ARISTÓTELES METAFÍSICA L I Y IV (1) (1) PDF

Title ARISTÓTELES METAFÍSICA L I Y IV (1) (1)
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BIBLIOTECA DE FILOSOFÍA ARISTÓTELES DIRIGIDA POR EZEQU1EL DE OLASO METAFÍSICA Traducción directa del griego, Introducción, Exposiciones sistemáticas e índices por HERNÁN ZUCCHI EDITORIAL SUDAMERICANA BUENOS AIRES PUBLICACIÓN AUSPICIADA POR EL CENTRO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS (CIF) PRIMERA EDICI...


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BIBLIOTECA DE FILOSOFÍA DIRIGIDA POR EZEQU1EL DE OLASO

ARISTÓTELES

METAFÍSICA Traducción directa del griego, Introducción, Exposiciones sistemáticas e índices por HERNÁN ZUCCHI

EDITORIAL SUDAMERICANA BUENOS AIRES

PUBLICACIÓN AUSPICIADA POR EL CENTRO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS (CIF)

PRIMERA EDICIÓN Julio de 1978 SEGUNDA EDICIÓN Abríl de 1986

IMPRESO EN LA ARGENTINA

Queda hecho el depósito que previene lo ley 11.723. ©1986, Editorial Sudamericana, S.A., Humberto I 631, Buenos Atret.

ISBN 950-07-0339-4

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I (AI,KA) I. Todos los hombros, por naturale/.a, desean conocer. Prueba de ello es la estima de que go/.an las sensaciones, pues, al margen de su utilidad, las estimamos por sí mismas; y, por encima de todas, a lu .ii'maeión visual. En efecto, no sólo con el fin de obrar, sino aun sin tener que efectuar acción alguna, preferimos, por asi decirlo, la vista a todo lo demás. La causa de esto reside en que, entre todos 'los sentidos, ella nos proporciona más conocimientos y nos hace patente muchas peculiaridades de las cosas. Los animales, por naturaleza, están dotados de sensación, pero en algunos, a partir de ella, no se constituye ulteriormente el recuerdo, en otros, sí. Por esta razón, los últimos son más avisados y más capaces de aprender que los que carecen del poder de recordar, pues los incapaces de percibir sonidos son avisados, mas no poseen la facultad de aprender, tal como ocurre con la abeja y con cualquier otro género de animales que esté constituido de esa manera. Sólo poseen la capacidad de aprender los que, además del recuerdo, están dotados de ese sentido. Mientras los animales viven con el auxilio de imágenes y recuerdos, participando escasamente de la experiencia, el género humano se vale de la técnica y del raciocinio; mas en los hombres la experiencia nace del recuerdo. Muchos recuerdos referentes a una misma cosa dan por resultado una experiencia. Y pareciera que la experiencia es casi semejante a la ciencia y a la técnica, empero, ciencia y técnica arriban a los hombres a partir de la experiencia. Pues la experiencia engendró la técnica, como dijo con razón Polo,

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y la inexperiencia el azar. Nace la técnica cuando, de un cúmulo de nociones empíricas se elabora un único juicio universal válido para todos los casos semejantes. Formular el juicio que tal medicamento curó a Calías, que se encontraba aquejado de tal o cual enfermedad, y que lo mismo hi/o con Sócrates y con otros muchos individuos, es propio 10 de la experiencia. Pero saber que un medicamento curó a todos los individuos de cierto tipo, considerados como una especie determinada, aquejados de cierta enfermedad, como por ejemplo, los flemáticos, o los biliosos, o los afectados de fiebre alta, es cosa de la técnica. Con relación al obrar, pareciera que experiencia y técnica en nada difieren, pues a menudo comprobamos que los 15 empíricos aciertan más que quienes poseen la teoría sin la experiencia. La razón de esto reside en que la experiencia es conocimiento de lo particular, mientras que la técnica lo es de los universales, y que el obrar y el devenir pertenecen por entero al dominio de lo particular. No es al hombre en general a quien cura el médico a no ser por accidente, sino a Calias o a Sócrates o a algún'otro 20 individuo así denominado y al que le ocurre accidentalmente ser hombre. Entonces, si se posee la teoría sin la experiencia y si se conoce el universal pero no el individuo subsurnido bajo él, se incurrirá en errores de tratamiento, pues es el individuo quiñi debe ser tratado. Sin embargo, creemos que en general el saber \a capa25 cidad de comprender pertenecen más bien a la técnica que a la experiencia y reputamos más sabios a los técnicos que a los empíricos, pues la sabiduría, en todos los hombres, está vinculada al saber más estricto. Y esto ocurre porque unos conocen la cansa y otros no. Los empíricos saben i/ue una cosa es, pero ignoran el porque: los técnicos, en cambio, 30 conocen el porqué y la causa. Por esto pensamos que los maestros de obras son más dignos de consideración, \n más sabios, que los obreros manuales, porque están al tanto

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de las causas de lo que hacen, mientras que los otros, como 981b ocurre con algunos seres inanimados, obran sin saber lo que hacen, al modo como el fuego quema. LON son'S Inanimados efectúan cada una de estas cosa* por alguna tendencia natural, los obreros manuales, en cambio, lo hacen por hábito. Así, los maestros de obras no son más sabios por »u des- 5 treza práctica, sino porque timen la teoría y conocen las causas. En general, el signo distintivo del sabio y del ignorante es la capacidad de enseñar, y por esto estimamos que la técnica es en más alto grado ciencia que la experiencia, porque los técnicos pueden enseñar y los otros no. Además, consideramos que ninguna de las sensaciones 10 constituye la sabiduría. Pues, por importante que sean para el conocimiento de lo particular no nos suministran el porqué de nada. Por ejemplo, por qué el fuego es caliente, sino sólo que es caliente. Por eso es probable que antaño el inventor de una técnica cualquiera, emancipada de las sensaciones ordinarias, despertara admiración entre los hombres. Esto no sólo habría 15 ocurrido a causa de la utilidad de sus invenciones, sino por su sabiduría y superioridad sobre los demás. Y como que fueron inventadas cada vez más técnicas, teniendo unas por mira las necesidades y otras el agrado, los inventores de estas últimas fueron tenidos por más sabios que los primeros, porque sus ciencias no estaban enderezadas a la utilidad. De ahí que una vez constituidas todas las técnicas, se 20 descubrieron las ciencias que no tienen por objeto ni el placer ni la necesidad. Se originaron, en primer lugar, en los países donde los hombres gozaban de ocio. Por esta razón las matemáticas nacieron en Egipto, porque en ese país le fue concedido el ocio a la clase sacerdotal. Hemos establecido en la Ética la diferencia entre técnica, 25 ciencia y las otras actividades similares. El objetivo de nuestro tratamiento presente es que se concibe generalmente a

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la llamada sabiduría como ocupada de las primeras causas y principios; de manera que, como antes se ha dicho, el empírico parece ser más sabio que el que sólo dispone de conocimienfos sensibles, cualesquiera que sean; el técnico más que el empírico; el maestro de obras que el obrero manual, las ciencias teóricas que las productivas. Salta a la vista que la sabiduría os la ciencia que se ocupa de determinados principios y do determinadas causas. II. Puesto que buscamos esa ciencia, habrá que examinar de1 qué causa y de qué principios la sabiduría es ciencia. Si se tuvieran en cuenta las opiniones que comúnmente se forjan acerca del sabio, este asunto se tornaría más claro. Se supone: ¡a? que, en la medida de lo posible, el sabio conoce todas las cosas sin tener en particular la ciencia de cada una de ellas; (b.jque se denomina sabio a quien es capaz de conocer lo más difícil y lo que no es fácilmente accesible al conocimiento humano, pues siendo el conocimiento sensible común a todos, es fácil y no tiene un ápice de sabiduría; además, c. que quien posee un conocimiento más riguroso de las causas y quien es más capaz de enseñarlas^es, en cualquier género de ciencias, el más sabio. Además, d.jentre las ciencias, la más deseable por sí misma y, por el saber que proporciona, se considera que es en mayor medida sabiduría que la que sólo es deseable por los resultados. Y,;fé\ que la ciencia dominante es en mayor medida sabiduría que la auxiliar, pues no es competencia del sabio recibir órdenes, sino prescribirlas. No es él quien debe obedecer, pues es el menos sabio quien debe estarle sometido. Tales son las opiniones, en naturaleza y en número, que se tiene de la sabiduría y de los sabios, a. Entre las peculiaridades que acabamos de señalar, el conocimiento de todas las cosas pertenece necesariamente a quien posee la ciencia de lo universal, porque éste conoce, de alguna manera, los casos particulares que el universal abraza, b. Estos

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conocimientos, es decir, ION man universales para el hombre, son quizás los más difícil»1* de adquirir, porque son los más 25 alejados de las sensación*)*. Atlomn*, o, IIIN clónelas mas rigurosas son las que en rnnyor medida NP ocupan do lo,s'prlmo,ros principios, pues bu que HP vitlon do monos principios son más exactas quo las tiup tlonon quo añadir más principios; como, por ejemplo, la aritmética os más rigurosa que la geometría. Más aún: I» (•{pitóla qno so ocupa de las causas es en mayor medida instructiva qno la que no lo hace; pues enseñar consiste en poder Niiiiilnlstrar las causas de cada 30 cosa. Además, d. el saber y el conocer, considerados en sí mismos, se realizan más plenamente en el conocimiento de lo más cognoscible. Quien aspira a conocer por el conocer mismo tendrá una decidida preferencia por la ciencia más 982b cabal. Y esa ciencia os do lo más cognoscible, pues lo más cognoscible son los principios primeros y las causas. A" través de los principios y a partir de ellos se conoce lo demás y no inversamente los principios a través de los particulares que dependen de ellos. Por último, g; la ciencia dominante y superior a la subordinada es la que conoce en virtud de qué fin ha de hacerse cada cosa, pero, para cada individuo, 5 este fin es el bien y, en general, el objetivo del proceso natural. Las consideraciones que anteceden muestran que el nombre buscado recae sobre la misma ciencia, la cual ha de escrutar los primeros principios y las causas, pues el bien, es 10 decir, el fin, es una de las causas. Y que no se trata de vina ciencia productiva dan prueba las consideraciones de los primeros que filosofaron. En efecto, mediante la admiración los hombres, tanto ahora como antes, comenzaron a filosofar. Al comienzo se admiraron de las dificultades sencillas, después, avanzando gradualmente, plantearon dificultades en torno de los problemas más gra- 15 vos, tales como los cambios de la Luna, los, del Sol y las estrellas y, finalmente, acerca del origen del universo. Ahora

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bien, quien se encuentra perplejo ante una dificultad y quien se admira, reconoce su propia ignorancia (de ahí que el amante de los mitos, de alguna manera, sea amante de la sabiduría, porque el mito consiste en un cúmulo de maravillas). Así, pues, si los primeros filósofos se dieron a filosofar, para huir de- la ignorancia, persiguieron el saber en consideración del conocimiento y no por su utilidad. Y lo que ocurrió da testimonio de lo que decimos, pues se comenzó a buscar ese tipo de conocimiento tan pronto .se hubieron satisfecho todas las necesidades de la vida y todo lo relativo al bienestar y el solaz. Es obvio que no buscamos ese conocimiento en virtud de una ulterior utilidad. Y así como llamamos libre al hombre que tiene su fin en sí mismo, y no existe para otro, así decimos que ésta es la única ciencia libre, puesto que es la única que tiene su propio fin. Por esto podemos con justicia considerar como no humana su adquisición. De tantas maneras la naturaleza humana es esclava que, según Simónides, puede decirse que:

tribuyen a las necesidadex vítale», pero ninguna es más excelente que aquélla. Sin embargo, en cierto Mentido, la lulquiNlclún di* e,sa ciencia tiene que provocar un i'Nttulo (lt< Animo opílenlo a aquel con que comenzárnosla IndugttelÓM, TocloN comienzan, como dijimos, admirándose dt* que IIIN OONIIN sean como ion, como ocurre con los títeres que le mueven por sí solos, con los solsticios y con lu inconmeiiNiinihllldad de la diagonal. Parece admirable a quienquiera que iiún no haya escrutado la causa, que una cantidad no udinltii .ser medida por la unidad más pequeña. Pero t'S mene»ter arribar al temple de ánimo contrario y, según el proverbio, ni mejor, como ocurre cuando se comprenden los ejemplos mencionados. Pues nada provocaría más admiración a un geómetra que si la diagonal se tornara mensurable. Ha quedado establecido cuál es la naturaleza de la ciencia buscada y cuál es el objetivo a que debe enderezarse nuestra búsqueda y nuestra indagación.

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Sólo Dios puede gozar de ese privilegio

III. Es claro que debemos procurarnos la ciencia de las primeras causas (pues decimos que conocemos una cosa cuando consideramos conocer su causa primera). Hablamos de causa en cuatro sentidos diferentes. En primer lugar, decimos causa a la ousía o a 'lo que es ser esto" (pues el porqué de una cosa se reduce en újtimo término al enunciado de esa cosa y el primer porqué es causa y principio); en segundo lugar, causa es la materia o el sustrato; en tercer lugar, es el principio de movimiento y, en cuarto lugar, a menudo opuesto al tercero, es el fin y el bien (pues éste es el fin de todo devenir y de todo movimiento). Hemos estudiado suficientemente esto en la Física. Con todo, tengamos en cuenta las opiniones de quienes antes de nosotros se entregaron a lu investigación de la naturaleza de los seres y filosofaron acerca de la verdad. Evidentemente, también aquéllos reconocieron ciertos priacipios y [determinadas] causas. Será, pues, de

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v es indigno que el hombre no busque la ciencia que está a su alcance. Si los.poetas obstan en lo cierto y la divinidac es celosa, es probable que, en este caso, debiera estarlo, Y tendrían que ser desdichados todos cuantos se destacaron en estas disciplinas. Pero es inadmisible que la divinidad sea celosa (y, como declara el proverbio, "los poetas nos dicen muchas mentiras"), y es menester pensar que ninguna otra ciencia es superior en dignidad a aquélla. Pues la ciencia más divina es la más venerable y sólo esta ciencia lo es por dos razones: una ciencia es divina si Dios la posee de manera muy especial y si trata de cosas divinas. Ahora bien, sólo esta ciencia satisface ambas exigencias, pues es opinión generalizada que Dios es una de las causas y no determinado principio, y que Dios de manera exclusiva o eminente poseería esa ciencia. Todas las demás ciencias más bien con-

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provecho para la presente investigación que nos aboquemo* al estudio de esas opiniones, pues o bien descubriremos otra clase de causa, o bien depositaremos más confianza en aquellas que acabamos de mencionar. La mayor parte de los primeros filósofos creyeron que los principios de todas las cosas se encontraban exclusivamente en el dominio de la materia. Ella es pues el principio de que consisten todas las cosas y a partir del cual comienza la generación y al que finalmente todo se reduce al corfomperse, pues la ousía subsiste aunque modificada por sus afecciones; además, sostuvieron que es el elemento y el principio de los seres. En virtud de estas consideraciones, creyeron que en el fondo no existe ni generación ni corrupción, ya que esa naturaleza se conserva siempre, así como no afirmamos que Sócrates nazca absolutamente cuando se torna bello o músico, ni perezca cuando pierde estas cualidades, porque el sustrato subsiste, es decir, Sócrates mismo... Y otro tanto ocurre con lo demás. Porque siempre debe existir una determinada naturaleza (una o más de una) de la que nace todo el resto, mientras ella se conserva. En cuanto al número y carácter de semejante principio, no todos concordaron. Tales, el fundador de este tipo de filosofía, dijo que es el agua (por eso sostenía que la Tierra flotaba sobre el agua); quizás llegara a esta creencia observando que el alimento de todas las cosas es lo húmedo y que el mismo calor nace de él y que de él vive (porque principio es aquelio de donde nacen todas las cosas). Pudo haber llegado a esta creencia razonando de esa manera y observando que los gérmenes de todas las cosas tienen naturaleza húmeda y que el agua es la fuente de todo lo húmedo. Hay quienes creen que los pensadores de edad muy temprana, muy anteriores a los de esta otra generación, y que fueron los primeros que trataron de los dioses, se formaron la misma opinión acerca de la naturaleza. En efecto, consideraron a Océano y a Tetis padres de la generación de las

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cosas y observaron que él juramento do ION dioses se hace por el agua, que los poetu llaman Eitiglu. Lo mía antiguo es lo más venerable, y 10 jura por lo mal venerable. Es muy incierto determinar si o»tu opinión acerca de Itt naturaleza 9«4a es, en verdad, primitiva y antigua, nlii «Mtibargo «e dice que esto era lo que penslba Talen uoarcu de la primera causa. Con respecto a Hippón, nadio lo considerará digno de figurar junto con los primero» peniadores, en virtud de la pobreza de su inteligencia. Anaxímenes y Diógenes .soütuvloron que el aire es ante- 5 rior al agua y lo señalaron como principio de los cuerpos simples. En cambio para Hipaios de Metaponto y Heráclito de Éfeso el fuego es el principio. Empédocles, que a los principios ya mencionados agregó la tierra como cuarto elemento, aceptó cuatro. Sostuvo que éstos siempre perduran y sólo están sometidos al devenir por aumento o disminución numérica, sea que se combinen para formar una unidad, sea que se diferencien a partir de la unidad. Anaxá- 10 goras de Clazomene, mayor que Empédocles en edad, pero posterior en cuanto a sus escritos, dijo que los principios son infinitos. Sostuvo que casi todas las cosas formadas de partes semejantes [homeómeras], como es el caso del agua o el fuego, sólo se engendran y se destruyen por combina- 15 cfón y diferenciación de sus partes; pero que, en otro sentido, en modo alguno nacen o se destruyen, sino que subsisten eternamente. Después de recorrer las opiniones de estos pensadores, podría pensarse que la única causa es la que pertenece a la clase que se llama material. Pero, avanzando de esta manera, la realidad misma les señaló el camino a seguir y los forzó a una indagación ulterior. Porque si es cierto que toda generación y toda destrucción tiene lugar a partir de un 20 único principio o de muchos, ¿por qué acontece esto y cuál es la causa? Es obvio que el sustrato por sí mismo no produce sus

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I. Hay una ciencia que estudia el ente en cuanto ente y 20 las determinaciones que por sí le pertenecen. Esa ciencia no se identifica con ninguna de las llamadas ciencias par-, tículares, pues ninguna de éstas considera en su totalidad al ente en cuanto ente, sino que, después dé haber deslindado alguna porción de él, estudia lo que le pertenece accidentalmente por sí a esa cosa, tal como ocurre con las 25 ciencias matemáticas. Mas, puesto que buscamos los principios y las causas supremas, es evidente que han de ser causas de alguna naturaleza en virtud de su propio carácter. Si los que investigaron los elementos de los seres buscaron esos primeros principios, los elementos que buscaban tenían que ser necesariamente elementos del ente, no ac- 30 cidentalmente sino en cuanto tal. De ahí que también debemos aprehender las primeras causas del ente en cuanto ente. II. El [término] ente tiene muchos significados, pero todos ellos en relación con algo único y con una naturaleza única. Ño se trata de una mera coincidencia nominal, sino que así como todo lo sano siempre está en relación con la salud (sea para conservarla, sea para producirla, sea para señalarla, sea, en fin, para recibirla), y el término médico está en relación con el arte de la medicina (pues una cosa se di...


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