T6. El nacimiento del Bizancio helenizado (siglos VII - IX) PDF

Title T6. El nacimiento del Bizancio helenizado (siglos VII - IX)
Author Andrés Lorenzo
Course Historia Medieval
Institution UNED
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tema numero 6...


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Historia Medieval I

Tema 6

Carlos Basté López

El nacimiento del Bizancio helenizado

1. El gobierno de la dinastía Heracliana (610 – 717) 1.1 El Imperio: de los persas a los árabes La época heráclida supuso la consolidación del Imperio Bizantino, mermado territorialmente por las conquistas persas y musulmanas en Palestina, Siria y Egipto, pero también más manejable y ya sin los bastiones del monofisismo y el monacato, con todo su potencial de ruptura con la ortodoxia griega y el cesaropapismo. Tras acabar con Focas, una ingente tarea le esperaba al nuevo emperador, Heraclio (610 – 641): la reconquista de Asia tomada por los persas y la contención de los eslavos, instalados en territorio europeo. A partir de 611, Cosroes II tomó Siria, Palestina y llegó hasta Egipto, pero Heraclio no pudo oponerse hasta que en 622 alcanzó un acuerdo con los ávaros. Entonces, penetró en el Imperio Sasánida a través de Mesopotamia, sembrado la destrucción hasta que derrotó al ejército de Cosroes II en 625. El rey persa pactó entonces con eslavos y ávaros, quienes pusieron sitio a Constantinopla (626), pero la ciudad fue eficazmente defendida por la guarnición y toda la población, con el patriarca Sergio a la cabeza. A partir de entonces, fue inevitable la instalación pacífica de eslavos en los alrededores de Tesalónica. La victoria definitiva sobre los persas – en la imagen, recreación de la victoria de Heraclio sobre el ejército persa en la batalla de Nínive, 627 - dejó a ambos imperios exhaustos de tal modo que, cuando en 635 los árabes aparecieron en Siria, los bizantinos opusieron una escasa resistencia, perdiendo Damasco y Jerusalén (637). Mientras, en el otro extremo del Mediterráneo, los bizantinos abandonaban la provincia de Hispania ante el envite de los visigodos (624) y apenas mantenían el exarcado de Rávena debido al acoso de los lombardos.

Uno de los motivos por los cuales Bizancio se sobrepuso a la crisis territorial fue el cambio en el sistema sucesorio según el cual, el emperador nombraba a un coemperador para consolidar la dinastía sin rupturas intermedias. Así lo hizo Heraclio (imagen anterior), que nombró sucesores a sus hijos Constantino y Heraclonas, sin embargo, la temprana muerte del primero y el obligado exilio del segundo – debido a las 1

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conspiraciones de su madre, Martina, esposa de Heraclio – hizo que el trono recayese en el nieto de Heraclio, Constante II (641 – 668). Durante el reinado de Constante II, los musulmanes siguieron imponiendo su presencia en oriente, sin embargo, las guerras civiles que siguieron a la muerte del califa Otmán y el ascenso al trono de los Omeyas, pusieron freno a la expansión del Islam y permitieron al emperador centrar su atención a los problemas en Occidente, donde el poder del Imperio se tambaleaba. Se trasladó a Roma, sometió al Papa Vitaliano y se dirigió al sur para proteger adecuadamente Sicilia de los musulmanes, sin embargo, allí encontró su muerte a manos de uno de sus criados. Subió entonces al trono Constantino IV (668 – 685) quien derrotó a Muawiya, el nuevo califa omeya, frente a los muros de la misma Constantinopla gracias al “fuego griego”. Por otro lado, perdidas las provincias orientales, no tenía sentido mantener los debates teológicos sobre la naturaleza de Cristo así que el emperador convocó un concilio ecuménico en Constantinopla (680), que condenó el monofisismo y ratificó el credo de Calcedonia. Aunque su hijo Justiniano II (685 – 695, 705 – 711)) recibió un Imperio más fuerte y unido de lo que lo había recibido su padre, su reinado fue muy turbulento y acabó siendo asesinado. Debido a su temperamento patológico, Justiniano II intentó imponer al Papa las conclusiones de un Concilio ecuménico celebrado en Constantinopla en 691, el Quinisexto, sin la presencia de enviados romanos, lo que provocó un aumento de la separación con la Iglesia occidental. En cualquier caso, el siglo VII supuso la transformación total del Imperio Romano de Oriente en Imperio Bizantino debido a la helenización cultural promovida por el propio emperador: se abandonó el latín y el emperador pasó a usar el título de basileus.

1.2 La evolución del sistema de themas y la reestructuración social Hasta el reinado de Heraclio, el sistema administrativo del Imperio Bizantino se basaba en la separación del poder civil (ostentado por los prefectos) y militar (dirigido por el magister militum). Sin embargo, estas instituciones y otras como la prefectura del pretorio habían caído en desuso, por lo que fueron sustituidas por otras. Los cambios en la administración central fueron progresivos. El tesoro privado del emperador se fundió con el fisco dando lugar al sakellion, un fondo para los gastos públicos. Las secretarias dependientes de la antigua prefectura se individualizaron bajo el nombre de sekreta y los logotetas a su cargo fueron renombrados: stratiotikon (a cargo de los gastos del ejército), genikon (para los gastos generales), idikon (para los gastos de la corte) y dromo (para los del correo imperial). Estas innovaciones fueron completadas por un cambio mucho más profundo en la administración provincial. Las antiguas divisiones (diócesis y provincias) fueron reemplazadas por themas, circunscripciones administrativas y militares dirigidas por un general en jefe ( strategos) que combinan la tradición romana con la de los soldadosagricultores asentados en las fronteras y la experiencia adquirida con los exarcados de Cartago – de donde procedía Heraclio - y Rávena durante el siglo VI. El sistema de los themas, cuyo nombre hacía referencia inicialmente al contingente que estaba afincado en ella, fue generalizado por los heraclianos. 2

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Durante el reinado de Constante II se establecieron cinco themata: el thema Armenio, el Anatólico, el Opsicio (cercano a la capital), el Carabisiano (formado por la flota de los estrechos) y el Tracio. Con el paso del tiempo, debido a la expansión territorial de los siglos IX y X y para evitar la acumulación de poder en manos de los strategos, estos cinco themata originales fueron subdivididos – como el Anatólico y Carabisiano e incluso se añadieron nuevos themata (en tiempo de Justiniano II se formó el thema de Hélade tras la conquista de los Balcanes). De este modo, el territorio se hizo más manejable aunque aumentaron los gastos burocráticos. A continuación, mapa con los themas bizantinos de Asia Menor hacia 780.

La base del sistema de los themas era la organización militar. La guerra en varios frentes había vaciado el tesoro público, había disminuido la población agrícola y había llenado el ejército de mercenarios, por tanto, Heraclio decidió volver al viejo sistema romano de soldados-campesinos que tan buenos resultados había dado al Imperio Romano. Los soldados recibieron así una parcela de tierra que cultivaban en tiempos de paz y conservaban mientras cumplían un servicio militar al ser convocados mediante leva. Los oficiales recibían un sueldo elevado, aumentado por el botín, lo que les permitió comprar más tierras y convertirse en una aristocracia fronteriza de grandes propietarios. De este modo, es lógico que, a falta de una sucesión clara al Imperio, los strategos capitalizasen la fundación de nuevas dinastías. Por otro lado, pervivieron las tropas móviles ( tagmata), acantonadas cerca de la capital y el servicio del emperador. La población bizantina se redujo por el impacto de la peste en el siglo VI, aunque numerosos búlgaros, chipriotas y armenios se trasladaron también a las zonas centrales del imperio. La pérdida de Egipto, el granero de Bizancio, fue compensada con una expansión económica en otros lugares del Imperio, donde se sustituyó el cereal egipcio por las leguminosas, cereal de secano o el olivo mediante la práctica de cultivos intensivos, el empleo de un sistema de regadío avanzado y la utilización de molinos. La reforma themática potenció la pequeña propiedad frente a los grandes latifundios de la aristocracia. Paralelamente, se produjo una modificación de la fiscalidad, en la que la unidad básica fiscal y de producción ya no fue la ciudad sino la comunidad campesina. El aumento del número de contribuyentes permitió una reducción de los impuestos, ya que los soldados-campesinos asumían la defensa de las fronteras, ahorrándosela al 3

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Estado. Además, el Estado favoreció el aumento de las roturaciones, creando nuevos contribuyentes y reduciendo todavía más la contribución individual. A pesar de todo, los latifundios se mantuvieron en manos de la aristocracia senatorial y militar pero el Imperio supo encontrar un equilibrio que le permitió resistir y sentar las bases de la reconquista de los siglos siguientes. A pesar de la pérdida de los territorios orientales, el comercio se mantuvo a través de las principales ciudades, donde se comerciaba con manufacturas de seda, armas, pieles, esencias y esclavos. La circulación monetaria se redujo, lo que provocó problemas para pagar a las tropas que se enfrentaban a los musulmanes.

2. La dinastía Isáurica (717 – 820) 2.1 El gobierno de una dinastía oriental En el año 717, tras el reinado de varios emperadores de escasa relevancia cuya preocupación principal fue frenar el avance musulmán, se produjo un golpe de Estado que encumbró a León III (717 – 741), strategos de Anatolia. Su conquista del poder en la capital se produjo poco antes de un asedio de los árabes, que fue vencido gracias a la energía del nuevo emperador. Aunque fue denominado El Isáurico, lo cierto es que León era natural de Siria y debió vivir bajo el dominio musulmán, circunstancia que influyó en la evolución de la ideología imperial así como en la concepción autocrática que tenía de sí mismo, ya que se consideraba al tiempo jefe político y religioso. Debido al incremento aberrante del culto a las imágenes1, algunos medios cercanos al monofisismo2 reaccionaron con profundo rechazo. Los hechos se precipitaron cuando dos obispos anatólicos hicieron sendas proclamas iconoclastas, rechazas por el patriarca Germán pero defendidas por el pueblo, en primera línea en la defensa contra el Islam. Pronto el emperador, iconoclasta convencido, dio orden al Papa Gregorio II para que retirase las imágenes en Roma, aunque este se opuso. En 730, León III depuso al patriarca Germán y promulgó un edicto que prohibía los iconos, aumentado la tensión con el papado. En Occidente, León III aplicó también la reforma territorial y acabó con el control que Roma ejercía sobre la organización eclesiástica en Calabria, Sicilia y el Ilírico, debilitando así la posición papal. En consecuencia, el Papa solicitó el apoyo de Carlos Martel (738), lo que sentó un precedente en la futura alianza del papado con el reino franco. León III consiguió consolidar un Imperio más reducido a través de una administración más eficaz e incluso, antes de terminar su reinado, pudo derrotar a los árabes en la victoria de Akroinon (740), lo que significó su freno en Oriente y, a nivel interno, fue interpretado como el apoyo divino a la nueva postura contra la idolatría. Constantino V (741 – 775) tuvo que enfrentarse a su cuñado Ardabasto, strategos iconódulo de Opcisio, antes de acceder al trono. Consciente del peligro de las tropas acantonadas en Opsicio, un thema de tamaño considerable, decidió dividirlo y trasladar una parte del ejército como guarnición permanente de Constantinopla. En el exterior, 1

Ver punto 2.2 Aspectos sociales y religiosos de la querella iconoclasta El monofisismo creía en una sola naturaleza divina de Cristo y negaba, por tanto, el valor salvífico o intermediador de la representación artística de su imagen humana. 2

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Constantino V aprovechó la guerra entre abasíes y omeyas para recuperar territorios perdidos y, frente a los eslavos, reforzó las fronteras de Tracia con población cristiana trasladada desde Asia Menor. Constantino V fue todavía más firme contra las imágenes que León III. Él mismo escribió dos tratados en los que describía su posición teológica: al ser imposible representar iconográficamente a Cristo, Dios y hombre, los creyentes debían concentrarse en el símbolo de la Cruz y en la Eucaristía. El Concilio iconoclasta de Hierea (754), sin representación romana, decretó la supresión de los iconos y, aunque inicialmente intentó ser persuasivo, a partir de 766 desarrolló una campaña de persecución contra funcionarios civiles y monjes iconódulos. Durante el reinado de Constantino V, en 751, el Exarcado de Rávena cayó en manos de los lombardos para ser incorporado, poco después por Pipino el Breve, rey de los francos, a los Estados del papa. En el otro extremo del Imperio, el basileus pactó una tregua con los musulmanes y realizó varias y exitosas campañas contra los búlgaros, aunque en la última de ellas cayó enfermo y murió, dando por terminada la mejor época de la dinastía isáurica. Le sucedió León IV (775 – 780) que, al morir pronto, fue sucedido por su esposa Irene (en la imagen, en un mosaico de Santa Sofía) como regente. Para acabar con la doctrina iconoclasta, convocó el Concilio ecuménico de Nicea (787) y rehabilitó las imágenes, ante la abierta oposición de las tropas tágmata llevadas a la capital por Constantino V. La emperatriz y el patriarca admitieron a la ortodoxia a una serie de personajes importantes sin tomar represalias y achacaron las “desviaciones” a la manipulación interesada de los textos y a la influencia del Islam. La ambición de Irene (780 – 790), convertida de facto en basileus, intentó evitar que su hijo Constantino se convirtiese en emperador, sin embargo, los iconoclastas y los disidentes provocaron un motín en Anatolia que llevó al joven al trono como Constantino VI y a Irene a la cárcel. En estas circunstancias, Irene siguió conspirando contra su hijo y acabó asesinándolo y convirtiéndose en emperatriz, lo que provocó un gran escándalo. Según Carlomagno, el trono imperial no podía ser ocupado por una mujer, así que estaba vacante, por lo que su coronación como emperador por el papa León III en el año 800 supuso un duro golpe para Irene. La puntilla se produjo cuando Irene no rechazó el ofrecimiento de matrimonio de Carlomagno, pues un grupo de oficiales opuestos a unir los dos imperios dio un golpe de Estado que acabó con la vida de la emperatriz (802). Subió al trono Nicéforo I (802 – 811) quien desarrolló unas severas medidas de austeridad presupuestaria combinadas con una presión fiscal altísima que rindieron frutos beneficiosos para la recuperación del Estado. Por otro lado, Nicéforo se centró en solucionar el problema de la reorganización de los Balcanes. Dividió el thema de Hélade en dos – Poloponeso y Tesalónica - y trasladó población griega para equilibrar la balanza demográfica frente a los eslavos. Tras la derrota de los ávaros a manos de 5

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Carlomagno en Panonia, los búlgaros quedaron liberados, así que el rey Krum pudo unificar a todas las tribus eslavas y búlgaras bajo su cetro y atacar a los bizantinos. Nicéforo contraatacó y, a pesar de algunas victorias iniciales, encontró la muerte en el campo de batalla en 811 (en la imagen, recreación del rey Krum brindando con el cráneo de Nicéforo, convertido en cáliz, que utilizó hasta su muerte). Las heridas que recibió también su hijo hicieron que el trono recayese entonces en su cuñado, Miguel I Rangabé (811 – 813), que fue también derrotado por los búlgaros (813) y abdicó ante el patriarca.

De la batalla huyó León el Armenio quien, al ser considerado salvador del ala anatólica del ejército, fue proclamado emperador por el pueblo. La derrota ante los búlgaros convenció a León V (813 – 820) de la cólera de Dios contra la iconodulia por lo que durante su reinado se inició el “segundo período iconoclasta”. Esta nueva etapa, consagrada en un nuevo concilio que tuvo en Constantinopla en 815, fue menos conflictiva que la anterior debido al cansancio de la población y a la firme resistencia de los iconódulos, dirigidos por el abad Teodoro del monasterio de Stoudion. Bajo el liderazgo de Krum, los búlgaros pusieron su mirada sobre los puertos del Egeo y el Mar Negro y sobre las rutas comerciales del Danubio. De este modo, León V tuvo que hacer frente a una bárbara incursión búlgara que llegó a las puertas de Constantinopla, aunque pudo rechazarla con la misma contundencia. La repentina muerte de Krum evitó una contraofensiva y sus sucesores prefirieron pactar la paz con el Imperio.

2.2 Aspectos sociales y religiosos de la querella iconoclasta Sin duda, el principal problema de esta época fue la postura religiosa en relación al culto a las imágenes, básicas en los ritos bizantinos. La devoción hacia los iconos se fue generalizando hasta que a mediados del siglo VI alcanzó una nueva dimensión en Oriente. En época de invasiones exteriores, las imágenes milagrosas eran adoradas como potenciales apoyos para obtener la salvación. A finales del siglo VII, a consecuencia de los victoriosos ataques de los árabes, se produjo una crisis espiritual en la sociedad bizantina que hizo tambalearse su fe en los iconos y se achacaron las derrotas a faltas colectivas de los cristianos, incluida la idolatría. La crisis de valores exigía una nueva religiosidad, propia de un Estado más centralizado y modesto que antiguamente, que se centrase en símbolos más concretos como la Cruz de Cristo. Se ha afirmado que la iconoclastia puede deberse también a una influencia musulmana, sin embargo, el mayor defensor de las imágenes fue San Juan Damasceno, un monje palestino que escribió sus tratados a favor de las imágenes, precisamente, en tierra islámica. 6

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Un renacimiento cultural se produjo en el entorno del patriarca iconódulo Tarasio (784 – 806), nombrado por la emperatriz Irene. También el monasterio de Stoudion, en la capital, desempeñó un papel en la vuelta a la ortodoxia de 787 y en como posterior foco de resistencia y de desarrollo intelectual. El monje iconódulo Teófanes el Confesor escribió una Cronografía (815) – entre Diocleciano y Miguel I Rangabé - que inició un género historiográfico distinto a los cánones clásicos. Por su parte, San Juan Damasceno realizó valiosas aportaciones al pensamiento bizantino y a través de su obra, la Fuente del Conocimiento, dio una visión completa de la teología bizantina.

3. El renacimiento bizantino bajo la dinastía Frigia o Amórica (820 – 867) Movido por la pura ambición, un viejo amigo de León V lo depuso violentamente, coronándose como Miguel II (820 – 829). Iniciado su reinado, tuvo que enfrentarse a un antiguo compañero de revueltas, Tomás el Eslavo, autoproclamado emperador como Constantino VI, que encontró apoyos en los pequeños y medianos propietarios fronterizos de Asia Menor, en los marinos de las flotas y, secretamente, en el califa alMamun. Constantino VI invadió Asia en 821 y sólo los strategos de Anatolia y Opsicio permanecieron fieles a Miguel. En ese momento, Miguel recibió la ayuda del jan búlgaro Omortag, que en 823 destrozó el ejército de Tomás en Heraclea. Miguel se legitimó entonces casándose con la hija de Constantino VI y aseguró su dinastía al asociar al imperio a su hijo Teófilo. Aunque la presión de los árabes había disminuido por los problemas internos en el califato, a Miguel II se le presentó un problema cuando musulmanes expulsados de alAndalus, desembarcaron en Creta y consiguieron rechazar la respuesta bizantina. Por otro lado, también se perdió Sicilia a manos de los Aglabíes. Respecto al problema religioso, Miguel II fue un iconoclasta, aunque su tolerancia permitió el regreso de muchos monjes exiliados y la adoración privada de imágenes. En 827 llegó a Occidente la obra del Pseudo-Dionisio Aeropagita, manuscrito clave para la difusión del neoplatonismo en toda la Edad Media, en una embajada de Miguel II a Luis el Piadoso. Teófilo (829 – 842) fue...


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