TEMA 3 - Apuntes 3 PDF

Title TEMA 3 - Apuntes 3
Author Virginia Díaz Huerta
Course Mensaje Cristiano
Institution Universidad de Oviedo
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TEMA 3 EL REINO DE DIOS

3. LA PREDICACIÓN DE JESÚS: EL REINO DE DIOS

3.1. JESÚS, MAESTRO

El término “maestro” (didáskalos) es extraño en el A.T. Sólo aparece dos veces. En cambio en el N.T. lo encontramos en 59 ocasiones, preferentemente en los evangelios. De ellas, 41 designan a Jesús. También aparecen los “maestros de la comunidad”. Este término griego traduce el hebreo “ rabbî”, un título de autoridad: el que enseña autoritativamente, el maestro de la Ley (Torá) de Israel.

Jesús de Nazaret se comportó históricamente como un rabbî. Acudían a él para casos de disputas judiciales o cuestiones doctrinales y tenía discípulos. Su forma de enseñar, en cambio, era peculiar. Jesús enseñaba públicamente, en las sinagogas, en el templo, al aire libre, desde una barca, sentado a la mesa celebrando el sabbath como invitado o yendo de camino. Cualquier ocasión o circunstancia era buena para la enseñanza. Lc 4, 16-21 nos dice la forma que tenía de enseñar: lectura de pie de un profeta o interpretación de un texto estando sentado, conforme a la costumbre rabínica. ¿Qué enseñaba Jesús? Más que una “doctrina teórica” su enseñanza era un anuncio y una llamada. Anunciaba el Reino de Dios, llamaba a la conversión (Mc 1,15). Enseñaba la voluntad de Dios; enseñaba a Dios mismo. Jesús no se diferencia de los rabinos de su época por la temática, sino por la radicalidad de su enseñanza que enfatiza su función para la vida, que incluye la propia persona y la referencia al prójimo.

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En lugar de una doctrina teórica sobre Dios, Jesús muestra la bondad de Dios. En lugar de una especulación sobre el Reino de Dios, Jesús anuncia y muestra su proximidad, su irrupción: ya llega, ya está aquí. Invita a la renovación de la conducta, provoca un cambio de vida. En el evangelio de Marcos el término “maestro” aparece 3 veces en singular y 1 en plural ( rabboni) . Jesús anuncia la proximidad del reinado de Dios. En el texto de Mc 1,15, colocado como un frontispicio de su evangelio a modo de resumen o síntesis de todo su mensaje se dice: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca, convertíos y creed el Evangelio”. Jesús enseñaba con parábolas tomadas de la vida cotidiana y la experiencia de la gente. Esta enseñanza le lleva a un enfrentamiento crítico con la interpretación farisaica de la Torá.

El evangelio de Mateo elude el uso del término “maestro” por razón de su polémica con el rabinato. El único que en este evangelio llama a Jesús “maestro” es Judas ( Mt 26, 25 ·49). En Mt 23, 8 dice Jesús: “Vosotros no os dejéis llamar “ Rabbî”, porque uno solo es vuestro Maestro (Didáskalos)”, en el que se asocia el término a los fariseos, “maestros de la Ley”. Sin embargo, sí se alude a la actividad de Jesús de enseñar. En Mt 5-7 Jesús sube a la montaña y se sienta para enseñar el “cumplimiento” de la Torá, con una autoridad propia: “se dijo a los antiguos..., pero yo os digo...”, o en Mt 13, 1-12 se sienta a orillas del mar para una enseñanza pública usando parábolas. El título “maestro” aparece también en Mt 9, 11 en boca de los fariseos y referido a Jesús: “¿Por qué vuestro “maestro” (Didáskalos) come con los publicanos y pecadores?”; en 10, 24s: “No está el discípulo por encima del maestro (Didáskalon)...Ya le basta al discípulo ser como su maestro (Didáskalos)”; en 17, 24 los cobradores de impuesto preguntan a Pedro: “No paga vuestro Maestro (Didáskalos) el didracma?” El término “rabbî” no aparece en el evangelio de Lucas. Lc 9, 33, en la escena de la transfiguración, utiliza el término “ epistatés”, que se traduce por “maestro” pero que probablemente refleja el uso aramaico de “rabbî” en el sentido de “señor”. También en Lc 8, 24: “...Maestro, Maestro (Epistáta, Epistáta...), nos vamos a pique”, y Lc

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9, 49: “...”Maestro (Epistáta), vimos a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo estorbamos, porque no anda con nosotros”.

Juan, en cambio, presenta a los dos primeros discípulos que siguen a Jesús dirigiéndose a él como “rabbî” (Jn 1, 38), y lo traduce en griego como “didáskalos”. También Natanael le llama “rabbî” (1,49). En 3,2 Jesús es llamado “ rabbî” y se explica el término como el que viene “de parte de Dios como maestro ( Didáskalos)”. En Jn 6,25 el pueblo llama a Jesús “rabbî”. Después de la resurrección, en la escena de la aparición a María Magdalena, cuando lo confunde con el hortelano le llama “Señor” (Kyrios) y cuando le reconoce le llama “Rabbouní” y nuevamente el evangelista traduce en griego por “Didáskalos”.

Rabbí es un termino ambiguo en algunos aspectos. De hecho, literalmente significa "mi grande" (de rav, grande, potente). Es, por tanto, un título de prestigio. Se entiende así una frase de Mateo (23,8-10): «Vosotros no os dejéis llamar rabbí, pues vuestro didáskalos (maestro) es uno solo y vosotros todos sois hermanos. Y no os llamaréis kazeguetai unos a otros». La palabra "kazeguetai" la Vulgata la traduce con magistri; en realidad el término en griego significa "quien guía", quien indica el camino o recorrido. ¿Por qué no debéis dejaros llamar kazeguetai? Porque «uno solo es vuestro kazeguetés», vuestro guía. Hay por tanto que hacer preliminarmente esta consideración: la actividad del maestro es una actividad que puede entrañar arrogancia del poder y una superioridad despectiva. Este aspecto era propio de los escribas, los maestros por excelencia, que despreciaban «a esa plebe que no conoce la ley y está maldita». En este sentido se puede ser maestros-amos, maestros de muerte en fin de cuentas. Pero el maestro tiene también un gran valor, es una figura positiva de mucho relieve. Ante todo y sobre todo es Cristo quien nos enseña cómo ser verdaderos maestros. Lo atestigua una frase capital en el evangelio di Juan (13,13-15): «Vosotros me llamáis

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ho didáskalos kai ho Kyrios (el “maestro” y el Señor), y con razón, porque lo soy». Cristo acepta, pues, para sí, ambos títulos, ambas dimensiones de la palabra rabbí: didáskalos, maestro, y kyrios, señor. Pero enseguida viene la descripción del modo justo para ser verdaderos maestros y señores: «Pues si yo, ho kyrios kai ho didáskalos, el señor y el maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros». Y añade: «Os dejo un ejemplo para que igual que yo he hecho, hagáis también vosotros». El camino auténtico del verdadero ministerio de la enseñanza, del verdadero magisterio, es el del servicio y de la entrega. Jesús junta intencionalmente a kyrios y didáskalos, títulos autoritativos, el gesto del lavatorio de los pies: un acto que en el mundo bíblico, hebreo, no debía imponerse ni siquiera al esclavo. En un relato apócrifo, José y Aseneth, una historia popular que arranca del episodio de José el Egipcio del Génesis, la mujer, la esposa di José dice: «Por amor a ti estoy dispuesta incluso a lavarte los pies». Es el gesto supremo y extremo del amor, hacerse esclavo del otro, por entrega. Jesús dice: el kyrios, el didáskalos auténtico lo es cuando se hace siervo, cuando da su sabiduría sin usarla como instrumento de poder.

3.2. LA AUTORIDAD DE JESÚS: “AMEN, YO OS DIGO”

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Tenemos otra palabra del Señor, de innegable sabor histórico que muestra una autoridad inaudita en la enseñanza de Jesús. Se trata de la expresión: “Amen, yo os digo”. Esta forma de hablar, era sin duda peculiar de Jesús. De ahí que se nos haya conservado en su forma aramea. Los rabinos del tiempo de Jesús enseñaban “sin autoridad”, porque la que tenían procedía de Moisés. Los rabinos enseñaban, explicaban o interpretaban la Torá. En cambio Jesús reclama una autoridad superior a la de Moisés (Mt 5,21-29).

¿De dónde viene esa autoridad, puesto que Jesús no ha estudiado en ninguna escuela rabínica? Jesús declara la voluntad de Dios por sí mismo. En el evangelio de San Juan, encontramos la explicación de este hecho cuando Jesús declara: “Nadie conoce al Padre, sino el Hijo”. Con esta expresión, que nos mantiene en la conciencia filial de Jesús, se hace referencia al conocimiento tal y como es entendido en la mentalidad bíblica, la mentalidad del hombre hebreo. No se trata de un conocimiento conceptual, sino del conocimiento íntimo que surge de una relación amorosa.

Así pues, Jesús decía “Amen, yo os digo”. “Amén” es una palabra semítica que literalmente significa “es verdad”. Aparece en el antiguo Testamento 23 veces. En Gn 15, 6, refiriéndose a Abrahán, el primer creyente, diciendo “Y creyó a YHWH, y le fue contado por justicia”. La palabra “Amén” casi siempre es usada en clave de “Alianza”. El texto más interesante es Dt 27, 15-26, cuando Moisés presenta al pueblo la Torá o “Ley”, laAlianza, y el pueblo responde a cada precepto diciendo “Amén” (doce veces”, es decir, aceptando. En el libro del profeta Isaías, el llamado Trito Isaías, hablando de la vuelta de los deportados a Babilonia, afirma dos veces que “Dios es Amén” (Is 65, 16). Según el Talmud, se puede traducir como “Dios es un rey confiable (fiel)”. Amén, pues, puede ser traducido por “yo creo” y también expresa el significado de “fe”, “verdad” o “fiel”.

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Este amen viene de la forma hebrea emet, una de las tres actitudes de Dios respecto de su pueblo. Emet significa la fidelidad de Dios a su promesa y su alianza. Se trata de la solidez de Dios, una fidelidad de la que uno se puede fiar, porque Dios es seguro. Pero esa fidelidad de Dios pende, a su vez, de una segunda actitud de Dios, que es, sin embargo, primaria. Se trata de la hesed de Dios, es decir, su “bondad”, la misericordia, la gracia (charis) de Dios hacia su pueblo. A esta hesed de Dios permanece emet. La tercera actitud de Dios hacia su pueblo es la justicia. Se trata de una fidelidad no sólo con palabras, sino con hechos. Dios cumple con hechos su promesa, mostrando así su fidelidad Dios es justo, porque justifica al pecador, no porque da a cada uno lo que se merece, sino porque salva inmerecidamente. Y salva porque es bueno y fiel.

Pues bien, Jesús hace un uso peculiar de la palabra “Amén”. Como dijimos, en los textos del antiguo Testamento suele aparecer al final de la frase, como respuesta a una proposición u oración. En cambio Jesús sitúa la palabra al principio de la frase. Jesús no dice “Amén” a lo que otros afirman, sino como inicio de su propia palabra. Jesús no habla de oídas, sino que trae una Palabra nueva.

Esta forma de hablar de Jesús no procede ni del antiguo Testamento ni de la primitiva comunidad cristiana. Los evangelios, y en especial san Juan, lo conservan precisamente porque Jesús habló de esta forma y la Iglesia lo conservó y respetó con veneración. Tan importante es considerada esta palabra y la forma de usarla de Jesús, que los evangelistas, siguiendo la tradición oral, no tradujeron esa palabra al griego, sino que conservaron su expresión hebrea. Hasta el día de hoy, los cristianos de todo el mundo y de todas las lenguas, siguen diciendo en hebreo “Amén”, sin traducirla a su propia lengua. Todo esto significa que Jesús no dice “Amén” a lo que otros han expresado, sino que él mismo afirma: “yo os digo”, “En verdad os digo”. Jesús no se apoya en otros, sino en sí mismo. La Palabra de Jesús brota con fuerza desde sí mismo. Jesús habla con autoridad.

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Por tanto, en la expresión “amen, yo os digo”, Jesús se está refiriendo a la solidez de Dios, a una palabra que declara verdaderamente la mente divina de un modo humano.

Por eso, la Iglesia dirá que Jesús mismo es el “Amén” de Dios, el “Sí” definitivo de Dios apara los hombres. Jesús es la última Palabra de Dios que es, en realidad, Primera; el principio y el fin, el Alfa y la Omega. Hay aquí una gran profundidad teológica. El Apocalipsis (Ap 3,14) dice; “He aquí el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios”. Es decir, Jesucristo es Elohim “Rey confiable”, “fiel”, “veraz”. Jesucristo es el Amén de Dios mismo.

El “Amén” es el “Sí” definitivo de Dios para los hombres. Dios ya no tiene otra Palabra que pronunciar, porque Jesucristo es, en sí mismo, la Palabra de Dios. En él Dios se ha revelado totalmente a los hombres, se ha dicho, se ha comunicado plenamente, totalmente. Y si se ha comunicado, donado totalmente, no tiene más que decir, puesto que en él lo ha dicho “todo”, se ha dicho a sí mismo.

Las fuentes neotestamentarias nos hacen posible reconstruir el tipo de Mesías que Jesús de Nazaret encarnó. También nos muestran la extraordinaria conciencia filial de Jesús. Pero ¿qué decía ese predicador itinerante de Galilea? ¿Cual fue su predicación, que anunció a aquellas pobres gentes en su mayoría labradores y pescadores? 3.3. EL REINO DE DIOS

El dato más histórico que tenemos sobre la vida de Jesús es que todas sus palabras y actos estuvieron presididos por el anuncio de l

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Reino de Dios. La expresión “Reino de Dios” aparece 122 veces en los evangelios, y de ellas 90 en labios de Jesús. Pero, además, el Reino de Dios no es sólo el tema principal de su predicación, sino también el contenido de sus acciones. Jesús pretendía mostrar en todo lo que hacía y decía ese “Reino de Dios”.

Sin embargo, no es fácil definir con precisión lo que significa realmente la expresión “Reino de Dios”. Y eso es así, precisamente, porque Jesús no dio ninguna definición. Eso sería algo contrario a su estilo e inadecuado a sus oyentes. La palabra “reino” o “reinado” es un término arcaico, que no tiene la misma resonancia en la actualidad que hace 2000 años. La expresión, por tanto, necesita ser traducida. Mc 1,15.

“El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la buena nueva”

Se trata de una especie de resumen de la predicación de Jesús que el evangelista coloca como frontis de su evangelio: “El tiempo se ha cumplido”

En la Biblia se utilizan dos términos para referirse al tiempo: “Chronos” y “Kairós”. Chronos es el nombre de una divinidad griega, y significa el tiempo medible, cuantificable. Es el tiempo que depende del movimiento de los astros: una hora, un mes, un año... Pero el Kairós es “otro tiempo”. Es un tiempo cualitativamente diverso, como cuando decimos “le llegó la hora” o “El día D” o “La hora de la verdad”. No es una fecha o una hora del día, sino un tiempo cargado de densidad humana, un tiempo con significado, un tiempo con sentido.

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Pues bien, en la Biblia, el término “Kairós” significa el momento propicio, el día favorable, el tiempo en que el señor se hace presente: “Este es el día del Señor, este es el tiempo de la misericordia”. En el texto que comentamos, Mc dice: “hotti peplerotai ho kairós”. Habla de Kairós y no de Chronos. El “tiempo cumplido” es el tiempo del cumplimiento de las promesas. Se refiere a que ahora está ya aconteciendo una revelación espacial de Dios en la historia personal y social de Jesús.

El tiempo se ha cumplido: está lleno, está colmado. Ahora es el cenit de la historia de la salvación; ahora es el año de gracia; ahora está Dios actuando entre nosotros. Esto es el Kairós: culmen de la economía de la salvación: manifestación de Dios salvando al pueblo en Jesús de Nazaret. “El Reino de Dios está cerca”

Esto es justamente el reino. El reino no es una realidad puramente interior, pero tampoco se conduce con los “reinos de este mundo”. El Reino de Dios es un acontecimiento que transcurre en el corazón mismo de la historia de los hombres que viven y mueren, que acogen o rechazan la gracia que los transforma “desde dentro”.

Esta es la palabra precisa “desde dentro”. No significa algo intimista, sino que Dios acontece intrínsecamente en la historia del hombre, en su historia personal y social. Este acontecer se manifiesta explícita y visiblemente en la historia personal y social de Jesús de Nazaret.

La cercanía del Reinado de Dios tiene que ver con el misterio del Reinado de Dios. El Reino de Dios es la acción misma de Dios que nos está salvando, sanando, sacándonos de la esclavitud y de la

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oscuridad en la que vivimos. Pero todavía no se ha consumado. Es un proceso dinámico. Con Jesús de Nazaret -y en el encuentro con él- irrumpe la potencia de Dios, el dinamismo del bien, la bondad inconmensurable se desata. Ha llegado ya el tiempo pleno, el cénit de la historia de la salvación. Dios ha comenzado a actuar haciéndolo todo nuevo, una nueva creatura. El reinado de Dios no es algo para el fin de la historia. El Reino de Dios ya está aquí, es una realidad presente, operante, dinámica. La semilla del reino de Dios está plantada en el árbol de la cruz gloriosa de Jesucristo. Y, sin embargo, no ha llegado aún a su cumplimiento definitivo. Sigue siendo una realidad futura en lo que se refiere a su realización total. Es decir, es un acontecimiento ya presente, pero todavía no ha alcanzado su plena realización. Es presente y futuro a la vez. Es un futuro que ya está dado virtualmente en el presente. Es un presente que no se agota en su pequeña realidad, sino que está transido de espera y de esperanza activa. Estamos ya en el “gran año de gracia”. En la sinagoga de Nazaret, Jesús, al comienzo de su predicación, desenrollando el volumen de Isaías, leyó: “El espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido (Mesías) para anunciar a los pobres la Buena Nueva (evangelio), me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor (Kairós)”. Y explicó, interpretó esta escritura diciendo: “esta escritura , que acabáis de oír, se ha cumplido hoy” (Lc 4,18s.21). El futuro escatológico ha llegado con él mismo. El reinado de Dios se ha convertido en una realidad ya presente. Pero la realización definitiva de ese Reino está por venir. Es lo que llamamos una tensión escatológica entre el presente y el futuro el “ya-si”, pero “todavía-no”. “Convertíos y creed la Buena Noticia”

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La conversión -metanoia- de la que aquí se habla no es un acto ritual, sino algo mucho más profundo. Supone una ruptura con la vida que se estaba llevando hasta ahora, y volverse hacia Dios. “Metanoia” significa “dar la vuelta”, desandar el camino andado. Es la respuesta por parte del hombre al don del Reino, que implica una conducta determinada, emprender un camino nuevo. La conversión, por tanto, no es un camino subjetivo o intimista, sino que afecta al ser de la persona, a su vida entera.

Creer -pistis- , por su parte, significa decir Amén a Dios, es declarar nuestra fidelidad y aceptación del Reino de Dios. Dios es fiel a su bondad, Dios cumple sus promesas; Dios es verdadero: este es el Amen de Dios.

La fe del hombre no es, primariamente, el asentimiento a un conjunto de verdades teóricas, sino una experiencia de bondad, de aceptación incondicional por parte de Dios; una experiencia de misericordia. En esa experiencia el hombre “com-prueba” la acción de Dios y le deja actuar: Dios reina en él, desde su intimidad, desde dentro de su condición personal y social. La fe es una experiencia dinámica de entrega a Dios. Entrega significa confianza, “fidutia”. El hombre llega a fiarse de Dios porque está teniendo la experiencia de que Dios es bueno y actúa en favor suyo. Dios está de parte del hombre incondicionalmente, y no por méritos ni a cambio de nada. Esta fe el hombre la expresa tanto en la acción de gracias a Dios (eucharistía) como en la actuación hacia el hermano: transforma el presente que es contrario al Reino y establece relaciones fraternas y justas.

Si el Reino fuera sólo algo futuro, para el instante último de la historia, la fe cristiana se convertiría en un formalismo sin significado concreto para los demás. Bajo una apariencia religiosa de un Dios espiritualmente en nuestras vidas, nos olvidamos del hermano y, por tanto, negamos con los hechos el Reinado de Dios. Es la actitud típica del fariseo, preocupado por las formas: “cuelan el mosquito y tragan el camello” (Mt 23,24). Fariseos son aquellos que pretenden cumplir los requisitos formales religiosos, al mismo

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tiempo que olvidan...


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