Tema 4. El arte de los Abasíes PDF

Title Tema 4. El arte de los Abasíes
Author Pablo Plantagenet
Course Arte Islámico
Institution Universidad de Sevilla
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Tema 4 EL ARTE DE LOS ABASÍES (750-950) 1. Introducción histórica sobre el califato abasí En el periodo omeya habíamos asistido a la configuración del arte islámico y sus principales temas. Esa realidad tuvo un marco cronológico definido por la vida de la propia dinastía e incluso un poco más restringido, ya que si bien los omeyas ascienden asumen el califato a mediados del siglo VII, es en los últimos años de la centuria cuando, con las obras de la Cúpula de la Roca, podemos hablar ya de un arte propiamente islámico establecido. Durante el periodo omeya, el califato debió afrontar numerosos problemas, entre los que encontramos los frentes abiertos en el proceso de expansión del islam, también conflictos internos debido a disensiones de tipo religioso o político, como los que tenían que ver con los partidarios de Alí y sus hijos, o problemas producidos por los cambios sociales que generó la ocupación de nuevas tierras. Aunque una combinación de expediciones de castigo y concesiones hizo que la dinastía pudiera mantener la situación bajo control, estos sucesos generaron un clima de cierto desgaste y tensión, que culminó cuando en el año 746, cuando una alianza entre grupos insatisfechos de todo el imperio, entre los que se encontraban detractores de los omeyas y grupos chiíes, y una mejor organización de los conspiradores condujo al estallido de un golpe de estado. En el 750, tras la batalla del Gran Zab, los rebeldes habían conquistado prácticamente todo el Oriente islámico y, tras el asesinato de la familia omeya al completo, a excepción de un príncipe llamado Abd al-Rahman que huyó a la península Ibérica, Abul-Abbas al-Saffah se proclamó califa, instaurándose la dinastía abasí en el poder. La dinastía abasí, que será la segunda al frente del islam después de la omeya, desciende de Abbás ibn Abd al-Muttálib, tío de Mahoma, por lo que proceden de La Meca. Su historia al frente del califato se inicia en 750 cuando Abul-Abbas se convierte en califa después de deponer a Marwan II y asesinar a su familia. Este continuará con la tradición monárquica iniciada con Muawiya y los omeyas. El principal cambio que supuso el advenimiento de los abasíes fue el traslado del foco de poder de Siria a Iraq, que durante los últimos años, en el periodo omeya, había ganado en riqueza y cultura, pero donde se encontraban los principales apoyos de los nuevos gobernantes. Se estableció la capital en Kufa, hasta que el segundo califa abasí, al-Mansur, funde a orillas del Tigris la ciudad de Madīnat al-Salām, Bagdad. Esto va a hacer que se fortalezcan los vínculos con el mundo y la cultura persas, en detrimento de lo bizantino.

De entre los sucesores de al-Mansur destaca de forma considerable la figura del califa Harum al-Rashid, bajo cuyo gobierno se alcanzó una época de esplendor en el corazón del califato abasí. Ningún gobernante musulmán ostentará el poder y los recursos que este califa, lo que se debió, en parte, al exitoso programa político desarrollado y a una situación económica próspera. Esto contribuyó a que, en busca de una mayor magnificencia, los califas abasíes adoptaran muchos aspectos de los antiguos gobernantes persas y sasánidas, dando continuidad al proceso de dignificación y elevación que se había iniciado con los omeyas, pero cambiando la influencia bizantina por la iraní. Con esto, el soberano abasí se aleja cada vez más de la figura del jefe tribal árabe de los inicios y se convierte en el príncipe más brillante de Oriente. Sin embargo, tras la muerta de al-Rashid en 809 florecieron tensiones, principalmente por el enfrentamiento por cuestiones dinásticas entre sus hijos al-Amin y al-Mamun, conflicto que finalizó en 813 con la toma de este último de Bagdad. Al-Mamun favoreció el desarrollo de las ciencias y la filosofía, y durante su gobierno se realizaron importantes trabajos de traducción de obras griegas al árabe en torno a la llamada Casa de la Sabiduría o Bayt al-Hikma, una biblioteca y centro de traducciones que había sido fundada por Harun al-Rashid. Esta institución es considerada como el mayor centro intelectual del momento. Al mismo tiempo, otras tensiones surgían en el corazón del califato, debidas en gran parte a la incomodidad que generaba la presencia en Bagdad de los turcos islamizados que formaban el cuerpo de guardia del califa y la influencia que estos habían acumulado, llegando a configurar un auténtico núcleo de poder en la corte. Por ello, el califa al-Mutasim fundó en 836 una nueva capital al norte de Bagdad, a orillas del Tigris, Samarra. Esta nueva ciudad, de condiciones extraordinarias, mantenía a través del río la conexión con la antigua capital, que nunca llegará a perder su importancia. Fue el califa al-Mutawakkil quien la vivió en su momento de máxima plenitud.

Desde finales del siglo IX, los califas abasíes tuvieron que hacer frente a la autonomía, incluso a la secesión, que comenzaron a adquirir numerosas provincias. Dinastías como la aglabí en la provincia de Ifriquiya o los tulúnidas en Egipto alcanzarán una gran autonomía. Pero junto a esto, hay que destacar la proclamación del califato de Córdoba en al-Andalus o el nacimiento del califato fatimí, de la rama chiíta, sucesos que supusieron la ruptura de la unidad del islam. En Oriente acumuló un gran poder la dinastía búyida, de origen iranio, que seguía la rama chiita del islam. Estos acabarán por hacerse con el poder, por lo que desde 945 los califas abasíes debieron aceptar la tutela de estos, que eran quienes ostentaban el poder de facto, aunque el título de califa perdurara y siguiera trasmitiéndose hereditariamente. Es decir, desde 945, el califa era una mera figura simbólica bajo el poder de los búyidas. En el 1055, estos serán sustituidos por los selyúcidas, una dinastía suní de origen turco, que establecerán un imperio desde Anatolia occidental y el Levante hasta el corazón de Asia. Bajo los selyúcidas, la institución del califato abasí se mantuvo hasta que en 1258 los mongoles conquistan Bagdad y ejecutan al último califa abasí, al-Mutasim. Posteriormente, en 1261, dice la tradición que el sultán mameluco de El Cairo, Baybars, acogió a un superviviente de la familia abasí y restableció en su persona una dinastía califal títere, cuya única función era legitimar el gobierno de los mamelucos en Egipto. De este modo, este “califato abasí de Egipto” reinó de manera ficticia hasta que los otomanos conquistaron el país del Nilo y pusieron fin al imperio mameluco en 1517. Se estudia como “arte abasí” el conjunto de manifestaciones artísticas que se desarrolló bajo la égida del califato abasí en los dos primeros siglos de su existencia, desde el 750 hasta principios o mediados del siglo X, que constituyen lo que podemos considerar como su “edad de oro”, ya que fue entonces cuando la autoridad política de los abasíes era efectiva y cuando su arte se desarrolló como configurador del arte islámico.

2. Características generales, fuentes y centros artísticos Con el arte abasí, por primera vez nos encontramos en el islam con una tradición artística que tiene un pasado venerable en el que fijarse, que no es otro que el de las obras del periodo omeya, por lo que perdura el recuerdo y el prestigio de monumentos como la Cúpula de la Roca o la mezquita mayor de Damasco. Por ello, podemos decir que el arte abasí parte de un discurso artístico heredado, mientras que los omeyas debieron servirse de las aportaciones ajenas al mundo árabe. Aun así, son muchos los nuevos aspectos introducidos por el arte abasí.

El desplazamiento del foco de poder de la Siria de los omeyas a Iraq conllevó el ascenso de los persas frente a los árabes como soportes de la nueva dinastía y la adquisición por parte de la autoridad califal de un carácter supremo y teocrático, muy propio de los grandes gobiernos orientales. De entre todas estas consecuencias sociales y culturales, el terreno artístico se vio profundamente afectado por la adopción de las tradiciones iraquíes heredadas de los reyes sasánidas como referente artístico en detrimento de los modelos y artífices bizantinos del periodo omeya. Es decir, en el periodo abasí, los califas recogen el legado omeya pero lo revisan y lo adaptan a las influencias persas sasánidas, que sustituyen a las influencias bizantinas anteriores en un contexto de mayor orientalización. El influjo sasánida, además, va a incluir también aspectos y tradiciones heredadas de la antigua Mesopotamia. Las nuevas influencias persas que van a determinar el arte de los abasíes proceden en gran parte de las residencias y monumentos edificados por los reyes sasánidas que aún restaban en pie en el siglo IX, de entre los cuales el más notable era el palacio de Ctesifon, la capital de los sasánidas. Mientras la Siria de los omeyas se había caracterizado por el uso de la piedra bien tallada, heredado de la tradición antigua, en Mesopotamia y en Persia predomina el uso del adobe (barro prensado y secado al sol) pero sobre todo del ladrillo (arcilla cocida). El ladrillo no sólo será el material con el que se levanten los paramentos sino también los soportes aislados, como los pilares rectangulares, cilíndricos o poligonales que, por lo general, desplazarán a la columna en la tradición abasí. Las columnas se seguirán empleando como recurso decorativo sobre todo, acompañadas de capiteles muy sencillos o de simples ábacos. La ligereza del ladrillo y su cohesión con el mortero lo hicieron propicio para la construcción de bóvedas, cuyo uso se generalizará en este periodo, ante la escasez de madera que hay en la región, que impedía la construcción de techumbres. Aun así, hay que recordar que la bóveda había sido un elemento ya empleado y conocido por los omeyas. Asimismo, en el arte abasí se emplearán un varios tipos de arcos, entre los que destacan el arco mitral, típicamente persa, así como el arco de herradura o el de medio punto. Las plantas de los edificios abasíes se basan diseños simétricos que con frecuencia incluyen patios rectangulares y donde adquiere un gran protagonismo el iwan, sala cubierta que se abre al exterior sin muro de fachada, limitada por tres paredes, a modo de un nicho de grandes dimensiones. Junto al iwan, los espacios residencias se caracterizaron también por el desarrollo de un tipo de vivienda que difería del bayt sirio, consistente en un plano con forma de T invertida abierta a un patio. En cuanto a los aspectos decorativos, se hace un uso abundante de la geometría simbólica y las formas puras, dispuestos en orlas y paneles donde el yeso se va a convertir en un material

protagonista, desplazando al mosaico como técnica decorativa principal. La fauna jugará también un papel significativo en las composiciones, que en muchos casos tendrá como finalidad la exaltación del califato. Durante el periodo abasí alcanzará un gran desarrollo también la cerámica, que en muchos casos se usó en el revestimiento de edificios. Los principales centros artísticos de la tradición abasí serán las capitales de Bagdad y Samarra, en el corazón del poder califal.

3. Ciudades y palacios De entre los conjuntos palaciegos del periodo abasí cabe destacar, en primer lugar, el palacio de Ujaidir (Iraq, 778). Situado en el desierto, a 120 kilómetros al suroeste de Bagdad, continua con la tradición aristocrática árabe de construir fuera de las ciudades, siguiendo los pasos de los omeyas y sus palacios del desierto. De hecho, recuerda por su situación y aspecto fortificado a dichos palacios omeyas, y desde el punto de vista de la planimetría, al palacio de Mshatta, ya que al igual que este consta de un recinto más o menos cuadrado, delimitado por una muralla con torres semicirculares, con un conjunto central de edificios ordenados de forma simétrica y dos espacios laterales con viviendas con patios y zonas ajardinadas. Este recinto principal constituye, dentro del recinto amurallado, una especie de alcazaba, y a él se accede por una puerta abierta en la fachada norte, que da acceso a un gran vestíbulo abovedado de planta rectangular. Del vestíbulo se pasa a un gran patio, cuyas cuatro paredes están adornadas con nichos de fondo plano y coronados con bóvedas de cascarón, es decir, de cuarto de esfera. Al fondo del patio se abren las salas de ceremonias a través de un iwan, que recordemos que era un tipo arquitectónico iraní consistente en una sala abovedada cerrada por tres lados y abierta al exterior por uno, a modo de nicho. Esta parte central va acompañada, a derecha e izquierda, por salas dispuestas en torno a cuatro patios cuadrados que constituyen núcleos residenciales, y en los que de nuevo se emplea el iwan. En cada patio aparecen dos iwanes, uno enfrentado al otro, dando

directamente al patio o a una galería porticada, con la que forma un plano con forma de T, lo cual constituye

un

ordenamiento

arquitectónico

típicamente abasí, que veremos repetido, por ejemplo, en Samarra. Entre estos espacios se encuentra, en el flanco noreste, una pequeña mezquita, con patio y mihrab habilitado en el muro sur del mismo. La técnica con la que ha sido levantada esta construcción, matacán con mortero cubierto de estuco y ladrillos en las bóvedas, el uso de pilares adosados formando nichos arqueados en los interiores de las salas abovedadas, o la utilización de arcos ciegos como elementos decorativos en las grandes superficies murarias, son evidencias del gran peso que ejercen las tradiciones sasánidas, de raíces mesopotámicas, en la arquitectura abasí.

Uno de los proyectos más ambiciosos de los llevados a cabo por los califas abasíes fue la construcción de la ciudad de Bagdad, fundada por el califa al-Mansur en 762 bajo el nombre de Madina al-Salam, “Ciudad de la paz”, para que fuera la capital del califato. Se trata de una ciudad concebida como centro del universo, para cuya construcción al-Mansur hizo llamar a ingenieros y trabajadores de todas las partes del islam. Fue diseñada con un altísimo grado de planificación, con una planta totalmente redonda de 2 kilómetros de diámetro. Este diseño urbanístico no era nada nuevo, como lo demostraba la antigua ciudad persa de Gur, construida en el siglo II, en Irán, aunque los escritos musulmanes así lo consideraban. Construida en un territorio aluvial muy fértil, pero donde no hay piedras para la construcción, la ciudad califal, enteramente hecha de ladrillos secados al sol, no ha dejado ningún vestigio, a pesar de haber estado constantemente habitada hasta nuestros días. Conocemos, no obstante, el aspecto de Bagdad gracias a las descripciones que nos han dejado los autores árabes. Tres murallas concéntricas protegían la ciudad. Entre la primera, provista de 112

torres, y la segunda, se encontraba un foso, mientras que entre la segunda y la tercera se levantaban áreas residenciales, distribuidas en 45 cuadrantes con dos calles radiales. Las cuatro puertas que daban acceso a la ciudad se hallaban equidistantes unas de otras y recibían los nombres de los territorios y ciudades a los que se dirigían: Damasco, Kufa, Basora y Jorasán. Estas puertas se organizaban en dos alturas, con un complejo sistema de bóvedas y galerías sobre fosos. El piso superior constaba de una sala abovedada que podía funcionar como tribuna abierta al territorio que circundaba la ciudad. Las puertas podían acoger también, aparte de sus funciones militares, funciones ceremoniales vinculadas con el poder regio. De las cuatro puertas partían cuatro calles principales a modo de bazares cubiertos y abovedados. La zona central estaba ocupada por un inmenso parque circular de una gran amplitud pero en su mayor parte deshabitado, al menos originalmente. En el núcleo se encontraba el palacio califal y la mezquita aljama de la ciudad, la cual no difería mucho de los modelos hipóstilos anteriores, según los textos. La mezquita, como aljama, era para uso de toda la población, pero al mismo tiempo tenía un marcado carácter regio y estaba unida al palacio. En el corazón de este, que a su vez era el centro mismo de la ciudad, había una sala concebida como una qubba, flanqueada por cuatro grandes iwanes, de planta cuadrada coronada por una gran cúpula de unos cuarenta metros de alto, revestida de ladrillos esmaltados y rematada por una estatua de un jinete con lanza. Era tradicionalmente conocida como la Cúpula Verde. Llama la atención que la ciudad de Bagdad fuera concebida prácticamente como un palacio real ampliado, como un gran conjunto palatino, debido a que muchas de sus características derivan de la arquitectura palaciega, y por su estrecha vinculación con el poder califal. Este imaginó la ciudad de forma idealizada como el centro de un imperio universal, por lo que ella misma es un exponente de las aspiraciones del califato y del islam. Hay que destacar también que, a pesar del alto grado de planificación de la ciudad y sus partes, mantuvo su forma ideal solo unos pocos años, pues según las necesidades del momento la población fue sobrepasando las murallas y los califas abandonaron los palacios del centro de la ciudad por la paz y la seguridad de las residencias suburbanas, de las cuales no nos ha llegado ningún resto.

Puesto que no queda nada de la Bagdad redonda de al-Mansur, debemos comparar lo que sabemos sobre ella con otros proyectos constructivos abasíes como la ciudad de al-Rafiqa (Raqqa), en la zona media del Éufrates, hoy en Siria. Fue fundada en el 772 supuestamente siguiendo el modelo de Bagdad, y en tiempos de Harun al-Rashid se le añadieron nuevas construcciones, como por ejemplo el conocido como Qasr al-Banut, el “Castillo de la Doncella” (reinado de Harun al-Rashid, 786-809). De esta construcción se conserva una fachada monumental de ladrillo, donde por primera vez vemos plenamente desarrollado un arco de cuatro centros. El ladrillo se ha usado en esta portada no solo como elemento constructivo, sino también decorativo, como es característico en las tradiciones persa y abasí. La planta de la Ciudad Redonda de Bagdad, como hemos subrayado, dificultada el crecimiento urbano en función de las necesidades, y además, no ofrecía un acuartelamiento práctico para las tropas que constituían la guardia personal del califa, formada por turcos con los que existían ciertas tensiones. Estos inconvenientes, y el deseo de expresar nuevamente la gloria del califato, impulsaron a los abasíes a construir una nueva capital a unos cien kilómetros al noroeste, también a orillas del Tigris: Samarra. Esta fue fundada en el 836 por el califa al-Mutasim, que se estableció en ella con toda su corte y administración. Durante sus cinco décadas de actividad, cada califa añadió algo nuevo a la ciudad original, por lo que esta acabó convirtiéndose en un conglomerado de barrios escalonados a lo largo del río, que acabaron por formar un núcleo urbano de casi 35 kilómetros de largo, y donde con toda probabilidad se llegará a alcanzar el medio millón de habitantes. Sin embargo, en 883 la ciudad dejó de ser la capital y comenzó su declive, por lo que podemos decir que tuvo una vida bastante corta. Se convirtió en una ciudad pequeña con significado religioso, cuyos edificios fueron poco a poco quedando enterrados o en ruinas. Sus palacios, a pesar de no estar totalmente excavados, puede decirse que son los más importantes de la arquitectura abasí. A nivel general, podemos decir que estos palacios se conforman por unas amplísimas sucesiones de apartamentos, patios, habitaciones, salas y galerías, cuya función desconocemos en gran medida, organizados por un eje central en el que se ubica la zona de recepción oficial, normalmente organizada de forma cruciforme, con una qubba en el centro y cuatro iwanes que la conectan con sendos patios. Asimismo, se acompañan de

amplios jardines y parques, cuidadosamente planificados, con fuentes y canales, e incluso reservas de caza o pistas de carrera. En cuanto a los aspectos técnicos, estos palacios fueron erigidos en ladrillo cocido y cubiertos por sistemas abovedados, ambos rasgos los propios de la práctica arquitectónica abasí. Destacar también que estos palacios eran concebidos como unidades autosuficientes y aisladas, como un mundo oculto de lujo y refinamiento, regido por el ceremonial principesco. Estos ambientes dieron pie a las imaginaciones de escritores y poetas, que en aquel tiempo empezaron a desarrollar el te...


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