TEMA 2 - Apuntes 1 PDF

Title TEMA 2 - Apuntes 1
Author pipero marvelita
Course Historia Universal de la Edad Media II (1000-1500)
Institution Universidad de Sevilla
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Tema sobre el resurgir de las ciudades en la plena edad media....


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TEMA 2. La reaparición y el éxito de la ciudad La ciudad, como célula de encuadramiento social, había gozado de enorme prestigio en el Imperio romano. Después se debilitó y se modificaron sus funciones, en especial, su papel de ordenadora del entorno rural, convirtiéndose en simple lugar físico de residencia de las autoridades eclesiásticas y, en algunos casos, de aristocracias regionales. Al hacerlo, cambió también lo que había sido el tejido urbano tradicional de época romana. Con el crecimiento europeo a partir del siglo X, la ciudad reapareció y se desarrolló. Al principio, como una célula que la propia dinámica de la sociedad feudo-señorial exigía. Después, la ciudad, o más exactamente el sistema urbano, reclamó una nueva lógica distinta de la puramente feudal. Ello explica los desajustes que se produjeron entre ambos. La lenta adquisición de los rasgos de ciudad Hace casi medio siglo, tras estudiar las ciudades medievales italianas, Ives Renouard propuso una definición de la ciudad como «una aglomeración cerrada por murallas; en ella viven pobladores organizados en familias nucleares, dedicados a actividades agrícolas, mercantiles, artesanales; lo hacen en casas construidas alrededor de una iglesia, erigida bajo un patrón particular y, muy a menudo, también de una fortaleza. Tales hombres constituyen una comunidad individualizada que posee condiciones jurídicas propias, es consciente de su originalidad y coordina las actividades de una región más o menos extensa». La descripción corresponde al modelo acabado de ciudad, que reúne: poblamiento concentrado y compacto, división social del trabajo, fuero, ordenación del entorno rural y orgullo municipal. La adquisición de todos y cada uno de estos rasgos no se completó en las ciudades medievales hasta comienzos del siglo XIII. La morfología física de las ciudades respondió a tres modelos principales. El primero fue la ciudad constituida por un núcleo antiguo, romano, en torno al cual se fueron formando uno o varios barrios en continuidad y dependencia respecto al primero. Ése fue el caso de ciudades de Italia o, fuera de ella, por ejemplo, de Colonia o Barcelona. El segundo fue la ciudad creada a partir de la reunión de varios núcleos prácticamente autónomos. Éstos podían ser aldeas de reciente aparición (en Salamanca o Soria) o pequeñas concentraciones humanas en torno a acueductos, basílicas, monasterios, puertas (en Roma). El tercer modelo fue la ciudad creada de la nada, en especial, en la segunda mitad del siglo XII y en el XIII, con un plano ortogonal muy definido. De ese tipo fueron las bastidas del sudoeste de Francia o de Italia y numerosas villas del norte del reino de Castilla. En los tres modelos, la evolución evidenció un doble proceso: la compactación del caserío, eliminando poco a poco los espacios agrícolas interiores, y la lotificación del espacio urbano. La división social del trabajo fue muy diferente en cada ciudad entre dos extremos posibles. Uno, una escasa variedad de actividades económicas, con predominio de la ganadería y la agricultura, como sucedía en núcleos de la frontera hispana frente al Islam y de la alemana con los eslavos. Y el otro, una aguda división del trabajo mercantil y artesanal, como en ciudades de Flandes o del norte de Italia, en que se desarrollaron los gremios y los oficios. El reconocimiento de un fuero especial a la población fue, sin duda, el rasgo esencial de la ciudad medieval y el que suscitó las reivindicaciones más constantes de sus habitantes. Tal fuero solía incluir cinco aspectos principales. El reconocimiento de un término municipal privativo. La liberación a los residentes en él de una serie de imposiciones señoriales. El respeto a la invilabilidad del domicilio. El estímulo a la explotación de los recursos del término y a la actividad artesanal y mercantil, con la concesión de un mercado semanal o una feria anual. Y una autonomía ciudadana en el ejercicio de las competencias del concejo urbano, cuyas autoridades pasaron a ser elegidas entre los vecinos de la ciudad.

La capacidad de ordenar el espacio rural del entorno se mostró de dos formas. Una, puramente funcional: a mayor demografía o mayor nivel y variedad de actividades (económicas, administrativas, políticas, devocionales), la irradiación de un núcleo sobre el entorno era mayor. La otra, políticoinstitucional: por concesión de la autoridad fundadora, se reconocía a las autoridades del núcleo urbano una competencia sobre las aldeas. Las dimensiones de las ciudades europeas medievales fueron muy inferiores a las de las grandes urbes del Islam o el Imperio bizantino. Salvo Milán y Venecia, que pudieron alcanzar 150.000 habitantes, las ciudades no pasaron de los 80.000 de Florencia, Génova y, tal vez, Nápoles. Fuera de Italia, las cifras fueron más modestas: Gante y Brujas, 40.000 habitantes; Colonia, 30.000; Barcelona, 25.000; Burgos, 10.000. A finales del siglo XIII, sólo unas setenta ciudades rebasaban los 10.000 habitantes. Los modelos de ciudades Los historiadores suelen distinguir tres modelos de origen y desarrollo de las ciudades que casi coinciden con tres áreas del continente. a) Las ciudades del norte En Alemania, Flandes y Francia del Sena al Rin, junto a plazas fuertes semiabandonadas o en sus cercanías, aprovechando algún palacio real o episcopal o alguna abadía, fueron apareciendo wiks y portus. Esto es, pequeños establecimientos en que algunos mercaderes ambulantes instalaron sus almacenes y organizaron unos mínimos intercambios que se consolidaron durante el siglo X y comienzos del XI cuando los comerciantes obtuvieron privilegios tanto para ellos como para los barrios en que habitaban. El doble carácter de los núcleos se reflejó en su plano, donde, de un lado, estaba la civitas o el castrum inicial y, de otro, el burgus comerciante y artesano. A finales del siglo XI, las comunidades de vecinos de los burgos estaban ya plenamente asentadas. Un siglo más tarde alcanzaban su madurez en Brujas, Gante, Colonia, Estrasburgo, Basilea o Londres. b) Las ciudades mediterráneas La tradición municipal romana y una cierta pervivencia de la aristocracia eclesiástica y, en menor medida, laica, dieron a los núcleos del sur de Europa unos rasgos diferentes. Dentro de ellos se suelen distinguir tres espacios regionales. El italiano fue el que conservó mejor los núcleos físicos de época romana y aun la mentalidad que permitió su renacimiento urbano en el siglo XI y, a la vez, donde la aristocracia señorial y terrateniente se incorporó más tempranamente a las empresas mercantiles. El espacio francés fue un reverso del italiano. En el norte, la ruina de algunos portus de época carolingia benefició a otros situados más al norte. En el sudeste, la zona más romanizada, la deserción urbana fue intensa. Los núcleos se convirtieron en reductos fortificados de las aristocracias, sólo interesadas en un comercio de lujo de larga distancia. Habrá que esperar a finales del siglo XI para que, con la paz, empiecen a reanimarse las escasas ciudades de la zona. El espacio hispanocristiano mostró una mayor variedad de modelos urbanos. Los primeros brotes se detectaron a finales del siglo X en León, Nájera y Barcelona en relación con la actividad económica desarrollada en Al-Ándalus. Un siglo después, el renacimiento urbano se hizo visible en dos áreas. En la septentrional, con los núcleos surgidos a lo largo del Camino de Santiago, donde se instalaron mercaderes y artesanos, en parte, extranjeros. En la zona de avance reconquistador, el tipo de ciudad varió. En el siglo XII, salvo Zaragoza, que heredaba tradiciones romana e islámica, el tono lo dieron ciudades como Ávila, Segovia, Salamanca, en las que «las libertades ciudadanas» respondían más al proceso de repoblación que a las actividades de los mercaderes. Después, en el siglo XIII, la reconquista de las grandes ciudades, Valencia, Córdoba, Sevilla, proporcionó el tono urbano que ha sido característico del sur. c) Las ciudades eslavas

Su origen se halla en los recintos fortificados, los gorods, a cuyo pie se fueron instalando pequeños núcleos de artesanos. Algunos eran sedes episcopales como Cracovia o Poznan; otros, residencias de príncipes, como Esztergom en Hungría o Nóvgorod en Rusia. Muchos de ellos se beneficiaron del comercio de los varegos. Cuando, desde mediados del siglo XII, los alemanes sustituyeron a aquéllos en las actividades mercantiles de la zona, la difusión del derecho municipal germánico contribuyó a fortalecer el papel de los núcleos urbanos.

El desarrollo de las actividades artesanales Las primeras manifestaciones de la actividad artesanal aparecieron en las aldeas, en especial, las de los grandes señoríos, pero sus expresiones más acabadas se dieron en las ciudades, en especial, en las flamencas y, más aún, en las italianas, donde los artesanos de los oficios acabaron constituyendo gremios rigurosamente organizados. El paso de una situación a otra implicó dos hechos. De un lado, un aumento de la demanda, en función del crecimiento de la población y de sus exigencias, sobre todo las de una capa social con creciente capacidad de gasto. De otro, el tímido comienzo de una valoración social positiva de las invenciones técnicas. 2.3.1. Artesanos de grandes dominios y artesanos de aldeas La presencia de artesanos en los grandes dominios está atestiguada por las fuentes de época carolingia. Durante el siglo X empezaron a aparecer en las aldeas. Desde comienzos del siguiente, tales artesanos eran ya gentes especializadas en su oficio. El aumento de los rendimientos agrícolas y, con él, de los excedentes, había permitido su dedicación exclusiva. Entre todos, el herrero era el de mayor prestigio. Su oficio le permitía atender las demandas tanto de bellatores como de laboratores. Para los primeros, hace las herraduras de los caballos y las armas; para los segundos, los arados, layas, podaderas, hachas. En toda Europa, el herrero, aureolado por el prestigio de su familiaridad y destreza con el fuego y el metal, ascendió en la escala social aldeana. 2.3.2. Artesanos de la ciudad: oficios, cofradías y gremios. El aumento de población en las ciudades estimuló el trasvase de artesanos de las aldeas a los núcleos urbanos. Los practicantes de un oficio buscaban una misma calle o barrio dentro de la ciudad. Los curtidores en las orillas de los ríos; los carniceros, cerca de los muros; los herreros, junto a las puertas. En las ciudades más grandes, el mayor número de artesanos correspondía a oficios relacionados con la construcción y el vestido. Allí surgieron las primeras tentativas de organización del trabajo artesanal: los oficios, artes, mesteres o gremios, vocablos que, según regiones, denominaban las agrupaciones de gentes dedicadas a una misma especialidad artesanal. El oficio o gremio distribuía sus miembros en tres escalones. El primero, el de los aprendices: comenzaban a trabajar a los ocho o diez años y permanecían en ese nivel hasta los veinte o más, formándose en el oficio, muchas veces sin cobrar por su labor. El segundo, el de los oficiales: eran los obreros propiamente dichos, que tenían en la gratuidad del trabajo de los aprendices una dura competencia en sus aspiraciones de promoción laboral y social. El tercero, el de los maestros: a él se llegaba tras realizar «la obra maestra» y discutirla con los jurados o síndicos del gremio. Durante el siglo XIII, los jurados de los gremios, con la anuencia de los maestros, impusieron una minuciosa reglamentación de las horas y formas de desarrollar cada actividad, de las calidades de los productos, de las técnicas de su elaboración y de su precio en el mercado. Esa obsesión reglamentista aspiraba a impedir cualquier originalidad que pudiera traducirse en competencia y era un síntoma de pugnas entre maestros y entre gremios, que acabaron dando lugar, en ciudades como Florencia, a una jerarquía de los arti en mayores, medianos y menores. En cambio, en los reinos hispanos, sobre todo, en Castilla, el poder político frenó los movimientos asociativos de carácter gremial y los artesanos hubieron de conformarse con constituir cofradías de carácter devocional y asistencial.

El renacimiento comercial El aumento de los efectivos demográficos y el incremento de la capacidad de los señores para obtener excedentes agrarios fueron dos de los factores que animaron el renacer del comercio en la Europa del siglo XI. En los dos siguientes, en un proceso lento pero ininterrumpido, se produjo una verdadera comercialización de la sociedad europea. Ello acabó siendo evidente tanto en su faceta económica, con la intensificación de las relaciones mercantiles a todas las escalas (continente, reinos, regiones, ciudades), como en su faceta social, con la aceptación, por parte del poder, de los nuevos tipos humanos y las nuevas instituciones generadas por el renacimiento comercial. La mejor prueba de su aceptación fue que los señores aprovecharon la reactivación mercantil para imponer una nueva fiscalidad sobre la base de la circulación de las mercancías. 2.4.1. La reactivación de los intercambios. La actividad comercial en Europa nunca había llegado a desaparecer del todo. En los siglos VIII y IX se había comportado como un mercado colonial, en el que bizantinos y musulmanes se aprovisionaban de materias primas y esclavos a cambio de sus productos manufacturados, especialmente, joyas, perfumes o algunas especias. En los grandes dominios señoriales, buena parte de los resultados del comercio fueron amortizándose en forma de tesoros litúrgicos, que luego las expediciones de saqueo vikingas y húngaras movilizaron y redistribuyeron por toda Europa. Entre los consumidores, los miembros de las aristocracias eclesiástica y laica solían trasladarse de una a otra de sus residencias para consumir los productos in situ. Luego, la fijación más estricta de los señores en sus dominios y de los campesinos en las aldeas propició que la antigua movilidad de los consumidores fuera sustituida por la de los productos a consumir, lo que exigía intercambiarlos en lugares determinados. Así aparecieron los primeros mercados, signo ya definitivo de una reactivación de los intercambios en todas las regiones europeas. 2.4.2. Los instrumentos de las relaciones mercantiles. El renacimiento del comercio en los siglos XI a XIII se aseguró a través de la mejora y colaboración de tres tipos de medios: los mercaderes, los transportes, los pagos: a) El mercader En un principio, en los siglos VIII y IX, fue un «pies polvorientos», un hombre que recorría los caminos, con la carga a cuestas o, como mucho, con uno o dos asnos o mulos con sus alforjas llenas de productos pequeños pero de gran valor. Desde el siglo X, estos primeros mercaderes establecieron almacenes fijos en algunos lugares y, desde el XI, contrataron a su vez a transportistas encargados de acarrear los productos. El tránsito de la trashumancia del mercader a su sedentarismo se vio facilitado por la circulación de moneda y por el cambio de mentalidad de la Iglesia respecto a su función. El recelo eclesiástico ante una actividad que incluía operaciones de préstamo y cobro de intereses, en definitiva, el aumento de valor por el simple hecho de que transcurra el tiempo (cuyo control sólo corresponde a Dios), acabó diluyéndose. A mediados del siglo XIII, las suspicacias de la Iglesia habían desaparecido prácticamente y los mercaderes constituían un grupo de reconocido prestigio en muchas ciudades europeas. Por las mismas fechas, la intensificación de las relaciones de comercio estimuló el nacimiento de agrupaciones de mercaderes que aseguraran el alto nivel de intercambios alcanzado. Sus tipos más frecuentes fueron dos: las asociaciones de comerciantes y las sociedades de comercio. Las asociaciones de mercaderes en gildas o hansas tenían como fin proteger a sus miembros, tanto social y espiritual como jurídicamente. Ello condujo, en las áreas báltica, británica y flamenca, a poner las bases de un ius mercatorum común para el ámbito atlántico. El modelo más acabado de estas asociaciones será, en el siglo XIII, la Hansa de las ciudades germánicas, con capital en Lübeck. Las sociedades de comercio se desarrollaron más en las ciudades italianas interesadas en el comercio a larga distancia. La más sencilla fue la commenda: uno o varios comanditarios aportaban el capital para efectuar un negocio y un mercader prestaba su trabajo, haciendo el viaje y efectuando las transacciones. Una vez realizada la operación, los beneficios se repartían: tres partes para los socios capitalistas y una para el comerciante. Con algunas variantes, la commenda se transformó en la societas

maris y la societas terrae genovesas y en la collegantia veneciana: en ellas, el mercader aportaba parte del capital. La compañía surgió de la propia evolución de la commenda. Aunque ésta solía ser para un solo viaje, la tendencia a renovar el contrato entre los mismos capitalistas y mercaderes fue generando una red de intereses. A ellos se sumaron, cuando las cosas iban bien, nuevos aportadores de capitales que los depositaban en manos de los grandes negociantes en su condición de casa de banca. Todo ello proporcionaba unos medios económicos y una estabilidad que permitía a la compañía emprender actividades mercantiles cada vez más arriesgadas y diversificadas. b) Los medios de transporte El desarrollo del comercio fue poniendo en uso distintas formas de transporte, de modo que el mercader medieval pasó de trasladar pequeños objetos de gran valor en el siglo X a transportar mercancías de gran volumen y escaso precio por unidad en el siglo XIII. Ello le obligó a utilizar no sólo las vías de tierra sino las fluviales y, sobre todo, las marítimas. Las vías terrestres fueron muchas veces un «sendero en torno al cual circulaban hombres y mercancías». Sólo excepcionalmente la voluntad política de facilitar el tránsito entre dos regiones ponía los medios para abrir una ruta concreta. Así sucedió en 1237, con la apertura del camino de San Gotardo, que acortaba la distancia entre Alemania e Italia. Y, a una escala más doméstica, con los puentes que empezaron a construirse en el siglo XIII. La inseguridad de los caminos, las dificultades climatológicas, la imposición por parte de los poderes señoriales de sus telóneos, peajes, pontazgos, portazgos, contribuían a aumentar los precios de las mercancías en tránsito y a crear en el mercader una mentalidad de soborno e indefensión. Los medios de transporte terrestre más comunes fueron los hombros de hombres y mujeres y las cabalgaduras. Los primeros utilizaron cuévanos, sacos, balancines de tipo asiático, parihuelas. Las segundas, en especial, asnos y mulos, dotados de herraduras, llevaban la carga en alforjas y solían constituir recuas para las travesías más peligrosas. En cambio, el empleo de carros y carretas fue mucho más limitado. Las vías fluviales, que ofrecían ventajas respecto a los caminos terrestres porque las barcas y barcazas tenían una capacidad de carga muy superior a la de carros y carretas, se vieron entorp cidas cada vez más por la construcción de molinos y puentes. Con todo, algunos ríos, como el Támesis, Sena, Rin, Danubio, Po, Oder o el eje formado por Mosela-Mosa-Ródano o, más modestamente, el Ebro, fueron vías muy utilizadas. Las vías marítimas fueron las rutas mercantiles más atractivas, en las que los grandes mercaderes forjaron sus fortunas. Sin peajes, ni molinos y azudas, permitían rápidos desplazamientos de mayores cantidades de mercancías aunque los piratas y los temporales podían ponerlas en peligro. En general, en sus singladuras, los barcos procuraban mantenerse a vista de la costa, en untráfico exclusivamente de cabotaje. Desde finales del siglo XII, el aumento del tamaño tanto de la galera mediterránea como de la coca hanseática atlántica y las mejoras en los sistemas de orientación, gracias a la brújula, y en la navegabilidad, con el timón de codaste y la vela latina, favorecieron el comercio por mar. c) Los medios de pago El crecimiento de la actividad mercantil exigía una agilidad constante de los medios de pago para ajustarse al nivel de los intercambios. En ese campo, la economía evolucionó desde el trueque, pasando por distintos modelos de acuñaciones monetarias, hasta el crédito comercial. Desde comienzos del siglo XI, a través de las parias impuestas a los reinos de taifas hispanos, Europa se benefició de la explotación del ...


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