Perdonar las ofensas - teologia PDF

Title Perdonar las ofensas - teologia
Course Cosmovisión De Las Religiones
Institution Universidad de la Salle Bajío A.C.
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teologia...


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Perdonar las ofensas. Liberar el corazón del odio y del rencor es un acto de misericordia hacia el prójimo, pero también hacia nosotros mismos Yo perdono… pero no olvido. Esta frase quizá la hemos escuchado más de una vez en labios de una persona que ha sufrido a causa de otro. Con frases como ésta los cristianos buscamos esquivar el compromiso evangélico de perdonar a nuestros enemigos. No nos engañemos: el Evangelio, si no duele, no es Evangelio. Perdonar al que nos ofende no es nada fácil. Sin embargo, esta obra de misericordia se halla al centro del mensaje de Jesús de Nazaret. Es comprensible que si queremos tomar en serio esta invitación de la Iglesia sintamos internamente algo de incomodidad y rebeldía. ¿Acaso la Iglesia nos invita a permitir que otros nos hagan el mal sin oponer resistencia? ¿Se trata verdaderamente de dejar que nos golpeen en una mejilla sin quejarnos y que nos limitemos a responder con una sonrisa mientras giramos el rostro para que nos golpeen del otro lado? ¿Sería ir contra el Evangelio si en lugar de perdonar a nuestros agresores nos defendemos y los acusamos ante las autoridades para que se haga justicia? Para entender las palabras de Jesús es necesario comprender a Jesús mismo. Al Señor le tocó vivir en una época en que sus paisanos estaban sometidos al dominio del imponente Imperio romano. Jesús vivió en un pueblo subyugado; para los hebreos criticar y ofender a los dominadores era lo más normal. Al Maestro le tocó ver cómo el corazón de tantas personas estaba contaminado, lleno de odio y resentimiento hacia los altaneros invasores. Jesús constató, con gran tristeza, que su pueblo, su gente, vivía esclavizado, no ya por un enemigo que se había infiltrado injustificadamente y los había sometido con violencia. Vivían una esclavitud aún más terrible y penosa, la esclavitud del espíritu. En este contexto se puede comprender por qué Jesús insistió tanto en el perdón a los que nos hacen el mal. Para los oyentes de su mensaje esos "que nos hacen el mal" tenían un nombre y un rostro muy concreto. La intención de Jesús nunca fue la de provocar una revolución política. Su revolución era más ambiciosa, más profunda, más bella. La revolución del amor. Cuando Cristo invita a perdonar a los que nos hacen el mal su intención no es la de promover la injusticia, invitándonos a soportar pasivamente el mal que nos hagan. A lo que invita es a liberar el corazón del odio y del rencor. Ante la injusticia que padecemos tenemos dos opciones: o guardamos rencores o perdonamos de verdad. Quien odia vive triste, traumado, insatisfecho; quien perdona vive en paz, es libre, y puede alcanzar más fácilmente la felicidad. Hace tiempo asistí al curso de psicología en que se hablaba sobre la "terapia del perdón". No me sorprendió para nada que la conferencista afirmara que a veces las terapias consistían simplemente en ayudar al paciente a desahogar los rencores que guarda y en ayudarle a perdonar. De manera que la obra de misericordia "perdonar a los que nos ofenden" es un acto de misericordia hacia el prójimo, pero también hacia nosotros mismos. Quien dice Yo perdono… pero no olvido, da a entender que perdona sólo de palabra, pero en su interior guarda rencores. Esa persona, en lugar de ser libre,

encadena voluntariamente su corazón en el pilar del odio. La obra de misericordia "Perdonar al que nos ofende" no es una invitación a dejarnos hacer el mal sin defendernos cuando sea necesario. Hay que poner los medios para evitar el mal y para que se haga justicia. Aquí se trata de no dejar contaminar nuestro corazón con rencores dañinos y de volar libres con las alas del amor. Mateo 18, 21-35 En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó: Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Jesús le dijo: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y les propuso esta parábola: el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: "Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré." Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda. Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: "Paga lo que debes." Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: "Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré." Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: "Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?" Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano. Reflexión: Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar? Con esta respuesta Jesús no nos dice que perdonar sea fácil, sino que es un requisito absolutamente indispensable para nuestra vida. Podríamos decir que es un mandamiento, porque nos dice ¡perdona! De otra forma el corazón se encuentra como una ciudad asediada por el enemigo, la caridad rodeada por el odio y el progreso espiritual sumergido en un pozo profundo. Por otro lado, no debemos preocuparnos por la correspondencia del otro si hemos hecho lo que estaba de nuestra parte. Cada uno es diverso y, por lo tanto, cada uno dará cuentas a Dios de lo que ha hecho con su vida y con sus acciones.

Nuestro corazón deber ser un castillo donde sólo reine Dios. Él es amor, como dice san Juan en su primera epístola, y como tal aborrece el odio. Si, por el contrario, permitimos entrar al odio en nuestro corazón, Cristo abandonará el sitio que estaba ocupando dentro de nosotros porque no puede ser amigo de quien odia. Por este motivo debemos trabajar en amar en lugar de odiar, comprender en lugar de pensar mal, perdonar en lugar de buscar la venganza. Odiando, matamos nuestra alma. El deseo de venganza significa que se quiere superar al otro en hacer el mal y esto en vez de sanar la situación la empeora. Pidamos a Cristo la gracia de contar con un corazón como el suyo que sepa amar y perdonar a pesar de las grandes o pequeñas dificultades de la vida. Es, en primer lugar, un acto de la voluntad, un decir dentro de mí mismo: quiero perdonar, quiero superar la incitación a la venganza y el resentimiento. Puede que ese acto no vaya acompañado en ese momento de un sentimiento psicológico de paz y alegría, quizá se experimente desagrado por los recuerdos del agravio recibido, pero es el momento de recordar que la fe no sólo consiste en una serie de emociones y sentimentalismos, sino primordialmente lo que dice la Carta a los Hebreos “No te agradaron holocaustos ni sacrificios expiatorios. Entonces dije: Aquí estoy, he venido para cumplir, oh Dios, tu voluntad” (Hb 10,6-7). El acto de voluntad de querer cumplir en nuestra vida la voluntad de Dios es lo que importa. Con el tiempo, antes o después, experimentaremos la paz y la serenidad que deja en el corazón el perdón que dimos. EN LA SAGRADA ESCRITURA. El mejor ejemplo de perdón en el Antiguo Testamento es el de José, que perdonó a sus hermanos el que hubieran tratado de matarlo y luego venderlo. “Ahora pues, no os entristezcáis ni os pese el haberme vendido aquí; pues para preservar vidas me envió Dios delante de vosotros” (Gen 45, 5). Vemos también a David perdonando la vida a Saúl, que lo perseguía para matarlo: “Hoy mismo han visto tus ojos que Yahveh te ha puesto en mis manos en la cueva, pero no he querido matarte, te he perdonado, pues me he dicho: No alzaré mi mano contra mi señor, porque es el ungido de Yahveh. (1 Sm 24, 11)

Tanto en el antiguo Testamento como en el nuevo Testamento encontramos la afirmación que recoge el evangelio de San Lucas: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso” (Lc 6,36). Este es el fundamento último de esta obra de misericordia. Jesús en el Padre nuestro nos recuerda que si queremos recibir la misericordia de Dios, entonces debemos ser misericordiosos y perdonar a los que nos han hecho mal: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden…” (Mt 6, 12). “De ello da testimonio la conversión de san Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (Lc 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él” (Catecismo 1429) En el sermón de la montaña (Mt 5-6) hay varias invitaciones al perdón: “Deja tu regalo y reconcíliate primero con tu hermano…”, “Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos.”. En otra ocasión le recuerda a San Pedro que hay que perdonar: “No te digo 7 veces, sino 70 veces 7” (Mt 18,21-35). Las cartas de San Pablo insisten en la idea “no tomando la venganza por cuenta vuestra, queridos míos, dejad lugar a la justicia, pues dice la Escritura: Mía es la venganza: yo daré el pago merecido, dice el Señor.”(Rm 12,19). “No se ponga el sol sobre vuestro enojo.” (Ef 4,26). CÓMO PRACTICAR ESTA OBRA. Es posible que esta obra de misericordia sea una de las más difíciles de realizar. El lugar más común en que somos heridos se encuentra en el contexto de nuestra familia, con los miembros de la familia o el círculo de amigos. La clave es la siguiente: perdona inmediatamente. Tan pronto como alguien te hace daño o hiere, entonces ora por esa persona y perdona inmediatamente. Si lo haces habrás ganado una importante victoria sobre ti mismo y mostrado a Dios cuánto lo amas por practicar la misericordia.

Perdonar no significa abandonar las exigencias de la justicia ni de la corrección fraterna, pero si perdonamos y oramos por esa persona, nos será más fácil decir lo que tengamos que decir en el momento oportuno....


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