Capitulo 4 -Promover La Vida M F Colliere-paginas 75-100 PDF

Title Capitulo 4 -Promover La Vida M F Colliere-paginas 75-100
Course Bioetica E
Institution Universidad Nacional del Sur
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Capitulo 4 -Promover La Vida M F Colliere-paginas 75 -100temas del segundo parcial...


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4 Identificación de los cuidados en la [mujer] enfermera→ auxiliar del médico Ha muerto, debía morir. ¿Cómo? Sobre todo, por el progreso de las ciencias que ella inició, por el médico y por el naturista para los que había trabajado. La Bruja ha muerto para siempre, pero no el Hada. Reaparecerá bajo esta forma, que es inmortal. Al estar ocupada en asuntos de hombres durante los últimos siglos, la mujer ha perdido, a cambio, su verdadera función: la de la medicación, la del consuelo, la del hada que cura. Es su verdadero sacerdocio. Diga lo que diga la Iglesia, le pertenece. Con su voz delicada, su amor hacia los más pequeños detalles y un sentido tan tierno de la vida, está llamada a convertirse en un penetrante confi dente de toda ciencia de observación. Con su corazón y su piedad, con su bondad, cura por sí misma y por la medicación. Entre los enfermos y los niños existe poca diferencia. Ambos necesitan a la mujer. Ella entrará en las ciencias llevándoles dulzura y humanidad, como una sonrisa de la naturaleza.1

Al escribir estas líneas en La Bruja en 1862, Michelet traza sin saberlo las grandes líneas de la imagen de la [mujer] enfermera de finales del siglo xix y de la primera mitad del siglo xx, la del hada buena siempre presente entre los que sufren llevándoles inagotablemente apoyo y consuelo. “La carrera de la enfermera [...] que ha nacido a partir de los instintos y de las leyes que rigen la condición humana, aparece como el eterno trámite que escolta nuestro destino y sus fatalidades desde el principio de los siglos. Frente al hombre herido por esta o aquella batalla de la vida, ella mantiene gestos donde se mezclan y se encuentran el sentido ma2 Esta hada, “de rostro iluminado y grandes ternal, la caridad y el amor”. ojos azules [...] adornada con cabellos dorados que asoman por el gorro 54

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más bonito que se pueda imaginar”,3 llevará a cabo una vuelta a las ciencias bien hecha, en efecto, pero por una puertecilla entreabierta justo lo suficiente como para que acceda al inicio de una medicina “científica” para poder servir al médico, ser su auxiliar. “Los médicos no pueden prescindir de las enfermeras [...] no es menos cierto que una parte de los cuidados a los enfermos ha dependido siempre de un auxiliar indispen4 sable para el médico: este auxiliar debe tener un corazón de mujer.”

De la [mujer] consagrada a la [mujer] enfermera → auxiliar del médico Con la desacralización progresiva del poder político que dio lugar a 5 la separación de Iglesia y Estado, ocurrida primero en Inglaterra, luego en los países anglosajones y por fin en Francia, aparece la enfermera tal y como se forjó desde finales del siglo xix hasta estos últimos años imprimiendo su imagen a la aplicación de cuidados. La enfermera se inscribe en el orden social tomando el relevo y continuando lo que las religiosas al servicio de los pobres, de los enfermos y de los desamparados atendían. Basa toda su práctica profesional en los valores morales y religiosos de la [mujer] consagrada. Hasta la llegada de Florence Nightingale no se le reconoce el dominio de conocimientos que le pertenece. Tiene vocación de servir, pero este servicio que hasta ese momento estaba a disposición de los pobres y de los enfermos, cambiará progresivamente de orientación con el desarrollo de la medicina. Los descubrimientos realizados a finales del siglo xix en el campo de la física y la química, permiten aplicar a la medicina los efectos de estos conocimientos y poner a punto tecnologías cada vez más complejas para diagnosticar y posteriormente tratar las enfermedades. La concepción de los cuidados se modifica totalmente. Los cuidados, centrados en el enfermo y su entorno, van a tener en cuenta la enfermedad. El campo de las actividades médicas se amplía y utiliza técnicas cada vez más elaboradas hasta el punto de que el médico necesita delegar poco a poco las tareas rutinarias que tenía costumbre de realizar (toma de temperatura, examen de orina), así como los cuidados médicos más habituales (cataplasmas, sinapismos, lavativas, etc.). Así llega necesariamente la ayuda de un personal, que se llamará más tarde “paramédico”, para prepararle el material que necesita, efectuar los tratamientos curativos más corrientes que prescribe pero de los que no se encarga. “Las enfermeras son una bendición para estos doctores solicitados por todas partes; tienen a su disposición mano de obra médica que no se interesa ni por la práctica en sí misma ni por las ideas de la medicina, y que 6 parece no tener en la vida más que una única vocación, servir.”

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He aquí, por otra parte, la confirmación de un médico, mostrando en l’Infirmière Française lo que se espera de la “función de la enfermera”: “El acto médico exige cada vez más colaboración. El médico necesita ser ayudado en todas partes, en la ciudad, en el campo, en el hospital, en el dispensario y en la familia del enfermo. Aquí, se deben buscar los signos precoces de la enfermedad y allá, beber en la fuente de las informaciones sobre las condiciones de existencia del individuo, aquí aplicar o vigilar un tratamiento y allá consolar, animar, en una palabra preparar, ayudar y perseguir la acción médica y moral del médico. La mayor parte de esta función incumbe a la enfermera. Por otro lado, nadie está mejor 7 adaptado que la enfermera para desarrollarla. Exige mucha delicadeza.” Puede parecer sorprendente comprobar que “el papel de la enfermera” esté tan determinado, sea tan parecido a sí mismo de un lugar a otro, considerando la diversidad de condiciones sociales de las mujeres enfermeras “cuidadoras de enfermos, congregantes, aficionadas; merce8 su nivel de instrucción, las formas y lugares de narias, profesionales”, ejercicio, en el hospital o junto a las familias, la diferencia entre París y una provincia. De hecho, a partir de la creación en París por el doctor Bourneville de la primera Escuela de Enfermeras en el hospital de la Salpêtrière, los primeros cursos de formación para enfermeras o cuidadoras de enfermos fueron iniciados por personas que representaban grupos tan diferentes como los del doctor Duchaussoy creando en 1879 la Escuela de Ambulancieras de las Damas Francesas, las Escuelas privadas de París: la Escuela Profesional de Asistencia a los enfermos de la calle Amyot en 1900, y la Casa-Escuela de Enfermeras Privadas creada en 1904 por la señorita Chaptal; en las provincias, la Escuela libre y gratuita de cuidadoras de enfermos fundada en 1884 por la señora Momméja, y la Escuela profesional de enfermeras del hospicio de la Caridad de Lyon en 1899. De la misma manera nos podemos dar cuenta de que, cualesquiera que hayan sido las razones que han presidido la necesidad de formación profesional de las mujeres que deseaban aplicar cuidados, éstas de ninguna forma han hecho variar el arquetipo de la enfermería desde los años 1950-1960. Bien sea “el personal de servicio” analfabeto de los hospitales de París, llamado a sustituir sobre el terreno y sin preparación a las religiosas después de las leyes anticongregacionistas, o el deseo de las mujeres de condición modesta de tener otras salidas profesionales distintas de la de institutriz, o la necesidad de las mujeres de clase elevada de sentirse útiles, la enfermería se ha elaborado poco a poco desde finales del siglo pasado, haciendo referencia a un modelo doble: el modelo antiguo nacido

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directamente de la [mujer] consagrada, tal y como evoca el prólogo de l’Infirmière Française: “¡La enfermera francesa! Religiosa o laica, por donde pasa los dolores se calman, las lágrimas se secan. Su velo blanco, como las alas de los ángeles o azul como el azul del cielo lleva en sus pliegues la esperanza y la bondad. ¡Qué santa, qué admirable misión de caridad o de solidaridad humana [...] acometen estas nobles mujeres que no quieren más amor que el de los desgraciados, en quienes unos creen ver la imagen de Cristo redentor y los otros encuentran la satisfacción de su necesidad de sacrificio y de abnegación! A todas estas siervas de un ideal que es el nuestro, les queremos tender la mano para caminar juntos....”9 Simultáneamente un nuevo modelo comienza a aparecer, el de la auxiliar del médico, primero preparando el material necesario para su actividad, después procurando bajo su responsabilidad los cuidados prescritos y delegados por él; y, con eso, accediendo poco a poco a fragmentos de conocimientos médicos que éste dispensa para realizar estas tareas. Así, la enfermería se constituye a partir de esas dos fuentes que actuarán constantemente interaccionando recíprocamente; se podría incluso hablar de una doble filiación: la filiación conventual y la filiación médica.

Filiación conventual Ser enfermera es ser “servidora de un ideal”, es pues ante todo servir, como evidencia el profesor Calmette en el prólogo de l’Infirmière Française. “La enfermera ante todo debe aprender a servir, a no caminar jamás 10 delante del médico sino a seguirlo.” SERVIR

Servir es la base de la enfermería. Servir a los enfermos, objeto de la finalidad de los cuidados, y por consideración hacia ellos, servir a los médicos, servir a la institución de cuidados y a sus representantes. Servir a los enfermos es lo que da sentido a la práctica de enfermería y lo que la orienta, es lo que guiará su actitud: “La actitud y la forma de ser de la enfermera frente a los enfermos es un conjunto de cualidades manifestadas exteriormente, pero que provienen de la educación de los sentimientos y de una vida interior profunda.

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La enfermera no puede ser una persona cualquiera: es la que ayuda a la curación y cuya aparición ya debe ser un sosiego. Para tener una actitud naturalmente buena y reconfortante, no falsamente piadosa o afectada, hay que estar convencida de: 1. que una sala de hospital es el santuario de los sufrimientos; 2. que el enfermo está ahí en su casa y la enfermera en la suya gracias a él; 3. que se ha venido para servir; 4. que el enfermo no es un caso interesante de tal o cual enfermedad, sino un ser humano que sufre y espera mucho de aquellos que lo cuidan”.11 La literatura de enfermería aparecida hasta la Segunda Guerra Mundial (I’Infirmiere Française, Pages Documentaires, manuales de cuidados...) abunda en ejemplos que prueban la preocupación constante de servir al enfermo: “en una misma unión por el enfermo, único objeto de nuestra vida, de nuestra existencia, bien se tratara de la directora o bien de la simple enfermera de día o de noche, todas estábamos animadas por un solo motivo: el bien del enfermo”.12 Velar por el bien del enfermo, confortarle y consolarle es la finalidad, la intención, pero el médico es el gran poseedor del contenido “profesional” de la aplicación de cuidados; además, servir al enfermo conlleva servir al médico. “La enfermera debe, sobre todo, conocer al enfermo, su medio, cuidar su mal, prevenir su extensión. Por el conocimiento apropiado del ser que sufre y de la enfermedad en sí misma, ella debe constituir el instrumento perfecto que tiene como función principal ser llevado por la mano 13 del médico. Es éste quien debe hacer el uso debido de este dócil instrumento”. Por otra parte, esto permite evitar cualquier conflicto: “y así no se pueden producir conflictos que no deben existir más: el arte de la enfermera no es sino ejecutar lo que decide la ciencia del médico”. Como veremos, los 14 médicos podrán decir fácilmente “lo que esperan de las enfermeras”. Pero servir a los enfermos implica igualmente servir a la institución cuidadora y a sus representantes administrativos. “La vigilancia está encargada de un servicio que debe dirigir siguiendo la autoridad que le ha sido conferida” [...] “es su deber mantener las directrices que les han sido impuestas por aquellos que tienen autoridad sobre ustedes: deben ser una representante leal de esta autoridad”,y “¡jamás discutir las directrices 15 de la administración hospitalaria!” El servir reviste a la enfermera de una verdadera misión “que le ha sido confiada, misión que no exige solamente la conciencia de un deber por cumplir, sino el don de toda ella para asegurar el éxito de esta gran

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causa”.16 El cumplimiento de esta misión exige la renuncia y el olvido de sí misma, “la base de toda la profesión es olvidarse de sí misma, para dedicarse a aquellos a los que cuida, para consolar su desamparo, nada vale si 17 para servirles no se olvida de sí misma”. El uniforme aparece entonces como el símbolo de esta renuncia: “el día que se ponen el uniforme están 18 igual que cuando las [mujeres] conrevestidas de un carácter sagrado”, sagradas tomaban el hábito. Como Anne-Martin-Fugier constata respecto a las sirvientes de la época, “esta función casi sagrada requiere todo su tiempo, toda su ener19 gía, todo su corazón y su cuerpo”. Esto es lo que exigen los cuidados en enfermería: “Ser enfermera cuidadora, ser la que alivia con sus propias fuerzas el sufrimiento de los otros, que se marca una meta hacia la que tienden todas sus facultades. Tener la alegría de poder dar en cada instante y en las más pequeñas tareas un poco de sí misma, de su propia vida, de poder darse directamente inclinándose hacia aquellos que la necesitan. Ser enfermera cuidadora y no ser nunca nada más que eso, cuidar, aliviar y no querer más que servir hasta ser egoísta, no por miedo a la responsabilidad, ya que no hay otra más grande que la de tener la vida de los demás entre las manos sino que el deseo de darse y de vencer el dolor”, ésta es “la mi20 21 que puede llegar hasta a “inmolarse al deber”. sión de la enfermera” Al igual que las prácticas de las [mujeres] consagradas, la orientación y la legitimidad de esta misión están polarizadas sobre los seres enfermos y necesitados: “todas las misiones a las que puede ser llamada una enfermera tienen su grandeza y su belleza, ya que todas están basadas en un mismo 22 ideal: aliviar el sufrimiento ya sea físico o moral”. El sufrimiento solicita cuidados, es su canal. Cuidar no consiste en evitar el sufrimiento, sino en estudiarlo, en ser su cabecera como demuestran numerosos escritos profesionales sobre este tema, siendo el más conocido el de Au chevet de la souffrance,23 de la reverenda madre Catherine de Jésus, que sirvió de biblia de la enfermería desde 1936 hasta después de la década de 1960. Constituye una de las más fundamentales referencias de las prácticas curativas para formar la conducta de la enfermera. Fuera del conocimiento de la técnica y de la patología, que exigen conocimientos médicos, todo el contenido de la práctica curativa está depositado aquí. Es el contenido de una guía de comportamiento que intenta prescribir las actitudes que son algo más que el soporte de los cuidados, son la esencia misma. Realizar una misión tan exigente necesita una vocación. “Nuestra profesión tiene el carácter de ser una vocación [...] La vocación de enfermera es una llamada que resuena en nosotras secretamente, es una llamada espontánea que surge del ser íntimo, que se conmueve en contacto con el sufrimiento, es un impulso irresistible de todo el ser hacia aquellos que

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necesitan ser aliviados, amparados, confortados, y consolados. Obedecer a 24 esta atracción significa declararse lista a renunciar a todo”. Es absolutamente necesario asegurarse de que las nuevas reclutas (a veces se puede leer incluso “aspirantes” o “postulantes”) tengan vocación para que puedan “entrar” en una escuela de enfermeras; esto es válido tanto para las enfermeras hospitalarias como para las enfermeras visitadoras, como recordaba todavía en 1938 la Directora del Servicio de Protección de la Infancia de Gironda. “No insistiremos en la vertiente moral, no hay nada nuevo: hace falta que tenga vocación, es decir que la directora de la escuela que la tome a su cargo descubra en ella las cualidades de corazón, de conciencia y de devoción que han sido siempre 25 Esta larga llamada a la vocación puede expropias de la enfermera”. plicarse, sin duda, en el contexto económico y social del medio hospitalario o de los medios de vida desfavorables de las familias visitadas por las enfermeras visitadoras, pero también contribuye a favorecer esta llamada el estímulo de tomar bajo su cargo la miseria del mundo. Esta llamada a la vocación para garantizar el ejercicio de la enfermería tendrá como efecto a largo plazo, si no la obligación, sí al menos la recomendación del celibato; el matrimonio, la maternidad y la vida de familia son incompatibles con las exigencias de una entrega constante, y también con toda una concepción de los cuidados del cuerpo heredada de las [mujeres] consagradas. Servir constituye, pues, el vector ideológico de la enfermería. Servir no aparece tampoco como un servicio ofrecido, como si fuera la prestación dada por un oficio, pudiendo estar determinada y reconocida, sino como una manera de ser basada en un conjunto de cualidades que hay que tener o esforzarse en adquirir. Ya sea para el enfermo, el médico, o la institución de cuidados, el servicio se basa en unas cualidades que aunque aparentemente son sólo femeninas, se despliegan de hecho sobre toda una gama, reagrupando lo que se debe esperar del hombre, de la mujer e incluso del niño. Sin poder realizar aquí un análisis exhaustivo de los numerosos textos que invocan incansablemente estas cualidades, es importante resaltar el estímulo para desarrollar las cualidades habitualmente reconocidas en los hombres. Para tener autoridad, y hacer reinar el orden en las salas o el orden social, la enfermera “debe tener alma de jefe y poseer ese don indefinible que es la autoridad, a fin de tener poco a poco influencia sobre los enfermos”.26 Para poder mantener el esfuerzo sostenido y permanente que se le exige, hace falta desarrollar sin cesar energía, voluntad, dominio de sí misma, deseo de vencer: “querría fijar en su espíritu y en su corazón, además de esta necesidad de vencer, de vencerse [...], el trabajo que siendo una forma continua del esfuerzo constituye una educación excelente

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27 de la voluntad”.) En cuanto a las cualidades femeninas, son recordadas sin cesar, desde la actitud para los trabajos domésticos y el conocimiento del funcionamiento de un hogar (que sólo excepcionalmente tendrá la enfermera): “todo lo que pueda saber una mujer sobre lo que sirve en 28 Ella debe la vida de un hogar será precioso en la vida de la enfermera”. poseer el conjunto de la panoplia de las cualidades del corazón y del espíritu que deben tener “unas mujeres abiertas a las necesidades de sus semejantes y por tanto eminentemente caritativas”. Así al parecer una buena enfermera debe tener un sentido de la observación muy desarrollado, agudeza psicológica, tacto, educación, un trato agradable, etc. “Le exigimos un corazón sensible, y [...] sólido, dulzura y entereza, ponderación sin lentitud. Debe tener iniciativa [...] siendo disciplinada; su abnega29 ción casi ilimitada debe permanecer razonable, etc.” . Pero todas estas cualidades no podrían prescindir de las cualidades del niño que se asocian a todas las otras, como lo recuerda el doctor Sebileau, cirujano del hospital de París: “Me parece que los enfermos son como niños grandes y es necesario que haya a su alrededor disciplina y fuerza (cualidades del padre), dulzura y debilidad (cualidades de la madre), alegría y puerilidad (cualidades del niño). Créanme, es necesario que una enfermera sea firme, resuelta, decidida, como un capitán; que sea buena, tierna, paciente, previsora, como una madre de familia; alegre, risueña, cariñosa y exuberante como un niño, ya que los niños sólo quieren jugar con otros niños”.*30 Para permitir la adquisición y el mantenimiento de estas cualidades, es indispensable asegurar “la formación de las conciencias” ...


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