Giddens Anthony - El Capitalismo Y La Moderna Teoria Social PDF

Title Giddens Anthony - El Capitalismo Y La Moderna Teoria Social
Author Vanesa Almiron
Course Sociología
Institution Universidad Nacional del Nordeste
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Traducción: Aurelio Boix Duch

Diseño de cubierta: Jordi Vives

Quinta edición, segunda en Colección Labor: 1994

Título de la edición original: CAPITALISM AND MODERN SOCIAL THEORY

© Cambridge University Press (R.U.), 1971 © de la edición en lengua castellana y de la traducción: Editorial Labor, S. A. - Escoles Pies, 103. - 08017 Barcelona, 1994

AGRADECIMIENTOS Quiero reconocer mi deuda con las siguientes personas, todas las cuales leyeron o expresaron verbalmente sus comentarios sobre las hojas que escribí cuando preparaba este libro: John Barnes, Basil Bernstein, John Carroll, Percy Cohen, Norbert Elias, Geoffrey Ingham, Terry Johnson, Gavin Mackenzie, Ilia Neustadt e Irving Zeitling. En particular quiero también agradecer a los que han examinado el conjunto del manuscrito: Martin Albrow, Tom Bottomore, David Lockwood, Steven Luckes, y John Rex. Debo también mi gratitud a Barbara Leonard, Laurette Mackenzie y Brigitte Prentice; y a mi esposa, Jane Giddens.

PRÓLOGO Die Vernunft hat immer existiert, nur nicht immer in der vernünftigen Form MARX

Se ha escrito el presente libro creyendo que se extiende entre los sociólogos la impresión de que hay que revisar radicalmente la teoría social contemporánea. Tal revisión debe empezar con un nuevo examen de las obras de aquellos autores que fijaron para la sociología moderna los principales marcos de referencia. Destacan en esto tres nombres sobre todos los demás: Marx, Durkheim y Max Weber. Mi objetivo en esta obra es doble: primero, exponer un análisis preciso, y a la vez suficientemente amplio, de las ideas sociológicas de cada uno de estos tres autores; y, segundo, considerar algunos de los principales puntos de divergencia entre las opiniones características de Marx, por un lado, y las de los otros dos autores, por otro. No pretendo establecer una evaluación global de la relación entre sociología «marxista» y sociología «burguesa», pero espero que este libro contribuya a la tarea preparatoria de clarificar el camino, en medio de la frondosa maraña de afirmaciones y contradicciones que ha envuelto el debate sobre este tema. He tenido que tratar una buena porción de temas ya conocidos. Sin embargo, la investigación reciente ha iluminado aspectos fundamentales de los escritos de los tres autores, y creo que mi análisis se aparta notablemente del de algunas obras consagradas en esta materia. No quiero demostrar, naturalmente, que los escritos de los autores analizados en este libro representan las únicas corrientes importantes de pensamiento social que han tomado cuerpo dentro de la sociología. Al contrario, la característica más notable del pensamiento social entre los años 1820 y 1920 es la extraordinaria abundancia de teorías distintas que se elaboraron durante este período. Las obras de los contemporáneos de Marx, como Tocqueville, Comte y Spencer, tienen mucho que ver con los problemas de la sociología moderna, y quizás hubiese sido más lógico incluir en este volumen un análisis detallado de estos autores. No lo hice, en parte por razones de espacio, y en parte debido a que el influjo de Marx en nuestros días es mucho mayor que el de cualquiera de estos autores (influjo plenamente justificado por el contenido intelectual mucho más profundo de las obras de Marx). Más aún, la mayor parte de las secciones de la teoría social moderna pueden hacerse derivar, si bien con numerosas modificaciones y ampliaciones, de los tres autores que centran el objetivo del presente libro. Evidentemente, las obras de Marx son la fuente principal de las distintas formas de neomarxismo contemporáneo; se puede decir que los escritos de Durkheim son los que inspiran predominantemente el «funcionalismo estructural»; y de los escritos de Max Weber provienen algunas, por lo menos, de las variantes modernas de la fenomenología. Más aún, dentro de ciertos campos más específicos de la sociología, como el estudio de la estratificación social, de la religión, etc., el influjo de Marx, Durkheim y Weber ha sido fundamental. Como indicó el mismo Durkheim en el prólogo a un libro de su colega Hamelin sobre Kant, quien desee describir con exactitud el pensamiento de hombres de una época distinta de la suya, se encuentra con un dilema. O bien conserva la terminología original con que aquel autor redactó sus obras, y entonces corre el riesgo de que su exposición aparezca anticuada y, por tanto, pierda su objetivo actual; o bien moderniza sus términos, y entonces corre el peligro de que su análisis no sea fiel a las ideas del escritor en cuestión. Dice mucho en favor de la actualidad

ANTHONY GIDDENS

del pensamiento social de los tres autores que estudiamos en el presente libro el que, al analizar su obra, este dilema no nos presenta dificultades muy agudas. Donde hay problemas de este tipo, he optado por conservar la fraseología original. Pero en el caso de estos tres escritores, las principales dificultades que se plantean se refieren a la traducción al inglés de expresiones específicas de la cultura alemana o francesa. Expresiones como Geist o représentation collective carecen de equivalencia inglesa satisfactoria, y en si ya indican algunas de las diferencias de desarrollo social entre Gran Bretaña, Alemania y Francia que conciernen a este libro. He intentado obviar estos problemas fijándome lo más posible en los matices de significado que contienen los textos originales y, al citar, he corregido a menudo las traducciones inglesas existentes. Esta no es una obra crítica, sino un libro expositivo y comparativo. Al usar el tiempo presente siempre que ha sido posible, intento poner de relieve la actualidad de estos autores. No he pretendido descubrir los puntos débiles o las ambigüedades de la obra de Marx, de Durkheim o de Weber, sino que más bien he intentado mostrar la coherencia interna que puede percibirse en los escritos de cada uno de ellos. He procurado también, en lo posible, evitar el afán erudito de precisar las fuentes de las ideas incluidas en los escritos de los tres personajes. Pero, debido a que los tres escribieron con vena polémica, no he podido eludir del todo la mención de otros autores y de otras tradiciones de pensamiento. Doy cierta importancia a las «raíces» sociales e históricas de los tres, puesto que esto es algo esencial para una interpretación aceptable de sus escritos. Sus personalidades individuales presentan, naturalmente, fuertes contrastes que, sin duda, también contribuirían a explicar las teorías sociales que formularon. No he tratado este último aspecto más biográfico, porque un análisis detallado de los orígenes o «causas» de los escritos que examino no cae dentro del objetivo que me he propuesto. Mi empeño está en aclarar algunas de las complejas relaciones intelectuales entre los tres. En los últimos capítulos no se intenta la comparación entre las obras de Durkheim y Weber, sino que se toman los escritos de Marx como punto de referencia común. La evaluación de los puntos de convergencia y de discrepancia entre los escritos de Marx, por un lado, y los de Durkheim y Weber, por otro, se complica por el hecho de que tardaron en publicarse las obras de juventud de Marx. Estas obras, a pesar de su extraordinaria importancia para precisar el pensamiento de Marx, se publicaron por vez primera casi un siglo después de que fueran escritas; de modo que, hasta tiempos relativamente recientes, algo así como un decenio después de la muerte de Durkheim (1917) y de Weber (1920), no era posible justipreciar el contenido intelectual de la obra de Marx a la luz de sus primeros escritos. En mi recorrido por toda su obra, he procurado romper con la dicotomía entre los escritos del «joven» Marx y los del Marx «maduro» que ha dominado sobre la mayor parte de la erudición marxista desde la última guerra. Un atento estudio de los borradores que Marx escribió en 1857-1858 como base para El Capital (Grundrisse der Kritik der Politischen Ökonomie), nos garantiza que Marx no abandonó la perspectiva que le guiaba en sus primeros escritos. Pero en la práctica ha sucedido que, los que han afirmado la verdad de esto, cuando analizan el pensamiento de Marx, tienden también a fijar toda su atención en una parte de sus escritos con exclusión de la otra. Intento que mi análisis sea más equilibrado y completo, reconociendo a El Capital el lugar destacado que tiene dentro de toda la vida y obra de Marx. Dejando aparte el caso de Marx, pocos pensadores sociales han tenido como Durkheim la mala suerte de que persistentemente los comprendieran tan mal. En sus propios días, muchos críticos consideraban que las obras teóricas de Durkheim

PRÓLOGO

contenían en sí un concepto metafísico de «mentalidad de grupo» que no podía aceptarse. Estudios mejor dispuestos y más recientes han disipado en gran medida esta mala interpretación, pero la han sustituido por otra que prácticamente pone todo el acento en el funcionalismo de Durkheim. En el presente libro pretendo devolver a Durkheim su carácter de pensador histórico. Él siempre puso de relieve la importancia de la dimensión histórica para la sociología, y pienso que hacerse cargo de esto lleva a una apreciación de su pensamiento completamente distinta de la que se presenta de ordinario. Lo que interesó principalmente a Durkheim no fue «el problema del orden», sino el problema de «la naturaleza cambiante del orden» dentro del contexto de una determinada concepción del desarrollo social. Los escritos de Weber son quizá los más complejos que se analizan en el presente libro, y no admiten una consideración fácil a nivel general. Pienso que ésta es la razón por la que algunos comentaristas han sido incapaces de captar la coherencia esencial de la obra de Weber. La contradicción no es más que aparente cuando digo que la misma diversidad de las aportaciones de Weber expresa los principios epistemológicos que las unifican dentro de un cuerpo de escritos singular. El neokantismo radical de Weber constituye la perspectiva de fondo que logra combinar sus varios ensayos de distintas especialidades científicas dentro de un esquema coherente. Esto es lo que crea divergencias irremediables, en ciertos aspectos importantes, entre la teoría social de Weber y las de Durkheim y Marx. Analizo algunas de tales divergencias en los últimos capítulos del libro. Quizá deba indicar un último punto. Creo que los sociólogos han de ser muy conscientes del contexto social en que se formulan las teorías. Insistir en esto no supone una posición totalmente relativista, según la cual la «validez» de determinada concepción se limitaría a las circunstancias que le dieron origen. La suerte de los escritos de Marx da testimonio de esto. Afirmo que la teoría de Marx se formuló en una etapa relativamente temprana del desarrollo capitalista, y que la posterior experiencia de los demás países de Europa occidental contribuyó a que se pusiera de moda una versión del «marxismo» que difería sustancialmente de la que había forjado Marx. Todo modelo de teoría práctica tiene su san Pablo, y esto puede considerarse inevitable dentro de ciertos límites. Pero admitirlo no equivale a aceptar la opinión estereotipada según la cual el desarrollo posterior del capitalismo ha demostrado la falsedad de Marx. Los escritos de Marx ofrecen todavía hoy una concepción de la realidad y de la historia que vale la pena contrastar con las de los demás autores. No creo que estas divergencias puedan resolverse en el sentido corriente con que la comprobación empírica «confirma» o «invalida» las teorías científicas. Pero las teorías sociales tampoco son inasequibles a la comprobación científica en el mismo sentido en que lo son las teorías filosóficas. Si es difícil trazar el límite entre sociología y filosofía social, éste existe de todos modos. Estoy seguro de que se equivocan los sociólogos que pretenden restringir el objetivo de su disciplina a aquellas materias en las que se aplica fácilmente la comprobación empírica de las proposiciones. Este es el camino que lleva a un formalismo estéril en el que la sociología se convierte en un lebensfremd, y pierde precisamente por ello el interés por aquellas cuestiones a las que la perspectiva sociológica más tenía que aportar. ANTHONY GIDDENS 3 de marzo de 1971

INTRODUCCIÓN En la conferencia inaugural que pronunció en Cambridge en 1895, lord Acton expresó su convicción de que existe «una línea clara e inteligible» que distingue la Edad Moderna de la Edad Media que le precedió en Europa. La época moderna no siguió a la medieval «mediante una sucesión normal, con signos externos de descendencia legítima»: Sin que la anunciaran fundó un nuevo orden de cosas, bajo la ley de la innovación, que minaba el antiguo dominio de la continuidad. En aquellos días Colón trastornó la noción del mundo y las condiciones de producción, riqueza y poder; en aquellos días Maquiavelo eximió al gobierno de la sujeción a la ley; Erasmo desvió la corriente de erudición antigua de los canales profanos a los cristianos; Lutero rompió la cadena de la autoridad y la tradición en su eslabón más firme; y Copérnico levantó una fuerza invencible que puso para siempre la señal del progreso en los tiempos futuros. [...] Fue un despertar de nueva vida; el mundo giraba en una órbita distinta, determinada por influjos antes desconocidos. 1

Esta ruptura del orden tradicional en Europa, prosigue Acton, fue la fuente del desarrollo de la ciencia histórica. La sociedad tradicional, por definición, continuamente mira atrás, hacia el pasado, y el pasado es su presente. Pero debido precisamente a esto, no se preocupa por la historia como tal; la continuidad entre el ayer y el hoy reduce al mínimo la claridad con que se trazan las distinciones entre lo que «fue» y lo que «es». Una ciencia de la historia presupone, por tanto, un mundo en que el cambio se dé en todas partes y, más en concreto, un mundo en que el pasado se haya convertido, hasta cierto punto, en una carga de la cual los hombres pretenden liberarse. En la era moderna, los hombres ya no aceptan como necesarias para siempre las condiciones de vida en que han nacido, sino que intentan imponer su voluntad sobre la realidad con el fin de doblegar el futuro dentro de una hechura que se adapte a sus deseos. Si la Europa del Renacimiento dio origen a un interés por la historia, la Europa industrial ofreció las condiciones para que apareciera la sociología. Podría decirse que la Revolución francesa de 1789 fue el catalizador entre estas dos series de acontecimientos enormemente complejos. Según la estimación común, Gran Bretaña fue el primer país que adquirió cierto nivel de gobierno democrático; a pesar de que esto no se obtuvo sin revolución política, el proceso de cambio social y económico que transformó la sociedad británica desde el siglo XVII en adelante tuvo un carácter relativamente gradual. La Revolución francesa, por el contrario, contrapuso dramáticamente el orden aristocrático y privilegiado del ancien régime con la visión de una nueva sociedad que cumpliría los principios generales de justicia y libertad. La Declaración de los Derechos humanos que se aprobó en 1789 proponía que «la ignorancia, olvido o desprecio de los derechos humanos es la única causa de las desdichas públicas». De modo que la Revolución francesa extendió por fin, o así lo parecía, el racionalismo secular de los siglos XVI y XVII al ámbito de la misma sociedad humana. Pero los cambios políticos que inició la Revolución de 1789 expresaban e indicaban que tenía lugar una reorganización mucho más profunda de la sociedad, y en ello Gran Bretaña tuvo también el papel principal. La transición de la producción agraria y artesana a una economía industrial basada en la máquina y la fábrica empezó en Inglaterra a fines del siglo XVIII. Los amplios efectos de estos cambios se sintieron en el siglo XIX en Gran Bretaña y en los demás países de Europa occidental.

1

Lord Acton: Lectures on Modern History, Londres, 1960, p. 19.

ANTHONY GIDDENS

Se ha dicho a menudo que la coincidencia del clima político de la Revolución francesa y de los cambios económicos forjados por la Revolución industrial, ofreció el contexto a partir del cual surgió lar sociología. Sin embargo, no hemos de olvidar cuán divergentes fueron las experiencias de los varios países de Europa occidental desde fines del siglo XVIII en adelante, porque precisamente dentro del marco de estas diferencias se crearon las principales tradiciones de pensamiento social en el siglo XIX. Hoy día los sociólogos hablan de modo impreciso de la aparición de la «sociedad industrial» en la Europa del siglo XIX, olvidando la complejidad que entraña todo este proceso. Para los tres principales países de Europa occidental —Inglaterra, Francia y Alemania— los últimos decenios del siglo XVIII fueron años de prosperidad económica progresiva. El ritmo del desarrollo económico de Gran Bretaña a fines del mismo siglo aventajó en mucho a los demás países; y durante estos años una serie de profundas innovaciones tecnológicas transformó radicalmente la organización de la manufactura algodonera y, con ello, inició un rápido aumento de la mecanización y de la producción fabril. De todos modos, al empezar el siglo XIX, la Revolución industrial sólo había afectado de primera mano a un sector relativamente limitado de la economía británica. Veinte años más tarde el cuadro había cambiado poco todavía, exceptuando el hecho de que el algodón —que cincuenta años antes tenía relativamente poca importancia en el conjunto de la economía— ocupaba ahora el primer lugar en la industria manufacturera británica.2 A mediados del siglo XIX Gran Bretaña podía ya calificarse propiamente de «sociedad industrial». La situación en Francia y Alemania era muy distinta. Sería completamente falso denominar «subdesarrollados» a estos países, en el sentido que hoy tiene esta palabra.3 En algunos aspectos, como por ejemplo en el nivel de perfeccionamiento cultural, especialmente en literatura, arte y filosofía, ambos países continentales podían alegar que superaban lo que se había realizado en Inglaterra. Pero, desde mediados del siglo XVIII, ambos países ya quedaban claramente rezagados en su nivel de desarrollo económico respecto de Inglaterra; y tardaron más de un siglo en volver a alcanzar en un grado notable la primacía que había pasado a Inglaterra.4 Más aún, tomando a Gran Bretaña como punto de referencia, ni Alemania ni Francia podían en la primera parte del siglo XIX comparar su situación política con la estabilidad interna de un Estado en el que la burguesía liberal había logrado una firme posición en el gobierno. La Restauración expresó materialmente en Francia el sólido reducto de los intereses reaccionarios que disiparon los extravagantes anhelos progresistas que habían guiado a los jacobinos veinte años antes. Las grietas sociales y políticas puestas de manifiesto por la Revolución, en lugar de resolverse se agravaron con los acontecimientos de 1789 y sus secuelas; la realidad es que hasta después de 1870 ningún régimen pudo mantenerse en el poder en Francia durante más de dos decenios. Alemania, como observa Marx en sus primeros escritos, «compartió las restauraciones de las naciones modernas, aunque no participó en sus revoluciones».5 En realidad, al empezar el siglo XIX, el país estaba lejos de ser una nación en el sentido moderno; venía a ser un compuesto indefinido de Estados soberanos. No se remedió esta situación hasta que, en Phyllis Deane y W. A. Cole: British Economic Growth, Cambridge, 1969, pp. 182-192. Cf. David S. Landes: The Unbound Prometheus, Cambridge, 1969, p. 125. 4 Naturalmente, pueden señalarse diferencias en el nivel de desarrollo económico entre Gran Bretaña y los otros dos países bastante antes del siglo XVIII. Cf., por ejemplo, F. Cronzet, «Inglaterra y Francia en el siglo XVIII; análisis comparativo de dos desarrollos económicos», en R. M. Hertwell: The Causes of the Industrial Revolution in England, Londres, 1967, pp. 139-174. 5 SLR, p. 95. 2

3

INTRODUCCIÓN

tiempos de Bismarck, Prusia estuvo en condiciones de usar su posición dominante para afianzar la unificación de Alemania. El problema del «retraso» de Alemania está en el fondo de las primeras formulaciones del materialismo histó...


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