Monografía - Madame Bovary de Gustave Flaubert PDF

Title Monografía - Madame Bovary de Gustave Flaubert
Course Grans Obres de la Literatura Universal
Institution Universitat de Barcelona
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Monografía de Madame Bovary (extensión 5 páginas sin contar la bibliografía)...


Description

Alumna: Paula Barrué NIUB: 20300884

MADAME BOVARY: El Realismo de Flaubert

No existe, como tal, un realismo Flaubetiano definido dentro del Realismo moderno nacido en el siglo XIX, al cual esta creación literaria de 1857 le asienta unas firmes bases. Pero no podría negarse el estilo único de Gustave Flaubert para reflejar el mundo y los individuos que forman sus sociedades a través de su gran obra: Madame Bovary. Pero para llegar a comprender este realismo tan característico primero deben conocerse los antecedentes más inmediatos sobre los que Flaubert se asienta, empezando así por el Romanticismo alemán del siglo XVIII. Esta corriente literaria estaba en esencia unida a la cuestión filosófica, pero por desgracia pierde tal profundidad en su expansión por Europa, travesía que la hace olvidar el “sentimiento” para sustituirlo por “sentimentalismo”. Es entonces cuando nace el Romanticismo francés del siglo XIX, caracterizado por su fórmula repetitiva y totalmente devaluada de lo que alguna vez fuera la literatura del romance. No incluiría a autores como Víctor Hugo, por supuesto, sino a aquellos escritores que podríamos denominar “pseudorománticos”, empeñados es exagerar y depreciar lo que en origen fue canónico. Y es ante estos precedentes sobre los cuales el realismo se levanta en protesta. Si el romanticismo se alzó en contra de la frialdad y el vacío de la ilustración, el realismo es la reacción adversa al romanticismo. El sentimiento compartido de los autores realistas del momento podría interpretarse como rebeldía, recordando en su inconformismo a los jóvenes y románticos alemanes del “Sturm und Drang” del siglo anterior, pero con un objetivo común totalmente opuesto: representar la realidad a través del mundo social, no tanto mediante el análisis psicológico de sus partícipes sino en sus procesos históricos que habían sido dejados de lado. Y sobre este propósito compartido se bifurcaron las intenciones propias de cada autor. Honoré de Balzac, por ejemplo, representaba su realismo con una gran influencia romántica, tan presente en sus obras como en las de tu coetáneo Stendhal, mientras Baudelaire intentaba rescatar la esencia del romanticismo. Pero Flaubert, tal y como dice Llovet, va más allá de los supuestos estéticos realistas con lo que los demás podrían identificarse1 en su búsqueda por crear una imagen antirromántica que sería el principio del posterior surgimiento de la novela moderna. Para Flaubert, el realismo es puramente objetivo, y así se refleja a través de todos los elementos que singularizan su estilismo realístico. La historia en sí, para empezar, y su filistea protagonista reflejan el delicado cálculo del destino humano2 y la banalidad de la élite burguesa de la época. Madame Bovary es una novela realista con la manifiesta esencia antirromántica propia de Flaubert, no solo por su forma de tratar el amor, sino también en las claras consecuencias nocivas que las lecturas sentimentalistas pueden provocar en una mujer joven3, estando totalmente protegidas de la verdad del mundo como lo estaban entonces las señoritas, y atadas a las convenciones femeninas de matrimonio e hijos como receta para la felicidad perpetua. 1,3 2

Llovet, J. “Flaubert” dentro de Lecciones de la Literatura Universal. Madrid: Catedra, 1995 Nabovok, V. “Gustave Flaubert: Madame Bovary” dentro Curso Literatura europea. Barcelona: Ediciones B, 1997

Aunque, al final, no importa tanto el condicionamiento social de Emma como la oquedad en su personalidad filistea lo que sella su camino, pues “quien pretenda darse cuenta de su vida real y del lugar que ocupa en la sociedad tendrá que hacerlo sobre una base práctica mucho más amplia”4 de la que ella tiene. Y es aquí donde queda patente la soberanía del trabajo de Flaubert, quien consigue crear una obra canónica a partir de un argumento mediocre. Por otra parte, no puede olvidarse que el realismo se construye sobre el romanticismo, razón por la cual encontramos elementos propios de este adaptados a la visión de Flaubert, como son el tedio de Emma, o su nostalgia constante por ese “algo más”. Entre sus muchos objetivos, Flaubert no busca la destrucción del amor, sino desenmascarar la insustancial evidencia de este falso romance nacido de imposibles. Podría decirse, si bien Flaubert no pretende hacer de su novela un espejo de la verdad absoluta, que se logra atisbar este sincero sentimiento en Charles y su devoción por Emma. Auerbach dice del realismo moderno que “se toma muy en serio la realidad y sus individuos independientemente de su clase”, pues cuan desalentadora e incluso cruel puede resultar la imagen que nos Flaubert da de Charles, sin reparos al mostrarlo mediocre y cobarde, aferrado a los hábitos convencionales de los que Flaubert tanto se burla y, y, aun así, de entre todos el único de los personajes capaz de sentir verdaderamente para acabar respirando su último aliento allí donde su mujer le era infiel. Si se trata de injusticia, esa es una opinión que la obra no plasma. En cuanto a Emma, esta no podría identificarse como los autores anteriores al romanticismo francés, propensos a evadirse de la realidad debido a su aversión, casi enfermiza, hacia la vida contemporánea5. Ella, al contrario de Rousseau, quien sí conocía la diferencia entre sus ideas y sueños y la realidad en la que se encontraba, no cuenta con el juicio para interpretar y distinguir la ficción en aquello que lee. No se trata de un caso de locura, como con el Quijote de Cervantes, quien no podía discernir el mundo real de la leyenda. La situación de Madame Bovary es resultado de una obtusa voluntad por proyectar fantasías sin querer ver que son precisamente eso. Podría, en primera instancia, pensarse que esta es una forma de vivir preferible a la resignación, o a la “necesidad de diferenciarse y permanecer solitarios” de los prerrománticos, si no fuera porque Flaubert —y he aquí su sentimiento antiburgués, para él dictado por uno mismo y no por su economía— se encarga de mostrarnos los fatales resultados de quienes viven en la mentira y las apariencias. Al fin y al cabo, que opción queda sino la muerte para alguien que se alimenta de lecturas carentes de la naturaleza “revolucionaria y combatiente de Rousseau”6. Y es una muerte, a diferencia de la desesperación existencial del Werther de Goethe, llevaba por una angustia estúpida. Pero no existe tal juicio sobre este final en sus páginas, narrado tan imparcialmente en su exhaustiva recreación que fue lo único que salvó a la obra de Flaubert de la censura, conteniendo como lo hace en ella temas inmorales y blasfemos para la época como eran el adulterio y el suicidio. Porque el realismo de Flaubert, como rasgo distintivo, es de una objetividad absoluta, en todos sus aspectos, no habiendo un ápice de subjetividad en ningún momento. Y si bien es cierto que existe un tono irónico que se es libre de querer escuchar o no, no existe intención humorística en Madame Bovary; tan solo un contundente empeño en mostrar la realidad que, si bien Flaubert despreciaba, no maldice en su obra. 4,5,6

Auerbach, E. “La mansión de la Mole” dentro de Mimesis. La representación de la realidad en la literatura universal. México DF: FCE, 2014

Flaubert creó su novela como quien construye un edificio: no desde la moralidad, sino desde perfecta precisión y con una descomunal cantidad de investigación previa, analizando la realidad como un forense con un bisturí. 7 Y este estilo ordenado, como se ha mencionado antes, se muestra en tantas dimensiones como la propia obra de Madame Bovary tiene en su estructura. La primera capa8 ha sido la propia historia y los personajes que la forman, los cuales en realidad podrían haber sido otros distintos sin que se perdiera la esencia de lo que se quiere transmitir. Toda la novela es un continuum de tediosas situaciones, cotidiano aburrimiento y una falta de acción que al propio Flaubert le preocupaba no fuera atractiva. No narra la vida desde el punto de vista del rey o del héroe, sino que cuenta el aburrido día a día de la gente corriente; no por humilde sino por frívola y mediocre. Pero lo cierto es que no importa tanto el qué se dice, sino el cómo se dice9. Lo que lleva a la segunda capa: el estilo Toda la obra está perfectamente medida, dividida en sus tres partes. A partir de aquí, Flaubert se encarga de crear un puzle que encaja correctamente desde todas sus perspectivas. El uso del contrapunto o intercalación, por ejemplo, en la escena de la posada en Yonville con la conversación paralela entre Emma y León y Homais y Charles es como un caleidoscopio de impecable precisión que con cada vuelta gira los grados exactos para seguir reflejando una imagen clara y nítida sin perder la belleza, no tanto en su contenido, sino en lo que representa: un absoluto dominio de la literariedad. O, mejor dicho, una literatura creada específicamente para el realismo que Flaubert quería reflejar. Logrado, además, con un narrador no intervencionista totalmente adecuado a las intenciones de Flaubert, demostrando de nuevo su control como ingeniero de su obra. El narrador omnisciente va focalizándose en cada personaje desde la primera persona, lo que consigue que transmitir su punto de vista sin abandonar este estilo indirecto libre, y moldeando a su paso a cada personaje, de modo que no hay necesidad de aclarar quien está pensando qué, pues el lector sabe en todo momento sobre quien se ha centrado el foco. También encontramos en su estilo el uso del verbo imperfecto (“imparfait” en francés), dado que la novela está construida en su mayoría alrededor del resumen, y no tanto desde la propia escena. Allí donde se narra hechos contemporáneos se cambia al presente. En definitiva, este es un recurso para conseguir transmitir esa sensación de rutina y repetición que Emma tanto detesta y de la que nunca consigue deshacerse del todo. A su vez, resulta contraproducente como Flaubert hace fluir los hechos de un capítulo a otro, de un tema a otro, con total suavidad10, sin detener la corriente. Todos son mecanismos que Flaubert domeña a su propósito, desorbitado dice Llovet 11, de crear un estilo literario propio, prácticamente sinfónico escribía del propio Flaubert12 en su correspondencia particular, donde lo qué y cómo lo dice vayan intrínsecamente unidos en harmonía. Lo que lleva a la tercera capa: el lenguaje. Con Flaubert no se trata tanto de decir, sino de mostrar. Y tal aspiración casi cinematográfica solo puede alcanzarse desde el más exquisito detalle. Como ya se ha mencionado, él crea Madame Bovary con total rigurosidad donde cada punto esta previamente estudiado a la perfección.

Flaubert domina la descripción en bloque, algo inusual hoy en día, al detener la escena para recrearse concienzudamente en cada detalle, desde los volantes de un vestido a los pétalos de una flor; la obra transmite imágenes con sus palabras. Y esta precisión para la precisión la logra a través de la incansable búsqueda por “le mot juste”, la palabra exacta, llevaba prácticamente a la obsesión. 13 Esta intención casi prosaica, propia del poeta que escribe minuciosamente casa frase, crea una inflamación estilística14 totalmente representativa de Flaubert, donde cada palabra debe conseguir transmitir exactamente lo que se busca en un énfasis desorbitado por encontrar la manera perfecta de decirlo. No se trata de experimentar con el lenguaje, sino de someterlo al servicio de cada descripción, no uniendo lengua y sentimiento como hacía Balzac, sino enfocado a transmitir la realidad objetiva de cada momento preciso en cada una de sus singularidades. En definitiva, cada palabra transmite una verdad absoluta. No queda duda, entonces, de que cada frase tiene la extensión precisa y de que cada palabra contiene la totalidad de su significado, incluso en aquellos elementos cuya representación es metafórica y que rebosan a lo largo de la obra, siendo un ramo nupcial, un barómetro que cae de la pared o lagos de mermelada en una tarda mucho más que simples objetos decorativos, sino ejemplos de esta yuxtaposición significativa de Flaubert donde todo tiene una razón de ser y donde cada detalle es verídico y contiene más de lo que podría esperarse. En resumen, Madame Bovary puede resumirse en los tres elementos que la constituyen. La crítica filistea es la intención más humana de Flaubert, fruto de su animadversión por todo lo burgués y que para él es indudablemente sinónimo de superficialidad, “criticando furiosamente la estupidez humana”14 a través de sus personajes de la elite. El segundo elemento característico es el estilo y el lenguaje, no solo totalmente dominados sino subyugados al estilo propio del autor que resulta sorprendente, y mediante una pasión enfermiza por la perfección. Para Flaubert lo más importante no es el contenido, sino la forma; en cada palabra, cada frase, el ritmo… Todo ello al servicio de su intención objetiva sin perder nunca la literariedad. Y por último queda la cuestión realista. Podríamos preguntarnos como una obra que en su creación casi poética pueda ser completamente realista, sin dejar de lado que se sostiene sobre ideas románticas. Pero lo cierto es que la pregunta a esa respuesta no es lo verdaderamente importante. En definitiva, la ficción es ficción, y Madame Bovary, el personaje y su obra, con fruto de la imaginación de Flaubert sin importar cual fuera la semilla que hizo surgir la historia. Y, en definitiva, no existirá nunca una verdad completamente parcial. Lo importante es como Flaubert es maestro, y consigue crear una obra canónica formada de verdades repugnantes, imágenes detalladas de un mundo superfluo y desesperanzadoramente mediocre, y la banalidad de sueños que nunca se cumplen.

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Llovet, J. “Flaubert” dentro de Lecciones de la Literatura Universal. Madrid: Catedra, 1995

Todo esto perfeccionado exclusivamente a su intención objetiva, y conseguido gracias a su total dominio de la lengua y el estilo. Podría decirse que está creando un libro sobre nada15 como podría decirse que está creando una escultura de oro a partir de chatarra.

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Llovet, J. “Flaubert” dentro de Lecciones de la Literatura Universal. Madrid: Catedra, 1995...


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