Resumen El Hombre Moderno Bioetica PDF

Title Resumen El Hombre Moderno Bioetica
Author Avalon SS
Course Bioética, Normatividad Médica y Protección Legal
Institution Universidad Autónoma de Guadalajara
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Resumen del Libro "El Hombre Moderno" para punto extra en la materia....


Description

Registro: Resumen: “El Hombre Moderno” de Alfredo Sáenz

BIOÉTICA, NORMATIVIDAD MÉDICA Y PROTECCION LEGAL

Universidad Autónoma de Guadalajara

Fecha de entrega: Guadalajara, Jalisco, México.

Instituto de Ciencias Biológicas

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“El Hombre Moderno" (Sáenz, Alfredo) I.- LA FALTA DE INTERIORIDAD. Si hay algo evidente en nuestros días es que el ser humando sufre de escasa interioridad, es decir una insuficiencia de vida interior. Con esto nos podemos referir a aquel fondo de nosotros en el que se esta haciendo daño, o bien algo que nos ha llegado a marcar de diferente forma ya sea con un susto, impacto, experiencia emocional o sentimental entre otras que se puede llevar a cabo por medio de amor, la adoración, la emoción artística o el asombro metafísico. II.- EL DESARRAIGO. La masa es lo que vale por su peso y no vale por sino por su peso, existen dos tipos de masificación de esta, una puede ser transitoria que va en la perdida de los hombres respecto a su forma de pensar libremente y de tomar decisiones, la segunda masificación es crónica, que se realiza cuando la gente pierde de manera casi habitual sus características personales, y deja de preocuparse de sus virtudes. El hombre-masa es el hombre que se ha perdido en el anonimato en una especie universal e indiferenciado. El hombre es gregarious, que ha renunciado a la vida autónoma, adhiriéndose gozosamente a lo general o a lo que el resto de la sociedad piensa, quiere, hace u omite. La peor es que al hombre masificado le hacen creer por su unión con la multitud es alguien importante pero al contrario, no tiene carácter ni conciencia y peor aun es un hombre sin libertad. III.- LA MASIFICACIÓN.

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Este concepto es tan sano de lo que debe ser una sociedad y que el mundo griego supo plasmar en los hechos, la identidad de los miembros de una sociedad resulta siempre antihumana, es propio de los hombres la variedad, lo que permite mayor capacidad inventiva y la consiguiente fecundidad. IV.- EL IGUALITARISMO. El hombre moderno tiene tendencia a la igualar todo, esto viene de su sumersión en la masa es decir el intento de encajar en la sociedad por así decirlo. Vivimos "en sazón de nivelaciones", segun Ortega donde se nivelan los estamentos sociales, se nivelan los sexos, se nivelan las personas. En todo el mundo se puede encontrar una multitud de hombres que parecen salidos de una misma editorial, en una tirada de millones de ejemplares, ya que todos tenemos una gran similitud (forma de peinarse, de vestirse, de calzarse; la misma manera de andar, impuesta por el ritmo de la circulación y por la moda). Todos parecieran individuos intercambiables, que caminan por las calles de las ciudades persiguiendo los mismos fines. V.- LA ADICCIÓN TELEVISIVA. En la actualidad el hombre moderno ha pasado de ser homo sapiens a homo videns ya que el hemos aceptado y nos convertimos en parte de la gran influencia de los medios masivos de comunicación y entretenimiento como lo es la televisión, el hombre moderno pasa muchísimo frente a una pantalla. La irrupción de la televisión y la tecnología multimedia es algo que no se puede evitar o cambiar pero a su vez por el hecho de serlo, no debe aceptarse a ciegas y sin discernimiento. VI.- LA URBE MACROCÉFALA.

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El hombre de hoy es un hombre modelado por el espíritu de la ciudad, pues parece oportuno analizar lo que es la ciudad moderna y su influencia sobre el que la habita. Hasta hace poco más de un siglo, la mayor parte de la gente vivía en el campo hoy la gente emerge en todo el mundo ciudades inmensas ya sea en busca de oportunidades o por el simple hecho de que hay mas facilidades. "La fundación de las ciudades es necesaria para la comunidad de la muchedumbre de gente, sin lo cual el hombre no puede vivir decentemente. Y esto se dice tanto más de una ciudad que de un castillo o aldea, cuanto en ella para la suficiencia de la vida humana hay más artes y artesanos, de lo cual se componen las ciudades". VII.- LA TÉCNICA DESHUMANIZANTE Y EL ECONOMISMO. En los últimos decenios es innegable el desarrollo de técnica, al parecer indetenibles. Existen dos modos de ver a la técnica: como instrumento de poder y felicidad o como un elemento demoníaco. No se puede negar que el proceso tiene aspectos positivos, pero cuando la técnica se desorbita, acarrea consigo graves tentaciones y peligros. De esto se tratará en este capítulo. 1. La economía y el hombre tecnificado. La técnica ofrece al hombre actual una enorme cantidad de posibilidades. Esto enciende en el hombre el ansia de lo insaciable, impulsándolo a vivir exteriormente y no intensivamente, en sentido de profundidad. Esto sucede en la práctica, mientras se crece en la técnica, se decrece en la interioridad y se empobrece el espíritu. No hay proporción entre el progreso exterior y el interior.

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El progreso técnico va unido con el materialismo. La economía es la teología del siglo XX, una ciencia que no encastilla en su ámbito específico sino que invade otros campos, sobre todo el político, a tal punto que los gobiernos actuales se identifican por su política económica. La economía y el progreso técnico constituyen la piedra base del mundo de nuestro tiempo.

“Homo oeconomicus”: sus acciones se guían por el cálculo del interés propio. La economía va de la mano con el egoísmo.

Marx construyó su sistema de pensamiento según el cual la economía es la estructura básica de la realidad y todo lo demás (política, religión...) es una “superestructura” destinada a justificar la economía dominante. Desde el liberalismo actual, se percibe al hombre como un incansable calculador de ventajas e intereses, en todas sus actividades y relaciones. Una estrecha relación une a la técnica y el crecimiento económico. A través de la economía y la técnica se busca la salvación aquí en la tierra. Esto es: la posibilidad de encontrar en este mundo la plena felicidad. La energía que antes se ponía para las cosas de la fe, por la secularización, se empezó a poner en el perfeccionamiento de este mundo, iniciándose así el impresionante despliegue de la técnica moderna. En lugar de una fe, ya socialmente descartada, en un mundo trascendente, la mirada se vuelve ansiosa hacia objetos que pertenecen al ámbito meramente terreno.

Primera tentación que propone la técnica al mundo moderno: que la vea como un sucedáneo de la salvación del hombre, pero esta vez aquí en la tierra.

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Segunda tentación: la fe en el progreso, un progreso indefinido. Se pensó que el progreso abarcaría todos los aspectos de la existencia y a la humanidad en su totalidad. El progreso técnico ha tenido resultados que las generaciones anteriores no habían previsto (ej: cuidar la naturaleza…). “La unidad técnica del mundo hace también posible la muerte de la técnica de la humanidad” (Carl Schmitt). Este mito del progreso va unido al del superhombre. La seducción que crea dicho desarrollo y la civilización que él ha suscitado, contribuye a difundir una mentalidad donde se valora de manera descompensada la instrumentación: las cosas no son, sino que sirven. La noción de servicio se confunde con la de rendir: quien no rinde, no sirve. Acá se ve un triunfo del “homo faber”, que es un ser instintivo, un animal evolucionado. El hombre ya no es un medido por lo que es sino, sino por su rendimiento laboral, por lo que produce.

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“Homo technicus” porque a las técnicas debe su formación, su manera de pensar y de obrar, su cultura… En un ambiente así, surge la tecnocracia, que es el dominio de los hombres a través de la técnica.

2. Perspectivas del proceso económico Se nos ha dicho que el desarrollo técnico, cuyo motor es la economía, llevaría al mundo a la felicidad total, que el hombre se autorredimiría. Contrariamente a la prosperidad cuya difusión se esperaba, lo que se ha mundializado es la miseria. La técnica ha progresado, pero la gente sufre una gran decadencia económica. El trabajo se ha convertido en algo arcaico. Las riquezas ya no provienen del trabajo, como sucedía en las sociedades tradicionales, sino de especulaciones abstractas, sin mayor relación con la labor productiva. El primado lo tiene el capital. Todo cuanto afecta a esas riquezas es criminal. Hay que conservarlas a toda costa. Solo después de asegurar lo que toca a los negocios de ese grupo de personas, se tiene en cuenta, y cada vez menos, a los demás sectores de la población. De ahí el rechazo implacable de todos los que dejan de construir una fuente potencial de ganancias. Hay que merecer el derecho de vivir y, en este sistema, sólo lo merece una ínfima minoría. El resto deberá demostrar que es útil para la sociedad, para lo que rigen los negocios. Y solo es útil lo rentable, lo que agrega ganancia a las ganancias. Existe el peligro al despido, por más mal trabajo que se tenga. Esta economía del mercado, más que un poder es la borrachera del poder. A aparecido en la sociedad moderna un cuarto mundo integrado por una masa triste y enferma, cuya existencia disimulan los políticos. Gente frustrada que vive en el desconcierto total. Fueron convencidos de que “ser” es sólo “rendir”, “producir” y “ganar”. En este cuadro no existe Dios y tampoco el hombre. Paradoja: el hombre autoendiosado acaba por destruirse a sí mismo.

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VIII.- EL CONSUMISMO.

Cuando el dinero, más allá de su fin natural, que es determinar la equivalencia entre las cosas, domina la ciudad, esta se convierte en un gran mercado y su habitante, en un ser productor y consumidor, regulado por estrictas normas cuantificables de rendimiento y eficacia. El “homo oeconomicus” tiene dos caras: el empresario y el consumidor. El empresario tiene como principal intento, no siempre el afán de lucro, sino el interés de su empresa. La empresa es para él como un ser de carne y hueso. El hombre de negocios no sabe de otro anhelo, no conoce otra preocupación que ver su negocio crecer y hasta verlo convertirse en un organismo floreciente, fuerte y próspero. Aspira siempre a ampliar su negocio.

Hay cuatro niveles que dirigen la vida de un niño: la grandeza, el movimiento rápido, la novedad y el sentirse que tienen poder. Todo esto se da en el empresario moderno. Todo empresario se consagra a una sola cosa: la producción. Esto llega a tal exceso que su actividad acaba por destruir su cuerpo y corromper el alma. El consumidor, por otra parte, también está obsesionado por el valor económico. Dice Sciacca, que lo propio de este valor consiste en ser “intercambiador y consumidor” y lo propio del valor espiritual es ser “expresador y comunicador”. Aquel puede ser comprado o vendido. Con los valores espirituales no se puede hacer esto. Para el hombre consumista solo cuentan los bienes terrenos, las cosas perecederas, como si fueran definitivas. Es la era del plástico: “tener, usar, tirar, volver a tener…” es la consigna. Es la metafísica de la nada. La muerte de casi todos los ideales. “La enfermedad del Occidente es la de la abundancia: tener todo lo material y haber reducido al mínimo lo espiritual” (Rojas). La civilización moderna, no sabe ya lo que es el hombre, ignora el sentido de la existencia y está amputado de toda finalidad. Se la puede definir como “la civilización de medios”, una civilización técnica. Ya no es el fin el que hace surgir los medios. Los mismos medios se han convertido en fin. Poseer los medios es poseer el fin.

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Al hombre de hoy no le interesan más los héroes y los santos, como en otras culturas. Sus modelos son los que han triunfado económicamente, gente llena de cosas. se encargan de fomentar este espíritu consumista, los que dirigen la televisión. Estos crean necesidades y elaboran el horizonte de los anhelos. La televisión es el instrumento más eficaz del consumismo. Este espíritu tiene mucho que ver con el zapping. Esta palabra anglosajona significa golpear, disparar rápidamente y expresa la tesitura de aquel a quien le interesa todo y nada a la vez. El hombre modernotelevidente es “aquel que conoce el precio de todas las cosas y el valor de ninguna” (Oscar Wilde). El hombre consumista es un hombre inquieto, no se contenta con lo que tiene. Es el “homo consumens”, el hombre sin apetencias sagradas y trascendentes. Que no admite esto más allá que el de la adquisición incesante y universal. Se consume en una vida totalmente superficial. Lo más profundo que hay en el hombre moderno es su piel. La acumulación constante de bienes no aporta nada a la realización personal. En general el bienestar material se incrementa mientras el desarrollo espiritual se reduce. La sobreabundancia deja en el corazón la tristeza. La victoria de la civilización científica y técnica nos ha inculcado una inseguridad espiritual. Hoy ya no se reconoce el sentido, la finalidad de la existencia. IX.- EL HEDONISMO.

Esta palabra viene del vocablo griego: edoné, que significa placer. Propiamente es un sistema filosófico, que hace consistir el bien en el placer. El hombre encuentra su felicidad en el placer. El hombre, según los hedonistas, está sujeto a la soberanía del instante.

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El placer físico tiene superioridad sobre el moral. Excluye la moderación en su búsqueda. El hombre de nuestro tiempo busca pasarla de la mejor manera posible, a costa de lo que fuere. Esta búsqueda omnímoda e insaciable del placer se convierte en una necesidad inconsciente. El hombre necesita un placer inmediato que invada toda su sensibilidad. Se ha buscado liberar el campo del sexo, que ocupa un lugar privilegiado en aquella búsqueda ansiosa del placer. Se confunde sexo con amor. Es un amor light. Un amor así entendido considera a la mujer como un mero objeto del placer como si fuera un material descartable, que se usa y se tira. Al sexo practicado sin compromiso se lo llama amor y al bienestar se lo equipara con la felicidad. La erradicación social del pudor, el cual es la atmósfera protectora del sexo, es el síntoma de este desenfreno. El pudor es la tendencia y el hábito de conservar la propia intimidad de los extraños. Se dice que una persona no tiene pudor cuando se comporta en público como si estuviera sola y en privado. El pudor se expresa en los tres ámbitos: la viviendo, el vestido y el lenguaje. La vivienda el hombre la construye para proteger su intimidad. Si se invita a un amigo es para compartir dicha intimidad. La masificación, el desarraigo, el igualitarismo… tienen no poco que ver con la pérdida del pudor.

El hombre actual sufre mucho y estos padecimientos se vuelven insoportables. La apertura de la propia intimidad se presenta como una liberación. La relación sexual ya no es una entrega de la intimidad, sino un “abandono del cuerpo”. Cuando uno pierde el pudor pierde la intimidad y por lo tanto pierde su posibilidad de encontrarse con Dios, porque este encuentro sólo se puede realizar en el centro mismo de la intimidad personal.

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El hedonismo es una actividad que no tolera ningún tipo de cuestionamiento. La tendencia al hedonismo es la consecuencia más cabal del desarraigo y del vacío que caracterizan al hombre moderno. Los fines de semanas se convierten en un período de evasión de las preocupaciones presentes y futuras, con la consiguiente sumisión en los placeres que dañan al espíritu. Se compra el olvido con el alcohol, el ruido, el placer sexual, la droga… Cuántas veces caminando por las calles nos ha impresionado ver tantos rostros sin profundidad, sin realidad. La civilización del goce es la muerte de los rostros. X.- EL RELATIVISMO.

Esta tendencia se caracteriza por una interpretación muy peculiar del concepto de verdad. La norma de verdad no es el objeto sino que son otras cosas, por ejemplo la psicología del sujeto. Toda verdad es relativa en el sentido en que sólo es válida en relación con el sujeto que piensa.

Para la filosofía realista, el objeto es la medida de verdad válida para todos los sujetos. La verdad se vuelve relativa en el sentido de que existe para una persona y puede, simultáneamente, no existir para otra. Se rechaza la universalidad de la verdad. Esto lleva a afirmar que todas las posiciones son igualmente válidas. Esto quiere decir que todo se reduce a la opinión. Existe también un relativismo en el campo de los valores. No hay valores absolutos. El hombre se siente permanentemente tentado a formarse una tabla propia de verdades y valores.

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Figura clave del relativismo: Hume, que a la pregunta de cómo determinar el valor de algo, distingue cuatro cualidad valiosas: cualidades útiles para la comunidad, para nosotros, inmediatamente agradables a nosotros e inmediatamente a otros. Se puede ver como la verdad y el valor dependen de la utilidad y del agrado que las cosas produzcan. Para Hume el primado no es la inteligencia, sino la inclinación. El sentimiento es el criterio último de valoración moral. En el hombre actual relativista han influido diversas corrientes de pensamiento: el pragmatismo, el fideísmo, el evolucionismo (la verdad es algo en permanente trasformación), el historicismo, el democratismo liberal. El origen del relativismo filosófico es la ley de resentimiento (terminología de Nietzsche), que es cuando uno es incapaz de vivir según lo señala la razón y minimiza y desprecia racionalmente el sistema de valores que no ha podido o no ha querido encarnar. Así el relativismo doctrinal puede provenir del resentimiento contra las ideas consagradas por la tradición. Tras la renuncia a una tabla de valores y de doctrinas permanentes, a los dogmas sobrenaturales, el relativismo anuncia la supervivencia de un solo absoluto: que todo es relativo. Una persona tiene que dudar, en vez de afirmar. Dice Rojas que hoy todo es negociable. No existe más la verdad, sino mi verdad. El relativismo se presenta como un código ético imperante. El reglamento hoy más recurrido para calmar la conciencia es el del consenso. Algo es verdadero si hay consenso acerca de ello. Se hace depender la verdad de la convergencia de opiniones. Según Rojas ha aflorado en el hombre la “pasión por la nada”. El hombre al no tener ninguna certeza donde aferrarse ha perdido la capacidad de comprometerse (ejemplo, lo que ocurre con el matrimonio). La victoria del relativismo trae consigo el imperio de la mediocridad. El hombre mediocre no habla jamás, siempre repite. Admira un poco todas las cosas, pero no admira nada con calor, teme comprometerse.

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XI.- LA INFORMALIDAD.

Los inconformistas son los informales. Sus precursores son los cínicos griegos (los hippies griegos). Es una rebelión profunda que va más allá de los político y de los social. Es una rebelión contra las formas, a las que se acusan de ser “formalidades”. Pero las formas no solo expresan el fondo, sino que las enmarcan. La vulgaridad hoy se extiende cada vez más. La vulgaridad en los modales acaba por hacer vulgar el corazón y la inteligencia. En el fondo, estos revolucionarios, aparentemente tendidos hacia el futuro, son solemnes retrógrados. Van contra el progreso. Lo informe lleva a los informe y, en el límite, lo informe es la muerte. La solución es llevar las formas a la enseñaza al ámbito social y político.

Belleza, Hermosura, “Fomosita” y forma. El arte moderno ha desterrado la estética de las formas. Lo mismo ocurre en la pintura y en la música. Hay que restaurar el valor de las formas en el ámbito de lo sagrado. En algunos sectores de la Iglesia se ha ido perdiendo la vivencia de lo sagrado, el sentido de reverencia y del misterio… Algunos creyeron que se debía renunciar a toda forma exterior. Parece que hoy en la Iglesia, se hace lo posible por relegar todo lo que pueda hablar al corazón. Frente al culto de la informalidad, los superiores ejercen el permisivismo, postura lógica con el hombre relativista ya que como no hay verdad es tolerante. La permisividad es como una especie de religión que consiste en no coartar ninguna libertad, aunque sea abusiva. Rojas dice que “de la tolerancia interminable nace la indiferencia pura” XII.- EL NATURALISMO.

Esta es la tendencia principal de la sociedad y del i...


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