Lectura 1 Teoría Sociológica II Alain Touraine La sociedad post-industrial Contenido PDF

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Author J. Romero Colina
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Lectura 1 Teoría Sociológica II Alain Touraine La sociedad post-industrial Contenido 1. Antiguas y nuevas clases sociales ............................................................................. 1 I. La imagen histórica de la sociedad de clases .....................................................


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Lectura 1 Teoría Sociológica II Alain Touraine La sociedad post-industrial Contenido 1. Antiguas y nuevas clases sociales ............................................................................. 1 I. La imagen histórica de la sociedad de clases ....................................................... 1 II. Descomposición de esta imagen .......................................................................... 4 III. Nuevas clases, nuevos conflictos ........................................................................ 8 IV. Las nuevas sociedades industriales .................................................................. 16 2. El movimiento estudiantil: crisis y conflicto .............................................................. 22 I. Crítica de las interpretaciones globales ............................................................... 22 II. Diversos aspectos del movimiento ..................................................................... 24 III. Dinámica del movimiento ................................................................................... 29 IV. Intento de comparación internacional ................................................................ 33

1. Antiguas y nuevas clases sociales Ante nuestros ojos se forma un nuevo tipo de sociedad: sociedad programada si se pretende definirla por sus medios de acción, o sociedad tecnocrática si se le da el nombre del poder que la domina. La noción de clase social, en el análisis y en la práctica sociales, ha estado vinculada demasiado profundamente a las sociedades de industrialización capitalista para que no se ponga en cuestión profundamente de nuevo a partir del momento en que se considera una sociedad en la cual la creación del conocimiento, el poder de los aparatos de producción, de distribución y de información, la vinculación de las decisiones políticas y las decisiones económicas determinan una organización económica y social profundamente diferente de la del siglo XIX, ¿Hay qué a conceder al conflicto de clases un lugar central el análisis sociológico? Muchos son los que han estado tentados de responder afirmativamente, por el simple hecho de que los instrumentos de análisis heredados del anterior pierden, manifiestamente, valor explicativo. Nuestra intención es seguir un camino inverso: afirmar la fundamental importancia de las situaciones, los conflictos y los movimientos de clases en la so-

ciedad programada; pero no es posible realizarla más que separándonos tan completamente como sea posible de imágenes y nociones históricamente periclitadas, y aventurándonos en una renovación profunda del análisis. Sin duda cabe tratar de adaptar las nociones viejas a nuevas situaciones, pero este ejercicio resulta muy pobre, pues no da cuenta de la práctica social. Si se pretende conservar el empleo del concepto de clase social, pese a derivarse de una experiencia y de una interpretación histórica particulares, no hay que empezar por proponer una definición, sino por criticar y analizar el tema de las clases sociales y de la sociedad de clases, tal como ha llegado hasta nosotros, sobre todo en Europa. Hay que partir, no de una proposición nueva, sino del examen de un modo concreto de representación de la organización social.

I. La imagen histórica de la sociedad de clases El siglo XIX nos ha legado una imagen histórica particular a la que muchos han llamado sociedad de clases; pero la claridad, al menos aparente, de esta situación ha hecho difícil —casi imposible— aislar la acción propia de un elemento particular de la estruc-

migraciones masivas en el interior de una sociedad tradicional han implicado la superposición de los procesos de desorganización y de reorganización sociales. Resulta característico que cuando se habla de la formación de la gran industria mecanizada se piense sobre todo en los obreros de las diferentes profesiones y en los artesanos, cuyos oficios ha destruido la producción en grandes series, más que en los trabajadores urbanos y rurales no cualificados, para quienes el trabajo con la máquina ha representado una «especialización».

tura social. Intentemos, pues, ante todo, aislar los componentes cuya combinación ha dado nacimiento a la imagen global de la sociedad de clases. 1. Existen ambientes sociales, distantes cultural y socialmente los unos de los otros. Esta distancia está ligada a la lentitud de la transformación de los legados sociales. De generación en generación se transmite una cultura particular en el interior de unas unidades colectivas en las cuales las relaciones institucionales no son separables de las relaciones personales.

Los mismos comienzos de la industrialización han sido presentados, en Inglaterra o en Francia, como un período de miseria y de crisis social, lo cual es discutible económicamente, pues, en conjunto, no se produjo durante este período un descenso del nivel de vida popular, pero es exacto sociológicamente, pues el desarraigo cultural y la sumisión directa a las presiones de la concurrencia y del autoritarismo patronal no fueron compensadas por casi ninguna intervención política.

Esta situación no está directamente vinculada a relaciones de clases. Éstas constituyen un principio de organización social que es a la vez abstracto y general, puesto que define a los actores solamente por su función económica y al nivel de la sociedad como un todo. Los legados culturales, por el contrario, son concretos y particulares; son sistemas de orden que definen y reglamentan un conjunto de las relaciones sociales en el interior de una unidad, cuyos límites son los del parentesco, el territorio y el oficio tradicional; esto es: situaciones «transmitidas» más que «adquiridas».

La clase obrera europea ha estado privada durante mucho tiempo de derechos políticos y de derechos sociales; sus organizaciones sindicales sólo pudieron formarse muy lentamente, a costa del sacrificio de numerosos militantes y superando las más brutales formas de represión. La falta de un control político de la industrialización ha implicado la superposición, justamente señalada por Dahrendorf, del conflicto industrial y del conflicto político. 1 Esta política liberal y esta situación proletaria han sido lo que ha dado su fuerza explosiva al movimiento obrero, colocado en una sociedad sometida, en lo esencial, a las exigencias de la acumulación capitalista.

Incluso las clases dominantes tradicionales se definen, desde este punto de vista, ante todo por su propio legado, más que por su función o por su poder de dominación. El papel de lo heredado es tanto más considerable cuanto que la sociedad en vías de industrialización se halla más estrechamente ligada a una sociedad pre-industrial, rural. Como han señalado todos los observadores de las sociedades occidentales, de Tocqueville a Lipset, la resistencia de la sociedad tradicional refuerza la consciencia de las distancias, de las barreras, de los símbolos de jerarquía social. En Francia, se prefiere hablar de burguesía que de empresarios, para subrayar la viva vinculación existente entre los capitalistas y las clases dominantes pre-industriales, el constante deseo de la riqueza adquirida de transformarse en riqueza transmitida, el de convertirse en renta del beneficio industrial. La imagen del rico ocioso, que vive de las rentas de sus propiedades, que juega a hacer de noble, sigue estando viva en este país; y también su contrapartida: la imagen del especulador, que acumula el dinero para sí mismo, al margen de cualquier función social definida institucionalmente. La literatura francesa del siglo XIX se refiere al financiero especulador y al propietario, pero ignora casi por completo al jefe de empresa.

La industrialización europea fue, en este sentido, excepcional. En ninguna otra parte las transformaciones económicas fueron acompañadas de un control social tan débil, de una tal falta de influencia política de los trabajadores urbanos e industriales. Los obreros ingleses esperaron durante un siglo —hasta las reformas electorales de 1884-5— el acceso al derecho al voto de la mayoría. Paralelamente, el desfase entre los comienzos de la producción de masa y los del consumo de masa ha sido en Europa el más considerable. Este largo vacío de participación popular en la dirección y en los resultados del crecimiento económico es uno de los rasgos del siglo XIX europeo. 3. Pero la industrialización no solamente ha estado dominada por el legado del pasado y por las presio-

2. Las tensiones sociales de la acumulación, si no han sido más fuertes, al menos han estado más débilmente institucionalizadas en Europa occidental que en las demás partes del mundo, llegadas más tardíamente a la industrialización. De ahí la importancia, en esta región, de los temas proletarios. Las

1 R. DAHRENDORF, Class and Class Conflict in Industrial Societies; ed. inglesa, revisada y aumentada, de la obra publicada en Alemania en 1957; Londres, Routledge and Kegan Paul, 1959 (hay trad. cast, Madrid, Rialp).

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nes del presente. Fue también, como lo es hoy, un proyecto de futuro, un modelo de sociedad. Solamente la falta de un control social diversificado ha hecho que este proyecto se expresara en formas globales y en el marco de grupos de intereses en conflicto. El mundo de la empresa y el mundo del trabajo se han opuesto entre sí, apuntando cada uno de ellos a una reorganización de conjunto de la sociedad.

Se ha dicho ya que la distancia que media entre los legados culturales conduce a una visión pluralista de la sociedad, y no a una visión dualista. Cada grupo tiende a definirse por su particularidad cultural y profesional. Las diferencias regionales, religiosas o profesionales han sido durante mucho tiempo una de las causas de fragmentación del mundo campesino, al igual que del mundo obrero o incluso de la categoría de los industriales. Esta última, con frecuencia, es más sensible a las constricciones de la familia o del grupo financiero que a las de la clase económicamente dominante.

Una investigación extensiva sobre la clase obrera francesa2 ha permitido oponer la consciencia de clase, así formada, a la consciencia proletaria. Ésta es, en primer lugar, sentimiento de exclusión y de explotación; aquélla, por el contrario, es defensa de intereses de clase y apunta a la sociedad industrial a la vez; llamamiento a la racionalidad y al progreso contra la irracionalidad y las contradicciones del sistema capitalista. De la misma manera, probablemente cabría oponer la voluntad de enriquecimiento del patronato especulador a la consciencia de clase del empresario liberal, que se refiere, tan de buena fe como los militantes o los doctrinarios obreros, a la imagen de una sociedad de la abundancia en la que quedarían eliminadas la miseria y la injusticia.

De la misma manera, una visión conflictiva de los modelos sociales de desarrollo, aunque tiende a privilegiar unas coaliciones tanto más capaces de influir sobre el sistema de decisión política cuanto más amplias son, no implica en modo alguno la idea de una ruptura entre dos bloques hostiles y extraños el uno para el otro. Define a los actores por referencia al desarrollo; por tanto, admite por principio que su naturaleza sea cambiante, que los elementos motores de cada coalición sean sustituidos por otros, y que los trabajadores puedan aventurarse sólo parcialmente en una acción socio-política.

Si se habla aquí de consciencia de clase es para subrayar que el conflicto de los modelos de desarrollo no es por sí mismo más moderado o más reformista que la tensión entre los capitalistas y los proletarios o la oposición de las clases y de los ambientes en una sociedad tradicional. Por otra parte, este tipo de conflicto es lo que mejor da nacimiento a movimientos sociales de larga duración, organizados, orientados por un programa de transformación social, y capaces también de encontrar alianzas en otros sectores profesionales de la sociedad. No es cometer un error grave identificar, por el lado obrero, este tipo de movimiento social con el socialismo, tomado en todas sus formas doctrinales y prácticas, modelo general de organización y de transformación de la sociedad.

El conflicto de los modelos sociales de desarrollo opone entre sí a fuerzas y políticas sociales más que a grupos o seres sociales. La idea de clases definidas como seres históricos completos y opuestos proviene, pues, de la combinación entre el modelo «tradicional» de las clases, como entidades culturales, y el modelo «industrial» de los conflictos entre grupos de intereses; de la combinación entre una concepción «concreta» de las clases y una concepción «abstracta» de los conflictos de clases, que sólo se realiza en la situación, de acumulación liberal y de maximalización de las tensiones entre capitalistas y proletarios. Pero esta tensión, considerada aisladamente, tampoco podría explicar la imagen clásica de la sociedad de clases. Conduce, por el contrario, al fraccionamiento de las fuerzas existentes, a una situación de crisis en la que los capitalistas se oponen entre sí por la concurrencia, mientras que los trabajadores, arrancados de su medio de origen, expuestos a la inseguridad y a la miseria, no pueden hacer otra cosa que someterse, salir de apuros individualmente o rebelarse en pequeños grupos y en breves oleadas de violencia. La fuerza de los legados culturales, por una parte, y la de los proyectos de acción transformadora de la sociedad, por otra, es lo que organiza la acción de las clases sociales. Más sencillamente, el tema sociológico de las clases sociales no tiene sentido o interés alguno más que si existe un cierto grado de consciencia de clase. Ahora bien: la explotación proletaria puede definir una situación de clase, pero es incapaz de explicar la formación de una consciencia y de una acción de clase, puesto que toda acción social supone el seña-

Los tres elementos que se acaban de distinguir no solamente han estado superpuestos: también se han combinado para dar nacimiento a la imagen histórica de la sociedad de clases. Ésta, efectivamente, representa la sociedad como la oposición de dos clases fundamentales, de intereses contradictorios, comprometidas en un juego de todo o nada en torno al poder y la riqueza: uno de los adversarios sólo puede acrecentar lo que posee a expensas de lo que posee el otro. Por tanto, ninguno de los tres elementos que componen la imagen de la sociedad de clases basta por sí solo para dar cuenta de esta concepción general del conflicto social.

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A. TOURAINE, La conscience ouvriére, París, Éd. du Seuil, 1966.

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lamiento de objetivos, y, por tanto, la definición de un cierto marco social de la acción colectiva.

po pabellón, relaciones de vecindad activas, acusada consciencia de estratificación ecológica. Por otra, los individuos en situación de estancamiento, salvo las familias más desfavorecidas, y particularmente entre los empleados de nivel relativamente elevado, aceptan mucho más fácilmente una residencia colectiva, socialmente poco diferenciada, pero desean reducir sus relaciones de vecindad y más en general su sociabilidad. La masificación del habitat implica la disminución de las relaciones sociales.

Volvemos a encontrar aquí, en términos generales, la conclusión principal de nuestra investigación sobre la consciencia obrera. La identificación de la sociedad con el conflicto de clases supone la combinación de tres elementos: un principio interno, profesional y comunitario, de defensa de sí; la consciencia de las contradicciones entre unos intereses económicos y sociales opuestos; y la referencia a los intereses generales de una sociedad industrial.

En los conjuntos de viviendas estudiados no hemos encontrado casi ninguna huella de un modelo «popular» tradicional, caracterizado a la vez por una acusada heterogeneidad social y una acusada sociabilidad. Una investigación americana, la de M. Berger,3 permite pensar que solamente en las ciudades obreras, aisladas y homogéneas, se mantienen a la vez un fuerte valor de las relaciones de vecindad y una clara consciencia de pertenencia a un medio obrero. Pero la importancia relativa de este tipo de habitat parece en franca disminución, dado el desarrollo de las grandes aglomeraciones y la multiplicación de los medios de transporte. Andrieux y Lignon4 han mostrado que la consciencia de ser obrero era cada vez menos viva fuera de la fábrica, en los diversos ambientes de consumo, mientras que seguía siendo fuerte en la empresa. Incluso si no se aceptan las conclusiones de K. Bednarik, que más que analizar interpretan los resultados de la investigación, no es posible rechazar los numerosos estudios que demuestran que los obreros jóvenes tienen mucha menos consciencia que sus mayores de pertenecer a un medio social particular, sobre todo cuando habitan en las grandes ciudades. 5

Lo importante es subrayar que se trata de una combinación inestable entre elementos que no son sociológicamente contemporáneos. Se ha producido solamente una vez en la historia de la industrialización: en el curso de la primera oleada del desarrollo industrial, la de Europa occidental; y, en este marco limitado, ha sido siempre muy parcial, como muestra la falta de unidad del movimiento obrero, que jamás ha conseguido unificar a una clase obrera en una acción de orientación revolucionaria.

II. Descomposición de esta imagen Lo que hay que examinar ahora es la destrucción de esta imagen histórica «clásica» de la sociedad de clases y lo que ocurre con cada uno de los elementos que la componían cuando pasan a ser independientes o autónomos los unos por relación a los otros. 1. Los géneros de vida son sustituidos por niveles de vida en la sociedad de masas. Esta afirmación clásica merece, probablemente, ser matizada: sin embargo, revela muy claramente la desaparición de los antiguos fundamentos culturales de las clases sociales. Aquí lo que desempeña el papel principal es la evolución urbana más que la transformación del trabajo; desgraciadamente, los ambientes residenciales nos son mucho menos conocidos que los ambientes profesionales, a pesar de la importancia de trabajos como los que anima P.-H. Chombart de lauwe. De una investigación realizada en tres H.L.M.* de la región parisiense parecen desprenderse unas conclusiones que, pese a ser limitadas, señalan bastante bien dos modos de superación del antiguo espíritu comunitario o de barrio.

Mucho más evidente todavía es la decadencia de los géneros de vida campesinos, y la reducción de las distancias culturales entre la ciudad y el campo. Los empleados son, en cambio, la categoría social cuyo estudio parece a primera vista mostrar el mantenimiento de géneros de vida de clase. No se trata de que constituyan un medio social y cultural homogéneo; todo lo contrario. Pero parecen vivir, particularmente si se siguen los análisis de M. Crozier,6 en la ambigüedad, alineándose los unos en un medio obrero o en una forma nueva de medio popular, e identificándose los otros con la burguesía. Pero estos mismos términos han sido heredados del pasado y describen mal la situación social de los empleados,

Por una parte, los individuos en vías de ascenso profesional o social, en particular si son obreros, desean un habitat socialmente homogéneo, y por tanto estratificado; lo que se puede denominar un tipo «americano» de hábitat: residencia familiar de ti-

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M. BERGER, Working-class suburb, University of California Press, 1960. 4 A. A NDHIEUX y J. LIGNON , L'ouvrier d'aujourd'hui, París, Riviére, 1960; nueva edición, Médiations, n.° 44, 1966. 5 Cf. en particular los trabajos de N. de MAUPEOU ABBOUD , Les blousons bleus, París, Colín, 1968. Y K. BEDNARIK, Der junge Arbeiter von heute, Stuttgart, Kilpper, 1953. 6 M. CROZIER , Le phénoméne bureaucratique, París, Éd. du Seuil, 1964.

*

H.L.M.: Siglas de Habitation à Loyer Moderé; puede traducirse como «Viviendas de Renta Limitada». [T.]

4

La acción sindical y la intervención política han contribuido igualmente a la institucionalización del conflicto industrial. Se pued...


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