Siniavski Andrei - La civilización soviética PDF

Title Siniavski Andrei - La civilización soviética
Author Paloma Victorio
Course Literatura
Institution Universidad de Buenos Aires
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Summary

En este ensayo, Andrei Siniavski propone una introducción al mundo soviético: a
través de la literatura, la sociedad y el universo político rusos, analiza la transformación
radical que da origen al “hombre nuevo” de la Revolución y pasa revista a todos los
cambios que, primero con ...


Description

LA CIVLIZACION SOVIETICA ANDREI SINIAVSKI

En este ensayo, Andrei Siniavski propone una introducción al mundo soviético: a través de la literatura, la sociedad y el universo político rusos, analiza la transformación radical que da origen al “hombre nuevo” de la Revolución y pasa revista a todos los cambios que, primero con Lenin y después con Stalin, habrán de dar cuerpo al Estado despótico, al clericalismo comunista, a la burocracia... Setenta años de historia que no se puede comprender sin las utopias revolucionarias del siglo XIX y que invitan a preguntarse que subsiste actualmente de la cultura rusa. La utopía comunista, que sirvió de modelo a todos las revoluciones del mundo en el siglo XIX, presentada aquí como una degeneración del dogmatismo religioso, engendrá un mundo tragicómico que Andrei Siniavski analiza sin miramientos. Rica en documentación, nutrida con anécdotas y referencias apasionantes, LA CIVILIZACIÓN SOVIÉTICA, obra escrita por uno de los más famosos disidentes rusos, es una lectura polémica de la Unión Soviética de ayer y de hoy. Andrei Siniavski nació en Moscú en 1925. Tras haber hecho pasar clandestinamente varios de sus escritos a Francia, es detenido en 1965, juzgado con Iouri Daniel y condenado a siete años en un campo de concentración. En 1973 se instala en París y desde entonces enseña en La Sorbona.

andrei siniavski

LA CI VI LI ZACI ÓN SOVI ÉTI CA

editorial diana mexico

PRIMERA EDICION, OCTUBRE DE 1990

ISBN 968-13-2025-2 Título original: LA CIVILISATION SOVIÈTIQUE Traducción: Juan José Utrilla - DERECHOS RESERVADOS (c) Copyright (c) Éditions Albin Michel S.A. 1988 Copyright (c), 1990, por Editorial Diana S. A. de C.V. – Roberto Gayol 1219, Colonia del Valle, Mexico D.F. C.P. 03100

Impreso en México – Printed in Mexico, Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin autorización por escrito de la casa Editora

SUMARIO PREFACIO

I.

LA REVOLUCION Las raíces religiosas de la revolución rusa El papel de las fuerzas populares elementales Lo “elemental” en su interpretación popular El instinto y la autoridad

II.

LA UTOPIA REALIZADA El poder de la idea La pérdida del sentido en la historia Lo fantastico y lo racional El utilitarismo revolucionario

III.

EL ESTADO DE LOS SABIOS. LENIN La supremacía de la ciencia y de la razón en la estructura mental de Lenin Lenin práctico y utopista La violencia como fundamento de la nueva forma de Estado El poder único Metafísica y mística del Estado soviético

IV.

EL ESTADO-IGLESIA. STALIN Comparación entre Lenin y Stalin El irracionalismo de Stalin Stalin, héroe y artista de la época staliniana El secreto y magia del poder staliniano

V.

EL HOMBRE NUEVO El papel y el lugar de la intelectualidad El hombre de la masa

VI.

EL MODO DE VIDA SOVIÉTICO La precariedad permanente La vida cotidiana en la época de la revolución Una simplicidad exagerada El nuevo modo de vida El combate contra la pequeña burguesía El gran marrullero El mundo del crimen y la nomenklatura

VII.

LA LENGUA SOVIÉTICA El mundo rebautizado El elemento espontáneo del discurso La burocratización de la lengua La creatividad del discurso popular

VIII.

ESPERANZAS Y ALTERNATIVAS ¿Quiénes son los disidentes y de donde vienen? La cuestión nacional ¡Nosotros, los rusos! POSDATA: ¿Se puede construir una pirámide como partenón?

P R E FA C I O Este libro fue concebido y tomó forma a partir de unos cursos profesados ante un público occidental: como ex-ciudadano soviético y escritor, fui asediado con numerosas preguntas. Se me interrogaba acerca del pasado y el presente de mi país, y sobre todo, se me preguntaba por qué las cosas hablan sucedido así y si eso podía durar aún largo tiempo. Estas interrogantes, seguidas por discusiones y polémicas, me llevaron a examinar con mayor atención los rasgos, no obstante ya familiares, de mi patria; de esta imagen tan atrayente, aunque al mismo tiempo terrible y repulsiva. Sobre todo porque, debido a mi profesión, los temas tratados me tocaban muy en lo vivo. El término “civilización” supone, entre otras cosas, la perennidad y la estabilidad de formas ya desde hace mucho constituidas y afinadas por el tiempo. Ahora bien, la civilización soviética es nueva y carece de una larga historia, a pesar de haber logrado en poco tiempo aparecer como una estructura bastante sólida y duradera que se extiende y crece en el escenario mundial. La civilización soviética requiere la atención del mundo entero como el fenómeno quizás más singular y más temible del siglo xx. Temible porque sostiene que el futuro de la humanidad le pertenece y porque aumenta su esfera de influencia ganando sin cesar nuevos paises; porque se considera el ideal y el resultado lógico de la evolución histórica. Es tan nueva, fuerte e insólita que incluso a veces a quienes han crecido en ella, y son de hecho sus hijos, les parece una formación monstruosa o un hábitat marciano al cual sin embargo ya pertenecen. Es compleja y difícil de estudiar, precisamente por ser a la vez nueva y cercana. Nos faltan serenidad y perspectiva, ya que no somos simplemente historiadores, sino contemporáneos y testigos (actores) de este proceso sin concluir aún, y del cual ignoramos cómo y cuándo será su fin. Al menos tratemos de aprovechar nuestro conocimiento concreto y directo. Sin embargo aquí surge otra dificultad; la vida es allí tan agitada, se encuentra tan inmersa en los problemas sociales de la actualidad, que los puntos de vista al respecto son de lo más diverso y a veces de lo más contradictorio. De tal manera que no hay y no puede haber respuestas exhaustivas y universales, por lo que muchas cosas quedan en suspenso, sin resolver. El tema es vasto, ya que la noción de civilización incluye el modo de vida, la psicología, el régimen y la política, etcétera, y todas estas cuestiones han suscitado una pléyade de escritos. Para cumplir mejor con mi propósito, intento examinar menos la historia de la civilización soviética que su teoría y –podría decir– su metafísica. Como aspectos teóricos, propondré ciertos postulados fundamentales o perspectivas, o piedras angulares (llámenlos como quieran). Por ejemplo, la revolución, el estado, el hombre nuevo, etcétera.

Las dimensiones de esta obra me obligan a renunciar a un acervo de notas demasiado copioso. Las referencias a los libros, documentos, revistas y periódicos aparecen en el texto. Paralelamente, he escogido examinar la civilización soviética vista por los ojos de su literatura. La imagen artística, aparte de su viveza, posee los rasgos del símbolo, y en este caso lo que nos interesa en primer lugar son los símbolos: éstos permanecen y son imponentes testimonios de su época. “Si el símbolo es una imagen condensada, escribía Trotski (historiador aún no igualado de la revolución rusa), entonces la revolución es la más grande creadora de símbolos, pues presenta todos los fenómenos y relaciones en forma condensada”. Así procede la literatura, incidentalmente, por esta misma condensación revolucionaria. Como epígrafe para mi libro, deseo retomar algunas líneas de Radíchtchev, de fines del siglo XVII, extraídas de su oda Siglo Dieciocho. Más que un epígrafe, son para mí un punto de vista sobre algo inolvidable No, siglo loco y sabio, no serás olvidado, Por siempre maldito, por siempre objeto de admiración Sangre en tu cuna, canto y trueno de batallas, Ah, empapado en sangre bajas a la tumba...

CAPITULO 1

LA REVOLUCIÓN Por Revolución entendemos aquí, aparte del golpe de Estado de octubre, el conjunto de ideas y sucesos que lo hicieron posible, lo prepararon y después lo prolongaron hasta la victoria final del poder soviético en la guerra civil. El hecho revolucionario toca una gran cantidad de aspectos de la vida del país y del mundo. Al mismo tiempo supone la destrucción –breve, violenta, absolutamente radical– y luego la reconstrucción de la sociedad y de su modo de pensar, la destrucción de todas (o casi todas) las instituciones y tradiciones históricas. Y esto no solamente en el interior de Rusia, sino en el mundo entero, ya que la revolución de Octubre no era considerada por sus autores más que como el primer paso, el prólogo de una serie de revoluciones; debía desarrollarse en una revolución mundial: la más universal; la más decisiva en la historia de la humanidad. Hoy todavía, cuando la revolución en su sentido inicial no parece haber dejado huellas en la vida de la sociedad soviética, sus fuerzas y sus estímulos, orientados hacia una empresa universal, global, continúan actuando en otras formas: así la expansión tenaz – ideológica, militar y política– de la civilización soviética en Europa como en Asia, en África como en América; con el propósito de que, a fin de cuentas, la tierra entera se encuentre bajo la bandera roja, izada por primera vez por la revolución de Octubre como emblema del nuevo orden social triunfante. Las mismas propensiones revolucionarias se perpetúan, aunque en formas totalmente diferentes, alteradas. Pues en los orígenes, esto se expresaba con mucha mayor franqueza y sinceridad. Alexander Blok, en su poema Los Doce, lo traducía así, en forma de cantinelas de barrio: En la barba del burgués, Encendamos un fuego de alegria ¡En la sangre del incendio! En nombre del Padre y del Hijo...

Esta aspiración a dominar el mundo respondia a la magnitud de una transformación absoluta que rompía con toda la historia mundial anterior. Según Marx, en efecto, el desarrollo prerrevolucionario de la humanidad no era más que prehistoria. La verdadera historia comenzaba con la revolución socialista proletaria, lo que creía ser el golpe de Estado de Octubre. De allí esas palabras de Maiakovski (en su poema sobre Lenin, de 1924): ¡Viva la revolución Alegre y rápida! Esta es la única gran guerra de todas aquellas que la historia ha conocido.

Pretensión increíble: la única gran guerra, ¡y la última! Última violencia y última guerra, desencadenadas para que de la superficie del globo desapareciesen para siempre

(dénse cuenta: ¡para siempre!) todas las violencias y todas las guerras, y que al fin la humanidad entera fuese –por siempre– libre y feliz.

LA S RAÍCES RELIGIOSAS DE LA REVOLUCIÓN RUSA Diríase el Apocalipsis. Como si la historia hubiese terminado y comenzaran "un cielo nuevo y una nueva tierra". El Reino de Dios, la Jerusalén celeste que desciende a la tierra, prometiendo el paraíso aquí abajo; y no por voluntad divina, sino por el esfuerzo del hombre. No se trata de un sueño, es una ley histórica científicamente demostrada por Marx, una ley ineluctable que actuará de cualquier manera, se quiera o no. De tal modo que a nosotros, hombres de hoy, no nos queda más que una cosa por hacer: llevar a cabo todo esto por medio de una revolución rápida y feliz. Desde estas premisas lógicas vemos a la ciencia histórica más exacta –así se considera el marxismo– aliarse a las seculares aspiraciones religiosas del hombre. De aquí que la Revolución haga pensar tanto en el Apocalipsis, pero en un Apocalipsis interpretado a partir del materialismo dialéctico, despojado de la intervención divina, en el cual la idea de Providencia se convierte en la ley histórica legada por Marx. Y es el comunista o el proletario, último eslabón de la historia de la humanidad, "hombre puro" por excelencia, que no tiene nada que perder más que sus cadenas, el que da fuerza a esta ley científica y lleva a cabo este Apocalipsis del siglo xx. A partir de esto se comprenden las consignas inscritas en la bandera de la revolución de Octubre, que subyugaban a las masas y que todavía seducen y atraen a gentes de otros países, aunque ciertamente ya no a los soviéticos. Sin embargo, al examinar de cerca esos lemas, que efectivamente no carecen de grandeza, las más de las veces reconocemos expresiones bíblicas o evangélicas traducidas al lenguaje de la más actual realidad revolucionaria; pero no figura allí el nombre de Dios, son enunciadas en nombre del hombre que se convierte en Dios. En el Apocalipsis, en las profecías bíblicas u otras, se anuncia que un día, en un instante, todo cambiará, y que todo el orden humano y social quedará a tal punto transformado, que “los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos” (así está dicho en el Evangelio). Siendo así, creeríamos oir parafrasear la expresión bíblica en esta Internacional que cantan los comunistas de todos los países y que produce una impresión de liturgia divina. Si no es que el Aleluya ya fue remplazado por otra cosa... Recordemos la letra de la Internacional en su versión rusa, que es la que corresponde mejor, tanto al espíritu de la revolución como al del Apocalipsis: El mundo de violencia destruiremos Hasta sus cimientos. Y por doquier Nuestro mundo nuevo construiremos. Quien nada era, lo será todo.

Es el fin de los tiempos. Es el advenimiento –por medio de la revolución– de la civilización soviética. Una nueva era.

Otros lemas revolucionarios han sido tomados de la Biblia, de tal modo que ya no hay Biblia, que Dios ha sido abolido, pero las palabras bellas perduran. Por ejemplo, “Los proletarios no tienen patria”, expresión que entraña otra –“Proletarios de todos los países, unios”– recuerda la famosa regla cristiana: "No hay griego ni judío" ante Dios, ante la nueva religión... Podría escribirse todo un tratado acerca de las imitaciones o concordancias entre el comunismo y la Biblia, lo cual se debe, me parece a mí, a que la revolución ha querido realizar ciertas aspiraciones superiores arraigadas en el alma humana y rehacer el mundo a partir de ellas, anulando todo el pasado de la humanidad por considerarlo contrario a la justicia y a lo que debe ser. En este sentido, el comunismo entra en la historia no solamente como un nuevo régimen político y social y un nuevo orden económico, sino también como una nueva gran religión que niega todas las demás. Es lo que anuncia Piotr Verjovenski en Los Demonios cuando dice: “Aquí, amigo mío, llega una nueva religión que va a reemplazar a la antigua, por esto vemos tantos soldados...” El marxismo-leninismo se califica sin cesar así mismo como la única concepción global del mundo, la única filosofía científica; sería, de alguna manera, la ciencia más científica, la que domina las leyes de la naturaleza y de la sociedad, las leyes de la historia. Sin embargo, esta pretensión del comunismo no excluye que sea de naturaleza religiosa. Desde fines del siglo XVIII, el poder de la ciencia no ha dejado de crecer hasta convertirse en la concepción del mundo universal. El hombre moderno no puede evitar remitirse de una u otra forma a ella. No se puede prescindir de ella; sin ella no se llega a ninguna parte. Por esto, los motores religiosos del comunismo se adornan también con formas y expresiones científicas. No obstante, la cientificidad misma del comunismo es de orden religioso. Las fuerzas y las leyes descubiertas por el marxismo –fuerzas productivas y relaciones de producción, base económica determinante y lucha de clases– desempeñan el papel de la Divina Providencia o del destino ineluctable. De grado o por fuerza, esta necesidad histórica, científicamente demostrada por el marxismo, nos empuja al paraíso. Y una vez allí, como la historia ha alcanzado en el comunismo el estado ideal, dejará de desarrollarse cualitativamente, y ni siquiera supone que en el futuro más remoto, este régimen social será remplazado por otro. Así como nadie se pregunta lo que habrá después de la eternidad, la pregunta del post-comunismo no se plantea: después del comunismo –sociedad ideal– no habrá más que un comunismo aún más grande y todavía mejor en su “comunidad”. Por consiguiente, el comunismo no admite ninguna otra ciencia de la historia o de la sociedad: todas aquellas que podrían afirmarse en ese campo son consideradas, ya insuficientes, ya falsamente científicas. Esta exclusividad, esta unicidad, esta pretensión de ser sagrado, aproxima también el comunismo a la religión. Los juicios de los clásicos del marxismoleninismo se encuentran tan por encima de toda duda y crítica, como en el sistema religioso ocurre con los textos de las Sagradas Escrituras o las enseñanzas de los Padres de la Iglesia. Es así como, incluso en su cientificidad, el comunismo ofrece elementos de comparación con la religión. En segundo lugar, la originalidad de la religión del comunismo radica en que pone en práctica su doctrina en la escala más vasta, en todas las facetas de la vida, en todas las

esferas de la actividad humana. El paso del dogma a su aplicación generalizada implica la violencia, y para ejercerla en grande escala es necesario detentar el poder. Asimismo, los ideales morales y sociales del comunismo, como sociedad más justa sobre la tierra, sufren a lo largo del camino, notables alteraciones: su aplicación es amoral e inhumana. Sin embargo las instituciones que están allí solamente para secundar el ideal superior del comunismo, siguen marcadas por una tonalidad religiosa. Incluso la violencia reviste la forma de un sacrificio expiatorio, en el cual el papel de Dios Todopoderoso que exige el sacrificio, es desempeñado por la Necesidad Histórica. Con una pequeña excepción: no se trata solamente de un sacrificio de sí mismo, lo que se ha considerado sagrado a lo largo de la historia, sino del sacrificio de los demás, de las clases llamadas explotadoras, así como de mucho más. Podríamos decir que lo que se sacrifica es el pasado. Esto se asemeja mucho a los misterios religiosos cuyo origen se remonta quizás a los cultos primitivos, prehistóricos, de inmolación y cremación del pasado, a los antiguos ritos religiosos de renovación periódica de la tierra y de la vida. La ruptura con el pasado ha tomado el carácter de un rito de sacrificio, acompañado de una bacanal revolucionaria, cuyos participantes desempeñan, como consecuencia, el papel de "santos asesinos" o de "santos pecadores" (lo vemos en Blok, en Los Doce; en los relatos de Babel, y de los primeros cronistas de la revolución rusa). Quienes dirigen este drama –jefes y verdugos– aparecen como sumos sacerdotes y no solamente como jefes políticos. De allí no hay más que un paso a la deificación del dictador revolucionario que se ha arrogado el poder supremo y la violencia. En la idea misma de poder y de violencia, el comunismo y la revolución pueden cubrirse de un aura sagrada, casi mística. La ruptura con el pasado, incluida la religión, adquiere entonces una coloración religiosa. La revolución se realizó bajo el signo de "hacerlo todo de nuevo". El pasado fue tan radicalmente negado que la liquidación o la amenaza de aniquilación se extendía hasta los valores humanos indiscutibles. Dicho sea de paso, los llamados de los futuristas a arrojar a los autores clásicos “de la nave del tiempo presente” encajaban a pedir de boca en la revolución. Se hizo célebre el poema Nosotros, escrito en 1917 por el poeta proletario Kirilov, interpretado como la destrucción de los ídolos: “¡Verdugos de la belleza!” nos gritan voces quebradas; Movidos por un embriagador impulso de orgullo cruel, Pisoteemos las flores de arte, destruyamos los museos, Por un gran “Futuro”: ¡quememos los Rafael!

El “pasado” y lo “antiguo” eran sinónimos de malo; lo “nuevo" era sinónimo de bello. No es casualidad que en la civilización soviética de nuestros días se hable aún de “restos del pasado”. Todo lo que es malo es considerado como producto del enemigo (quien también personifica al pasado) o en el mejor de los casos, como un vestigio del pasado que conviene erradicar progresivamente. La embriaguez, el robo o la grosería, quizá no son atribuidos al enemigo de clase, pero si constituyen “vestigios”, o como frecuentemente se decía, una “herencia del maldito pasado”. Los ataques y rechazos se dirigían en particular al pasado y a las tradiciones nacionales de Rusia: a las antiguas órdenes (nobleza, clero, comerciantes) como la autocracia o la Iglesia, y en general a los grandes nombres, los héroes del pasado como Alejandro Nevski o Suvórov, que fueron rehabilitados (parcialmente) mucho después. “¡Una bala para la v...


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