Teoría DE LA Educación Y Sociedad Durkheim LA Educación PDF

Title Teoría DE LA Educación Y Sociedad Durkheim LA Educación
Course Sociología
Institution Universidad Nacional de La Matanza
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TEORÍA DE LA EDUCACIÓN Y SOCIEDAD DURKHEIM LA EDUCACIÓN, SU NATURALEZA Y SU PAPEL1. LAS DEFINICIONES DE LA EDUCACIÓN, EXAMEN CRÍTICOKant dice que el objetivo de la educación consiste en desarrollar en cada individuo toda la perfección de que él es susceptible, entendiendo como perfección al desarrol...


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TEORÍA DE LA EDUCACIÓN Y SOCIEDAD DURKHEIM LA EDUCACIÓN, SU NATURALEZA Y SU PAPEL 1.

LAS DEFINICIONES DE LA EDUCACIÓN, EXAMEN CRÍTICO

Kant dice que el objetivo de la educación consiste en desarrollar en cada individuo toda la perfección de que él es susceptible, entendiendo como perfección al desarrollo armónico de todas las facultades humanas, pero sin que se perjudiquen unas a otras. Pero si ese desarrollo armónico es necesario y deseable, no es íntegramente realizable; pues se encuentra en contradicción con otra regla de la conducta humana: la que nos ordena consagrarnos a una tarea especial y restringida. Tenemos, según nuestras aptitudes, diferentes funciones que cumplir, y uno debe ponerse en armonía con aquella que le incumbe. La definición utilitaria plantea que la educación tendría como objeto hacer del individuo un instrumento de felicidad para sí mismo y para sus semejantes, pero la felicidad es una cosa escencialmente subjetiva. Tal formula deja indeterminado el objetivo de la educación. Para Spencer, las condiciones de la felicidad son las de la vida. La felicidad completa es la vida completa, entendiendo por vida la vida física. Ella implica cierto equilibrio entre el organismo y su medio. Pero así no pueden expresarse más que las necesidades vitales más inmediatas. Ahora bien: para el hombre, y sobre todo para el hombre de hoy, esa vida no es la vida. Pedimos a la vida algo más que el funcionamiento más o menos normal de nuestros órganos. Lo que ayer considerábamos suficiente hoy nos parece por debajo de la dignidad del hombre. Llegamos al reproche general al que se exponen todas estas definiciones: ellas parten del siguiente postulado: que hay una educación ideal, perfecta, que vale indistintamente para todos los hombre; y es esa educación universal y única. Pero la historia no encuentra en ella nada que firme semejante hipótesis. La educación ha variado infinitamente según las épocas y según los países. La educación respondía a necesidades de un determinado momento histórico y ubicación geográfica. Pero hay necesidades ineluctables de las que es imposible hacer abstracción. Ese postulado tan discutible tiende por si mismo a un error más general. Si comenzamos por preguntarnos así cuál debe ser la educación ideal, admitimos implícitamente que un sistema educativo no tiene nada de real por sí mismo. Sólo se ve en él un conjunto de prácticas y de instituciones que son solidarias de todas las demás instituciones sociales y que las expresan, y en consecuencia, como propia estructura de la sociedad, no pueden ser cambiadas a volutad. Sino que parecen ser un puro sistema de conceptos realizados. Se imagina que los hombres de cada época la organizan voluntariamente para realizar un fin determinado y que, si tal organización no es la misma en todas partes, es porque ha habido un error sobre la naturaleza del objetivo que conviene perseguir, o sobre la de los medios que permiten alcanzarlo. Desde ese punto de vista, las educaciones del pasado aparecen como otros tantos errores totales o parciales. No debemos solidarizarnos con las fallas de observación o de lógica que hayan podido hacer nuestros antepasados. Sólo tenemos que preguntarnos por lo que debe ser. Las enseñanzas de la

historia pueden, a lo sumo, servirnos para ahorrarnos la recaída en los errores que ua han sido cometidos. Pero, de hecho, cada sociedad, considerada en un momento histórico de su desarrollo, tiene un sistema de educación que se impone a los individuos con una fuerza generalmente irresistible. Hay costumbres que estamos obligados a aceptar; si nos apartamos de ellas demasiado gravemente, nuestros hijos llegarán a ser adultos y no se encontrarán en condiciones de vivir entre sus contemporáneos, con quienes no estarán en armonía. Hay en cada momento un tipo redulador de educación del que no podemos apartarnos sin chocar con vivas resistencias que sirven para contener las veleidades de disidencia. Ahora bien, las costumbres y las ideas son el producto de la vida en común y expresan las necesidades de la misma. Son incluso, en su mayor parte, obra de las generaciones anteriores. Cuando se estudia históricamente la manera como se han formado y desarrollado los sistemas de educación, se ve que ellos dependen de la religión, de la organización política, del frado de desarrollo de las ciencias, del estado de la industria, etc. Si se les separa de todas esas causas históricas, se vulven incomprensibles. El individuo sólo puede actuar sobre ellas en la medida en que ha aprendido a conocerlas, en que sabe cuales son su naturaleza y las condiciones de que dependen, y solo puede llegar a saberlo si entra en su escuela. Cuando se quiere determinar lo que es la educación únicamente por la dialéctica, hay que comenzar por plantear los fines que debe tener. Se responderá que, evidentemente, tiene por objeto educar a los niños. Pero eso es plantear el ploblema en términos apenas diferentes: no es resolverlo. Habría que decir en qué consiste esa tarea, a qué tiende, a qué necesidades humanas responde. La observación histórica aparece como indespensable. 2.

DEFINICIÓN DE LA EDUCACIÓN

Para definir la educación debemos considerar los sistemas educativos que existen o han existido, compararlos, separar entre sus caracteres los que le son comunes. Ya hemos determinado dos elementos. Para que haya educación, es necesario que estén en presencia una generación de adultos y una generación de jóvenes, y una acción ejercida de los primeros sobre los segundos. Nos queda definir la naturaleza de dicha acción. No hay, por así decirlo, una sociedad en la cual el sistema de educación no presente un doble aspecto: es, a la vez, uno y múltiple. Es múltiple porque se puede decir que hay tantas especies de educación como elementos diferentes hay en "esa" sociedad. La educación varía de un grupo social a otro (burguesesobreros). Como el niño debe ser preparado en vista de la función que será llamado a cumplir, la educación , a partir de cierta edad, no puede seguir siendo la misma para todos los sujetos a los que se aplica,

por eso vemos que en todos los países "civilizados" tiende cada vez más a diversificarse y a especializarse. Para encontrar una educación absolutamente homogénea e igualitaria, habría que remontarse hasta las sociedades prehistóricas en el seno de las cuales no existe ninguna diferenciación. Sea cual sea la importancia de esas educaciones especiales, ellas no son toda la educaciòn, no se bastan a sí mismas. Todas descansan sobre una base común. No hay ningún pueblo en el que no exista cierto número de ideas, de sentidos y de prñacticas que la educación debe inculcar a todos lo sniños indistintamente a cualquier categoría social que pertenezcan. En el curso de toda nuestra historia, se ha constituido todo un conjunto de ideas sobre la naturaleza humana, sobre la importancia respectiva de nuestras diferentes facultades, sobre el derecho y sobre el deber, sobre la sociedad, sobre el arte, ,etc, que están en la base misma de nuestro espíritu nacional: toda educación, tanto la del rico como la del pobre, tiene por objeto fijarlas en las conciencias. Se desprende de estos hechos que cada sociedad se hace un cierto ideal del hombre, de lo que él debe ser tanto desde el punto de vista intelectual como del físico y moral; que dicho ideal es el mismo para todos los ciudadanos. Ese ideal, a la vez uno y diverso, es el polo de la educación. Esta tiene por su función suscitar en el niño: 1 cierto número de estados físicos y mentales que la sociedad a que pertenece considera que no deben estar ausentes en ninguno de sus miembros; 2 Algunos estados físicos y mentales que el grupo social particular considera igualmente que deben estar presentes en todos aquellos que lo integran. La sociedad no puede vivir a menos que exista entre sus miembtos una suficiente homogeneidad: la educación perpetúa y refuerza esa homogeneidad fijando por adelantado en el alma del niño las similitudes esenciales que reclama la vida colectiva. Pero sin cierta diversidad, toda cooperación se volvería imposible: la educación asegura la persistencia de esa diversidad necesaria diversificándose ella misma y especializándose. La educación no es para ella (la sociedad) sino el medio por el cual prepara en el corazón de los niños las condiciones esenciales de su propia existencia como sociedad. Llegamos a la siguiente fórmula: la educación es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre las que no están aún maduras para la vida social. Tiene por objetivo suscitar y desarrollar en el niño determinado número de estados físicos, intelectuales y morales que reclaman de él, por un lado la sociedad polìtica en su conjunto, y por el otro, el medio especial al que está particularmente destinado. CONSECUENCIA DE LA DEFINICIÓN PRECEDENTE: CARÁCTER SOCIAL DE LA EDUCACIÓN De la definición que precede resulta que la educación consiste en una socialización metódica de la joven generación. En cada uno de nosotros existen dos seres inseparables pero distintos. Uno está hecho de todos los estados mentales que sólo se refieren a nosotros mismos y a los acontecimientos de nuestra vida personal: el ser individual. El otro es un sistema de ideas, de

sentimientos y de hábitos que expresan en nosotros el grupo o los grupos diferentes de que formamos parte; tales son las creencias religiosas, las creencias y las prácticas morales, las tradiciones nacionales o profesionales, las opiniones colectivas de toda clase, su conjunto forma el ser social. Constituir ese ser en cada uno de nosotros, tal es el fin de la educación. Dicho ser social no ha resultado de un desarrollo espontaneo. Espontaneamente, el hombre no estaba inclinado a someterse a una autoridad política, a respetar una disciplina moral, a consagrarse a algo a sacrificarse. El niño, al entrar a la vida, sólo aporta su naturaleza de individuo. Es necesario que, por las vías más rápidas, agregue, al ser egoísta y asocial que acaba de nacer, otro, capaz de llevar una vida moral y social. Tal es la obra de la educación. Crea en el hombre un ser nuevo. Esa virtud creadora es, por otra parte, un privilegio especial de la educación humana. La educación no puede agregar nada esencial a la naturaleza, puesto que ésta satisface todo, tanto la vida del hombre como la del grupo. Por el contrario, en el hombre, las aptitudes de toda clase que supone la vida social son demasiado complejas para poder encarnarse en nuestros tejidos y materializarse bajo la forma de predisposiciones orgánicas. De ahí que no pueden transmitirse de una generación a otra por vía de la herencia. La transmisión se hace por la educación. Se dirá, si en efecto se puede concebir que tales cualidades propiamente morales, porque imponen privaciones al individuo, y porque inhiben sus movimientos naturales, no pueden ser suscitadas en otro ssino bajo una acción venida de fuera, no hay otras que todo hombre está interesado en adquirir y buscar espontáneamente? tales son las diversas cualidades de l ainteligencia que le permiten ajustar mejor su conducta a la naturaleza de las cosas. Hay que cuidarse de creer que la indiferencia por el saber haya sido impuesta artificialmente a los hombres en violación de su naturaleza. Ellos no tienen por si mismos el apetito instintivo de la ciencia que a menudo y arbitrariamente se les ha atribuido. Sólo desean la ciencia en la medida en que la experiencia les h aenseñado que no pueden pasarse sin ella. Como ya lo decía Rousseau, para satisfacer las necesidades vitales, la sensación, la experiencia y el instinto podían bastar. Si el hombre no hubiera tenido otras necesidades que aquellas, no hubiera emprendido la búsqueda de la ciencia. Sólo ha conocido la sed del saber cuando la sociedad la ha despertado en él, y la sociedad no la ha despertado sino cuando ella misma ha sentido la necesidad. Ese momento llegó cuando la vida social se volvió demasiado compleja para poder funcionar de otro modo que gracias a la ayuda del pensamiento reflexivo, del pensamiento aclarado por la ciencia. De esta manera, hasta las cualidades que parecen, a primera vista, tan espontáneamente deseables, no son buscadas por el individuo sino cuando la sociedad le invita a ella, y las busca de la manera que ella le prescribe. En tanto que mostramos la sociedad moldeando, de acuerdo a sus necesidades, a los individuos, podría parecer que estos sufrían, en consecuencia, una insoportable tiranía. Pero, en realidad, ellos mismos están interesados en esa sumisión, porque el nuevo ser que la acción colectiva, por

medio de la educación, edifica así en cada uno de nosotros, representa aquello que hay mejor en nosotros, lo que hay en nosotros de propiamente humano. El hombre, en efecto, no es un hombre sino porque vive en sociedad. La moral está en estrecha relación con la naturaleza de las sociedades. Es un resultado de la vida en común. Es la sociedad que nos saca fuera de nosotros mismos, que nos obliga a tener en cuenta otros intereses aparte de los nuestros, es ella que nos enseña a dominar nuestras pasiones, nuestros instintos, a darles normas, a privarnos, a incomodanos, a sacrificarnos, a subordinar nuestros fines personales a fines más altos. Así, hemos adquirido ese poder de resistirnos a nosotros mismos, y que está tanto más desarrollado cuando más plenamente como hombres. No debemos menos a la sociedad desde el punto de vista intelectual. La ciencia es quien elabora las nociones cardinales que dominan nuestro pensamiento: nociones de causa, de leyes, de espacio, de número, nociones de los cuerpos, de la vida, de la conciencia, de la sociedad, etc. Todas esas ideas fundamentales están perpetuamente en evolución. La ciencia es una obra colectiva, puesto que supone una vasta cooperación de todos los sabios no sólo de una misma época sino de todas las sucesivas épocas de la historia. La ciencia ha sido heredera de la religión. Pues bien, la religión es una institución social. Al aprender una lengua, aprendemos todo un sistema de ideas, destinguidas y clasificadas, y heredamos todo el trabajo de donde han salido esas clasificaciones que resumen siglos de experiencia. Sin el lenguaje no tendríamos ideas generales, pues es la palabra la que, al fijarlas, da a los conceptos una consistencia suficiente para que puedan ser cómodamente manejados por el espíritu. Si retiráramos del hombre todo lo que recibe de la sociedad, caería en el rango animal. Si ha podido sobrepasar el estado en que se detuvieron los animales es, en primer lugar, porque no está reducido al solo fruto de sus esfuerzos persnoales sino que coopera regularmente con sus semejantes, lo que refuerza el rendimiento de la actividad. Los resultados de la experiencia humana se conservan casi íntegramente e incluso en los detalles, gracias a los libros, a los monumentos figurativos, a las herramientas, a los instrumentos de toda clase que se transmiten de generación en generación, a la tradición oral, etc.

La sabiduría humana se acumula sin término, y esa acumulación indefinidaeleva el nombre por encima de la bestia y por encima de sí mismo. Esta acumulación sólo es posible en y por la sociedad. El individuo, al querer la sociedad, se quiere a sí mismo. La acción que ella ejerce sobre él, especialmente por la vía de la educación, no tiene por objeto y por efecto comprimirlo,

disminuirlo, desnaturalizarlo, sino, por el contrario, agrandarlo y hacer de él un ser verdaderamente humano. EL PAPEL DEL ESTADO EN MATERIA DE EDUCACIÓN Los deberes y los derechos del Estado en materia de educación, se les oponen a los derechos de la familia. El niño, se dice, es, en primer término, de sus padres; a ellos pertenece, pues, dirigir, según entiendan, su desarrollo intelectual y moral. La educación es entonces concebida como una cosa enteramente privada y doméstica. Si nos ubicamos en ese punto de vista, tendemos a reducir al mínimo la intervención del Estado en la materia. Él debería limitarse a servir de auxiliar y de sustituto a las familias. Pero debe encerrarse estrictamente en esos límites, y prohibirse toda acción positiva destinada a imprimir una orientación determinada al espíritu de la juventud. Pues, es preciso que su papel deba seguir siendo negativo. Si la educación tiene, ante todo una función colectiva, si tiene por objeto adaptar al niño al medio social en que está destinado a vivir, es imposible que la sociedad se desinterese de tal operación. Es ella, pues, que corresponde recordar sin cesar al maestro cuáles son las ideas, los sentimientos que hay que imprimir en el niño para ponerlo en armonía con el medio en que debe vivir. Si no estuviera siempre presente y vigilante para obligar a que la acción pedagógica se ejerza en un sentido social, ésta se pondría necesariamente al servidio de creencias particulares, y la gran alma de la patria se dividiría y se resolvería en una multitud incoherente de pequeñas almas fragmentarias en conflicto unas con las otras. Es necesario que la educación asegure entre los ciudadanos una comunidad suficiente de ideas y de sentimientos sin los cuales toda sociedad es imposible; y para que ella pueda producir ese resultado, es preciso además, que no sea totalmente abandonada al arbitrio de los particulares. Desde el momento en que la educación es una función esencialmente social, el Estado no puede desinteresarse de ella. Todo lo que es educación debe ser sometido a su acción. No debe monopolizar la enseñanza. Se puede creer que los progresos escolares son más fáciles y más rápidos allí donde se deja cierto márgen a las iniciativas individuales; porque el individuo es innovador de más buen grado que el Estado. Pero de que el Estado deba, en interés público, dejar abrir otras escuelas aparte de las que tiene directamente bajo su responsabilidad, no deriva que deba permanecer ajeno a lo que en ellas sucede. Por el contrario, la educación que en ellas se brinda debe permanecer sometida a su control. Ni siquiera es admisible que la función de educador pueda ser cumplida por alguien que no presente las garantias especiales de que sólo el Estado puede ser juez. No corresponde el Estado crear esa comunidad de ideas y de sentimientos sin la cual no hay sociedad; ella debe constituirse por sí misma, y aquél no puede hacer más que consagrarla, mantenerla, hacerla más consciente para los particulares. Ahora bien, es indiscutible que, entre nosotros, esa unidad moral no es lo que debería ser. Estamos divididos entre concepciones divergentes e incluso contradictorias.

No podrá ser cuestión de reconocer a la mayoría el derecho de imponer sus ideas a los hijos de la minoría. La escuela no podrá ser cosa de un partido, y el maestro falta a sus deberes cuando emplea la autoridad de que dispone para arrastrar a sus alumnos por el carril de sus posiciones personales. Pero hay ya en la base de nuestra civilización un cierto número de principios que, implícita o explícitamente, son comunes a todos; que en todo caso, muy pocos se animan a negar abiertamente y de frente: el respeto por la razón, por la ciencia, por las ideas y los sentimientos que están en la base de la moral democrática. El papel del Estado consiste en separar esos principios esenciales, en hacerlos enseñar en sus escuelas, en velar porque en ninguna parte queden ignorados por los niños....


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