FILOSOFÍA DEL ESPACIO Y EL TIEMPO PDF

Title FILOSOFÍA DEL ESPACIO Y EL TIEMPO
Author Rafael Agusti Torres
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FILOSOFÍA DEL ESPACIO Y EL TIEMPO RAFAEL AGUSTÍ TORRES ANTROPÓLOGO MIEMBRO DE LA NATIONAL GEOGRAPHIC SOCIETY FILOSOFÍA DEL ESPACIO Y EL TIEMPO La filosofía del espacio y el tiempo es la rama de la filosofía que se ocupa de los problemas que rodean la ontología (rama de la filosofía que estudia conce...


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FILOSOFÍA DEL ESPACIO Y EL TIEMPO

RAFAEL AGUSTÍ TORRES ANTROPÓLOGO MIEMBRO DE LA NATIONAL GEOGRAPHIC SOCIETY

FILOSOFÍA DEL ESPACIO Y EL TIEMPO

La filosofía del espacio y el tiempo es la rama de la filosofía que se ocupa de los problemas que rodean la ontología (rama de la filosofía que estudia conceptos como existencia, ser, devenir y realidad, incluyendo preguntas de cómo las entidades se agrupan en categorías básicas y cuáles de estas entidades existen en el nivel más fundamental; la ontología se incluye tradicionalmente como parte de la principal rama de la filosofía, la metafísica), la epistemología (rama de la filosofía que trata del conocimiento, estudia la naturaleza del conocimiento, la justificación epistémica y la racionalidad de la creencia entre otros temas; la epistemología es considerada una de las cuatro ramas principales de la filosofía, junto con la ética, la lógica y la metafísica) y el carácter del espacio y el tiempo. Si bien estas ideas han sido fundamentales para la filosofía desde sus inicios, la filosofía del espacio y el tiempo fue tanto una inspiración como un aspecto central de la filosofía analítica temprana. El tema se centra en una serie de cuestiones básicas que incluyen si el tiempo (el progreso continuo e indefinido de la existencia y los eventos que ocurren en una sucesión aparente e irreversible desde el pasado, pasando por el presente, hasta el futuro) y el espacio (la extensión tridimensional ilimitada en la que los objetos y eventos tienen posición y dirección relativas) existen independientemente de la mente, si existen independientemente el uno del otro, qué explica el flujo aparentemente unidireccional del tiempo, si existen tiempos distintos al momento presente y cuestiones sobre la naturaleza de la identidad (particularmente la naturaleza de la identidad a lo largo del tiempo). I. ANTECEDENTES Y FUNDAMENTOS I.1. EL ETERNO RETORNO

Las culturas antiguas como egipcios, babilonios, griegos así como los incas, mayas, hopis y otras tribus americanas, junto a doctrinas como el budismo y el jainismo, entre otras, tienen un concepto de rueda del tiempo, considerando el tiempo como cíclico y cuántico. Este concepto circular del tiempo tiene sus raíces, por una parte, en las ideas de eternidad e inmortalidad del antiguo Egipto, donde el escarabajo era considerado símbolo de la renovación eterna de la vida. El modelo de universo cíclico es también muy importante dentro de las doctrinas hinduista y budista, a través de su concepto de rueda de la vida o samsara, que representa un ciclo sin fin de nacimiento, vida y muerte, del cual es necesario liberarse. Estas ideas fueron retomadas en Occidente por los filósofos pitagóricos y estoicos, entre otros. En el Renacimiento, los alquimistas representaban el ouroboros (la serpiente que se come la cola) como símbolo por excelencia de la eterna repetición. La repetición incesante fue esgrimida por pensadores posteriores como Giambattista Vico, con su teoría de los cursos y recursos (ciclos) interminables de la historia, o Friedrich Nietzsche, con su concepto del eterno

retorno de lo idéntico, en el que, a diferencia, de la visión cíclica del tiempo, no se trata de ciclos ni de nuevas combinaciones en otras posibilidades, sino de que los mismos acontecimientos se vuelven a repetir en el mismo orden, tal como ocurrieron, sin posibilidad de variación. Científicos modernos y actuales como Henri Poincaré, con su teoría de la recurrencia; Roger Penrose, con su cosmología cíclica conforme; John Richard Gott, con su teoría de los universos autogobernados, o Peter Lynds, que supone la repetición infinita del tiempo (no hay un “ahora” solo secuencias de eventos) contemplan, cada cual a su manera, una visión circular e interminable del tiempo y el universo que viene a coincidir llamativamente, en lo fundamental, con la de las culturas antiguas.

I.2. ALGUNAS TRADICIONES Y CULTURAS. LOS FILÓSOFOS GRIEGOS.

La filosofía del tiempo más antigua registrada fue expuesta por el sabio egipcio Ptahhotep (c. 2650-2600 a.C.) quien dijo: “Sigue tu deseo mientras vivas, y no hagas más de lo ordenado, no disminuyas el tiempo de seguir el deseo, porque perder el tiempo es una abominación para el espíritu… (Máximas de Ptahhotep, XI). Los Vedas, los primeros textos sobre la filosofía hindú (II milenio a.C.), describen la antigua cosmología hindú, en la que el universo atraviesa ciclos repetidos de creación, destrucción y renacimiento, durando cada ciclo 4.320.000 años (Thompson, R. L. 2007, p. 225). Los incas consideraban el espacio y el tiempo como un concepto único llamado “pacha” (Manga Qespi, A. E. 2010, pp. 155-189; Steele, P. R. & Allen, C. J. p. 86), también es bien conocido el avanzado conocimiento de los mayas en cuanto al tiempo y su calendario cíclico. En el Antiguo Testamento (Eclesiastés) el tiempo (“iddan”, “zeman”) se traduce tradicionalmente como medio para el paso de los eventos predestinados. El idioma griego denota dos principios distintos: “chronos” y “kairos” para referirse al tiempo, el primero se refiere al tiempo numérico o cronológico, el

segundo (lit. “el momento justo u oportuno”), se relaciona específicamente con el tiempo metafísico o divino; en teología, kairos, es cualitativo, en oposición a chronos, cuantitativo. En la mitología griega, chronos se identifica como la personificación del tiempo.

Los primeros filósofos, los griegos presocráticos, operaron el trasvase o transformación del mito en el logos, es decir, de una visión de los fenómenos basada en la superstición y la fábula, a una concepción de los mismos fundada en el entendimiento y la razón, primer antecedente de la ciencia moderna. Advirtieron en primer lugar que el mundo, o physis, es una realidad diversa (sustancia) que se halla en continua y perpetua transformación, lo que de alguna forma ya prefigura los modernos conceptos de espacio y tiempo. Para dichos filósofos, el problema del “espacio”, en concreto, se centró en la discusión en torno a “lo lleno” y “lo vacío”, o, lo que es lo mismo, en torno al ser y al no ser. Sobre el “tiempo”, distinguían entre lo intemporal, ligado al ser, y lo temporal, ligado al devenir. Los pitagóricos se introdujeron en el problema de la abstracción, a través de un elemento nuevo: creando la metafísica del número. Si para Tales de Mileto el principio generador del universo era el agua y para Anaximandro el infinito, para los pitagóricos el número subyacía a toda realidad. Heráclito de Éfeso consideraba que todo se hallaba en perpetuo cambio y transformación; el movimiento es la ley del universo, y su principio, el fuego. “Todo fluye” afirmaba, por lo que para él primaba el tiempo o devenir sobre el ser. Parménides de Elea representa

tradicionalmente la postura contraria, entendía, por ejemplo, la eternidad, no como duración infinita, sino como negación del tiempo: “El ser nunca ha sido ni será, porque es ahora todo él, uno y continuo”. Parménides opinaba que el movimiento es imposible, pues el cambio es el paso del ser al no ser o a la inversa, del no ser al ser. Esto es inaceptable, ya que el no ser no existe y nada puede surgir de él. Platón supone una especie de síntesis, es decir, la unión o suma de estas dos doctrinas presocráticas contrapuestas.

Por un lado tenemos el mundo sensible, caracterizado por un proceso constante de transformación, y por otro, el mundo abstracto y perfecto de las ideas, caracterizado por la eternidad y la incorruptibilidad. Platón, en el Timeo, identificó el tiempo con el periodo de movimiento de los cuerpos celestes, y el espacio con aquello en que las cosas llegan a ser. Aristóteles, discípulo de Platón, consideraba el mundo como formado de sustancia, dotada a su vez de materia y de forma, pero no creía en la división platónica entre mundo sensible y mundo de las ideas. Por otra parte, definió el tiempo como “el número del movimiento según el antes y el después… Ahora bien, es imposible que se generen o destruyan ni el movimiento (pues existe de siempre), ni el tiempo, ya que no podría existir el antes y el después si no hubiera tiempo. Y ciertamente, el movimiento es continuo como el tiempo, pues este o es lo mismo o es una afección del movimiento” (Metafísica, IV, 11). Por otro lado, Zenón de Elea pensaba que ni movimiento ni tiempo ni espacio eran reales, lo que trató de demostrar a través de sus conocidas paradojas, las cuales muchas veces han sido consideradas simples sofismas o falacias. Aristóteles demostró su falsedad, sin embargo, los matemáticos actuales tienden a exaltar la figura de Zenón, principalmente porque de sus planteamientos se derivaría más tarde el llamado cálculo infinitesimal. El espacio en sí fue abstraído y descrito en sus elementos esenciales por el que se ha denominado padre de la geometría, Euclides de Alejandría, quien habría recogido el legado de Pitágoras. Más de dos mil años más tarde, Albert Einstein procedería, a través de la Teoría de la Relatividad, a fundir por primera vez las categorías de espacio y tiempo, totalmente separadas desde Euclides, en lo que se ha denominado como una “geometrización” de la física: el espacio-tiempo (Withrow, G. J. 1980, p. 4). I.3. ANTIGÜEDAD TARDÍA Y EDAD MEDIA

En el Libro XI de las Confesiones, San Agustín, reflexiona sobre la naturaleza del tiempo preguntando: “¿Qué es entonces el tiempo? Si nadie me pregunta, lo sé: si deseo explicárselo a alguien que pregunta, no lo sé”. Agustín continúa comentando la dificultad de pensar en el tiempo, señalando la inexactitud del habla común: “Porque hay pocas cosas de las que hablamos correctamente; de la mayoría de las cosas que hablamos incorrectamente, aun así se entienden las intenciones”. Pero Agustín presentó el primer argumento filosófico para la realidad de la Creación (contra Aristóteles) en el contexto de su discusión sobre el tiempo, diciendo que el conocimiento del tiempo depende del conocimiento del movimiento de las cosas (Ciudad de Dios, Libro XI, cap. 6). Para San Agustín, Dios es el creador de todo lo que existe en el tiempo y considera que el tiempo consiste en “pasar de un pasado que ya no existe, a un presente cuyo ser consiste en pasar al futuro, que todavía no es”. Concluye que el tiempo se da en el espíritu o alma humana en cuanto capacidad de enlazar el pasado retenido en la memoria con la expectativa del futuro en el presente, lo que es posible por la permanencia de la identidad subjetiva del alma. Subraya

Agustín entonces el carácter subjetivo del tiempo con una mentalidad avanzada de lo que será en la Edad Moderna la conciencia de Descartes (Agustín llegaría a afirmar “Si enim fallor, sum” –si me equivoco es porque existo-, que recuerda el “cogito ergo sum” de Descartes). El filósofo cristiano Juan Philoponus presentó argumentos tempranos adoptados por filósofos y teólogos cristianos posteriores en la forma “argumento de la imposibilidad de la existencia de un infinito real” que establece:   

“Un infinito real no puede existir”. “Una regresión temporal infinita de eventos es un infinito actual”. “No puede existir una regresión infinita de eventos”.

En contraste con los filósofos griegos antiguos que creían que el universo tenía un pasado infinito sin comienzo, los filósofos y teólogos medievales desarrollaron el concepto de que el universo tiene un pasado finito con un comienzo, ahora conocido como finitismo temporal, esta visión se inspiró en el mito de la creación compartido por las tres religiones abrahámicas: el judaísmo, el cristianismo y el islam (Craig, W. L. 1979, pp. 165-170).

Para San Anselmo de Canterbury, las cosas creadas no podían proceder de la materia, sino de la nada, a partir de la actividad divina; así mismo, la creación es “continua”. Para el filósofo musulmán Averroes, la elección de la creación de Dios es eterna y constante, y no puede hablarse de un comienzo del mundo. A principios del siglo XI, el

filósofo musulmán Ibn al-Haytham (Alhacen o Alhazen) discutió la percepción del espacio y sus implicaciones epistemológicas en su Libro de Óptica (Kitab al-Manazir) escrito entre 1011 y 1021; al-Haytham también rechazó la definición de “topos” de Aristóteles (Física, Libro IV) mediante demostraciones geométricas y definió el lugar como una extensión espacial matemática (El-Bizri, N. 2007, pp. 57-80). Su prueba experimental del modelo de visión de intromisión condujo a cambios en la comprensión de la percepción visual del espacio, contrariamente a la teoría previa de la emisión de la visión apoyada por Euclides y Ptolomeo, esta teoría proponía que la percepción visual se logra mediante los rayos oculares emitidos por los ojos; por el contrario, la teoría de la intromisión establece que la percepción visual proviene de algo representativo del objeto (luego establecido como rayos de luz reflejados por él) que ingresan a los ojos; la física moderna ha confirmado que la luz es transmitida físicamente por fotones desde una fuente de luz, como el sol, a objetos visibles, y terminando con el detector, como un ojo humano o una cámara. Esta teoría fue apoyada por Isaac Newton, John Locke y otros, en el siglo XVIII. Al “vincular la percepción visual del espacio a la experiencia corporal previa, Alhacen rechazó inequívocamente la intuición de la percepción espacial y, por lo tanto, la autonomía de la visión. Sin nociones tangibles de distancias y tamaño para la correlación, la vista no puede decirnos casi nada sobre tales cosas” (Smith, A. M. 2005, pp. 219-240). San Alberto Magno afirmó: “El comienzo del mundo por creación no es una proposición física y no puede demostrarse físicamente” (Physica, VIII, 1, 4). Por otro lado Guillermo de Ockham, refutando la metafísica tradicional que partía de Aristóteles, admitía la “probabilidad” de las cosas, así, la eternidad es altamente probable, dada la dificultad de concebir el comienzo del mundo en el tiempo. Por otra parte, para la Kabbalah “el tiempo es una paradoja y una ilusión” (Hus, B. & Pasi, M. 2011; Wolfson, E. R. 2006, p. 111). I.4. EDAD MODERNA Y CONTEMPORÁNEA: IDEAS, TEORÍAS, DEBATES.

Una de las aportaciones más importantes realizadas al estudio del tiempo en el siglo XIX es la obra de F. W. J. Schelling, una de las figuras relevantes del llamado idealismo alemán. La obra clave para el estudio de esta cuestión en este filósofo es Las Edades del Mundo (Die Weltalter) un texto que no fue publicado en vida del autor y del que hay tres versiones muy similares (1811, 1813 y 1815) aunque diferentes en algunos aspectos importantes. En este trabajo Schelling pretende conocer el tiempo premundano (vorweltlichen Zeit), es decir, el tiempo anterior a la creación del mundo. Sin embargo, esto no es posible porque no tenemos fuentes directas; utiliza, por lo tanto, fuentes indirectas: estas consisten en el autoconocimiento del ser humano (método antropomorfista) y en discursos revelados, básicamente en el Antiguo Testamento. Su investigación le llevó a una conclusión de que el verdadero pasado es el pasado anterior a la creación del mundo y el verdadero futuro es el postmundano. Schelling defendió un concepto orgánico del tiempo, donde cada ser posee su propio

tiempo interno y critica una concepción objetivista de la temporalidad: “Ninguna cosa tiene un tiempo exterior, sino que cada cosa solo tiene un tiempo interior, propio, innato e inherente a ella” (Schelling, F. W. J. 2002, p. 97). Su estudio del tiempo debemos situarlo dentro de una concepción teológica, ya que identifica el pasado con el Padre, el presente con el Hijo y el futuro con el Espíritu; elabora, de esta forma, un sistema trinitario que se identifica con cada una de las manifestaciones de la divinidad defendidas por la religión cristiana.

I.4.a. REALISMO/ANTIRREALISMO. ABSOLUTISMO/RELACIONISMO.

Históricamente, ha habido diferentes puntos de vista sobre el concepto de espacio y tiempo absolutos, Gottfried Leibniz opinaba que el espacio no tenía sentido excepto como la ubicación relativa de los cuerpos, y el tiempo no tenía sentido excepto como el movimiento relativo de los cuerpos (Ferraro, R. 2007); por su parte, George Berkeley sugirió que, sin ningún punto de referencia, una esfera en un universo que de otro modo estaría vacío no podría concebirse para rotar, y un par de esferas podría

concebirse para rotar entre sí, pero no para rotar sobre su centro de la gravedad (Davies, P. & Gribbin, J. 2007, p. 70), un ejemplo planteado mucho más tarde por Albert Einstein en su desarrollo de la relatividad general.

Los conceptos de universo, espacio y tiempo, tal como hoy los entendemos, tienen su origen en los grandes pioneros de la ciencia surgidos en la época renacentista, Kepler, Galileo y Francis Bacon, quienes abrieron camino, con el sustento racionalista de Descartes, a las grandes teorías de la materia en la Edad Moderna y Contemporánea. Una posición realista (en metafísica, el realismo sobre un objeto dado es la visión de que este objeto existe en realidad independientemente de nuestro esquema conceptual, en términos filosóficos, estos objetos son ontológicamente independientes del esquema conceptual, percepciones, prácticas lingüísticas, creencias, etc. de alguien) tradicional en ontología es que el tiempo y el espacio tienen

existencia aparte de la mente humana, el idealismo (constituido por diversos puntos de vista metafísicos, que afirman que la “realidad” es de alguna manera indistinguible o inseparable de la percepción y/o comprensión humanas, que en algún sentido está constituida mentalmente o que de otra manera está estrechamente relacionada con ideas) por el contrario, niega o duda de la existencia de objetos independientes de la mente; por otro lado algunos anti-realistas, cuya posición ontológica es que los objetos fuera de la mente sí existen, dudan sin embargo de la existencia independiente del tiempo y el espacio. En 1781, Immanuel Kant publicó la Crítica de la Razón Pura (Kritik der reinen Vernunft) una de las obras más influyentes de la historia de la filosofía del espacio y el tiempo y donde su autor busca determinar los límites y alcances de la metafísica. Kant describe el tiempo como una noción a priori que, junto con otras nociones a priori como el espacio, nos permite comprender la existencia sensorial. Kant sostiene que ni el espacio ni el tiempo son sustancia (una sustancia es distinta de sus propiedades), entidades en sí mismas o aprendidas por la experiencia; sostiene, más bien, que ambos son elementos de un marco sistemático que usamos para estructurar nuestra experiencia. Las medidas espaciales se utilizan para cuantificar la distancia entre los objetos, y las mediciones temporales se utilizan para comparar cuantitativamente el intervalo entre (o la duración) de los eventos. Aunque el espacio y el tiempo se consideran trascendentalmente ideales en este sentido, también son empíricamente reales, es decir, no simples ilusiones (algunos autores como J. M. E. McTaggart en “The Unreality of Time” han argumentado que el tiempo es una ilusión). El gran debate entre definir las nociones de espacio y tiempo como objetos reales en sí mismos (absolutos), o simples ordenamientos sobre objetos reales (relacionales), comenzó entre Isaac Newton (a través de su portavoz Samuel Clarke) y Gottfried Leibniz testimoniado en los artículos de la correspondencia Leibniz-Clarke. Argumentando en contra de la posición absolutista, Leibniz ofrecía una serie de experimentos mentales con el propósito de mostrar que existe una contradicción al asumir la existencia de hechos como la ubicación absoluta y la velocidad. Estos argumentos se basan en gran medida en dos prin...


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