Tema 1 - Introducción al imperio romano PDF

Title Tema 1 - Introducción al imperio romano
Course Historia de la Roma Imperial
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Historia de Roma Imperial Curso: 2014/15

TEMA 1: INTRODUCCIÓN AL IMPERIO ROMANO: FUENTES, CONCEPTOS E HISTORIOGRAFÍA.

ÍNDICE 1. El Imperio Romano en su contexto geográfico y temporal. 1.1. Definiendo el imperio. 1.2. Las dimensiones territoriales y políticas del Imperio romano. 2. Fuentes para el estudio del Alto Imperio Romano. 3.1. Fuentes literarias. 3.2. Arqueología. 3.3. Epigrafía y papirología. 3.4. Numismática. 3. Enfoques, corrientes historiográficas y debates en el estudio del Alto Imperio Romano.

1. El Imperio Romano en su contexto geográfico y temporal. En los últimos años, son muchos los trabajos que han profundizado en el impacto que el Imperio Romano ha tenido sobre el devenir de la sociedad europea (y occidental). Estudios como los llevados a cabo por Morley (2010) o Mattingly (2011) han centrado su atención en la relación entre el imperialismo y colonialismo modernos y las imágenes que se proyectan del Imperio Romano; en cómo las interpretaciones modernas de la Roma Imperial que tienen en cuenta el diálogo constante entre el presente y el pasado pueden ser capaces de aclarar las dinámicas y trayectorias del imperialismo moderno. Más allá del impacto del Imperio Romano en las dinámicas históricas del presente, conviene comenzar esta introducción acercándonos a la idea de imperio y localizando el Imperio Romano en su marco cronológico y espacial.

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1.1. Definiendo el Imperio. Son muchas y muy variadas las definiciones de imperialismo e imperio y, a menudo, no están exentas de controversias. Hay quien apunta la idea de que el Imperium Romanum difiere bastante del imperialismo como concepto moderno y que fue producto de fuerzas políticas y económicas muy diferentes. En este sentido, por ejemplo, algunos autores sugieren que el expansionismo romano se adecúa mejor a un contexto analítico de construcción del Estado que a la proyección anacrónica del imperialismo. Sin embargo, otros autores defienden que la naturaleza de Roma como una metrópolis coincide con el análisis de los sistemas imperiales mejor que otras ciudades de la Antigüedad y que existen aspectos del ejercicio del poder por Roma y de las respuestas que provoca en los territorios sometidos que permiten establecer comparaciones y contrastar las formas de imperialismo antiguas y modernas. Mattingly (2011) define el imperio como “la manifestación geopolítica de las relaciones de control impuestas por un Estado sobre la soberanía de otros. Los imperios, generalmente, combinan un centro, a menudo un territorio metropolitano controlado, y unos territorios periféricos y tienen dimensiones multiétnicas o multinacionales”. El poder es el concepto clave para entender qué tienen en común los diversos imperios, antiguos o modernos. Una de las características fundamentales del imperio es, precisamente, su naturaleza no consensuada; de hecho, el imperio puede ser entendido como el gobierno sobre amplios territorios y diversos pueblos sin su consentimiento. Esta idea resulta fundamental pues la existencia de un imperio predetermina así el surgimiento de resistencia a su poder. Asociada a la idea de Imperio está la de imperialismo. A menudo utilizado en el estudio de los procesos que llevaron a la consolidación del Imperio Romano, el concepto de imperialismo no está exento de problemas por cuanto que muchos lo consideran un fenómeno esencialmente moderno que requiere de una correcta definición para evitar caer en anacronismos innecesarios. Podemos entender el imperialismo como los procesos y actitudes que llevan al establecimiento y mantenimiento de un imperio. Roldán (1994) establece una distinción clara entre la idea de imperialismo y la de hegemonía. Para él, la esencia del imperialismo recae en la voluntad de extensión de un estado mediante el uso de la fuerza con el propósito de una política de expansión económica, étnica y política que permita incorporar, incluso sin su consentimiento, a otros grupos de población, territorios o sistemas económicos ajenos a él. La hegemonía, aunque guarda cierta relación con el concepto de imperialismo, puede definirse como la posición política directora de un estado en un sistema de estados o liga mediante la utilización de la influencia dominadora sobre ellos. La diferencia estriba, esencialmente, en que

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el poder hegemónico, a diferencia del imperial, no implica la incorporación total de territorios ajenos en el Estado. Más allá de las distinciones terminológicas (que no carecen de interés), el estudio del Imperio Romano y de los procesos que llevaron a su formación, consolidación y mantenimiento requiere ir más allá de definiciones monolíticas y profundizar en las fases distintivas del imperialismo, entendido siempre como un proceso dinámico y cambiante, sin caer en el error de interpretar fases tempranas a la luz de instituciones e ideologías desarrolladas con posterioridad. La formación y caída del Imperio romano fue un proceso dinámico, con rupturas y discontinuidades estructurales, más que un proceso meramente lineal. Pero, ¿cómo entendían los romanos el imperio? Para comprender la visión del imperio que tenían los romanos, debemos analizar el lenguaje que utilizaron para referirse a él. Dos ideas resultan clave en este sentido: la de imperium y la de provincia. Ambas son fundamentales para los procesos por los que el estado romano extendió su poder militar y político entre los ss. III y II a.C., cuando el imperium hacía referencia esencialmente al poder ejercido por el magistrado y la provincia se refería a la responsabilidad dada al poseedor del imperium. Sólo a partir del s. I d.C., ambos conceptos adquirieron el matiz geográfico del que habían carecido hasta entonces. En época de Augusto, la palabra imperium tenía ya dos dimensiones, como extensión de territorio y como el poder del princeps, y probablemente no estaban desconectadas. 1.2. Las dimensiones territoriales y políticas del Imperio Romano. Conviene distinguir, en esta introducción a la Historia de Roma Imperial, la idea del Imperio romano como dominio territorial y la idea del Imperio como régimen político monárquico, que parece reflejarse en los usos del término imperium desde época augústea. Aunque ambas dimensiones del concepto están profundamente entrelazadas y no pueden comprenderse de manera aislada, se trata de procesos entrecruzados de cronologías diversas. La expansión territorial de Roma había comenzado mucho antes del surgimiento de la figura del emperador como cabeza del Estado romano. Entre los ss. V y IV a.C., Roma, como civitas, se había ido extendiendo por todo el territorio itálico mediante campañas extensivas que les habían permitido conquistar a los diversos pueblos de la P. Itálica, formando una federación itálica bajo la hegemonía de Roma. Tras esta primera etapa, Roma inicia una expansión más integral que, en el contexto de las Guerras Púnicas, se plasma en la conquista de importantes territorios como Sicilia, la P. Ibérica o el Sur de Francia. Pese a esta expansión, muchos consideran que sólo podemos hablar de un imperialismo romano tras la

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derrota de Cartago y el inicio de la Segunda Guerra Macedónica, en el s. II a.C., que supone la expansión del territorio hacia Oriente. Los primeros territorios que se conquistan son los de Sicilia. Es allí donde por primera vez se instaura la provincia como organización administrativa. Después, ese modelo se extenderá a otras regiones. Después de esta primera conquista, los intereses de Cartago y Roma se desplazan hacia occidente: Levante y sur de la P. Ibérica y sur de Francia van a ser el escenario de conflictividad de ambas potencias. Esto permite a Roma expandirse por el Levante para penetrar, posteriormente, hacia el interior peninsular. En este período de expansión, Roma obtiene importantes victorias contra Cartago y se amplían los intereses, posteriormente, hacia el interior de la Península, menos desarrollado urbanística y culturalmente, pero con importantes riquezas en materias primas. La conquista hacia la P. Ibérica llegará a finales de la época republicana y comienzos del Imperio hasta el Norte, que será conquistado finalmente por Augusto (29-19 a.C.). Tras la conquista, el territorio de Hispania se divide en provincias para su administración. En el s. II a.C., y de manera simultánea, en Occidente y Oriente, se produce también la conquista. La manera de introducirse Roma en el escenario oriental viene explicada en las fuentes como acción de protección sobre los reinos y ciudades más pequeños de todo ese escenario oriental, que estaban al albur de las grandes potencias helenísticas que, en esos momentos estaban en plena expansión: Macedonia y Siria. Rodas (pequeña república) y Pérgamo (reino) son dos de esos reinos que Roma protege. La última etapa expansiva es la de César, cuando se conquistan las Galias y se organizan las provincias. Por último, se conquistan todas las provincias de este lado del Rin y del Danubio, ya en época imperial. Las causas de esta expansión han sido objeto de importantes debates. Las tesis de Mommsen de un “imperialismo defensivo”, según el cual el estado romano, ajeno a un plan consciente de expansión, se vio obligado a la conquista mundial por cuestiones de seguridad interna entran en conflicto con otras hipótesis que consideran la política romana, desde los inicios de las guerras púnicas, abierta a la expansión consciente del territorio. Los motivos de tal expansión, simplificados, pueden ser políticos, sociales y económicos. En el ámbito meramente sociopolítico, tendrá una enorme influencia la mentalidad de la oligarquía senatorial que pretende, mediante la actividad expansiva, materializar los ideales éticos de la nobilitas y obtener prestigio social,

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basando la seguridad del Estado no en cuestiones de equilibrio entre estados (como en el mundo helenístico) sino en la liquidación del enemigo y la aniquilación de los posibles peligros. Los motivos económicos abarcarían desde la búsqueda de botín e indemnizaciones de guerra, tributos y explotación de riquezas hasta la presión ejercida por grupos financieros y mercantiles.

2. Fuentes para el estudio del Alto Imperio. 2.1. Fuentes literarias. El historiador que busca aproximarse a la Historia de la Roma Alto Imperial dispone, en primer lugar, de fuentes literarias producidas por autores latinos y griegos que pueden ser, o no, contemporáneos de los hechos y personajes que describen en sus textos. Una de las características principales de la narrativa grecorromana es que se trata, principalmente, de una narrativa de poder; es decir, en el contexto del pensamiento de los autores clásicos, los hechos históricamente relevantes eran o bien políticos o bien militares. El historiador se preguntaba quién tenía el poder y cómo era utilizado y, en época imperial, esas cuestiones le conducían directamente al emperador como cabeza del estado. El propio Tácito era consciente del impacto que la estructura política del Imperio tenía en la propia historiografía del mismo: “No ignoro que la mayor parte de los sucesos que he referido y he de referir pueden parecer insignificantes y poco dignos de memoria; pero es que nadie debe comparar nuestros anales con la obra de quienes relataron la antigua historia del pueblo romano. Ellos podían contar ingentes guerras, conquistas de ciudades, reyes vencidos y prisioneros o, en caso de que atendieran preferentemente los asuntos del interior, las discordias de los cónsules con los tribunos, las leyes agrarias y del trigo, las luchas entre la plebe y los patricios, y ello marchando por camino libre; en cambio, mi tarea es angosta y sin gloria, porque la paz se mantuvo inalterada o conoció leves perturbaciones, la vida política de la Ciudad languidecía y el príncipe no tenía interés en dilatar el imperio. Sin embargo, tiene su utilidad examinar por dentro los hechos a primera vista intranscendentes, pero de los que con frecuencia surgen grandes cambios de la situación” (Tac. Ann. 4.32-33).

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Podemos distinguir diversos tipos de fuentes literarias: a) Historias de Roma (44 a.C.- 337 d.C.) Las Historias de Roma que cubren la etapa altoimperial son pocas y con muchas lagunas. Para el período del reinado de Augusto, la mejor fuente narrativa es la Historia Romana de Dion Casio. Escrita en griego a comienzos del s. III a.C. por un senador y cónsul de la provincia de Bitinia (Asia Menor), esta obra en 80 volúmenes comenzaba con la fundación de la ciudad y terminaba en el año 229 d.C. Aunque la mayor parte está perdida, conservamos el texto más o menos completo entre los años 44 a.C. y 14 d.C. Para los reinados de Tiberio, Claudio y Nerón la historia más completa son los Anales de Tácito, escritos en latín a comienzos del s. II d.C. Presentan la historia de Roma en un formato anual dentro de la división amplia en reinados imperiales. El punto de vista senatorial del autor marca decisivamente el foco y selección de los materiales a presentar. En esta obra, se deja ver con claridad la continua tensión entre el necesario foco en el emperador y el apego del historiador por el pasado político de Roma y el papel del Senado y la aristocracia en la Roma republicana. En sus Historias, Tácito proporciona también un relato detallado de los episodios del año 69 con sus cuatro emperadores (Galba, Otón, Vitelio y Vespasiano) y el comienzo de la dinastía Flavia. Los fragmentos y epítomes de la obra de Dion Casio son la fuente principal para el estudio de la dinastía Flavia, el período de los Antoninos y parte de la época de los Severos. Desde el reinado de Cómodo, Dion Casio no sólo se basa en otros autores, sino que es testigo directo de los asuntos públicos. Para el reinado de Cómodo, los Severos y los emperadores que precedieron a Gordiano III contamos también con la obra de Herodiano, Historia del Imperio Romano después de Marco Aurelio, escrita en griego hacia mediados del s. III, aunque dado su estilo retórico y su limitado acceso a la información, resulta menos útil a la hora de reconstruir la narrativa cronológica del período. b) Biografías. La tradición biográfica es especialmente rica durante el Imperio. El foco en el emperador hace que contemos con biografías referentes a todos los emperadores desde Augusto a Diocleciano con la excepción de Nerva, Trajano, algunos de los emperadores de corto reinado del s. III d.C. y el propio Diocleciano. No obstante, la calidad varía enormemente. Las principales colecciones de biografías son la Vida de los doce Césares de Suetonio (de Julio César a Domiciano), quien escribe a principios del s. II, y la Historia Augusta (de Hadriano a Carino), al parecer escrita por un autor

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desconocido en el s. IV y cuya fiabilidad ha sido puesta en duda. A ellas, hemos de añadir las Vidas de Galba y Otón de Plutarco y la biografía de Agrícola escrita por Tácito. En general, las biografías cuentan con una organización por temas más que cronológica, a menudo se superponen con las de otros emperadores y la información que se considera relevante es, en muchos casos, muy diferente de la que se puede leer en las historias. c) Epítomes, historias breves y otras obras históricas. Además de las fuentes que hemos mencionado en los apartados anteriores, contamos también con historias más breves y epítomes (resúmenes o sumarios de obras más extensas) que, en muchas ocasiones, resultan cruciales para superar las lagunas temporales o esbozar el contenido de una obra que no ha llegado hasta nuestros días. Ejemplo de este tipo de literatura es la obra de Veleyo Patérculo, que escribió en época de Tiberio un Historia Romanarum en dos libros. Ya en el s. IV, contamos con una Historia de Roma desde Augusto a Juliano el Apóstata escrita por Aurelio Víctor o el Breviario de Eutropio. Otras historias, centradas en temas más concretos, son las Antiguedades Judías y Guerra judía de Flavio Josefo o la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea. d) Otras fuentes literarias. Más allá de la historiografía y las obras biográficas, otros tipos de fuentes literarias proporcionan también referencias históricas relevantes. Nos referimos, fundamentalmente, a cartas, obras literarias o filosóficas, discursos, obras de carácter técnico como los tratados de agricultura, medicina o arquitectura y las obras de carácter geográfico y etnográfico. Así, en época Julio-Claudia, las obras de Séneca, Columela, Lucano o el Satiricón de Petronio aportan datos relevantes para conocer la realidad social y económica del s. I. En la segunda mitad de la centuria, destacan los Epigramas de Marcial y las Sátiras de Juvenal. En época de los Antoninos, destaca Plinio el Joven con sus Epístolas y su Panegírico de Trajano. Especialmente relevante es la obra de Plinio el Viejo (Historia Natural), Estrabón (Geografía), Pausanias (Periégesis) o Ptolomeo (Geografía) por cuanto que proporcionan valiosa información sobre el funcionamiento del imperio y sus diversos territorios. A estas obras habría que sumar los datos que se recaban de los

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itinerarios: el Itinerario Antonino, en el que aparecen las paradas de las calzadas más importantes, y la Tabula Peutingeriana, un mapa que recoge las calzadas del Imperio, entre otros. 2.2. Arqueología. La arqueología constituye una fuente de importancia decisiva para la reconstrucción de la historia antigua. La investigación arqueológica se extiende más allá del estudio de monumentos, restos arquitectónicos o arte, y abarca también objetos mundanos y entornos no urbanos y no aristocráticos. La cultura material, como un todo, constituye una ventana valiosa que nos permite asomarnos a vivos y muertos, al gobierno y a los súbditos del Imperio romano. 2.3. Epigrafía y papirología. El estudio del Imperio romano desde Augusto se caracteriza por un aumento considerable de la documentación como fruto de la expansión de la vida urbana y de los hábitos documentales. La epigrafía y la papirología tienen algunos rasgos en común. Ambas disciplinas trabajan con registros documentales que no son transmitidos a través de manuscritos y que, por lo general, recogen una acción o datos (no están pensados para entretener al lector). Sin embargo, las diferencias entre las inscripciones y los papiros son evidentes. Las primeras, dada su propia naturaleza, sólo recogen una serie de tipos de documentos altamente estandarizados que, por lo general, están dirigidos a su difusión pública y a la propaganda gubernamental. Las inscripciones representan el fin de un proceso y, en el caso de borrado y reutilización, contienen un juicio implícito sobre la relevancia de un proceso anterior. Los papiros, por su parte, pueden registrar acciones completadas o en proceso. Además, recogen las interconexiones de carácter vertical y horizontal de las operaciones administrativas, entre oficiales de igual o distinto rango y pueden ofrecer una imagen de las interacciones diarias más allá de la esfera política. Ante unas fuentes literarias cuya posibilidad de ampliación es prácticamente nula, esta documentación, unida al registro arqueológico y numismático, abre nuevas vías de investigación. Los testimonios epigráficos, en latín y griego, son especialmente numerosos para el Alto Imperio. El mayor porcentaje de inscripciones latinas son de carácter funerario, generalmente breves. Aunque no están exentas de problemas (problemas de datación, dispersión de las publicaciones…), ofrecen datos importantes para el estudio de la sociedad. Así mismo, los documentos oficiales de carácter político-administrativo (constituciones imperiales, decretos, leyes municipales…) también son abundantes. La epigrafía resulta decisiva, también, para el conocimiento de la

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carrera pública de senadores y ecuestres, la organización del ejército, la religión o la vida cívica. S...


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