Tema 1. Definición de Religión PDF

Title Tema 1. Definición de Religión
Course Hecho Religioso Y Fe Cristiana
Institution Universidad Pontificia de Salamanca
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apuntes necesarios para el examen de religion...


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TEMA 1. DEFINICIÓN DE RELIGIÓN Una primera constatación cuando nos acercamos al hecho religioso es la de su complejidad. Hay que reconocer que la misma palabra religión, así como los fenómenos religiosos, son hechos históricos controlados por la ciencia independientemente de la realidad objetiva a que hacen referencia (Dios/lo sagrado). La inevidencia de este objeto hace difícil la conceptuación de los hechos a que da lugar. Definir adecuadamente lo que entendemos por religión supone un obstáculo considerable por la cantidad de definiciones que proliferan por doquier. Solamente al final de la investigación del fenómeno religioso puede alcanzarse una definición aproximada de religión. Es lo que han hecho autores como Chantepie de la Saussaye, Gerardus van der Leeuw, Rudolf Otto y Mircea Eliade, quienes, después de estudiar a fondo esta cuestión, nos han dejado algunas definiciones, como veremos más adelante. Pero primero acudamos a las definiciones clásicas de religión a partir de su etimología. El término religión es un término adoptado por el cristianismo que se ha hecho extensivo a todas las religiones históricas conocidas. Su etimología se remonta a Cicerón y Lactancio y es asumida posteriormente por San Agustín y santo Tomás, quien la toma de san Isidoro de Sevilla (560-633) y la introduce en la Edad Media (SAHAGÚN, 90s). Desde la etimología de la palabra «religión», común a todas las lenguas romances, a las anglogermánicas, etc., derivada de la palabra latina religion(em), acusativo singular de religio. Cuatro han sido los étimos señalados para esta palabra latina: a) religare, «religar, atar», expresivo de la vinculación del hombre con Dios. Es la propuesta por Lactancio, ss. III-IV d.C. (Diuinae institutiones 4,28). En esta definición se pone de relieve el aspecto de compromiso con la divinidad como valor supremo. b) religere (re-eligere), «volver a elegir» a Dios de quien el hombre se había separado por el pecado: S. Agustín, ss. IV-V d.C. (Retractationes 1,13,9; Ciudad de Dios 10,3,2); c) relinquere, en cuanto «lo religioso, lo sagrado», «se deja como alejado, separado de nosotros», los hombres comunes, de su uso profano (Servio Sulpicio en Macrobio, s. IV d.C., Saturnalia 3,3,8). Masurio Sabino propone la misma idea cuando aconseja entrar en los templos, lugares «religiosos» por excelencia, «con pureza y conforme al ceremonial», no al modo profano (Aulo Gelio, Noctes Atticae 4,9, s. II d.C.); d) relegere, «leer con atención, observar escrupulosamente»: Cicerón, s. II a.C. (De natura deorum 2,28,72). Para Cicerón, relegere significa reflexionar atentamente sobre algo que suscita el interés personal y merece atención. Significa delicadeza de conciencia y de fiel cumplimiento de los deberes para con los poderes divinos. Es una actitud de reconocimiento de la superioridad de los dioses. 1

Recogiendo estas etimologías, santo Tomás entiende la religión como ordo ad Deum, es decir, la relación del hombre con Dios en el sentido de dependencia, de observancia y de adhesión. Las de Lactancio y Agustín son más una definición real que etimológica, tal como lo indica Tomás de Aquino cuando señala como «el elemento común: la religión, dice orden o relación (del hombre) a Dios» (ST II-II q 81 a 1); la de Macrobio refleja la realidad de las religiones étnico-políticas (la romana, griega, etc.), propia de todos los pertenecientes al mismo grupo étnico y político (tribu, pueblo, nación, etc.). Además, la de los autores cristianos refleja la doctrina cristiana de la salvación con su creencia en la reconciliación con Dios mediante la redención de Cristo y la gracia tras la ruptura con él por el pecado. Unen la realidad objetiva y sobre todo la disposición subjetiva del hombre en cuanto religioso. En cambio, los autores paganos, en sintonía con el talante de su religión, acentúan la observancia «objetiva» de los ritos: «la cuidadosa observancia y guarda exacta de todo cuanto pertenece al culto de los dioses» (A. ERNOUT-A. MEILLET, Dictionnaire étymologique de la langue latine. Histoire des mots, retirage de la 4ª ed., Paris: Klincksieck 2001, 569) al mismo tiempo que recoge el ritualismo de la religión oficial romana. Y esto hasta tal extremo que, en caso de cualquier equivocación, los pontífices de la religión oficial de Roma «volvían a leer y a realizar» obligatoriamente todo el rito (GUERRA, 24ss). Pero no hay que olvidar que la palabra religión comporta unas connotaciones muy precisas derivadas de la comprensión de la realidad propia de épocas determinadas, concretamente del pensamiento grecorromano. Ello obliga a seguir su itinerario histórico y cultural de antes y después de esta época con el fin de acotar su verdadero sentido más allá de la estricta etimología. Debemos advertir, en primer lugar, que no es fácil encontrar en los distintos credos religiosos términos que correspondan a la idea general que expresa la etimología (Religio). En la Biblia se habla fundamentalmente de temor, amor y fidelidad. La literatura sapiencial china identifica religión con «sabiduría» (Kiao). Los libros sagrados de la India la reducen al Dharma, orden fijo del mundo o conducta recta del hombre. La antigua tradición de Arabia emplea el término diu, que significa deuda para con la divinidad. Pero, aunque estas apreciaciones no se limitan a recoger el sentido etimológico que adoptó el cristianismo, no por ello lo contradicen. En todos los credos aparece una alusión clara a la dependencia del hombre de unos seres metaempíricos que comporta respeto, compromiso y fidelidad a su voluntad. A medida que han ido progresando las ciencias positivas de la religión, su concepto se ha clarificado notablemente, revistiendo unas expresiones teóricas con visos de verdaderas definiciones. Éstas surgen en el momento en que los filósofos de la religión, lo mismo que hiciera en su día san Agustín, se preguntan por la verdadera religión y sustituyen el sentido etimológico por el de sistema doctrinal, por el de organización comunitaria o por el de conjunto de acciones para con Dios (SAHAGÚN, 91). 2

Para Kant y sus contemporáneos (Hegel, Fichte, Schelling), la religión tiene connotaciones éticas innegables, como puede verse en esta expresión de Kant: «La Religión es (considerada subjetivamente) el conocimiento de todos nuestros deberes como mandatos divinos». Hegel la identifica con la conciencia de la esencia absoluta sabida por el espíritu humano: «La religión es la esfera del espíritu en la que el contenido especulativo en general se manifiesta en la conciencia». F. Schleiermacher, por su parte, cambia de onda y sitúa la religión en la esfera de la intuición y de la contemplación. La define como el sentimiento de coexistencia con el Infinito o relación de absoluta dependencia: «No es ni pensamiento ni acción, sino contemplación intuitiva y sentimiento». En otros términos: «Tomar cada cosa particular como parte del todo, cada cosa limitada como una representación del Infinito, esto es religión». Los historiadores y fenomenólogos de la religión siguen otro procedimiento basado en la observación empírica y conciben el hecho religioso como una actitud específica del hombre ante un ser ontológicamente superior. Definen la religión desde el misterio y experiencia de lo sagrado. Es muy sugerente la descripción ofrecida por G. van der Leeuw: «El homo religiosus se pone en camino hacia la Omnipotencia, hacia la omnicomprensión, al último sentido... Desearía comprender la vida para dominarla... Por eso siempre busca nuevas superioridades. Hasta que finalmente se halla junto al límite y ve que nunca alcanzará la última superioridad, sino que ésta lo alcanzará a él de modo ininteligible y misterioso... El límite de la potencia humana y el principio de la divina forman juntos el objetivo buscado y encontrado en todo tiempo en la religión, es decir, la salvación».

R. Otto asume esta misma idea y entiende por religión el reconocimiento del hombre como criatura, acompañado de la conciencia concomitante de un sentimiento que se refiere a un objeto trascendente al propio sujeto: «Sólo allí donde el numen (Deidad dotada de un poder misterioso y fascinador) es vivido como presente —escribe—..., o donde sentimos algo de carácter numinoso, o donde el ánimo se vuelve hacia él, es decir, sólo por la categoría de lo numinoso, puede engendrarse en el ánimo el sentimiento de criatura, como sentimiento concomitante».

El iniciador de las ciencias de la religión, Max Muller, la ve como una disposición del ánimo por la que el hombre percibe al Infinito: «Una disposición espiritual o un don natural que, independientemente de la razón y de los sentidos, hace a los hombres capaces de percibir el Infinito. Sin esta percepción de lo divino no habría religión posible, ni siquiera el menor culto a un ídolo o a un fetiche. Y, si prestamos atención, podemos percibir en todas las religiones un gemido del espíritu, una lucha por captar lo inaprehensible, por expresar lo inexpresable, un ardiente deseo de infinito, un amor a Dios». 3

Los sociólogos de la religión, por su parte, prestan especial atención a sus manifestaciones de índole social y comunitaria. Por eso elaboran una definición valiéndose de las prácticas, ritos, sistemas y objetos que expresan solidaridad de unos con otros en la relación con la entidad superior. E. Durkheim ha expresado convenientemente este aspecto: «Una religión es un sistema solidario de creencias y de prácticas relativas a cosas sagradas, es decir, separadas, prohibidas; creencias y prácticas que unen en la misma comunidad moral, llamada Iglesia, a todos los que se adhieren a ella».

Después de este rápido muestreo de definiciones, tomadas de distintos campos, podemos establecer la siguiente conclusión común a todas ellas: La religión comporta un doble elemento constitutivo, subjetivo y objetivo. El subjetivo está representado por la actitud humana de dependencia. El objetivo se refiere a un ser superior del cual se depende (Dios). Esta conciencia de dependencia se manifiesta a través de hechos peculiares e irreductibles: creencias, ritos, ofrendas, oraciones y sacrificios. A. Brunner ha recogido todos estos elementos en la siguiente descripción que ofrecemos como resumen: «La religión no es otra cosa sino la tentativa del hombre de descubrir en poderes supramundanos su ultimísima fundamentación y de esta manera lograr la salud... Mediante la religión quiere ponerse en armonía con esta última realidad, que sólo se entrega a una insinuación misteriosa... y en ello se contiene implícitamente el conocimiento del modo de ser personal de lo divino. Este modo va incluido en el hecho de dirigirse el hombre hacia él con ruegos, alabanzas y loores, con arrepentimiento y con todas las acciones y sentimientos que derivan de la relación con los hombres...».

En calidad de definición paradigmática ofrecemos esta de P. Schebesta: «La religión es el reconocimiento consciente y operante de una verdad absoluta (“sagrada”) de la que el hombre sabe que depende su existencia» (SAHAGÚN, 92-94). Sin olvidar la insuficiencia de las distintas definiciones, podemos decir que en todas ellas aparece un elemento común que les confiere carácter de autenticidad. Apuntan a una entidad metaempírica determinante de la actitud humana como base de la estructura de la religión. Es lo último necesario que adopta formas y nombres distintos: lo santo, lo misterioso, lo divino, lo sobrenatural. En una palabra, un algo otro que no es cubierto enteramente con los términos que designan las cosas que el hombre tiene a mano. Su identificación adecuada depende de circunstancias diversas, históricas, sociales, ideológicas, culturales y hasta políticas y económicas. Con K. Rahner podemos afirmar que una religión es religión en la medida en que logra realmente ligar existencialmente al hombre con el Dios vivo (el misterio, lo sobrenatural, lo sagrado) a través de unas mediaciones históricas, personales o institucionales concretas. Se trata de un horizonte de trascendencia que engloba y supera todas sus mediaciones (hierofanías). Pues bien, este horizonte, denominado comúnmente lo sagrado, es factor determinante de la actitud religiosa. (SAHAGÚN, 95). 4...


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