Linares Terapia Ultramoderna PDF

Title Linares Terapia Ultramoderna
Author Patricia Rojas
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Juan Luis Linares TERAPIA FAMILIAR ULTRAMODERNA LA INTELIGENCIA TERAPÉUTICA Herder www.herdereditorial.com Diseño de la cubierta: Michel Tofahrn Maquetación electrónica: Manuel Rodríguez ©2012, Juan Luis Linares © 2012, de la presente edición, Herder Editorial, S. L., Barcelona ISBN DIGITAL: 978-84...


Description

Juan Luis Linares TERAPIA FAMILIAR ULTRAMODERNA

LA INTELIGENCIA TERAPÉUTICA Herder www.herdereditorial.com

Diseño de la cubierta: Michel Tofahrn Maquetación electrónica: Manuel Rodríguez ©2012, Juan Luis © 2012, de la presente edición, Herder Editorial, S. L., Barcelona

Linares

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3063-3 La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente. Herder www.herdereditorial.com

Índice Agradecimientos 1. Introducción 1.1. Entre el objetivismo y el subjetivismo 1.2. El posmodernismo y la terapia familiar 1.3. La terapia familiar ultramoderna 2. Bases históricas y conceptuales 2.1. Gregory Bateson y las raíces comunicacionalistas 2.2. La cismogénesis 2.3. La teoría del doble vínculo 2.4. Las cibernéticas 2.5. La puntuación 2.6. De la terapia familiar al modelo sistémico 2.7. La terapia estructural 2.8. Pioneros e inclasificables 2.9. La terapia familiar en Italia 2.10. ... y en toda Europa 3. Entre el amor y el poder: el maltrato psicológico 3.1. La condición humana: el amor 3.2. El neolítico y el poder 3.3. La nutrición relacional 3.4. El maltrato psicológico 3.5. Modalidades de maltrato psicológico familiar 4. El maltrato físico 4.1. Definición y prejuicios 4.2. Violencia activa física 4.3. Violencia activa sexual 4.4. Violencia pasiva 4.5. Negligencia 4.6. El maltrato físico y sus bases relacionales

5. Hacia una teoría ecológica de la personalidad 5.1. Una definición de personalidad 5.2. La narrativa 5.3. La identidad 5.4. Los sistemas relacionales de pertenencia: organización y mitología 5.5. La nutrición relacional, motor de la construcción de la personalidad 6. El diagnóstico relacional 6.1. El diagnóstico en la terapia familiar sistémica 6.2. La nosología psiquiátrica: un breve apunte 6.3. Las bases relacionales de la psicopatología 6.4. Los trastornos neuróticos 6.5. Los trastornos psicóticos 6.6. La depresión mayor 6.7. Los trastornos de la vinculación social 6.7.1. Las familias multiproblemáticas 6.7.2. Los trastornos de personalidad, grupo B: el trastorno límite 7. La intervención terapéutica 7.1. La inteligencia en la intervención terapéutica 7.1.1. Intervenciones cognitivas 7.1.2. Intervenciones pragmáticas 7.1.3. Intervenciones emocionales 7.2. La danza terapéutica 7.2.1. Del síntoma a la relación 7.2.2. Del individuo al sistema 7.2.3. De la acomodación a la confrontación 7.2.4. De la internalización a la externalización 7.3. Estrategias terapéuticas sobre la organización 7.3.1. Flexibilización de la adaptabilidad 7.3.2. Reequilibramiento de la cohesión 7.3.3. Normalización de la jerarquía

7.3.4. Estrategias destrianguladoras 7.3.5. Estrategias vinculadoras 7.3.6. Estrategias estructurantes 7.4. Estrategias terapéuticas sobre la mitología 7.4.1. Cambio de los valores y creencias 7.4.2. Cambio del clima emocional 7.4.3. Cambio de los rituales 7.4.4. Estrategias negociadoras 7.4.5. Estrategias reconfirmadoras 7.4.6. Estrategias recalificadoras 7.4.7. Estrategias de aceptación 7.4.8. Estrategias responsabilizadoras 8. Reflexiones finales Glosario Bibliografía

Agradecimientos Componer los agradecimientos al acabar un nuevo libro es, para mí, una experiencia sumamente gratificante, aunque no exenta de cierto conflicto. Paso revista a nombres y rostros amigos y me digo: «Tienes que señalarlos a todos, ellos son importantes en tu vida, les debes algo». Con esa filosofía vital, el riesgo es que el agradecimiento se convierta en una especie de bendición urbi et orbi, desmesurada y, por tanto, inadecuada. Contrariando, pues, mis tendencias más naturales, voy a limitarme a mencionar los grupos de colaboradores, colegas y amigos con los que, conversando e interactuando, he obtenido los estímulos intelectuales necesarios para la redacción de este libro. En primer lugar, los miembros del equipo docente de la Escuela de Terapia Familiar del Hospital de San Pablo: Carmen Campo, Félix Castillo, Susana Vega, José Soriano, Gemma Baulenas, Ricardo Ramos, Teresa Moratalla, Ana Pérez, Josep Checa, Iolanda d’Ascenzo, Ana Gil, Carmen Vecino, Gustavo Faus, Dora Ortiz, Isabel Cárdenas (tú, querida mía, entrarías en la relación también por otros conceptos...), Javier Ortega, Anna Vilaregut y etcétera, que ninguna omisión se me ofenda. Con todos ellos, y gracias a todos ellos, comparto desde hace años la aventura de formar terapeutas sistémicos en el marco institucional más privilegiado que quepa imaginar. Y hablando de aventuras, ninguna tan fascinante como la transatlántica que representa relates, la Red Española y Latinoamericana de Escuelas Sistémicas. A Raúl Medina, de Guadalajara, México, le agradeceré toda la vida haberme regalado un mundo, y a los argentinos Marcelo Ceberio y Horacio Serebrinsky, su calidez y alegría porteñas. En Bogotá, Regina Giraldo me brinda su perfecta confiabilidad y M.ª Eugenia Rosselli su hospitalidad, no menos perfecta. En Lima, José Antonio Pérez del Solar lleva muchos años cuidándome cuando lo visito, lo cual incluye gastronomía exquisita y acrobacias aéreas de cierto riesgo. Sandro Giovanazzi y Claudia Lucero,

respectivamente desde La Serena y Temuco, me recuerdan a menudo lo largo y encantador que es Chile. En Porto Alegre, Brasil, Olga Falceto y Ovidio Waldemar me hacen tomar conciencia de cuántas cosas se pueden tener en común, a pesar de la distancia. Y Karin Schlanger en Palo Alto, Angela Hiluey en São Paulo, Lia Mastropaolo y Piergiorgio Semboloni en Génova… A ellos, y a los restantes miembros de relates, les debo la ilusión de que este libro represente una modesta contribución a la construcción de un modelo latino de terapia familiar. Roberto Pereira (Bilbao), Norberto Barbagelata (Madrid), Javier Bou (Valencia), Annette Kreuz (Valencia) y Jorge de Vega (Las Palmas), me acompañan con frecuencia (¡ay!, no tanta como yo quisiera) en reuniones de reflexión sobre los avatares de la formación en España. Reuniones que constituyen una rara síntesis de trabajo y placer, el modelo intelectualmente más estimulante que se haya inventado. Si ese no fuera ya un motivo suficiente de agradecimiento, ellos me aportan además la perspectiva española de la terapia familiar, imprescindible para contextualizar adecuadamente mis ideas. Ese es el mismo modelo que inspira las reuniones anuales de lo que hemos dado en llamar «las cinco voces europeas de terapia familiar»: Edith Goldbeter, de Bruselas, Luigi Onnis, de Roma, Elida Romano, de París, Marco Vannotti, entre Neuchâtel y Milán, y un servidor de ustedes en Barcelona. Sólo que, en este caso, la balanza se inclina decididamente del lado del placer, y eso que juntos hemos producido ya un libro: Thérapie familiale en Europe. Pero es que simultanear las reuniones científicas con óperas en La Scala, en La Monnaie o en el festival de Aix en Provence, conciertos en el Palau de la Música y comidas en… (bueno, no les cuento…) ¡Ingrato sería, si no les agradeciera! Corroborando el éxito de la fórmula, Carlos Sluzki se acaba de incorporar al club en calidad de «solista americano». ¡Bienvenido, querido maestro, y gracias a ti también! Aunque lo conozco desde hace muchos años, un descubrimiento de última hora ha sido Giuseppe Ruggiero y sus múltiples claves humanas y profesionales. Especialmente, el hecho increíble de que hemos inventado simultáneamente el concepto de inteligencia terapéutica, que sirve de subtítulo de este libro. Gracias, querido Giuseppe, por haberme regalado esa coincidencia, que, lejos de inquietarme, aumenta la paz de mi espíritu por la convicción de sentirme bien acompañado. Y no quiero acabar esta agradecida relación sin mencionar al menos a algunos de quienes me acompañan en los grupos de investigación clínica que aportan gran parte del material de que se nutre este libro. Rosa Zayas, José Molero, Silvia Macasi, Vicky Rangel, Vitor Silva, de nuevo Dora Ortiz, y tantos otros: gracias por ayudarme a comprender alguno de los infinitos bucles de complejidad de fenómenos como las prácticas alienadoras familiares o los trastornos psicóticos.

Introducción 1.1. Entre el objetivismo y el subjetivismo La preocupación y la curiosidad de los seres humanos por su entorno son, probablemente, tan antiguas como nuestra especie. Sin embargo, y si nos limitamos a la cultura occidental, son los filósofos presocráticos los primeros que nos han legado un testimonio fidedigno de ese fenómeno intelectual. Tales de Mileto, el primero entre los primeros, inspirado seguramente por el universo acuático en el que siempre se desarrolló la cultura griega, afirmó que todo procedía de lo húmedo o, en definitiva, del agua. Y no hay duda de que algo de eso ha confirmado la ciencia. Por no hablar de la teoría atómica de Demócrito, otro de los filósofos del cosmos o de la naturaleza (Russell, 1945). Los presocráticos fueron sabios que miraban a su alrededor, sobrecogidos por el infinito misterio del mundo en que vivían, e intentaban captar y entender su condición última. Se trata, desde luego, de la primera tentativa objetivadora que registra nuestra cultura, aunque ni siquiera ella está exenta de reflexiones inquietas sobre las limitaciones de la percepción humana. Esta preocupación alcanza el rango de planteamiento fundamental en autores como Parménides, para quien los fenómenos de la naturaleza y, por tanto, las explicaciones cosmológicas, forman parte de la ilusión, por lo que, lejos de constituir la Verdad, no son sino el resultado de la opinión de los hombres. Opuesto a Parménides en otros aspectos, Heráclito coincide con él en su afirmación del subjetivismo al afirmar que todo fluye y que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río. En efecto, podrán encontrarse pocas afirmaciones tan claras de la precariedad de la realidad, aunque no menos rotundo resulta el mismo Sócrates al aseverar: solo sé que no sé nada. De hecho, con él culmina una línea de razonamiento que constituyó la fuerza y la flaqueza de los sofistas, y que no es sino el movimiento de signo contrario al de los filósofos cosmológicos: la reflexión sobre el hombre y el cuestionamiento de su capacidad de conocer la realidad objetiva. Objetivismo y subjetivismo no han cesado de alternarse a lo largo de la historia de la filosofía. Al marcado subjetivismo de Platón siguió el realismo de Aristóteles, y a ambos, neoplatónicos y neoaristotélicos durante muchos siglos. De hecho, toda la filosofía occidental puede ser entendida en términos de dicha alternancia, en la que cada giro, de uno u otro signo, representa una superación del precedente de signo opuesto, que, al incluirlo, aporta nuevas propuestas correspondientes en un nivel de complejidad superior. Los filósofos no suelen basar sus ideas en la descalificación de otros autores anteriores, sino que los integran y, por lo general, parten de lo que en ellos hay de valioso para fundamentar sus propios pensamientos. A través de esta alternancia de los grandes sistemas filosóficos idealistas y realistas se llega a los tiempos modernos, marcados por un positivismo firmemente objetivista que expresa la euforia de la revolución industrial y su ilimitada fe en el progreso. Es la principal fuente de la ideología moderna, todavía ampliamente vigente y que, en el caso de la psicología, prevaleció casi sin competencia hasta mediados del siglo xx. En ese proceso cabe enmarcar la ilusión freudiana de un futuro en que sus teorías psicodinámicas obtendrían la verificación en los laboratorios de neurofisiología. Y, desde luego, también ilustran a la perfección el espíritu moderno la reflexología de Pavlov y el conductismo de Watson, que se repartieron con el psicoanálisis el territorio psicoterapéutico de esa época.

No obstante, como contrapunto, en 1927, Werner Heisenberg, quien más tarde sería premio Nobel de física, había presentado su célebre principio de incertidumbre, según el cual es imposible conocer con precisión y simultáneamente la posición y la velocidad de un electrón. El contenido físico de tal afirmación no es muy relevante para lo que aquí nos ocupa, pero lo que sí resultó muy influyente fuera del campo estrictamente científico fue la idea de que es imposible conocer algo. Lejos de un relativismo banal, que se desprendería de la interpretación textual del enunciado mismo, la importancia filosófica del principio de incertidumbre radica en la idea de los límites del conocimiento objetivo, lo cual lo ha convertido en una de las fuentes inspiradoras de un nuevo giro subjetivista llamado posmodernismo. La otra gran fuente inspiradora es el filósofo vienés Wittgenstein, cuyo énfasis en la importancia del lenguaje ha sido interpretada por los posmodernos como una legitimación de su subjetivismo. La sensibilidad posmoderna, que ya había desembarcado en las ciencias físicas con el principio de incertidumbre de Heisenberg e incluso con la relatividad de Einstein a comienzos del siglo xx, tardaría paradójicamente más de medio siglo en alcanzar a la psicología y a la psicoterapia, pero, al hacerlo, transformó notablemente a los dos grandes modelos vigentes. Lacan, según el cual el hombre y el paciente se revelan en el lenguaje, desafió al psicoanálisis freudiano sustituyendo, como buen estructuralista, la historia por la estructura. Por su parte, el cognitivismo transformó el conductismo, reivindicando el pensamiento y la conciencia, junto al comportamiento y por encima de él, como objeto de intervención y de investigación de la psicología. Pero no pararon ahí los cambios. El psicodrama, la psicoterapia gestáltica y, en general, las distintas psicoterapias llamadas humanistas reivindicaron la importancia de las emociones en sus respectivos modelos, abriendo así las puertas a una de las claves más subjetivas del psiquismo humano. Además, y sobre todo, nació la terapia familiar.

1.2. El posmodernismo y la terapia familiar No es una imprecisión afirmar que la terapia familiar nació posmoderna, como resultado de esa primera oleada fundacional. La idea de que no existe una realidad relacional única y objetivamente descubrible, sino que las realidades relacionales se construyen desde la subjetividad, es probablemente la premisa emblemática del posmodernismo sistémico (o, como algunos desearían, post-sistémico). El énfasis en lo relacional es imprescindible para evitar caer en un relativismo incompatible con la actividad científica y terapéutica. ¿Es posible imaginar una situación en que las distintas subjetividades construyan realidades relacionales más diversas que la de una familia, con sus múltiples personajes, roles y conflictos? Hasta el terapeuta más novato e ingenuo aprende pronto que en una familia es imposible determinar quién tiene razón o en qué miembro reside «la verdad». A pesar de ello, la terapia familiar vivió dos oleadas más de posmodernismo, constructivista en los años ochenta y socioconstruccionista en los noventa, que radicalizaron los planteamientos relativistas, en nombre del individuo en el primer caso y en el de la sociedad en el segundo. Y en detrimento de la familia en cualquiera de los dos. Resulta difícil entender la necesidad de esa apuesta, a todas luces exagerada, por una ideología que termina minando las bases del modelo (y, en algunos casos, cuestionándolo abiertamente), y, para intentarlo, se impone una reflexión que encuadre el fenómeno. De entrada, ¿por qué ocurre en la terapia familiar y no en otros ámbitos de la

psicoterapia? ¿Y por qué en Estados Unidos y en las áreas culturalmente más próximas a ese país, los mundos anglosajón, germánico y nórdico? La primera respuesta ha sido ya adelantada. La terapia familiar nace posmoderna porque, por definición, reunir a los distintos miembros de una familia evoca necesariamente sus distintos mundos y realidades y descarta la aproximación a alguno de ellos como «el verdadero» y a los otros como «los falsos». Dos títulos de Watzlawick, el gran divulgador del comunicacionalismo paloaltino, lo dicen todo al respecto: How real is real? (Watzlawick, 1977) [¿Es real la realidad?], y The invented reality (Watzlawick, 1984) [La realidad inventada]. Y, sin embargo, el pedigrí de posmodernismo no debía de ser suficientemente puro, porque, en los años ochenta, coincidiendo con la oleada constructivista, autores como Keeney (1982) y Dell (1982) arremetieron contra Watzlawick y sus compañeros de Palo Alto, descalificándolos como pragmáticos desde posiciones que reivindicaban la improvisación como única fuente legítima de creatividad terapéutica. Era la llamada estética del cambio, propuesta sin duda estimulante si no abriera la puerta a la frivolidad del «todo vale». Lo que en cualquier caso estimuló fue la polémica, porque Watzlawick (1982) reaccionó enérgicamente contra su descalificación y hasta alguien hubo que contraatacó definiendo certeramente a los estéticos como sometidos a la fashionable mind [mente a la moda] (Coyne et al., 1982). El posmodernismo, pues, tiene tan sólidas y antiguas raíces en la terapia familiar que no puede sorprender que haya alimentado a sus jóvenes cachorros con una dieta de «más de lo mismo». El constructivismo en terapia familiar bebió de autores como Von Foerster, Von Glasersfeld y Maturana, quienes, procedentes de campos ajenos a la psicología o la psiquiatría, fueron seducidos para que se convirtieran en epistemólogos de la nueva teoría sistémica… o post-sistémica. Y, como referente teórico central, se propuso lacibernética de segundo orden, que destacaba la imposibilidad de observar desde fuera un sistema con el que se interactúa, siendo inevitable la integración en él y, en consecuencia, la auto-observación. Además, la interacción instructiva es imposible y, por tanto, los sistemas, que están determinados estructuralmente, no pueden ser conocidos objetivamente. El conocimiento no es sino acoplamiento estructural, que permite que dos sistemas interactúen sin desvirtuarse. La terapia familiar constructivista hace un principio de estas ideas y propone una intervención basada en la improvisación y en las prácticas conversacionales. Las preguntas circulares y reflexivas (Tomm, 1987) son la mejor representación de una sensibilidad según la cual el terapeuta no puede imponer su realidad al paciente o a la familia, sino que debe ayudarle a descubrir sus propias respuestas: «¿Qué suele hacer tu hermana cuando tu padre llega a casa y tu madre sale a recibirlo contándole todo lo que ha pasado en su ausencia?». El terapeuta constructivista intentará inducir mediante este tipo de intervenciones la posibilidad de no dejarse triangular, pero no actuará directamente desactivando la triangulación. Pero, desafortunadamente, la radicalización condujo, desde un razonable cuestionamiento de la posibilidad de observar objetivamente un proceso relacional en el que se participa, hasta la negación del rol de experto y la exaltación de la improvisación como suprema modalidad de intervención terapéutica. No puede extrañar que se produjeran abusos y que empezara el alejamiento de la terapia familiar de la clínica, en la que había realizado aportaciones tan prometedoras. Sin embargo, el golpe de gracia al «constructivismo radical» (en expresión de uno de sus portavoces, Von

Glasersfeld), no vino de otros sectores de la teoría sistémica, sino del feminismo. En efecto, este se sintió profundamente irritado y reaccionó con una crítica feroz ante unas propuestas que sugerían igual validez de las distintas construcciones subjetivas frente a un mismo fenómeno, por ejemplo, el maltrato: la del maltratador y la de la víctima. Con el paso de los años ochenta a los noventa, el posmodernismo en terapia familiar abandonó casi totalmente el constructivismo y abrazó con entusiasmo la causa socio-construccionista. ¿Cuál era la diferencia? Como adelantamos más arriba y su nombre indica, el construccionismo social pone énfasis en la intervención de la sociedad en la construcción de realidades y, en particular, de las que se expresan a través de los síntomas. Recurriendo a Foucault (1961), se atribuye al discurso social dominante la influencia decisiva en la construcción de la patología y, en definitiva, en el mantenimiento de las relaciones de dominio. También son fuentes importantes de inspiración Vigotsky y Bajtin (21963), psicólogos rusos de la época soviética impulsores de teorías s...


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