Pedro Páramo y Comala PDF

Title Pedro Páramo y Comala
Course Literatura
Institution Universidad de Jaén
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Summary

Breve analisis del espacio dentro de la novela Pedro Páramo de Juan Rulfo...


Description

En la novela de Juan Rulfo hay dos personajes principales: el cacique Pedro Páramo y Comala, el pueblo gobernado por él. Los dos personajes dependen el uno del otro, ya que no podría existir el cacique Pedro Páramo sin Comala (entendida tanto como espacio físico cuanto como aldea poblada por habitantes que se atienen a las reglas impuestas por Pedro) ni Comala podría existir sin su cacique. O mejor dicho, en el momento en que Pedro deja de cuidar los intereses del pueblo, Comala sigue existiendo como espacio físico, pero se trata de una ciudad muerta, una ciudad fantasma. Se pueden distinguir dentro de la novela tres distintas Comala: - La Comala de los tiempos en que estaba gobernada por Pedro Páramo. - La Comala del momento en que llega Juan Preciado para cumplir el deseo de su madre. - La Comala evocada por los recuerdos de Dolores, la madre de Juan Preciado. Es precisamente esta última versión del pueblo, la que por primero se le presenta ante el lector: «Traigo los ojos con que ellas me miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver: «hay allí, pasando el puerto de los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche». Y su voz era secreta, casi apagada, como si hablara consigo misma... Mi madre.» Tanto en este fragmento, como en todo los otros en los que se reproducen las palabras de Dolores, se nos presenta la imagen de un pueblo idealizado, feliz, fértil, lleno de naturaleza lujuriante. Una especie de paraíso. Además, estos fragmentos están caracterizados por un fuerte lirismo que contribuye en afirmar esa imagen de una Comala casi edènica. Sin embargo esta visión idealizada de Comala choca con la situación real del pueblo. De hecho, durante su camino hacia Comala, Preciado encuentra a Abundio (otro hijo de Pedro no reconocido, será lo quien lo matará) que le describe Comala como si fuera un Infierno: «Aquello [Comala] está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija». Esta visión infernal choca con la idealizada que se le había presentado por su madre. Es interesante observar como se subraya que el camino para ir a Comala «sube o baja según que se va o se viene. Para el que va, sube, para el que viene, baja». La de Juan es una verdadera bajada al infierno. En cuanto acaba de entrar en Comala, Juan preciado se da cuenta de que el paraíso que le había descrito su madre no existe y de que tenía razón Abundio. Dentro del pueblo hace un calor infernal, asfixiante. No hay aire, apenas se puede respirar. Juan ve gente que no existe, que de repente desaparece, fantasmas. Oye gritos, ruidos, voces, canciones lejanas. Pero son voces que no tienes sonidos, que pierden sus ruidos, voces que se ahogan. Es una Comala poblada por almas, ecos lejanos y murmullos (serán estos últimos los que lo matarán). Esta visión casi infernal de Comala será confirmada por las palabras del fantasma de Damiana, la mujer que cuidó juan Preciado durante su niñez: «Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran cerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas sientes que te van pisando los pasos. Oyes crejidos. Risas. Unas risas muy viejas, como cansadas de reír, y voces ya desgastadas por el uso. [...] Y en día de aire se ve al viento arrastrando hojas de árboles, cuando aquí, como tu ves no hay arboles. Los hubo en algún tiempo, porque si no ¿ de dónde saldrían esas ojas?» Un tiempo sí, había voces y risas de gente real. Había árboles y hojas. Había vida. Ahora la vida se ha huido de Comala. Solo quedan los ecos de la vida. La muerte impregna todo.

Por fin será la hermana/esposa de Donis la que le explicará a Juan Preciado lo que pasa realmente a Comala. El pueblo está lleno de almas, de gente que ‘murió sin perdón y que no lo conseguirá de ningún modo’. Son las animas de aquellos que murieron en el pecado y que están condenados a vagar en Comala en la eternidad, a revivir sus pasado y sus pecados dentro de sus recuerdos por el resto de sus días. Quizás haya aquí una crítica contra la manera de operar de la Iglesia en Mexico en el final del siglio XIX e inicio del siglo XX. Padre Rentería, el cura de Comala, es corrupto, y confiesa la gente sin que tenga derecho para hacerlo ya que él es el primero pecador. Sus confesiones pierden validez, y quizás sea por eso que la gente de Comala se muera en el pecado. Finalmente hay la Comala durante el cacicazgo de Pedro Páramo. Una Comala de la que nos enteramos a través de esos fragmentos narrados en tercera persona, de los diálogos entre Pedro Páramo y los otros personajes de la novela, de los recuerdos de los personajes que hablan con Juan Preciado y de las voces que este oye desde su tumba. Se trata de una Comala que no es ni infierno ni paraíso, sino que pose virtudes y defectos como todo lo que es vivo, terreno. Una Comala que es víctima de los atropellos del cacique Pedro Páramo, que nos aparece como un hombre autoritario y violento. Él es el jefe y dueño de la comunidad, pero su autoridad se basa en un matrimonio de conveniencia, en homicidios de rivales, en corrupciones y explotaciones. Pese a todo es una Comala cuya supervivencia depende de él. Una Comala viva y real que necesita su dueño para seguir viviendo. Por eso, en el momento en que, después de la muerte de su amada Susana, Pedro perderá intères a todo quedandose en una condición de muerte en vida, también Comala empecerá a morir con él, convirtiendose poco a poco en ese pueblo infernal poblado por almas y murmullos en el que Juan Preciado encontrará la muerte. Alumbrantes son las palabras de Dorotea en su dialogo con Juan Preciado, para comprender esa estrecha correlación entre el Comala y su cacique: «[...] nunca quiso ninguna mujer como a ésa [...] tan la quiso que se pasó el resto de sus años [...]mirando el camino por donde se le habían llevado al camposanto. Le perdió interés a todo. Desalojó sus tierras y mandó quemar los enseres [...] desde entonces la tierra se quedó baldía y como en ruinas [...] de allá para acá se consumió la gente; se desbandaron los hombres en busca de otros «bebederos». Recuerdo días en que Comala se llenó de «adioses» [...] se iban con intención de volver [...] y después parecieron olvidarse del pueblo y de nosotros [...] y todo por las ideas de don Pedro, por sus pleitos de alma. Nada más porque se le murió la mujer, la tal Susanita. Ya te has de imaginar si la quería». En fin, es interesante observar como Pedro Páramo sea consciente de que el destino del pueblo dependa de él y de como deliberadamente lo condane a la muerte, para castigarlo por haber ignorado la muerte de su amada Susana: «Al alba, la gente fue despertada por el repique de las campanas. Era la manana del 8 de Diciembre [...] y de día y de noche las campanas siguieron tocando [...] comenzó a llegar gente de otro rumbos [...] poco a poco la cosa se convirtió en fiesta [...] Las campanas dejaron de tocar; pero la fiesta siguió. No hubo modo de hacerles comprender que se trataba de un duelo, de días de duelo [...] enteraron a Susana San Juan y pocos en Comala se enteraron [...] Don Pedro no hablaba, no salía de su cuarto. Juró vengarse de Comala: - me cruzaré los brazos y Comala se morirá de hambre. Y así lo hizo»....


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