Plebe, prostitución y conducta sexual en Lima del Siglo XVIII. Apuntes sobre la sexualidad en Lima Borbónica. PDF

Title Plebe, prostitución y conducta sexual en Lima del Siglo XVIII. Apuntes sobre la sexualidad en Lima Borbónica.
Author Richard Chuhue
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Plebe, prostitución y conducta sexual en Lima del Siglo XVIII Apuntes sobre la sexualidad en Lima borbónica Richard Chuhue Huamán* “...Que ves la plaza abundante, de carnes, de vivanderas De verduras, de primores, y de frutas en todo tiempo… Que ves muchas mulatas, destinadas al comercio Las unas al...


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Plebe, prostitución y conducta sexual en Lima del Siglo XVIII Apuntes sobre la sexualidad en Lima borbónica Richard Chuhue Huamán* “...Que ves la plaza abundante, de carnes, de vivanderas De verduras, de primores, y de frutas en todo tiempo… Que ves muchas mulatas, destinadas al comercio Las unas al de la carne, Las otras al de lo mesmo. Que ves indias pescadoras, pescando mucho dinero Pues a veces pescan más, que la pesca que trajeron…” (Esteban Terralla y Landa. Lima por dentro y por fuera. 1797)

IntRoduCCIón Desde nuestra infancia se nos ha enseñado a tratar la sexualidad como un tema vedado. Hablar del tema hasta el día de hoy sigue siendo un asunto espinoso, del cual como integrantes de este sistema social no podemos escapar. En sociedades como la peruana, hondamente patriarcales y altamente dominadas por una sexualidad retenida, muda e hipócrita (Foucault 1985) es difícil reunir testimonios que nos acerquen a la historia de manifestaciones sociales tales como la prostitución. El ordenamiento que aplicó la modernidad se exteriorizó en ese silencio cómplice e hizo que no se hallasen registros bibliográficos específicos acerca del tema para el caso peruano hasta ya comenzado el siglo XX (Dávalos y Lisson 1900) Aunque uno de nuestros más representativos historiadores opinó con anterioridad que puede existir un texto perdido sobre esta problemática para la época virreinal, pero escrito en la época republicana (Macera 1977). Sin embargo estos indicios no nos ayudaban en gran medida a resolver los interrogantes sobre el comercio sexual en la Lima Borbónica. Es decir ¿por qué siendo Lima la capital del imperio español de ultramar en América no encontramos datos sobre un fenómeno que afectó grandemente a otras ciudades del orbe en el mismo espacio temporal? ¿Por qué los pocos datos conocidos hasta hoy aluden solamente a las clases populares –la plebe– como productora y consumidora de esta problemática? ¿Es que acaso las clases acomodadas de Lima no fueron afectas a este flagelo social? ¿Fueron las meretrices solamente las mulatas empobrecidas o las negras sensuales que denunciaban las autoridades coloniales? En las siguientes páginas intentaremos establecer algunas respuestas acerca de estos ítems. Obviamente este artículo no pretende cubrir todo el espectro de la prostitución colonial en Lima, pues nos vemos limitados por la carencia de fuentes, pero lo que si nos permitimos hacer es dar algunos alcances con respecto a este fenómeno considerando las particulares circunstancias del hallazgo de algunos documentos que describiremos a continuación. * Historiador por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima-Perú. Agradezco las recomendaciones y apoyo de colegas como Sandro Covarrubias Llerena, Antonio Coello Rodríguez y el Dr. Efraín Trelles Aréstegui con quien sostuviéramos una charla sobre el tema para el programa El Perú y sus raíces que se transmite en Radio Programas del Perú (RPP).

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noCIoneS SobRe LA PRoStItuCIón PeRuAnA Hablar de prostitución en el Perú del siglo XVIII es adentrarnos en las entrañas más sórdidas de la sociedad colonial limeña y específicamente dentro de aquel espectro social que se denominaba “plebe”1. Si bien es cierto existe un estudio pionero que nos ayuda a ubicarnos dentro de la misma, este reflejó una visión parcial e incompleta de la clase baja (Flores Galindo 1984), estableciendo relaciones tensas y de conflicto permanente entre los sectores negro e indígena de la capital peruana, azuzados por la población hispana para mantenerlos bajo control. Otros trabajos complementarían luego la perspectiva que tenemos sobre nuestros antepasados limenses. Uno de ellos propone la relación usual y continua entre afroamericanos y la población aborigen, a través del análisis de los matrimonios en la iglesia de indígenas de Lima: Santa Ana (Cosamalon 1996). Sin embargo ninguno de estos dos estudios dedicó un ítem especial a la prostitución, tal vez debido a la ausencia de fuentes. No obstante el hecho de que no existan referencias frecuentes en los documentos no significa que no haya existido el problema, más aun estando probado que era ejercida y regulada desde la Metrópoli. Lo que podemos apreciar, en todo caso, es que hubo una intención, inconciente o directa, de mantener este tema soterrado, sin más manifestaciones que las que los habitantes limeños de esa época podían encontrar en un paseo habitual por las calles de la tres veces coronada villa. Es conocido por las investigaciones previas de los etnohistoriadores, que en el espacio andino no existió la prostitución en su concepto actual (Juan José Vega 1993); no obstante, se sabe acerca de ciertas mujeres a disposición de los oficiales del Estado inca (denominadas pampayrunas), aunque recalcamos, estas no configuraban la idea de prostitución moderna que tenemos hoy. La prostitución pues, y sus iniciales expresiones en Perú, la apreciamos en las crónicas que describen los primarios encuentros de mujeres indígenas con españoles, quienes las raptaron, violaron y en muchas oportunidades abusaron de ellas y las convirtieron en esclavas sexuales. Así, por ejemplo, cronistas como Fray Bartolomé de las Casas, Fray Calixto Túpac Inca, Guamán Poma de Ayala, Juan de Betanzos, Cristóbal de Molina y el padre Pablo José de Arriaga describieron algunas escenas acerca de esta realidad (Sara Beatriz Guardia 2004), en la cual los conquistadores hispanos creyeron tener acceso ilimitado a todas las mujeres sin importarles su condición de solteras o casadas, viudas o doncellas y las forzaron a satisfacer sus necesidades sexuales, convirtiéndolas de esta forma en sus barraganas, amantes, sirvientas y prostitutas. Las que se negaban a los avances sexuales no deseados de los hispanos eran torturadas y asesinadas. En algunas regiones de América las mujeres fueron vendidas en prostitución o intercambiadas en juegos de cartas, pasando por encima de las leyes que las protegían (Socolow 2000). En ese sentido el drama de la conquista y el choque 1 “Plebe” es un término que se solía usar en la época colonial para referirse a los estratos bajos de la sociedad. Agrupaba tanto a la gente más miserable de la ciudad como a los que trabajaban en oficios manuales que les ocupaban pocas horas, producto de lo cual tenían mucho tiempo libre dedicado al ocio. En el siglo XVIII no es difícil encontrar manifestaciones con respecto a este grupo social con epítetos descalificadores como “gente vil de la plebe” o “descarriada plebe”.

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cultural que ella significó, adquiriría una dimensión particular y trágica para las mujeres peruanas. Sin embargo en estos iniciales días también se embarcaron hacia el Nuevo Mundo mujeres españolas, quienes formaron familia con los primeros conquistadores afincados en las recién fundadas ciudades. Pero esto no significó que prostitutas europeas no llegaran a América. A pesar de la facilidad con la que los españoles podían acceder a dar rienda suelta a su sexualidad, estos recurrieron también a los servicios de prostitutas como una forma de compartir momentos de relax con alguien de su misma cultura y costumbres. Así un autor refiere cómo en enero de 1575 las autoridades del Perú se habían quejado de la llegada de un número demasiado grande de prostitutas, que hacían peligrar la necesaria armonía conyugal de las familias de la colonia (Baudot 1981). A su vez, las libertades que adquirían las limeñas a través de su característico traje de la saya y el manto originó que en España fuera prohibida esta vestimenta, pero así como la prostitución fue permitida en América lo mismo habría de suceder con las tapadas. Los virreyes a pesar de haber intentado acabar con ellas y el pernicioso ejemplo del que algunas hacían gala, se vieron imposibilitados de hacerlo por la moda generalizada de esta vestimenta entre la población femenina colonial. Así por ejemplo Juan de Mendoza y Luna, Marques de Montesclaros, decía en su Memoria de Gobierno de 1614, que intentó erradicarlas, mas viendo que dichas mujeres no le hacían caso ni a sus propios esposos era difícil para él poder con tantas. Por la misma razón su antecesor el virrey don Luis Velasco y Castilla y Mendoza tuvo la intención de “fundar un recogimiento donde las distraídas pudiesen estar detenidas y encerradas”2, lo cual no se pudo concretar pues el citado virrey dispuso ello casi al final de su gobierno y su sucesor el virrey Gaspar de Zúñiga y Acevedo, Conde de Monterrey, tuvo tan corta vida que no pudo culminar dicha obra. Melchor de Liñán y Cisneros, virrey del Perú entre 1678 y 1681, en su recuento de gobierno entregado a su sucesor el Duque de la Palata, le recomienda poner mucho empeño en “remediar los escándalos y pecados públicos que suelen ocasionar algunas mujeres de licenciosa y desenvuelta vida, especialmente mulatas de que abunda esta ciudad”. Añade que las soluciones que dieron sus antecesores para castigar este hecho fueron la cárcel y en ocasiones el destierro, pero que fue contraproducente pues al parecer dichas mujeres no moderaron su conducta en prisión, donde solían compartir los mismos ambientes que los presos varones. Para ello precisa que su idea fue construir un espacio especial en el segundo piso de la Cárcel de Corte donde se les pusiera a trabajar “distribuyéndoles costura y otras tareas para el servicio de los hospitales”, pues pensaba que de esta forma se podía mantenerlas alejadas de su oficio y “por lo menos todo aquel tiempo de la prisión se evitarían muchos pecados que ejecutaron sueltas”3. 2 Memoria de los Virreyes que han gobernado el Perú durante el tiempo del coloniaje español. Tomo Primero, Felipe Bailly (Editor) Lima, 1859: p. 36. 3 Ídem: 294-295

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Sin embargo, unos años antes ya se había hecho un esfuerzo por contener a ciertas “mujeres públicas”. Fue el sacerdote jesuita Francisco del Castillo, quien en 1668, movido por sentimientos propios de su catolicismo, propuso al virrey Pedro Fernández de Castro, Conde de Lemos, un proyecto para la fundación de una casa de recogidas, lo que consideraba un esfuerzo que, debía hacerse para lograr la salvación de las almas de aquellas mujeres que arrastradas por la pobreza, se prostituían. Cabe agregar que el padre Castillo solía predicar en El Baratillo, área ubicada en la zona de “Abajo el Puente”, lugar habitual de reunión de la plebe limeña, rodeado de chinganas y pulperías, donde se refugiaba gran parte de la población delincuencial de la ciudad. La casa de recogimiento obtuvo la aprobación real en 30 de septiembre de 1670 y se pasó a llamar Beaterio de las Amparadas de la Purísima Concepción4. En 1690 el virrey Don Melchor Portocarrero, Conde de la Monclova, ordenó que el beaterio incorpore la recolección forzosa de “mujeres escandalosas”, las mismas que fueron depositadas en una cárcel dentro de dicha institución (Martín 1983). Años más tarde, ya en la segunda mitad del siglo XVIII, un sacerdote de la orden mercedaria y que coincidentemente llevaba el mismo nombre del fundador del Beaterio de las Amparadas, nos dejó en sus escritos un variopinto cuadro acerca de la prostitución colonial. Fray Francisco del Castillo Andraca y Tamayo, conocido también como “El ciego de la Merced”, fue un mordaz crítico de la sociedad colonial y un ácido fustigador del meretricio, cuestión que está muy presente en su poesía satírica; así, en el romance “Conversación de unas negras en las calles de los borricos”, nos refiere la presencia de las prostitutas en los mismos portales de la Plaza Mayor de Lima: “Allí es donde a todas horas / a Venus se sacrifica / por medio de sus infames / inmundas sacerdotisas. / Estas son aquellas furias / más que las parcas malditas, / portaleras, que por tales / de todos son conocidas.” (Vargas Ugarte 1948). A su vez, corroborando lo expuesto por el viajero Jorge Juan unos años antes5 acerca de las enfermedades venéreas que solía padecer la población limeña, en especial las mujeres, sin distinción de clase social, el Ciego de la Merced dice: “Las idólatras de Venus, / por quien están en la extrema / muchos males padeciendo, / las fieles adoradoras / de aquel Dios de los Mineros / que para bubas y cancros / Mercurio es dulce remedio.” Sobre el mismo tema también hizo referencia el sacerdote jesuita alemán Wolfang Bayer, quien estuviera en el Perú entre 1752 y 1766, quien no duda en comparar a Lima y las aldeas que la circundan con Sodoma y Gomorra, pues a su ver “No hay ningún genero de pecado contra el sexto mandamiento, al que no se haya entregado este pueblo malo y desvergonzado, razón por la que domina en todos los lugares de este país el repugnante mal gálico”6. Agrega que en el Virreinato peruano no se castigaban convenientemente, ni por las autoridades civiles ni por las religiosas, los grandes y constantes escándalos, pues más veían en ellos una debilidad de la naturaleza humana. 4 Memorias del Virrey del Perú Marques de Avilés. Publicado por Carlos A. Romero. Imprenta del Estado. Lima, 1901: p. 14. 5 Jorge Juan y Santacilia y Antonio de Ulloa. Relación histórica del viaje a la América meridional. Segunda parte. Impreso en Madrid por Antonio Marín, Año de 1748: p. 119. 6 Wolfang Bayern. “Viaje por el Perú de 1751”. En 4 Cronistas Alemanes en el Perú. Estuardo Núñez (Compilador). UNMSM. Lima, 1971: p. 31.

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En la última década del siglo XVIII, Tadeo Haenke, un viajero alemán, adscrito a la expedición científica española de Alejandro Malaspina manifestó refiriéndose a las costumbres de los limeños: “Son dados a los placeres, el juego y a una vida regalada y ociosa. Idólatras de las mujeres, casi siempre estiman poco la suya propia. Se ven sujetos de carácter y personas cuyo estado los aparta de ciertas concurrencias, asistir a ellas con el disimulo y empacho que en otras partes. Se ve hombres entregados al juego y otras disoluciones. La juventud se corrompe fácilmente, y en Lima es crecido el número de mujeres prostitutas, cuyo lujo y riqueza prueban los muchos hombres acomodados que con ellas viven y las mantienen, hasta que se arruinan y sacrifican sus caudales”7. El mismo virrey Francisco Gil de Taboada y Lemos advertía que ante la falta de industrias y fábricas con las cuales las mujeres españolas de baja condición, que no fueran casadas o que no tuvieran bienes heredados por sus padres, pudieran emplearse, estas se veían en “inminente riesgo de sacrificarse al desorden que se nota siempre con dolor en bastante número”8. Vemos a través de todas estas señales que la prostitución era conocida y no era un problema del que las autoridades coloniales estuvieran desatentas. Pasemos entonces, luego de esta primera vista a ese submundo, a ver el análisis de casos.

PRoStItuCIón, eSPACIoS PúbLICoS y VIoLenCIA fíSICA El primer caso que presentamos nos ayudará a conocer cómo era la situación de las mujeres que sin ser pobres se relacionaron con la plebe, pues la ciudad limeña tenía esas características de heterogeneidad social intraurbana (Panfichi 1995), en sus calles se mezclaban tanto gente con mucho dinero y poder como artesanos, jornaleros, esclavos o españoles venidos a menos; callejones y mansiones estaban juntos. En 1774, María del Carmen de la Torre contaba con tan solo 14 años de edad. Su juventud, sin embargo, no había sido obstáculo para que un individuo nombrado Juan Ignacio de Saavedra y Delgado la tomara por esposa, un año antes. Ella lo describió en el auto de divorcio que le había interpuesto como “de naturaleza yndica (o sea india) y de edad avanzada”. A través del documento9 sabemos que Maria del Carmen fue obligada a casarse por su madrina doña Ángela de la Torre, esposa de don Francisco Ortiz de Foronda. Los motivos indican que fue por asegurarle un matrimonio convenido al lado de una persona cuya solvencia económica quedo demostrada a lo largo de todo el proceso que detallamos. 7 Tadeo Haenke. Descripción del Perú. Editorial El Ateneo, Lima, 1901: p. 27. 8 Memoria de los Virreyes que han gobernado el Perú durante el tiempo del coloniaje español. Tomo Sexto. Felipe Bailly (Editor) Lima, 1859: p. 80. 9 Archivo General de la Nación (en adelante AGN) Superior Gobierno – Gobierno – Contencioso (GO BI 5) Caja 150, Documento 304. 1774, Lima, fojas 24. Juan Ignacio de Saavedra y Delgado contra su esposa María del Carmen de la Torre sobre su reclusión en el Beaterio de Amparadas de Lima por observar una conducta licenciosa. Ante Manuel de Amat y Junient, virrey del Perú.

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El origen de María es incierto, el documento no nos muestra mayores detalles a este respecto. Solo nos dice que ella se crió en la casa de Francisco Ortiz de Foronda desde muy temprana edad. La familia Ortiz de Foronda era una de las más respetadas dentro de la sociedad limeña del siglo XVIII. Descendían de una rama nobiliaria venida de Extremadura (Barredo de Valenzuela, 2000). Juan Ortiz de Foronda y Aguilar, su abuelo, y Francisco Ortiz de Foronda y Marcellano, su padre, habian sido Caballeros de Santiago, a la vez que ocuparon diversos cargos en la administración colonial. Asimismo un tío suyo, Pedro Ortiz de Foronda, Conde de Vallehermoso, había sido alcalde de la ciudad en 1747 (Lohmann Villena, 1993). De la misma familia fue Vicente Ortiz de Foronda, canónigo de Lima y rector de la Universidad de San Marcos en 1726 y 1729. Poseían además en Lima, las haciendas de Chillón y Márquez, así como también Pando, Quevedo y Maranga (Vegas de Cáceres, 1996). Juan Ortiz de Foronda –hermano del citado Francisco– era alcalde de la ciudad en 1774, año en que ocurrieron los hechos que puntualizamos. Este mismo cargo también lo ocuparía el propio Francisco años después, en 1780. El hecho de que María llevara el mismo apellido que su madrina Ángela de la Torre, a pesar de no tener una relación de parentesco más cercana y también la circunstancia de haberse criado en su casa, nos lleva a pensar que tal vez pudo tratarse de una niña abandonada, una niña ilegítima dejada en el hogar de una familia pudiente. Esta era una práctica usual entre los sectores dominantes de la sociedad colonial urbana (Manarelli, 1994). Si bien es cierto existía un hospicio para niños huérfanos, abandonarlos ahí les significaba a los niños “expuestos” una vida de penurias, pues la situación de la Casa de Huérfanos no era buena (Chuhue, 2009), cosa que se evitaba dejándolos en casas de familias adineradas. Al ser aceptados dentro de esas viviendas los niños podían acceder no a todos los privilegios de un hijo legítimo pero si al menos podían ostentar comodidades o una vida diferente a la de los expósitos tradicionales. Al ser admitidos también se reconocía implícitamente la responsabilidad sobre el infante, es decir, se sospechaba de que si un niño blanco era abandonado en casa de una familia rica era porque quizás era producto de relaciones ocultas del jefe de hogar con una amante. Ese tal vez fue el origen de la historia de María de la Torre. Sin embargo, para María la vida en casa de la familia Ortiz de Foronda no fue nada fácil. Ella relata que su madrina la obligó, en base a amenazas y con mucha violencia, a aceptar la proposición matrimonial a pesar de sus escasos 13 años y que todo esto lo hacía con el fin de expelerla de su casa pues sospechaba que su esposo, don Francisco, tenía también otras intenciones hacia ella, razón por lo cual la llenaba constantemente de improperios. No obstante los malos tratos que ella detalla, también refiere que al momento de casarse se le entregó algunos bienes como abundante ropa, aunque no especifica si se le otorgó alguna dote, como correspondía a las costumbres de la época. La dote en realidad era un adelanto de herencia para prevenir una posible viudez. En los sectores populares, salvo casos excepcionales10, los matrimonios no incluían dote. Aunque la mujer podía llevar un baúl de ropa, 10 En el caso de María era lo que correspondía por haber sido criada en casa de una familia pudiente como lo era la familia Ortiz de Foronda. Las familias pobres y las mujeres viudas podían solicitar esta ayuda para sus...


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