La lírica renacentista PDF

Title La lírica renacentista
Author María Gómez
Course Épocas y Textos
Institution Universidad de Huelva
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Épocas y Textos de la Literatura Española e Hispanoamericana Curso 1º de Filología Hispánica y Estudios Ingleses Prof. José Manuel Rico García

LA LÍRICA RENACENTISTA. GARCILASO DE LA VEGA

ESQUEMA 1.-Renacimiento 1.1. Periodización 1.2. Generaciones literarias 1.3. Características generales de la lírica renacentista 1.3.1. Dos corrientes en la poesía del siglo XVI 1.3.2. Introducción de las formas italianas 1.3.3.Características de esta poesía 1.4. Poesía tradicional 1.4.1. Cristóbal de Castillejo 2.-Garcilaso de la Vega (1501?-1536) 2.1. Producción literaria 2.1.1. Transmisión y ediciones 2.1.2. Las églogas 2.1.3. El resto de su producción poética 2.2. Versificación 2.3. Estilo 2.4. Trayectoria poética de Garcilaso 3.-Juan Boscán (1490?-1542) 4.-Otros poetas de la primera mitad del siglo 4.1. Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575) 4.2. Gutierre de Cetina (1520-1557). 4.3. Hernando de Acuña (1518-1580) 5.-La lírica española en la segunda mitad del siglo 5.1. El Segundo Renacimiento o Manierismo 5.2. Las "escuelas" sevillana y salmantina 5.3. Fernando de Herrera (1534-1597) 1.-Renacimiento El término Renacimiento fue utilizado por primera vez por Michelet (1859) y Burckhardt (1860) para designar un movimiento cultural que se venía gestando en diversos países de Europa occidental desde finales de la Edad Media. Como rasgos caracterizadores de esa nueva cultura, que se afirma en oposición a la medieval, Burckhardt señalaba los siguientes: vuelta a la antigüedad clásica grecolatina, descubrimiento del hombre y del universo, individualismo, secularización, crisis de fe y de la moral tradicional, y una nueva relación económica y cultural entre nobles y burgueses en el marco de la vida urbana. Esta nueva cultura se manifiesta en los más diversos campos: la economía, las relaciones sociales,

la política, la diplomacia, la medicina, la jurisprudencia y, muy especialmente, en el terreno de las Humanidades: artes, filosofía, lengua y literatura. En este último aspecto, por Renacimiento se entiende, sobre todo, un movimiento de restauración del ideal educativo de la Antigüedad clásica: la Humanitas, o cultivo de las Humanidades. Los grandes maestros del Renacimiento (Lorenzo Valla, Pico de la Mirandola, Juan Luis Vives, etc.) estaban con vencidos de que la recuperación del conocimiento de la lengua y literatura clásicas iba a proporcionar a las nuevas generaciones una educación integral del hombre, promoviendo en él una conducta pública y privada tan ateta al desarrollo y “pulimento individual como al bienestar de la comunidad” (F. Rico). Las primeras manifestaciones de reacción frente al Medievo y de búsqueda de nuevas formas de vida y de cultura se producen, desde comienzos del siglo XIV, en varias ciudades italianas y, de manera más intensa, en Florencia. El Humanismo, entendido como una recuperación de la cultura clásica se plantea en forma de una lucha intelectual y social desde varios frentes: lingüístico, filosófico, teológico-religioso y político. Para ciertos humanistas como Lorenzo Valla, el retroceso intelectual, pedagógico y moral ocurrido en los “tiempos oscuros” de la Edad Media se habría producido por una triple degradación: la corrupción bárbara del latín (idioma dotado de gran claridad y belleza), la depauperación del legado filosófico griego y la pérdida del mensaje original del evangelio. Esta depauperación arrancaría, según Valla, desde Boecio y el aristotelismo latino y tendría su culminación en la Escolástica tomista. Desde esta perspectiva crítica se entiende que los humanistas del Renacimiento lucharan, a la vez, por una recuperación de la lengua y literatura grecolatinas, por una vuelta a la filosofía griega con el consiguiente rechazo de la Escolástica y el Tomismo y por un conocimiento directo de las fuentes del Antiguo y Nuevo Testamento: de ahí el interés por los estudios de Filología bíblica en humanistas como Erasmo. A finales del siglo XV y comienzos del XVI el esquema de ideas, creencias y valores que conforman esta nueva cultura promovida por los humanistas está ya suficientemente desarrollado y en proceso de expansión por diversos pueblos de Europa: Erasmo, Tomás Moro, Elio Antonio de Nebrija, Juan Luis Vives, Rabelais son un ejemplo de ello. Expresión y motor, a la vez, de este cambio de cultura son las transformaciones operadas en la economía (paso de un feudalismo eminentemente agrario a un incipiente capitalismo industrial y financiero), en la política (concentración del poder en un Estado nacional, separación de lo político y lo moral por razones de Estado, etc.), en la organización de la sociedad (aparición de la burguesía, exaltación del mérito personal de la “virtud” frente al linaje, prestigio del humanista y el “cortesano”, etc.), en el campo de la Filosofía, de las ciencias y de la tecnología: recuperación del pensamiento griego de Platón, de los neoplatónicos, estoicos y epicúreos, rechazo de la Escolástica y surgimiento de un espíritu crítico y racionalista; cultivo de las Matemáticas, Física, Medicina, etc.; invención de la imprenta. Pero, donde tal vez sea más visible la transformación operada es en el ámbito religioso: aparición de nuevas formas de espiritualidad, críticas a la degradación de la vida religiosa del clero y del Papado, auge de los estudios bíblicos y, sobre todo, la Reforma y Contrarreforma. Todos estos cambios afectan de diferente manera a los diversos países europeos. En España, algunos de estos fenómenos no llegaron a producirse: así, en economía (salvo algunos “puntos privilegiados” como Sevilla, Valencia, Medina del Campo, etc.) predomina la economía agraria: el noble terrateniente y el labrador rico “marcan la impronta de inmovilismo” de la sociedad de los siglos XV y XVI (Fernández Álvarez). En el aspecto social ni el hombre de empresa ni el humanista ni el cortesano (a no ser en el período inicial de Carlos V) gozan del prestigio social que mantiene o se arroga el noble en cualquiera de sus grados (recuérdese la figura del “hidalgo” del Lazarillo). El “linaje” sigue prevaleciendo sobre la “virtud” por más que Areúsa (en La Celestina) o el autor del Lazarillo (en el prólogo) proclamen las excelencias de esta última. Y en el campo filosófico se produce, al contrario del resto de Europa, un apogeo de la Escolástica a lo largo de los siglos XVI y XVII. Por estas razones y por la pervivencia de abundantes rasgos medievales en la cultura española, así como por el triunfo de la Contrarreforma y la Inquisición, se ha llegado a negar o poner en duda la existencia de un Renacimiento

español (Klemperer) o se ha resaltado el clima de tensión y la precariedad con que se desarrollan ciertas formas de esa cultura renacentista vinculadas fundamentalmente al Erasmismo y a los conversos (Américo Castro). En esta atmósfera se habría desarrollado la renovación teológica e intelectual de ciertos místicos y biblistas y también la vertiente científica y crítica, e incluso heterodoxa, de los médicos filósofos como Huarte de San Juan o Gómez Pereira. Sin embargo, otra serie de investigadores ha destacado la amplitud y consistencia del Renacimiento español, vinculado al resto de Europa, especialmente Italia, y que habría tenido múltiples manifestaciones, como el cultivo de las Humanidades (Nebrija, Hernán Núñez, El Brocense, etc.) y del estudio de la Sagrada Escritura por grandes biblistas (Biblia Políglota Complutense), el interés por los avances de las ciencias y la proyección del saber en el pueblo, el acceso de la mujer a la cultura, etc. A todo ello habría que añadir la aceptación y expansión del Erasmismo y su reflejo en la literatura con la publicación de libros de proverbios, diálogos y la afirmación de la lengua romance, etc. (Bataillon), la acogida y desarrollo de diversas corrientes de espiritualidad procedentes de Italia, como el franciscanismo (Asensio), el influjo de la filosofía clásica y, en concreto, el Neoplatonismo en la literatura española a partir de Garcilaso, etc. Finalmente, aun aceptando la pervivencia, en muchos aspectos, del pensamiento de la Edad Media en el Renacimiento español lo mismo que ocurre en el resto de la cultura occidental (Otis H. Green), España habría vivido desde la segunda mitad del siglo XV hasta finales del siglo XVI una época radicalmente nueva, en conexión con Europa, caracterizada por una expansión económica favorecida por el descubrimiento de América, apertura de nuevos mercados, aumento de la población, etc. (José Antonio Maravall) y una transformación en diversos campos de las Humanidades, las ciencias y las artes, desde la “gramática, retórica, historia, poesía y ética” hasta la “medicina, filosofía, teología, ciencias naturales y artes mecánicas” (Di Camillo). El Renacimiento español se habría ido afirmando, pues, desde el siglo XV. En el surgimiento de dicha corriente habrían incidido el intercambio de intelectuales españoles con Italia (Juan de Mena, el Marqués de Santillana, Nebrija, etc.), así como la presencia del aragonés Pedro de Luna (Benedicto XIII) al frente de la corte papal de Avignon, en la que estuvo Petrarca y adonde acudieron profesores y eruditos españoles que, a su vuelta a España, apoyarían el esfuerzo de la minoría intelectual (Santillana, Villena, Alonso de Cartagena, Juan de Lucena, Mena, etc.), promotora de un renacimiento autóctono, en algunos casos divergente del humanismo italiano (Di Camillo), que tendría su culminación más adelante en la obra de Nebrija y en los estudios humanísticos de la Universidad de Alcalá. Este renacimiento se habría producido paralelamente en Castilla y en la Corona de Aragón, especialmente en Cataluña y Valencia. A lo largo del siglo XVI surge una amplia floración de estudios de filología griega y latina (el Brocense, Hernán Núñez, Gómez de Castro, etc.) y de retórica y poética de influencia clásica (García Berrio). Por otra parte, se produce una afirmación de la lengua romance: lo mismo que ocurre en Italia (defensa de la lengua vulgar por Pietro Bembo, en 1525) y en Francia (Du Bellay, en 1549), también en España en las obras de Juan de Valdés, Pedro Mexía, Cristóbal de Villalón, Simón Abril, etc. En el campo de la creación literaria se percibe una fuerte influencia de la poesía italiana (especialmente de Petrarca, Sannazaro, etc.) ya desde Boscán y Garcilaso no sólo en la métrica (predominio del endecasílabo sobre el octosílabo, asimilación de estrofas: terceto, lira, octava real, silva, estancia; perfeccionamiento del soneto), sino en la preocupación formal, en el carácter introspectivo, en el influjo del Neoplatonismo, en la forma de acercamiento a los clásicos (Virgilio, Horacio, Ovidio, etc.) y en el uso de determinados temas: mitológicos, bucólicos, etc. En cuanto al estilo, en esta época se va imponiendo la norma de la sencillez, precisión y elegancia sin afectación, ideal proclamado por Juan de Valdés: “... el estilo que tengo me es natural y sin afectación ninguna escribo como hablo; solamente tengo cuidado de usar vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir... dígolo cuanto más llanamente me es posible, porque a mi parecer, en ninguna lengua está bien la afectación” (Diálogo de la lengua). Ésta es la norma seguida por el autor del Lazarillo y por Cervantes. Finalmente, en la etapa del Renacimiento correspondiente al período de Carlos V, el español,

como lengua, adquiere carácter universal; es el momento en que son traducidas a diversos idiomas (en imprentas de Amberes, Bruselas, París, Lyon, Venecia, Milán) las grandes creaciones de la época: La Celestina, El Lazarillo, La Diana de Jorge de Montemayor, a las que, muy pronto, seguirá El Quijote.

1.1. Periodización En general, el Renacimiento español se hace coincidir con el siglo XVI, aunque hay opiniones discordantes como las de Avalle-Arce: para él, este período abarca “desde el reinado de los Reyes Católicos [...] hasta finales del reinado de Carlos V”. Pedraza admite que, en efecto, buena parte de los ideales de la segunda mitad del XVI están en abierta oposición a los que han regido hasta entonces. Para esta segunda mitad se han acuñado términos como “Segundo Renacimiento” o “Manierismo”, aunque hay bastantes detractores de este último. El primer Renacimiento, época de Carlos V (1517-1556), España es un país abierto al exterior; se trata de una época de ebullición y expansión; el ideal estético reside en la naturalidad y la falta de afectación. La imitatio es admitida sin reservas. El erasmismo influye notablemente. Es Garcilaso de la Vega el autor más representativo del momento. El segundo Renacimiento (época de Felipe II, 1556-1598) mantiene algunos de estos valores, pero otros son subvertidos: asistimos al cierre de nuestras fronteras a nuevas ideologías del exterior; al vitalismo sucede la renuncia ascética; es la época del influjo de Horacio. La naturalidad comienza a ser sustituida por la selección y la imitatio por la inventio. Muchos de estos aspectos serán retomados y llevados al extremo en el Barroco. Fray Luis de León, san Juan de la Cruz o Fernando de Herrera ejemplifican estas tendencias. El segundo Renacimiento supone, pues, la ampliación (bien en temas, bien en recursos estéticos) del primer Renacimiento: al tema amoroso se suman los temas patrióticos, morales y religiosos; la variedad de tonos es también mayor (escéptico, irónico, pesimista...); se amplía la gama de recursos estilísticos, especialmente aquellos que inciden en la estructura global de las obras (figuras como la “diseminación-recolección”). Se ha hablado de un paso de la creación a la recreación, ya visible si comparamos las dos églogas mayores de Garcilaso, la primera (predominio del “yo”) y la tercera (que cuenta, en parte, la misma historia con un tratamiento mucho más distanciado, fruto de la objetivación del sentimiento).

1.2. Generaciones literarias En cuanto a las generaciones literarias, Menéndez Pidal establece para este período tres grupos: el “de Garcilaso”, el “de los grandes místicos” y el “de Cervantes y Lope”. Su clasificación obedece a criterios lingüísticos y no estrictamente cronológicos. De este modo, deberíamos desdoblar la generación de los místicos, ya que son notorias las diferencias de edad entre santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. Pedraza propone los siguientes grupos generacionales:

1.2.1. La generación de Garcilaso Autores nacidos a finales del XV o primeros años del XVI. Entre los poetas líricos, destacamos a Garcilaso (1501?-1536), Boscán (1492?-1542), Castillejo (1490-1550), Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575).

1.2.2. La generación de transición Muy próximos a los anteriores, pero algo más jóvenes son Lope de Rueda (1510?-1565) y santa Teresa de Jesús (1515-1582). Se incluyen aquí los garcilasistas Hernando de Acuña (1518-1580), Gutierre de Cetina (1520-1557?), Jorge de Montemayor (1520?-1561)...

1.2.3. La generación de fray Luis y san Juan de la Cruz Fray Luis nace en 1527 y san Juan en 1542 (los dos mueren en 1591). Ambas fechas marcan el límite de este grupo en el que se incluyen Baltasar del Alcázar (1530-1606), Francisco de Aldana (1537-1578)... y, sobre todo, Fernando de Herrera (1534-1597).

1.2.4. Última generación renacentista Es la que Menéndez Pidal llama “de Cervantes y Lope de Vega”, si bien, con mayor rigor, debemos descartar autores nacidos después de 1550 (y, con ellos, a Lope). Juan de la Cueva, (1543-1610?), Barahona de Soto (14548-1595)... Mateo Alemán (1547-d-1613) y Cerv antes (1547-1616) son los más afamados, si bien ya “ofrecen sus obras más significativas en el contexto ideológico, estilístico e histórico de la depresión barroca”. 1.3. Características generales de la lírica renacentista 1.3.1. Dos corrientes en la poesía del siglo XVI Se pueden considerar dos corrientes claramente diferenciadas en la lírica de la primera mitad del siglo XVI: —una que perpetúa temas y formas de la tradición medieval; —otra que introduce en España los modos poéticos de inspiración petrarquista. En esta concepción dual desempeña un importante papel el asunto de las formas métricas: el octosílabo, símbolo de la primera de estas corrientes, frente al endecasílabo, estandarte de la segunda. No obstante, no debe presentarse esta dualidad en términos dicotómicos, como tantas veces se ha hecho. Como dice Rafael Lapesa, la poesía tradicional y la poesía italianizante no son “sino dos brazos del mismo río”, pues ambas descienden de la poesía provenzal. Con la adopción del endecasílabo a la italiana, desaparece el verso de arte mayor castellano, cuya rigidez no era apta para la nueva estética. La poesía en octosílabos no desaparecerá; por el contrario, dará también cabida a las nuevas influencias y ello explica las altas cotas que alcanzará sobre todo a finales de la centuria; la comedia nacional lopesca es buena muestra de ello.

1.3.2. Introducción de las formas italianas La definitiva introducción en España de la poesía petrarquista corresponde a la época del emperador Carlos. (El Marqués de Santillana lo había intentado sin éxito durante el siglo XV1 : Sonetos hechos al itálico modo). El triunfo del italianismo poético fue un hecho general en todas las grandes literaturas de Europa. En España triunfó antes, quizás por las estrechas relaciones iniciadas en el siglo XIII por la monarquía aragonesa. Se suele citar como causa determinante la invitación hecha en 1526 por Andrea Navagero a Juan Boscán para que intentara la métrica y los temas italianos en lengua castellana. El propio Boscán lo cuenta así: “Me dijo por qué no probaba en lengua castellana sonetos y otras artes de trovas usadas por los buenos autores de Italia, y no solamente me lo dijo así livianamente, mas aún me rogó que lo hiciese... Y así comencé a tentar este género de verso, en el cual al principio hallé alguna dificultad por ser muy artificioso y tener muchas particularidades diferentes del nuestro... Mas esto no bastara a hacerme pasar muy adelante si Garcilaso con su juicio... no me confirmara en esta mi demanda.”2

1

Entre las razones argumentadas para este "fracaso", Aguinaga y otros destacan "la dificultad formal de adaptar las técnicas del endecasílabo al castellano", "el exceso de erudición libresca del marqués" y "seguramente también [...] el abismo cultural que separaba la Castilla de la primera mitad del XV de la Italia ya entonces inmersa en el Renacimiento". 2

Citado por Aguinaga et alt., op. cit., pág. 246.

Hay críticos que relativizan la importancia de este encuentro. Así, Gallego Morel, para quien sin la entrevista también se hubiese producido este giro en la poesía, debido a los constantes intercambios políticos entre Castilla e Italia. Este inicio, titubeante en Boscán, fue consolidado por Garcilaso y Diego Hurtado de Mendoza, Hernando de Acuña y Gutierre de Cetina. Durante el decenio de 1530 los poetas españoles, soldados y cortesanos al servicio de la política imperial, mantuvieron contacto directo con la literatura que se hacía en Italia. Lapesa habla del "clima petrarquista" existente en la España de principios del XVI. Petrarca ya era conocido como moralista y filósofo. Ahora se produce, por influjo de éste, una nueva actitud ante los modelos literarios. Se considera imposible separar la temática de la forma y, por ello, la imitatio se dará en ambos niveles. Así, en Garcilaso se da un petrarquismo temático y una asimilación del ars combinatoria petrarquista. Petrarca y los petrarquistas, pues, ejercerán el papel de modelo directo. De ellos se toma, en palabras de Pedraza, “el sentimiento de la naturaleza, que sirve de marco y engarce a la poesía amorosa, la expresión delicada e íntima de los afectos y el gusto por los temas mitológicos puestos en relación directa con el sentir del autor. En definitiva, una nueva concepción del fenómeno poético”. Al influjo de Petrarca se suma —entre 1526 y 1532 especialmente— el de la poesía cancioneril y, sobre todo, de Ausias March (tono abrupto y descarnado; imágenes escasas y violentas; esquematizaciones alegóricas que muestran la lucha interna del amante; paisaje no como escenario sino como proyección anímica del sujeto). Pero frente al carácter repetitivo y frío de la poesía anterior, la nueva lírica transmite (sobre todo a partir de 1532, con el establecimiento en Nápoles de Garcilaso) la sensación de sinceridad, de confes...


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