Texto 12 Deberes Fundamentales EN LA Etica Profesional PDF

Title Texto 12 Deberes Fundamentales EN LA Etica Profesional
Author I AM JAVI
Course Ética Profesional
Institution Universidad Nacional Autónoma de México
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Deberes fundamentales en la ética profesional

Así el deber, que es la norma reguladora de la libertad, es el máximo grado de necesidad con ella compatible; y consiste en la obligación impuesta al sujeto libre “de usar de su libertad de un modo determinado”. En el perímetro de la libertad humana podemos descubrir sectores llenos de reglas que no son suficientes para crear un deber. (Tales son las reglas gramaticales, artísticas o técnicas). Pero dondequiera surge un deber, invariablemente le acompaña la nota moral; por cuanto todo, deber tiene carácter ético, obliga en conciencia, y su violación voluntaria implica responsabilidad. El análisis de los deberes profesionales nos impone un estudio serio y sistemático de las actividades peculiares de todas y cada uno de las profesiones. Hablamos de “deberes generales” y “deberes impuestos por la conciencia”, etc. Es lo que los clásicos entendían por deberes de estado, y posteriormente por deberes vocacionales. “El estado” o vocación es la modalidad particular de la vida de cualquier hombre; y “el deber” es el valor humano de toda actividad que responde a exigencias concretas del bien común. Aunque evidentemente puede haber unos deberes más graves que otros, sería funesto y contra el Orden Moral el que una persona cotizara y tuviera en cuenta solamente los deberes graves, despreocupándose de los demás. Así ha surgido una mentalidad desdoblada y estrábica que se despreocupa de los deberes pudieran despojarse de su carácter de moralidad obligatoriedad y gravedad. Y así la sociedad soporta el absurdo gravamen de gentes y profesionistas, muy escrupulosos en sus deberes religiosos y familiares, capaces de comprender que el mismo Decálogo, que explícitamente legisla para la naturaleza humana, implícitamente, pero con la misma obligatoriedad moral, está legislando (en los últimos siete mandamientos) para todas las situaciones que provengan de esa misma naturaleza. Es más, la profesión no solamente no constituye un área neutra para la conciencia; sino que, por el contrario, al paso que es capaz de potenciar y densificar los deberes comunes del hombre y del ciudadano (por sus mayores conocimientos e influencia), humanos, y de convertir en “preciso y exclusivo” el deber, y la responsabilidad de resolverlos. Frente a los grandes problemas humanos se alinean dos grandes grupos de salvamento: el de los técnicos y el de los intelectuales.

Hay quienes prefieren la distinción de teóricos y prácticos, que es evidentemente más precisa y genérica; o la otra de “los que piensan” y “los que realizan”. No creemos ocioso puntualizar un poco las ideas, dándoles el relieve que se merecen. A) Lejos de ser términos que se opongan, se completan mutuamente; dándole a la intervención profesional, en cualquier campo, la categoría indiscutible de la calidad y superioridad. Todo trabajo humano debe estar precedido más o menos explícitamente, en tiempo e intensidad, por el trabajo intelectual. Sólo que hay profesionistas con más aptitudes y aficiones para la actividad ejecutiva, material o burocrática, que para la otra actividad eminentemente creadora de la inteligencia. B) Todo trabajo es un compromiso que grava la libertad con una dosis de deber proporcional al carácter de la actividad. En el trabajo manual, por ejemplo, y generalmente en todo trabajo ejecutivo, el compromiso es con la idea directriz que es menester ejecutar. (Burócrata es el que ejecuta su trabajo sin tener en cuenta nada más que la “directriz”; aunque no está escrito que no pueda ser capaz de cambiar ventajosamente las “directrices”.) En el trabajo intelectual, por el contrario, se amarra el compromiso directa o indirectamente, con el bien común; con su representante, que es el Poder Público, o con su beneficiario que es la Colectividad y cada uno de los ciudadanos, o con la propia realidad concreta del bien común, consiste en bienes y necesidades que se presentan al profesionista con la invariable modalidad de problemas para resolver. Modesta, pero firmemente, sostenemos que un profesionista universitario no puede declinar este compromiso. La lucidez mental tan cotizada en los ambientes universitarios e intelectuales, si solamente abre los espíritus a las perspectivas utilitarias y retributivas del trabajo; si pierde la limpidez que hace del trabajo intelectual una virtud más humilde y difícil, por ser más heroica y menos popular, deja de ser instrumento de elevación y de cultura para convertirse en conspiración contra el bien común y descrédito de la Universidad. Es evidente que no todos los profesionistas han de ser investigadores o pensadores consagrados a la revisión atenta y constante de los métodos científicos; pero jamás puede renunciar un profesionista universitario a que su trabajo tenga la nota relevante de la “competencia intelectual”. Los genios aparecen raramente, deslumbrando a la Humanidad con sus intuiciones, que son la visión intelectual de las verdades, sin el normal proceso del razonamiento. Pero los hombres normales, que conjugamos nuestras facultades en sus dimensiones naturales, tenemos que pensar y razonar para no vivir sumergidos en la intolerancia, el particularismo, la “acción directa” y las burdas contradicciones del habitante de la jungla. Si todo hombre es hombre en cuanto

tiene el deber de pensar, ¿cómo puede fugarse de este deber un profesionista a quien la universidad ha dotado de principios para pensar correctamente en el Orden Moral y jurídico, en el Orden Social y político, y en el Orden técnico y científico? Claro que pensar, y sobre todo pensar por expreso compromiso es dolor y es fatiga. Y es en el “trabajo profesional” en el que se está más sujeto que en cualquier otro, a la condena de la angustia y del esfuerzo. Pensar es traducir la experiencia (especialmente la que se tiene “por una clara intuición de las peripecias”), en palabras luminosas, purificadores y benéficas, usadas como adecuado instrumento de la razón, del entendimiento y de la paz; y nunca como instrumento práctico de impulsos individuales. La competencia profesional Las promociones y títulos universitarios clausuran, social y jurídicamente, la vida del estudiante como discípulo, y le someten oficialmente las exigencias del bien común. Es el momento en el cual la colectividad comienza a informarse acerca de su competencia. El primer deber del profesionista es el de la competencia. De ella hemos de advertir oportunamente tres cosas: 1) La misma etimología de la palabra competencia nos recuerda su significado primogenio, que no comportaba alguna idea de lucha, sino simplemente de colaboración: “cum-petere”; o sea, tender conjuntamente a algo. Si bien en el idioma latino evolucionó el sentido, de aptitud o conformidad, hasta el de suficiencia para una determinada actividad, nosotros vamos a enfatizar el mencionado sentido etimológico. 2) El gran público extraprofesional, tan exigente de la competencia de altos niveles, muy raramente llega a percibir la íntima conexión que tiene entre sí la competencia intelectual y la competencia moral del profesionista. 3) Ese mismo público desconoce las relaciones que pueda haber entre la competencia profesional y las condiciones físicas de un individuo. Es más, la mayoría de los profesionistas han de sonreír ingenuamente si se les habla con seriedad académica de una competencia física, que nunca ha entrado en el marco de sus reflexiones morales. Por eso repetimos que competencia (de cum-petere), no puede limitarse a ser una dotación inerte de ciencia y moralidad; si no que debe significar en la conciencia de todo profesionista una colaboración dinámica y permanente de todo su ser, en toda su dimensión física y espiritual, con una tendencia conjunta hacia el bien común.

La competencia intelectual La competencia intelectual es tanto como la posesión de la ciencia y la sabiduría. Pero como la posesión perfecta es imposible, de ahí la imperiosa necesidad de luchar permanentemente por acrecentar ese patrimonio del espíritu que, en tanto, se entrega a su conquista. El peligro para la edad madura consiste en acostumbrarse a manejar ese patrimonio universal con espíritu de presunción y excesivamente. El peligro para el joven, cuando logra los primeros contactos con la ciencia y la sabiduría, consiste en amilanarse o replegarse en sí mismo a impulsos de una autocompasión estéril o de un narcisismo ridículo. Cuando hablamos de ciencia, nos referimos a las ciencias “positivas” o “naturales” que constituyen el elemento mayoritario y prevalente de la educación científica y tecnológica. Cuando hablamos de sabiduría entendemos, las otras formas del saber humano que son el elemento esencial de la educación humanística, y que no se basan sobre criterios estrictamente cuantitativos, ni sobre métodos formales o matemáticos. Tanto la educación científica y tecnológica, como la educación humanística deben poseer una dosis suficiente de valor informativo y formativo, si se quiere respetar las leyes de la naturaleza intelectual. El valor formativo y humano de la ciencia debe tener un relieve particular en nuestras universidades modernas, por el hecho humano e histórico de ocupar un puesto peculiar en la vida individual y colectiva, que se ha acelerado y complicado gracias a la invasión imprevista de los descubrimientos científicos. Sería tan insensato negar este valor educativo a la ciencia, como reducir las humanidades a un árido estudio gramatical, en cuyo vacío verbalismo no hubiera lugar para la claridad de las ideas, el hábito crítico de la hipótesis, el amor a la naturaleza y el humilde reconocimiento de las humanas limitaciones. Factores de la competencia intelectual. Opina Norberto Wiener que “la revolución industrial está destinada a devaluar la función del cerebro humano”. Tal vez lo decía porque la aristocracia latifundista inglesa perdió su tradicional omnipotencia política ante el surgimiento de una nueva clase de técnicos y hombres de empresa que los substituyeron en su función de Clase-guía de la nación británica. Pero la inteligencia humana jamás será devaluada, y mucho menos revelada de su función. A) Hay factores externos de la competencia intelectual. a) Considerada como formación, los factores externos de capital eficiencia son los maestros, los libros y los amigos que constituyen el ambiente universitario. b) Considerada como formación, normalmente el factor externo de mayor importancia es el libro y la revista profesional o universitaria de seria solvencia

científica o humanística. Poco o nada creemos en los Congresos tan generalizados en la actualidad. B) Pero hay un solo protagonista de la competencia intelectual: la inteligencia. Para lograr un protagonista brillante se necesitan tres cosas: trabajo, esfuerzo y método. 1) TRABAJO. Porque naturalmente no se da ni la ciencia infunsa, ni la experiencia espontánea. ¡Por algo dicen los ingleses que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra! No se puede perder el contacto con la realidad social, porque el mundo evoluciona vertiginosamente y se nos pierde de vista apenas interrumpimos la curiosidad científica o la vigilancia humanística. 2) ESFUERZO. Porque el trabajo intelectual, para ser coherente debe ser fundamentalmente estudio disciplinado y abnegado. Nadie aprende nada que valga la pena por el solo talento, si no surge el esfuerzo que realiza síntesis y crea métodos. Y este esfuerzo tiene que ser sistemático y permanente. Para estudiar y darles a las ideas una fisonomía precisa y definitiva no hay más remedio que escribir, y escribir con seriedad; buscando tercamente su coincidencia con la verdad, con la total exclusión de cualquier otro objetivo y la más intransigente prescindencia de cualquier otra actitud. 3) METODO. Mencionamos dos puntos respecto a este tema: el orden y el recogimiento. a) El orden. Es la exigencia del análisis y premisa de la síntesis. Se requiere orden en el estudio, lo mismo que en el trabajo profesional. Orden en la distribución del tiempo para la actividad, la comida y el descanso. Orden en las notas y fichas de estudio; con la convicción de que lo que no se anota y ordena, se dispersa y extravía. Y tiene suma importancia un equilibrio estable entre el orden de la inteligencia y el orden de la conciencia. b) El recogimiento. Vivir con intensidad no es lo mismo que vivir vertiginosamente, con ritmo de Rock and Roll. La libertad espiritual indispensable para pensar, crear y vivir con plenitud de conciencia psicológica y moral sólo se logra cuando se llega a amar el recogimiento y el silencio. Como relieve metodológico, cuatro pequeñas advertencias: 1) No existe (a nuestro juicio) mejor manera de pensar que escribiendo. 2) Es tontería “machetearle” (trabajar intensamente) demasiado tiempo a una

misma materia. Es una ley: “cuando la materia es más difícil, se necesitan más pausas”. El error suele consistir en imaginarse que no se puede descansar si no es saliendo a tomar el aire a Chapultepec, o yendo a un concierto o a una partida de naipes. 3) Cuando la “actividad” es la fastidia (escribir, leer, pensar) bastará un simple cambio de actividad o de materia para un provechoso descanso. 4) No existe ningún método fácil para las cosas difíciles; y entre las cosas más difíciles ha estado y estará siempre el estudio y la cultura. Para terminar, mencionaremos algunas consecuencias que se desprenden de las anteriores consideraciones: A) En la ley universal que nos obliga a todos indistintamente a “ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente”, el profesionista contrae, como obligación esencial y primordial, la de trabajar con la inteligencia: el estudio. B) La dignidad profesional obliga a buscar incansablemente el mejoramiento y perfección de los sistemas aprendidos en la universidad. C) Es gravemente incompatible con la seriedad y jerarquía profesional el no desechar sistemas insuficientes e inefectivos, y sobre todo, defenderlos por pura pereza mental y rutina. D) La dignidad de la profesión exige que un titulado universitario no se convierta en burócrata, trabajando rutinariamente para ganarse unos pesos; sino “como en cosa propia”, mejorando eficiencia, servicios, productos y ganancias. Si una empresa gana más, lógicamente debe pagar más. Y si el bien común sale beneficiado, normalmente también saldrán beneficiados la hacienda y la buena reputación del profesionista. Humanamente a esto se le llama éxito profesional. La competencia técnica De hecho abarcamos bastante más de lo que reza el título; ya que la idoneidad intelectual de un profesionista comprende: a) el conocimiento teórico y sistemático de las ciencias respectivas, y b) la aplicación práctica de esos conocimientos del caso concreto. En el primer caso resulta lo que primariamente se llama ciencia; en el segundo, que tantas veces se resuelve en un verdadero arte, tenemos la experiencia. La universidad y la sociedad juzgan que la ciencia es un prerrequisito indispensable en cualquier profesión. Es natural que la universidad trate de evitar la fría acumulación de conocimientos en sus alumnos, y tienda a crear en ellos un espíritu científico. Pero creemos sinceramente que no son sinónimos “vocación profesional” y “vocación científica”.

La vocación profesional, si bien debe ejercerse con la más alta entonación científica, se dispersa constantemente por exigencias deontológicas, sociales y humanísticas; ya que el profesional sirve directamente al bien común y está en contacto inmediato con la realidad social. La vocación científica, de hecho, segrega al profesionista del contacto inmediato con el fenómeno social y sólo indirectamente le relaciona con el bien común; dedicándolo a la observación experimental, paciente y serena de la naturaleza, o a la observación más paciente, serena y penosa de las Ciencias del Espíritu. Así tenemos lo que podríamos llamar, con las debidas reservas: “el científico puro” y “el intelectual puro”. Es la vocación más difícil, por el compromiso moral que se contrae con la verdad y la humanidad, y por el peligro inminente y constante de confundir la Verdad y la Humanidad con los intereses personales y ficciones ególatras. Competencia técnica, por lo tanto supone: 1) La suficiente idoneidad y preparación en las materias propias de la profesión, cualquiera que sea su índole; idoneidad y preparación que siempre se supone cualificada y juzgada por la universidad, en el juego normal de su autonomía. 2) El suficiente interés real y permanente del profesionista por las ciencias que especifican su profesión; que se traduce en estudio constante, y consciente de que el diploma oficial supone pero no confiere ninguna ciencia. La competencia humanística Como “minimum”, entendemos la “formación humana” en la Educación universitaria. Es menester insistir en este humanismo profesional; sobre todo en las profesiones de carácter eminentemente técnico, para sustraer a nuestra juventud universitaria de las dimensiones y materiales de su capacidad técnica que los hace fósiles. Aunque, a veces, esto es lo único que busca quien ingresa a la universidad por la puerta falsa del interés mercantil, la sociedad no puede renunciar ni prescindir de la intervención humana del profesionista universitario colocado providencialmente en una situación de privilegio: en la convergencia de los intereses de patrones y obreros, de exploradores y reivindicaciones, de ciencia e ignorancia, de opulencia e indigencia. Si el profesionista es un atrofiado social y desaparece el hombre con sus problemas, de su perspectiva intelectual, la estructura social moderna se deslizará al caos revolucionario disolviéndose en la desesperación, o se abandonará al conformismo suicida que señala la hora de las dictaduras y de la decadencia nacional.

Sin una discreta competencia humanística queda desintegrada la tetralogía universitaria, cuyos elementos esenciales son 1. Técnico, 2. Deontológico, 3. Humanístico, y 4. Social. Bien decía Marañón que “la verdad, en sí, no sirve para nada si pertenece a un sabio sin trascendencia humana”. Y más concretamente, en relación con el humanismo tradicional, acaba de escribir Toedoro Haecher de los alemanes: “Con todo derecho y por puro instinto de conservación regresamos siempre a Roma y Atenas; porque más fácilmente que cualquier otro pueblo caemos en la barbarie más absurda y en el total salvajismo de las mismas virtudes naturales. La ciencia es una premisa necesaria de la cultura; pero no es la cultura. Para que la ciencia se transforme en cultura y sustraiga al profesionista del perpetuo infantilismo que hace hasta peligroso el manejo de sus propios instrumentos es necesario educarlo como hombre, dotándolo de una mínima Competencia Humanística. Competencia humanística que, además del carácter deontológico y social, tenga también como finalidad hacer conocer otros campos del saber humano (saber histórico, saber filosófico), que no admiten propiamente el método experimental ni esquematización cuantitativa de la matemática pura. Competencia que debería preparar la mente y el ánimo de los jóvenes para la experiencia estética, que es indudablemente esencial para el equilibrio cultural y espiritual. Y, dejando de lado los gustos y preferencias personales, no creemos que la Competencia Humanística esté necesariamente ligada al estudio de las lenguas muertas, ni se obtenga exclusivamente con el estudio del pensamiento Greco-Latino. La competencia moral La competencia moral en un profesionista no puede limitarse al orden de sus conocimientos; es indispensable que la inteligencia ponga en juego a la voluntad, para que la actividad profesional ofrezca todas las garantías que requieren el bien común y la dignidad profesional. La única garantía real que puede ofrecer, tanto la inteligencia como la voluntad profesional, es la virtud profesional. Teniendo en cuenta el carácter eminentemente práctico de estas lecciones, advertimos: A) Lo que interesa fundamentalmente es toda actitud moral es la “adhesión habitual al bien que ha llegado a convertirse en segunda naturaleza”, de tal suerte que, en definitiva, un hombre no es moral ni virtuoso por ser casto, moderado o justo, sino por estar dominado por el bien en toda su amplitud subjetiva y objetiva. B) El bien no tiene como realidad no como medida a m personalidad. El día que desconectáramos la conciencia de la verdad objetiva, no nos quedaría más que utili...


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