Weininger sexo y caracter PDF

Title Weininger sexo y caracter
Author Araceli Mata
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OttoWeininger SEXO CARÁCTER / Otto Weininger SEXO Y CARÁCTER Traducción del alemán de Felipe Jiménez de Asúa Prólogo de Carlos Castilla del Pino Digitalizado por EinHeri Oberndorfer ediciones península®* Título original alemán Geschlecht und Charakter. © Traducción Editorial Losada, Buenos Aires, 19...


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OttoWeininger

SEXO CARÁCTER

/ Otto Weininger SEXO Y CARÁCTER Traducción del alemán de Felipe Jiménez de Asúa Prólogo de Carlos Castilla del Pino

Digitalizado por EinHeri Oberndorfer

ediciones península®*

Título original alemán Geschlecht und Charakter. © Traducción Editorial Losada, Buenos Aires, 1942.

Cubierta de Jordi Fornas. Primera edición: marzo de 1985. Derechos exclusivos de esta edición (incluidos la traducción y el diseño de la cubierta): Edicions 62 s|a., Provenza 278, 08008-Barcelona. Impreso en Nova-Grafik, Puigcerdá 127, 08019-Barcelona. Depósito legal: B .í0.551 -1985. ISBN: 84-297-2265-3.

Otto Weininger o la imposibilidad de ser

i Sexo y Carácter (Geschlecht und Charakter), de Otto Weininger, se publicó en Viena, editado por Wilhem Braunmüller en 1902. El éxito de este libro fue sorprendente y causó una fuerte impresión entre el gran público. Pero incluso una personalidad tan relevante en la Viena de entonces, una figura intelectual tan destacada so­ cialmente como la de Karl Kraus, el lúcido, agudísimo y mordaz editor de Die Fackel (La Antorcha),1 al igual que el propio Ludwig Wittgenstein, acogieron este libro con interés.2 Weininger tenía en­ tonces 22 años y había asombrado a todos por sus dotes intelec­ tuales: a amigos y profesores de la universidad vienesa. Un año después, en octubre de 1903, se suicidó disparándose un tiro en el corazón en la casa en que vivía, precisamente aquella en que muriera Ludwig van Beethoven. La explosión que supuso su libro y la circunstancia de su muerte —por lo demás de una forma nada infrecuente en la Viena de entonces y de ahora—3 dotó a la figura de Weininger de un halo mítico y enigmático aún no resuelto y presumiblemente irresoluble. Si todo suicidio deja pendiente el gran problema de la vida, es decir, el tema, por expresarlo de alguna manera, del texto que constituye el decurso existencial de cada cual, el de Otto Weininger, al interrumpir una trayectoria iniciada con el mayor de los éxitos aparece aún más inexplicable, sobre todo porque toda hipótesis explicativa se plantea, torpemen­ te, desde el punto de vista del intérprete y vicia de antemano la posibilidad de situarse en el punto de vista del autor del acto que le destruye." Sexo y Carácter está firmemente anclada en la vida del autor. Toda obra lo está, como no puede ser de otra manera. Pero en 1. Sobre Karl K r a u s véase el prólogo de Jesús A g u i r r e a su traducción de Contra los periodistas y otros contras, en Taurus, Madrid, 1981. Que yo sepa, son los únicos escritos de Kraus aparecidos en castellano. El prólogo es una excelente in­ troducción al conocimiento de la Viena de fin de siglo e inicios de éste. 2. Para la relación Weininger-Wittgenstein, ver el libro de Alian J a n i k y Stephen T o u l m i n , La Viena de Wittgenstein, trad. cast. de I . Gómez de Liaño, Taurus, Ma­ drid, 1974, pp. 223 y ss. 3. La tasa de suicidios en Viena, hoy compartida por varios países (Dinamarca, Suecia, Hungría), ya era entonces quizá la más alta del mundo; y, desde luego, la más alta entre comunidades católicas. 4. Para la biografía de Weininger puede consultarse el prólogo de R a p p a p o r t , editor de una obra postuma de Weininger, Uber die letzten Dinge (Sobre las úl­ timas cosas), Viena, 1904; H. O. S w o b o d a , Otto Weininger's Tod (Viena, 1911); C. D a l l a g o , Otto Weininger und seine Werk (Innsbruck, 1912), y la obra reciente de David A b r a h a m s e n , The Mind and Death of a Genius, Columbia Univers. Press., Nueva York, 1946.

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otros casos la relación autor/texto se mediatiza por la supedita­ ción al objeto. Esto es lo que acontece en toda obra científica: el autor apenas se desliza por el texto y permanece entre bastidores en el curso de la exposición. Pero Sexo y Carácter no es precisa­ mente una obra científica y, por no serlo, habla más del autor, incluso en exceso, seguramente sin el autor pretenderlo siquiera —la lucidez es contradictoria en el joven Weininger, aunque su talento sea indiscutible—, que del objeto que toma como refe­ rente de su discurso, un objeto que es, además, un todo: lo fe­ menino y lo masculino, la historia, la «esencia» del hombre y la mujer, de la animalidad, de la racionalidad y la irracionali­ dad, la construcción y la destrucción en la historia, el concepto de judaidad, de depravación... Sexo y Carácter es, en efecto, una visión del mundo, un tipo de filosofía anclada —para el logro de su pretendida cientificidad— en lo biológico, muy a la altura de la época —todavía El Malestar en la Cultura, de 1930, de Freud, se inscribirá en la misma línea, pese a su fecha tardía—, y hoy olvi­ dada por el incorrecto planteamiento asistémico del método, por una parte, y, por otra, por la yuxtaposición de juicios de hecho y juicios de valor en el nivel mismo del texto, en donde argumentos y análisis se ven frecuentemente suplantados por el prejuicio y la racionalización. La filosofía de Weininger procede tanto de la filo­ sofía de la naturaleza (Moebius, Avenarius, Haeckel y tantos otros, seguidores todos ellos de un Darwin deformado), cuanto del pesi­ mismo racionalista de Schopenhauer y Nietzsche.5 Ahora bien, si Sexo y Carácter no es un libro científico, ¿de qué clase de libro se trata? No constituye evidentemente una novela, puesto que, para decirlo técnicamente, en ningún momento se ofre­ ce de antemano, por parte del autor, indicio alguno que presupon­ ga la ficción. El libro es, para decirlo prontamente, un ensayo: sólo el ensayo permite situar el texto en ese borderline entre lo presentado como riguroso, es decir, ajustado a las normas de ade­ cuación a la realidad, y lo dado como pático, en aquello que lo personal, lo opinable, lo subjetivo resulta más o menos explícito de antemano, y, por supuesto, tiene perfecta justificación o, en el peor de los casos, cabida. Pero en la medida en que lo personal se extrapola no ya a lo social sino a lo universal, un ensayo de esta índole, saturado de racionalizaciones, lo catalogaríamos en la ac­ tualidad como «ideológico». En efecto, Sexo y Carácter representa una cosmovisión, como antes he apuntado, un subproducto ideo­ lógico, perfectamente situable en el autor, en su época y en su grupo social. 5. Al decir de Dallago, Weininger era en sí mismo un personaje nietzscheano, y Stefan Zweig, de ia misma edad y que le conoció bien, lo describe como dando «siempre la impresión de que acababa de llegar de un viaje en ferrocarril de más de treinta horas, sucio, fatigado, los trajes arrugados, con un aire incómodo y una sonrisa oblicua» (cit. en el prólogo de Roland J a c c a r d , a la traducción francesa de Sexo y carácter, Lausanne, 1975).

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No obstante esta calificación, la seriedad con que se formulan las aseveraciones a lo largo del discurso son de naturaleza tal que al lector actual, medianamente avisado, no se le escapa que para Otto Weininger el texto en modo alguno pretendería sernos pre­ sentado en su calidad de ideología, sino al modo de una filosofía social —en la línea de Spencer tal vez, aunque con mayor versati­ lidad— sobre la base de las por entonces penúltimas y últimas tesis y observaciones de carácter biológico (particularmente la ge­ nética de Weismann).6 Es el rango personal de este libro el que permite conectar su contenido con la vida del autor y, en este caso, incluso con su fa­ tal desenlace. Pues el contenido del texto revela en el autor tres profundas y trágicas incapacidades: 1) la incapacidad para ser «vienés»; 2) la incapacidad para ser judío, y 3) la incapacidad para asumir su castración. Y, last but not least, su fracaso mismo como pensador original, como filósofo auténticamente creativo.

2 Viena, Fin-de-Siécle es el título del hermoso libro de Schorske7 que nos describe la Viena de la Ringstrasse, la del último Habsburgo, de una postrimería secular que se autoignoraba como tal. Pero, al propio tiempo, la Viena de Karl Kraus, Loos, Schitzler, Mahler, Schonberg, Kokoschka, Musil, Wedekind, Rilke, Hoffmannsthal, Strauss (Richard), Avenarius, Mach, Freud y tantos otros, que bien poco tienen que ver con la Viena de los Strauss y la mitomanía del Danubio, esta última una Viena satisfecha de sí que va a desa­ parecer muy pocos años después como por ensalmo, sin que la mayoría de los vieneses advirtieran qué cosa se les venía encima y de qué manera estaban representando la escena final, un epílogo irremediable. Aquella Viena alegre y confiada no estaba dispuesta a dejar de solazarse a través de la concienciación de su decaden­ cia y de su crisis. En manera alguna, pues, eran audibles los ecos agoreros. ¿Qué tienen que hacer los lúcidos en una sociedad de este tipo? Para muchos, el suicidio fue la opción final, la forma de muerte casi natural en un mundo construido sobre la falsificación —hasta el ornato era en Viena falso, y, por lo tanto, doblemente falso. El lúcido que no escribe para lúcidos, sino para aportar lucidez a quienes no la poseen, está condenado al fracaso en una sociedad semejante, carece de interlocutores, todo lo más se nutre onanísticamente de quienes, como él mismo, están ya convencidos; es, 6. A Weismann se debe la formulación de la inheredabilidad de los caracteres adquiridos. En consecuencia, lo masculino y lo femenino pertenecerían a rasgos biológicos y no —como hoy se piensa, tras la superación de lo que he denominado ■falacia biologista— a rasgos psicológicos, aprendidos, culturales en suma. 7. Cari E. S c h o r s k e , Viena Fin-de-Siécle, trad. cast., Gili edit., Barcelona, 1981.

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para los demás, algo así como una ave siniestra, a la que cuando menos es preciso no oír. Difícilmente pueden conciliarse lucidez y optimismo. Mariano José de Larra es, entre nosotros, un ejem­ plo ilustrativo al respecto. Es en este ambiente de crítica sin eco donde emerge la figura de Otto Weininger; un ámbito proclive a la creatividad crispada, no exenta, por consiguiente, de un trasfondo agresivo, destructivo. La marginación permite, en tales casos, verificar de consuno la doble tarea, constructiva y destructiva: por una parte, la obra creada como alternativa a lo existente, por otra, sin embargo, im­ plicando la destrucción de lo existente. La constructividad filosó­ fica —sobre todo ese tipo de filosofía preexistencia! que se apoya no en el conocimiento derivado de la ratio, sino en la vida, al modo como la practicaron Schopenhauer y Nietzsche, por ejem­ plo— está al servicio de la destrucción del establishment, pero en la medida en que muestra la impotencia del creador para inte­ grarse en el mismo se trata de una filosofía surgida desde el re­ sentimiento. De aquí también su aceptación triunfalista por parte de los resentidos. El resentido vienés de fin de siglo precisa ante todo no ser vienés, no ser identificado con el vienés por antono­ masia. O sea, ser vienés, pero no serlo; lo que no constituye una contradicción lógica, puesto que el primer aserto se sitúa en el nivel jurídico del registro civil, mientras el segundo arraiga en el nivel de lo que se reconoce sociológicamente como «lo vienés». 3

Si bien «ser vienés pero no serlo» no es, como se ha demos­ trado, una contradicción lógica, parece indudable que lo es en el orden vital, y, a mayor abundamiento, una contradicción irreso­ luble. Porque viene a significar «ser vienés, pero de manera dis­ tinta a quienes se identifican a sí mismos como lo vienés», lo que entraña que, al propio tiempo, no se esté dispuesto en manera alguna a dejar de ser un aspirante a miembro integrado de la so­ ciedad que se desdeña en apariencia. En esta ambivalencia de­ bían quedar situados muchos que, como los Wittgenstein, los Freud y desde luego Otto Weininger, por el hecho de ser judíos se sabían imposibilitados de condición para una total integración. El antisemitismo de entonces podía llegar a constituirse, por este camino, no sólo en odio de los no judíos hacia los judíos, sino in­ cluso del judío hacia sí mismo. El odio a sí mismo del judío viene a decir lo siguiente: no soy como soy por condición y en tanto que reniego de la misma estoy del lado de los enemigos de mi misma condición. Porque es la propia condición sobre la que se sustenta la identidad del grupo social —judío o no judío— la que en el caso del judío se convierte en obstáculo para llegar a ser plenamente. Freud señaló, a propósito de Weininger, que su anti­

semitismo —como luego su misoginia— se apoya en el odio al cas­ trado y, por consiguiente, en el odio hacia sí mismo, del castrado a sí mismo, por su incapacidad para asumir su propia situación de castrado y, desde ella, erigirse en no castrado, en potente.8 En efecto, no sólo el odio a sí mismo del renegado semita, sino el de todo aquel que rechaza o simplemente no asume algún o algunos aspectos de su self, lo que viene a demostrar es su impotencia, la conciencia de ésta, la conciencia de su incapacidad para alcanzar su identidad deseada desde su condición indeseable. Para Weininger ser judío es, por definición, ser de condición depravada, contener en sí mismo el germen de la destrucción, constituirse en agente de la antihistoria. Una teoría de esta índole evidencia cómo, bajo el aspecto subversivo de la filosofía weiningeriana, se esconde el anhelo de despojarse de su condición de judío, de la judaidad, para usar del término creado por el propio Weininger; ser, en última instancia, cristiano desposeyéndose de aquello que le impide precisamente ser vienés.9 La contradicción vital a que antes hice mención bajo la fórmula de «ser vienés pero no serlo», se convierte en esta otra: «soy vienés, pero no puedo serlo», y el reconocimiento de que ese no poder radica en sí mismo y no en otra cosa ha de conducir necesariamente al de­ sarrollo de una instancia autodestructiva que culmine en el suici­ dio. De esta forma, el suicidio representa la «solución»: antes de­ jar de ser definitivamente que seguir siendo aquello que le mues­ tra a uno mismo su propia impotencia para asumir su condición y para superarla. 4

Este libro es, además, un panfleto apologético de la misoginia. Así como el antisemitismo del judío representa la imposibilidad consciente de dejar de ser el que es y, subsiguientemente, de lle­ gar a ser el que se aspira a ser, la misoginia ha de expresar el odio a la mujer de quien no se siente suficientemente masculino. La misoginia es, por tanto, la expresión de la no asunción de la pro­ pia homosexualidad y, también, la incapacidad para acceder a la mujer. No metafóricamente, la misoginia es el síndrome de la castración en el varón. Por eso, este libro es una teorización no explícita del complejo de castración de Otto Weininger y de sus instancias homosexuales inasumidas. Odia a la mujer porque se odia a sí mismo en aquello que tiene de femenino. Lo curioso de la tesis es la conexión que Weininger establece entre la condición femenina y la condición judía. La judaidad es depravación porque es femenina. La judaidad es antihistórica, des­ 8. Cf., S. F r e u d , Análisis de la fobia de un niño de cinco años, en completas, trad. cast., vol. x, p. 32. Amorrortu, Buenos Aires, 1976. 9. Weininger se convirtió al protestantismo, como luego diré.

Freud,

Obras

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tructiva en suma porque es femenina. El odio a la mujer se sitúa compulsivamente, en el caso de Weininger, en el mismo nivel del odio al judío. He aquí, pues, dos condiciones de sí mismo que, a su juicio, le deparan su identidad y contra las cuales se rebela inútilmente. 5

Otto Weininger es antisemita y judío y, desde su punto de vista, femenino en tanto que judío, de manera que, como he advertido, se sabe a sí mismo objeto de esa doble depravación que le confie­ re esta condición doble. En una de sus últimas correrías por las calles de Viena con su amigo Gerber se confiesa portador de esta culpa, que vive en calidad de una culpa cósmica, como si a sí mismo se considerara responsable de los males del mundo. Poco antes se había convertido al protestantismo, conversión al pare­ cer sincera, pero que sin duda respondería a la compulsiva ins­ tancia a renunciar a su propia identidad. Pero el problema se plantea ahora de la manera siguiente: si el ser del hombre en tanto sujeto deriva de su condición biológica, del quantum de masculino y de femenino que posee, el destino de cada cual remite a su biología, a su constitución, que se constituye en lo actual y lo inmutable del individuo. Por esta razón Weinin­ ger se inclina decididamente por la caracterología como la psico­ logía del futuro, sin advertir que a través de la caracterología se vuelve a caer en la misma aporía que intentaba desechar con su rechazo de la psicología wundtiana y asociacionista. En efecto, frente a la psicología fisiológica que inaugurara Wundt siguiendo a Herbart, a Weber y Fechner y, en último término, a la fisiología de Johannes Mtiller, Helmholz, Brücke, etc., y también al empiris­ mo asociacionista inglés, surge la caracterología como la teoría in­ tegral del alma humana, como superación del intento de dar una explicación atomizada del ser del hombre mediante la considera­ ción jerarquizada de sensación, percepción, representación, juicio, imaginación, y así sucesivamente. De la misma manera que la mor­ fología, que en la escuela de Viena había alcanzado tanta relevan­ cia, es el tratamiento de la forma del organismo, la caracterología, añade Weininger, trata la forma del alma humana. El carácter no es otra cosa, continúa, sino el lugar en donde tiene su origen cada sentimiento y cada pensamiento del individuo en calidad de tal individuo. En cada instante de la vida psíquica se contiene el ser humano entero, dice Weininger; y aquello que se manifiesta de manera continuada en la vida psíquica es justamente lo que debe ser considerado como objeto de la caracterología. Ahora bien, la base de la caracterología estriba en la identidad sexual, y ésta, a su vez, en la sexualidad como biología. Esta idea es también un subproducto de la ideología de la época, cuando la correlación entre biología y psicología se lleva a cabo sin solución

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de continuidad, como forma del materialismo-determinismo del momento. Curiosamente la crítica que Weininger hace de la psico­ logía wundtiana es todavía hoy acertada: es necesaria la conside­ ración del ser del hombre, en tanto sujeto, como el auténtico objeto epistemológico de la psicología —es lo que hará Freud una vez haya superado la estrechez biologista de sus trabajos prepsicoanalíticos y los primeros analíticos— pero, no obstante, Weinin­ ger no alcanza a superar el biologismo, sino que lo traslada desde el sistema nervioso central, el cerebro específicamente, a la consti­ tución, es decir, al todo del cuerpo, a una consideración totalista, holista, de lo biológico que, por lo demás, era clásica desde la doc­ trina de los temperamentos de Hipócrates y Galeno (y entre noso­ tros Huarte de San Juan). Otto Weininger se inscribe así en la línea de los psicólogos constitucionalistas (que habrá de tener su continuidad en la teoría de los temperamentos de Sheldon y en la de Ernst Kretschmer), como asimismo en la caracterología que por entonces inicia L. William Stern y que proseguirán Klages, los Jaensch, el mismo Kretschmer, Heyman y tantos otros. Pero subsumir la psicología en la caracterología conlleva el determinismo caracterológico y, por consiguiente, el carácter como destino (algo más tarde un psiquiatra por lo demás eminente, J. Lange, habría de escribir una monografía titulada Vérbrechen ais Charakter, Crimen como destino, por citar un ejemplo de esta concepción determinista basada ahora en la biología total). Con una teoría de este género uno —cada cual— es el que es, sin que le sea posible saltar sobre su identidad ya preestablecida, de la misma manera que tampoco es factible saltar sobre la propia sombra. 6

Sin embargo este libro, que tanto éxito de público tuviera des­ de el primer momento (y aún se sigue reeditando en Austria: so­ brepasa las cincuenta ediciones a la fecha), habría de poner en cuestión la probidad intelectual del autor al fundamentar el texto en la tesis de la bisexualidad sustancial (desde el punto de vista biológico) del ser humano. Freud sostuvo, con su sarcasmo carac­ terístico,...


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