En el alba del anarquismo: Un sindicalista llamado Anselmo Lorenzo PDF

Title En el alba del anarquismo: Un sindicalista llamado Anselmo Lorenzo
Author Juan Pablo Calero
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UN SINDICALISTA LLAMADO ANSELMO LORENZO Juan Pablo CALERO DELSO CONDENADOS A LA CLANDESTINIDAD El pronunciamiento en las playas de Sagunto del general Arsenio Martínez Campos el 29 de diciembre de 1874 no sólo derribó la Primera República, sino que también quiso poner abrupto punto final al conflic...


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UN SINDICALISTA LLAMADO ANSELMO LORENZO Juan Pablo CALERO DELSO CONDENADOS A LA CLANDESTINIDAD El pronunciamiento en las playas de Sagunto del general Arsenio Martínez Campos el 29 de diciembre de 1874 no sólo derribó la Primera República, sino que también quiso poner abrupto punto final al conflicto social que se había vivido en España durante la última década. Si la Revolución Gloriosa de septiembre de 1868 había apartado del poder por primera vez a los estamentos privilegiados y a sus compañeros de viaje de la alta burguesía, la vuelta de la monarquía borbónica certificaba el fracaso de los proyectos políticos tanto de las clases medias progresistas, que alentaron la monarquía democrática de Amadeo de Saboya, como de la pequeña burguesía, que no pudo sostener la experiencia republicana. Anselmo Lorenzo, al hacer balance de aquellos años “pasados en conspiraciones, pronunciamientos, programas, discursos, motines, dictaduras, guerra civil”, criticaba por “incapaz a esa burguesía, que no ha sabido en tanto tiempo sustituir con un régimen de paz y progreso el régimen absoluto enterrado con el cadáver de Fernando VII”1. Vano propósito que volvió a frustrarse en 1875, pues el nuevo régimen de la Restauración, lejos de traer el progreso a los españoles, cercenó las libertades ciudadanas que se habían disfrutado durante el Sexenio Revolucionario. Así la Federación Regional Española (FRE), que había nacido y crecido en un marco legal que había sido, cuando menos, impreciso, fue definitivamente puesta fuera de la ley con la llegada al trono del rey Alfonso XII, y con ella fueron prohibidas todas aquellas asociaciones obreras que no se dedicasen a la caridad o el socorro mutuo. Los intentos de mantener en la clandestinidad a la FRE se demostraron condenados al fracaso, y las antiguas Sociedades Obreras quedaron reducidas a pequeños grupos de trabajadores, más unidos por su afinidad personal e ideológica que por su oficio, desenlace que se repitió en todos los períodos de persecución sufridos por el anarquismo obrerista español hasta 1975. Aislados para la práctica sindical de su entorno social y cohesionados por unos postulados teóricos que se convirtieron en el eje de su actividad militante, no tardó la FRE en sufrir, como ocurrió en otras ocasiones posteriores, un proceso de radicalización ideológica y una deriva de la labor sindical hacia un insurreccionalismo violento que era más verbal que efectivo y que estaba condenado al fracaso2.

1

Anselmo LORENZO, “Medio siglo de parlamentarismo”, Acracia, octubre de 1886. Tarrida del Mármol lo expuso magistralmente en su artículo “Anarquía sin adjetivos” publicado esos años en La Révolte: “si redujéramos nuestra acción a la sola organización anarquista, obtendríamos poca cosa. Acabaríamos por transformarla en una organización de pensadores discutiendo sobre ideas, que con seguridad degeneraría en una sociedad de metafísicos discutiendo sobre palabras”. 2

Anselmo Lorenzo, que en 1872 fue elegido primer secretario de la FRE, se había visto obligado a exiliarse para evitar caer en manos de la policía. Su forzada estancia en el extranjero le alejó de la manifiesta enemistad de sus compañeros más intransigentes, que le acusaban de contemporizar con la corriente marxista, y le sirvió para volver a entrar en contacto más directo con la realidad del movimiento obrero europeo. A su vuelta en marzo de 1874, mientras la República agonizaba, se instaló en la ciudad de Barcelona. A pesar de la ilegalización, y de sufrir la desconfianza de muchos de sus compañeros, Anselmo Lorenzo se mantuvo activo en las filas de la FRE clandestina a través de la Sociedad de Tipógrafos de la capital catalana que, muy mermada en número, “se componía sólo del cuadro de los constantes, de los activos, de los que en buenos y malos tiempos forman el núcleo de la vida societaria y acostumbran a cumplir sus deberes”3. Al poco tiempo, fue elegido para ser uno de los tres miembros de la Comisión Ejecutiva de la federación local barcelonesa. Así supo que la vieja Alianza de la Democracia Socialista bakuninista, que se había disuelto en el resto de Europa, permanecía activa en España y que, actuando secretamente en el seno de la clandestina Federación internacionalista, formaba una especie de Estado Mayor revolucionario que velaba para que la FRE conservase “la pureza de sus ideales”4. Esta doble organización, una secreta y otra pública, del proletariado militante fue teorizada por Piotr Kropotkin5 pero, con posterioridad y a la luz de su experiencia, recibió la certera crítica de Anselmo Lorenzo: “cantando siempre alabanzas a la libertad, se obraba inconscientemente a la manera autoritaria”6. El evidente fracaso de este vanguardismo aliancista en la FRE, que pasó de las 190 federaciones locales de 1874 a las 39 de 1875, ratificó a Anselmo Lorenzo en los auténticos principios sindicalistas: la emancipación de los trabajadores debía de ser el resultado de la acción de los propios asalariados y no de una minoría mejor preparada o más decidida. “Medítese bien el caso, y se comprenderá que la Revolución Social no ha de ser obra de un talismán poseído por un ilusionado, ni por la de un heroico Sansón, sino por los trabajadores mismos, como enseñó la Internacional, y eso a costa de trabajo, de propaganda, de organización y de constancia, y estoy por decir, que el que no lo comprenda así, lejos de beneficiar, estorba”, escribiría más adelante7. Otro de los acuerdos adoptados por la FRE en esos años relegaba a un segundo plano el recurso a la huelga y todo lo confiaba a una inminente revolución social; perdían así 3

Anselmo LORENZO, El proletariado militante. Toulouse, Editorial del MLE-CNT en Francia, 1947. Tomo II, página 137. 4 Anselmo LORENZO, El proletariado militante. Tomo II, página 138. 5 Clara E. LIDA, “Los discursos de la clandestinidad en el anarquismo del XIX”. Historia Social, número 17. Alzira, otoño de 1993. 6 Anselmo LORENZO, El proletariado militante. Tomo II, página 141. 7 Anselmo LORENZO, “A los impacientes”, Tierra y Libertad, Barcelona, 2 de noviembre de 1910.

los trabajadores su arma más eficaz contra sus patronos y renunciaban a cualquier mejora material y próxima en sus condiciones de vida y de trabajo, confiándolo todo a un proceso revolucionario que, aunque se anunciaba apremiante, a muchos se les antojaba imposible de llevar a buen término. También con el tiempo, Anselmo Lorenzo se apercibió que resultaba “verdaderamente pueril la idea de dirigirse resuelta y directamente a la Revolución Social, como cosa sencilla y fácilmente asequible, contando con medios tan escasos que ni alcanzaban para las atenciones de la vida ordinaria”8, y reivindicó “la práctica de la huelga general definitiva, que ponga término al salariado y al capitalismo y dé principio al comunismo racional, científico y esencialmente humano y humanitario”, aunque rechazó las cajas de resistencia, aprobadas en el Congreso obrero de 1870, como un “cándido error teórico de aquel sindicalismo incipiente desvanecido después por la experiencia”9. El gobierno conservador se prolongó más de seis años, y durante todo ese tiempo Cánovas mantuvo en la ilegalidad a la FRE, que en ese intervalo pasó del vanguardismo aliancista al autoritarismo y encauzó el odio a la burguesía hacia los compañeros disidentes. En un ambiente tan enrarecido, hasta un hombre bueno como Anselmo Lorenzo fue juzgado enemigo de la revolución social y en 1881 se le expulsó de la FRE y de la Sociedad Tipográfica y aún se intentó que se le despidiera de la imprenta en la que ganaba su jornal. UNA DIFÍCIL RECONSTRUCCIÓN En 1881 llegaron al gobierno los liberales, herederos de los progresistas y autores de muchos logros políticos del Sexenio, que devolvieron a la legalidad al proletariado militante. Sin embargo, y en lo que sería una seña de identidad del régimen de la Restauración, los derechos y libertades garantizados en la letra de las leyes se vulneraban sin rubor en la práctica, con la cooperación necesaria de la Guardia Civil y la pasividad cómplice de jueces y fiscales. El proceso de la Mano Negra, un montaje policial contra anarquistas gaditanos destinado a acallar las justas protestas de los jornaleros andaluces, se saldó en 1884 con quince condenas a muerte y mostró con claridad los estrechos límites de la libertad sindical. Mientras la represión se ejercía sin piedad sobre los rebeldes más contumaces, la burguesía creyó necesario ofrecer soluciones al conjunto de los trabajadores del campo y la ciudad. Por más que algunos aún confiasen en ella, las clases privilegiadas comprendieron que la caridad cristiana bastaba para tranquilizar sus conciencias pero no podía aliviar una miseria tan extendida. Para mejorar la condición del proletariado, el gobierno liberal de José Posada Herrera estableció, en diciembre de 1883, la Comisión de Reformas Sociales, que en 1903 se convirtió en el Instituto de Reformas Sociales, “encargado de preparar la legislación del Trabajo en su más amplio sentido, cuidar de su ejecución, organizando para 8 9

Anselmo LORENZO, El proletariado militante. Tomo II, página 161. Anselmo LORENZO, Hacia la emancipación. Mahón, El Porvenir del Obrero, 1914.

ello los necesarios servicios de inspección y estadística, y favorecer la acción social y gubernativa, en beneficio de la mejora o bienestar de las clases obreras”10. Los marxistas participaron con entusiasmo en la Comisión y en el Instituto, pero los anarquistas se mostraron opuestos a esa intervención estatal. Si en 1871 habían respondido a los republicanos que se habían dirigido a ellos para “mejorar las condiciones de las clases jornaleras", que ellos sólo aspiraban a “destruir las clases, o sea realizar la completa emancipación económico-social de todos los individuos de ambos sexos”11, Anselmo Lorenzo escribía en 1902: “En terapéutica burguesa, ya se sabe: para cada síntoma un emplasto, con lo que la enferma, que es la sociedad, se agrava en vez de curarse. Si en lugar de una ley más se derogasen todas de golpe; si los legisladores, los que sancionan las leyes y los que las han de guardar, cumplir y ejecutar se dedicasen a faenas más provechosas, y la riqueza social se disfrutase como en justicia debe disfrutarse, quedarían las leyes como recuerdo arqueológico y la humanidad viviría libre y feliz”12. A las dificultades ocasionadas por esta política burguesa, se le sumó el fraccionamiento del proletariado militante. No cabe duda que la ruptura se había fraguado durante los turbulentos años del Sexenio, pero fue ahora, al salir a la luz, cuando las diferencias se consolidaron hasta hacerse irreconciliables. Así la pequeña minoría marxista, aún más huérfana tras la marcha de Paul Lafargue, optó en 1879 por organizarse en un partido político, el Socialista Obrero Español (PSOE), que era más fruto del voluntarismo de sus escasos afiliados que de la realidad social del movimiento obrero. La temprana crítica de Anselmo Lorenzo torpedeaba la línea de flotación del socialismo marxista: “Los que por medio del partido obrero se proponen alcanzar la constitución del Estado obrero creen que el Estado, hoy, es el representante, el órgano de la dictadura de las clases directoras; convenido. Pero si mañana, en lugar de esa caterva de abogados y periodistas aduladores de la burguesía que llegan a las alturas del poder, subiesen los obreros más eminentes entre los propagandistas del partido obrero; si tuviésemos un presidente obrero, ministros, diputados, gobernadores, alcaldes, etc., etc., obreros, es decir, el Estado obrero, ¿perdería por eso el Estado su carácter esencial? ¿Dejaría el Estado de ser una tiranía? ¿Y podría esta vez la tiranía ser apta para fundar la libertad y resolver el problema social? No”13. También el movimiento anarquista soportó fuertes convulsiones, como se puso de manifiesto en el debate entre los anarco-colectivistas, que con Bakunin consideraban que cada uno debía ser remunerado según su trabajo y que debía respetarse aquella propiedad 10

Gaceta de Madrid, 30 de abril de 1903. Respuesta del Consejo de la FRE a la carta que la Asamblea Democrática Republicana Federal les dirigió el 12 de junio de 1871, invitándoles a acudir para ser oídos por la Comisión encargada de redactar un proyecto de bases económico-sociales que defendería el Partido Republicano Federal. 12 Anselmo LORENZO, “Mas leyes”, La Huelga General, 5 de febrero de 1902. 13 Anselmo LORENZO, “El partido obrero”, Acracia, julio de 1886. 11

individual que no fuese causa de explotación, y los anarco-comunistas que, bajo la orientación de Kropotkin, sostenían que a cada uno debía de remunerársele según sus necesidades y que la propiedad debía de ser fundamentalmente en común. Anselmo Lorenzo terminó alineándose, como antes o después hicieron todos los anarquistas, con el comunismo libertario, pero el debate desvió a los anarquistas de su acción sindical14. Pero la causa principal de la división del movimiento libertario en esos años fue discernir cuál era la estrategia más idónea para alcanzar la revolución social. Aunque unos y otros se reclamaban herederos de la Primera Internacional y decían organizarse en sociedades obreras, no cabe duda que un abismo se abría entre los partidarios de la actividad sindicalista continuadora del clásico activismo societario, y quienes preferían la acción insurreccional de una minoría violenta. Como señalamos, la clandestinidad empujó a la FRE hacia el aislamiento, primero; a la conspiración, después; y finalmente al autoritarismo, debilitándola de tal modo que se disolvió, con más pena que gloria, en febrero de 1881 ofreciendo el “tétrico espectáculo de un conventículo [reunido] en un saloncillo de un café de Gracia, en un día lluvioso y triste”, en palabras de Anselmo Lorenzo15. La FRE desapareció para dar paso el 23 de septiembre de ese mismo año a la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), una nueva organización sindical que se fundó, ya en régimen de legalidad, para sustituir a la vieja sección española de la Internacional. Su constitución supuso un avance muy significativo, pues adaptaba el movimiento sindical de inspiración ácrata a dos nuevas realidades: la desaparición de la Internacional, en cualquiera de sus ramas, y la falta de representatividad real de la FRE, que para entonces había quedado reducida a poco más que un pequeño grupo sectario. La FTRE mantenía los mismos principios de la Internacional, pero había sido animada por trabajadores jóvenes y a su congreso constituyente en Barcelona asistieron delegaciones de numerosas sociedades de muy distintas ciudades, así que “como la espuma creció aquella Federación Regional, y el símil es desgraciadamente harto apropiado, porque si como la espuma creció, con la misma facilidad corrió a la decadencia”16. Pues, pasado el primer entusiasmo, la realidad social de la España de su tiempo y las divisiones del movimiento libertario impusieron sus condiciones en el II Congreso, celebrado en 1882 en Sevilla. A los debates entre los anarco-colectivistas y los anarcocomunistas, le sucedieron las discusiones sobre la conveniencia de que los anarquistas se organizasen o todo lo fiasen al espontaneísmo revolucionario; polémicas que retraían a 14

La Révolte de París publicó el 12 y 20 de agosto de 1887 dos artículos que ofrecían las claves para entender el debate, y Acracia los reprodujo dos meses después. La Révolte se alineaba con el comunismo libertario, mientras que Anselmo Lorenzo y la redacción de Acracia aún se mostraban partidarios del colectivismo bakuninista. 15 Anselmo LORENZO, El proletariado militante. Tomo II, página 233. 16 Anselmo LORENZO, El proletariado militante. Tomo II, página 235.

muchos trabajadores y que debilitaban a la FTRE. Además, en este segundo comicio, la pulsión revolucionaria se impuso sobre la orientación sindicalista hasta el punto de proclamar que “son las huelgas objeto constante de nuestra meditación, pero no entran en nuestros fines”17, acuerdo que contradecía el pensamiento de Anselmo Lorenzo, quien afirmaba que “en esta guerra [social] úsase un arma característica, pudiéramos decir simbólica, pero fuerte y eficaz: la huelga revolucionaria. En las revoluciones precedentes poníanse los rebeldes frente a sus enemigos, que siempre disponían de superior armamento y mayor cohesión disciplinaria, y luchaban hasta que la victoria se declaraba por una o otra parte; hoy se busca […] paralizar esos grandes mecanismos de explotación”18. Tradicionalmente, la historiografía ha simplificado estos debates estableciendo una dicotomía entre el proletariado catalán, más sindicalista y moderado, y el campesinado andaluz, más anarquista y exaltado. Y aunque en la práctica encontramos contrastes y matices entre unos y otros19, las divergencias teóricas se debían más a sus diferentes condiciones de vida y de trabajo y a las distintas formas en que podía desarrollarse el trabajo sindical de unos y otros que a un enfrentamiento ideológico profundo, pues ambos compartían un ideario inequívocamente anarquista. Desgraciadamente, estas diferencias estratégicas condenaron a la FTRE a la escisión y a su irremediable decadencia. Por su parte, y a pesar de tantos fracasos colectivos y de tantas dificultades personales, Anselmo Lorenzo se reafirmó en su ideario ácrata y en 1885 volvió a ingresar en la Sociedad de Obreros Tipógrafos de Barcelona. Al año siguiente formaba parte del equipo promotor de la revista Acracia y en 1887 era redactor de El Productor, y así, aunque temporalmente alejado de la primera línea de la vida orgánica, ejerció una indudable influencia en el movimiento libertario a través de la palabra escrita. BUSCANDO A CIEGAS La dureza de la represión que la burguesía ejercía sobre las organizaciones de la clase trabajadora, y singularmente sobre las de inspiración libertaria, y los errores derivados de empujar a las sociedades de resistencia al callejón sin salida de una revolución social para la que no se contaba con fuerzas ni recursos, se pusieron fatalmente de manifiesto en 1888 con la decisión de liquidar a la FTRE, que estaba herida de muerte desde 1884. Del 18 al 20 de mayo de 1888 se celebró el Congreso amplio de Sociedades de Resistencia, convocado por la Comisión Federal de la FTRE, en cumplimiento de un acuerdo del 17

Anselmo LORENZO, El proletariado militante. Tomo II, página 238. Anselmo LORENZO, “Movimiento social”, Acracia, abril de 1886. 19 Estas diferencias se mantuvieron muchos años. Entre los días 17 y 20 de abril de 1913 se celebró el Congreso Constituyente de la Federación Nacional de Agricultores de España, una organización de sociedades campesinas de clara ideología anarcosindicalista que se mantuvo hasta 1918 al margen de la CNT. Con la excepción de algunas sociedades obreras de Cataluña y Levante, la gran mayoría de las secciones locales se ubicaban en Andalucía, sobre todo en el Valle del Guadalquivir. 18

Congreso que esta Federación había celebrado en Madrid en mayo de 1887. En esta asamblea se acordó establecer una nueva Federación de Resistencia al Capital, basada en un Pacto de Unión y Solidaridad, que dejaba amplia libertad de actuación a las sociedades adheridas, que fueron tan escasas que la nueva entidad sólo pudo celebrar su segundo congreso en 1891 y, en la práctica, desapareció sin dejar rastro hacia el año 1893; parecía extinguirse así el antiguo ascendiente de los anarquistas sobre el movimiento obrero. En agosto de 1888, y también en la Ciudad Condal, se celebró el congreso constituyente de la Unión General de Trabajadores (UGT), un sindicato de obediencia marxista nacido del esfuerzo de otro tipógrafo pionero de la sección madrileña de la Primera Internacional y, como Anselmo Lorenzo, emigrado forzoso a Cataluña: Antonio García Quejido. En ese verano, mientras quedaba en evidencia la debilidad de la influencia del anarquismo sobre las sociedades obreras, la herencia del sindicalismo hispano parecía haber quedado exclusivamente en manos de los socialistas. La celebración en España del 1º de Mayo a partir de 1890, refrendaba aparentemente la nueva hegemonía sindical del partido obrero, y aunque Anselmo Lorenzo criticaba “esas procesiones de obreros que llevan a la cabeza sus jefes y sus banderas rojas y pasan ante la benévola tolerancia de las autoridades, la simpatía ...


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