachadas ni torres añaden acentos suplementarios. Ya a partir del siglo XI, pero especialmente desde la época bizantina tardía, se imprime un vivo ritmo en los muros por medio de una decoración plástica y cromática. Listeles, nichos, arquerías ciegas escalonadas, cornisas y arcadas que sirven de enmarque proporcionan un movido relieve a la pared, cuyo efecto pictórico está acentuado por el variado colorido de las capas de ladrillos, piedra y mortero, y más tarde también por la cerámica en color. Procedente de Constantinopla, se difundió por Grecia un importante tipo particular de iglesia con cúpula de crucero. En ella, el recinto cupular se extiende por encima de los brazos de la cruz y se eliminan los cuatro apoyos centrales, de manera que se forma un gran espacio cuadrangular, desde el que se tienden unos nichos angulares a la circunferencia de la cúpula. Los brazos de la cruz se adentran en las naves laterales. En el edificio más importante de este grupo –que también lo es por sus adornos de mármol y mosaicos, conservados casi íntegros-, en Hosios Lukas, las naves laterales están cruzadas por altas galerías circundantes. La anchura del despejado recinto cupular, la tendencia vertical, amortiguada por las horizontales de los pisos y cornisas, y la estructura ópticamente estilizada de las paredes, articuladas por nichos y delicadas arcadas, producen, en conjunto, la sensación de una monumentalidad muy equilibrada. Los países eslavos constituyen zonas de irradiación importantes de la arquitectura bizantino. En los reinos de los Balcanes, la tradición de tipos de iglesias más antiguos y sencillos (basílica, iglesia en cruz y otros) conduce a estilos regionales. El mundo de imágenes bizantino –su contenido, distribución y manifestaciones formales- se diferencia fundamentalmente del arte occidental, puesto que se basa en una valoración absolutamente distinta del cuadro. Cada representación de figuras y acontecimientos sacros es reflejo de la imagen ideal representada y participa de su santidad. La veneración otorgada al cuadro se transmite a la persona o acontecimiento sagrado, a condición de que se trate de una reproducción auténtica y de que las escenas históricas estén en fiel correspondencia con la Sagrada Escritura o con los apócrifos y leyendas de los santos. Por otra parte, las personas sagradas han de representarse con sus distintivos y características fisonómicas. Esta concepción de las imágenes exige, por tanto, la vinculación de iconografía con la doctrina teológica y con la liturgia, así como la adhesión a tales representaciones una vez creadas y sancionadas. La decoración iconográfica de las iglesias se ajusta también a un programa teológico; realizada en la iglesia de cúpula sobre crucero, consigue su forma más pura en el periodo bizantino medio. Varios sistemas de símbolos se entrelazan entre sí. La iglesia es una reproducción de la disposición jerárquica que existe en el Universo. La zona más alta, más clara y arquitectónicamente más pura simboliza el cielo y está reservada a las representaciones más sagradas, intemporales y supraterrenas: en la cúpula, la aparición monumental de Cristo como Soberano universal (Pantocrátor) sobre ángeles y profetas, o también la representación de la Ascensión o de la venida del Espíritu Santo; en el ábside está representada la Virgen, entronizada o de pie. La segunda zona, la de las bóvedas, trompas

y partes superiores de las paredes, simboliza la Tierra Santa, y presenta, en orden cronológico, el calendario festivo del año litúrgico: contiene un ciclo, basado en la liturgia, de los acontecimientos de la vida de Cristo más importantes para la historia de la Redención y, además, la muerte de María. Cada suceso está presente en el cuadro en la festividad de su celebración; cada lugar sagrado se encuentra representado en el edificio. La tercera zona, la más cercana a lo terrenal, la ocupa el coro de los santos, que representan el poder de la fe de la Iglesia, y que se extiende a lo largo de nichos, arcadas y pilares; están ordenados, según su rango, desde los Padres de la Iglesia, en el recinto del altar, hasta las santas mujeres, en el nártex. El recinto de la iglesia y las imágenes que lo adornan forman, pues, completándose mutuamente, una unidad total, símbolo del orden divino del mundo, en el que está incluido, especial y espiritualmente, el observador. Esta obra de arte totalizadora es uno de los mayores logros del arte bizantino. Solo en el siglo XII se amplió el rígido programa dogmático por medio de ciclos narrativos alusivos a la vida de Jesús, de María y de algunos santos; a ello se añade frecuentemente el Juicio Final, ciclos del Antiguo Testamento y alegorías religiosas. Mucho menos ligada a un determinado programa está la pintura de libros. A la mayoría de los libros del Antiguo y Nuevo Testamento se les añaden amplios ciclos de imágenes que con frecuencia ilustran literalmente escena por escena. También las leyendas y los calendarios de santos están provistos de amplias escenas representativas. Estas ilustraciones, que se remontan en parte a la época paleocristiana, se siguen copiando durante siglos: con ellas se componen, mediante diferentes selecciones y combinaciones, nuevos tipos de imágenes, nuevos ciclos, que acompañan como comentario figurativo los textos más diversos. Así, la pintura miniada desarrolla y transmite un amplio repertorio escenográfico al que recurren asimismo las restantes artes figurativas. El cuadro religioso sobre tabla, el ícono, tiene una importancia y función especiales en el arte bizantino. Los íconos de santos, conocidos ya desde el siglo IV como representaciones de mártires, se convierten en el siglo VII en objeto de una iconodulía a veces abusiva, que provoca la lucha de los iconoclastas. La doctrina ortodoxa sobre las imágenes impone el predominio de misión de los íconos. Se representan, sobre todo, Cristo y María, y posteriormente también ángeles y santos, según el orden marcado por las fiestas del calendario, o con escenas de su vida, y además cuadros festivos, etc. En la pintura de íconos se conservan con especial rigidez e inmutabilidad tipos fijos en la configuración de rostros, posturas y ademanes, así como la frontalidad y la espiritualización visionaria, con lo cual se intenta lograr la autenticidad exigida y la mágica relación con el original. Como objeto sagrado, los íconos desempeñan un papel importante tanto en la liturgia como en la devoción privada. En la época bizantina tardía se desarrolla la gran pared de cuadros, que separa el presbiterio del recinto de la comunidad de los fieles. La pintura, tanto por sus temas como por su esencia, destaca, con mucho, entre las demás artes figurativas de la época bizantina. La escultura de bulto redondo y el relieve

monumental se extinguen por completo, sobre todo desde la lucha con los iconoclastas; solo el relieve de pequeño formato –marfil, trabajos en metal- se utilizará para fines religiosos y profanos. Entre los géneros de la pintura, el de más alto rango es el mosaico. Su preciosismo y su luminosa fuerza refleja con la mayor pureza el carácter sobrenatural, inmaterial y sagrado de las verdades de fe representadas; el mosaico, por sus refinados métodos de tratamiento, constituye la técnica más apropiada para lograr, en las bóvedas del recinto de la iglesia, a la par que la máxima luminosidad y una gran riqueza cromática, una nueva vida en las superficies. El esmalte, con sus pastas cromáticas, transparentes y luminosas, aplicado entre tabiques y marcos de oro, es el material que más se aproxima a las cualidades estéticas del mosaico. La pintura mural y la de libros buscan en parte imitar la suntuosidad y la más sólida estructura de los géneros superiores, pero generalmente tienden, por la soltura de sus técnicas...


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