Capitulo 10 Psicología Social 2do cuatrimestre PDF

Title Capitulo 10 Psicología Social 2do cuatrimestre
Course Psicología Social
Institution UNED
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Capitulo 10 Psicología Social 2do cuatrimestre UNED solo el libro no es un resumen y no se que mas poner porque sino no me deja subirlo así que os doy la chapa...


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CAPÍTULO 10. AGRESIÓN INTRODUCCIÓN Es tradicional en los manuales y en las monografías dedicadas a la agresión introducir el tema dando datos espeluznantes sobre el número de víctimas de crímenes, actos terroristas y otras formas de violencia extrema. Esa manera de presentar la agresión, por e impactante que resultado, puede dar la impresión de que se trata de un fenómeno «extraordinarios y no len cotidiano. Nada más lejos de la realidad: la agregación es una capacidad y una tendencia que todos los seres humanos poseemos. El que la manifestemos en mayor o menor medida depende de múltiples factores, algunos de los cuales revisaremos en este capítulo. La Psicología Social entiende la agresión como un problema social que se produce en la interacción entre individuos y entre grupos, y que resulta de la influencia conjunta de las características personales de los implicados y de las condiciones sociales y situacionales en las que ese comportamiento tiene lugar. La agresión se da en múltiples formas y contextos: bullying, mobbing, maltrato doméstico, bandas violentas, terrorismo, agresión institucional, ostracismo, pero también calumnias, «zancadillas», negación de ayuda ... La lista es interminable, y existe gran cantidad de investigación que ha analizado tanto los factores instigadores como los factores de riesgo. Como decíamos, el comportamiento agresivo es un aspecto del ser humano completamente normal, que existe porque tuvo un indudable valor adaptativo para la supervivencia de nuestra especie, igual que para el resto de los animales. Pero, a pesar de esa «normalidad», es cierto que se trata de un aspecto que tiene consecuencias para los implicados. De ahí negativas y, en ocasiones, dramáticas Socia- los psicólogos que les han dedicado un gran esfuerzo a investigar sus causas, sus consecuencias y los procesos que favore- Poresivo. De hecho, cen e inhiben el comportamiento ag sea el que más probablemente este campo de estudio sea ha contribuido a popularizar la Psicología Social. Sin duda, no es casualidad que los tres estudios más conocidos de esta disciplina sean el de Milgram sobre obediencia ciega a la autoridad (descrito en el Capítulo 7), el de Sherif sobre conflicto intergrupal en unos campamentos de verano (descrito en el Capítulo 13) y el de Zimbardo sobre simulación de una prisión en la Universidad de Stanford (en el apartado de Lecturas Recomendadas, al final de este capítulo, puede enconA diferencia de lo que ocurre con la conducta de ayuda, obtener medidas de comportamientos agresivos plantea considerables problemas a los investigdores. En los estudios experimentales estos problemas trarse un enlace a ese experimento). son de tipo ético: no es aceptable crear situaciones experimentales en las que se dé a los participantes la oportunidad de infligir un daño real a otra persona. Por eso, se crean simulacros (aunque los sujetos muchas veces no saben que lo son) que permiten estudiar dicho comportamiento de forma inocua, y después se comparan los resultados con otros obtenidos a partir de la observación de situaciones reales. Pero también contextos naturales plantea problemas, porque muchos actos de agresión son difíciles de encontrar en la vida cotidiana. Partiendo de estas limitaciones, los estudios de agresión se basan, fundamentalmente, en la observación de la conducta, ya sea en el laboratorio o en ambientes naturales, en la recogida de informes sobre pensamientos, sentimientos y conductas agresivas (de los propios implicados o de personas que conocen) y en el empleo

de registros oficiales, como estadísticas y datos de archivo. A pesar de los problemas inherentes a la investigación en esta área, la cantidad de estudios es abrumadora, y resulta muy difícil resumir en unas pocas páginas todo el conocimiento acumulado y en continuo desarrollo. Por eso, recomendamos una serie de lecturas y enlaces de internet que pueden proporcionar mucha más información sobre diversas cuestiones que aquí el estudio de la agresión no podemos más que apuntar. El presente capítulo comienza delimitando el concepto de agresión en Psicología Social y distinguiendo lo de otros relacionados con él. A continuación se aborda brevemente el papel que desempeña la biografía y la cultura en la agresión humana. Después se expone una muestra de los modelos teóricos desarrollados dentro de la disciplina para explicar el comportamiento agresivo. En el siguiente apartado, el más extenso, se revisa la investigación más representativa sobre los factores desencadenantes de agresión, tanto como los factores de la situación to los que están presentes en que aporta la persona, así como sobre los riesgo que predisponen al comportamiento agresivo. gru- Dedicamos luego un breve apartado a la agresión pal, con la perspectiva de que un capítulo posterior (el se ocupará expresamente del conflicto entre grupos desde una óptica diferente y, finalmente, damos unos breves apuntes sobre algunas de las estrategias de intervención propuestas para prevenir o reducir de agresión. ¿QUÉ SE ENTIENDE EN PSICOLOGÍA SOCIAL POR AGRESIÓN? Al ser un término tan común en el lenguaje cotidiano, parece innecesario definirlo. sabe lo que significa la palabra «agresión». Sin embargo, a la hora de decidir si una determinada acción es agresiva o no, se hace evidente que no hay un acuerdo universal. La razón es que esa decisión depende, entre otras cosas, de factores societales, como valores compartidos y creencias normativas existentes en cada sociedad concreta, que además varía de una época a otra. Por ejemplo, hasta hace relativamente poco, en nuestra cultura no se considera agresión castigo corporal a los hijos, ni tampoco el que un hombre forzara a su pareja para tener relaciones sexuales cuando a él le apeteciera. Y en otras culturas se siguen considerando legítimas estas prácticas. Para poder avanzar en su intento de comprender y explicar el comportamiento social de las personas, los psicólogos sociales necesitan ponerse de acuerdo en cómo definir los fenómenos que estudian, en este caso la agresión, y establecer un cierto consenso sobre los criterios básicos que deben cumplir una determinada conducta para considerarla agresiva. La definición más consensuada en la disciplina es la de Baron y Richardson (1994): agresión es cualquier forma de conducta realizada con la intención de hacer daño a otra persona (o grupo) que quiere evitarlo. Veamos qué quiere decir esto. En primer lugar, la conducta agresiva se caracteriza como tal por la motivación que la impulsa (hacer daño a otro), no por sus consecuencias. Esto quiere decir que, aunque el daño realmente no llegue a producirse, si la acción se ha llevado a cabo con esa intención, es un acto agresivo. Y, por el mismo razonamiento, si el que realiza la ación no tenía intención de hacer daño, aunque no se consideraría agresión. Recordemos que algo similar ocurrió en el caso de la conducta de ayuda (véa- el resultado sea perjudicial para el otro, Capítulo 9).

Pero no es suficiente la intención del actor para se el que una acción se considera agresiva. Al ser un proceso interpersonal (o bien grupal o intergrupal), el punto de vista de la víctima también es decisivo. Sólo si esto quiere evitar dicha acción intencionada del otro hablaríamos de agresión. Esto excluye situaciones en las que el daño se produce con el consentimiento de la víctima, como ocurre en los tratamientos médicos dolorosos o en las prácticas sexuales sadomasoquistas, por ejemplo. Además de definir el concepto, es importante distinguir otros con los que suelen confundirse, especialmente «conducta antisocial», «violencia» y «maldad». El término conducta antisocial es más general y se refiere a todos aquellos comportamientos que violan las normas sociales sobre lo que se considera una conducta apropiada (DeWall y Anderson, 2011). Por tanto, incluye también acciones que no son realizadas con la intención de hacer daño a otras personas, por ejemplo, los actos vandálicos o arrojar desperdicios en lugares públicos no destinados para ello. El término violencia es más concreto, y se suele referir a las formas más graves de agresión física o no física (violencia psicológica o emocional) que buscan controlar, castigar o incluso destruir a otras personas. Por consiguiente, todos los actos violentos son agresivos (si la víctima no los acepta), pero no toda conducta agresiva tiene por qué ser violenta. En cuanto a la maldad, se trata de un fenómeno que está atrayendo la atención de un número cada vez mayor de investigadores dentro de la Psicología Social (pe, Bandura, 1999: Baumeister, 2000; Berkowitz, 1999; Darley, 1992; Miller, 2004; Zimbardo, 2007), aunque todavía carece de tradición empírica debido a que hasta hace poco se consideraba una cuestión difícilmente abordable desde una perspectiva científica. Existen diferentes definiciones del concepto, pero los elementos esenciales de los actos de maldad son su carácter cruel y extremadamente dañino y el tratar se de acciones (u omisiones) injustificadas, al menos desde el punto de vista de la víctima. Como ocurría en el caso de la violencia, podemos decir que siempre implica agresión, pero no toda agresión debe considerar un acto de maldad. Puede ampliar la formación sobre este fenómeno con la lectura del bajo de Quiles, Morera, Correa y Leyens (2008), citado en el apartado de Lecturas Recomendadas, al final del capítulo. La conducta agresiva puede adoptar múltiples formas, y en este sentido los seres humanos hacemos gala de una enorme creatividad. Podemos agredir directa o indirectamente, abierta o encubiertamente, de palabra, obra u omisión (Cuadro 10.1). Una de las en los últimos años es la agresión relacional, por las consecuencias maldad formas que más interés han despertado Este tino de psicológicas que tiene para la víctima. nado a las relaciones sociales de otra persona, a sus sentimientos de aceptación y de inclusión en un grupo (Crick y Grotpeter, 1995). Por ejemplo, extender rumores negativos sobre alguien a sus espaldas, retirarle la amistad si no se presta a hacer lo que queremos, excluirla de nuestro círculo de amistades, ignorarla, todo ello producir en la víctima lo que se ha dado en llamar « dolor social », cuyos efectos han demostrado ser más duraderos y nocivos que los del dolor físico (Chen, Williams, Fitness y Newton, 2008). Recordemos, a este respecto, lo expuesto en los Capítulos 1 y 8 sobre el rechazo interpersonal y la amenaza a la necesidad de pertenencia.

Hay una distinción clásica en el estudio de la conducta agresiva que hace referencia a su función y a agresión se define como daño intencional motivos que la impulsan: la que se establece en- re agresión hostil y agresión instrumental. La primera se caracteriza por ir acompañada de una fuerte carga emocional, por ser impulsiva y por estar motivada fundamentalmente por el objetivo de hacer daño a otro. I tipo de conducta agresiva que se suele producir como reacción a una provocación, por ejemplo; de ahí que a veces se la denomine 'agresión reactiva', La agresión instrumental o proactiva, por su parte, es fría, Pdoce ada y no está motivada exclusivamente por Es el de hacer daño (al menos no es ese su objeti- sino por otra meta diferente, como conse- el vo último). guir dinero o poder a costa de otras personas la conducta. En estos agresiva no es más que un medio casos, para conseguir un determinado fin, no es un fin en sí misma. Aunque esta distinción entre los dos tipos de agresión se sigue manejando, algunos autores la consideran poco útil porque en la realidad ambas están muy relacionadas y los motivos muchas veces se mezclán (Bushman y Anderson, 2001). Por ejemplo, una persona puede planificar de forma fría y calculadora una venganza contra alguien que previamente la ha provocado. O puede recurrir a la agresión para seguir lo que quiere de forma tan habitual que acabe automatizando esa estrategia y poniéndola en marcha de forma impulsiva. LAS RAÍCES BIOLÓGICAS DE LA AGRESIVIDAD HUMANA Según los enfoques evolucionistas, la tendencia que manifiesta los seres humanos actuales a comportarse agresivamente es producto de la evolución. A lo largo de la historia de nuestra especie, ese comportamiento ha resultado útil para la supervivencia y la reproducción, y esa es la razón por la que se ha mantenido a pesar de sus consecuencias muchas veces perjudiciales, no sólo para las víctimas sino incluso incluso para el agresor, por el riesgo que conlleva (Archer, 2009). Por ejemplo, gracias a la conducta agresiva era posible defender de otros agresores, asegurar una pareja con la que procrear, proteger a los hijos y luchar por los recursos escasos. De ahí que evolucionaran una serie de mecanismos cerebrales y de procesos fisiológicos que facilitan esas conductas, aunque sólo se manifiestan ante los estímulos pertinentes. Existen varios indicios que avalan el componente innato de la conducta agresiva: - Aparece demasiado temprano en el desarrollo del niño como para que pueda deberse sólo al aprendizaje (Tremblay y Nagin, 2005). - Se encuentran en todas las sociedades conocidas, aunque se encuentran diferencias culturales en cuanto su expresión genéticos parecen predispo- Diversos facto ner a las como loersonas los estudios de genética del a ser más o menos agresivas, comportamientos realizados con gemelos adoptados por familias distintas (pe, Burt, 2009) y sobre secuencias de ADN que a los neurotransmisores (Burt y Mikolajewski, 2008). - Se ha encontrado una relación entre los niveles de testosterona y cortisol y la conducta agresiva (Book, Starzyk y Quinsey, 2002). La testosterona afecta al desarrollo de estructuras corporales que influyen en la probabilidad de realizar conductas agresivas con éxito (física), y también en la tendencia a la dominancia. La relación directa entre niveles de testosterona y agresión parece ser más débil en los seres humanos- manos que en otros animales, aunque recientemente se ha propuesto que es la combinación de altos niveles de testosterona (como estimuladora de la conducta agresiva) y bajos niveles de cortisol (que tiene un efecto de sensibilización al castigo y miedo a asumir riesgos y. por tanto, inhibe la conducta agresiva) la que predice niveles altos de agresión (Terburg, Morgan y van Honk, 2009).

- Un neurotransmisor, la serotonina, y algunas regiones cerebrales del sistema límbico y del córtex prefrontal desempeñan un papel importante en el comportamiento agresivo, tanto en su manifestación como en su control (Denson, 2011). No obstante, ni los estudios genéticos ni los referentes a las hormonas muestran una correlación perfecta con la conducta agresiva. Más bien, lo que se demuestra en todas las investigaciones es que se da una influencia conjunta de factores biológicos y ambientales. Esa relación no invalida, sino que confirma, la tesis evolucionista, puesto que la agresividad, como cualquier otra tendencia, ha evolucionado precisamente en interacción con las demandas del medio. He aquí algunas muestras de esa influencia conjunta: - La agresión en los seres humanos está muy regulada socialmente. - Según el ambiente sea propicio o no, la tendencia a comportarse agresivamente se manifiesta más o menos. Por ejemplo, dependencia del ambiente familiar y del grupo de amigos. - Parece haber una relación recíproca entre niveles de testosterona y agresión: niveles más altos de testosterona en sangre correlacionan significativamente (aunque las correlaciones no son muy altas) con un aumento de la conducta agresiva: por otra parte, el resultado de interacciones agonísticas en las que se gana o se domina al otro también empleó los niveles de testosterona, no sólo en hombres sino también en mujeres (pe, McCaul , Gladue y Joppa, 1992). Ese aumento se produce incluso entre los seguidores de un equipo ganador, en comparación con los del que pierde (Mazur y Booth, 1998). Y también como reacción ante insultos (Archer, 2006). En el Cuadro 10.2 se describe un estudio donde se muestra la interacción entre factores biológicos (niveles de testosterona) y ambientales. Cuadro 10.2. Armas, testosterona y agresión. Klinesmith, Kasser y McAndrew (2006) realizaron un experimento en el que ponían a prueba la influencia de la situación en los niveles de testosterona. En una de las condiciones experimentales pedían a los participantes (todos hombres) que sostuvieran una pistola durante 15 minutos. Los que han sido asignados a la otra condición experimental debían sostener un juguete. Antes y después de eso se les midió los niveles de testosterona en sangre. Se encontró que los participantes de la primera condición mostraban un aumento significativo en el nivel de esa hormona de la primera medición a la segunda, algo que no ocurrió en los que estaban sostenido el juguete. En una segunda fase del experimento se midió su conducta agresiva mediante el «paradigma de la salsa picante», que consiste en decidir qué dosis de ese tipo de salsa se debe administrar una persona (ficticia) a la que supuestamente le disgusta ese sabor. Los autores encontraron que los participantes de la condición «pistola» se de la condición «juguete», y explican esa diferencia como en parte debida al aumento en los niveles de testosterona. Más adelante veremos que la presencia de armas puede influir en la mayor predisposición a agredir a otros, y en esa influencia parece estar mediando el efecto de los factores biológicos. LA INFLUENCIA AMBIVALENTE DE LA CULTURA Como en todo comportamiento social humano, el sustrato biológico se combina con el influjo de la cultura, que, en el caso de la agresión, es incluso más determinante que en otros. Esa influencia se puede contemplar de varias formas. En primer lugar, gracias a la cultura, los seres humanos no necesitamos recurrir a la agresión para conseguir los objetivos que nos proponemos. Podemos obtener recursos y estatus, y proteger a nuestros hijos por otros medios, como la educación y el trabajo. No obstante, la evolución no ha

tenido tiempo para erradicar la agresión de nuestro repertorio desde que la cultura la hizo menos necesaria. Además, hay muchos casos en los que esos medios alternativos de lograr nuestros objetivos no están al alcance de dos, mientras que la posibilidad de recurrir al comportamiento agresivo es universal. Esto nos lleva al segundo sentido que tiene la influencia de la cultura. Gracias a ella, las personas aprenden, mediante la socialización, a controlar su ira y sus impulsos agresivos, y a emplear métodos menos antisociales para obtener sus objetivos. Las normas que impone la cultura, como forma de proteger el orden social y la convivencia, son interiorizadas por los individuos y, de esa forma, influyen en su comportamiento (véase el Cuadro 10.3). Cuadro 10.3. Desarrollo de las tendencias agresivas y de su control. Los niños de todas las culturas dan muestras de comportamiento agresivo desde poco después de nacer, tanto como reacción a alguna provocación como para conseguir algún objetivo deseado. De hecho, el periodo de mayor incidencia de la agresión física es el comprendido entre 1 y 3 años de edad (Tremblay et al., 2004). Después, por lo general, ese tipo de agresión va disminuyendo y, en su lugar, se produce un aumento de la agresión verbal e indirecta, especialmente en las niñas (Loeber y Hay, 1997) y, por supuesto, también van desarrollándose estrategias no agresivas de resolver los conflictos. Como ocurrió en el caso de la conducta de ayuda, esa evolución se explica por factores culturales, madurativos y de aprendizaje social. Durante el proceso de socialización el individuo aprende e interioriza las normas y valores morales propios de la sociedad en la que vive. Esas normas y valores indican lo que se debe y lo que no se debe hacer en la interacción con los demás y, al interiorizarse, forman parte del propio sistema de valores de la persona, que guía su comportamiento mediante un mecanismo de autocontrol o autorregulación. Ese mecanismo evitaría la realización de acciones que atenten contra esos valores interiorizados, anticipando las consecuencias negativas que tendrían para nosotros (sentimientos de culpa, vergüenza) y para los demás (Bandura, Barbaranelli, Caprara y Pastorelli, 1996). La importancia del desarrollo cognitivo se hace evidencia, por ejemplo, en el hecho de que los niños muy pequeños son incapaces de diferenciar los ataques de otros según los motivos o intenciones del agresor y, por t...


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