ARTE Persa PDF

Title ARTE Persa
Course Historia del Arte Antiguo
Institution Universidad de La Laguna
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Parte de preparación de la parte de arte etrusco, iberico, mesopotámico y persa...


Description

ARTE PERSA

A mediados del siglo VI a.C Ciro II el Grande fundó el Imperio Persa Aqueménida. Sus dominios se extendieron desde el mediterráneo hasta el Valle del Indo, comprendiendo tierras como Grecia, Mesopotamia, el país de Canaam, Asia Menor y Egipto. Se constituía así el mayor imperio de la Antigüedad y del Próximo Oriente Antiguo. Al parecer, el origen del Imperio Persa se remonta a finales del II milenio a.C, entre 1300 y 900 a.C. Fue por ese entonces cuando llegaron a la Meseta de Irán, un territorio ubicado en los continentes orientales de Mesopotamia, más allá de los Montes Zagros, dos tribus nómadas de probable origen indoeuropeo, los medos y los persas. Formaban parte drianios y los sogdianos. De la segunda oleada de pueblos iranios, entre los que también se encontraban los hircanos, los partos, los bactrianos y los sogdianos. En principio, medos y persas se mantuvieron bajo la órbita del poder asirio, pero en el siglo VII a.C., aprovechando el debilitamiento de dicho poder, ambos pueblos iniciaron una fase de unificación de la zona, constituyendo dos unidades políticas independientes, la de los medos al norte, y la de los persas, al sur. A partir de entonces se sucedieron importantes hechos que condujeron a la formación del Gran Imperio Persa bajo el poder de la dinastía aqueménida. La etapa expansiva que comenzó con Ciaxares II, supuso el dominio de todo el Creciente Fértil y convertía a Persia en el centro de un gran Imperio. El imperio persa compartía su protagonismo histórico con el mundo griego, el otro ámbito cultural y artístico desde el que, de forma contemporánea, se estaban haciendo relevantes aportaciones a la historia de la Antigüedad. Las relaciones entre los griegos y los persas estuvieron marcadas por la competencia y las luchas. Sin embargo, las luchas no fueron obstáculo para que entre ambos se produjese un interesante cambio de influencias, que sirvió como acicate para poner en contacto a Oriente con Occidente y para fomentar el conocimiento por parte de los persas y viceversa. Entre el 540 y el 350 a.C., cuando se estaban realizando las obras de arte persa, los griegos desarrollaban su arte arcaico y clásico, proporcionando a los persas artistas que trabajaron a su servicio y

colaboraron en la ejecución de sus más importantes obras, dejando sobre ellas las huellas de su influjo. Sabemos, por ejemplo, la presencia de numerosas influencias técnicas y formales en los edificios de Pasagarda y Persépolis, como el empleo del cincel dentado, las pinzas o las grapas que los arquitectos griegos empleaban en los edificios jónicos; y asimismo se han hallado en estos lugres basas de columnas con acanaladuras horizontales de estilo griego, cuyo trabajo de cantería es también heleno. La columna persa, con fustes estriados de inspiración griega, constituye una importante evidencia de esta influencia artística. En el transcurso de la II Guerra Médica los persas consiguieron conquistar y saquear la ciudad de Atenas y destruir los edificios de su Acrópolis, máximo exponente de los logros culturales, políticos y artísticos de la Grecia clásica. Las luchas que mantuvieron ambas potencias dejarían una estela de destrucción en las costas jonias de Asia Menor que acabaría por debilitar el poder del Imperio Persa, el cual sucumbió ante Alejandro Magno en el año 330 a.C., cuando este consiguió conquistar todo su territorio e incorporarlo al nuevo Imperio Macedónico. Las conquistas llevadas por Alejandro Magno no solo liberarían a las ciudades asiáticas del dominio persa, sino que difundirían el helenismo por el Mediterráneo oriental, llevando su influencia por Egipto y Asia Menor hasta el valle del Indo. Se acabaría así el imperio persa y comenzaría una gran etapa para Grecia, aunque es preciso señalar que la estela de este imperio no pasaría al olvido. Alejandro Magno tomó prestados de él una cantidad de elementos que se propuso perpetuar, aunque en su muerte el 330 a.C. pondría fin a sus deseos. Pero, aunque los griegos realizaron grandes aportaciones al arte persa, no fueron los únicos. El hecho de que los persas fueses en sus orígenes un pueblo pastor y seminómada, sin demasiado bagaje artístico, contribuyó a que sus creaciones artísticas se constituyesen en gran medida a partir de la combinación de aportes recibidos de los distintos pueblos conquistados: medos, fenicios, asirios, babilónicos y por supuesto, griegos de las costas de Asia Menor. Los persas supieron fusionar todas estas influencias en una creación original, que les identificaría plenamente como cultura.

ARQUITECTURA

PASAGARDA

A la vista de las excavaciones arqueológicas que se han lleva do a cabo hasta nuestros días, los conjuntos palaciales de Ciro, en Pasagarda; y de Darío, en Susa y Persépolis, constituyen los mejores ejemplos de cómo los arquitectos persas supieron llegar a soluciones originales a partir de la fusión de influencias, dando forma a dos nuevas tipologías de construcción palacial absolutamente originales, si las comparamos con lo que hasta entonces se había realizado en Mesopotamia y en otras zonas del Próximo Oriente. Ciro Il fundó en la zona norte de la Meseta de Irán su capital, Pasagarda, en la que se conserva el primer complejo palatino de la Dinastía aqueménida (559-557 a.C.). Sus restos arquitectónicos constituyen lo más relevante de la primera época del Imperio, convirtiéndose en una excelente expresión de la nueva concepción de Monarquía Universal promovida por los reyes persas. Pasagarda continuaba la práctica nómada del pueblo medo-persa, que apenas contaba con tradición arquitectónica, por lo que su conjunto se configuraba más como un poblado que reproduce en piedra las tiendas de los jefes nómadas, que como una ciudad propiamente dicha. A pesar de ello sus edificios consiguieron configurar un interesante conjunto construido a partir de la fusión de los influjos orientales y occidentales, resultantes de la aportación de la tradición mesopotámica y colaboración en las tareas constructivas de arquitectos griegos puestos al servicio de la monarquía persa. El conjunto se elevaba sobre una terraza configurada como una gran explanada, a la que se accedía por diversos puntos, construida mediante grandes bloques de piedra, regulares en su cara externa e irregulares en la interna, cuyo sistema de construcción pudo haber sido adoptado por los medos de la arquitectura anatólica, concretamente del Reino de Urartu, situado al este de dicha península. En su espacio se distribuían diferentes pabellones independientes en medio de un gran parque, circundados por un muro de cuatro metros de espesor, cuyo denominador común fue la presencia de grandes salas hipóstilas llamadas a convertirse en el rasgo definitorio de la arquitectura persa. Uno de estos pabellones, ubicado en uno de los extremos de la terraza, se configuraba como una estructura rectangular en cuyo interior existía una sala compuesta por dos hileras de cuatro columnas cada una, a la que se accedía por cuatro puertas. En el otro extremo de la terraza un nuevo edificio también independiente, el llamado Palacio P, reproducía de nuevo este tipo de espacio, que adquiría en este caso una mayor complejidad. Su sala hipóstila era un espacio rectangular con cinco hileras de columnas, flanqueada en esta ocasión por un pórtico in antis en cada uno de sus lados mayores. Pero el edificio más singular del complejo fue la sala de audiencias, pues con ella se inauguraba una nueva fórmula arquitectónica llamada a tener gran éxito en la arquitectura aqueménida: la de la apadana. El edificio se configuró a modo de un gran pabellón de planta rectangular con pórticos abiertos en sus cuatro lados. Éstos se componían de dos hileras de columnas que comunicaban con la sala interior, estando sus entradas decoradas con relieves. La sala interior contaba también con doble hilera de columnas realizadas en piedra, 30 en total, y estaba sobreelevada en relación con los pórticos, lo que ha llevado a pensar que pudiese existir entre ambos espacios un cuerpo de ventanas. Ambos pórticos flanqueaban la sala en sus lados más largos, sobresaliendo a uno y otro lado de esta, de modo que dotaban a la estructura general del edificio de una forma «H» que recordaba las stoai o pórticos griegos hallados en las costas jonias. La cuestión nos lleva directamente a uno de los temas más debatidos en torno a la arquitectura persa, el de la tradición y los orígenes de las salas hipóstilas y el del influjo

que la arquitectura griega ejerció sobre la persa y, más concretamente, sobre la construcción de sus salas columnadas. Sabemos que la construcción de las salas hipóstilas de la arquitectura aqueménida, configuradas por una pieza central con columnas, cuatro torres en las esquinas y pórticos con columnas en su perímetro, tuvo su referente en la arquitectura Próximo Oriental, donde la construcción de espacios interiores mediante soportes de madera esta documentando con anterioridad incluso a la llegada de los persas. Cuando se erigieron los palacios persas, solo los arquitectos jónicos eran capaces de realizar columnas de piedra de más de 20 metros. Por otra parte, el estudio de las basas y los fustes de las columnas persas han permitido comprobar que estas presentaban una gran similitud con las de la cultura jónica. Las columnas que conformaban estos espacios soportaban grandes vigas de cedro importadas del Líbano. Sus basas eran de piedra, las más antiguas (de las que existen ejemplos en Persépolis y en Pasagarda) configuradas por un plinto cuadrado con dos peldaños sobre el que se ubicaba una moldura convexa, aunque posteriormente se desarrolló otra modalidad de basa «campaniforme», frecuente en Persépolis y en Susa. Por lo que se refiere a los capiteles, estos, presentaban una gran complejidad. La parte inferior tenía un círculo de hojas colgantes sobre el que se desarrollaba un capitel de palma. A continuación, iba un fuste con volutas y, finalmente, un módulo superior compuesto por formas humanas o animales enfrentadas que representaban prótonos de toros, leones, grifos y toros con cabezas humanas. Originalmente estos capiteles estaban policromados. A través de esta composición se hacía evidente una vez más la fusión de influencias egipcias y mesopotámicas de la arquitectura persa.

PERSÉPOLIS

Persépolis fue la capital del Imperio persa durante la época aqueménida. Se encuentra a unos 70 km de la ciudad iraní de Shiraz (provincia de Fars), cerca del lugar en que el río Pulwar desemboca en el Kur (Kyrus) Su edificación comenzó en 521 a. C. por orden de Darío I como parte de un vasto programa de construcciones monumentales enfocadas a enfatizar la unidad y diversidad del Imperio persa aqueménida, la legitimidad del poder real y mostrar la grandeza de su reino. Las obras de Persépolis atrajeron trabajadores y artesanos venidos de todas las satrapías del imperio y por ello su arquitectura resultó de una combinación original de formas de estas provincias que crearon un estilo arquitectónico persa ya antes esbozado en Pasargada y que también se encuentra en Susa y Ecbatana. Esta combinación de saberes marcó igualmente el resto de las artes persas, como la escultura y la orfebrería. La construcción de Persépolis continuó durante dos siglos, hasta la conquista del imperio y la destrucción parcial de la ciudad por Alejandro Magno en 331 a. C. El sitio fue visitado a lo largo de los siglos por viajeros occidentales, pero no fue hasta el siglo XVII que las ruinas se certificaron como la antigua capital aqueménida. Numerosas expediciones arqueológicas han permitido comprender mejor las estructuras, su aspecto original y las funciones que cumplieron. Persépolis comprende un enorme complejo palacial sobre una terraza monumental que soporta múltiples edificios hipóstilos que tuvieron funciones protocolarias, rituales, emblemáticas o administrativas precisas: audiencias, apartamentos reales, administración del tesoro o recepción. Cerca de la terraza había otros elementos: tumbas

reales, altares y jardines. También estaban las casas de la ciudad baja, de la que casi nada visible queda hoy. Muchos bajorrelieves esculpidos en las escalinatas y puertas del palacio representan la diversidad de los pueblos que componían el imperio. Otros consagran la imagen de un poder real protector, soberano, legítimo y absoluto, donde se designa a Jerjes I como sucesor legítimo de Darío el Grande. Las múltiples inscripciones reales en escritura cuneiforme de Persépolis están redactadas en persa antiguo, babilonio o elamita. Están grabadas en varios lugares del sitio, destinadas a los mismos fines y especifican qué reyes ordenaron el levantamiento de los edificios. La construcción de Persépolis mostraba 15 metros de altura realizada a base de piedras, sobre la que se erigió el conjunto, al que se accedía mediante una escalinata doble, compuesta por dos tramos de escaleras enfrentadas, anchas y de suave pendiente, que se ubicaban en el flanco occidental del conjunto. Esta escalera, que otorgaba al espacio un interesante carácter escenográfico, desembocaba en la denominada Puerta de Todos los Países o Puerta de las Naciones, construida por Jerjes (486-465 a.C), cuyo acceso estaba presidido por toros alados con cabeza de león; en realidad una adaptación persa de los lamassu de los palacios asirios, que también aquí cumplían una función de protección del recinto palatino y de exhibición de la grandeza y poder de su monarquía, si bien su tratamiento escultórico incorporó elementos singulares, específicos de la mezcla de elementos culturales propios del arte persa. A través de esta puerta, como bien indica su nombre, desfilaban las delegaciones de todos los pueblos que se hallaban bajo el dominio del gran Imperio Persa. A pesar de las similitudes con Pasagarda, Persépolis desarrolló rasgos propios e innovadores. En este caso los edificios no aparecían dispersos, como en el caso de Pasagarda, sino aglutinados y sometidos a una cierta ordenación de unidades caracterizadas por la repetición de módulos cuadrados, configurados a modo de espacios columnados. Una vez se ascendía por la escalinata de acceso a la que se ha hecho referencia, el visitante se hallaba ante la parte pública del conjunto palacial. La sala de audiencias, elevada sobre una terraza independiente, y el salón del trono o Sala de las Cien Columnas, constituían lo más destacado de este espacio. Ambas construcciones separaban la parte norte del conjunto, accesible solo a un público restringido, de la parte privada, situada a espaldas de ambos edificios. La unión entre ambas unidades -la pública y la privada se resolvió mediante una escalinata situada entre los dos salones de audiencias, que conducía a un edificio denominado tripylon, una especie de pórtico con tres puertas de acceso. Desde este espacio se accedía al harén y a los palacios residenciales de Darío y de Jerjes, así como al tesoro. Todas estas construcciones -a puerta de Jerjes, los palacios residenciales, el harén, el tesoro, la sala de audiencias y el salón del trono estaban configuradas por módulos cuadrangulares, de dimensiones variadas, en los que la columna adquiría un protagonismo absoluto. La sala de audiencias del palacio de Persépolis constituía una apadana o sala hipóstila muy parecida a la del palacio de Darío I en Pasagarda. Pero como también ocurriese en Susa, la forma en «H» del conjunto fue sustituida en este caso por un cuadrilátero. La construcción era magnífica. Tenía tres pórticos a los que se accedía mediante unas escaleras monumentales de doble rampa decoradas con relieves, y unas imponentes dimensiones que podían dar cobijo a unas diez mil personas. Su techo, construido en madera, estaba sostenido, como en Pasagarda, por 36 columnas distribuidas en seis filas, cuyos capiteles adoptaban forma de grifos, leones y toros en la más pura tradición

artística mesopotámica. Un espacio similar, también hipóstilo, se repetía en la Sala de las Cien Columnas, un gran salón del trono iniciado por Jerjes y terminado por Artajerjes que se componía de diez filas de diez columnas que sostenían un techo de 4.600 m², precedido de un atrio columnado. Los restos que se conservan de Persépolis han permitido a historiadores y arqueólogos reconstruir no solo su planta, sino también parte de su alzado, en el que se aprecian rasgos muy interesantes. Uno de ellos es el modo en que se empleó la piedra en dinteles y ventanas, aplicando unos criterios más escultóricos que arquitectónicos, que ponen de manifiesto el sentido decorativo, ornamental, de la arquitectura persa. Su estructura, en vez de estar dividida en cuatro partes (umbral, dintel y dos jambas), como era habitual, lo hacía en un solo bloque. Y algo similar ocurría con las escaleras, aunque sin duda su rasgo más destacado fue el de la forma que adquirieron sus columnas. En este caso los fustes lisos que habían sido empleados en el palacio de Pasagarda fueron sustituidos por otros acanalados similares a los de la arquitectura jónica, que debieron introducir los artistas griegos que trabajaron al servicio de los monarcas aqueménidas. Por su parte, el capitel se configuró mediante una pieza superior compuesta por dos medios cuerpos de animales unidos, generalmente toros, hombres-toro o grifos de raíz mesopotámica, que podían apoyar directamente sobre el fuste o tener unas piezas con volutas, cuyo antecedente debemos buscarlo también en la arquitectura helena de procedencia jónica, aunque existen algunos ejemplos de su empleo en algunos lugares del Mediterráneo oriental, concretamente en territorio fenicio. Bajo estas piezas existían unas formas vegetales, como de loto o papiro, que recordaban a los capiteles egipcios de época Ptolemaica. Tal fusión de elementos ponía de manifiesto el modo en que los persas supieron captar los influjos de los pueblos próximos, imponiéndoles su sello propio para crear un nuevo estilo arquitectónico.

PERSEPOLIS APADANA

La Apadana o Sala de Audiencias de Persépolis pertenece a la fase de construcción más antigua del complejo del palacio, el gran diseño de su fundador, el rey Darío I el Grande (r. 522-486). En esta gran sala, el gran rey recibió los tributos de todos los súbditos del Imperio aqueménida y dio regalos a cambio. Uno de los argumentos para suponer que esta fue efectivamente la función del Apadana, es el espléndido relieve en la escalera oriental, que consiste en representaciones de todas las naciones del imperio. Claramente fue importante, porque el mismo relieve se repitió en la escalera norte cuando la entrada principal se movió de este a norte. Cuando la gente venía a rendir homenaje, veían en las escaleras representaciones de ellos mismos. Quizás, este festival se celebró a principios de la primavera, cuando las naciones iraníes celebran el año nuevo, "Now Ruz", incluso hoy. Aunque esta teoría es ciertamente atractiva, y aunque es muy probable la celebración de un festival de intercambio de regalos en la Apadana, no hay pruebas contundentes de la fecha de su celebración. Un relieve que alguna vez fue la parte central de las escaleras del norte muestra al rey Darío en su trono, el príncipe heredero Jerjes detrás de él, dos quemadores de incienso y un funcionario importante, probablemente Farnaces. Saluda al rey y anuncia la llegada de los portadores de tributos, que también están representados en la pared cerca de las escaleras. El mecanismo de intercambio de obsequios era uno de los elementos centrales de la ideología real persa, y el Apadana era, por tanto, uno de los símbolos más importantes del poder del gran rey. No es una coincidencia que Alejandro Magno, en 330 a. C., seleccionara la Apadana y el Tesoro (donde se almacenaban los regalos) para ser destruidos, junto con el Palacio de Jerjes. En algunas bases de columnas, todavía se pueden ver los rastros negros de la quema. El Salón, el más grande y probablemente el más hermoso de los edificios de Persépolis, podía albergar a cientos de personas. Las setenta y dos columnas que sostenían el techo (6x6 en el interior de la sala, el resto en tres pórticos) tenían veinticinco metros de altura. Hoy en día, solo hay trece columnas en pie, pero en el siglo XVI, había cuarenta. En aquel entonces, la ruina se llamaba Tchilminar, "cuarenta columnas". En 1704, Cornelis de Bruijn, el primer artista prof...


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